Dios Francia y Monarquia

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DIOS, FRANCIA Y MONARQUÍA JALISCO Y EL SEGUNDO IMPERIO (1864-1867)

MARIO ALDANA RENDÓN Instituto de Estudios del Federalismo “Prisciliano Sánchez”


Instituto de Estudios del Federalismo

Juan Álvarez no. 2440 col. Ladrón de Guevara, C.P. 44600 Guadalajara, Jalisco, México Enero 2015 Primera Edición Impreso en México ISBN: 978-607-8136-22-3 Diseño por: María Guadalupe de la Cruz Flores y Omar Gómez Parra La Revisión de la impresión estuvo a cargo de Francisco Javier Jimenez Campos


A mi querida familia A la UDG por 40 a単os de trabajo



INDICE

Introducción......................................................................................................9 1.

DESPUÉS DE LA GUERRA CIVIL. JALISCO, 1860-1863..............................13 Manuel Lozada: una piedra en el zapato...................................................17 El contexto nacional.........................................................................................21 Imposible retorno a la vida institucional...............................................23 Ogazón: ni ata, ni desata..................................................................................28 Manuel Doblado: vino, vio y salió...............................................................32 Intriga en el puerto............................................................................................36 Ogazón: un retorno forzado.........................................................................40 José María Arteaga: un militar al relevo................................................46 Ramón Corona de nuevo rechazado en Sinaloa....................................48 El discurso de la esperanza............................................................................51

2.

LOS FRANCESES EN GUADALAJARA...............................................................55 Panorama sombrío................................................................................................55 Una triste retirada............................................................................................57 Bazaine en Guadalajara. Sin pena ni gloria............................................66 La república del sur y el gobierno itinerante.......................................68 El regreso del pastor.........................................................................................70 El camino hacia la traición............................................................................72 El exilio liberal: el discurso de la victoria............................................76 Los liberales moderados ¿finalmente traidores?.................................79


Habemus Emperador...........................................................................................82 El Sur: de la resistencia patriótica a la barbarie................................89 Intriga en el frente occidental..................................................................100 3.

EL GOBIERNO IMPERIAL...................................................................................107 La iglesia jalisciense y el imperio...............................................................109 Los liberales moderados al poder..............................................................119 Cortes Marciales, disidentes y seguridad pública.............................122 La guerra de las prensas: los periódicos liberales.............................123 Derrota y muerte de Arteaga......................................................................132 Maximiliano y los pueblos indígenas de Chapala................................135 Aspectos de la vida económica y las diversiones tapatías..............141

4.

TRIUNFO REPUBLICANO..................................................................................149 Carnaval, cuaresma, resurrección y muerte........................................150 Ciudadanos, pueblos y guerrilleros: una resistencia en ebullición.......................................................................157 El verdugo Berthelin.......................................................................................161 Ramón Corona asecha el puerto de Mazatlán.....................................166 El efecto Ángela Peralta..............................................................................171 El imperio agoniza.............................................................................................176 Victoria: Guadalajara liberada.................................................................180

5.

EPÍLOGO: ENTRE LEALES Y TRAIDORES................................................191 Corona “el pueblo tu nombre aclama”......................................................191

FUENTES.............................................................................................................213




INTRODUCCIÓN

El 6 de enero de 2014 se cumplieron 150 años de la entrada del ejército

francés a la ciudad de Guadalajara, como parte del proyecto intervencionista europeo para instalar un gobierno monárquico en México. Más allá de la defensa heroica del 5 de mayo de 1862 en Puebla, y la conducción firme de la resistencia nacional de parte del gobierno de Benito Juárez, la intervención francesa, dio cause a la construcción de historias locales, en donde los actores enfrentan con diversas actitudes el trauma social de ver amenazada la posibilidad histórica de poder constituirse como una nación independiente. En el contexto global, la intervención francesa y la instalación de un gobierno monárquico se explica como parte de una confrontación entre dos sistemas de gobierno: las viejas monarquías europeas cierran filas en contra del joven sistema republicano que bajo el modelo norteamericano se extendió con fuerza entre las naciones, que apenas algunos años antes, habían formado parte del caduco imperio español. Desde esta perspectiva, la intervención francesa, con el apoyo entusiasta de las monarquías europeas, pretendía frenar los impulsos republicanos en el continente americano y preservar la monarquía como único sistema de gobierno, dando a la contienda el carácter de una confrontación cultural e ideológica, entre la preservación del llamado derecho divino al que se aferran las naciones europeas, frente al derecho soberano de los pueblos que inspirados en la revolución francesa aspiraban a constituir un gobierno basado en la igualdad de sus ciudadanos. Visto así, la aventura francesa tendría como última instancia, no sólo contener el impulso de las ideas republicanas y liberales en el continente americano, sino explotar la coyuntura de la guerra civil norteamericana para asestar un golpe demoledor al sistema republicano a escala mundial. En el contexto local, la intervención francesa al afectar la vida cotidiana de la población, adquiere dimensiones sociales que llevan a los actores a 9


una profunda deliberación del papel que deben de asumir ante los hechos. La sociedad entonces, se empieza a decantar en bloques que reflejan las divisiones existentes desde la Independencia entre los partidos políticos: por un lado estarán los partidarios de siempre de la monarquía que aplaudieron la llegada de las tropas invasoras; a ellos se suman los conservadores, enemigos de las reformas liberales que apuestan a una revocación de aquellas leyes que consideran contrarias a la religión y a la preservación de privilegios coloniales que les conferían estatus superiores; los liberales de carácter endeble, no tardan mucho en convencerse así mismos, de que todo ha concluido y deben reconocer las nuevas circunstancias y sumarse entusiastas a lo que consideran un proceso irreversible. No son muchos, pero si muy firmes quienes se decidieron a confrontar a los intrusos defendiendo el derecho nacional de constituirse en una nación libre y republicana, por lo que habrán de enfrentar años de privaciones y peligros en defensa de sus convicciones. La Intervención Francesa en Jalisco, no es una historia épica, sino una historia de hombres y de pueblos que deben enfrentar con todas sus debilidades y fortalezas, la disyuntiva histórica de someterse a las ambiciones externas o de resistir con firmeza un destino que pretende imponérseles de manera violenta. Nacionalidad e independencia se convierten en referentes vacíos para muchos jaliscienses ante el dilema de la seguridad personal y familiar. ¿Qué poner en la balanza? La Patria que dista mucho de haberse constituido, o la supervivencia y la preservación de los bienes que les garantizan la seguridad, sin importar la sumisión a un gobierno extranjero. Lo nacional y lo estatal se entrelazan con las historias personales en la búsqueda de los sentimientos íntimos de los actores, no para su glorificación o su desprecio, sino para enfatizar la pluralidad de motivaciones que un hecho traumático, como una invasión extranjera, provoca entre los individuos de una sociedad amenazada. El punto de partida de esta historia es el momento inmediato al triunfo liberal en la llamada Guerra de Reforma, que dejó como herencia una sociedad profundamente dividida en el momento en que se hace presente la intervención extranjera en 1862, y culmina con la salida de las tropas francesas de Guadalajara y la reinstalación del gobierno republicano en el mes de enero de 1867. Tanto los que aclaman la invasión como los que la rechazan tienen muy claros los motivos de su actuación, y a lo largo del texto, los argumentos de unos y otros, 10


se confrontan y debaten justificando ante la opinión pública y ante la historia, las razones de su causa. A lo largo de cinco capítulos, los hechos van develando una historia hasta ahora muy poco conocida y basada en las narraciones de José María Vigil, testigo y actor de primera línea en estos sucesos quien escribió Ensayo histórico del Ejército de Occidente en 1874, en el que describe la historia militar de Ramón Corona desde sus primeras acciones contra el líder indígena Manuel Lozada en 1857, hasta la toma de Querétaro y la caída del imperio de Maximiliano en 1867. Otra fuente indispensable ha sido la Historia particular del estado de Jalisco, escrita por Luis Pérez Verdía en 1910, en la que dedica un apartado a la intervención francesa en el estado, plasmando en ella la visión porfirista de los hechos, insuficiente en estos momentos para comprender lo sucedido en Jalisco en los años del gobierno imperial. El presente estudio incorpora la obra de un testigo y actor de primer orden hasta ahora olvidado, Ireneo Paz, quien en su libro Algunas campañas, desde su punto de vista, describe su actuación como defensor de la república ya como combatiente en armas, ya como combatiente con la pluma desde la trinchera del periodismo a través de las páginas de El Payaso y El Noticioso. La inclusión de una variedad de fuentes como el Archivo Histórico de la Defensa Nacional, el Archivo Histórico del Estado de Jalisco, de colecciones documentales como la Colección de los Decretos, Circulares y Ordenes de los Poderes Legislativo y Ejecutivo del Gobierno del Estado de Jalisco, la importante colección documental de Jorge L. Tamayo, Benito Juárez: Documentos, discurso y correspondencia; el rescate de los periódicos y folletería más importantes de Guadalajara de la época en cuestión, sostienen la base documental de este trabajo que desde una posición crítica, reinterpreta la historia bajo nuevos paradigmas. Mi reconocimiento sincero a mi querida amiga, la doctora Angélica Peregrina por sus invaluables comentarios; a mi esposa Alma Angelina Pinto por su apoyo en la corrección gramatical del texto; y a mi alumno Guillermo Martín Alonso Ramón, por su participación como asistente de investigación. Zapopan, Jalisco, 2014.

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12


1. DESPUÉS DE LA GUERRA CIVIL. JALISCO 1860-1863

El 26 de septiembre de 1860, la ciudad de Guadalajara se convirtió en

uno de los escenarios más sangrientos de la Guerra de Reforma iniciada, entre otras cosas, por el rechazo de los actores del viejo régimen: la Iglesia, el ejército y los grandes propietarios, a la Constitución promulgada en 1857 que ponía fin a los privilegios coloniales del clero al decretar la separación del Iglesia y el Estado, la igualdad jurídica de todos los ciudadanos y la vigencia de las garantías individuales propias de una sociedad laica integrada por ciudadanos libres. Después de dos años de fieros combates, en que las fuerzas conservadoras habían obtenido grandes triunfos, los liberales lograron finalmente inclinar la balanza a su favor, y la toma de Guadalajara vislumbraba el tan ansiado triunfo de su causa. Ese día, bajo el mando del general Jesús González Ortega, 20 mil efectivos liberales tomaron posiciones de combate en diferentes puntos de la ciudad. Los siete mil defensores por su parte, se fortificaron en el perímetro que conforma el centro histórico alrededor de los templos de Santo Domingo, Santa Mónica, San Felipe, el Santuario, el Colegio Seminario, el convento de Santa María de Gracia, el de San Francisco, Aranzazú, Santa Teresa, así como los edificios y viviendas aledañas a estos templos, convirtiendo a la ciudad en el centro mismo de la batalla.1 La ciudad se convirtió en un verdadero infierno. Durante casi dos meses, los combates fueron de calle en calle, de casa en casa, dejando a su paso una estela de destrucción y muerte. Finalmente, los sitiados aceptaron abandonar la ciudad el 2 de noviembre, permitiendo a las fuerzas liberales reagruparse para enfrentar las tropas del general Márquez quien fue derrotado en las 1  Para una descripción completa de las tres líneas de fortificaciones levantadas por las fuerzas conservadoras en el centro de Guadalajara, véase: Luis Pérez Verdía. Historia Particular del Estado de Jalisco. Guadalajara, 1952. Gobierno del Estado de Jalisco; tomo III; pp.126-128. 13


inmediaciones de Zapotlanejo. El 3 de noviembre las tropas liberales ingresaron a la ciudad, y el licenciado y general Pedro Ogazón estableció el gobierno local en la sede del arzobispado, acción que refleja su marcado anticlericalismo. El aspecto de la ciudad era: … triste y penoso: por todas partes huellas de la desolación y de la muerte; casas y edificios derruidos, torres aportilladas, muros desplomados, rejas en los balcones y ventanas, quebradas o torcidas por los cañonazos; señales de sangre en las paredes y aceras: fosos llenos de agua pestilente; casas abandonadas, restos de incendios, de saqueo, de violencia por todas partes.2

Los retos que tenía que enfrentar el gobierno de Jalisco eran formidables, no solo por las dimensión de los daños materiales que causó la guerra civil en Guadalajara y en diferentes ciudades del estado, sino también por el agotamiento de las fuentes de recursos para el sostenimiento del aparato de gobierno y la administración pública, la disolución del orden social, pero sobre todo, por el profundo resentimiento que acumularon contra los vencedores, las numerosas familias jaliscienses comprometidas con la Iglesia y el partido conservador. Ogazón se plantea una estrategia radical que comprende diferentes acciones para impulsar las reformas liberales, y dotar a la administración pública de los recursos necesarios para sostener el funcionamiento de las instituciones, la activación de la colapsada economía local y finalmente, la instauración de medidas urgentes para restaurar la paz y el orden social. El 18 de noviembre ordenó que se recogiera toda la moneda de plata falsa acuñada por el jefe conservador general Severo Castillo “y sus cómplices en el último sitio de Guadalajara para volverla acuñar con toda la ley que la moneda legalmente debe tener.” El canje por dinero legal debía realizarse en diferentes casas comerciales que recibirían “del público la moneda de mala ley, y entregarán los valores que represente ésta en dinero bueno”, dando a los tenedores de moneda falsa dos meses para cambiarla, y de no hacerlo, se harían acreedores del delito de falsificación de moneda.3

2

Pérez Verdía, Op. cit., p. 145.

3

Colección de los decretos, circulares y órdenes de los Poderes Legislativo y Ejecutivo del Estado de Jalisco. Guadalajara, 1982. Congreso del Estado. XLIX Legislatura de Jalisco. 1982, 2ª serie, t. I; pp. 3-4. 14


A continuación, el 2 de diciembre, argumentando que “… la educación de la juventud no podía estar en manos del clero enemigo por sistema de todo progreso y toda reforma y que por todos los medios lícitos e ilícitos, ha sostenido la guerra en que el país se ha visto envuelto…” Ogazón declaró la extinción del Seminario Conciliar y de la Universidad de Guadalajara, ya que “es un deber del gobierno quitar las armas de las manos de sus enemigos, y procurar la sólida instrucción de la juventud, para asegurar por este medio a la sociedad, ciudadanos útiles.” Los libros y mobiliario de esas dependencias pasaron al Liceo y al Instituto de Ciencias, sus edificios y propiedades raíces pasaron al control del gobierno estatal, dejando al clero solamente el llamado Colegio Clerical para impartir enseñanza religiosa.4 Buscando el ansiado retorno a la normalidad propia de los gobiernos civiles, Ogazón ordenó suspender las facultades extraordinarias “que las autoridades subalternas o jefes militares hayan tenido por cualquier título para imponer préstamos de cualquier naturaleza” para gastos de guerra. Toda autorización anterior quedaba cancelada y los particulares estaban en su derecho de resistir cualquier contribución no autorizada, debiendo dar aviso a la autoridad de este comportamiento ilegal.5 El 22 de diciembre tuvo lugar la última gran batalla de la Guerra de Reforma en San Miguel Calpulalpan, estado de México, en la que el general Miguel Miramón comandante de las fuerzas conservadoras fue completamente derrotado por el general Jesús González Ortega, dejando libre la ciudad de México donde Benito Juárez reinstaló el gobierno de la república el 17 de enero de 1861. En Guadalajara el triunfo de Calpulalpan provocó la euforia de los grupos liberales y la tristeza y amargura de los tapatíos conservadores. Ogazón tenía motivos más que suficientes para sentirse orgulloso, pues durante la guerra, de las treinta batallas importantes que definieron el rumbo de la contienda, 15 fueron libradas en primer término o de manera exclusiva por la División de Jalisco, de las cuales 12 se verificaron en territorio jalisciense y en todas estas acciones, el mérito de Ogazón fue indiscutible.

4

Ibid., p. 6-8.

5

Ibid., p. 5-6. 15


La guerra civil había concluido pero la ansiada época de paz y desarrollo que aspiraban todos los mexicanos aún estaba muy lejos. Había que reconstruir a la nación desde sus cimientos y reforzar los lazos rotos dramáticamente de una sociedad dividida en bandos antagónicos, hasta ese momento irreconciliables. Las circunstancias exigían entonces, la atención decidida a multitud de problemas, entre los cuales, la pacificación del país era el más apremiante. Pululaban por el territorio estatal multitud de grupos armados dispuestos a ejercer la violencia contra los ciudadanos pacíficos. Algunos eran restos del ejército conservador que se resistían a rendirse y someterse al gobierno republicano, muchos otros grupos eran simples gavillas de asaltantes, que en la confusión de la guerra civil, habían encontrado en el robo, el secuestro y el pillaje, una manera de vivir a la que se negaban a renunciar y seguían perpetrando todo tipo de trapacerías entre la población. Para combatirlos, Ogazón decretó el 23 de diciembre de 1860, la primera de muchas leyes contra ladrones y asesinos que se promulgarán en el estado durante los siguientes meses. El procedimiento de justicia señalado es expedito, pues los ladrones y asesinos “que con violencia roben o asesinen en poblado o despoblado y que sean aprehendidos en el acto de cometer el delito …” serán pasados por las armas. Las autoridades de policía o simples ciudadanos que detuvieran a los malechores en algún poblado, debían ponerlos a disposición de la autoridad competente, quien de inmediato “asociado con dos vecinos honrados del lugar” erigirán un jurado de averiguación y de sentencia, que en audiencia pública valorará la declaraciones de las partes, así como la presentación de las pruebas de cargo y descargo: “En estos juicios, solo se admitirá la prueba moral, y el jurado absolverá o condenará en una sola sesión.” Si el acusado es declarado culpable, deberá ser ejecutado al día siguiente.6 El segundo paso de esta estrategia fue recoger la multitud de armamento y municiones que habían quedado en manos de particulares, quienes deberían entregarlo en diez días a partir del 24 de enero de 1861. Los rifles, carabinas y fusiles de percusión en buen estado y con bayoneta serían pagados a seis pesos, sin bayoneta a cinco; los fusiles de chispa entre cuatro y tres pesos,

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Colección de los decretos, circulares y órdenes…, t. I; p. 9-13. 16


y los mosquetes en tres pesos. Las balas de cañón, granadas u otro tipo de proyectiles de guerra serían “pagados a precios convenientes.”7 Manuel Lozada: una piedra en el zapato A finales del mes de enero de 1861, Ogazón solicitó al Congreso un mes de licencia para dirigirse al cantón de Tepic al frente de una columna militar para hacer campaña en contra de Manuel Lozada, quien se había desligado del partido conservador y de la influencia de la poderosa Casa Barrón Forbes, y emergía como líder de las comunidades indígenas de la región. Durante la Guerra de Reforma, liberales y conservadores habían mantenido numerosos enfrentamientos en aquel territorio, por lo que ambos eran viejos contendientes, y las expectativas de Ogazón, de un rápido triunfo no le eran favorables. Al instalarse en Tepic, Ogazón, desde su cuartel general solicitó la rendición de Lozada y de los cientos de indígenas que lo secundaban en la lucha por la recuperación de las tierras que los hacendados vecinos les habían arrebatado. Al no obtener ninguna respuesta se organizó un plan de ataque bajo las órdenes del coronel Antonio Rojas, temible por la fiereza con la que combatía, iniciándose de inmediato las hostilidades en contra de las comunidades indígenas. Para Ogazón, Manuel Lozada y sus contingentes eran simples criminales que se negaban a reconocer a las autoridades legítimas, por lo que era preciso exterminarlos, y para justificar su actuación, el 5 de febrero, antes de regresar a Guadalajara publicó un decreto para “someter a su obediencia a los bandidos que forman la gavilla de Álica”, en el que se condenó a muerte a todos los indígenas alzados en armas, y la total extinción de los pueblos de San Luis, Tequepespan y Pochotitlán, advirtiendo que igual suerte correrán todos los pueblos “cuyos habitantes hagan causa común con las bandidos de Álica…”8 Sin poder derrotar a Lozada, Ogazón regresó a Guadalajara en donde su sobrino Ignacio L. Vallarta lo había sustituido de manera interina al frente del gobierno. Con toda seguridad el tío y el sobrino, ambos liberales

7  8

Idem. p. 17-18. Colección de los decretos, circulares y órdenes…, t. I; pp, 19-21 17


radicales definidos como “puros”, muy preparados e inteligentes, tuvieron largas pláticas en torno al papel que debían jugar las comunidades indígenas en la nueva sociedad que estaba construyéndose. Para ellos, en el marco de la concepción individualista que postulaba el liberalismo, les quedaba muy claro que las viejas prácticas comunitarias enraizadas en las comunidades indígenas impedían su progreso y por lo tanto, les resultaba más incomprensible aún, que las comunidades se negaran a convertirse en dueños privados de su tierra, aceptando repartirla en parcelas individuales. Ogazón y Vallarta, y en general todos los liberales mexicanos, estaban convencidos de que las comunidades indígenas por su atraso cultural y su apego a sus tradiciones ancestrales eran un obstáculo para el desarrollo del país, y, en consecuencia, era necesario sacarlas de su ignorancia, aunque ellas se opusieran. Ogazón consideraba que si bien el sometimiento violento era una alternativa, podían encontrarse soluciones menos costosas desde el punto de vista social, por lo que alentó la colonización extranjera en el cantón de Tepic. Con ese proyecto en marcha, el 13 de octubre de 1861, Ogazón autorizó al aventurero norteamericano J.J. Millén el establecimiento de una colonia de granjeros en la sierra de Álica, en el corazón de los pueblos indígenas de Nayarit, con la peregrina idea de que las comunidades indígenas pudieran fincar su desarrollo a través de la imitación y el aprendizaje de las modernas técnicas de cultivo y de la comprensión del valor del esfuerzo individual, como motivadores de un cambio de actitud que supusiera el abandono de las raíces comunitarias, a favor del progreso individual. Aunque Millén logró convencer a 933 colonos en San Francisco, California, para participar “en el desarrollo de los numerosos y vastos recursos de un país que ha sido famoso desde el descubrimiento de América, por todo aquello que hace rico a un país…”, la intervención francesa en nuestro país, impidió la realización del proyecto. 9 De manera paralela, Ogazón al poner en vigor en Jalisco la Ley de Nacionalización de los Bienes del Clero expedida por Juárez en Veracruz el 12 de septiembre de 1859, expidió el 17 de mayo de 1861, un decreto que reglamentaba la entrega de los terrenos de las cofradías de los pueblos a las 9

AHJ. Archivo Histórico de Jalisco. Ramo Fomento, legajo 1864, carpeta núm. 13. 18


comunidades indígenas, hasta entonces en manos de la Iglesia, con base en las circulares del 5 y 6 de septiembre de 1860 del presidente Juárez, en las que declaraba que las cofradías que administraba el clero les pertenecían a los pueblos indígenas. Sin embargo, a diferencia de la Ley de Desamortización que obligaba a las comunidades a repartir sus tierras en parcelas individuales -lo que había provocado grandes levantamientos armados en Jalisco y en casi todo el centro del país-, en este decreto Ogazón, buscando restarle partidarios a Lozada y al derrotado Partido Conservador, estableció un proceso de reparto de las tierras de cofradía que no será rechazado por las comunidades. Entre los planteamientos más importantes de este decreto, se ordena: la instalación de comisiones repartidoras en cada una de las comunidades; la realización de un censo de las familias que serían beneficiadas y el reparto de los bienes, en tantas partes iguales como familias con derecho existieran. Ogazón reconoce que los indígenas preferían seguir trabajando la tierra de manera comunitaria, por lo que el artículo 8º del Reglamento previene esta posibilidad cuando señala que, las propiedades que no pudieran dividirse por oponerse a ello los indígenas: “los interesados podrán poseer en común, bajo los convenios legales que entre sí celebren como particulares”.10 No solo se trataba de hacer justicia a las comunidades, sino de sacarlas del control político e ideológico que la Iglesia había mantenido sobre los pueblos desde la Colonia. En una circular a todas las autoridades municipales, Ogazón les pide su apoyo para regresar a sus dueños originales los terrenos “a quien la codicia del clero había despojado…” En el texto, se afirma que era necesario mirar con interés “la suerte desgraciada de la raza indígena…” y hacerla sentir los goces de la civilización “emancipándola para siempre de la tutela del clero, que hasta hoy no ha sabido más que embrutecerla para poderla esquilmar…”11 Pero si Ogazón tuvo para la mayoría de las comunidades este gesto reivindicativo, no tuvo la misma actitud para entender las causas del movimiento agrario de Lozada y por el contrario, endureció su postura y el 17 de junio, expidió un decreto por demás severo al declararlo fuera de la ley:

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Colección de los Decretos, Circulares y Ordenes…, Tomo I; p. 74)

11

Loc. cit.; p. 66. 19


… y de toda garantía en sus personas y propiedades a los asesinos y ladrones Manuel Lozada, Carlos Rivas, Fernando García de la Cadena y Jesús Ruiz (a) “Colimilla”, ofreciendo diez mil pesos al que diera muerte a Lozada y 5000, al que matase alguno de los otros.12

Pero no todo giraba en torno a las demandas indígenas y su regreso a Guadalajara, Ogazón, también debió atender los llamados urgentes de diferentes grupos liberales para restituir de inmediato el orden constitucional, por lo que 8 el de marzo de 1861, expidió la convocatoria a elecciones generales en el estado, en la que se elegirían gobernador, diputados y autoridades municipales. Una vez satisfecha esta demanda, Ogazón buscó hacerle llegar a su gobierno, fondos suficientes para realizar las funciones administrativas y garantizar los salarios de la burocracia estatal. Un recurso socorrido fue la venta de los terrenos del clero nacionalizados por las Leyes de Reforma, y en uso de las facultades extraordinarias que aún ejercía, el 29 de abril publicó un decreto que señala: Art. 1º Los bienes raíces que pertenecieron al exconvento del Carmen, a los extinguidos Seminario y Universidad, a los hospitales de Belén y San Juan de Dios, a los colegios de San Diego y Santa Clara y a las escuelas pías, y que no estuvieran legalmente enajenados conforme a las leyes de 25 de junio de 1856, y de 12 y 13 de julio de 1859, se venderán en los términos que designa esta ley. Art. 2º La venta se hará en almoneda pública en la dirección general de rentas del estado, previo valúo que se haga de las fincas por dos peritos y un tercero en caso de discordia, y siguiendo todas las prescripciones del derecho común respecto de los trámites y formalidades de la almoneda. 13

Otro procedimiento para obtener recursos era señalar cantidades de numerario a los cantones del estado, para que las autoridades municipales se encargaran de recaudarlo de manera forzosa entre las familias mas ricas y depositarlo en las oficinas de rentas del estado. Bajo este esquema, Ogazón, el 8 de mayo de 1861, aplicó a los cantones de Lagos, La Barca, Sayula, Zapotlán y Ahualulco, la cantidad de diez mil pesos a cada uno, seis mil para Autlán y Colotlán, y cinco mil pesos a Tepic.14 12

Idem. p. 83.

13

Colección de los decretos, circulares y órdenes…, t. 1; p. 61-64

14

Ibid., p. 64-65. 20


El contexto nacional Las secuelas económicas y sociales de la guerra civil fueron tan devastadoras para el país al grado que, como nunca en su historia, la existencia de México como nación libre e independiente estuvo verdaderamente en riesgo. El gobierno federal al cabo de tres años de intensos combates se encontró con una nación en ruinas y una sociedad profundamente dividida, herida aún, por el odio radical con el que ambos bandos se enfrascaron para destruirse. Como si el país no viviera suficientes calamidades, el gobierno de Juárez enfrentaba una férrea oposición que desnudaba la división del bando liberal en múltiples grupos que aspiraban al poder, teniendo como principales voceros de la intriga a Guillermo Prieto e Ignacio Manuel Altamirano, quienes desde posiciones radicales cuestionaban la tibieza del gobierno para castigar a los conservadores y abiertamente alentaban a Jesús González Ortega a tomar el poder. El 9 de mayo de 1861, Juárez se dirigió al Congreso e hizo entrega de sus poderes extraordinarios. Todos los ministros presentaron su renuncia por lo que el presidente nombró a León Guzmán al frente del ministerio de Relaciones, a Joaquín Ruiz en Justicia, el general Ignacio Zaragoza continuó al frente del ministerio de Guerra y algunos días después a falta de figuras de mayor peso que quisieran ocupar el cargo, el jalisciense José María Castaños asumió la cartera de Hacienda. En medio de la inquietud política de los grupos interesados en eliminar a Juárez del gobierno, surgieron noticias que alteraron aún mas la disputa por el poder. Primero fue la captura y muerte de Melchor Ocampo por una banda conservadora, cuando visitaba su hacienda “Pomoca” en Michoacán, el tres de junio. El general Santos Degollado, despedido del ejército y desacreditado ante los liberales por su iniciativa para pactar una armisticio con los conservadores a cambio de la salida de Juárez del gobierno, solicitó al Congreso permiso para buscar a los asesinos de Ocampo, que le fue concedido, sin embargo también cayó en una emboscada en la que perdió la vida, como igual sucedió con el joven general Leandro Valle quien en su afán de vengar la muerte de Ocampo y Degollado, fue capturado y fusilado el 23 de junio. Ante tamaño desastre, el

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general González Ortega organizó una formal campaña militar en Michoacán para combatir las guerrillas conservadoras.15 En medio de estos inquietantes acontecimientos, Juárez a pesar de los esfuerzos de la oposición, fue electo presidente de la república tomando posesión del cargo el 15 de junio; no obstante, una minoría de diputados todavía alentó el proyecto para sustituirlo por un triunvirato integrado por González Ortega, Manuel Doblado y José López Uraga el cual fue desechado por la Cámara. Poco después, el 27 de junio, el Congreso eligió a González Ortega como Presidente de la Suprema Corte de la Nación y virtual sustituto de Juárez ante cualquier crisis de su gobierno. El 17 de junio, presentaron su renuncia al gabinete los ministros Castaños y Guzmán, y el presidente tuvo muchos problemas para integrar nuevos colaboradores, pues nadie quería comprometerse con un gobierno que pensaban caería en cualquier momento. Finalmente el 13 de julio logró conformar un nuevo gabinete con Manuel María Zamacona en Relaciones; Blas Balcárcel en Fomento; Joaquín Ruiz en Justicia; el general Zaragoza en Guerra, y José H. Núñez en Hacienda.16 Fue a partir de este momento que el gabinete, en sesiones secretas, empezó a discutir la posibilidad de suspender los pagos de la deuda interna, lo que no habría significado ningún problema diplomático; sin embargo, en el curso de las discusiones se propuso también, suspender el pago de los convenios (deuda externa) durante dos años. Aunque Zamacona nunca dio su aval tácito a esta propuesta, el proyecto fue presentado al Congreso, en donde los diputados, coincidiendo con el punto de vista del Ejecutivo, el 17 de julio, expidieron la Ley que suspendía el pago de los adeudos nacionales y extranjeros durante dos años. 17 Desde el punto de vista diplomático las cosas se manejaron muy mal y los representantes extranjeros acreditados en México solo se enteraron de la decisión del gobierno cuando ésta apareció publicada en la prensa, y desde

15

Scholes, Walter V. Política mexicana durante el régimen de Juárez: 1855-1872. México, 1972. Fondo de Cultura Económica; pp. 104-105. 16

Loc. cit.; p. 108.

17

Scholes. Op. cit., p. 109. 22


luego se sintieron insultados y en respuesta, el 25 de julio, Francia, España e Inglaterra rompieron relaciones diplomáticas con México. La decisión del gobierno de México, de pronto les dio la razón a quienes en Europa abogaban por una intervención extranjera en el país, sobre todo a José María Gutiérrez Estrada y el cura José Manuel Hidalgo, los principales promotores de este proyecto. Elementos del clero y conservadores exilados pregonaban las virtudes de un gobierno con monarca europeo, capaz de restaurar el orden en la convulsionada sociedad mexicana. También las empresas especuladoras de los bonos de la deuda interna y externa estaban interesadas en la intervención, de la que esperaban obtener grandes ganancias. Al proyecto intervencionista se sumó un importante grupo de mexicanos que pensaba que la única manera de frenar la expansión norteamericana, era que México tuviera un gobierno extranjero en alianza con una potencia europea.18 Inglaterra, Francia y España firmaron en Londres el Tratado Tripartita el 30 de octubre de 1861, en el que acordaron intervenir en México para el cobro de las deudas. Al arribo de las flotas de guerra Veracruz en enero de 1862, el gobierno mexicano apeló a la diplomacia para encontrar una solución pacífica firmándose el Convenio de la Soledad el 19 de febrero. Inglaterra y España aceptaron los términos del acuerdo propuesto por México para garantizar el pago de la deuda, en tanto que Francia los rechazó, por lo que se disolvió la alianza europea y Francia decidió intervenir militarmente y apoyar la instalación de una monarquía con un príncipe europeo. Imposible retorno a la vida institucional. Entre tanto, en Jalisco, pero sobre todo en Guadalajara, donde aún eran notorios los estragos derivados de la guerra civil que dejó los campos arrasados e improductivos y a su ciudad capital prácticamente en ruinas, el gobernador Ogazón recurrió una vez más a los terrenos nacionalizados a la Iglesia para obtener recursos por ciento quince mil pesos. El 28 de junio de 1861, se decretó la circulación forzosa de ciento quince mil pesos “de escrituras de capitales impuestos por el clero sobre fincas rústicas 18

Loc. cit.; p. 110. 23


y urbanas…”, los que fueron repartidos entre un centenar de los personajes más ricos del estado. Los señalados en dicha lista debían entregar en tres pagos a mas tardar en un mes de plazo, la cantidad que se les había asignado en el decreto, por lo que recibirían además de las escrituras sobre terrenos del clero, un premio de dos por ciento mensual a quienes cubrieran su cuota puntualmente. A la mayoría de los enlistados les asignaron cuotas de 100 a 500 pesos, pero destacan algunos de ellos, seguramente por ser los mas ricos: 1000 pesos: Bienes del Padre Barajas, José María Cabrera, Luis Corro, Ignacio Cañedo Ilizaliturri, Vicente González, Ignacio Quevedo, Antonia Rivera de Luna, Manuel Rivera y Margarita Ruiz Esparza. 1500 pesos: Guadalupe Barragán, González Guerra y Cía., Mateo González Hermosillo y Josefa Parra de Vallarta. 2000 pesos: Casimiro Aldrete y Hnos., Cástulo Gallardo y Valente Quevedo. 2500 pesos: Ángel Camarena y Miguel Ireneo Gómez. 3000 pesos: Josefa Estrada, Pablo Navarrete, Bienes de Rincón Gallardo en Lagos, Cástulo San Román, Clemente San Román y Francisco Marín Sánchez de San Juan. 4000 pesos: Sotero Prieto. 5000 pesos: Álvarez Araujo y Cía. 6000 pesos: José Palomar.19

El listado no exime a nadie por razones ideológicas, todos los ricos fueron incluidos ya fueran sacerdotes, viudas ricas, fervientes conservadores como José Palomar o militantes liberales como Sotero Prieto. El famoso “Burro de Oro” Francisco Velarde de La Barca, no era tan rico pues tan solo le asignaron una cuota de 600 pesos. Finalmente el estado fue regresando al orden constitucional y el 2 de julio, la Comisión Permanente de H. Congreso del estado publicó la lista de diputados propietarios y suplentes con derecho a concurrir a formar la siguiente legislatura, la que quedó integrada de la siguiente manera: Propietarios: Antonio Molina, Espiridión Moreno, José María Cañedo, Justo V. Tagle, Justo Merino, José María Castaños, Manuel Rodríguez, Ramón Luna, Ramón Hijar y Haro, Severo Velázquez y Salvador Brihuega. Suplentes: Albino Aranda, Agustín Michel, Amado Santa María, Juan León Valdés, Juan Padilla, José María

19

Colección de los decretos, circulares y órdenes…, t. I; pp. 85-95. 24


Gutiérrez, Manuel Olazagarre, Mariano Ornelas, Manuel Villalobos, Norberto Barba y Laureano García.20 Este grupo de diputados que inició sus sesiones el 25 de julio, como sucederá más adelante con el Supremo Tribunal de Justicia del Estado, fue integrado por liberales en su mayoría de corte moderado, derrotando a casi todos los candidatos propuestos por el “Partido Liberal Puro” dirigido por Ogazón lo que reflejaba de alguna manera, el cansancio de los electores hacia las posturas radicales que se expresaban desde el gobierno estatal. A pesar de ello, Pedro Ogazón fue reelecto como gobernador constitucional del estado, en reconocimiento a su destacado papel durante la Guerra de Reforma, cargo que debía asumir el cargo a partir del 1º de agosto. Como insaculados, una especie de gobernador sustituto previsto en la Constitución local de 1857, fueron elegidos su sobrino, el licenciado Ignacio L. Vallarta, Anastasio Cañedo y Gregorio Dávila, todos ellos, actores de primer orden en el seno del liberalismo radical. Con las elecciones municipales resueltas desde mediados del mes de julio, el ciclo legal para restituir el orden constitucional en todos los órdenes de gobierno, quedó completo el 8 de agosto, cuando el Congreso del Estado publicó la lista de los magistrados electos para integrar el Poder Judicial del estado. En el Supremo Tribunal de Justicia del Estado quedaron como magistrados propietarios: Gregorio Dávila (del grupo radical de Ogazón), Andrés Terán, Albino Aranda, Leonardo Angulo y José Ramón Solís; el fiscal electo fue Fermín González Riestra. Como magistrados suplentes: Juan Genaro Robles, Anastacio Azco, León Gómez, Albino Uribe, Félix Barrón y como fiscal suplente José María Ortiz. En tanto que los magistrados electos al Tribunal de Justicia fueron: Anastasio Cañedo (del grupo de Ogazón), Jesús Camarena, José María Macedo, Ramón Luna, Trinidad Sánchez Aldana y Diego Ignacio Trejo.21 En la composición del Supremo Tribunal de Justicia como se había señalado antes, fueron mayoría los elementos moderados ratificándose el deseo de la sociedad de abandonar las posturas radicales en pos de la conciliación y la reunificación de los jaliscienses. El 1º de agosto Ogazón pidió licencia por un mes, siendo sustituido por su sobrino Ignacio L. Vallarta. Tras años de combates, Ogazón se tomó 20

Loc. cit., p. 103-104.

21

Colección de los Decretos, Circulares y Ordenes…, t. I; p. 286-287. 25


un tiempo para atender sus negocios personales al punto de la ruina por el abandono en que habían permanecido. Durante los primeros meses de nuevo gobierno, se decretaron numerosos impuestos y gravámenes que provocaron enojo y rechazo de la población, perdiendo el gobierno mucho del prestigio ganado anteriormente. Casi toda la propiedad rústica estaba gravada con créditos hipotecarios o capellanías a favor de la Iglesia, y como se dieron facultades a los jefes militares para que exigieran los pagos de bienes nacionales, se cometieron muchos atropellos que llevaron a la ruina a la agricultura. El impacto de la crisis fue tan grave que, millares de familias de todo el estado y “muy particularmente del gremio de los reboceros y artesanos de Guadalajara, salieron tantos para León y Guanajuato que su número puede calcularse en veinte mil personas”.22 El 4 de septiembre Ogazón reasumió el gobierno estatal enfrentando numerosos problemas que complicaban aún más la buena marcha de la administración. A la interminable crisis económica se sumaron el repunte de las acciones violentas de bandas de antiguos conservadores en diferentes localidades del estado; la división creciente del grupo liberal a consecuencia de la crisis política que vivía el gobierno de Juárez, sujeto a las presiones del Congreso Nacional y la crítica de actores importantes como Jesús González Ortega, Guillermo Prieto y de Ignacio Manuel Altamirano, así como la tensión generada por las noticias que llegaban del extranjero respecto de una inminente invasión armada en protesta por la suspensión del pago de la deuda externa. Decidió Ogazón solicitar una nueva licencia en el mes de diciembre de 1861 para enfrentar de nuevo a Lozada a quien trata de derrotar de manera definitiva; sin embargo a finales del mes, fue informado del desembarco en Veracruz de una flota de guerra española y que el presidente Juárez estaba solicitando el mayor número posible de soldados para defender la soberanía nacional. Ogazón que tenía acorralado a Lozada, se desconcertó con la noticia y quiso regresar a Guadalajara de inmediato, pero antes intentó obtener una rápida victoria y lanzó un par de ofensivas sobre las posiciones de Lozada, sin poder vencer las fortificaciones que los indígenas habían levantado en las faldas de las montañas de la sierra de Álica. Preocupado por la amenaza extranjera y sin posibilidades de alcanzar la victoria, aceptó pactar con Lozada, y el 1º 22

Luis Pérez Verdía, 1952; t. III, p. 204. 26


de febrero de 1862, se firmaron los Tratados de Pochotitlán, por los cuales se disolvían las fuerzas lozadistas y el gobierno del estado se comprometía a garantizar la vida de sus líderes: Lozada, Carlos Rivas y Fernando García de la Cadena y atender la cuestión del reparto agrario, que era la bandera más importante de la rebelión.23 Ogazón al frente de sus tropas llegó a Guadalajara el 9 de febrero encontrando una sociedad inquieta y temerosa ante la amenaza de una invasión. Durante su ausencia, Vallarta que había quedado como gobernador sustituto, enfrentó numerosos problemas pero el mas serio de todos, fue su negativa para promulgar los decretos 38 y 39 aprobados por el Congreso del Estado. El decreto 38 declaraba libre, en lo correspondiente a su administración interna a los ayuntamientos del estado; este acuerdo fue recibido con fiestas en muchas poblaciones. Por su parte el decreto 39, era la nueva Ley de Hacienda que decretaba la creación de los impuestos directos y la eliminación de las alcabalas y demás imposiciones indirectos. Ambos fueron considerados anticonstitucionales por Vallarta, quien prefirió renunciar antes que sancionarlos. Ogazón se encontró entonces con un gobierno acéfalo, ante un Congreso que le exigió que asumiera sus funciones o se designara un nuevo insaculado que promulgara los decretos aprobados por los diputados locales. Ogazón no encontró otro medio para resolver el conflicto que solicitarle al presidente de la república que declarara a Jalisco en estado de sitio, para de esa manera “hacer a un lado a la estorbosa legislatura”. No obstante lo anticonstitucional de la medida solicitada, Juárez atendió la petición y expidió la declaratoria correspondiente el 14 de febrero, nombrando a Ogazón Gobernador y Comandante Militar. La situación de Jalisco a principios de 1862 no podía ser peor: en el cantón de Tepic se mantenía activa la rebelión de Lozada a cuya sombra se movían los grupos conservadores de la región; el desconcierto campeaba en la administración estatal y los problemas se eternizaban sin que nadie les diera solución; el orden constitucional había sido suspendido de manera arbitraria; la discordia evidenciaba las diferencias existentes entre los distintos grupos liberales; había penuria económica; un bandidaje descontrolado; descontento social creciente; y lo más grave, la amenaza de una próxima invasión extranjera, que alentó a los miembros del Partido Conservador a reorganizarse, pues veían 23

Colección de los decretos, circulares y órdenes…t.,I; p. 366. 27


en esta intervención la oportunidad para deshacerse de los liberales, a quienes atribuían todos los males que aquejaban al país. Ogazón: ni ata, ni desata El 29 de abril de 1862, el presidente Juárez ordenó a Jesús González Ortega la formación del cuerpo de Ejército del Interior, con los contingentes de los estados de San Luis Potosí, Zacatecas, Sinaloa, Jalisco y Aguascalientes. En respuesta, el gobierno de Jalisco envió un contingente al mando del general Luis Ghilardi, segundo comandante de la División de Jalisco, con el fin de reunirse en Querétaro para defender la ciudad de México. La inesperada victoria en Puebla el cinco de mayo, detuvo la integración final de esta fuerza y González Ortega fue nombrado gobernador y comandante militar de San Luis Potosí, pero las fuerzas de Ghilardi ya no regresaron a Jalisco pues recibieron órdenes de hacer campaña en Querétaro. Ante el avance de las tropas francesas hacia la ciudad Puebla, el ayuntamiento de Guadalajara, el Tribunal de Justicia del Estado y el Cabildo Eclesiástico de Guadalajara con el concurso de los canónigos José Luis Verdía, Juan José Caserta, Jesús Ortiz, Juan Nepomuceno Camacho y José María del Refugio Gordoa, expresaron su repudio a la intervención francesa, considerándola una amenaza para la independencia y la soberanía de la nación.24 Esta intervención del Cabildo Eclesiástico de Guadalajara fue reconocida por el presidente Juárez, quien en su decreto de 30 de agosto de 1862, dispuso en el artículo 2º “Se suprimen en la presente crisis los cabildos eclesiásticos de toda la república, con excepción del de Guadalajara, por su patriótico comportamiento.”25 La invasión extranjera reanimó a los partidarios del viejo régimen y Jalisco se vio inundado de grupos armados ya guerrilleros conservadores, o simples bandidos y asesinos, que causaban todo tipo de tropelías en diferentes regiones del territorio estatal. El 6 de marzo de 1862, el gobernador Ogazón 24

Olveda, Jaime. El obispo y el clero disidente de Guadalajara durante la reforma liberal. Coordinador: Los obispados de México frente a la reforma liberal. Guadalajara, Méx., 2007, El Colegio de Jalisco; p. 128. 25   Pérez Verdía, Luis. Biografías. José Luis Verdía. Jesús López Portillo. Su influjo en el desarrollo político e intelectual de Jalisco. Guadalajara, Méx., 1952, Instituto Tecnológico de la Universidad de Guadalajara; pp. 28-31. 28


decretó una nueva ley contra ladrones y asesinos, mucho más severa que la que había promulgado apenas meses atrás. Ogazón acusa a la “reacción agonizante” de pretender sistematizar la anarquía social, queriendo hacer aparecer a la nación como una “sociedad desorganizada, sin moral, sin garantías e incapaz de reprimir los males que sus mismos enemigos están empeñados en producir…”26 La nueva ley, elimina la detención in fraganti del acusado de un delito para ser pasado por las armas, y bastará, según la nueva disposición, un juicio oral y público, en que se presentarán acusaciones y actos de defensa, y en una sola sesión, el jurado declarará la culpabilidad o inocencia del acusado. Los señalados culpables serían fusilados al día siguiente. Ante la escasez generalizada de recursos económicos en el país para enfrentar la intervención extranjera, el gobierno de Juárez instó a los gobiernos estatales a contribuir en la defensa nacional, en la medida de sus posibilidades, ya con soldados o con recursos económicos. Jalisco no contaba ni con uno, ni con lo otro, y el compromiso del gobierno estatal de contribuir con dos batallones de soldados para combatir en las filas del Ejército nacional, así como la formación de varias brigadas de voluntarios para combatir la criminalidad, estaba muy retrazado por la falta de recursos económicos. Ogazón debió recurrir al financiamiento ciudadano forzoso para equipar y armar algunas tropas y enviarle recursos económicos al gobierno federal. El 28 de abril impuso en los estados de Jalisco y Colima –que por las facultades extraordinarias quedaron bajo su jurisdicción-, una contribución extraordinaria de guerra “a todos los capitales inmuebles, muebles, industriales, mercantiles y profesionales” mayores de dos mil pesos, los que debían pagar 16 pesos mensuales, la cuarta parte del haber de un soldado de caballería.27 De esta fecha hasta el mes de octubre de 1862, Ogazón recurrió a las contribuciones extraordinarias y a los préstamos forzosos para atender las necesidades del estado en materia de guerra y seguridad pública. El 21 de junio impuso un préstamo extraordinario por 200 mil pesos a los capitalistas más ricos del estado.28 El 21 de agosto se pusieron en circulación 207 mil pesos en bienes de la Instrucción y beneficencia públicas repartidos entre los 26   Colección de los decretos, circulares y órdenes…, t. I; p. 400 27

Loc. cit., p. 411-412.

28

Idem., p. 428-430. 29


capitales más importantes de Guadalajara; entendida esta medida, como una compra obligatoria de dichos bienes de acuerdo a la lista de nombres publicada en el decreto.29 También las clases medias fueron requeridas por Ogazón para contribuir de manera forzosa en los gastos de guerra, y el 23 de octubre se impuso un préstamo obligatorio por un total de 54, 525 pesos a más de un centenar de medianos y grandes propietarios, profesionistas, comerciantes y rancheros, a los que se les asignó una cotización en función de sus posibilidades, préstamo que les sería pagado a los contribuyentes con los productos de las rentas generales del estado, lo que representaba una verdadera calamidad ya que las rentas del estado estaban en uno de los momentos más críticos de la administración estatal, y los contribuyentes debían asumirlo como una pérdida segura.30 A pesar de estos esfuerzos las cosas iban de mal en peor, y a diario se incrementaba la presencia y la fuerza de combate de las guerrillas conservadoras en Jalisco, al grado de que el 15 de octubre una brigada que con grandes esfuerzos Ogazón había equipado y armado, fue sorprendida en las cercanías de Jalostotitlán, cuando se dirigía a incorporarse al Cuerpo de Ejército de Oriente en Querétaro. La brigada de Colima había sido capturada sin hacer la más leve resistencia por una partida irregular de 300 salteadores. Ogazón empezó a desesperarse; los problemas lo abrumaban, las gavillas pululaban por todo el estado a pesar de los esfuerzos de su gobierno por exterminarlas; las fuerzas de Lozada y del conservador Remigio Tovar eran una constante amenaza en Nayarit y en el cantón de Mascota; los conservadores jaliscienses conspiraban para derrocar su gobierno y sumarse a las tropas intervencionistas; ante tal desastre, Ogazón decidió pedir ayuda. Después del desastre de Jalostotitlán, Ogazón envió una carta urgente a su amigo el general y gobernador de Guanajuato, Manuel Doblado, describiendo el triste panorama del estado. Le dice que: “Jalisco es hoy un foco activísimo de la reacción sobre el que se dirigen los deseos de los mismos reaccionarios, creyendo que apoderándose de su suerte, eso les basta para dar el mejor auxilio posible a los invasores.” El triunfo de la reacción en Jalisco, le advierte Ogazón, “sería para nosotros una desgracia igual a la derrota del ejército de Oriente.” Expone la carencia de tropas y de dinero para emprender una campaña contra las guerrillas 29

Idem., p. 451-453.

30

Loc. cit., p. 482-490. 30


conservadoras y las gavillas de asaltantes, y finalmente le pide auxilio, para que mande fuerzas de caballería al cantón de Lagos a perseguir una activa guerrilla conservadora que prácticamente se había apoderado de aquella región.31 El general Doblado le contestó casi de inmediato que preparaba una fuerza de 1500 hombres para ingresar a Jalisco en apoyo de su gobierno. Pero como nunca faltan las insidias, el 20 de octubre, León Angulo, un tapatío crítico de Ogazón, también escribió al general Doblado pidiendo a título personal, ayuda “para salvar a este estado de la próxima catástrofe que le amaga”. Aunque en general coincide con Ogazón en lo relativo al crecimiento de las bandas de asaltantes y de guerrillas conservadoras, desliza una severa crítica a la actuación de las autoridades locales. Afirma Angulo32 que: El verdadero origen de esta situación horrorosa, es la falta de cabeza en nuestros mandarines y la aptitud y honradez en la mayoría de los jefes y oficiales. Declarado Jalisco en estado de sitio e investido del carácter de comandante general a su gobernador, que tiene la modestia de confesarse no solo ignorante en la materia, sino sin voluntad ni afición a la carrera de las armas, no dicta por si medidas para remediar el desorden y desconcierto en que se halla el estado, ni acepta consejos de los que se los dan, ni debe esperarse la cooperación de sus subalternos para la conservación del orden, por la incapacidad e inmoralidad relativa de ellos.33

En el momento en que le escribo, le dice Angulo, el estado está acéfalo porque “el señor Ogazón, se encuentra encerrado en su casa atacado de una fiebre catarral, sin dejarse hablar de nadie…”, no ata ni desata y si tuviera que ser sustituido en el mando militar por agravarse la enfermedad, el sustituto se encontraría, con que: No hay un solo peso de que disponer para el socorro de una guarnición de cerca de dos mil hombres que actualmente existe; no se cuenta ni con diez cajones de parque, ni con recursos para construirlo: los coroneles no tienen confianza de sus oficiales y éstos y los soldados odian y maldicen a aquellos porque los tienen encerrados y muertos de hambre. No hay policía y, en consecuencia, con la mayor impunidad, se forman los clubes reaccionarios y trabajan en aumentar el desconcierto.

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Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. Jorge L. Tamayo, selección y notas. Edición Digital. México, 2006. Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco-Ayuntamiento de Zapopan; tomo 7; capítulo LXIII, p. 20. 32

Entre los magistrados propietarios del Supremo Tribunal de Justicia del Estado se encuentra Leonardo Angulo ¿es suya esta carta?, ¿o es de algún hermano? 33   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 7; pp. 24. 31


El comercio está en una completa paralización, porque la absoluta falta de seguridad en los caminos tiene interrumpido el tráfico; los víveres, aun los de primera necesidad, disminuyen en cantidad y suben de valor; el hambre de la clase media y del pueblo se hace ya notar de un modo alarmante y, en fin, todas las clases de la sociedad viven en un constante desasosiego, esperando por momentos un drama sangriento, un desquiciamiento universal de funestísimas consecuencias.34

Si bien esta carta describe con nitidez el desorden administrativo y la ausencia de una dirección militar competente, no puede obviarse el sentido político de la misma, pues como hemos señalado anteriormente, Ogazón, con su radicalismo, había venido perdiendo su gran prestigio obtenido en la Guerra de Reforma. Tampoco puede pasarse por alto la renuencia de Ogazón y su pequeño grupo político a escuchar ideas distintas a las suyas. Así pues, tenemos en Jalisco un gobierno sordo ante las voces de los otros grupos liberales, y a un gobernador que empieza a dar muestras de cansancio después de cinco años de intensa lucha. Manuel Doblado: vino, vio y salió No solo el magistrado Angulo se dirigió al general Doblado en busca de su intervención para sacar a Jalisco del caos en que lo tenía inmerso el gobernador Pedro Ogazón; casi en los mismos términos lo hicieron los magistrados Gregorio Dávila y Jesús Camarena, y el doctor en filosofía y miembro del Cabildo eclesiástico de Guadalajara, Juan José Caserta, todos ellos liberales moderados que pugnaban por el fin del gobierno radical de Ogazón. Con base en estas demandas, Doblado, también un liberal moderado tendiente a conservador, comentó la situación con el presidente Juárez, quien decidió nombrarlo gobernador de Jalisco el 11 de noviembre, convirtiéndose en gobernador y comandante militar de dos estados al mismo tiempo. Ogazón se encontraba en campaña en el puente de Tololotlán cuando se enteró del nombramiento de Doblado, por lo que de inmediato regresó a Guadalajara para formalizar la entrega del poder. El 15 de noviembre Doblado asumió el cargo con mas voluntad y confianza que conocimiento del tamaño del problema al que se enfrentaba, ya que apenas el 21 de octubre, en las mesas de 34   Loc. cit.; p. 25. 32


San Juan en el municipio de Tonalá, la brigada al mando del coronel Leónidas Torres había sido completamente derrotada por una fuerza conservadora de más de tres mil hombres, que amagaron con atacar la ciudad de Guadalajara.35 Las fuerzas conservadoras partidarias de la intervención se fortalecían de manera vertiginosa en el estado, en tanto que las fuerzas liberales carecían de dirección adecuada y de suficientes elementos de guerra para combatirlas adecuadamente. Tratando de desacelerar la rebelión, Doblado el 16 de noviembre expidió una ley de amnistía en la que ofrecía todo tipo de garantías a quienes dejaran las armas. Ese día, Doblado cumpliendo órdenes expresas de Juárez, escribió al general Plácido Vega, gobernador de Sinaloa, ordenándole que a la brevedad posible, se dirigiera a Jalisco al frente de sus tropas y le recomendó “en lo privado que por ningún motivo ni pretexto siga usted gastando los productos de esa aduana marítima”. Se refería Doblado a la aduana de Mazatlán, una de las pocas fuentes de ingresos de las que podía disponer el gobierno de la república para sostener sus fuerzas armadas. Y le advierte: Necesitamos ayudar al señor presidente con obras y no con palabras. Ningún gasto, sea el que fuese, puede usted tener en esa, que sea comparable con aquél. Cuento, pues, con que esta vez, oirá la voz del amigo que penetra el tamaño del peligro en toda su extensión y quiere que usted no incurra con su resistencia en una nota que sólo merecen los traidores. El señor presidente ha confiado en mi para hacerle llevar los productos de Mazatlán y Manzanillo y yo le he ofrecido que los tendrá, por usted y yo y todos no ahorraremos sacrificio para ayudarle en el trance terrible porque está pasando.36

La lucha por los productos de las aduanas fue una constante entre los gobiernos estatales y el gobierno federal ya que había pocas fuentes de ingresos seguras para costear la guerra. Muchos gobernadores acudían a estos ingresos producto de los impuestos recabados por las mercancías descargadas en los puertos, para sostener algunas tropas y el funcionamiento de la administración. Pero no faltaron quienes disponían de estos ingresos de manera discrecional para sus propios fines políticos, como estaba sucediendo con De la Vega en Sinaloa y Santiago Vidaurri en Nuevo León y Tamaulipas.

35   Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (AH. SEDENA) En Línea. Legajo 512; expediente 8931; fojas 2-3. 36

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 7; capítulo LXIII, p. 88. 33


Muy pronto Doblado se dio cuenta del embrollo en que se había metido y a menos de diez días de asumir su cargo le escribió a Juárez una misiva por demás crítica al gobierno de Ogazón. Le dice: Pintar a usted con exactitud la anarquía que devora este estado, sería trabajo de muchos pliegos y siempre la imaginación de usted se quedará muy atrás de la espantosa realidad que aquí pasa. Mi antecesor expidió una circular facultando omnímodamente a todas las autoridades del estado para que organizasen cuantas fuerzas y guerrillas pudiesen y para que se proporcionaran los recursos como pudiesen. Esta autorización, delegada sin tino hasta los últimos empleados de la administración, se ejerció de un modo tan perseguidor y atentatorio contra las personas e intereses de los habitantes, que antes de 15 días el estado todo se encontraba sublevado de un extremo a otro y la reacción, que había guardado una situación latente, por decirlo así, estalló con más fuerza que nunca, reforzada por un considerable número de hombres, a quienes, para salvarse de las extorsiones del gobierno, no les quedó otro recurso que echarse en brazos de aquella.37

Doblado, se sumó a las críticas que los grupos liberales moderados expresaban en contra de Ogazón, grupos de medianos hacendados y profesionistas de clase media alta que se resistían a toda contribución económica para sostener las fuerzas armadas; se decían grandes patriotas liberales pero a cualquier sacrificio exigido lo denunciaban como atropello. ¿Por qué yo, gritaban angustiados? De estos grupos saldrán mas adelante, los jaliscienses que, según ellos, sin renunciar a su nación, se acomodaron tranquilamente en la administración intervencionista. Sin cumplir un mes al frente del gobierno del estado, Doblado empezó a dar muestras de insatisfacción por el desarrollo de los acontecimientos. El 28 de noviembre le describe de nuevo a Juárez la situación de rebelión generalizada en el campo, el fortalecimiento de la guerrilla conservadora que dirigía Jesús Ruiz García (a Colimilla), la amenaza permanente que representaban las fuerzas de Lozada en Tepic y las de Tovar en la costa, pero sobre todo, el rechazo a su actuación de parte de los liberales radicales por lo que estaría dispuesto a regresar el gobierno a Ogazón. Le dice a Juárez: El círculo ultraliberal de esta capital, ha recibido con disgusto y alarma mis primeras medidas, dictadas en sentido conciliador. Si insisto en hacerlos obedecer por la fuerza, como puedo verificarlo, puede nacer una escisión en el partido liberal de este estado, que aumentaría las complicaciones y nos debilitaría en los momentos en que necesita37

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. Tomo 7; capítulo LXIV, p. 18-20. 34


mos estar más unidos que nunca. Creo, pues, que es más prudente entregar el gobierno al señor Ogazón, con motivo de la necesidad que tengo de salir del territorio del estado para auxiliar al de Aguascalientes.38

Liberales moderados y conservadores jaliscienses coincidían en su poco aprecio hacia Ogazón como se advierte en una carta del obispo de Guadalajara Pedro Espinosa, escrita en Barcelona el 6 de diciembre de 1862 y dirigida al Obispo de Oaxaca, José María Covarrubias. En ella, además de informarle de su decisión de embarcarse en los próximos días a Veracruz, bajo el amparo de los invasores franceses, pues el obispo había sido desterrado en 1857, expresa su deseo de que, a su llegada la ciudad de México ya hubiera sido tomada por los invasores y hayan fracasado los intentos de “los beneméritos Comonfort, Doblado, (López) Uraga, mis excelentes súbditos González Ortega y Ogazón –que regalo a usted o a quien los quiera-“ por impedirlo. Tampoco se escapan de la crítica del obispo el Cabildo eclesiástico de Guadalajara por su oposición a la invasión extranjera, sobre todo “el ínclito prebendado doctor don Juan José Caserta” quien también va de regalo.39 Las malas noticias para el general Doblado llegaban por todos lados. Su enviado a Mazatlán para supervisar la adecuada utilización de los recursos que ingresaban por dicha aduana, el señor Juan de la Peña, le informó el 23 de diciembre de 1862, que sería muy difícil contar con las tropas de Plácido Vega para la campaña en Jalisco puesto que demandaba dos meses de haberes adelantados para el pago de sus tropas, casi 50 mil pesos que era muy difícil conseguirlos, exigencia que De la Peña consideró una maniobra para declararlo un obstáculo y desconocerlo como interlocutor válido del gobierno federal. Le informa además, que dos barcos de carga habían dejado sus mercancías en el puerto y Vega había cobrado más de 180 mil pesos en derechos de aduana, de los que dispuso en su totalidad sin aportar ni un peso para el gobierno de Juárez. De la Peña considera que el gobernador Vega se acostumbró a decidir por su cuenta, sin obedecer a nadie y por lo tanto no es digno de confianza.40

38

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 7; capítulo LXIV; p, 23-24.

39

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. Tomo 7; capítulo LXV, p. 36-38.

40

Loc. cit.; capítulo LXVII; p. 39-41. 35


Intriga en el puerto Ese mismo día, en otra carta, Juan de la Peña le informa al general Doblado la triste situación que vivía la Brigada de voluntarios de Tepic, al mando del coronel Ramón Corona, a quien Plácido Vega no auxiliaba de ninguna manera, ni le permitía entrar al territorio de Sinaloa. De la Peña le dice a Doblado: Ayer llegaron los comisionados de Corona acreditados competentemente para tratar conmigo; la situación de ese jefe no puede ser más apremiante, según me los han pintado dichos enviados, que son el coronel Bibiano Dávalos y don Amado Santa María; ambos me ha asegurado que el señor Corona se movería con su fuerza a mi primer llamamiento, si lo creo necesario, para apoyar las disposiciones del cuartel general. Aseguro a usted que el desprestigio del señor Vega es grande; la irritación que hay contra sus presentes arbitrariedades en todo el estado, cada día se marca más; y si Corona hiciera un movimiento sobre este puerto, a no dudarlo, estos elementos se reunirían y daría por resultado la desaparición del señor Vega…41

Según se desprende de la carta de De la Peña, fue el joven y valiente coronel Ramón Corona quien le propuso la posibilidad de un golpe de fuerza para alejar a Plácido Vega del gobierno de Sinaloa; el mal estado de sus tropas por la falta de recursos lo habría llevado a una situación extrema y como muchos otros actores del momento, apeló a la intriga justificada en la causa mayor del triunfo nacional. Ramón Corona Madrigal nació el 28 de octubre de 1837, en Puruaga, ranchería cercana a la población de Tuxcueca en las inmediaciones del lago de Chapala. Aunque “no había tenido ocasión de adquirir una instrucción sólida y variada”, pues solamente pudo estudiar un año en Guadalajara en un modesto colegio; según José María Vigil, poseía en cambio “buen sentido práctico y de rectitud moral, que le da una superioridad incontestable sobre los hombres de las grandes ciudades…”42 Inicialmente apoyó a su padre Esteban Corona en las actividades del comercio en pequeño, pero la muerte de su madre doña Dolores Madrigal en 1850 propició la desintegración familiar y Corona, a los 15 años de edad, 41

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 7; capítulo LXVII; p. 53-55.

42

José María Vigil- Juan Hijar y Haro. Ensayo Histórico del Ejército de Occidente. t. I. Guadalajara, 1970. Corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana; p. 3. 36


ingresó a trabajar en el mineral de Motaje cercano a la población de Tepic, Nayarit, propiedad del español Juan Antonio Aguirre y de Jesús Gómez Cuervo, realizando todo tipo de tareas con tal dedicación que Gómez Cuervo lo tomó bajo su cuidado y protección. Por aquellos rumbos, Corona fue testigo del ascenso de Manuel Lozada como principal actor político de la región, aliado de la casa comercial Barrón y Forbes, competidores de los intereses de la familia Aguirre. Ante las constantes amenazas a las propiedades de sus patrones de parte de Manuel Lozada, Corona y José María Villanueva, otro de sus patrones, decidieron poner freno a las tropelías lozadeñas y a finales de noviembre de 1858, al frente de un pequeño grupo armado denominado “Libres de Motaje” tomaron la población de Acaponeta. Pronto los efectos de la Guerra de reforma se empezaron a sentir en Tepic, el séptimo cantón de Jalisco, por lo que Corona, siguiendo a sus patrones, se decidió por el bando liberal, y al frente de sus hombres, se puso a las órdenes del general Ignacio Pesqueira, iniciando su primera campaña militar en la frontera de los estados de Sinaloa y Nayarit. Participó en muchos combates contra los conservadores en el espacio geográfico que iba de Acaponeta, Nayarit, a Mazatlán, Sinaloa, con tan buenos resultados que fue nombrado Segundo Jefe del Cuerpo del Ejército de Nayarit y a la muerte del comandante Bonifacio Peña, asumió el mando de las tropas liberales y republicanas en aquel cantón. Hacía finales de 1862, Corona seguía empeñado en derrotar a Manuel Lozada, su enemigo más peligroso, con el que había combatido por más de tres años y en los numerosos encuentros que tuvieron, tanto las derrotas como las victorias fueron muy costosas para ambos, surgiendo entre ellos un creciente y mutuo deseo de aniquilarse sin piedad. Sin embargo, las actividades de Corona en Nayarit se convirtieron en un problema para el cacique de Sinaloa, Plácido Vega -quien había logrado un acuerdo con los aliados de Lozada- pues afectaban los ingresos que recaudaba de la aduana del puerto de San Blas, Nayarit, mismos que pagaba la casa Barrón y Forbes gran importadora de productos europeos y contrabandista de oro y plata mexicanos. El general Vega le pidió a Corona que dejara de hacer campaña en Nayarit porque estaba tramitando un acuerdo de paz con Lozada, a lo que 37


Corona se opuso y por lo tanto dejó de recibir apoyo económico del gobierno de Sinaloa. Con la intriga en camino, Manuel Doblado informaba a Juárez el 4 de enero de 1863 que el general Vega le negaba “toda clase de auxilios al coronel Corona en el tiempo en que más lo necesita” y le proponía declarar cerrado el puerto de Mazatlán, para que los barcos comerciales que pagaban derecho de aduana, descargaran en Manzanillo, Colima, “y a Vega sólo así se le reduce, porque de hecho está sublevado”. Doblado le informa a Juárez de la presencia de cuatro buques de guerra franceses que posiblemente se dirigía a San Blas, para ponerse en contacto con Lozada “y así la situación de Corona va a ser bajo todos los aspectos dificilísima”, y debemos protegerlo con una maniobra de distracción sobre Tepic, para ocupar la atención de Lozada “y salvar a Corona, que sólo vendrá a vérselas con los franceses”.43 La intriga del comisionado De la Peña y de Ramón Corona fracasó rotundamente el 6 de enero, al ser detenidos el teniente coronel Biviano Dávalos y los civiles Amado Santa María y Francisco Sepúlveda, acusados de intentar convencer a varios jefes de la guarnición de Mazatlán de levantarse en armas contra el gobierno local. Plácido Vega envió una carta a Corona el 8 de enero con copia al presidente Juárez, reclamándole su participación en el complot para derrocarlo. Ante tamaña traición, Vega se declara conmovido: …porque apenas he podido comprender que personas a quienes he distinguido con mi amistad y confianza y a las que he impartido todo género de auxilios, fuesen capaces de cometer hacia mí ese acto de la más negra ingratitud.44

Espero, le dice a Corona: …que al resolverse usted a promover la discordia civil en el estado a mi mando, habrá sido un arranque de despecho, y de insensata ambición; pero que vuelto a la sangre fría y a la reflexión, habrá usted considerado los grandes males que iba usted a ocasionar y habrá usted determinándose a seguir el sendero que el patriotismo aconseja hoy a todos los buenos ciudadanos, a saber, el respeto a las autoridades constituidas y el no hacer armas sino contra el enemigo extranjero.45 43   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 7; capítulo LXVIII; p. 13-14. 44   Benito Juárez…Loc. cit.; t. 7; capítulo LXVIII; p. 23 45   Idem. 38


Vega también le recuerda a Corona, de los grandes apoyos que le venía brindando a la causa liberal y a las fuerzas a su mando en Tepic, pidiéndole que dejara de actuar por motivos personales persiguiendo a Lozada, y pusiera sus hombres donde deberían estar, en la línea de combate contra los franceses. Vega involucra al general Doblado en el fallido levantamiento a partir de las declaraciones de los detenidos. Al final de la carta, le dice a Corona que en pocos días dejará el gobierno del estado al coronel Jesús García Morales, uno de sus incondicionales, pero entre tanto, le advierte a Corona que ya no es de fiar y las fuerzas a su mando no podrán entrar a suelo sinaloense. Desde luego Doblado defenderá a Corona de esta acusación, a la que califica de falsa y maliciosa, asegurándole a Juárez, que se siente satisfecho por la conducta pública de Corona “a cuyo favor he recibido los mejores y más espontáneos informes…” Del general Vega en cambio, ratifica las acusaciones por el apoderamiento de fondos federales de la aduana de Mazatlán y la resistencia a cumplir la orden de presentarse en Guadalajara, por ello, Doblado insiste en “que el estado de Sinaloa está perdido para el gobierno y para la nación…”46 Finalmente, entre el 20 o el 22 de enero de 1863, el general Plácido Vega dejó el gobierno de Sinaloa en manos de su amigo, Jesús García Morales, embarcando en un vapor con rumbo al puerto de Acapulco, al frente de un pequeño contingente de tropas. El visitador De la Peña en su informe al general Doblado, interpreta que la ruta por Acapulco “manifiesta una gran repugnancia a militar a las órdenes de usted por los muchos golpes que de usted ha recibido, y creo quiere dar a usted esa prueba de su desafecto…”. De la Peña supone que Vega pretenderá presentarse directamente ante Juárez en busca de su rehabilitación política.47 Desde el 11 de noviembre de 1862 en que fue designado por Juárez como gobernador de Jalisco, hasta el 30 de enero en que entrega de nuevo el gobierno a Pedro Ogazón, el general Manuel Doblado solo logró pacificar relativamente la región de los Altos, colindante con el estado de Guanajuato. En Tepic se mantuvo inalterable la presencia de Manuel Lozada; en la costa, Remigio Tovar no pudo ser derrotado pese a la tenacidad desplegada con ese propósito por el coronel Antonio Rojas; en el resto del estado, sobre todo en la ribera de Chapala, 46

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 7; capítulo LXVIII; p. 90-92.

47

Loc. cit.; p. 93-95. 39


en Acatic y en Sayula y Ciudad Guzmán, múltiples guerrillas conservadoras y gavillas de asaltantes causaban todo tipo de depredaciones en pueblos y rancherías, por lo que la situación del estado seguía siendo extremadamente peligrosa. Ogazón: un retorno forzado A más de una semana de haberse retirado el general Doblado a Guanajuato, Ogazón se negaba a retomar las riendas del gobierno del estado, alegando que la situación requería de un militar experimentado, más que un político, pues en ese momento, el principal problema era el deterioro de la paz social, ante el embate de las guerrillas conservadoras y las bandas de asaltantes. Al no estar disponible un militar de prestigio para asumir el cargo y como no estaba dispuesto a suspender el estado de sitio bajo el cual gobernaba con facultades extraordinarias, Ogazón no podía convocar al Congreso del Estado para discutir legalmente el nombramiento de un gobernador sustituto. Por lo tanto, a pesar de su resistencia inicial, volvió a despachar como gobernador de Jalisco. La situación estaba en punto crítico pues el estado se encontraba “invadido por numerosas gavillas de traidores, que se combinan para marchar sobre esta capital…” En un informe al secretario de Guerra el 9 de abril de 1863, Ogazón alerta sobre la reunión de numerosas fuerzas conservadoras en la Hacienda de San Andrés con la intención de asaltar Guadalajara, por lo que había ordenado la movilización de las tropas de Rojas en su persecución. Advierte que su gobierno carece de recursos para “levantar fuerzas, armarlas y sostenerlas” pues la tercera parte de los fondos de la aduana de Manzanillo que le habían sido asignados eran insuficientes y solicita que “se le faculte para disponer de una pequeña conducta de caudales que está por salir a Manzanillo.” Esta petición de Ogazón, generó una agria manifestación de rechazo de parte del general Manuel Doblado, quien era el único autorizado para disponer de los recursos de dicha aduana.48 Ante el abatimiento generalizado de la población, un grupo de damas y señores de las principales familias liberales de Guadalajara, buscó levantar el

48

AH. SEDENA (En línea) Jalisco. Doc., Número 574; expediente 9661; fojas 5-8. 40


ánimo patriótico de los tapatíos con diferentes eventos públicos destinados a conseguir fondos en favor de los soldados mexicanos heridos en combate. Las señoras Cubillas de Auspurg, Portillo de Vizcarra, Rivas de Gil Romero, Senosiain de Prieto, Sierra y Esther Tapia, organizaron corridas de toros de aficionados los domingos 1º y 8 de febrero, y el 1º de marzo de 1863, se presentó en el Teatro Principal, la comedia “La intervención francesa en México”. En esta obra escrita por José María Castaños, tres extranjeros: un francés, un inglés y un español, buscan quedarse con los bienes de una joven mexicana. Es una comedia de circunstancias que “adolecía necesariamente de muchos defectos literarios, pero con habilidad y gracia se exhibían los manejos extranjeros y se excitaba el patriotismo mexicano”.49 Fue representada por doña Pilar Senosiain de Prieto, Emeterio Robles Gil, Antonio Pérez Verdía, Salvador Brihuega, Pedro J. Olazagarre, Joaquín Castaños, Benito Gómez Farías, José María Castaños, Agustín Quevedo e Ignacio Madrid como actores principales. También participaron Manuel R. Alatorre, Justo V. Tagle y Juan José Castaños como apuntador, etiqueta y director, respectivamente. Según Pérez Verdía, las localidades del teatro se agotaron y llegaron a revenderse “a onza de oro, precio en aquella época verdaderamente fabuloso.”50 ¿Falta de patriotismo entre los jaliscienses, especialmente entre los tapatíos? ¿Hartazgo de la interminable guerra y deseo generalizado que terminara sin importar el bando que alcance el triunfo? ¿Temor al liberalismo radical? ¿Deseo manifiesto del triunfo conservador? Tal vez todos estas opciones estén presentes en el contexto social de las familias jaliscienses puestas a prueba con la invasión francesa. Ireneo Paz, entonces un joven abogado litigante, dice que ingresó al periodismo como redactor del Sancho Panza “un periódico festivo que con mayor facilidad ganó terreno en las masas…” En ese momento, dice Paz: Había que luchar con dos fuertes enemigos que nos tenían entre la espada y la pared: el uno era Antonio Rojas y los demás bandidos que se levantaban como ensalmo de todos los rincones de Jalisco y que, cometiendo toda clase de desmanes, enajenaban las pocas simpatías que engendraba el principio republicano. El otro eran los franceses, que estaban alcanzando victorias fáciles por dondequiera que se presentaban.

49

Pérez Verdía, Luis. Op, cit., t. III; pp. 202-203.

50

Idem. 41


Atacar a los franceses en la prensa era demasiado sencillo, puesto que los considerábamos como el enemigo común y de todas maneras en eso hacía consistir su misión el escritor patriota; pero censurar a Rojas y sus gentes era muy peligroso, tan peligroso que nadie podía contar con su vida segura. No obstante fueron llamados al orden en el Sancho Panza y eso nos valió una prisión voluntaria en mi propia casa que estuvo sitiada por los galeanos (era el nombre que llevaban las chusmas de Rojas) por algunos días.51

El 1º de marzo, el impredecible general Plácido Vega se reportaba con el presidente Juárez desde el puerto de Acapulco, manifestándole su intención de reunirse con él en la ciudad de México para aclarar su comportamiento anterior y recibir las instrucciones y las tareas que le fueran asignadas en la guerra contra los franceses. Se disculpa por no haber marchado directamente a Guadalajara como le había ordenado el general Doblado y le informa que en pocos días esperaba la llegada de un importante embarque de armas proveniente de los Estado Unidos. Respecto del coronel Ramón Corona, a quien no perdonará jamás haber intentado derrocarlo del gobierno de Sinaloa, Vega afirma que: El nombramiento de Corona como comandante militar de los estados de Sinaloa y Sonora, es para mí incomprensible en la política del señor Doblado, que puede ser buena por sus altos conocimientos diplomáticos; pero yo, conocedor también de aquellas localidades, siento una herida en nuestro amor propio, cuando el destino de una parte integrante de la República se pone en manos de una persona a quien le faltan los tamaños que se requieren para desempeñar un puesto de tanta importancia. Como en Jalisco, si Corona es reconocido, verá usted el acierto con que fue nombrado y lo que debemos esperar si alguno persiste en desunir a los liberales poniendo sus armas en choque cuando deberían todas presentarse al enemigo extranjero.52

En el frente de guerra, a principios del mes de mayo, los franceses desplegaban sus tropas en torno de la plaza de Puebla en un segundo intento por tomarla. Ogazón decidió entonces, acelerar el proceso local de reformas estructurales orientadas a la liberalización de la economía y la tajante separación de la Iglesia y el Estado. El 28 de mayo lanzó una andanada de decretos, con el fin de que los invasores, en caso de tomar Jalisco, se encontraran con un nuevo orden jurídico, que pudiera garantizar la desaparición de las viejas estructuras económicas coloniales. 51

Paz, Ireneo. Algunas campañas. México, 1997. Fondo de Cultura Económica; tomo I; pp. 31-32.

52

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 7; capítulo LXXI; p. 10. 42


La más importante de estas reformas, fue el decreto que ordenaba la venta forzosa por el gobierno, de los bienes raíces pertenecientes a la nación. “de cualquier clase que sean […] a favor de las personas que dicha autoridad designe”. Los interesados en adquirir bienes nacionalizados de la Iglesia, deberían entregar dos quintas partes del valor de la finca en efectivo y tres en bonos de la deuda nacional consolidada.53 Con esta medida, Ogazón y los liberales radicales que le apoyaban, apresuraron las medidas tendientes a modificar las relaciones de propiedad, precipitando el proceso de transición capitalista, dejando a los franceses y a sus aliados conservadores toda una serie de hechos consumados difícilmente reversibles. Los bienes nacionalizados fueron vendidos de inmediato, y aunque más adelante, los conservadores acusaron a Ogazón y sus aliados de apropiarse de la mayoría de los bienes de la Iglesia, lo cierto es que en el estado se dio un formidable traspaso de propiedades hacia grupos pequeños burgueses, y en el mar revuelto, no pocos conservadores prestanombres de la Iglesia aprovecharon la oportunidad para quedarse con los bienes que les habían entregado en custodia. El mismo día, como ya fue señalado, Ogazón continuó tomando medidas extremas y su gobierno prohibió al clero tener a su cargo o dirigir establecimientos de enseñanza pública o privada, por lo que fue suprimido el Seminario Conciliar de Guadalajara, ordenando que la finca en que operaba pasara al dominio de la Nación.54 Para atender las necesidades de la invasión francesa, Ogazón dictó diferentes medidas; entre ellas, la organización de una Guardia Nacional en todas las poblaciones del estado, formada por los ciudadanos de 18 a 50 años, quienes deberían alistarse en un plazo de tres días a partir de la expedición del decreto. Se ordenaba también, formar compañías de cien hombres solteros y otras tantas de casados. Quienes rehusaran alistarse, podían ser requeridos para prestar sus servicios en los cuerpos del ejército.55 También se tomó la decisión de suspender la enseñanza en el Instituto y en el Liceo de Varones, así como todos los gastos de obras públicas y ornato, las funciones de la Biblioteca Pública y la partida asignada al culto de la Iglesia de 53

Colección de los decretos, circulares y órdenes…t. II; pp. 37-39

54   Ibíd., p.60 55

Loc. cit., pp. 55-58. 43


la Compañía, fondos todos ellos, que serían destinados a la guerra extranjera.56 Ogazón, además, impuso un préstamo forzoso a los contribuyentes del estado por tres meses, equivalente al medio por ciento mensual de sus respectivos capitales. La necesidad de armar a los voluntarios de la Guardia Nacional y los diferentes grupos ciudadanos que en el campo enfrentaban a las guerrillas y gavillas, obligó a Ogazón a ordenar, una vez más, que los particulares entregaran las armas que poseían, las que serían pagadas por el gobierno conforme una tarifa que iba de ocho pesos por los fusiles de percusión con bayoneta, a los cuatro pesos por los simples mosquetes. Se advertía a quienes se negaran a cumplir este decreto, que podían ser considerados cómplices de los traidores “y serían castigados como a los reos de este delito”.57 Finalmente, ese mismo día 28 de mayo, Ogazón ordenó establecer en Guadalajara una Junta Patriótica popular con las siguientes atribuciones: proponer al gobierno las medidas que a su juicio deberían adoptarse para hacer frente a la invasión y castigar a los traidores que la apoyaban; alentar el patriotismo de los ciudadanos; promover las instalación de juntas similares en todos los cantones del estado; explorar la opinión de la población en los negocios públicos; y convertirse en vocera de los cambios requeridos. Podían solicitar su ingreso a la Junta todos los ciudadanos de Guadalajara que así lo desearan, pero Ogazón nombró una comisión directiva integrada por los ciudadanos Ramón Corona, Antonio Pérez Verdía, Gregorio Dávila, Jesús López Portillo, Jesús Camarena, Salvador Brihuela, Nicanor Zapata, Vicente Ortigosa, Anastasio Cañedo, Benito Gómez Farías, Ignacio L. Vallarta, Sotero Prieto, José María Vigil y Octaviano Cevallos, quienes podrían tener sus reuniones en el salón principal del Instituto para realizar sus funciones.58 En la primera reunión de la Junta, más de un centenar de personas eligieron al coronel Ramón Corona –que en su estado buscaba los recursos para equipar a sus hombres-, como presidente de la misma; sin embargo, como señala Ireneo Paz, se podía sentir un ambiente frío y apesadumbrado en algunos miembros de la Junta:

56

Ibid., pp. 58-59.

57

Ibid., p. 63.

58

Ibíd. pp. 64-65. 44


Todos los viejos ( Jesús López Portillo, Juan José Caserta, Antonio Álvarez del Castillo, Rafael Jiménez Castro, entre otros) o se reservaban su opinión o tenían miedo a las consecuencias pensando en recibir al Imperio con los brazos abiertos. El espíritu público estaba tan abatido, a pesar de nuestra vocería, que la junta patriótica, no obstante ser institución del gobierno, vino a quedar en mis manos y en las de Alfonso Lancaster Jones, con cosa de otros 30 miembros que nunca concurrieron a las sesiones.59

Al día siguiente, 29 de mayo, Ogazón publicó un severo decreto contra los traidores, definidos como “todos los individuos que con cualquier motivo o carácter hagan armas contra el Gobierno constitucional de la República, y los que dirijan sus consejos, avisos o indicaciones, [a favor de] las operaciones políticas o militares de los traidores”. Son cómplices de estos traidores, aquellos que “los auxilien de algún modo o les suministren caballos, dinero, armas, municiones o equipos de guerra y víveres; o mantengan cualquiera especie de relaciones con ellos”. Los traidores serían condenados a la pena de muerte en un juicio expedito y sus bienes confiscados, en tanto sus que cómplices podrían ser multados o desterrados.60 Ante la urgencia de preparar a la población en el manejo de las armas se instaló el 2 de junio, en Guadalajara una Escuela Militar a la que podrían asistir los miembros de la Guardia Nacional. Sin embargo la escasez de voluntarios era una prueba manifiesta de la profunda crisis que vivía la sociedad jalisciense, en torno a su identidad nacional. El gobierno prorrogó los plazos para que los voluntarios se inscribieran, dejando abierta la posibilidad de que aquellos que no quisieran enlistarse pudieran pagar una multa y los que de plano quisieran exceptuarse de todo compromiso, debían saldarlo con una multa doble, que podía llegar a los mil pesos.61 A pesar de los esfuerzos de Ogazón y de su grupo radical por alentar entre la población el compromiso para participar en la defensa de la soberanía nacional, el rechazo de los liberales moderados al radicalismo del gobierno, impidió conjuntar un frente amplio liberal nacionalista para resistir la invasión. Los conservadores por su parte, ya habían tomado partido a favor de los invasores, pues vislumbraban la esperanza de que el proyecto liberal fuera 59

Paz, Ireneo. Algunas campañas. México, 1997. Fondo de Cultura Económica. Tomo I; pp. 29-31.

60

Colección de los Decretos, Circulares y Ordenes… t. II; pp. 66-69.

61

Ibid., pp. 71-74. 45


anulado por un nuevo gobierno, por lo que estaban más que dispuestos a dejar caer al gobierno juarista sin importarles ser considerados traidores. José María Arteaga: un militar al relevo Por órdenes del Ministerio de Guerra, el 20 de junio de 1863, Ogazón entregó el gobierno y la comandancia militar del estado al general José María Arteaga. Originario de Aguascalientes, Arteaga se había distinguido en la Guerra de Reforma y al triunfo liberal fue nombrado gobernador de Querétaro. Fue de los primeros en ponerse a disposición del Ejército de Oriente, apenas iniciada la intervención francesa. En la batalla de las Cumbres de Acultzingo, “recibió allí una herida de metralla en la pierna, la cual jamás llegó a cicatrizar”.62 Según el historiador Luis Pérez Verdía, Arteaga “era un hombre de mucho valor, de energía y patriotismo, pero de talento muy mediano, de muy mal carácter, de tendencias despóticas y de mucha apatía”.63 Al asumir el cargo, Arteaga nombró una Junta de Gobierno integrada por Ignacio L. Vallarta, Juan José Caserta, José María Castaños, Emeterio Robles Gil y Jesús Camarena, a quienes les solicitó la redacción de un plan de gobierno. Publicó luego dos proclamas dirigidas a los habitantes del estado y a sus tropas convocándolas a mantener la unidad ante la amenaza extranjera, en una de ellas señala: Azarosas son las circunstancias porque atraviesa la República, y ellas demandan costosos sacrificios; mas todo se sufre con placer cuando se trata de rechazar la esclavitud más oprobiosa, y cuando para empresa tan sagrada se cuente con corazones tan altivos, valientes y entusiastas como los de vosotros, hijos de Jalisco, a quienes el sol de la libertad ha dispensado los más puros de sus rayos.64

Arteaga se encontró con una sociedad dividida, un territorio asolado por multitud de gavillas y una completa desorganización de las fuerzas armadas. En una primera evaluación de las circunstancias, le informa a Juárez que tan solo los 2,790 hombres dirigidos por el coronel Rojas para contener las incursiones de Lozada y de Tovar en el municipio de Ahualulco, podían ser considerados 62

Luis Pérez Verdía. t. III; p. 250.

63   Loc. cit.; p. 250. 64

Ibíd. p. 251. 46


una fuerza organizada con disciplina militar; el resto estaba disgregado en pequeños contingentes, desarticulados y sujetos a los intereses mezquinos de sus jefes. No había dinero en la tesorería estatal, las vías de comunicación estaban controladas por las guerrillas conservadoras “y religioneros65 que pululan no sólo en todos los caminos sino en las goteras mismas de la ciudad…”, las fuentes de comercio estaban colapsadas y desaparecida la confianza en la justicia ante la impunidad reinante. Los círculos liberales jaliscienses, señala Arteaga: … son todos heterogéneos, no por divergentes en el principio político, sino por las ambiciones personales innobles de por sí e indignas por demás de la época, tienen en guardia a los diferentes aspirantes en acecho del poder que los hace considerarse como enemigos naturales cuando debieran combatir en las mismas filas.66

Muy pronto Arteaga cambió de estrategia y con el fin de poner orden a las discordias entre los grupos liberales, disolvió la Junta de Gobierno renunciando a todo tipo de consejo y asumió una política persecutoria y arbitraria: Cometió tantas tropelías para obligar a los ciudadanos a tomar las armas; impuso tantas contribuciones y prisiones inmotivadas, destituyó a tantos empleados honrados y queridos, que exasperó los ánimos y acabó con el espíritu público que empezaba a manifestarse fuerte y decidido contra la intervención.67

Entre tanto, en la ciudad de México -abandonada por el gobierno republicano que se dirigió a San Luis Potosí-, se instaló el 21 de junio la llamada Junta de Notables, la que abrogándose la representatividad del pueblo mexicano, declaró como forma de gobierno la monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe católico, misma que fue ofrecida al príncipe Fernando Maximiliano, archiduque de Austria, para sí y sus descendientes, y nombró una comisión encabezada por José María Gutiérrez de Estrada, para que le ofreciera formalmente la corona imperial.

65

Grupos de rebeldes que decían defender la religión, una reminiscencia de la Guerra de Reforma .

66   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 7; capítulo LXXX, pp. 58-60. 67

Pérez Verdía, Luis. Op. cit., t. III; 253. 47


Ramón Corona de nuevo rechazado en Sinaloa Presidir la Junta Patriótica de Guadalajara no era algo que entusiasmara al coronel Corona; la idea de combatir en Jalisco al frente de una brigada tampoco pudo materializarse por la falta de recursos del gobierno para equiparla, por lo que a mediados del mes de junio salió en busca del presidente Juárez, en la población de San Luis Potosí. En esta entrevista, Corona logró que le fueran asignados algunos recursos económicos para reactivar la Brigada de Tepic, la que incursionaría en Nayarit y en el sur de Sinaloa. Corona regresó a Guadalajara con el fin de obtener del general Arteaga algunos apoyos extras para la campaña, encontrándolo más enojado que de costumbre, pues, los ocho mil fusiles que supuestamente llegarían por Manzanillo y otros seis mil por Acapulco destinados a las tropas republicanas de Jalisco, simplemente no llegaban. El 23 de julio, Arteaga le informaba a Juárez que tales armas, de las que entregaría mil fusiles a Corona, solo existieron “en la mente de algunos fulleros especuladores…” En medio de la guerra extranjera no faltaron los intermediarios, nacionales y extranjeros, que se enriquecieron a costa de los magros recursos de que podía disponer el gobierno republicano para abastecer a sus tropas. Arteaga además, le describió al presidente un tétrico panorama de la situación del estado. No se trataba solo de las crecientes acciones militares de Lozada y de Tovar, o de las ya incontables gavillas de salteadores, sino de la degradación de la sociedad, que había encontrado en el robo y en la rapiña una forma de vida: … y, aunque cuesta rubor confesarlo, en Jalisco ya se ha contraído el hábito del robo en todas escalas y jerarquías, sistematizándose los alzamientos para hacerlo más pingüe; siendo debido a esta inclinación tan infamante, como casi generalizada aun en el mismo ejército, el prodigioso número de gavillas que pululan en aquél y no al imperio de las traidoras ideas de la reacción…68

Las fuerzas de Arteaga no tienen dinero ni crédito entre los capitalistas locales; no hay ingresos de ningún tipo pues los negocios están deprimidos, en su opinión, Jalisco se dirige al precipicio. Arteaga además se siente rodeado de enemigos y le advierte a Juárez que el estado:

68

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 7; capítulo LXXXI; p. 62. 48


… por su completa desorganización en todos los ramos de la administración pública, por las bastardas aspiraciones de la mayor parte de sus hijos, por su mala moral, insubordinación y presente miseria y por el indiferentismo casi general de sus círculos liberales, es el peor y más comprometido de la República, demandando una senda de conquista en su interior, para hacerlo figurar en las filas del ejército independiente.69

Ante circunstancias tan apremiantes, Corona apenas recibió de Arteaga apoyos simbólicos. En correspondencia con Juárez el 29 de julio, le informa que no consiguió del gobierno los recursos necesarios para la manutención y salarios de su tropa, a pesar de que el contingente operaba ahora como Brigada de Jalisco. Corona le informa que al día siguiente saldrá con rumbo a Santiago Ixcuintla, Nayarit, para reorganizar sus tropas y regresará a Guadalajara para lanzar la campaña contra las fuerzas de Lozada. El viaje de Corona siguió la ruta Manzanillo-Mazatlán con el fin de reencontrarse con sus antiguos compañeros de la Brigada de Tepic, a los que localizó en las afueras del puerto, saliendo de inmediato hacia Santiago Ixcuintla, población que sería su base de operaciones. El general Plácido Vega se enteró de la presencia de Corona por aquellos rumbos y de inmediato envió una comunicación al gobernador de Sinaloa, Jesús García Morales, advirtiéndole del peligro que representaba la presencia de Corona en la región. Le dice que Corona insiste en hacer la guerra contra Lozada “por ahora innecesaria y muy difícil”, y que el presidente Juárez le había autorizado regresar al cantón de Tepic, a condición de que obtuviera recursos propios para financiar la campaña, “sin tocar ni molestar absolutamente en nada al estado de Sinaloa, ni en armas, dinero y hombres y, lo que es más, ni aún pisar su territorio con su fuerza”.70 Señala Plácido Vega que cada día los habitantes pacíficos de Tepic apoyan a Manuel Lozada, “porque sus familias, personas e intereses están bien garantizados, porque han desaparecido los días de terror”. La advierte a García Morales, que por ningún motivo distraiga ni un solo centavo de las rentas de Sinaloa en auxilio de otros estados, mismos que deben destinarse a reforzar los elementos del ejército nacional. Y descargando su rabia contra Corona afirma que la campaña de Tepic, no está basada en los principios republicanos, “sino 69

Idem., p. 63.

70   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 8; capítulo LXXXIV; pp. 30-31. 49


en la ambición de mando, las venganzas personales indignas de la decencia y del carácter de un hombre público…” Y por otra parte, se pregunta Vega: “¿Para que es la guerra contra Lozada cuando está dispuesto a reconocer al gobierno legítimo y cooperar con sus fuerzas a la defensa nacional en el cantón de Tepic?”71 Pero la inquina de Plácido Vega contra Corona no paró ahí, pues el 8 de septiembre de 1863, en una carta al presidente Juárez abordó el asunto una vez más. A su salida del gobierno de Sinaloa, desde el puerto de Acapulco, Vega se puso a disposición del gobierno y recibió la comisión de negociar préstamos y apoyos privados entre los simpatizantes republicanos y los tenedores de bonos extranjeros para la compra de armas. En una extensa misiva, Vega primero informa de las gestiones que ha venido realizando para obtener fondos de simpatizantes en Sinaloa y en Sonora, pero que aún no se habían concretado en la compra de armamento para las tropas republicanas. A continuación señala que la llegada de Corona al cantón de Tepic había provocado la alarma de los pueblos, “y esto con justicia, atendidas las extorsiones y el vandalismo con el que el mismo Corona ha acostumbrado hacer la guerra del cantón…” Es normal entonces, continúa Vega, que los pueblos agredidos se defiendan y procuren expulsar a Corona de su territorio. A media misiva, Vega acusa a Corona de haber roto los convenios que Lozada había firmado con el gobernador Ogazón en 1862: … por medio de los cuales se había entregado tan sumisamente a la fe y a la obediencia del gobierno, pues que el expresado Corona causaba diariamente con sus soldados repetidos asesinatos sobre los pobres indígenas que desarmados bajaban de la sierra, contando con la paz, sin que por esto hiciera nunca aprecio de las justas quejas de Lozada, quien seguramente por tanto se decidió a atacar de nuevo y destrozar la guarnición que de este estado había quedado en la plaza de Tepic…72

Vega también acusa a Corona de escandalosos saqueos de propiedades extranjeras que llegaron en su momento a provocar airadas reclamaciones internacionales, de alterar el clima de concordia entre los sinaloenses liberales y por lo tanto, le pide al presidente Juárez que Corona, al frente de la Brigada

71

Ibid., p. 31.

72

Benito Juárez. Op. cit., t. 8; capítulo LXXXVI; pp. 21-32. 50


Jalisco, se sostenga con fondos de su estado y combata al enemigo extranjero en territorio jalisciense y sea retirado de Tepic y de Sinaloa.73 En medio de esta escandalera, Corona arrinconado en Santiago Ixcuintla, enfermó gravemente de paludismo, y después de una larga convalecencia habría de regresar a Guadalajara, en busca de los apoyos que los sinaloenses le negaban. El discurso de la esperanza El discurso patriota, no patriotero, expresado en momentos de trauma nacional,74 refleja las emociones, angustias, temores y esperanzas de un grupo social que dice representar a la sociedad nacional ante la amenaza de la pérdida de identidad, de su desaparición como entidad soberana, de la conquista extranjera y de la esclavitud o pérdida de derechos y garantías que pudieran conllevar la confrontación. Es el clamor de los débiles ante el atropello de los poderosos, es el llamado al último y supremo esfuerzo de una sociedad amenazada para realizar lo que parece imposible: conservar su identidad. En la sesión del 9 de agosto de 1863 de la Junta Patriótica de Guadalajara y ante el avance incontenible de las fuerzas invasoras, el joven abogado Juan N. [¿Nepomuceno?] Guzmán, buscando alentar a los tapatíos a participar en la defensa de la independencia nacional, pronunció un brillante discurso a favor de la República. Advertía a los ciudadanos que atendieran el llamado de la Junta, pues la Independencia estaba amenazada por “el más pérfido de los tiranos, por la más injusta, inicua e incalificable […] de todas las invasiones”.75 Si bien el fervor patrio estaba presente en algunos sectores de la sociedad, Guzmán estaba consciente de que no serían pocos los que por temor o pasividad pudieran dar la espalda a la causa republicana. En esos momentos, y después de una sangrienta guerra civil, el dilema entre república y monarquía seguía atormentando a muchos mexicanos. Desde luego la monarquía no era un elemento nuevo en las luchas políticas nacionales, y la lucha contra 73   Idem. 74

Véase: Dominick Lacapra. Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica. Buenos Aires, Argentina, 2006. Fondo de Cultura Económica. “Estudios del trauma: críticas y vicisitudes”, p. 147 y ss. 75   Juan N. Guzmán. Discurso pronunciado por el C. Lic…, en la Junta Patriótica de esta ciudad, el 9 de agosto de 1863. Guadalajara, 1863. 51


la intervención serviría de marco para definir de una vez para siempre cuál México saldría triunfante: el republicano o el monárquico. El discurso de Guzmán no estaba dirigido a los ahí presentes, pues con ello ratificaban su lealtad a la república, sino a los ausentes, aquellos que por pasiones de partido o indiferencia se encontraban predispuestos a la traición. Señala Guzmán que las promesas de Napoleón para “regenerar” al país son falsas, como falso es, que la llamada Junta de Notables represente “la expresión libre y espontánea de la voluntad de la mayoría de la nación”. Guzmán advierte que el triunfo de los intervencionistas representaría un nuevo trauma nacional, al pasar de nuevo a simples lacayos que dejan los negocios económicos y los asuntos del Estado en manos extranjeras, en manos de un príncipe extranjero a las órdenes de Napoleón III, a quien los mexicanos intervencionistas le piden: …a su benevolencia que si por desgracia no acepta Maximiliano de Austria, nos mande…, algún sargento que nos gobierne; y ya nos lo mandará, pues ese era el secreto del gabinete de las Tullerias: allí están por mientras Forey o Saligny, a quienes veréis muy pronto de lugar-tenientes o virreyes.76

A los ausentes, Guzmán les recuerda que ha llegado el día de la prueba crucial para todos los mexicanos, a nadie le es lícito mostrarse indiferente, ya que esta conducta, cuando la patria está amenazada en su existencia misma, está muy cercana a la traición. La indiferencia –advierte Guzmán- puede provocar el fin del Estado. Ha llegado la ocasión de defender a la Patria y hay que prepararnos hoy, mañana será tarde: Y si me preguntáis que es lo que debéis, que es lo que podéis hacer, yo os respondo que todo. Bastará que os mováis, que os agrupéis al lado del gobierno, que mostréis la resolución de defenderos para que hayáis hecho mucho: es un error creer que sólo con las armas y en el momento del combate se puede defender a la patria… En las grandes circunstancias como la presente, la sola voluntad de luchar, cuando es la de todo un pueblo, es la más segura prenda del triunfo: venid a nuestro lado, que podamos contarnos los defensores de la independencia, que nos cuenten también los invasores y sus aliados y os veréis temblar…77

En su discurso, Guzmán anuncia el triunfo republicano y pregunta a los partidarios de la intervención: “Vosotros los conservadores sois por fin 76   Guzmán. Op. cit., p. 5 77   Loc. cit., p. 6. 52


traidores”. Ustedes –les advierte- y todos los que están esperando la ocasión para pronunciarse en contra de la República declarándose enemigos de la patria, “serán los primeros en sufrir los efectos de la picota imperial”. Con su ayuda o sin ella México habrá de salvarse, “pero si el día no muy lejano en que comience la lucha, pues verdaderamente va a comenzar, por más que Forey diga que ha terminado, no os encontráis del lado de la patria ¡ay! De vosotros. Y no tendréis ni a quien quejaros, porque habéis merecido vuestra suerte”. 78 No podía Guzmán dejar de lado en su discurso al clero y a la Iglesia Católica: Ustedes se han convertido en los más crueles incitadores de la guerra civil. Que bien que tengan ideas y que las defiendan, pero en esta ocasión fueron mas allá de lo permitido a su carácter eclesiástico y han visto correr la sangre del pueblo que defiende vuestra causa, y han permanecido impasibles. Ante una guerra [la de Reforma] que se efectuó en nombre de la religión, ustedes no pronunciaron ninguna palabra de conciliación. ¿Y en este momento, cuál será su postura? ¿Estarán de parte de la Independencia? Recuerden los horrores y torrentes de sangre que vendrán a continuación. ¿No harán algo para economizarla? ¿Cómo podríais obrar este prodigio? ¡Cómo! ¿No lo comprendéis?, pero entonces no tenéis buena fe y no nos entendemos. ¿Ignoráis que una palabra vuestra puede hacer caer la venda de los ojos de muchos ilusos? ¿Por qué, pues, no la pronunciáis?79

Finalmente, Guzmán pone la causa liberal republicana en manos de la Providencia, con la confianza de que estará de su lado ya que es el de la justicia. La Providencia, dice, “no puede menos que ayudar a nuestra causa que es la de la justicia: nuestro deber es luchar; el dado está echado, lo demás a la voluntad de Dios”.80

78

Idem., p.12.

79

Ibíd., p. 13.

80

Ibíd., p. 13. 53


54


2. LOS FRANCESES EN GUADALAJARA Panorama sombrío

Después de la caída de Puebla y la pérdida del mejor cuerpo del ejército

nacional, Juárez comprendió que la defensa de la ciudad de México era una empresa imposible, por lo que decidió trasladar su gobierno a la ciudad de San Luis Potosí, no sin antes solicitarle al Congreso una ampliación de sus poderes extraordinarios, que la Cámara le concedió el 30 de mayo de 1863, después de un largo debate. Mientras los franceses se detuvieron por un tiempo en la ciudad de México para instalar un gobierno provisional, el presidente Juárez siguió siendo objeto de todo tipo de intrigas de sus propios partidarios. Radicales y moderados encabezados por Zarco y Zamacona respectivamente, que luchaban por sustituir al gabinete en funciones para colocar a sus partidarios. Desde el mes de junio en que el gobierno se instaló en San Luis Potosí, hasta el mes de agosto, las presiones de los diferentes grupos políticos fueron intensas y a las mismas se sumó el general Manuel Doblado, quien aspiraba a controlar totalmente el gabinete. El 1º de septiembre, Juárez y Doblado iniciaron una intensa negociación, que finalmente fracasó ante la negativa absoluta de Doblado de respetar el trabajo periodístico que realizaban Zarco y Zamacona –diputados federales- en las publicaciones oficiales del gobierno, en las que era cuestionado por su posición conservadora, lo que llevó a Doblado a exigirles a ambos que abandonaran el territorio de San Luis Potosí, pues no les garantizaba su seguridad.81 En medio de este conflicto, Juárez consideró necesario advertir a la población de las consecuencias que deberían enfrentar los mexicanos que decidieran apoyar a los invasores. Con este propósito, el 16 de agosto expidió 81

Véase: Scholes, Walter V., Op. cit., pp. 129-134. 55


un decreto en contra de los traidores y aliados de la intervención extranjera, según el cual, serían considerados traidores y sus bienes confiscados: 1. Todos los funcionarios públicos del gobierno extranjero, con sueldo o sin él; 2. Los que admitan empleos civiles, municipales o militares, con excepción de los servicios gratuitos prestados en educación y en la beneficencia pública; 3. Los funcionarios del gobierno constitucional y de las administraciones estatales y municipales que permanezcan en territorios ocupados por el enemigo, sin permiso del gobierno; 4. Todos aquellos que reciban subvenciones, títulos o condecoraciones del gobierno de la intervención; 5. Los que con sus escritos defiendan la intervención y procuren la destrucción de las instituciones nacionales; 6. Los extranjeros que violaran con sus actos, la neutralidad a que están obligados; 7. Todos los que sirvan o auxilien, directa o indirectamente, a la causa de la intervención.82 Este decreto será, mas adelante, el referente legal para calificar la conducta de quienes abiertamente o por omisión manifestaron su respaldo a la intervención. Finalmente, después de largas y tensas negociaciones, el 11 de septiembre Juárez pudo conformar un nuevo gabinete integrado por Sebastián Lerdo de Tejada como ministro de Relaciones, José María Iglesias en Justicia, Ignacio Comonfort en Guerra, y José H. Núñez en Hacienda. Vino después otro estira y afloja para nombrar un comandante general del Ejército Nacional, cargo que José López Uraga se negó aceptar, por lo que el mando de las fuerzas con todos los inconvenientes que ello representaba, quedó dividido entre Comonfort, Doblado y López Uraga. Una vez instalado el gobierno de la regencia del imperio en la ciudad de México, cuyo poder ejecutivo –un mero formulismo- quedó en manos de Juan Nepomuceno Almonte, Mariano Salas y el arzobispo Pelagio Antonio Labastida, el ejército francés y sus aliados mexicanos emprendieron la campaña hacia el interior del país divididos en dos secciones: una a las órdenes de Castagny y Márquez cuyo objetivo era la toma de la plaza de Morelia, Michoacán; y la segunda al mando del general Douay que avanzaría por la ruta de Querétaro hacia Lagos, para desde ahí lanzar el ataque a la ciudad de Guadalajara.

82

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 8; capítulo LXXXIV; pp. 8-11. 56


Una triste retirada Entre tanto en Jalisco, entre los meses de agosto a septiembre, apenas se conocieron en Guadalajara tres proclamas de los habitantes de las pequeñas poblaciones de Ahualulco, Techaluta y del pueblo de Moya, en el municipio de Lagos, en las que manifestaban su compromiso para luchar a favor de la Independencia, resistiendo con las armas a las fuerzas extranjeras. No estaba el ánimo público suficientemente motivado para enfrentar tan grande calamidad que se avecinaba. Por el contrario, bajo la lógica de a río revuelto ganancia para los oportunistas, en el cantón de Lagos, el prominente hacendado Pedro Rincón Gallardo se reunió con un gavillero de apellido Chávez ofreciéndole “la gracia del gobierno por conducto del estado de Guanajuato”, a cambio de promover la mutilación de Jalisco “erigiendo un distrito con los cantones de Lagos y La Barca.” Según el informe del general Luis Ghilardi a José María Arteaga, el plan suponía que Chávez impusiera como condición para rendirse al gobierno republicano “la segregación de los dos cantones donde entrará al servicio público con el grado en que figura entre los traidores.” Arteaga envió esta información al presidente Juárez, advirtiendo que tal noticia “ha causado en todo el estado mucha alarma y aún puede ocasionar algún trastorno…”83 A partir del mes de noviembre el periódico oficial del gobierno del estado El País, ocupará sus planas en informar el rumbo de la guerra y de las actividades de las guerrillas conservadoras en Jalisco; publicará los decretos del general José María Arteaga y los despachos de la prensa internacional en torno a la invasión del país; los editoriales están orientados a descalificar la invasión y a los mexicanos conservadores que la apoyan, a quienes se refieren como traidores; se satiriza en octavillas al arzobispo de México por su papel relevante como miembro del gobierno de la Regencia; y se busca alentar el sentimiento patriota para rechazar la invasión. Las fuerzas republicanas en Jalisco eran muy débiles en primer lugar, por la falta de recursos económicos para sostenerlas ante la creciente resistencia de la población para cubrir los préstamos forzosos que el gobierno imponía. Lo eran también, por la falta de voluntarios que se inscribieran en la Guardia 83

AH. SEDENA (En línea) Jalisco. Legajo 525; expediente 9014; fojas 1-5. 57


Nacional o en las milicias del ejército pues la mayoría de los empadronados preferían pagar cuota doble para eximirse del servicio de las armas, por lo que los reemplazos se buscaban entre la población rural por medio de la leva, o entre los jóvenes desempleados en las ciudades, sobre todo entre aquellos señalados como vagos sin oficio. Esta fragilidad de las fuerzas republicanas en el estado se manifiesta en la respuesta de Arteaga al presidente Juárez el 20 de noviembre de 1863, ante la orden de marchar a Lagos para combatir a los franceses que iniciaban su ingreso al territorio de Guanajuato. Le dice que ante la falta de tropas, retirará uno de los batallones al mando del coronel Rojas en Mascota lo que implicará aflojar la presión que se tenía sobre las guerrillas de Remigio Tovar en aquella región. El resto, lo batallones de infantería 5º y 9º, dice Arteaga: … se componen de reclutas, porque son los que me ocupaba de organizar con los fusiles que recibí últimamente. Por esto mismo carecen de toda moralidad y el 5º, que es un batallón antiguo en su pie, lleva la mancha del robo de la conducta, y el asesinato de su jefe el coronel Montenegro. Pero no es posible marchar con fuerzas mejores.84

Además, ante la salida de estas tropas, para cubrir la plaza de Guadalajara, Arteaga debe retirar 1,500 hombres de Ahualulco que sostenían la línea de occidente, por lo que será inevitable que “Lozada se apodere de todos aquellos pueblos, desde Tequila hasta Ameca” pero no había otra manera de proteger la capital de estado. Arteaga le dice a Juárez que en ocho días iniciará la marcha a Lagos y tal como se lo ordena entregará el gobierno del estado al licenciado Ignacio L. Vallarta. Ese mismo día, Vallarta envió una carta a Juárez rechazando su nombramiento como gobernador del estado, informándole que cuando recibiera su misiva, Pedro Ogazón ya habría llegado a San Luis Potosí y de viva voz le informará de la triste situación que priva en Jalisco. Considera Vallarta que no se puede sacar ni un soldado de Jalisco pues las guerrillas y bandoleros “que lo talan y lo hostilizan sin piedad” suman más de 10 mil hombres armados, y el estado “no tiene ni con mucho, los recursos necesarios para organizar y mantener las fuerzas que basten a la persecución de esos bandidos”, y por el contrario, es necesario que los estados vecinos le ayuden. Vallarta estaba 84   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 8; Capítulo XCVI, p. 38. 58


dispuesto asumir el gobierno de manera transitoria solo, en tanto se nombrara a un nuevo gobernador que encabezara el gobierno de manera definitiva y le expone a Juárez sus razones: Para no aceptar permanentemente el gobierno, me asiste la convicción de que no tengo los tamaños necesarios para estar a la altura y no quiero que mi insuficiencia venga a perjudicar a mi causa. Esto no es modestia, ni egoísmo, se lo aseguro a usted, es la verdad. Fuera de esta razón, tengo otros motivos que me hacen no querer el gobierno. La calumnia mas grosera me ha hecho su víctima; se me pinta como ambicioso, como intrigante, etc., etc., y no quiero ninguno de los puestos públicos que son objeto de las ambiciones. Permítame usted aún mayor confianza. Yo estoy resuelto a tomar parte, en mis tamaños, en la lucha con los invasores y quiero a todo trance poner a mi familia a salvo de las represalias en algún punto lejano en donde ni ella sea conocida, ni al que llegue fácilmente el enemigo. He pensado para ello en el estado de Sinaloa. Cuando Ogazón salió de aquí, estaba yo arreglando el viaje de mi familia, el que no he podido realizar porque yo no he podido salir de aquí. Deseo yo tener tiempo para ir a dejar a mi familia adonde debe quedarse durante la guerra y después me sentiré yo expedito para hacer cuanto pueda. Por ahora no quiero aceptar ningún compromiso que me impida el deber de salvar a mi familia.85

El 27 de noviembre, Juárez insistió ante Vallarta para que asumiera el gobierno del estado pero de nuevo, volvió a rechazar el ofrecimiento. En su respuesta de 4 de diciembre, Vallarta le manifiesta su deseo, “con todas mis fuerzas [de] no perder el aprecio y la confianza con que usted me honra…” Es imposible en este momento, le dice a Juárez, que las fuerzas de Jalisco emprendan alguna campaña, es más: … es imposible que Jalisco defienda su territorio de la invasión; más aún, que es imposible que Jalisco viva mas tiempo en el estado de postración en que se encuentra. Jalisco nada puede dar y necesita urgentemente que se le atienda con fuerza y dinero, no ya para la campaña con los franceses sino para sostenerse contra las gavillas que lo destrozan. Crea usted, señor presidente, que estas son verdades que no se pueden poner en duda. Si Jalisco se perdiera, la traición organizaría aquí seis u ocho mil hombres que mucho mal harían a la causa nacional.86

85   Benito Juárez. Op. cit., t. 8; capítulo XCVI, pp. 27-29 86   Idem.; t. 8; capítulo IC; p. 34-38. 59


Vallarta le dice que el cambio de gobierno en las actuales circunstancias no resuelve nada, pues el gobernador “es un mártir sin gloria que no puede vivir y nadie se puede comprometer a hacer lo imposible…” Insiste en que tiene demasiados enemigos liberales que no confiarían en su gobierno, como tampoco lo harían las tropas bajo su mando pues carecía de formación militar: “si para Ogazón, con mas prestigio que yo, la tarea de mandar a dichos soldados era difícil, para mí bien pronto será imposible”. Si fuera indispensable nombrar un gobernador, concluye Vallarta, lo adecuado sería regresar el gobierno a manos de Ogazón, pues nadie puede servirle mejor que él en estos momentos. De nuevo vuelven a coincidir las apreciaciones de Vallarta con las del general Arteaga respecto de la situación del estado, pues a más de quince días de haber prometido marchar hacia Lagos al frente del mil hombres, por esos días le comunicó al presidente Juárez que la campaña del coronel Rojas en Mascota en contra de las fuerzas de Tovar, aún no había podido concluirse por la gran resistencia que presentaba en sus fortificaciones de la sierra. Tampoco estaban listos los batallones 9º y 10º que se estaban organizando en Tepatitlán y La Barca, ni sus reemplazos para cubrir dichas plazas. Por el contrario el número de guerrillas había aumentado de manera inesperada, y por lo tanto habría sido muy peligroso movilizar las tropas hacia Lagos pues se dejaría Guadalajara a merced de las guerrillas. Lamenta no haber podido cumplir con su orden, pero la falta de recursos fue el principal obstáculo para aumentar y armar nuevos contingentes de tropas, y aunque no desecha el poder marchar a Lagos con al menos 800 hombres, está claro que Arteaga no se moverá de Guadalajara.87 Durante el mes de diciembre, solamente Rojas siguió dando guerra a las guerrillas de Tovar a las que derrotó en Mascota el 11 de diciembre. La salida de tropas hacia Lagos ya no resultaba necesaria desde el punto de vista estratégico, pues lo franceses avanzaban a toda velocidad. El 8 de diciembre el general Doblado se retiró de Guanajuato y los franceses avanzaron hacia San Luis Potosí por lo que Juárez debió trasladarse a Saltillo, Coahuila. Michoacán abandonada por el general Berriozábal desde principios de diciembre cayó en manos de los franceses y aunque López Uraga intentó recuperar Morelia, el 17 de diciembre fue completamente derrotado. 87

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 8; capítulo IC, pp. 29-33. 60


Guadalajara quedaba a merced de las fuerzas invasoras sin tropas suficientes, sin recursos económicos el gobierno y las fuerzas armadas, con un resurgimiento en forma de oleadas de las guerrillas conservadoras por todo el territorio, con un partido conservador cuyos miembros más envalentonados advertían a los liberales de su próxima derrota, con el triunfo del complot de sacristía de los curas que alentaban en el confesionario la derrota liberal, un partido liberal jalisciense dividido en pequeñas fracciones enfrentadas y sin capacidad para la conciliación, y con una sociedad cansada de los años de lucha a la que ya no le importaba la patria ni el estado, sino su propia salvación y la de su familia. Hacia finales del mes de diciembre, las medidas del gobierno de Arteaga son indicativas del desastre que se aproxima; el 27 de ese mes, ante la inminente invasión del territorio del estado “por las fuerzas de los invasores y traidores” decretó la formación de guerrillas patrióticas, autorizadas “para hacer la guerra franca al invasor y sus miserables aliados, tan luego penetren en el territorio del Estado”.88 Las guerrillas podrían armarse de la manera más conveniente y su conformación sería de manera voluntaria sin presión de ninguna autoridad. Los guerrilleros podrían ser acreedores a las recompensas y condecoraciones “que según sus servicios tenga a bien acordarles el estado”. Los desertores del ejército, los fugitivos de los penales y los sentenciados o con causas pendientes, quedaban libres de toda pena o persecución de parte del estado si se daban de alta en las guerrillas. Todo ciudadano que quisiera conformar una guerrilla, debía presentar ante la autoridad inmediata una lista de los hombres a su mando para ser reconocidos como verdaderas fuerzas al servicio del gobierno. Se otorgarían grados militares de acuerdo al número del contingente pudiendo realizar acciones de guerra por todo el territorio estatal. El gobierno podrá suprimir estas guerrillas cuando le parezca oportuno “y en caso de que dieren lugar a quejas fundadas de algunas corporaciones o particulares, y sujetar a juicio a los individuos que la compongan y ocuparles sus armas, caballos, equipo y demás arneses, sin perjuicio de las penas a que resulten acreedores según las leyes”.89 Esta es, sin duda, una medida desesperada de Arteaga para 88

Colección de los Decretos, Circulares y Ordenes... t. II; p. 242.

89   Colección de los Decretos, Circulares y Ordenes…t. II; pp. 146-147. 61


sumar voluntarios con derecho a botín, grados y reconocimientos, a la guerra contra los invasores. Aunque el periódico oficial El País, continuaba informando del rumbo de la guerra de manera aparentemente calmada, el ejército y los liberales más prominentes del estado ya estaban preparando su salida de Guadalajara. Era cosa de días o de horas tal vez para que se diera la orden de evacuar la ciudad; las tropas invasoras habían tomado Lagos sin enfrentar ninguna resistencia, por lo que el 29 de diciembre, Arteaga proclama el estado de sitio en todas las poblaciones amenazadas por los invasores, recordando a los funcionarios y empleados públicos las fracciones III y IV del decreto de Juárez del 16 de agosto, en el que se declaran traidores a todos los que sin licencia del gobierno permanezcan en puntos ocupados por el invasor. A los habitantes del estado les advierte que, “están en la obligación de retirar del alcance [de los invasores], los ganados, víveres, forrajes y todo aquello que pueda serle útil, y en la de no proporcionarle auxilio de ninguna clase, bajo la pena impuesta por el artículo 6º del supremo decreto del 12 de abril pasado”.90 Ese mismo día, en las calles de la ciudad, se dieron a conocer dos proclamas del general Arteaga dirigidas a sus soldados y compañeros de armas, y al pueblo de Jalisco, las cuales fueron publicadas el 31 de diciembre por el periódico El País. A los soldados, Arteaga los convoca a luchar con valentía y patriotismo: “no seréis vosotros” les dice: ¡Vive Dios!, valientes jaliscienses, los que os olvidéis de vuestras glorias, echando pie atrás, y dejando que el enemigo se apodere pacíficamente de nuestras poblaciones. Jalisco … hoy se apresta ya por todas partes al combate, y no se hará aguardar mucho el día en que su hermoso territorio sea convertido en un inmenso sepulcro de invasores y traidores. Yo estaré sin cesar al frente de vosotros, yo partiré las fatigas del último soldado, yo dividiré con él hasta el infortunio, porque no quiero ni ambiciono mas gloria que la de defender la patria, la de soldado de la libertad. ¡Soldados de Jalisco! ¡Viva México! ¡Viva la Independencia! ¡Muera el invasor extranjero y sus abominables aliados!91

90

Colección de los Decretos, Circulares y Ordenes… t. II; pp. 158-159.

91

El País, 31 de diciembre de 1863. t. VI; número 706; pp. 1-2 62


Al pueblo de Jalisco le advierte que: El invasor extranjero en unión de sus miserables aliados pisa ya el territorio del Estado; el momento supremo se acerca en que todo hombre que sienta latir en su pecho un corazón libre y verdaderamente mexicano, se levante contra el arrogante conquistador, que fiado en la fuerza física profana nuestro hogares, conculca todos nuestros derechos, pone bajo sus pies la justicia, y se erige en árbitro y señor absoluto de nuestros destinos, de nuestro porvenir, pretendiendo encadenarnos a un monarca ambicioso, que aspira a convertir en patrimonio suyo a ocho millones de seres racionales y libres.

Arteaga llama a los jaliscienses a valorar el peligro que amenaza a la nación; no se puede contemplar con indiferencia la disolución nacional; no se trata de un simple cambio de gobierno o de un sistema administrativo, “se trata de herir de muerte lo que hay más vivo en el corazón de un pueblo, de arrebatarle su libertad, su independencia, de borrarlo del catálogo de las naciones, de convertirlo en miserable esclavo de un poder extranjero”.92 Es preciso, arenga Arteaga a los jaliscienses: …que el pueblo, penetrado de la situación, se levante y arme como un solo hombre para disputar palmo a palmo esa tierra en la que reposan las cenizas de nuestros heroicos antepasados, los mártires y los padres de la patria. Que un clamor inmenso se haga oír en nuestras montañas y en nuestros valles, que un solo sentimiento agite los brazos y los corazones, y este sea de muerte al invasor, el de odio y exterminio a sus execrables cómplices.93

A pesar de estas arengas inflamadas de nacionalismo, todo indicaba que la ciudad sería entregada sin combatir. No se había realizada ninguna fortificación ni en el puente de Tololotán, ni en las afueras de la ciudad; tampoco se llevó a cabo ninguna concentración masiva de tropas en las cercanías de Guadalajara, ni se distribuyeron armas entre la población civil para que se sumara a la defensa de la plaza. En Guadalajara reinaba un profundo silencio entre los liberales más decididos; desde la salida de Pedro Ogazón a mediados del mes de noviembre, todos ellos habían considerado abandonar la ciudad en compañía de sus familias; sin embargo, hacia finales del mes de diciembre, Jalisco estaba copado por tropas invasoras a lo largo de los territorios de Guanajuato y Michoacán y, 92

Idem.

93   Idem. 63


para el noroeste se tenía que atravesar el territorio de Nayarit controlado por Lozada, por lo que solamente había una ruta de escape relativamente segura hacia el puerto de Manzanillo, desde donde se podría abordar un barco hacia el norte del país o a los puertos norteamericanos de San Diego y San Francisco. Un pequeño grupo de liberales, los más, acompañados de sus familias salieron hacia el sur del estado, entre ellos: los hermanos Juan José, Joaquín, y José María Castaños; también Emeterio Robles Gil, Francisco Labastida, Antonio Pérez Verdía, Juan D. Robles Martínez, José María Vigil, Sotero Prieto, Amado y Jesús Leandro Camarena, Ignacio L. Vallarta, José María Hijar y Haro, Juan B. y José Hijar, Lauro Guzmán, Anastasio Cañedo, José María Macedo y Trinidad Bonilla, entre otros. El 2 de enero de 1864, apareció el último número del periódico oficial del estado El País, sin que en sus páginas se advirtiera lo que estaba sucediendo en Guadalajara. En la primera plana se publicó el decreto para la formación de guerrillas patrióticas expedido por Arteaga, y en interior aparecen diversas noticias sobre cuestiones administrativas del gobierno y despachos de la prensa internacional sobre la situación en México. Sin embargo, desde la madrugada de ese día había empezado la evacuación de la artillería pesada hacia la población de Santa Ana Acatlán; al mismo tiempo, el licenciado José G. González inició el traslado del archivo del gobierno y del Tribunal de Justicia con el mismo rumbo, y al día siguiente salieron los empleados de la administración estatal y municipal. Arteaga consideró que una batalla en Guadalajara hubiera sido de fatales consecuencias para los republicanos, ya que no solo habría que enfrentar a los invasores, sino a los miles de guerrilleros conservadores acampados en las orillas de la ciudad que se sumarían al combate, prevaleciendo el riesgo además, de una rebelión conservadora en la misma ciudad, lo que significaría una derrota desastrosa para los republicanos. Decidió entonces fortalecerse en el sur del estado donde la causa republicana mantenía sólidos apoyos entre la población. Ese mismo día, desde Tepatitlán, el mariscal Bazaine informaba a la Regencia que en breve emprendería su marcha hacia Guadalajara “e instalaré inmediatamente las autoridades municipales”; al mismo tiempo solicitaba que de manera urgente fueran cubiertos los puestos de los altos funcionarios del Estado en los ramos de hacienda y en la administración general, y agrega: 64


Tengo interés de dar al general Miramón el mando de la división de tropas mexicanas que debe ser formada con las bandas esparcidas y que obran sin unión de los distintos jefes de partidas que se hallan en campaña en estas comarcas. Juzgue que V.E. haría bien en colocar al frente de la Administración política y como comandante militar del Estado de Jalisco a un hombre seguro cuyos antecedentes le atraigan las simpatías de la población y que por su carácter preste todas las garantías apetecibles para un gobernador del estado. El general Woll me parece reunir todas estas condiciones y si está de vuelta en México…, mi opinión es que Ud. no podría hacer mejor elección al menos en la actualidad.94

La marcha de Bazaine por los Altos fue como un paseo de campo, una fiesta popular espontánea, que reflejaba el profundo malestar de la población en contra del gobierno liberal y de la violencia social que asolaba la región. Las autoridades municipales, con excepción de las de Teocaltiche, de manera entusiasta levantaron actas de adhesión a los invasores y al imperio que habría de instalarse. Bazaine desde luego estaba entusiasmado. El cuatro de enero, el propio Arteaga con el resto de sus hombres abandonó la ciudad. En esos momentos traumáticos para los tapatíos, arribó a Guadalajara el coronel Ramón Corona procedente de Nayarit, apenas acompañado de una escolta personal, y en medio del alboroto de carretas, caballos y mulas de carga, Corona se incorporó a las fuerzas que abandonaban la ciudad. Ireneo Paz, abogado y periodista liberal, que hasta el 19 de noviembre de 1863 venía publicando el periódico Sancho Panza, fue uno de los últimos en abandonar la ciudad y según su testimonio: El día menos pensado se anunció que los franceses se encontraban a siete leguas de la ciudad, que no había intención ni elementos para resistirlos y que la evacuación de la plaza estaba resuelta. Este rumor se había propalado a las ocho de la mañana y para las tres de la tarde se veían las calles tan solas que no parecía sino que la ciudad iba a ser incendiada. Era como si el mismo San Gerónimo se hubiera subido a lo más alto del campanario de la catedral y con su enorme trompeta, la misma que le serviría el día del juicio, hubiera pronunciado estas terribles palabras: Sálvese el que pueda. La retirada del ejército republicano, de funcionarios del gobierno y de connotados liberales se dio en medio de una confusión e interminable gritería… Me parecía muy triste que los franceses entraran sin quemar siquiera un cartucho a la segunda ciudad de la República.95 94

AH. SEDENA (En línea) Imperio. Legajo 561; expediente 14 198; fojas 3-4.

95

Paz, Ireneo. Algunas campañas. t. I; p. 32. 65


A partir de este momento, la historia se desarrollará en diferentes escenarios y con nuevos actores: hacia el sur, la resistencia que realizan los defensores de la república que se consideran los legítimos representantes de una nación que poco a poco se desfigura y desvanece; por el Pacífico, las peripecias y conflictos de Ramón Corona con los sinaloenses en su lucha contra los franceses y desde luego, contra Lozada; en Guadalajara reaparecen los conservadores intolerantes; también los liberales moderados se constituyen en nuevos traidores; la Iglesia que pretende que el Imperio le regrese sus viejos privilegios condena la modernidad liberal; las simpatías del emperador por las comunidades indígenas de Chapala; los periodistas liberales que en medio de la censura mantienen la resistencia por medio de la ironía y la sátira; y desde luego los franceses que intentan consolidar la conquista del país. Bazaine en Guadalajara. Sin pena ni gloria La ciudad quedó sin tropas republicanas desde el 4 de enero de 1864, pero nadie se atrevió a proclamar el Imperio. Por el contrario, las calles de Guadalajara estaban desiertas, las puertas y ventanas atrancadas, las familias se reunían fraternalmente para fortalecerse ante la experiencia traumática de la invasión y las angustias por venir; solamente se veía el movimiento de la Guardia Mutua formada por los comerciantes en el centro de la ciudad y sin empleados municipales, ni gendarmería, las calles permanecieron oscuras aumentando “el aspecto lúgubre que imperaba…” Al día siguiente llegó la vanguardia francesa y el 6 de enero, a las diez de la mañana hizo su entrada el mariscal Bazaine “sin que ninguna comisión hubiese salido a recibirlo, ni nadie lo cumplimentase”.96 Las tropas francesas fueron recibidas, según José María Vigil, “con una aversión y una indiferencia marcadas…”, que contrastaba con la falsa idea propagada por los partidarios de la intervención, respecto a la gran popularidad que existía entre la población por la monarquía extranjera. Agrega Vigil: La ciudad contempló con sombrío silencio la entrada de las tropas extranjeras y de sus aliados mexicanos. Ni una sola casa, aún entre los pertenecientes a las pocas familias adictas a la intervención, se adornó con colgaduras o iluminaciones, teniendo aquel espectáculo todo el carácter de una población ocupada por aborrecidos enemigos.97 96   Pérez Verdía, Luis. Historia particular del Estado de Jalisco. 1952; t. III; 260-262. 97

Vigil , José María. Ensayo Histórico del Ejército de Occidente. 1970; t. I; pp. 206-207. 66


A su llegada a la villa de San Pedro Tlaquepaque, Bazaine montó en cólera porque ninguna comisión había salido a recibirlo; pronto salió a su encuentro una comisión integrada por extranjeros, “no habiendo un solo mexicano que se prestase a desempeñar aquel humillante papel”. Ya en Guadalajara, el jefe francés intentó reunir una llamada Junta de Notables, que en nombre del estado de Jalisco levantara un acta de adhesión al Imperio y al gobierno provisional, pero en las dos convocatorias que realizó, apenas asistieron “un número pequeño de las personas invitadas, a pesar que lo fueron sólo aquellas cuyas afecciones monárquicas eran bien conocidas, Bazaine, prescindió de tan inútil comedia, viendo que se hallaba rodeado de elementos enteramente hostiles”.98 En su informe a la Regencia, Bazaine señala que el ayuntamiento de Guadalajara, -que no existía pues la mayoría de sus miembros había salido con las tropas republicanas-, y el general Mariano Morett, habían declarado su adhesión al Imperio “ya que es el camino para alcanzar la regeneración nacional”. Reconoce sin embargo, que no ha podido lograr la adhesión del grueso de la población (l’ adhesión de la population n’a pas être établie…)99 Antes de abandonar Guadalajara, Bazaine nombró al general Rómulo Díaz de la Vega, Prefecto Político del estado, y giró instrucciones al general Remigio Tovar, para que las antiguas guerrillas y gavillas conservadoras fueran reorganizadas militarmente e integradas a la División del general Márquez.100 Por su parte, el general Morett, Prefecto político de Guadalajara, inició el desarme de la población civil, ofreciendo 2 pesos por cada rifle o mosquete que fuera entregado a las autoridades, advirtiendo que después del plazo de ocho días, todas las personas que no las hubiesen entregado serían acusadas de robo calificado.101 Se instalaron en el estado las cortes marciales con facultades para juzgar de manera sumaria, tanto a ladrones y gavilleros como a defensores de la república. La villa de Teocaltiche, la única población alteña que se había fortificado para resistir la invasión, fue tomada a sangre y fuego el 29 de enero por el general Douai; de los 600 defensores, la mayoría de ellos de Guanajuato,

98

Idem.

99   AH. SEDENA. (En línea) Imperio. Legajo 561; expediente 14, 198: foja 17. 100   AH. SEDENA (En Línea) Guadalajara. Legajo 199; expediente 9,505; fojas 2-5. 101   AHJ. Archivos Histórico de Jalisco. (Aviso) Gobernación 2864, enero 24 de 1864. 67


murieron más de 50 y los demás debieron escapar por diferentes direcciones.102 Con las fuerzas republicanas replegadas en el sur del estado, y sin más enemigos al frente después de la toma de Teocaltiche, el comandante francés T. Garnier, el 25 de febrero de 1864 declaró el fin del estado de sitio en la Guadalajara. Iniciaba de esta manera en Jalisco, el proceso para reconstruir un nuevo sistema de gobierno de base monárquica, apuntalado por la intervención extranjera. La república del sur y el gobierno itinerante El general Arteaga, al frente de las fuerzas jaliscienses, pretendió conservar en el sur del estado la vigencia del régimen republicano y para ello siguió emitiendo decretos y medidas administrativas en su carácter de gobernador y comandante militar de Jalisco. En el plano militar, las fuerzas jaliscienses declinaron formar un frente unido y se dispersaron por diferentes poblaciones de la región, tanto para evitar ser arrolladas por una ofensiva de los invasores ampliando el campo de batalla, como para facilitar a las poblaciones del sur, pequeñas y con escasos recursos, el mantenimiento de las tropas. En sus funciones de gobernador, el 10 de enero de 1864, en la población de Zacoalco de Torres, Arteaga ordenó la instalación del Supremo Tribunal de Justicia, con el fin no dejar desprotegida a las poblaciones bajo control republicano de su derecho a la justicia de parte del Estado. Como los miembros del Tribunal habían salido de Guadalajara, la mayoría de ellos con rumbo a Colima, el poder judicial se instaló formalmente el 14 de enero, con funcionarios que ejercían en las poblaciones de Sayula y Ciudad Guzmán. La sede del tribunal sería la misma que ocupara el gobierno estatal, por lo que las diferentes salas cambiaron de sede al ritmo que imponía la ofensiva enemiga. El Supremo Tribunal quedó integrado por los abogados: Trinidad Bonilla y Miguel Buen Romero como magistrados interinos; Trinidad Henríquez como ministro fiscal; Ignacio Celis como secretario de acuerdos y José de Jesús Romero como secretario de la segunda sala.103 102   AHJ. Gobernación, 2-864. Alcance al número 13 de la Gaceta Oficial del estado de Guanajuato, febrero 4 de 1865. 103   Colección de los Decretos, Circulares y Ordenes…, t. II; pp. 162-164. 68


Al principio, las poblaciones del sur del estado recibían como héroes a las tropas republicanas, a las que ofrecían comida, fiestas y diferentes manifestaciones de simpatía. Arteaga, que era reconocido como gobernador del estado, entre el 2 de abril y el 20 de mayo, gozó de estas atenciones en un recorrido que inició en la Hacienda de San Marcos, Atemajac, y en dos ocasiones en las poblaciones de Cocula y Sayula. Esta actitud de Arteaga le mereció la crítica del historiador jalisciense Luis Pérez Verdía quien señaló, que en lugar de presentar resistencia “se entregaba a las delicias de Capua” entre fiestas y convites, acompañado de una bella señora a la que cortejaba, “mientras el ejército se hallaba en la miseria, víctima de los contratistas y concursionarios, sin organizarse y sin que adoptara ningún plan de batalla”.104 Además de las correrías de Arteaga con su comitiva de soldados y funcionarios de su gobierno itinerante, las poblaciones del sur sostenían diferentes contingentes entre Colima, Jalisco y Michoacán: el coronel Herrera y Cairo en Sayula, sede también de las tropas federales al mando del general José López Uraga, jefe del Ejército del Centro; el general Echegaray en Atoyac; Julio García en Colima; el coronel Rojas en Zacoalco; Díaz de León en Contla; el general Régules en Mazamitla; García Pueblita en Jiquilpan, Michoacán, y otros jefes menos notables en Tapalpa, Zapotiltic y Tecalitlán, contingentes que podían sumar siete mil hombres que permanecían inactivos y consumiendo los magros recursos de los vecinos. Pronto los abusos empezaron a registrarse con gran disgusto de las poblaciones y Arteaga se vio obligado a derogar el decreto sobre guerrillas patrióticas expedido en Guadalajara el 27 de diciembre de 1863. El 3 de febrero ante la convicción de que la libre organización de las guerrillas “se ha convertido en una patente de desorden por la inmoralidad con que se ha querido abusar de su laudable objeto, atentándose contra la tranquilidad de las poblaciones y contra la seguridad de los intereses de los ciudadanos pacíficos”, Arteaga ordenó la disolución de dichos cuerpos, remitiendo a los ciudadanos el derecho a defenderse de las guerrillas que no contaran con el permiso escrito del gobierno para operar.105

104   Luis Pérez Verdía, Op. cit., t. III, p. 293. 105

Colección de los decretos, circulares y órdenes…, t. II, pp. 168-169. 69


El regreso del pastor A casi tres meses de la instalación del gobierno monárquico en Guadalajara, la ciudad vivía una casi total ausencia de noticias. Los periódicos liberales habían cerrado y escondido sus imprentas, y los editores conservadores aún no sabían cómo operar en el nuevo régimen, pues las autoridades no habían expedido ninguna ley de imprenta, e incluso, la administración carecía de un órgano oficial de información. La población aturdida aún por lo sucedido, se mantenía a la expectativa y distante del gobierno y de los invasores, más preocupada por atender sus problemas personales y familiares que por el curso que tomaba la guerra. Una noticia alegró a los tapatíos el 22 de marzo, cuando el arzobispo Pedro Espinoza regresó a Guadalajara de su destierro al que había sido condenado por el gobierno juarista. En este momento surgió un actor muy importante para la causa conservadora y monárquica en Guadalajara, el impresor Dionisio Rodríguez, jalisciense declarado Benemérito del Estado no por su liberalismo y patriotismo desde luego, sino por su vocación humanitaria. En la reseña que Rodríguez publica sobre la llegada del arzobispo Espinoza, afirma que “hay en los anales de los pueblos acontecimientos tan grandiosos y altamente significativos que resumen en una palabra toda su variada historia”, este es sin duda uno de esos días: Bienvenido ese Ilustre Pastor: Ese padre venerado que la feroz demagogia arrancó de entre nosotros para relegarlo mas allá de los mares por su firmeza apostólica en defender la fe de la Iglesia y sus derecho sacrosantos, y que después de tan larga ausencia saluda hoy a su amada grey levantando su mano para bendecirla, representa ante nuestros ojos nuestras preciosas creencias por cuya conservación hemos sufrido tanto y derramado tantas lágrimas; creencias consoladoras que su cuidado paternal plantó y cultivó en nuestro corazón: porque en él vemos personificado el principio católico objeto único de todos los debates que han ensangrentado nuestro suelo y llenado de luto y desolación toda la vasta extensión de este infortunado país; su sola tabla de salvación y el principio único en que puede basarse su prosperidad y engrandecimiento futuro.106

106   Reseña de la entrada del Illo. Señor Arzobispo Dr. D. Pedro Espinoza a Guadalajara al regreso de su destierro. Guadalajara, 1864. Tip. de Dionisio Rodríguez, p. 5. 70


Dionisio Rodríguez había nacido en Guadalajara el 8 de abril de 1810. Sus padres Mariano Rodríguez y Antonia Castillo lo educaron bajo los valores católicos en grado sumo. Ingresó al Seminario donde estudió la preparatoria y después se graduó como abogado el 28 de junio de 1835, a los 25 años de edad. Siempre militó en el bando conservador: fue secretario del Ayuntamiento de Guadalajara y después de la Junta Departamental. A la muerte de su padre en 1845, quedó en posesión de su imprenta. Fundó la Escuela de Artes en apoyo a los niños y jóvenes abandonados o en la pobreza extrema, donde se les educaba, alimentaba y se les daba vivienda, bajo los principios católicos y un rígido régimen disciplinario. Entre 1849-1850 viajó a Europa y a Estados Unidos visitando asilos, penitenciarías y establecimientos de beneficencia, cuyas experiencias aplicaría en Guadalajara adonde regresó en 1852. Con el apoyo de Manuel Palomar, se financió la llegada de las Hermanas de la Caridad desde España para que instalaran dispensarios y hospitales para los pobres y prestaran auxilios en el Hospital de Belén. También se preocupó por el establecimiento de cárceles modernas y “la moralización de los presos, mediante la religión y el planteamiento de escuelas y talleres de artes y oficios”.107 Entre 1861 y 1862 con su imprenta combatió ideológicamente a los liberales a los que llegó a considerar los causantes de todos los males y tragedias que asolaban al país, por lo que fue perseguido y encarcelado. Durante la intervención francesa fue el mayor difusor en Guadalajara de las ideas monarquistas y conservadoras y con el apoyo del gobierno imperial y del arzobispo Espinoza en 1864, fundó la Junta de Caridad. Rodríguez fue nombrado presidente de esa institución, cargo que desempeñó hasta su muerte en 1877.108

107   Rafael Arroyo de Anda. El Sr. Lic. Dionisio Rodríguez. La Sociedad Católica de Guadalajara a la memoria del Sr. D. Dionisio Rodríguez. Guadalajara, 1877, Antigua Imp. de Rodríguez. 108   Desde noviembre de 1876 empezó a padecer una enfermedad que le causaría la muerte el 30 de abril de 1877. Miles de personas de todas las clases sociales acompañaron el duelo familiar. En la catedral se ofició una misa solemne en su honor. Rodríguez observó el celibato y según Arroyo de Anda, “en virtud del celibato, no pertenece a ninguna familia, y es, por decirlo así, el padre de todas; y viviendo en medio del mundo solo y aislado, como peregrino en tierra extranjera, representa mejor a Jesucristo.” Arroyo de Anda. El Sr. Lic. Dionisio Rodríguez, Op. cit.; p. 25. 71


El camino hacia la traición El 28 de marzo de 1864, el coronel Ramón Corona se presentó en el cuartel general del general López Uraga en Ciudad Guzmán, para informarle de las actividades realizadas con el fin de reforzar las posiciones republicanas en la Barranca de Atenquique, ante la amenaza de un ataque de las tropas francesas. Las relaciones entre Uraga y Corona nunca fueron buenas. López Uraga era un militar de escuela, pretencioso, en tanto que Corona era un soldado del pueblo, sin formación militar, pero con fe en la causa que defendía. Durante la reunión en la que participaron los jefes del llamado Ejército del Centro, López Uraga reconvino a Corona por considerar que éste no cumplía sus órdenes y con su actuación desmoralizaba al ejército y sus jefes. La situación fue muy terrible para Corona quien escuchó en silencio el reclamo airado de su superior, hasta que la intervención del general Iglesias calmó los ánimos y la reunión se dio por concluida. Corona estaba a punto de retirarse, cuando el secretario particular de López Uraga le pidió que pasara al despacho del general pues quería plantearle una cuestión. Se trataba de que Corona firmara un manifiesto de López Uraga y los principales jefes de la División, en la que se rechazaba definirse como juaristas, comprometiéndose a defender la Independencia y la República sin referirse ni a la vigencia de la Constitución de 1857 ni a las Leyes de Reforma. Con este manifiesto, López Uraga disgustado por el fracaso político del general Doblado con el que estaba comprometido, iniciaba una separación estratégica del gobierno nacional con la peregrina idea de ser considerado para ocupar la presidencia de la República al concluir el periodo de Juárez. Después de leer el manifiesto, Corona le preguntó a López Uraga si ese texto no se oponía a la Constitución de 1857, a lo que Uraga contestó “irritado que era atreverse a mucho con semejante pregunta, pues parecía haber olvidado que si Juárez era el presidente legítimo, sus facultades emanaban de él”. Corona comprendió que ante el carácter “impetuoso y soberbio de Uraga todo cabía”, desde darle de baja con nota de cobarde, o que lo mandara procesar por indisciplina, “se resolvió a todo y firmó, retirándose en seguida para dirigirse a su campo”.109 109

José María Vigil. Ensayo histórico del Ejército de Occidente. 1970; t. I; p. 211. 72


Pero Corona no pudo superar el reclamo de su conciencia republicana y con fecha de 7 de abril, envió a la redacción del periódico La Aurora en Colima, una aclaración, según Corona, a petición de varios amigos que le preguntaron el porqué había firmado dicho manifiesto: Mi contestación ha sido: que al sentar mi firma en el expresado documento, fue porque en él se protesta contra el imperio que tratan de establecer el ejército invasor y sus aliados, los traidores, porque en el mismo documento se hace saber al pueblo, lo mismo que a los traidores y franceses, que no obstante las promesas y amenazas de éstos, nosotros mantendremos las armas en la mano hasta sucumbir o salvar la Independencia, la República y la Libertad, por haber sido estos grandes principios conquistados con mil sacrificios por el pueblo mexicano y que sin más derecho que la fuerza brutal, se pretende arrebatárnoslos. Hoy me parece conveniente manifestar, que al protestar defender aquellos tres principios, es porque los juzgo en nuestro país absolutamente identificados con los que estableció nuestra Carta Fundamental de 57 y las Leyes de Reforma, y por considerarlos como su precisa consecuencia.110

La respuesta de Uraga no se hizo esperar, y pocos días después Corona recibió de su jefe una carta llena de injurias y arrebatos, prueba de una ira incontrolable contra su subordinado. Le dice a Corona que debía haberse sentido orgulloso de ser invitado a participar en un cuerpo de caballeros de honor, que defienden una causa de valor, “pero que desgraciadamente veía que ni siquiera había comprendido tan alta distinción”. Culpa a Corona de haber causado la destrucción de la Brigada de Tepic; de haber perdido numerosos pertrechos de guerra que le enviaron desde Manzanillo y su conducta reciente, al cuestionar las órdenes superiores, le hacían “indigno de pertenecer al ejército que mandaba, por lo cual esperaba que pidiera su licencia que estaba pronto a concederle”.111 Corona sabía que nada bueno podía esperar ante la respuesta de López Uraga, así que se dirigió al general Arteaga a quien respetuosamente le pidió lo relevara del mando de la 2ª Brigada para prestar sus servicios en otro frente de guerra. Arteaga por su parte, quería saber con detalle la causa del conflicto para poder expedirle su pasaporte, por lo que Corona le mostró la carta y le comentó su convicción, “de que el general en jefe marchaba por un camino contrario a la santidad y grandeza de la cusa que defendían, y 110 111

Idem., p. 216.

Idem., pp. 213-214. 73


acabando por aconsejarle un movimiento militar desconociéndole, para que él, Arteaga, tomara el mando en jefe…”112 Arteaga no estuvo de acuerdo con las apreciaciones de Corona y le dijo que hablaría personalmente con López Uraga en Sayula para tomar una decisión definitiva. Tres días después, a su regreso, Arteaga le dijo que estaba autorizado para entregarle la licencia, pero antes debía saber que el general en jefe se había calmado y estaba muy contento de contar en sus filas con un hombre de tanta energía y le invitaba a platicar con el fin de aclarar las cosas. Corona desde luego no aceptó la propuesta y mantuvo su decisión de separarse, lo que Arteaga finalmente le concedió. Corona con algunos compañeros de armas se dirigió hacia la hacienda El Cabezón, en el municipio de Cocula, desde donde trazó un ruta para dirigirse a Durango en busca de los restos de la Brigada de Tepic. En el camino se encontró al temible coronel Antonio Rojas, quien le dijo que tenía una orden de Arteaga para batirlo, por lo que Corona le explicó las razones de su permanencia en aquella localidad. Finalmente, con la intermediación de Rojas, Arteaga le concedió el permiso definitivo, algunos hombres y pertrechos, para que Corona pudiera seguir su marcha. Ireneo Paz relata el viaje de Corona de esta manera: Tomaron el rumbo del cantón de Tepic, burlando a veces la vigilancia de los destacamentos imperialistas que estaban apostados por todas partes o empeñando pequeños combates que dejaban marcadas con sangre las huellas de su paso. El proyecto temerario casi, que se habían propuesto realizar, era internarse al estado de Sinaloa pasando por los dominios de don Manuel Lozada, que era el mayor enemigo que tenía entonces Corona, y enemigo que no pedía ni daba cuartel. Ayudados en parte por el conocimiento que tenían del terreno, pero siempre venciendo las dificultades que se encontraban día y noche, lograron, los que formaban aquel pequeño grupo de combatientes, abrirse paso por entre las fuerzas de Lozada, alcanzando a llegar sanos y salvos a los límites del cantón de Tepic, en donde pudieron encontrarse con otros amigos y descansar de las penalidades de aquella ruda travesía.113

Desde luego Corona tenía razón en sus apreciaciones respecto del comportamiento sospechoso de López Uraga. El manifiesto del Ejército del Centro, al omitir la Constitución de 57 y las Leyes de Reforma era 112   Idem., p. 214 113   Ireneo Paz. Algunas campañas. t. I, pp. 44-45. 74


una declaración a modo, tanto para desconocer a Juárez como para iniciar negociaciones con los invasores. López Uraga parecía dispuesto a una ruptura con el gobierno y en sus comunicaciones con otros jefes regionales, pretendía convencerlos de sus argumentos en contra de la mala dirección de la guerra y lo negativo de las luchas internas por el poder entre los propios republicanos. El 26 de abril de 1864, López Uraga escribió a Jesús García Morales, gobernador del estado de Sinaloa, tratando de explicarle el alcance del manifiesto del cuerpo de ejército bajo su mando. La mayoría de las personas aliadas a los invasores –le dice López Uraga-: … no tienen el sentimiento de traidores, buscan sólo la defensa de sus intereses y anhelan en un cambio la estabilidad de su garantías. El invasor, al venir ocupando las poblaciones de la república, paga con regularidad todo lo que gasta y si nosotros robamos a los pueblos y nos tomamos con el nombre de sus defensores lo muy poco que les han dejado nuestras revueltas políticas, no es dudoso el resultado: pereceremos y pereceremos con la infame nota de asesinos y bandidos.114

Si usted está de acuerdo conmigo en estos sentimientos –le dice López Uraga-, si acepta mis ideas que son las de un hombre honrado y leal, dígaselo al presidente con franqueza; si no es el caso y no concuerda conmigo, “también manifieste usted al mismo gobierno, que debe relevarme, porque ni a mis actuales sentimientos ni a mi conciencia, puede ser permitido que yo mantenga al ejército, a trueque de ser ladrón de las propiedades particulares de los pueblos”. Al día siguiente, López Uraga envió una carta al presidente Juárez en la que se queja de la situación política que vivía el gobierno, pues supuestamente había abandonado el país y le reprocha por el conflicto por el poder que mantenía con González Ortega y con el general Doblado, que minaban la moral de las fuerzas nacionales. López Uraga se declara ajeno a tales disputas internas y sin otro compromiso que luchar contra los invasores: “Hemos logrado hacernos respetar del enemigo y a varias proposiciones de arreglo y de paz, he contestado con urbanidad y energía rechazándolo todo”.115

114   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 9; capítulo CXV, p. 13. 115   Idem. t. 9; capítulo CXV, p. 15. 75


Se queja López Uraga de la traición de algunos elementos como Berriozábal; de la falta de recursos y armas para sus tropas, advirtiendo que ya no es posible vivir de los recursos de los pueblos; también de la estrategia militar que le deja sin poderes para dirigir el conjunto de fuerzas republicanas de Michoacán, Jalisco y Colima, y lo convierte según sus palabras en un simple guerrillero, por lo que le solicita que analice su relevo del cargo. Le advierte a Juárez que: De la manera que vamos, tocamos a ser bandidos que infestamos un país, asaltamos pasajeros, diligencias y pueblos indefensos, sin centro, orden, ni fruto. Esto no es ni insurrección ni guerra. El reparto o división de mando, son cacicazgos, buenos sólo para la gente que ve su fortuna en el botín, pero no para una campaña, ni para un país que se defiende.116

En López Uraga se manifiesta ya abiertamente el desánimo ciudadano ante una guerra que parecía perdida para los mexicanos y se abre el camino para la traición. A principios del mes de mayo, llegaron a manos de Arteaga varias cartas de comerciantes de Zacatecas, en las que se comenta que Bazaine habría acordado con López Uraga no atacarlo y que sería considerado neutral conservando el mando de sus hombres si dejaba de defender al gobierno y a la Constitución de 57; Arteaga envió dichas cartas a Juárez para su conocimiento. Los rumores de la traición se expandían. El exilio liberal: el discurso de la victoria A casi cinco meses de la entrada de los franceses a Guadalajara y la salida de los liberales más reconocidos hacia el exilio, la confianza de la población mostraba evidentes signos de desencanto y frustración. No eran pocos los que de manera discreta habían regresado a casa como lo hiciera el secretario particular de Arteaga, el licenciado Gregorio Dávila, ante la incertidumbre que invadía a los partidarios de la república. A cinco meses fuera de casa, los más, empezaron a tener problemas económicos y a preocuparse por sus bienes que habían quedado atrás. Les angustiaba la posibilidad de que fueran expropiados en su ausencia y quedaran en la miseria.

116   Idem., p. 16. 76


Eran tiempos difíciles para el país y para la república; la invasión se manifestaba como una ola imparable que cubría casi todo el territorio, sin que nadie pudiera resistir tal vendaval. Por esa razón es importante rescatar uno de los pocos discursos mexicanos pronunciados en el extranjero en memoria del primer aniversario de la batalla de Puebla el 5 de mayo de 1862. Su autor, José María Vigil, ante un puñado de mexicanos exilados en San Francisco California, entre ellos el licenciado Ignacio L. Vallarta, anticipa la derrota de los invasores y el triunfo del pueblo mexicano. Vigil es uno de los grandes genios culturales jaliscienses del siglo XIX, uno de los liberales más sólidos y sin duda una de las plumas mas valientes de la libertad y la independencia. En su discurso, Vigil tiene en su mente como primera y persistente imagen “la torpe liga de la tradición y el retroceso, las maquinaciones vergonzosas de intereses bastardos, de pasiones rastreras, de supercherías estúpidas”; pero al mismo tiempo, ante el desasosiego que produce la traición y la presencia extranjera, surge un pueblo que lucha por su libertad, “que se presenta ante el mundo armado con la justicia de la mas santa de las causas…”117 El triunfo de la Reforma era para Vigil el golpe de gracia a la triste herencia colonial. La Reforma era el fin de la superstición y la ignorancia mantenidas por el clero durante tres siglos. El pueblo se manifestó lleno de esperanza en el porvenir; “jamás la voluntad nacional se había expresado de una manera más firme y enérgica”. Pero un partido implacable, defensor de la inmovilidad y de la dictadura impuso la corrupción y el anatema como forma de lucha disparando a diestra y siniestra excomuniones y castigos eternos, seduciendo con sus riquezas a los corrompidos jefes militares, convirtiendo los púlpitos en tribunas de propaganda sediciosa, a las iglesias en clubes políticos, “los conventos en arsenales; los obispos en directores y caudillos de la nueva cruzada”, todo en vano, ante la voluntad de un pueblo “que marchaba compacto a la realización de sus más queridos ensueños…”118 La Reforma –señala Vigil-, y el gobierno republicano que la llevó al triunfo, dieron muestras de una magnanimidad incomparable, concediendo 117   Discurso que en el aniversario del glorioso triunfo alcanzado por las armas mejicanas, al mando del General Zaragoza, sobre el ejército invasor, pronunció el C. José María Vigil en San Francisco California el 5 de mayo de 1864. Guadalajara. El País. Periódico oficial del Gobierno del Estado de Jalisco. Tomo VII, Núm. 57. Cuarta Época, sábado 4 de mayo de 1867. 118   Idem. 77


a los crímenes de la reacción un generoso olvido. En México, el partido progresista, jamás ha perseguido a ninguna religión, “no ha tenido nunca la pretensión de convertirse en apóstol de una nueva secta”, solo se ha defendido “de un antagonista pérfido que ha convertido la sacristía en un cuartel, el altar en un mampuesto.” Si los obispos –dice Vigil- “caudillos reconocidos y confesos” del partido conservador no hubieran despertado la codicia europea, “pintando como cosa hacedera la dominación de un país rico, abundantes todo género de productos minerales y agrícolas, jamás el gobierno francés hubiera soñado en la descabellada empresa, que le ha llevado a un extremo en que no pensó seguramente…” Una vez acordado con tales traidores consumar la destrucción del País, los pretextos no faltarían, facilitando la intervención, la guerra civil por la que atravesaba Estados Unidos. Vigil sufre una gran desilusión del pueblo francés, semejante a la que había experimentado la generación de mexicanos liberales que enfrentó la intervención norteamericana. En su opinión, parecía imposible que Francia sinónimo de honor, de grandeza y civilización, altamente estimada por los mexicanos, pudiera encabezar una acción indigna de su historia y su cultura. En la mente de los liberales mexicanos republicanos no podía aceptarse que un pueblo cuyos hombres eran admirados por su amor a la justicia; que en sus doctrinas y credos políticos abrevaban los partidarios del progreso en América; estos hombres americanos que habían casi “convertido en propio el himno inmortal de la Marsellesa…”, estaban confundidos y desilusionados. “¿Cómo podía aguardar injuria tan honda, insulto tan sangriento de parte de la autoridad de un pueblo, a quien lejos de haber hecho el más pequeño mal, lo había distinguido en todas ocasiones con las marcadas preferencias de una simpatía ardiente?”119 Vigil considera que las únicas y verdaderas causas de la intervención fueron “el estúpido encono de los traidores capitaneados por los obispos y la codicia mal aconsejada del monarca francés”. Esperando una victoria fácil, el general del ejército invencible se sentía dueño de una nación, al solo vernos –presumía-, los bárbaros mexicanos iniciarán una estampida. Por eso -señala Vigil- la victoria del 5 de mayo es un 119  Vigil. Loc. cit. 78


día eterno no solo para los mexicanos, sino para todos los pueblos de la tierra “porque es el triunfo de la razón y la justicia sobre el retroceso y la usurpación”. El 5 de mayo demostró que los pueblos al luchar en defensa de su patria y su derecho se convierten en invencibles y el soldado mexicano, superior al soldado mercenario. Estos humildes soldados mexicanos, inferiores en armas y en disciplina fueron “los que hicieron morder el polvo, volver las espaldas y retroceder a paso gimnástico…” al orgulloso invasor. La guerra no ha terminado –advierte Vigil-, el territorio nacional es teatro de multitud de combates que se suceden de día en día, “… el espíritu de independencia y libertad no ha muerto en México”. La causa mexicana no está perdida, “repitámoslo con orgullo y fe…; ningún sacrificio es perdido, ningún servicio es insignificante…”; los patriotas mexicanos deben unirse alrededor de una sola inspiración: “el amor a Méjico, el odio inextinguible contra sus opresores traidores y extranjeros”. Los liberales moderados ¿finalmente traidores? Para mediados de 1864, no solo la campaña militar estaba resultando desastrosa para los republicanos que se replegaban cada vez más hacia el norte del país; en el frente diplomático europeo, los esfuerzos del gobierno juarista simplemente no encontraban simpatías para detener la intervención, y por su parte los vecinos norteamericanos, enfrascados en una sangrienta guerra civil, apenas se habían negado a reconocer el Imperio por medio de una tibia declaración. Entre los meses de mayo y junio de 1864, los invasores avanzaron hacia Aguascalientes y Zacatecas y tomaron el puerto de Manzanillo; a mediados del mes de mayo el general Doblado había sido completamente derrotado en Matehuala, lo que abrió a los invasores el camino hacia Monterrey, a lo que habría que sumar la actitud cada día más amenazante del cacique norteño Santiago Vidaurri en contra del gobierno de Juárez. Aunque los franceses no estaban dispuestos a realizar negociaciones directamente con Juárez, sí se acercaban a otros personajes liberales para convencerlos de la necesidad de poner fin a la guerra, ofreciendo un gobierno monárquico que preservaría el espíritu de las reformas liberales, con lo que se garantizaría el progreso del país y el fin definitivo del viejo régimen colonial. Estas proposiciones le habían sido presentadas al general López Uraga y a otros 79


miembros distinguidos del ejército republicano y de las corrientes moderadas del partido liberal, provocando en algunos de ellos, el tener que enfrentar el dilema de apostar por la paz y con ello mantener su estatus en el nuevo régimen monárquico, o mantener la resistencia hasta lograr de nuevo la independencia nacional y la derrota de los invasores, aventura en la que podían perderlo todo. En Jalisco los negociadores franceses encontraron un campo propicio para su causa entre los miembros moderados del partido liberal, los mismos que durante meses combatieron el radicalismo de Ogazón y conspiraron para destituirlo; estos actores estaban ya dispuestos a reconocer el fin de la república y su incorporación al proyecto imperial, a cambio de las migajas que se les ofrecían. De esta manera, el 4 de junio, el clérigo Juan José Caserta, el ex gobernador del estado y presidente de la Junta Patriótica de Guadalajara, José López Portillo, el empresario Rafael Jiménez Castro, el hacendado y comerciante Antonio Álvarez del Castillo, y el ingeniero Vicente Ortigoza, todos ellos liberales moderados, le escribieron una carta al general López Uraga en la que le piden que deje de sacrificar a los pobres hombres que forman su ejército, y que evite el derramamiento de más sangre, en virtud de que la implantación francesa era ya, un hecho inevitable. Le dicen que si cesa su actividad militar, le estaría haciendo un gran favor a la causa liberal en virtud de la gran acogida que este partido ha tenido en el gobierno imperial, agregando: Después de la derrota del Sr. Doblado, es seguro que el gobierno que rigió conforme a la Constitución de 1857 se había disuelto, quedando destruido todo centro de unión. Al tiempo que esto sucede, el príncipe Maximiliano acepta la corona, toma posesión del trono, y a esta hora quizás se encuentra en suelo mexicano. La intervención francesa ha sido garante de que conservarán las conquistas de la revolución. El nuevo emperador ha jurado sostener la independencia y ha ofrecido dotar a la nación de instituciones sabiamente liberales. ¡Ojala y se realicen estas promesas! Contando con ellas los republicanos que tenemos el sentimiento de perder el sistema bajo [el] que vivimos tantos años, al menos nos consolamos con que hayan salvado los bienes preciosos de la soberanía nacional y la Reforma.120

120   Esta carta fue publicada por primera vez en el periódico imperialista La Sociedad en el mes de junio de 1864, en el tomo 2º; número 363; y por segunda ocasión, el 18 de marzo de 1867, por el periódico liberal La Prensa, en el tomo I, num. 49. 80


López Uraga negó que dicha carta le haya sido enviada y por el contrario, le dijo al general Arteaga el 7 de junio, que el clérigo Caserta jamás había intentado recoger firmas en Guadalajara y por el contrario, habría destruido la carta, con lo que pretendía deslindarse de cualquier compromiso con los firmantes. Sin embargo, el 10 de junio, Arteaga le dice: “estoy perfectamente al tanto de los trabajos de ese señor [Caserta] en Guadalajara y puedo asegurar a usted que, o ha tratado de engañarlo o hay, quien sabe donde, trabajos encubiertos con fines desconocidos”.121 Agrega Arteaga que tiene información de las juntas realizadas por Caserta para reunir firmas de apoyo, en las que aseguraba que tanto López Uraga como el propio Arteaga estaban de acuerdo en los términos de la carta, pero tanto liberales como conservadores tuvieron vergüenza de asociarse a esa aventura y “no pudo encontrar, después de mil afanes, mas que siete firmas para la susodicha carta.” Habría sido, según Arteaga, el licenciado Benito Gómez Farías quien convenció a los promotores de la carta del error que cometían, llegando algunos de los participantes en esas reuniones, después de aceptar su equivocación, a protestar contra todo arreglo que se verificara con los invasores. Arteaga estaba molesto porque su nombre, junto al de López Uraga aparece como uno de los simpatizantes del acuerdo con los invasores, “y nos ha hecho aparecer ante los jaliscienses y la república entera como unos traidores…”, sin que a la fecha hayamos desmentido esa acusación: No hay calma ni puede haber juicio cuando se ve un hombre público herido en la parte más sensible de su ser moral; mas es preciso convenir en que no componemos nada con colgar, como usted dice, mas de una docena de canallas, pues ellos no son sino el eco de la multitud de Guadalajara a México y casi todo el país, por esto es que no estoy conforme en sacrificar esos desgraciados pues nada significan y a quienes por lo expuesto, no considero culpables supuesto que no causan un mal directo a la causa que defendemos, sino en tanto que atacan a nuestras personas, cuya conciencia permanece y debe permanecer tranquila.122

Así las cosas, mientras Arteaga se siente molesto por la calumnia, López Uraga pretende cambiar de bando llevándose toda la División a su mando, lo que suponía, le sería reconocido con un alto cargo por el gobierno imperial. Sin embargo, algunos jefes militares que empezaron a sospechar de la lealtad 121

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 9; capítulo CXVIII; p. 24.

122   Loc. cit.; p. 25. 81


de su jefe, se dirigieron al general Arteaga para comunicarle sus temores y les indicara que decisión tomar. Finalmente Arteaga quedó convencido de los planes de traición que maquinaba López Uraga y de manera resuelta lo confrontó; lo desconoció como jefe y le manifestó que estaba dispuesto a combatir en su contra si fuera necesario. López Uraga ya no pudo sostener su posición ambigua y ante el abandono de sus principales jefes, el 21 de junio, anunció su separación del ejército republicano, pretendiendo dejar en el mando al general Miguel María Echegaray uno de los pocos leales con los que aún contaba. López Uraga abandonó el cuartel general acompañado por varios de sus oficiales y de una pequeña escolta personal. Arteaga fue reconocido por Juárez como nuevo general en jefe del Ejército del Centro, por lo que debió dejar el gobierno de Jalisco para ponerse al frente de la campaña militar en Michoacán, Jalisco y Colima, los estados bajo su mando. Como gobernador provisional del estado fue nombrado el licenciado Anacleto Herrera y Cairo a quien le tocaría tratar de mantener viva la resistencia en el sur del estado, una tarea poco menos que imposible. Habemus Emperador Si los liberales moderados se aprestaban para acomodarse en la naciente administración imperial aun a costa de ser considerados traidores, los conservadores jaliscienses también buscaban la realización de sus viejos proyectos plateados por Lucas Alamán en 1852, en su famosa carta a Santa Anna, en la que define las bases del pensamiento conservador, antirepublicano y monárquico: Lo primero, conservar la religión católica pues es el único lazo que une a los mexicanos; a continuación, un gobierno fuerte que cumpla con sus deberes; nada de federación, ni de elecciones populares; nueva división territorial que acabe con los viejos límites territoriales; ejército fuerte que proteja a la sociedad; y gobierno personal, el Congreso no es necesario.123 Los conservadores jaliscienses mudaron a monarquistas sin mayor problema. Habían conspirado para regresar a Santa Anna al poder con el famoso Plan del Hospicio en 1852, gobierno al que defendieron hasta el último momento; después combatieron la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma 123   Historia Documental de México. México, 1964. Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM; t. II; p. 244. 82


con el espíritu de una cruzada religiosa, definiendo al liberalismo como principal enemigo de la religión católica. La intervención francesa y la llegada de un monarca europeo, les daba nuevos alientos para reencauzar al país a partir de un programa completamente conservador, por lo que, con el arzobispo Pedro Espinoza como gran promotor, así como las figuras del conservadurismo local: Agapito y José Ramón Fernández Somellera ricos comerciantes de origen catalán; el industrial y comerciante José Palomar; los hacendados Clemente y Dolores Orendáin, y Juan Francisco Velarde apodado el “burro de oro” por su insultante falta de cultura; el impresor Dionisio Rodríguez y el periodista Rafael Arroyo de Anda entre otros, se reagruparon para hacer valer sus propuestas ante el emperador cuya llegada al país era inminente. Así bajo la batuta del arzobispo Espinoza y de los generales Díaz de la Vega y Douay, los monarquistas locales organizaron un gran festejo popular en Guadalajara para celebrar la llegada del emperador a tierras mexicanas. Desde el tres de junio de 1864, se repartió en las iglesias y en las oficinas de gobierno, un folleto con el programa oficial de los festejos, que iniciarían el día 5 con un repique de campanas a todo vuelo anunciando la llegada del emperador a la ciudad de México; banderas mexicanas y francesas entrelazadas, ondearían en los edificios públicos; se ejecutaría una salva de ciento un cañonazos y un desfile de músicas recorrerían las plazas y las calles de la ciudad. Dionisio Rodríguez describe la fiesta monárquica de esta manera: Los aires se llenaron de cohetes voladores en una inmensa cantidad, el placer se pintó en todos los semblantes y las armonías de las músicas andaban pregonando lo que el pecho sentía. Los pabellones tricolores se echaron a ondear por los aires, la ciudad se vistió de lujo en sus puertas y ventanas, y la voz del cañón respondiendo a la de la campana bendita se unieron para dar la bienvenida y para saludar a SS. M.M. Emperador. Las iluminaciones en la noche y los preparativos del paseo en las plazas y portales mantuvieron con una grata expectativa la atención pública pendiente de las fiestas imperiales que se ofrecieron, hasta que amaneció brillante y sereno el 7 de junio de 1864. La ciudad volvió a vestirse de lujo, y ondearon los pabellones y cortinajes. Todos los empleados públicos y multitud de vecinos notables, vestidos de etiqueta se dirigieron al templo, donde la majestad del culto católico brillaba, no en oro ni plata, pero si en luces y adornos que hacían resaltar la grandiosa arquitectura de la Catedral.124

124   Cuadro de Regocijo Público, manifestado en esta capital de Guadalajara, a la noticia del arribo de nuestros augustos emperadores. Guadalajara, 1864. Tipografía de Dionisio Rodríguez, pp. 4-6. 83


Ese día, 7 de junio, también se celebró una misa en honor de los emperadores, misma que fue ofrecida por el arzobispo Espinoza y presidida por el general Douay; se entonó un Te deum “por la voz querida de nuestro ilustre pastor”. Al finalizar la ceremonia religiosa se realizó una parada militar de tropas francesas y mexicanas que desfilaron por las principales calles de la ciudad. La marcialidad de las tropas francesas, dice Dionisio Rodríguez, causaban sentimientos de simpatía que conmovían hasta lo más profundo de su ser, de “los mejicanos agradecidos que veían coronadas las empresas de aquellos bravos que de tan luengas tierras han venido a prodigar su sangre por regenerarnos, sacándonos del abismo a donde fatalmente corríamos”.125 El ayuntamiento de Guadalajara por su parte, realizó una sesión solemne de cabildo en la que se expresaron felicitaciones entusiastas para el emperador y “nuestra amable y virtuosa Emperatriz, por su llegada al suelo de Méjico por tanto tiempo y tan ardientemente deseada.” Los miembros del ayuntamiento se manifestaban alegres a lo sumo, “al ver a un ilustre vástago de la casa de Habsburgo consagrarse con heroica abnegación a la felicidad del pueblo mexicano”.126 Muy pronto, los monarquistas tapatíos tuvieron otra oportunidad para manifestar se adhesión al imperio y su amor y devoción al emperador, pues el 6 de julio, Maximiliano celebraba su cumpleaños en la tierra que pretendía gobernar. Con la crónica ampulosa de Dionisio Rodríguez, como era de esperarse, se describe la víspera como un día que Guadalajara nunca había esperado con tanta ansiedad; “la aurora del 6 de julio” anunciaba la gran fecha y todos los tapatíos “querían apresurase a mostrar el júbilo que tal suceso excitaba en nuestro pecho…”127 Los festejos fueron organizados por una junta de notables y suscritos por el regidor Eufemio Alonso, el magistrado Manuel Mancilla y el señor Joaquín Castañeda; el primer acto, fue un repique de campanas que “bastó para que empezara el movimiento y la ciudad tomase el risueño aspecto que conservó durante el día y la noche que tan gratos recuerdos acaban de dejarle…” Las calles 125  Idem. 126

El Imperio. Periódico oficial. Miércoles 20 de julio de 1864; núm. 4; p. 2. Formaban parte del ayuntamiento: como Prefecto Municipal, el general Mariano Morett; y los regidores: Agustín F. Villa, J. Eufemio Alonso, Mateo González Hermosillo, Dr. Pablo Gutiérrez, Benito Pérez, Silvestre Ornelas, Eufemio Flores, José Manuel Castañeda, Tomás Romo, Mauricio González, entre otros. 127   El seis de julio de 1864 en Guadalajara. Guadalajara, 1864; Tipografía de Dionisio Rodríguez; p. 4. 84


una vez más estaban adornadas de banderas tricolores, mexicanas y francesas; un segundo repique a las doce del día fue seguido de la música de una banda militar y el estallido de cohetes. Por la noche, las calles iluminadas por miles de luces alentaron la presencia de numerosas personas frente al palacio municipal y la plaza de armas. A las nueve de la noche empezó el desfile: Una descubierta de caballería, de los Gendarmes de Guadalajara, rodeando el pabellón nacional, abrió la marcha: después seguían en alas los señores concurrentes, llevando en el centro a las bellas hijas de Jalisco, que con su mirar hermoso, con la gracia particular que las distingue y con sus elegantes trajes, aumentaban de un modo indecible el brillo de la fiesta; entre ellos se contaban apuestos militares, hombres de elevada posición social, de carrera ilustre en las letras, opulentos comerciantes, empleados superiores, entre quienes veíamos al señor Prefecto Municipal y jóvenes ardorosos, que en la flor de su edad, venían a protestar su adhesión al imperio. Presidiendo la concurrencia se miraban los retratos de Maximiliano y de Carlota, conducidos en dos lujosos carruajes, ocupado el uno por graciosas niñas, y el otro por personas caracterizadas, que recibían la honra de llevar los estandartes.128

El lenguaje que hoy diríamos cursi de Dionisio Rodríguez, tiene el propósito de provocar emociones positivas entre los lectores, inyectándoles altas dosis de sentimientos esperanzadores y de confianza en los tiempos de renovación moral, que con la ayuda celestial, emprenderán los emperadores para rescatar al país del infierno al que los liberales lo estaban llevando. Y vaya que tenían razones los monarquistas y conservadores locales para estar eufóricos; además de las grandes emociones por su llegada y el cumpleaños del emperador, el gobierno local daba muestras de mayor organización y finalmente sacaba a la luz su periódico oficial El Imperio, cuyo primer número apareció el 9 de julio de 1864. Y por si no fuera poco, en las filas republicanas el desánimo ganaba fuerza y muchos de los que se habían exilado empezaron a llegar a Guadalajara de manera discreta. Debe consignarse sin embargo, la valentía de algunos estudiantes como Celso Ceballos que publicaban de manera clandestina una hoja a la que titularon El Montañés, en la que criticaban la movilización oficial para celebrar la llegada y el cumpleaños del emperador.129

128   El seis de julio… en Guadalajara; p. 11. 129

El Imperio, miércoles 13 de julio de 1864; p. 4. 85


En su primer editorial El Imperio, que adoptó como lema: Religión, Independencia y Justicia, asegura que habían permanecido callados desde el mes de enero en que llegaron los franceses, sin exponer sus ideas, en aras de la paz y la unidad nacional. Pero la llegada del emperador Maximiliano nos obliga a manifestarle nuestro apoyo, puesto que representa la defensa de los principios “de la libertad en el orden, del respeto a la religión, a la propiedad y a la familia”. Nosotros, dice el editorial, no podemos tener más programa que el del gobierno y por el momento, el gobierno imperial no ha expedido ninguno, saludamos sin embargo, el sacrificio del emperador que abandona para siempre “su patria y su ilustre familia, por atender a nuestro llamamiento…”130 Cierra este primer editorial con este párrafo: Las bendiciones del cielo continúan diciendo S.M.I. y con ellas el progreso y la libertad no nos faltarán, seguramente, si todos los partidos dejándose conducir por un gobierno fuerte y leal se unen para realizar el objeto que acabo de indicar; y si continuamos siempre animados del sentimiento religioso, por el cual nuestra bella patria se ha distinguido, aún en los tiempos más desgraciados.131

Y si a la fecha aún no se había materializado el programa político del gobierno monárquico, para sus seguidores en Jalisco, les quedaba muy claro que la Providencia estaba detrás del cambio que se gestaba en México. Dios, Francia y la Monarquía eran los garantes de la regeneración nacional que se elevaría majestuosa sobre las ruinas del nefasto sistema republicano: La república nos dividió, la monarquía nos une; la república hizo desaparecer las categorías sociales y con ellas la emulación de la virtud; la monarquía las restablece, basándose en el verdadero mérito, y llamando en consecuencia para formarlas a todos los hijos de Méjico sean su clase la que fuere: la república con sus utopías sembró el desorden y la anarquía, y con la exageración del interés público echó por tierra todas las garantías que protegieron la propiedad, en fin la república derramó sobre nuestro infortunado país todas las desgracias que hemos sufrido y que con vergüenza tenemos que lamentar.132

El debate entre monárquicos y republicanos en Jalisco, mantiene la misma intensidad que en la época de la Reforma, el control ahora en manos 130

El Imperio, sábado 9 de julio de 1864; p. 1.

131   Idem. 132   Idem. Sábado 16 de julio de 1864; p. 1. 86


conservadoras permite la reaparición del lenguaje despectivo en contra del odiado enemigo, al que miran con desprecio reinstalarse de manera sigilosa en la ciudad. En efecto, desde el mes de enero de 1864 decenas de republicanos fueron indultándose ante las autoridades monárquicas, por diferentes motivos; algunos vieron agotados los fondos de subsistencia y decidieron regresar para salvar su patrimonio y garantizar la seguridad de sus familias; otros, se sintieron desilusionados por la inactividad militar de las fuerzas republicanas en el sur del estado; y desde luego no faltaron los que consideraron que la intervención extranjera había triunfado y había que aceptar el nuevo régimen monárquico. Desde el mes de enero al 30 de mayo, según El Imperio, habían solicitado indulto o permiso para radicar en la ciudad 125 personas, de los cuales 13 eran militares, una mujer Matilde Flores, y el resto eran civiles de orientación liberal. Por circular del 11 de julio, el Prefecto Político de Guadalajara, el general Mariano Morett, manifestaba el disgusto de la autoridad hacia los llamados “disidentes” que sirvieron durante la administración juarista y que, tranquilamente se reinstalaban en la ciudad sin realizar el juramento de adhesión a las nuevas autoridades. Estos personajes, según Morett, no vienen a vivir pacíficamente pues de ser así, no tendrían ningún inconveniente en reconocer al nuevo gobierno, y lo más seguro es que tienen la intención de “hostilizar al gobierno mismo, a cuya sombra vienen a buscar garantías: cosa que no se puede tolerar sin faltar a su deber más sagrado y caer además en el desprestigio y la ridiculez”.133 El Prefecto advierte de manera especial a los señores Amado y José María Amador, Atenógenes Valdivia y Celso Ceballos, que si no firmaban su adhesión al gobierno, para que fuera publicada en el periódico oficial, serían considerados “conspiradores contra el gobierno y la paz pública, arrestados y deportados del territorio del Imperio”.134 En el mes de junio solicitaron amnistía otras 68 personas de las cuales 34 eran militares, y entre los nombres de los solicitantes, sobresalen los del clérigo Juan José Caserta, que firmó la carta que pedía al general López Uraga rendirse a los invasores; los hermanos Benito y Fermín Gómez Farías, hijos de Valentín Gómez Farías; así como los capitanes Alfonso Lancaster Jones y 133  El Imperio, miércoles 13 de julio de 1864; p. 2. 134

Idem. 87


Ángel Bravo; estos personajes sin embargo, solamente solicitaron resguardo para no ser molestados, sin adherirse al imperio: “no han hecho otra cosa que prometer su obediencia a las autoridades y vivir pacíficamente sin hostilizar al gobierno establecido”.135 Era evidente que las filas liberales y republicanas jaliscienses que nunca habían sido un gran número, se debilitaban a toda prisa y el gobierno imperial parecía que lograba consolidarse, cuando menos entre la opinión pública. En la prefectura del ahora llamado Departamento de Jalisco se dieron cambios que auguraban mayor severidad de parte de las autoridades, pues el general Rómulo Díaz de la Vega de carácter conciliador, fue sustituido el 18 de agosto, por el rico comerciante y ultraconservador Domingo Llamas, de carácter impulsivo e intolerante, que emprendió numerosas redadas en contra de los liberales tapatíos que retornaron a sus hogares. Bajo este clima de intolerancia y persecución de los partidarios de la república, el periódico El Imperio del sábado 19 de noviembre de 1864 señala que por orden de la Prefectura Política encabezada por el comerciante Domingo Llamas se instaló el 17 de noviembre, la Junta Auxiliar de Geografía y Estadística del Departamento de Jalisco: La integraron el socio de número de la Sociedad de Geografía y Estadística de Méjico, Lic. D. Hilarión Romero Gil y los socios corresponsales de la misma los señores licenciados D. Luis Verdía, D. Jesús Ortiz, D. Juan Gutiérrez Mallén, D. Jesús López Portillo, D. Manuel Mancilla, D. Lázaro Pérez, D. Ignacio Fuentes, D. Manuel Zelayeta, D. Simón del Llano y D. Longinos Banda. Se nombró presidente al señor Romero Gil y secretario al señor Banda.136

Durante el acto formal de instalación el 24 de noviembre, se agregó el nombre del impresor Dionisio Rodríguez. Los socios corresponsales de orientación liberal republicana como José María Castaños, Miguel Retes y Miguel García habían abandonado la ciudad de Guadalajara y se unieron a la resistencia. En esta agrupación fundada al servicio de los intereses franceses, coinciden los conservadores: Romero Gil, Rodríguez, Mancilla, Banda, Gutiérrez Mallén y Del Llano; el traidor López Portillo; y los liberales moderados Verdía, Ortiz y Zelayeta. La intelectualidad jalisciense o cuando menos una parte de ella, 135

Idem. Sábado 16 de julio de 1864; núm. 3; p. 2.

136   El Imperio, sábado 19 de noviembre de 1864, núm. 39, p. 4 88


daba por muerta la república y se acomodaban a las nuevas circunstancias para conservar su estatus social. El Sur: de la resistencia patriótica a la barbarie Luchar a costa de la vida misma si es necesario en defensa de la Patria, es una frase hermosa que pretende alentar el ánimo de un pueblo para rechazar a su enemigo. Participar en los combates entre los cerros y montañas, escuchando el silbido de las balas y el estruendo de los cañones, acampando a cielo abierto, durmiendo en el suelo y padeciendo hambre y sed, deja de ser romántico y se convierte en heroico, y muy pocos de los liberales civiles que abandonaron Guadalajara bajo el amparo de las tropas republicanas en el sur del estado, estaban preparados para ello. Los primeros días fueron como un paseo divertido, pero cuando las tropas del general Márquez amagaron con lanzarles un ataque fulminante, aquello se convierte en una tragedia para quienes, acostumbrados a la rutina de la ciudad, se ven exigidos a grandes sacrificios. Los primeros quince días sirvieron para descartar a los débiles, pues las tropas republicanas decidieron moverse lejos de los centros de población, para evitar ser ubicados y su posición fuera delatada a los invasores y sus aliados. La menor de las calamidades que enfrentaban era el hambre, apunta Ireneo Paz, testigo y participante de primer nivel de la resistencia republicana en el sur del estado, “pues que estábamos además llenos de garrapatas, de güinas, de turicatas y de otras numerosas especies de animalitos insufribles que habitan nuestras costas y de los cuales el más inofensivo puede hacer una llaga sin el menor esfuerzo”.137 Por las noches eran los piquetes de los zancudos y los jejenes los que impedían el sueño de aquellos hombres que aspiraban liberar a la nación; en el día, la sed, el hambre, el sol, el calor y el cansancio, eran un tormento “para ciertas personas de naturaleza delicada” y sucedió lo inevitable, los más de cincuenta civiles que su sumaron a las tropas en retirada, fueron desapareciendo, “desertando a la hora que les pareció mas conveniente” en grupos de cinco o más, para apoyarse durante su regreso a casa, produciendo

137   Ireneo Paz. Algunas campañas; t. I; p. 55. 89


tal deserción, “efectos desmoralizadores en nuestras filas, las cuales a duras penas lográbamos conservar compactas”.138 Ante la urgencia de pacificar el resto del estado, las tropas conservadoras al mando del general Remigio Tovar, no intentaron avanzar hacia el sur, ni tampoco lo hicieron las tropas francesas, quienes pretendieron abarcar el mayor territorio posible, al grado de empujar al gobierno de Juárez hasta la población de El Paso (hoy Ciudad Juárez), Chihuahua, último límite entre México y los Estados Unidos. De tal suerte que las tropas republicanas en el sur, quedaron confinadas en un corredor entre Jalisco, Michoacán y Colima, que por el momento no representaba ningún peligro para los invasores. La inacción militar de los invasores en el sur, animó a los republicanos a reubicarse en algunas poblaciones de la región y llevó al licenciado Herrera y Cairo, gobernador republicano de Jalisco, e intentar conformar en Ciudad Guzmán, alguna suerte de administración pública que diera la imagen de que las instituciones republicanas sobrevivían y mantenían la representatividad del gobierno legítimo. Las tropas republicanas en el sur con el tiempo se convirtieron en un carga para los habitantes de la región, quienes veían día a día mermados sus productos, arrebatados por los republicanos que carecían de recursos para pagarles, lo que convirtió el entusiasmo inicial de la población sureña, en franco repudio al paso de los meses. Hacia el mes de agosto, la invasión francesa había alcanzado su tope máximo en el país, y fue entonces que se decidió poner fin a la que llamaban “la República vecina en miniatura del sur”.139 Los franceses se anotaron importantes triunfos en la ranchería de El Chiflón, cercana a Cocula, donde el coronel Clinchant derrotó a las fuerzas comandadas por el general Neri; pocos días después, en San Blas se decomisaron nueve mil rifles, cartuchos y vestimenta militar que Plácido Vega intentaba hacer llegar a Mazatlán para abastecer a los republicanos del sur de Sinaloa. Pésimas noticias para el bando republicano cuyas fuerzas se debilitaban a cada momento ante un enemigo superior en todos los sentidos y que ganaba además, la simpatía de los pobladores de la región. Herrera y Cairo, preocupado por este rechazo creciente a los republicanos, el 21 de agosto, publicó en el 138

Op. cit.; p. 55.

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El Imperio. Sábado 27 de agosto de 1864: núm. 15. 90


Boletín de la República y la Independencia, editado en Ciudad Guzmán, su rechazo a la actuación de las llamadas guerrillas patrióticas, porque se aprovechaban de las poblaciones inermes “en medio de desórdenes y depredaciones que han arruinado a veces familias y aún pueblos enteros, desconcertando el buen sentido de esos mismos pueblos a favor de la independencia nacional…”140 Los republicanos estaban en un verdadero aprieto: los pueblos escondían los granos y animales a su llegada; se negaban a cubrir las cuotas para el reemplazo de tropas; a servir como correos y en general, a comprometerse de alguna manera con la resistencia republicana. El general F. Douay, jefe expedicionario en el Departamento de Jalisco a mediados de octubre de 1864 se preparaba para lanzar una ofensiva contra las posiciones republicanas en el sur. Gracias a una eficiente labor de espionaje y de la ayuda de simpatizantes entre la población civil, pudo disponer de la información necesaria para ubicar las dispersas fuerzas liberales, las que según El Imperio estaban ubicadas de la siguiente manera: Herrera y Cairo estaba fortificado en Sayula y sus fuerzas contaban con seis piezas de artillería y tres batallones que sumaban unos 500 hombres. Arteaga se ubicaba en Ciudad Guzmán (Zapotlán) con un número similar de tropas y artillería. El general Echegaray ocupaba Atoyac con 700 hombres. Julio García, gobernador republicano de Colima no contaba con más de 400 hombres y caballos; el coronel Antonio Rojas en Autlán contaba con una caballería de 500 hombres; en Contla se encontraba Díaz de León con 200 infantes; en Mazamitla el general Régules con una fuerza similar; García Pueblita en Jiquilpan, Michoacán, con 300 hombres, y otras partidas en el sur de Morelia. El 23 de octubre, el general Douay llegó a Zacoalco de Torres, lo que motivó el repliegue republicano de sus posiciones iniciales hacia la Barranca de Atenquique, donde Arteaga esperaba emboscar a los invasores. Desde el 12 de octubre Arteaga fue perseguido tenazmente por lo que decidió atrincherarse en una prominente barranca, ante lo cual, el comandante francés debió detener su marcha para no ser abatido por el fuego de artillería. El paso para atacar por la retaguardia a las tropas de Arteaga le fue informado a Douay por un desertor y aprovechando la oscuridad, los franceses lanzaron un demoledor

140   Colección de los decretos, circulares y ordenes… t. II; pp. 216-218. 91


ataque y antes de huir, Arteaga decidió lanzar su artillería al abismo para evitar que cayera en manos enemigas. Acosados por el enemigo, los jefes republicanos se reunieron en la hacienda de San Clemente, acordando dirigirse a Michoacán, contrariando la idea de Arteaga de partir con rumbo a Mascota desde donde podrían contactarse con las fuerzas republicanas que operaban en Nayarit y Sinaloa. El grueso de las tropas se dirigió a Jiquilpan donde fueron sorprendidos el 22 de noviembre, y en el combate murieron los generales Ornelas y Rioseco, así como 400 soldados. Se hicieron cientos de prisioneros tomaron artillería, rifles, municiones y todo tipo de aperos y vestimenta. En el parte oficial, el coronel Potier señala que se desplegaba a toda marcha sobre los restos de lo que fue llamado el Ejército del Centro y “todo debe hacernos los mejores resultados de esta persecución a muerte: dentro de algunos días el ejército disidente del sur no existirá para los habitantes de Guadalajara, sino como un triste recuerdo.”141 Esta derrota coincidió con la toma del puerto de Mazatlán, por lo que los editores de El Imperio no podían ocultar su felicidad, deseándole a la república vida eterna en el infierno. Tras el desastre, los restos de las fuerzas republicanas se dispersaron por diferentes rumbos en completo desorden; al cabo de algunos días, varios jefes lograron ponerse de acuerdo para reunirse en la hacienda de El Zacate Grullo (hoy la población de El Grullo), con el fin de reorganizar las fuerzas bajo un solo mando. A la reunión asistieron el general y gobernador de Jalisco, Anacleto Herrera y Cairo, Julio García, gobernador de Colima, el coronel Antonio Rojas y el general Antonio Neri, entre otros, aunque una importante porción de las tropas tomó camino a Michoacán con el fin de unirse a los restos de las fuerzas del general Arteaga. El 13 de diciembre de 1864, los jefes acordaron que las tropas se llamarían “Brigadas Unidas”, sin embargo la cuestión más importante era ¿quién asumiría el mando de las mismas? El indicado era Herrera y Cairo por su carácter de gobernador del estado; sin embargo, sus finos modales y su tendencia a desaparecer de la escena a causa del alcoholismo que padecía, lo dejaba fuera de esa posibilidad.

141

El Imperio. Miércoles 30 de noviembre de 1864. Núm. 42; pp 1-2 92


Después de discutir en grupos durante varias horas, los jefes se reunieron en un salón que fue rodeado por 500 “galeanos”, como eran conocidas las fuerzas de Rojas, que con su presencia intimidante auguraban una reunión tensa y complicada. De inmediato se dio lectura al llamado “pacto de sangre”, que contenía las instrucciones a que debían sujetarse las operaciones militares, cuyo texto es el siguiente: 1ª- Los hombres que se tomen para el servicio de las armas, no serán puestos en libertad por ningún motivo, a no ser que los reclutados tengan algún capital pues, en este caso, podrá exigírseles armas y ninguna otra cosa. 2ª- Los haberes de la fuerza se cubrirán con los intereses de los capitalistas mexicanos, tomando primero lo de los traidores, después lo perteneciente a personas que vivan en lugares ocupados por el enemigo y, en último caso, se dispondrán de los intereses de los que vivan entre nosotros. 3ª- Para ejecutar nuestros movimientos con más seguridad y para evitar una sorpresa, se destruirán algunas de las poblaciones, haciendas y rancherías, que queden en la línea intermedia de los lugares que ocupan las fuerzas republicanas y las del enemigo 4ª- Los franceses que se presenten a nuestras fuerzas o que sean aprehendidos con las armas en la mano o sin ellas, serán mandados pasar por las armas inmediatamente. 5ª- A los traidores que se les aprehendan con las armas en la mano, desde la clase de sargento arriba, serán también pasados por las armas, sufriendo igual pena los que hubiesen aceptado empleos públicos dados por los invasores y traidores. 6ª- Las semillas, ganado y caballos que se puedan recoger de la línea que se debe destruir y de algunos otros puntos, conforme a lo acordado, se conducirán para el punto en que se deba reconcentrar nuestra fuerza en un caso dado. 7ª- Los que suscriben el presente pacto, quedan en la indispensable obligación de cumplirlo en la parte que les toque, en la inteligencia de que el que lo quebrante queda por lo mismo sujeto a sufrir la pena arbitraria que en su contra resuelvan los demás que no hubiesen delinquido.142

Una vez leído el texto, el coronel Rojas le dijo a los jefes presentes: “Esto es lo que hemos jurado sostener yo y mis compañeros. Los que estén conformes con el plan pueden venir a firmarlo, los que no lo estén quedan libres para pedir en el acto su pasaporte”. Ireneo Paz quien participaba en dicha reunión, dice que en el salón reinó el más profundo silencio de los desprevenidos jefes, 142   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 9; capítulo CXXXVI, pp. 11-1293


que jamás esperaban tan taimada jugada de Rojas. Después de mirar fijamente a los presentes, Rojas preguntó de nuevo: “¿Nadie quiere su pasaporte?”, de nuevo reinó el silencio absoluto, entonces Rojas les indicó que pasaran a firmar el convenio, advirtiéndoles que: “Nadie podrá salir de la hacienda sin ser acompañado de uno de mis ayudantes después de haber firmado. Es la orden que tengo dada a la guardia que está cuidando las puertas”.143 Atrapados y rodeados por los “galeanos” conocidos por su crueldad, los jefes no tienen opción y nadie se arriesga a esbozar la más leve protesta. El primero en firmar fue Rojas y luego su secretario; entonces Rojas volteó amenazante ante el resto adelantando la pluma, por lo que se acercó a firmar Herrera y Cairo y su secretario, y todos los demás, salvo Paz que argumentando estar enfermo se retiró a su habitación. Entre los jefes quedó la impresión de que habían sido manipulados, que el convenio era inmoral y contrario a la causa republicana y que una vez que salieran de la hacienda se olvidarían de tan nefasta experiencia. El que no olvidaba lo sucedido, era Rojas, y al día siguiente le advirtió a Paz que por andarle descomponiendo a los jefes, lo fusilaría en la primera ocasión que se presentara. Después de la firma del pacto del Zacate Grullo, se realizaron planes para atacar Ciudad Guzmán pues se habían enterado de que la plaza carecía de fuerzas que la defendieran. La tarde del 22 de diciembre de 1864, los republicanos ingresaron a la población sin hacer disparo alguno, recibiendo el saludo cariñoso de sus habitantes. Pronto sin embargo, terminó aquella alegría. Cuando llegó la diligencia de Guadalajara con la correspondencia y algunos pasajeros, Rojas que estaba sentado en uno de los portales y en paños menores, ordenó: “Así como está enganchada, se quema en la plaza con pasajeros, cochero y cuanto contenga”.144 Intervinieron Herrera y Cairo y Julio García para salvar a los pasajeros, la correspondencia y a los caballos, pero el cochero fue ahorcado y la diligencia incendiada. Rojas estaba enfurecido y nadie sabía por qué, pero se desquitó contra una población que en su mayoría sentía simpatía por la causa republicana: ordenó la detención de un viejo sacerdote muy querido en la población y que todos los caballos fueran entregados, fusilando a quienes se resistieran.

143   Ireneo Paz. Algunas campañas. t. I; p. 65. 144   Ireneo Paz. Algunas campañas. t. I; p. 75. 94


Para colmo de males de los habitantes de Ciudad Guzmán, no se sabe si con el permiso de Rojas o por su cuenta, llegaron 700 bandidos comandados por Simón Gutiérrez y otro al que llamaban “Rochín”. Estos gavilleros pretendían amparar sus depredaciones como guerrillas patrióticas, razón por la que fueron suspendidas tanto por Arteaga como por Herrera y Cairo. Los facinerosos tomaron las casas que les gustaron y a lo largo de la noche cometieron todo tipo de atropellos contra la población. Acto seguido, Rojas reunió a los principales comerciantes en el portal y les exigió una fuerte cantidad de dinero: “Si a la media noche no está disponible todo el dinero con las mulas para cargarlo, los fusilo a ustedes y mando arrasar la población”. Paz comenta que aquella noche fue “una verdadera noche triste para la ciudad de Zapotlán”.145 Al día siguiente aún humeaban los restos de la diligencia, el cochero estaba colgado en las afueras de la población, las autoridades locales recogían los cadáveres de las calles y los destrozos se acumulaban por todos los rincones del centro de la población. Rojas ordenó que se imprimieran diez mil ejemplares del pacto del Zacate Grullo, para que se distribuyera entre las poblaciones vecinas y supieran lo que en adelante les esperaba. Antes de partir al frente de una caravana de mulas con 30 o 40 sacos con mil pesos cada uno exigidos a los comerciantes locales, Rojas publicó un manifiesto terrible que definía el rumbo sangriento de una guerra, que había dejado de ser por la libertad de la país, para convertirse en una campaña de rapiña, destrucción y muerte. El manifiesto publicado el 22 de diciembre señala: Soldados: ha llegado la época en que ya no debe haber más que traidores o independientes…, que el indiferentismo es el que prolonga la lucha: de hoy en adelante, no debe haber mas que patriotas que sepan hacer el sacrificio de sucumbir por la patria y los traidores que la venden. Soldados: Ha llegado la hora de hacer el último sacrificio: combatir hasta vencer, es lo que exijo de vuestro indomable valor y de vuestro no desmentido patriotismo.

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Compañeros de sacrificios: de hoy en adelante no habrá más que una guerra eterna, hasta que consigamos ser libres: que perezcan todos los indiferentes, pues se trata de una causa santa cual es la de la patria; que perezcan todos los infames que prefieren doblegar el cuello a la esclavitud, ser dominados por un enemigo extranjero antes que ser libres e independientes.146

145

Op. cit., p. 77.

146   El Imperio. Sábado 31 de diciembre de 1864. Núm. 51, p. 4. 95


Rojas como verdadero jefe de las aún llamadas tropas republicanas marchó a la cabeza del contingente con rumbo a la vecina población de Sayula; después pasaron a Teocuitatlán, Atoyac y otras poblaciones del rumbo, que fueron sometidas a las mismas depredaciones, dejando una estela de muerte, robos y sentimientos de odio para la causa republicana. La columna republicana se componía de unos tres mil hombres de combate, a las que se sumaron mas de cinco mil personas de distintas clases sociales, conformando un abigarrado contingente en el que el número de mujeres superaba al de los hombres. Entre la vanguardia y la retaguardia podía haber hasta trece kilómetros de distancia entre ellas. Por supuesto que el desorden de aquella marcha era espantoso: mezcladas entre los cuerpos iban las mulas cargadas con los equipajes, los caballos de mano y las mujeres, lo cual hacía que cada escuadrón o batallón ocupara media legua. No había ni piezas de artillería ni carros y, sin embargo, no podía decirse que aquella fuera una columna ligera, pues en caso ofrecido no podría hacer movimiento alguno, 100 hombres bien disciplinados era más que bastante para derrotarla.147

La columna se dirigió a Colima con el fin de asaltar la plaza; durante el recorrido, el camino quedó marcado por la destrucción, el incendio, el robo, las violaciones y los asesinatos; desde las alturas podían verse las rancherías incendiadas, pueblos arrasados, mujeres llorando, una verdadera borrachera de maldad de parte de los gavilleros de Simón Gutiérrez y el “Rochín”. Acampados en el rancho El Trapiche, en las afueras de Colima, el 3 de enero de 1865, se reunieron Rojas, Julio García, Simón Gutiérrez y el “Rochín”. No discutieron un plan de ataque, sino un proyecto de saqueo. Se disputaban la zona más rica de la ciudad, con el propósito de secuestrar a los ricos comerciantes y exigirles grandes cantidades de dinero por su libertad. Aunque Julio García, en su papel de gobernador de ese estado, protestó, Rojas no dio marcha atrás en su proyecto de saqueo y ordenó el ataque. En ese multiforme contingente, solamente las pequeñas fuerzas de Julio García, Herrera y Cairo y el general Neri, estaban disciplinadas como columnas militares, identificadas con la lucha contra la intervención extranjera. El resto que era la mayoría, solo buscaba el saqueo, por lo que Rojas marginó dichas tropas, dejando a los gavilleros toda la iniciativa; cual tropel sin freno, los contingentes se lanzaron al ataque sin avanzadas, sin establecer rutas de escape y sin una retaguardia organizada. En Colima se 147   Paz. Op. cit., p. 81 96


mantenía una pequeña guarnición que enfrentó con valentía aquel tumulto, logrando cerrar el paso en las salidas de la población y hacia la mañana, cuando los saqueadores partían con su carga, se dieron cuenta que estaban rodeados y las descargas cerradas de fusilería pusieron en desbandada a las caballerías de Rojas, Gutiérrez y Rochín. La derrota fue completa: Rochín, herido y prisionero murió al día siguiente. Gutiérrez pudo escapar con algunos hombres, casi toda la caballada fue capturada, así como la totalidad de las mujeres, víveres, armas, municiones, en fin, un completo desastre. En venganza por la derrota, las huestes de Gutiérrez y de Rojas, desbocaron todo su odio contras las poblaciones que encontraban en su huida, por lo que la situación se volvió insostenible para Julio García, Herrera y Cairo y Neri, quienes exigieron a Rojas disciplina y castigos para quienes cometieran atropellos contra la población, en lo que Rojas no estuvo de acuerdo, pues sostenía que había que paralizar de miedo a los traidores y a los indiferentes. Así las cosas, los jefes decidieron separase; Julio García, Herrera y Cairo y Neri unieron sus contingentes y dejaron a Rojas a su suerte. Rojas era sin duda el cabecilla que más interesaba a los franceses eliminar, pues, por todos era sabido que era el promotor de la destrucción de los pueblos. Sujeto a una intensa persecución que contó con informes de pobladores que lograron identificarlo, el 28 de enero de 1865 a las cuatro de la tarde, una compañía francesa a las órdenes del capitán Berthelin, ubicó en el rancho “Potrerillos” a las tropas de Rojas que sumaban 800 hombres entre caballería e infantería las que fueron sorprendidas descansando. Sometidos a un ataque directo y enérgico, Rojas y sus hombres trataron de huir por todos lados, quedando al final más de 50 muertos entre ellos el temible Antonio Rojas atravesado por tres balas. Rojas había desatendido sus propias reglas y el contingente creyéndose a salvo, se relajó y desensillaron los caballos para asearlos en el río, al tiempo que Rojas se instalaba bajo la sombra de un árbol para tomar su almuerzo: Allí fue sorprendido Rojas: este hombre extraordinario que tanto combatió por las instituciones republicanas, seguramente sin comprenderlas, derramando más sangre humana que todos los tiranos del mundo: este hombre que fue el terror de los pueblos y de las familias de Jalisco; este hombre que debió haber muerto cien ocasiones en un patíbulo, pereció gloriosamente disparando su rifle contra los invasores.148

148   Ireneo Paz. Loc. cit.; t. I; pp. 98-99. 97


Era una noticia fabulosa para el régimen imperial y para los habitantes del sur del estado que el Prefecto Político de Guadalajara, general Mariano Morett, explicó de esta manera a la población: La desaparición en la escena revolucionaria de D. Antonio Rojas, asegura de una manera indudable la pacificación del sur del departamento; pues este hombre funesto era el que mantenía en constante agitación a aquellas poblaciones, y los bienes preciosos de la paz y del orden, que con todo fundamento debemos prometernos en lo sucesivo en esos puntos, son bienes que se deben al denuedo de los dignos soldados de Francia y del Imperio…149

La resistencia republicana en el sur del estado agonizaba, pero sin la presencia de Rojas, los jefes de convicciones buscaron de nuevo reagrupar fuerzas, y en Ciudad Guzmán se integraron las fuerzas comandadas por el general Echegaray que sumaban 400 hombres disciplinados, mas los 300 que comandaba Julio García. El tono, el trato y la disposición ante la población civil fue otro: se publicaron proclamas en las que se ofrecían garantías a los pueblos, se invitaba a la población a reintegrarse al trabajo, y se conminaba con severas penas a los soldados que cometieran abusos y despojos en nombre de la República. Durante 15 días permanecieron en la población buscando fortalecer la capacidad de fuego, la disciplina militar, la provisión de vestuario y municiones. La plaza principal se convirtió en un gran campamento “en el cual se elaboraba parque, se construía vestuario, se componían y limpiaban las armas, se daba instrucción a la tropa y se hacían, en fin, toda clase de preparativos para el combate”.150 Enterados de que el general Oronoz había salido de Colima con 1,500 hombres a los que se sumarían otros tantos provenientes de Guadalajara, el general Echegaray asumió el mando republicano y ordenó enfrentar a Oronoz, antes de que llegaran los refuerzos. Los republicanos se fortificaron en un empinado cerro llamado “El Aguacero”, en la sierra de Atenquique, y Oronoz se situó al pie del cerro, desde donde solicitó una conferencia con Echegaray. Aceptada la conferencia, el jefe imperialista propuso a cambio de la rendición y sumisión al gobierno imperial, el mando de una división para Echegaray, el nombramiento de Prefecto de Colima para Julio García y cargos públicos para todos aquellos que 149

El Imperio. Sábado 14 de febrero de 1865; núm. 61, p. 2.

150   Loc. cit. p. 101. 98


ya no quisieran permanecer en las fuerzas armadas, lo que Echegaray rechazó de inmediato, por lo que al día siguiente comenzaron los combates, que se prolongaron a lo largo de tres días, al cabo de los cuales, los republicanos decidieron retirarse hacia la población de Tecalitlán. Oronoz decidió entonces dejar una fuerza de 300 hombres en Ciudad Guzmán y regresar a Colima, lo que convenció a los republicanos de la oportunidad de recuperar la plaza. Todo sin embargo pintó feo desde el principio, pues desde la salida de Tecalitlán, una fuerte lluvia acompañó a los republicanos. El general Echegaray estaba convencido de que la inclemencia del tiempo les favorecía pues la guarnición no esperaría un ataque en tan inclementes condiciones. Cuando llegaron a las afueras de la población, las tropas llevaban doce horas caminando bajo la lluvia y mucha de la pólvora se había mojado. A pesar de estos inconvenientes se decidió seguir adelante y los primeros contingentes que ingresaron a la ciudad, no encontraron ninguna vigilancia por lo que continuaron hacia el centro. Al llegar a la plaza principal, desde las alturas, dos vigilantes dispararon contra la columna y aquello fue el acabóse. El desorden se generalizó y la retirada no pudo ser ordenada, sino una completa desbandada, debiendo cruzar arroyos y ríos crecidos, ante la indiferencia de la población aún resentida por los atropellos de Rojas, y después de 36 horas de caminata, solo llegaron a Tecalitlán 80 hombres. Al día siguiente, Echegaray le dijo a sus oficiales que tenía información confiable de que estaban rodeados por mas de 1,500 hombres, por lo que cualquier intento de defensa era imposible. Tampoco podía preparase una fuga, porque los caminos estaban tomados por el enemigo; después de largos debates, se decidió deponer las armas y enviar a Ireneo Paz a Colima a negociar la sumisión y el indulto con las autoridades imperialistas. Mientras Ireneo Paz se dirigía a Colima, el general Echegaray estableció comunicaciones con el jefe francés recién instalado en Ciudad Guzmán, con quien discutió los términos de la capitulación, la que les fue concedida a todos los soldados y oficiales reunidos en Tecalitlán. Ireneo Paz, por su parte, encontró serias dificultades para conseguir la amnistía porque su esposa, detenida en Colima, estaba acusada de mantener correspondencia con los disidentes, lo que de alguna manera era cierto, pues las cartas de su esposo Ireneo provenían de un disidente. La intervención del general Oronoz finalmente dio curso positivo a la petición y le fue concedido 99


a Paz, a su esposa y a su pequeña hija, el pasaporte para poder dirigirse a Guadalajara. De esta manera en los primeros días del mes de marzo de 1865, la resistencia republicana en el sur del estado llegó casi a su fin. Intriga en el frente occidental Las cosas tampoco marchaban bien para el inquieto coronel Ramón Corona, quien acompañado de algunos amigos se había escapado de las represalias del general José María Uraga, realizando una penosa marcha desde Tequila hacia el estado de Durango siguiendo el filo de la sierra Occidental. En la frontera de Durango y Sinaloa encontró los restos de la “Brigada de Tepic” de la que asumió el mando de nuevo. Seguía ahora la cuestión más importante: ¿En qué territorio haría campaña?, ¿Qué opinaría el gobierno de Sinaloa de su presencia en el sur del estado? No obstante llevar el nombre de “Brigada de Tepic”, a Corona le era imposible realizar alguna campaña en dicho territorio porque estaba en manos de Manuel Lozada. Las tropas de Corona, al igual que la gran mayoría de contingentes republicanos del norte del país, se componían en su mayoría de soldados voluntarios, que necesitaban del apoyo de los gobiernos local y nacional, para cubrir sus salarios, armas, pertrechos, municiones y vestuario, recursos que por el momento nadie le proporcionaba. A principios del mes de julio de 1864 Corona y sus hombres ingresaron al sur de Sinaloa, después de fracasar en su intento de recibir apoyos del gobierno de Durango. Las condiciones de la columna eran deplorables por lo que José Corona (¿hermano?), fue enviado a Mazatlán para participar al gobernador Jesús García Morales de la llegada de aquella tropa, de paso hacia los pueblos del oeste de Jalisco, a quien pidió les apoyara para cubrir las más apremiantes necesidades para continuar su marcha. Como era de esperarse, la respuesta del gobernador fue hostil e incluso amenazó a Corona con detenerlo, dadas las pésimas relaciones con el gobierno local desde la administración de Plácido Vega. Entre las filas de Corona la respuesta tuvo un efecto devastador y muchos soldados y oficiales prefirieron desertar. La brigada marchó entonces hacia la población de El Rosario, pero a su llegada el alcalde Mauricio Castañeda prácticamente los echó sin miramiento alguno, viéndose obligados a seguir hacia Escuinapa, donde se les unieron 100


algunos jefes y soldados. Sin otra alternativa, la columna se dirigió a Guajicori ya en territorio del cantón de Tepic, donde continuaron las deserciones. Esa pequeña población indígena carecía de los recursos necesarios para sostener aquellas tropas, por lo que Corona envió a su secretario Francisco Sepúlveda con algunos de sus amigos capitalistas en el puerto de Mazatlán, a los que esperaba convencer de realizar aportaciones voluntarias para alimentar a sus hombres, empresa que tuvo el mayor de los fracasos. Sin recursos para continuar la lucha, la “Brigada de Tepic” estaba en una encrucijada y después de meditarlo cuidadosamente, Corona asumió que la mejor solución era separase de su cargo, pero sin dejar de tener influencia sobre sus tropas. Convocó a sus jefes y oficiales a una junta de guerra a quienes les dijo que su presencia al frente de la brigada, era un obstáculo para que el gobierno de Sinaloa les apoyara con recursos económicos y armamento, y a continuación, les presentó un acta redactada por él mismo, en la que se le desconocía como jefe y se proponía al teniente coronel Ángel Martínez como nuevo comandante. De esta manera pretendía que el gobernador de Sinaloa no tuviera inconveniente para cubrir el presupuesto de la tropa y la brigada pudiera reorganizarse en espera de circunstancias favorables para retornar a la campaña. Pero si las cosas no salían como lo había previsto, Corona estaba dispuesto a iniciar un movimiento armado para desconocer el gobierno de García Morales.151 Aprobado el plan, se levantó un acta con dos copias del supuesto desconocimiento de Corona, en la que se afirma que el 21 de septiembre de 1864, en el pueblo de Guajicori, los jefes y oficiales ahí reunidos: … después de deliberar sobre lo crítico de nuestra situación, teniendo presente el estado en que se encuentra la República por la invasión francesa, y que […] viendo que la Brigada de Tepic que formamos y que está a las órdenes del general Corona, se encuentra próxima a disolverse por falta de recursos, y que por circunstancias que no está a nuestro alcance, el gobierno de Sinaloa no le imparte ningunos auxilios, y temiendo que esto sea motivado porque esta tropa y su jefe pertenecen al estado de Jalisco; con objeto de salvar este inconveniente y para conservar a todo trance esta fuerza y aprovechar el valor de tan sufridos soldados en contra de la invasión, hemos acordado lo siguiente: 1º Se desconoce como jefe al general Corona y nombramos para que lo sustituya al teniente coronel Ángel Martínez. 2º. Este jefe con todos sus subalternos 151   Vigil, José María y Juan B. Hijar y Haro. Ensayo Histórico del Ejército de Occidente; t. I; pp. 245-246. 101


se pondrá a las órdenes del gobernador y comandante militar del estado de Sinaloa, general García Morales y emprenderá su marcha hoy mismo para aquel estado, dando parte y pidiendo órdenes a aquel gobernador.152

Corona fue recibido en Mazatlán por el gobernador, quien desde luego no había caído en el garlito y le dijo que no estaba dispuesto a recibir a la brigada, porque podía rebelarse contra toda autoridad, pues ya se había rebelado contra su jefe. Aunque Corona argumentó que dejar sueltos a esos hombres era muy peligroso porque podía convertirse en una gavilla de asaltantes, García Morales se negó a recibirlos y en cambio le propuso a Corona una pequeña compensación, la que fue rechazada. El plan de Corona había fracasado y cuando meditaba en su habitación alguna posible solución, recibió casi al mismo tiempo dos citas, una del coronel Antonio Rosales y otra de Joaquín Sánchez Román, quienes lo invitaban a derrocar al gobierno del estado. Aunque Corona decidió volver a platicar con García Morales, el gobernador mantuvo su postura, por lo que Corona se decidió por el cuartelazo, y los conjurados se reunieron el seis de octubre en El Rosario, para desconocer formalmente al gobierno local, al que, en un manifiesto acusaron de incapaz de dirigir la defensa nacional y de llevar a la ruina a la administración estatal, la que carecía de recursos para el sostenimiento de los soldados. En medio de la intervención francesa las tropas republicanas de Sinaloa y Jalisco presentaban un espectáculo reprobable y un mensaje a los invasores respecto de la capacidad de los mexicanos para enfrentarlos. Aunque García Morales intentó presentar resistencia en Mazatlán, el 14 de octubre, después de algunos disparos de artillería, las tropas leales al gobierno se rindieron, y el propio gobernador salió al encuentro de Corona para informarle que dejaba el cargo. Ese día, después de tomar la plaza de Mazatlán, se publicó la convocatoria a elecciones de gobernador, de las que resultó electo el 20 de octubre el coronel Antonio Rosales. En estos comicios apenas participaron algunos municipios del sur del estado, pues los del norte permanecieron leales a García Morales dividiéndose completamente el estado de Sinaloa.

152   Idem. 102


Desde Hermosillo, Sonora, el 24 de octubre García Morales le informó al presidente Juárez de lo acontecido, lo que sin duda le causó gran indignación, a pesar de que el día 28 de ese mes, Antonio Rosales pretendió justificar ante el presidente las causas que motivaron la destitución de García Morales y el proceso de elecciones por el que había sido electo gobernador de Sinaloa. El presidente Juárez estaba verdaderamente indignado por lo sucedido en Sinaloa. El 29 de octubre le envió una carta a Corona, refiriéndose al derrocamiento de García Morales como “una nueva herida que se ha dado al decoro y la dignidad del gobierno nacional, usurpándole a mano armada una de sus principales facultades”. Le dice a Corona que ese lamentable acontecimiento es una arma poderosa ante los invasores para apoyar la intervención, pues nos muestra como una sociedad que no respeta la autoridad del gobierno legítimo, en que “cada cual quita y pone gobernantes a su arbitrio”.153 Le pregunta a Corona: ¿porqué si eran tan graves los males que causaba García Morales no se ocurrió al gobierno para que se aplicara la solución? Siento mucho, le dice el presidente, que usted tomara parte en este escándalo “filiándose en un motín que siempre reprobará el patriotismo y el buen sentido de los mexicanos”. Como amigo suyo quisiera que su carrera fuera “tan honrosa e intachable que nadie pudiera con fundamento dirigirle ningún reproche”. Y concluye Juárez de esta manera: Sin embargo lo que deshonra es la perseverancia en el errar y no creo que usted insista en seguir la senda que ha elegido sino que, dando lugar a la reflexión, se persuada de que ha obrado mal y procure remediarlo haciendo que se obedezcan y cumplan las disposiciones que ha dictado y que en lo sucesivo dictare el gobierno; del cumplimiento de esas disposiciones dependerá el restablecimiento de la paz y del orden legal y de que el gobierno se ocupe exclusivamente de hacer la guerra al invasor extranjero, utilizando los servicios de usted y de todos los demás jefes que se sometan a su obediencia; pero si insistiere en despreciar su autoridad, dictará las medidas convenientes para hacerlo respetar porque ese es su deber.154

Este era el segundo cuartelazo contra las autoridades estatales sinaloenses en el que participaba activamente Corona, y Juárez le advirtió que se le estaba haciendo costumbre y podría convertirse en un elemento peligroso para el

153   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 9; capítulo CXXX; pp. 49. 154   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 9; capítulo CXXX; p. 50. 103


gobierno nacional.155 Con toda seguridad Corona debió sentirse apenado ante el presidente, que en todo momento le había apoyado en sus campañas, le había ascendido a general y lo llamaba su amigo. Hasta este momento, la campaña de Corona se había centrado en combatir a Manuel Lozada, en un pleito más personal que de interés nacional y aún no había hecho armas en contra de los invasores. La cosa empezó a cambiar a partir del 12 de noviembre de 1864, cuando el comandante francés L. Kergrist inició el bloqueo del puerto de Mazatlán. Antonio Rosales –que seguía aferrado al cargo de gobernador de Sinaloa a pesar de las recomendaciones de Juárez- y Ramón Corona, después de analizar la situación decidieron evacuar la plaza “con todos los elementos de guerra que fuera posible a los republicanos llevar consigo”.156 Al día siguiente a las dos de la mañana, en el mayor de los sigilos, Rosales evacuó la plaza casi al mismo tiempo que las fuerzas de Lozada, en las inmediaciones del puerto, lanzaban cohetes de luz y encendían grandes fogatas, señales convenidas con las fuerzas navales francesas, para avisar su llegada. Por la mañana, los buques de guerra empezaron a bombardear la ciudad y solo cesaron cuando una comisión de cónsules y personalidades locales, en un bote y con una bandera blanca llegaron para informarles que las fuerzas mexicanas se habían retirado. Rosales y Corona al frente de sus hombres, se ubicaron en la población de El Quelite para debatir la estrategia de combate. Rosales propuso la unión de todas las fuerzas de Sinaloa en un solo cuerpo de ejército para librar batallas a campo abierto, en tanto que Corona, al igual que los republicanos jaliscienses, sostuvo que tan numerosa fuerza no podría ser abastecida de alimentos por ningún pueblo de la región, y que por el momento, lo mejor era adoptar el sistema de guerrillas. Con este acuerdo, Rosales se dirigió a Culiacán y Corona se dirigió a Nayarit en su búsqueda obsesiva de Manuel Lozada. La estrategia de Corona obligó a los franceses a dispersar sus efectivos en un amplio territorio, avanzando en pequeñas partidas expuestas a los ataques de emboscada de las brigadas republicanas, tal como sucedió el 22 de diciembre 155   Se dice que cuando Corona era gobernador de Jalisco, Porfirio Díaz que sabía de su tendencia golpista, preguntaba a diario, si Jalisco se había levantado en armas. 156

Vigil. Ensayo histórico…, t. I; p. 272. 104


en el pueblo de San Pedro, cerca de Culiacán, donde las fuerzas de Rosales derrotaron una brigada franco-mexicana que sumaba 500 efectivos, después de dos horas de combate. Por su parte, Corona que desde el norte de Nayarit incursionó hacia el estado de Durango, se instaló el 20 de diciembre en una formidable barranca conocida como “El Espinazo del Diablo”, por donde las tropas francesas habían establecido un puente de comunicación entre Durango y el puerto de Mazatlán. Además de tomar posiciones en dicha barranca, Corona ordenó que otros tres cerros cercanos fueran también fortificados. Con un contingente de 600 hombres de los cuales solamente 350 estaban armados, Corona destinó a los desarmados a la construcción de trincheras, fortificaciones y obstáculos por donde habrían de cruzar los invasores. Sin embargo, ante la prioridad de sostener el sitio que los republicanos mantenían sobre el puerto de Mazatlán, Corona envió a las ordenes del teniente coronel Ángel Martínez el Batallón de Concordia a reforzar aquellas tareas, por lo que sus fuerzas se redujeron a 200 hombres armados y 50 desarmados. El 31 de diciembre de 1864 con el refuerzo de 800 efectivos franceses procedentes de Durango, los invasores lograron romper las posiciones republicanas después de cuatro horas de fiero combate.157 A partir de esta acción Corona mantuvo un bajo perfil en el frente militar; en abril de 1865 fue derrotado por su acérrimo enemigo Manuel Lozada, en El Rosario, Sinaloa, obligándolo a retirarse al pueblo de Siqueros y a partir de ese momento, cesaron las comunicaciones de Corona con el presidente Juárez y los partes de guerra quedaron suspendidos por casi un año.

157  El parte militar de Corona respecto de esta batalla es contradictorio. El que fue enviado al gobernador Rosales el 6 de enero de 1865, señala que sus tropas fueron dispersadas por el empuje francés, pero sin grandes pérdidas. Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 9; capítulo CXXXVII; pp. 34-36. En tanto que el parte enviado al secretario de Guerra el 1 de enero de 1865, insinúa una victoria, cuando dice que los franceses lograron escapar y refugiarse en Mazatlán. AH. SEDENA. Jalisco, núm. 573; expediente 9641; fojas 1-8. 105


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3. EL GOBIERNO IMPERIAL

La restauración monárquica fue una empresa totalmente conservadora,

en la que se comprometieron la Iglesia católica, los grandes hacendados y altos jefes militares, y que fue concebida como una reacción antiliberal y antirrepublicana, restauradora del viejo orden político y social impuesto por el imperio español. Se ofertó en las cortes europeas con el apoyo del Vaticano, la edificación de una monarquía apoyada por una intervención extranjera que la consolidara militarmente. La suspensión de pagos a la deuda externa de parte del gobierno mexicano, propició la coyuntura necesaria para justificar una intervención extranjera en México, pero el proyecto quedó en manos de Francia, por conducto de Napoleón III, y no de la católica y conservadora España, que carecía de los recursos económicos para emprender tamaña aventura. Tampoco estaban disponibles o deseosos de emociones extremas otros príncipes católicos, por lo que, con el apoyo de Francia se decidió apostar por el joven y soñador Maximiliano que gobernaba el pequeño reino de LombardíaVeneto, ubicado en el norte de Italia, casado con la princesa Carlota Amalia, hija del rey Leopoldo de Bélgica. Ante los negociadores conservadores como Francisco de Paula y Arrangoiz, Maximiliano, en su castillo de Miramar, se expresaba con ideas conservadoras, y les aseguraba que gobernaría apegado a ese ideario, “si era llamado al trono de México” conciente de que la mayoría de la población se identificaba con la monarquía y las ideas conservadoras. Arrangoiz, le confirma que los conservadores interpretaban la restauración monárquica ligada al restablecimiento del catolicismo; ambas, monarquía y catolicismo eran sinónimos, pues “de otro modo vería imposible el cambio radical que se estaba

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verificando en el país, cambio que hubiera sido imposible sin tener por base el principio católico”.158 Maximiliano también recibió del Vaticano y del clero mexicano un pliego de peticiones irrenunciables para la institución, como la derogación de la Constitución de 1857 y de las Leyes de Reforma; la invalidez de todo el proceso de nacionalización de los bienes de la Iglesia; la declaratoria a favor de la religión católica como única y de Estado; y la restitución de sus privilegios en la enseñanza, la administración del registro de la población, el control de los cementerios, etc. De esta manera, Maximiliano debería tener muy en claro que su reinado y por lo tanto su compromiso, era con los conservadores que lo apoyaban y facilitaron su llegada a México. Desde su llegada al puerto de Veracruz el 28 de mayo de 1864, Maximiliano, no obstante su compromiso con los conservadores, empezó a distanciarse de ellos. Apenas se instaló en el Castillo de Chapultepec empezó a delinear su gabinete de gobierno y para sorpresa de los conservadores casi ninguno de ellos fue invitado a participar. Según Arrangoiz, en Francia se había acordado que el gobierno imperial fuera democrático y liberal, “como si monarquía y democracia pudieran existir juntas”: ¡Monarquía democrática! Vana teoría, buena solamente para alucinar a algunos inocentes que sirven de escabel a los que la proclaman sin creer en ella; teoría en que no creía Maximiliano.159

El primer decreto de Maximiliano fue ordenar que las oficinas de gobierno trabajaran los domingos, “medida en consonancia con las ideas de los republicanos rojos, pero en abierta oposición con los preceptos de la religión católica…” 160 A continuación separó de sus cargos a la mayoría de los prefectos políticos nombrados por la Regencia; a numerosos oficiales que habían combatido en el bando conservador; despidió a los conservadores de su gabinete a los que llamaba mochos y cangrejos epítetos usados por los republicanos radicales. Invitó a José Fernando Ramírez, republicano de corte moderado, como ministro de Negocios Extranjeros; otro liberal moderado, 158   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 9; capítulo CXLIV, p. 31. 159   Francisco de Paula de Arrangoiz. México desde 1808 hasta 1867. México, 1974; p. 588-589. 160

Arrangoiz. Carta de renuncia al emperador Maximiliano de 13 de abril de 1865. Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 9; capítulo CXLIV; p. 32. 108


Pedro Escudero y Echanove, fue designado ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos, y como encargado del despacho de Guerra, a Juan Peza, otro republicano. El 6 de julio, día de su cumpleaños, Maximiliano publicó una amnistía general a favor de los republicanos, señalando que bastaba para merecerla, admitir ante la autoridad su deseo de vivir en paz. Usaba traje chinaco como el de ciertos grupos juaristas, lo que irritaba a los conservadores; y en su viaje a León, Guanajuato, pidió que le cantaran la canción Los cangrejos dedicada a los conservadores, lo que fue considerado por éstos como una verdadera injuria para quienes lo habían traído al país. En su discurso del 16 de septiembre ensalzó la figura de Hidalgo y ordenó suprimir los festejos del 27 de septiembre que los conservadores organizaban en honor de Iturbide, al que consideraban el verdadero constructor de la independencia nacional. Para colmo de todos los males, Maximiliano mantuvo vigentes las Leyes de Reforma, no dio marcha atrás en la cuestión de la nacionalización de las tierras de la Iglesia, abogó por la libertad religiosa y por la inmigración extranjera, todas ellas cuestiones torales para la Iglesia católica. Así que el remedio resultaba peor que la enfermedad. La iglesia jalisciense y el imperio El 6 de diciembre de 1862, el arzobispo de Guadalajara, Pedro Espinoza, desde Barcelona, le escribía al obispo de Oaxaca, José María Covarrubias, para informarle que en el mes de febrero de 1863, iniciaría su viaje de regreso a México, luego de que fuera desterrado por el gobierno juarista en 1860. Tenía 70 años de edad, para la época una larga vida; aún se manifestaba firme en sus convicciones religiosas y políticas, y deseaba regresar a México para vivir la restauración católica que suponía habría de impulsar la intervención extranjera. Desde entonces, en el Vaticano se discutía la posición en que habría de quedar la Iglesia ante el nuevo gobierno, delineando la posibilidad de que se acordara un concordato del tipo que la Iglesia mantenía con la monarquía española. El arzobispo Espinoza le dice al obispo José María Covarrubias, que aún, no se habían aprobado numerosas cuestiones de interés para la Iglesia: Quedamos sin acordar nada sobre elecciones de obispos, canónigos y curas, y esto es asunto de primer interés; casi nada sobre bienes eclesiásticos y sobre establecimiento de regulares y estos son puntos que desde el principio se van a tocar; probabilísima109


mente se tratará de patronato, es decir, de servidumbre y esclavitud de la Iglesia y de que perdamos aquella poca libertad que con tantos sacrificios conquistaron nuestro inmediatos predecesores y quedemos como el clero español besando la mano a S.M. y percibiendo una renta o salario más miserable que un cómico y tal vez que un cochero. ¡Cuánto mejor nos fuera vivir de las limosnas de los fieles y que nunca llegara el caso de que nuestros clérigos frecuentasen las antesalas de Palacio!161

Como puede observarse, la Iglesia católica mexicana se había acostumbrado a no tener ningún tipo de freno, y la sola posibilidad de quedar bajo el control del nuevo gobierno, les disgustaba profundamente. Después del fallido imperio de Iturbide, la Iglesia católica se negó a reconocer a los gobiernos republicanos y a suscribir con ellos el concordato que regulara la actuación de la Iglesia frente al Estado, por lo que careció de todo tipo de regulaciones y al paso del tiempo adquirió poder, riquezas e influencias suficientes para disputar el poder, como lo hizo en la Guerra de Reforma. A partir de su llegada a Guadalajara el 23 de marzo de 1864, el arzobispo Espinoza asumió el liderazgo católico, aglutinado a las principales figuras locales del partido conservador. En su primera carta pastoral, dirigida a los clérigos de su arquidiócesis les enumera una serie de consejos para cuidar la imagen de la Iglesia y apoyar las tareas cotidianas de dicha institución. Recién llegado del destierro, el texto de Espinoza se refiere primero a la naturaleza humana y a los acontecimientos que ha vivido el país; afirma que siempre hay dos elementos que juegan en el mundo y se lo disputan: “El elemento católico que procede de Dios, y el elemento humano anticatólico y pagano, hijo de las bastardas pasiones del hombre.” 162 El elemento católico, dice el arzobispo Espinoza, busca dar vida, el otro es destructor “como la fuente impura de donde mana”; así, la misión eterna del catolicismo es combatir y neutralizar el elemento del mal, reparando las ruinas que produce en la sociedad “y de este modo salvar a los pueblos de las desgracias temporales, conduciéndoles a la felicidad eterna”. Méjico –dice Espinoza-, también ha experimentado los sacudimientos de los elementos del mal: 161   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 7; capítulo LXV; p. 37. 162   Carta Pastoral que el ILMO. Arzobispo de Guadalajara Dr. D. Pedro Espinoza dirige al clero de su arquidiócesis, sobre puntos de vista de disciplina eclesiástica con motivo de las solemnes conferencias con los S.S. curas en la iglesia de La Soledad de esta ciudad. Guadalajara, 1865. Tip. de Rodríguez: p. 4. 110


El huracán revolucionario que arrancó a los Pastores de sus iglesias, relegándolos más allá de los mares…, ha trastornado las ideas y las conciencias; ha destrozado todos los lazos de nuestra sociedad, y ha sembrado de ruinas del orden físico y del orden moral, en toda la vasta extensión de nuestro territorio. [Pasada la borrasca] Dios nuestro señor ha hecho lucir días mas tranquilos y serenos, y volvéis al fin triunfantes del combate…163

Recomienda a sus clérigos trabajar para reconstruir las ruinas de la sociedad; deberán enfrentar ahora una nueva lucha para combatir los vicios y las pasiones generadas por la anterior anarquía. Les recomienda también mayor instrucción, vestir con decencia el traje talar, ya que muchos sacerdotes “se desfiguran y disfrazan enteramente, para salir con más desahogo a fiestas profanas, ferias, juegos, bailes, y otras concurrencias, tan ajenas como impropias de su santo y elevado carácter, dando ocasión y motivo de que se les trate como seculares…”; les pide en fin, una vida austera, dedicada a “efectuar ese misterio de reconciliación y de vivificación social…”, alejada de las tentaciones mundanas, absteniéndose de asistir a los teatros, a las corridas de toros, a bailes y otras diversiones ajenas a un eclesiástico.164 A continuación, el arzobispado publicó la Encíclica de S.S. Pío IX, condenando los errores que en la misma se expresan, con el fin de advertir a sus fieles de las influencias nefastas que se derivaban del modernismo político y científico, que estaba influyendo en Europa las concepciones y las costumbres religiosas de muchos países católicos. Se advierte a los católicos jaliscienses que los principales errores de la época son: 1. El panteísmo, naturalismo y el racionalismo absoluto. 2. La indiferencia y la tolerancia religiosa. 3. El socialismo, comunismo, las sociedades clandestinas como la masonería, las sociedades bíblicas, y las sociedades clérigo-liberales. En este texto, se condena la concepción panteísta de que “Dios está en el hombre y en el mundo y todas las cosas son Dios y tiene la sustancia misma de Dios”.165 Se condena el predominio de la ciencia sobre la revelación divina y la razón humana como origen de la conciencia de lo bueno y de lo malo; la

163

Idem., pp. 5-6.

164   Idem., pp. 17-18. 165   Encíclica de S.S. Pío IX, condenando los errores que en la misma se expresan. Guadalajara, 1865; Tipografía de Dionisio Rodríguez; p. 10. 111


oposición entre fe con la razón humana, y la idea de que las profecías y los milagros son fábulas. Debe tenerse cuidado también –advierte-, de aceptar la idea de “que todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que crea verdadera, guiado por la luz de la razón” y de que en el culto de cualquiera religión, “pueden los hombres hallar y obtener salud eterna”. Se condena la idea de que la Iglesia no sea una sociedad perfecta y por lo tanto, corresponde al Estado, “definir cuales son los derechos de la Iglesia y los límites en que pueden ejercerlos”. Los derechos de la Iglesia, han sido conferidos directamente por “su Divino Fundador…”166 Y finalmente, entrando al campo de lo político, la encíclica niega a la República “el origen y fuente de todos los derechos”; se opone a la emancipación del pensamiento científico de toda autoridad divina y eclesiástica; al matrimonio civil y al divorcio, y defiende el derecho de la Iglesia católica a conservar su estatus de religión de Estado, sin separación del poder temporal del poder espiritual.167 Con estos dos mensajes, el arzobispo Espinoza marca a los católicos de su arquidiócesis, el rumbo que deben seguir en los nuevos tiempos regidos por el Imperio: el liberalismo y la república deben ser rechazados; debe confiarse más en las revelaciones que en la ciencia; la Iglesia es una obra divina y el hombre no tiene por sí solo, la potestad para llegar a Dios. La Iglesia mexicana pretendía reforzar entre sus creyentes los conceptos defendidos por el catolicismo frente a la modernidad, a contrapelo de las ideas de su monarca, quien a casi medio año de su llegada, aún mantenía vigentes las Leyes de Reforma, lo que había motivado la protesta airada del Nuncio Apostólico, Pedro Francisco, Arzobispo de Damasco, el 12 de enero de 1865. Asesorado por su gabinete personal integrado por extranjeros de diferentes nacionalidades, Maximiliano aspiraba a lo que los conservadores como Arrangoiz consideraban imposible, ser un emperador democrático y reformista. Y en esta tarea contaba con el apoyo de su joven esposa Carlota, quien para disgusto de los rancios conservadores mexicanos, que consideraban a la mujer especialmente concebida para rezar y procrear hijos, la emperatriz, resultaba tan moderna o más incluso que su esposo. Sus conceptos sobre el papel de la Iglesia católica en México eran trasmitidos cotidianamente a su 166   Idem. p. 12 167   Idem., pp. 16-19. 112


hermana la emperatriz Eugenia, a quien el 9 de enero de 1865, le dice que la situación con el clero, “gracias al nuncio es tan tensa como jamás creí que podría llegar a serlo en este país”, todas las pasiones están desatadas: Los periódicos extremistas se tiran de los pelos, la extrema liberal grita que la idea de Juárez ha triunfado…, los conservadores se figuran de nuevo ser súbditos temporales del Papa y son lo bastante tontos –pido disculpéis la expresión- para creer que la religión sólo consiste en diezmos y en el derecho de posesión. Detrás de todos los actos del nuncio, que solo es un títere, está, de modo bastante evidente, la figura del Monseñor Labastida, cuyo mal italiano conozco lo suficiente para reconocerlo en cada línea.168

Las relaciones entre la Iglesia y el emperador se fueron complicando y Maximiliano decidió alejar del país a los generales mexicanos que abiertamente eran manipulados por el clero; así, desde el mes de noviembre de 1864, el general Miguel Miramón había sido enviado a Berlín a estudiar ciencia militar y en el mes de diciembre de ese año, el general Leonardo Márquez fue enviado a Turquía a establecer un consulado y un convento de franciscanos en Jerusalén. El 29 de enero de 1865, Maximiliano envió al Vaticano una comisión encabezada por el obispo Ramírez y el ministro Joaquín Velázquez de León para tratar de llegar a un acuerdo con el Papa respecto del clero mexicano, cuyo interés fundamental no radicaba esencialmente en las cuestiones de fe o de dogma, sino de diezmos y propiedades. En este escenario de confrontación, el 26 de febrero de 1865, Maximiliano promulgó la Ley de Tolerancia de Cultos, que si bien declara la protección del Estado a la religión católica apostólica y romana, permite el establecimiento y amplia tolerancia de los cultos que no se opongan a la moral, a la civilización y a las buenas costumbres. Esto fue un severo golpe para los conservadores y para el clero mexicano, que veían incrédulos de que manera se esfumaba la posibilidad de revivir el estatus de poder y riqueza del pasado, y dejaban de ser la única religión vigente en el país. Un actor extranjero moverá aún más los ánimos, cuando a finales del mes de enero el abate Testory, capellán mayor del ejército francés en México, publicó en la capital del país El imperio y el clero mexicano, un texto bastante crítico a la actuación del clero mexicano ante la nueva realidad histórica del país. 168

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 9; capítulo CXL; p. 30. 113


De entrada, Testory señala que en algunos aspectos, como los bienes nacionalizados del clero por el gobierno de Juárez, “el nuevo Poder no verá acaso bajo el mismo aspecto que el clero, y aun creemos que su solución definitiva podrá contrariar las aspiraciones y las esperanzas del clero mejicano…” Testory, considera adecuada la decisión de Maximiliano de reconocer el proceso de desamortización de los bienes de la Iglesia realizado por el gobierno republicano. Según Testory, las cuestiones que más preocupaban a la Iglesia mexicana en esos momentos eran: ¿Qué se hará con los bienes que aún quedan en manos del clero?; ¿ Se ocupará el Estado de los nacimientos, los matrimonios y la muerte de sus ciudadanos?; ¿Decretará la libertad de cultos?; ¿Dará libertad a las conciencias?169 El capellán francés señala algunas de las diferencias más visibles entre le clero de su país y el mexicano. Sin bien reconoce que ambos pueblos son sumamente católicos, critica los excesos del culto externo y la falta de sinceridad de los católicos mexicanos. Es necesario no confundir el dogma católico, la moral cristiana, los preceptos evangélicos con cuestiones justas a veces, pero más o menos personales, más o menos locales, y que no interesan de una manera absoluta a la Iglesia Universal, ni a la conservación de la fe cristiana en el mundo. La fe es una, y la Iglesia es una en su fe: no hay pues razón para considerar en Méjico como una herejía monstruosa y digna de todos los rayos del cielo y de la tierra ciertos hechos que han pasado en Francia, en España, en Portugal, en Austria, en casi toda la cristiandad; hechos que han sido aprobados, sancionados, legalizados por el Soberano Pontífice. ¿Se quiere y se puede ser en Méjico más católico que el mismo jefe venerado del cristianismo, nuestro Santo Padre el Papa?170

Testory, a partir de la historia de Francia, reconoce al Estado la capacidad legal para expropiar bienes por causa de utilidad pública y el derecho de los individuos a poseer bienes, razón por la que dichos bienes deben circular libremente, lo que no sucede, dice: “… tratándose de los bienes de manos muertas, porque como pertenecen a un cuerpo que no muere nunca, no pueden dividirse, sino por el contrario crecen, crecen y se agrandan sin cesar…” Aunque critica a los liberales mexicanos por no haber indemnizado con justicia

169

Testory. El Imperio y el clero mexicano. México, 1865; Tipografía del Comercio, pp. 3-4.

170   Idem., p. 5. 114


a la Iglesia por los bienes que le fueron confiscados, reconoce que el imperio hará bien en respetar las ventas que se realizaron. Al comparar de nuevo al clero francés con el mexicano, Testory advierte que en Francia la Iglesia no posee “absolutamente nada, ni aún la iglesia en que dice la misa, ni siquiera el curato en el que vive: todo es del Estado”. A pesar de ello, dice Testory, el clero francés, “no es menos independiente que ningún otro en todo lo que concierne a las funciones del ministerio…” La Iglesia mexicana, al igual que en Francia y en España, debería de aceptar que el Estado la subvencione y renunciar de plano a los bienes que aún mantiene en propiedad. Testory, al final de su texto le propone al clero mexicano lo siguiente: Que el clero tome pues por fin una generosa resolución y que sacrifique a la prosperidad del país sus inmensas posesiones territoriales: será menos poderoso según el mundo, pero logrará más influencia moral para trabajar en la salvación de las almas. Que haga ahora con toda libertad un sacrificio que los acontecimientos le forzarán pronto a realizar a pesar suyo. Que acepte en compensación a sus bienes una renta inscrita en el presupuesto del Estado. Algunos sacerdotes perderán su opulencia, pero los más ganarán una posición segura. Que el clero deje al Estado tomar nota de los nacimientos, mezclarse un poco en los matrimonios, y ocuparse de las muertes. Tal vez se disminuirán los pesos de la caja, pero de seguro las cosas se harán con más regularidad, y con más conveniencia. En fin, que el clero mejicano no siga disputando una libertad de conciencia que el mismo Dios aprueba, puesto que la da; que la Iglesia no condena puesto que la tolera; y que la razón y el buen sentido nos obliga a reconocer y aceptar.171

En Jalisco, las medidas del emperador en torno a los temas torales para la Iglesia y los conservadores, habían permanecido hasta este momento fuera del debate público; el arzobispo Espinoza guardaba un silencio prudente al igual que el periódico oficial El Imperio, que dedicó un tercio de la parte baja de sus cuatro páginas, para publicar el texto Elementos de Filología, a lo largo de varios números, como si no hubiera noticias o los editores se autocensuraban.172 La aparición del texto del capellán francés Testory parece haber impactado al clero local por lo que se formó un equipo de redactores, la mayoría de ellos

171   Testory. Op. cit. pp. 15-16. 172   El Imperio. Miércoles 25 de enero de 1865; núm. 58; p. 1. 115


sacerdotes, encabezado por el presbítero Agustín de la Rosa, que el 28 de enero sacaron al público el prospecto del periódico Religión y Sociedad. Configurado bajo el formato de libro, por su tamaño y la numeración continua de sus páginas, este periódico editado desde luego en la imprenta de Dionisio Rodríguez, aparece sin editor responsable y durante los primero 30 números sin fecha. Se declara un periódico “religioso, político, científico y literario” y a lo largo de sus páginas, mantiene una cruzada contra el protestantismo y el liberalismo, defendiendo a ultranza el catolicismo, al Papa y la intervención francesa. Vocero de la Iglesia y de los grupos conservadores radicales del estado, en este ejemplar de presentación en sociedad, plantea su postura ideológica y muestra un breve panorama de los temas que habrá de abordar desde sus páginas. De inicio reconoce la existencia de dos sociedades distintas pero siempre relacionadas: la Iglesia y la Patria, cuyos intereses se enlazan de manera admirable, “se refunden los de la segunda en los de la primera, y por esto ambas reclaman de sus hijos un solo pensamiento y una sola voz; nosotros cedemos a esta exigencia, porque resistirnos sería traicionar a nuestro carácter y a nuestras obligaciones las más imprescriptibles”.173 Los editores se proponen hablar con la verdad y defenderla siempre, sabedores de que fuera de ella, “solo restan el caos de las imposturas y de los crímenes, el horror de la muerte intelectual y moral”. Y la verdad, la única, es el catolicismo, porque a través de él se comprende la verdad eterna de las cosas y la justicia inmutable a las acciones humanas; “es el sendero que nos muestra, el único que nos lleva a la felicidad tanto eterna como temporal”. Se declaran católicos y “mejicanos”, interesados en la causa de la religión y en la felicidad del país: “la Religión y la Patria ocupan nuestro pensamiento”, y nuestro objeto está declarado: “Nos proponemos patentizar en cuanto lo permitan nuestras fuerzas, las estrechas relaciones que ligan a la Religión Católica con todo lo más delicado e interesante de que depende la vida de las sociedades. Este será el punto de vista de todas nuestras discusiones…”174 En los primeros números, el periódico aborda tres temas candentes para la Iglesia católica: el escrito del abate Testory, la ley de tolerancia de cultos 173   Religión y Sociedad. Enero 28 de 1865; prospecto. 174   Idem. 116


expedida por Maximiliano, y la apertura a la migración extranjera derivada de la misma ley. Las respuestas a las críticas expresadas por Testory son tan extensas que los editores del periódico decidieron compaginarlas en un volumen de más de doscientas páginas,175 sobre el cual, apenas haremos algunas referencias breves. Los editores de la Religión y Sociedad, rechazan el planteamiento de Testory que considera al clero como una clase social, y sostienen el planteamiento clásico que lo define como una corporación distinta de la sociedad civil, cuyos miembros forman la Iglesia Católica. Se mueven dentro de la sociedad, pero no pertenecen a ella. Rechazan que el clero defienda intereses personales ante las leyes de Reforma, sino principios, bajo los cuales declararon incompetente al poder civil para sancionar respecto de los asunto eclesiásticos. Se inconforman contra la acusación de Testory respecto de la sinceridad religiosa de los católicos mexicanos y el abuso de la exterioridad del culto, con manifestaciones de martirio fanatizante; a lo que De la Rosa replica, que las demostraciones públicas de fe de los mexicanos a lo largo de 300 años “nacen de los más íntimos y sinceros afectos del corazón”, y que las prácticas exteriores son muestra “de los sinceros sufrimientos católicos”, de todo el cuerpo moral de la nación mexicana; el culto externo dice De la Rosa, sigue las lecciones del Salvador.176 Respecto de la ley de tolerancia, De la Rosa advierte el peligro para el país, de que se pierda la unidad religiosa, cuestionando que tan grande problema social y cultural fuera impuesto por la exigencia de grupos extranjeros. La tolerancia en México, afirma De la Rosa, solo interesa a los extranjeros; entre nosotros no hay sectas pues todos profesan la misma religión, la Católica, Apostólica y Romana. Aún aquellos que se encuentran en el bando hostil a la Iglesia, son católicos: … unos se dejaron arrastrar de la vanidad de parecer progresistas e ilustrados, cuando oyeron decir que era progreso e ilustración perseguir a la Iglesia; otros fueron víctimas de la codicia, raíz de todos los males, porque se dieron leyes con las cuales cada uno se pudo hacer rico a muy poca costa, apropiándose de los bienes de la Iglesia; otros se adhirieron al bando por la fuerza del compromiso, por aspiraciones u otras circunstancias a que no tuvieron valor de sobreponerse.177 175   Observaciones sobre las cuestiones que el abate Testory mueve en su opúsculo intitulado El Imperio y el clero mejicano publicadas en el periódico La Religión y la Sociedad. Guadalajara, 1865; Imprenta de Rodríguez. 176   La religión y la Sociedad. Febrero 11 de 1865; tomo I, núm. 3; pp. 39-44. 177   Idem. Febrero 25 de 1865. Tomo I; núm. 5; pp. 79. 117


Pero todos estos mexicanos extraviados no eran judíos, ni mahometanos, ni protestantes “eran católicos que faltaban a sus deberes”. Estos no requieren de templos especiales para su culto pues ya los tienen; la tolerancia en México, afirma De la Rosa, será para los extranjeros. Por complacerles a ellos hemos perdido todo; la tierra, el comercio, la industria quedarán en sus manos, el pueblo vivirá en la miseria y perderemos también nuestra unidad religiosa. Al perderse la unidad religiosa, será roto el único vínculo que en verdad une a los mexicanos, “y que una vez hecho pedazos, ya no restará a México sino un hacinamiento de hombres que mal podría tener el nombre de sociedad”. De la Rosa advierte del peligro de tolerar una migración no católica contraria a los intereses patrios; cualquier migración, insiste, “debería tener como primera condición la profesión exclusiva del catolicismo en todos los inmigrados”; pues de lo contrario, la heterogeneidad social, hará imposible la fusión de los migrantes y mexicanos en un solo cuerpo social.178 Para la Iglesia y los conservadores mexicanos, el emperador había ido demasiado lejos; la desilusión hacía presa de ellos y el rompimiento formal se dio el 13 de abril de 1865, con la renuncia de Francisco de Paula y Arrangoiz, el más ferviente promotor del imperio y la intervención extranjera, a su cargo en el gabinete de Maximiliano. En su larga carta al emperador,179 enumera los motivos de su separación, mismos que deben interpretarse como los motivos de los conservadores mexicanos, para sentirse defraudados: Se había acordado en Miramar instaurar como única celebración oficial el día del cumpleaños del emperador, pero éste reinstaló la celebración de la Independencia el 16 de septiembre y el culto a Morelos, al tiempo que suprimía el aniversario de la entrada del ejército trigarante el 27 de septiembre de 1821. Al congratularse con los liberales, Maximiliano hizo a un lado a los conservadores. Arrangoiz considera perjudicial para los mexicanos la libertad de cultos, y el decreto imperial sobre dicho tema había herido profundamente al pueblo, porque era absolutamente innecesario y nadie lo pedía. El decreto sobre los bienes de la Iglesia ratificó el despojo de las propiedades eclesiásticas, con pena y dolor para el pueblo que esperaba una abolición de esa herencia juarista. Con

178   Religión y Sociedad. Marzo 4 de 1865. Tomo I; núm. 7; pp. 117-119. 179   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 9; capítulo CXLIV; pp. 30-38. 118


su renuncia, Arrangoiz marca el abismo que durante un año al menos, alejará a los conservadores del proyecto imperial. Los liberales moderados al poder El 8 de mayo de 1865 asumió como nuevo Prefecto Político del Departamento de Jalisco el licenciado Jesús López Potillo,180 en sustitución del general Mariano Morett, quien de manera interina venía desempeñando dicho cargo desde meses atrás. El nuevo prefecto nacido en Guadalajara el 14 de agosto de 1818, provenía de una familia de abolengo y muy desahogada posición económica y social. Fue un abogado exitoso, profesor de Derecho, político y amante de las letras. En 1851 fue electo gobernador de Jalisco desde donde impulsó el desarrollo de la sociedad literaria La falange de estudio, cuyas aportaciones fueron publicadas en el periódico El ensayo literario. Militante del grupo liberal moderado, López Portillo ganó fama como mediador y como un personaje ajeno a las disputas y las soluciones de fuerza. Por su prestigio social, Ogazón lo invitó a formar parte de la Junta Patriótica de Guadalajara al inicio de la intervención francesa, pero ante el avance de los franceses consideró que la república ya no tenía salvación y entró en negociaciones con el gobierno de Maximiliano para convencer a López Uraga de abandonar las filas republicanas. Al nombrarle Prefecto Político de Jalisco, Maximiliano confirmaba su realineamiento hacia los liberales y su desprecio inicial a los conservadores que lo habían traído a salvar el país. Como era de esperarse, López Portillo integró un gobierno de conciliación entre liberales y conservadores, y en su Consejo de Gobierno Departamental participaron: el abogado Juan Climaco Jontán, presidente del Supremo Tribunal de Justicia, un despiadado perseguidor de republicanos; José Antonio Nieto en funciones de Administrador de Rentas; José Palomar, rico industrial cabeza de la corriente conservadora y monarquista local; el comerciante Manuel Zelayeta y el hacendado Manuel Rivera.181

180   De conformidad con lo señalado en el artículo 28 del Estatuto Provisional del Imperio Mexicano expedido el 10 de abril de 1865, los Prefectos Políticos son delegados del emperador para administrar los departamentos (que sustituyeron a los Estados de la república) y ejercer las facultades previstas por las leyes. 181   El Imperio, miércoles 10 de mayo de 1865; núm. 88, p. 4. 119


Los problemas que enfrentaba el nuevo prefecto comprendían multitud de aristas, desde la reactivación de la economía regional hasta la consolidación de la paz social, así como una gran variedad de asuntos relacionados con la reactivación del sistema educativo paralizado desde el inicio de la intervención, la dotación de servicios públicos, la seguridad de los habitantes del Departamento, y lo más importante, trasmitir a los jaliscienses la convicción de que los cambios que estaban ocurriendo era irreversibles y no tenía caso ya, oponerles resistencia. Aunque los invasores mantenían bajo su control la mayor parte del territorio, aún se manifestaban focos de resistencia republicana que dirigían los generales Arteaga y Régules en los límites de Jalisco y Michoacán; los pequeños contingentes que dirigía Herrera y Cairo, así como un gran número de partidas armadas que combinaban su actuación ya como guerrillas republicanas o como simples bandoleros. Ante la persistencia de estos focos de conflicto, el ejército francés mantenía el monopolio de la aplicación de la justicia contra los alzados en armas, a través de las Cortes Marciales, que bajo procedimientos sumarios dictaban las penas correspondientes, en cada caso. López Portillo se encontró con un complicado escenario administrativo pues desde el 3 de marzo de 1865, Maximiliano había ordenado una nueva división territorial y administrativa que desapareció a los estados federales los que fueron sustituidos por 50 departamentos, lo que dejaba a Jalisco sin las regiones de Colotlán y los Altos que se dividirían entre Zacatecas, Guanajuato y Aguascalientes, y sin los municipios del sur, desde Sayula y Ciudad Guzmán, que se integrarían a Colima y los de la costa que integrarían el Departamento de Autlán. Con la nueva división territorial, el estado perdía más de la mitad de su población y de su territorio, quedando integrado por los siguientes Distritos: Guadalajara, Tlajomulco, Chapala, Zapopan, Tonalá, Cocula, Zacoalco, Ahualulco, Tequila, Ahuacatlán, Compostela, Tepic y Centispac.182 Sin la presión de atender un extenso territorio y con los franceses combatiendo a las debilitadas fuerzas republicanas y las gavillas de asaltantes, López Portillo podía centrarse más en las tareas de seguridad pública y la prestación de los servicios de salud, educación e infraestructura.

182   El Imperio, mayo 17 de 1865. 120


Para proteger la seguridad de los habitantes de Guadalajara, el gobierno contaba con un escuadrón de Gendarmería, al mando de un coronel con 187 elementos, cuyo cuartel se ubicaba en el desaparecido Mesón de Santa María de Gracia, en el centro de la ciudad.183 El principal problema social, según López Portillo, era el alarmante número de personas atrapadas en el vicio de la embriaguez. “Muchas de esas personas aparecen en público con la razón perturbada por los excesos del vino, causando escándalo y poniéndose en la ocasión de sufrir desgracias graves…”, y para combatirlo, el prefecto ordenó a la gendarmería que tomara medidas eficientes para evitar espectáculos deplorables en las calles de la ciudad, aplicando las leyes “sean quienes sean las personas que los cometan”. Y es que, el alcoholismo no era un problema de las clases sociales de escasos recursos, se presentaba también entre la alta sociedad, por lo que además de vigilar las cantinas y los cafés, el gobierno estableció un programa para convencer a los bebedores de controlar voluntariamente su vicio.184 Otra de las prioridades de López Portillo fue reanudar los servicios educativos suspendidos desde 1863 por el gobernador Ogazón, y para ello nombró al presbítero Juan José Caserta, uno de los impulsores de la carta al general López Uraga, como presidente de la Junta de Estudios. Los primeros datos señalaban que en Guadalajara y sus suburbios estaban establecidas 42 escuelas municipales que atendían a 3, 468 alumnos. De ellas 25 estaban en Guadalajara, correspondiendo 14 de ellas a escuelas de niños con 1600 alumnos, y 11 escuelas municipales para niñas con 948 alumnas. El programa de estudios para los niños incluía: Doctrina cristiana, Historia sagrada y religión con el catecismo de Ripalda, Fleury y Balmes. Urbanidad de Blanchart y Carreño. Lectura, con el silabario de Velázquez. Escritura de carácter inglés, Aritmética: en Guadalajara todas las operaciones y en los suburbios solo quebrados. Gramática castellana en la capital y solo ortografía en los suburbios. Geometría práctica con sus aplicaciones a las artes. El programa de estudios para las niñas comprendía: Doctrina cristiana, Historia sagrada, religión, urbanidad, lectura, costura y bordado. Aritmética básica en Guadalajara y Ortografía y acentuación castellana.185 183   AH. SEDENA. Imperio: legajo 153; expediente 9992; fojas 26-26. 184   El Imperio, 15 de mayo de 1865; núm. 89, p. 3. 185

Idem., sábado 27 de mayo de 1865; núm. 92, p. 4. 121


Ante el proyecto presentado a Maximiliano en el mes de agosto, para conformar una Universidad nacional que centralizara los estudios superiores del país, López Portillo, demostró con argumentos los grandes males que representaba para la formación profesional una medida como esa, logrando que le fuera aceptada la reapertura de la Universidad de Guadalajara, que había sido clausurada por el gobernador Pedro Ogazón. Cortes Marciales, disidentes y seguridad pública Instaladas por el gobierno imperial, las Cortes Marciales a cargo de oficiales del ejército francés, tenían como principal objetivo abatir la inseguridad pública y dictar sentencias expeditas en los casos de robos y asaltos en despoblado y a mano armada. También fueron la instancia legal para otorgar salvoconductos y permisos de residencia a los militares republicanos que decidieran reintegrarse a la vida civil y pacífica, con el compromiso de no realizar acciones en contra del gobierno imperial. Las autoridades locales podían otorgar permisos de traslado provisionales a civiles republicanos que solicitaran amnistía. Conforme a la nueva división territorial decretada por Maximiliano, se instalaron Cortes Marciales en Guadalajara, Lagos y Colima, cuya actuación fue, posteriormente, criticada tanto por los historiadores de la época, Luis Pérez Verdía y José María Vigil, así como por los periódicos republicanos a la caída del imperio. Del periodo que comprende del mes de mayo de 1864 al mes de junio de 1865, se ha podido documentar algunas de las sentencias emitidas por la Corte Marcial de Guadalajara. A la pena de muerte fueron condenados cuatro acusados de robo con asalto a mano armada;186 a veinte años de trabajos forzados fue condenado Francisco García de Guadalajara, por intentar asesinar a un sargento del ejército francés, y a diez años de trabajos forzados por robo a mano armada a Esteban Delgado y Narciso Hernández;187 en tanto que Asunción Bermúdez y Pilar Meza fueron absueltos de sus acusaciones. Pueden parecer muy pocos casos dictaminados por la Corte Marcial de Guadalajara, 186

Cruz Sánchez, Eulogio Rodríguez, José María Guzmán e Hilario Tavares. AHJ. Gobernación: G-2864;G-15-865; G-2-865. 187   AHJ. Gobernación. G-2-865; G.-2-864. 122


dadas las condiciones de intranquilidad de la época, sin embargo, a partir de 1866, las Cortes Marciales se convertirán en un instrumento represivo destinado sobre todo a castigar a los republicanos que fueran capturados con las armas en la mano. Lo que si está claro, es que las cárceles de Guadalajara estaban repletas de prisioneros de todo tipo. Asesinos, ladrones, “disidentes” como las autoridades imperiales empezaron a llamar a los republicanos en armas; así como infinidad de reos del orden común y administrativo. El 3 de noviembre de 1864, el ayuntamiento de Guadalajara encabezado por el general Mariano Morett, le informaba al prefecto político Jesús López Portillo de las condiciones de hacinamiento que prevalecían en las cárceles de la ciudad y ante la cercanía del invierno, la Comisión de Sanidad del ayuntamiento consideraba que podrían aparecer “enfermedades mortales así en las cárceles mismas que en lo general de la población, por el amontonamiento de tantos individuos en lugares tan estrechos y mal sanos como son los que actualmente sirven de prisiones”.188 La Comisión de Sanidad municipal propone que los condenados a presidio -reos condenados a trabajos forzados-, fueran trasladados a los penales de Chapala o de San Juan de Ulúa, y las mujeres prisioneras pasaran a los conventos de El Carmen o de San Francisco, con el fin de que el resto de los presos pudiera acomodarse de manera mas holgada, sobre todo aquellos conocidos como los “presos de la trata”, individuos consignados por delitos leves que pagaban su condena asignados a los trabajos públicos.189 La guerra de las prensas: los periódicos liberales A la llegada de López Portillo a la prefectura de Jalisco en mayo de 1865, circulaban en Guadalajara muy pocos periódicos, los más de ellos conservadores. El Tirabeque redactado por los abogados José Joaquín Castañeda y Luis Gutiérrez Otero apenas sobrevivió de febrero al mes de junio, pues su lenguaje insultante al emperador y su fanático conservadurismo lo llevaron a ser clausurado por la autoridad. Fundaron entonces El Tauro “periódico

188   AHJ. Gobernación. G-15-864 189   Idem. 123


independiente, cosquilloso, taciturno, sesudo y enemigo del diablo y sus secuaces”, marcadamente conservador, antiliberal y antirepublicano. Su primer número apareció el 19 de septiembre de 1865, y en su corta existencia lanzó toda suerte de insultos a los liberales republicanos, a Juárez y a todo lo que oliera a modernidad cultural. De los otros periódicos conservadores que circulaban entonces, El Imperio y La Religión y la Sociedad, ya hemos comentado anteriormente. El Payaso fundado por Ireneo Paz fue sin duda el más conocido y exitoso periódico liberal de la época, que en el marco de las limitaciones legales impuestas por las autoridades municipales y departamentales, logró impactar a los jaliscienses y contribuir a levantar el ánimo independentista. El propio Paz confiesa las razones que lo llevaron de nuevo al periodismo: Supuesto que el espíritu público estaba aletargado, lo primero era contribuir a que éste despertara. Después del vencimiento casi general había que provocar una reacción en el seno mismo de la patria, dominada pero no vencida. Tomé a mi cargo […] publicar un periódico republicano siguiendo el espíritu de otros que estaban ya en la liza, como La Sombra en México, Idea Liberal en Puebla y Cornetín en Veracruz. El mío debía ser redactado en estilo jocoso, que es lo más que se presta para desprestigiar a una administración cualquiera… No hay, no puede haber una ametralladora de mejor éxito que la prensa manejada con ironía, con burla, con mordacidad. Es el género que gusta más al pueblo, el que todos entienden y el que deja en el espíritu huellas mas duraderas.190

El primer número de El Payaso apareció el 2 de junio de 1865 y a partir de ese momento se convirtió en un bastión para la defensa del liberalismo y la causa republicana, logrando desde el primer día, sacar de la modorra a los tapatíos de todos los credos políticos: “No había casa de amigos o enemigos en donde no tuviera pasaporte mi humilde publicación, que poco a poco fue perdiendo la humildad, cobrando bríos y haciéndose el terror de los imperialistas”.191 Sujeto a una férrea censura, Paz abre su primera página narrando un cuento en el que participan diversos personajes, cuyo diálogo le permite deslizar su crítica al imperio y al partido conservador. En su primer número, al presentarse en sociedad, señala: “No hay loco que coma lumbre, dice un refrán; pero con nosotros se quebrantó la regla, pues vamos a comerla…” La tarea que vamos a emprender nos dejará muchos dolores de cabeza pues no sabemos si lo que digamos será del agrado del partido reinante: 190   Ireneo Paz. Algunas campañas. t.; p. 127. 191

Idem., p. 128. 124


¿Y cual es el partido reinante? Francamente ni nosotros mismos lo sabemos. Puede ser el liberal supuestas las leyes de reforma que se han expedido: puede ser el retrógrado que fue el que trajo la intervención francesa, aunque le salió el huevo güero; puede ser también uno y otro, pues de todo tenemos, cosa de que nos alegraríamos en el alma unión acordándonos que éramos hermanos…, pero en todo caso nosotros no hemos de decir más que la verdad.192

El éxito de El Payaso fue inmediato y pronto rebasó los 300 ejemplares por edición lo que ningún periódico de la época había alcanzado; el propio Paz no aspiraba a que el periódico, cuyo formato era de “una inconmensurable pequeñez” pudiera sostenerse por sí mismo con las ventas, pues siguió manteniendo su como Arlequín, irónica y en el primer número publicó “un sonecito del país” llamado La Pasadita, que junto con la canción de Los Cangrejos, eran las expresiones jocosas con que los liberales se mofaban de los conservadores; aquí dos de sus versos: Una cosa es cierta Y es, que en un tris tras Triunfó ya el partido Anti-clerical Por eso las viejas Rabiosas están Pero yo me río Contesto ja ja… Y a la pasadita Tan, darín, darán… El último golpe Ha estado formal Le quitan al clero La enseñanza ya. ¡Adiós Seminario y Universidad! ¡Que viva el progreso Dejadme gritar! Y a la pasadita Tan, darín, darán…193 192 193

El Payaso, junio 2 de 1865; núm. 1, pp. 1-2. El Payaso, junio 2 de 1865; pp. 2-3. 125


Como las leyes le impiden opinar en primera persona, Paz recrea personajes que en diálogo de profunda ironía, le sirven de pantalla para expresar su crítica; los más socorridos son: Doña Degollación, mujer que cifra unos sesenta años, exaltadísima en materia de religión, respirando siempre un odio profundo contra los herejes, a quienes cristianamente desea ver convertidos en jirones… Doña Escolástica, vieja charlatana y ridícula, que ha dado como otras en la manía de hablar de la cosa pública, aunque maldito lo que entienden y … D. Panuncio es recogido de cuerpo, tipo de escuela de nuestros santurrones, hermanos de la cofradía de San Vicente y aspirante a una mayordomía de monjas. D. Panuncio es recogido de cuerpo, estirado de cuellos y campanudo al hablar. Es malicioso e hipócrita como todos los beatos, y aunque sabe muy bien donde le aprieta el zapato, mejor que nadie, a cada uno halaga según conviene, y para que no se traduzca su pensamiento cuando se encuentra delante de un testigo, cierra los ojos cada vez que pronuncia una palabra.

El diálogo entre estos personajes ilustra el desconcierto que priva entre los conservadores. Doña Escolástica afirma que hasta el emperador se ha vuelto hereje; doña Degollación declara que hay que acabar con todos los hacheros liberales. D. Panuncio invita a rezar para que el país vuelva a la normalidad católica. Al Payaso se sumó el 30 de julio de 1865 otro periódico liberal El Entremetido, que se declara “liberal por los cuatro costados, juguetón, hablador y estrafalario”; y que se imprimía en la imprenta de Brambila los jueves y domingos, bajo la dirección editorial de Julián Santa Cruz. En su primer editorial se dicen: Animados de las mejores intenciones, pero movidos únicamente por las ganas de reír y hacer reír a costillas de todo género humano… Nosotros, muchachos malcriados y mas que malcriados consentidos, no hemos tenido nunca otra norma para todo que nuestra augusta y soberana voluntad; por lo mismo, llenaremos las columnas de este periódico con aquello que mas le cuadre a nuestro gusto, y según el humor de que estemos poseídos, sin arreglarnos jamás a ningún método ni orden…194

Circulaba también en Guadalajara, El Boletín de Noticias, de orientación liberal, dirigido por José María Vigil quien había regresado de su exilio en el extranjero, del cual, lamentablemente, al igual que el periódico conservador El Tauro, no hemos podido encontrar ningún ejemplar en los archivos consultados. 194

El Entremetido; julio 30 de 1865, núm. 1, p. 1. 126


Así las cosas, en Guadalajara la batalla por la república y la independencia nacional continuaba como una guerra de imprentas, bastante limitada por las leyes, pero con suficiente libertad para deslizar la crítica punzante al estado de cosas. Por el bando conservador estaban El Imperio, La Religión y la Sociedad, El Tauro y algunos otros de menor importancia; por el lado liberal, daban la batalla El Payaso, El Entremetido y El Boletín de Noticias. El Payaso abrió con una crítica al Reglamento de la policía rural encargada de garantizar la seguridad del Departamento en el campo; aplaudimos la iniciativa dice el periódico, pero, el reglamento contiene disposiciones “que se asemejan algo a las que se dictaban en la época del régimen colonial…” Se les da a los hacendados el derecho de prohibir a los vecinos de sus fincas que beban embriagantes o que jueguen cartas; también podían prohibir a sus empleados, licencias para portar armas, recibir invitados sin permiso de sus amos…, y pues, “ya se sabe que los hacendados, no necesitan nada para ser unos tiranos en sus haciendas, y dándoles alas el gobierno, es fácil preveer lo que se tiene que aguardar: los hacendados serán señores de horca y cuchillo que tendrán derechos de vida o de muerte sobre los infelices que caigan en sus dominios”.195 Por su parte El Entremetido fue el primero en anunciar, el 30 de julio, el nombramiento de Jesús López Portillo como Comisario Imperial, a quien felicitan por la nueva muestra de confianza que el emperador le demostraba, “al delegarle con mas amplitud sus facultades en este Departamento; y aplaudimos desde luego esta medida atendiendo a la capacidad, conocimientos, e ideas progresistas del Sr. Portillo, no dudamos que tendrá benéficos resultados.”.196 El nombramiento de López Portillo fue confirmado a mediados del mes de agosto, por lo que el Departamento de Jalisco vivió importantes cambios administrativos: en lugar de López Portillo, como Prefecto Político del departamento quedó el general Mariano Morett quien nombró como secretario al licenciado Esteban Alatorre, liberal moderado. El ayuntamiento de Guadalajara quedó integrado con: Manuel Cortés, Dionisio Rodríguez, Félix Núñez, el licenciado Roque G. Hermosillo, Eufemio Alonso, Jesús Castillo, 195   El Payaso, julio 20 de 1865; núm. 6, p. 1. 196

El Entremetido; julio 30 de 1865; núm. 4., p. 3. (Los comisarios imperiales según el artículo 22 del Estatuto Provisional del Imperio Mexicano, son instituciones de carácter temporal para “precaver y enmendar” los abusos cometidos por funcionarios públicos en los departamentos y supervisar la marcha de los asuntos públicos) 127


Luis Pico, el doctor Benito Pérez, David Bravo, Silvestre Ornelas, Ramón Ochoa, Emilio Álvarez y Vicente Romero. A la vista estaba la celebración de la Independencia y como se acostumbraba para este tipo de festejos, se nombró una Junta Patriótica encargada de coordinarlos. La fusión entre elementos liberales moderados y conservadores alentada en Jalisco por López Portillo se observa en la lista de los miembros que la componen: como presidente, desde luego, López Portillo, liberal moderado que consideró muerta a la república, al igual que el general Morett; el general José María García, Jefe militar del Departamento quien era un conservador antirrepublicano que se distinguió por la tenaz persecución a la que sometió a los liberales jaliscienses que se mantuvieron leales a la república. Siguen en la lista de esta Junta Patriótica: el magistrado Jerónimo G. Moreno, conservador; Manuel de Zelayeta, consejero del gobierno, liberal; Eufemio Alonso, regidor, moderado; los regidores Jesús Castillo y Juan F. Villa, conservadores; Antonio Nieto, administrador de Rentas y José María Castañares, visitador de Peajes, sin una clara definición política; el presbítero Juan José Caserta, presidente de la Junta de Instrucción Pública, moderado; Hilarión Romero Gil, fiscal de Hacienda, conservador; Domingo Llamas, comerciante, conservador extremo; Antonio Álvarez del Castillo, conservador; Trinidad Verea, conservador; licenciado Lázaro J. Gallardo, sin definición clara; y los farmacéuticos conservadores, Lázaro Pérez y Tomás Romo.197 Los festejos de la Independencia, según El Payaso, estuvieron muy fríos; sin carros alegóricos, ni fuegos artificiales, ni músicas por las calles, ni lectura del acta de Independencia e incluso sin discurso oficial. Algunas personas habrían asistido a la plaza de armas en la noche del 15 de septiembre, pero la gran mayoría de las familias decidieron trasladarse a San Pedro Tlaquepaque, o a alguna otra población lejos de Guadalajara, sin participar en ninguna celebración: “Muchos temieron entusiasmarse, porque sabían que dizque se habían dictado algunas medidas contra los que se entusiasmaran en los días destinados a los recuerdos de nuestra independencia, y en consecuencia se resignaron a no sacar las narices… En fin, nuestra independencia la pobre estuvo muy fría y desairada ¿porqué sería?”198 197   El Imperio, 12 de agosto de 1865; t. II; núm. 3, p. 4. 198   El Payaso, septiembre 21 de 1865; núm. 24, p. 3. 128


¿Adonde iremos a parar?, se pregunta El Entremetido, al abordar el problema de la consolidación del imperio de Maximiliano y la retirada de las tropas francesas, rumor que crecía como la espuma, a pesar de las negativas oficiales. A tres años de que el ejército francés, un grupo de mexicanos traidores y una respetable “legión austriaca hacen esfuerzos inauditos para contener el empuje de los enemigos del Imperio”; día a día, dice El Entremetido, hay nuevos combates y los campos quedan “regados por la sangre de los combatientes”; el número de “disidentes” crece, la prensa monárquica informa de permanentes derrotas republicanas, lo que demuestra, que los “disidentes” en vez “de desmayar y sucumbir a los reveses de la fortuna, luchan todavía con decisión para sobreponerse a los azares de la guerra”.199 Los invasores –afirma el periódico-, no han logrado su propósito de consolidar el imperio, y en vez de aumentar el número de soldados invasores como se pide en la Corte imperial, “… en el cuerpo legislativo francés…, se pide por el contrario, la retirada de las tropas extranjeras, fundándose en que el Imperio Mexicano ha sido proclamado por la mayoría de la Nación, y de que por lo mismo, esa inmensa mayoría debe ser suficiente para sostener el sistema que ha pedido”. Las leyes de Reforma –continúa-, se declararon vigentes pero no se aplican adecuadamente “como para tranquilizar a los partidarios del retroceso…” Se decretaron también las libertades de prensa y pensamiento, “pero con bastantes restricciones…” La situación económica del Imperio es desastrosa, el gobierno de Estados Unidos empieza a dar muestras de inconformidad; en resumen: “El partido clerical descontento. Las operaciones militares sin grandes resultados, la penuria del erario, nuestros vecinos del norte en asecho, los derechos del príncipe a la corona de Austria nuevamente asegurados; y por último los disidentes en aumento”. Así pues, se pregunta El Entremetido: “¿Qué sucederá? ¿Cuál será nuestra suerte? ¿A dónde iremos a parar?”200 Esta crítica profunda a la situación general del gobierno imperial no provocó ninguna respuesta del gobierno departamental; sin embargo, las autoridades no mostraron la misma tolerancia cuando la crítica se dirigió a ellos. En su editorial del 27 de agosto, titulado Cuando el río suena, entre broma y serio, El Entremetido comenta que la Prefectura estaba molesta por algunos cometarios 199

El Entremetido, agosto 13 de 1865; núm. 5, pp. 1-2.

200

Idem. 129


publicados, no contra el imperio, ni contra los dogmas o la moral, sino contra algunos funcionarios municipales incapaces de resolver los problemas urgentes de la ciudad, como la falta de agua, y el desbocado crecimiento de los robos a las casas, entre otros señalamientos. Pero nosotros, dice El Entremetido: que amamos al gobierno más que a nosotros mismos, supuesto que debe su existencia a nuestro voto libre, espontáneo y amoroso (porque no hay que dudarlo los que escribimos estas líneas hemos formado parte de los cinco millones quinientos mil súbditos que, según se ha dicho en las cámaras francesas, han electo el imperio y al emperador), nosotros no caeremos en el garlito…201

A partir de ahora, afirma El Entremetido, y para evitar cualquier reprimenda oficial, solo hablaremos de cosas abstractas y comentaremos autores desconocidos; nada se dirá de México ni del imperio. Así pues, comentaremos ahora la palabra invasión, tomada del Diccionario de la Conversación, de Mr. Pons de l`Herraudt publicado en París bajo los auspicios del emperador Napoleón III. La invasión es siempre injusta en su principio y es constantemente cruel y tirana en su desarrollo. ¿Qué tal si los Estados Unidos nos invaden e imponen sus normas y se aprovechan de nuestras riquezas? ¿Qué tal que restauren la república que hemos repudiado? Dios no lo quiera.202

Con marcada ironía El Entremetido concluye: “…como nosotros no hemos experimentando nunca una invasión, no podemos decir todo lo que nos sucedería…” Este editorial causó gran disgusto en las altas esferas del gobierno, en particular del prefecto el general Morett, por lo que se inició un juicio contra el periódico a partir del 3 de septiembre y los editores contrataron al licenciado Emeterio Robles Gil, liberal radical, como su defensor. El juicio fue dirigido contra el editor responsable Julián Santa Cruz, provocando una profunda crisis en el resto de los editores del periódico que simplemente, a partir del 31 de agosto, ya no encontró el rumbo. Santa Cruz fue sustituido como editor responsable y por algunos números apareció el nombre de Anselmo González; poco después el de Isidoro Ortega, y finalmente Julián Vicencio, como editores responsables. El 11 de septiembre, Santa Cruz envió 201   El Entremetido, agosto 27 de 1865; núm. 9, pp. 1-2. 202

Idem. 130


un remitido al periódico del que era director, para protestar contra sus antiguos compañeros de redacción, a quienes reclama el haberlo expulsado de las planas por el temor a que el periódico fuera clausurado si seguía escribiendo. Finalmente, al día siguiente, Santa Cruz fue condenado a dos meses de prisión y a cubrir una multa de 400 pesos; El Entremetido, por su parte, recibió la primera amonestación pública, recordándole que una tercera amonestación significaría el cierre definitivo del periódico. Tampoco arriaba banderas El Payaso, que además de continuar con su ácida crítica al sistema, en el número 20, del 7 de septiembre de 1865, causó impacto con la publicación de una caricatura en la última página, desde luego, con el fin de ridiculizar algún funcionario municipal o alguna frase jocosa de los políticos locales, aportación editorial que le valió nuevos seguidores y más enemigos. En ese número, el periódico comenta a su estilo, la llamada circular secreta (Ley de Imprenta) de las que todos hablaban pero nadie conocía, pero que era invariablemente aplicada por la autoridad, cuando así lo creía necesario. Eran considerados delitos de prensa: Los ataques contra el Soberano, los escritos dirigidos a su persona, a sus poderes, o a los actos que de estos emanen. Se excite a la rebelión en los escritos que ofendan al gobierno, a su consejo y a las autoridades en su vida pública y privada. Se propenda a la desunión en los escritos que reanimen las disensiones de partido. Se excite a la desobediencia, desacreditando las leyes secundarias o las autoridades, sobre las que no se permite más que la discusión seria, razonada y decente. Se castigará a los autores de noticias falsas, aunque las preceda el preámbulo de se dice, corre la voz, etc. Lo mismo si se refieren a nombramientos y destituciones de funcionarios. Se ataque a la religión ridiculizando sus preceptos o el carácter sacerdotal. Se ataque la vida privada con revelar hechos que manchen la reputación de un particular. Serán castigados todos estos abusos, aun cuando se encubran bajo perífrasis, locuciones anfibológicas, emblemas, alegorías, etc.203

El Payaso concluye con ironía, que ciertamente jamás se había disfrutado de mayor libertad de prensa en Jalisco. El éxito de la prensa liberal obligó a una contraofensiva conservadora y el 14 de septiembre se anunció la aparición del periódico Exhalación que siguiendo la línea del desaparecido Tirabeque, utilizaba un lenguaje de odio e insultos a los liberales, a la república y a Juárez, y el 21 de ese mes, apareció El Tauro, 203   El Payaso, septiembre 7 de 1865; núm. 20, p. 4. 131


anagrama de Tovar, redactado por el general Remigio Tovar y por el licenciado J. Joaquín Castañeda.204 El Entremetido repudia el estilo soez y desvergonzado del Tauro: “hemos tenido que hacer un poderoso esfuerzo para concluir su lectura…, nunca se había manchado tanto la prensa con producciones tan asquerosas como la que es objeto de las presentes líneas…”205 Las autoridades también jugaron su papel en esta disputa ideológica entre liberales y conservadores y las amonestaciones, advertencias y suspensiones se hicieron presentes. El primero en salir de la contienda fue El Entremetido, que el 24 de septiembre de 1865, en el número 17, por mandato legal, publicó en su primera plana, la advertencia enviada por el oficial mayor José María Castañares, por la caricatura publicada en el número anterior, en la que el juez de letras que anteriormente había impuesto una multa al periódico, consideró que “se le ridiculiza, con desdoro de la autoridad judicial…” El prefecto político, el general Morett consideró fundada la queja del juez y se le envió al periódico una primera advertencia. Sin embargo, las autoridades reconsideraron el asunto y decidieron sancionar la publicación con un mes de suspensión. Aunque Cipriano Guzmán, el último de los directores editoriales de El Entremetido afirma que volverían a circular, los conflictos internos entre el equipo de redactores y su primer director Julián Santa Cruz seguramente impidieron su reaparición y el periódico con tan solo 17 números y menos de dos meses de existencia, desapareció de la vida pública. El Payaso fue el siguiente periódico suspendido por cuatro meses y aunque el número 29 ya estaba impreso, no circuló por órdenes de la autoridad, saliendo de circulación del 5 de octubre de 1865 al 4 de febrero de 1866. Los periódicos conservadores no estuvieron exentos de estos actos de autoridad y apenas unos días después, fue suspendido El Tauro por un mes, por insultos a las autoridades. Derrota y muerte de Arteaga La resistencia republicana en el sur de Jalisco, el norte de Colima y los límites de Michoacán había logrado sobrevivir a pesar de que todo el escenario 204   Luis Pérez Verdía. Historia particular del estado de Jalisco. t. 3, p. 271. 205

El Entremetido, septiembre 24 de 1865; núm. 17,p. 2-3. 132


militar y político les era adverso. Herrera y Cairo con algunos 200 hombres merodeaba por los pueblos serranos de Tapalpa; el general Régules con poco más de mil hombres se movilizaba por las cercanías de Colima; y el general Arteaga, con los restos del llamado Ejército del Centro, con cerca de dos mil hombres, lo hacía entre las poblaciones de Huétamo y Tacámbaro, Michoacán. También operaban algunas guerrillas dispersas que eran consideradas simples bandidos para los jefes militares franceses que les perseguían. A finales del mes de mayo de 1865, el prefecto político de Colima informaba de la presencia en el municipio de Coalcomán, de “numerosas gavillas de disidentes” a las que no podía enfrentar por carecer de fuerzas suficientes; el municipio no había podido ser integrado al gobierno imperial y sus autoridades locales no eran reconocidas, era de hecho, un territorio “disidente”. El 28 de mayo, la población de Coalcomán fue tomada por unos 400 soldados republicanos, como parte de un movimiento envolvente de las tropas del general Régules para atacar la población de Colima. El 7 de junio, desde Ciudad Guzmán, el general Oronoz salió con una columna de refuerzo hacia Colima logrando evitar el inminente ataque republicano.206 Aunque las fuerzas republicanas debieron replegarse, la buena noticia era que la resistencia en el sur del estado, había dejado de tener una presencia precaria y meramente simbólica, para pasar a la ofensiva con mejores perspectivas de éxito. Menos afortunado fue el general Arteaga, quien fue derrotado el 16 de julio en Tacámbaro, Michoacán, por fuerzas belgas y mexicanas al mando de Barón Vander Smissen, dejando en el campo más de 400 muertos y 165 prisioneros, así como la pérdida de gran cantidad de equipo militar y sus tropas en fuga desordenada. El repunte de las acciones republicanas puso nervioso al Comisario Imperial, Jesús López Portillo, quien el 17 de agosto envió una carta al emperador advirtiéndole del peligro que amenazaba a Jalisco. Le dice “que las proporciones que ha tomado la resistencia armada” en el vecino departamento de Michoacán, “ofrecen un peligro considerable de que se propague la rebelión al sur de Guadalajara, a La Barca y a sus inmediaciones”. Las gavillas han asaltado Mazamitla y las pequeñas guarniciones locales pueden ser rebasadas en cualquier momento, por lo que sugiere una incursión militar que salve a 206

AH. SEDENA. Imperio; documento 151, expediente 9990; fojas 97-108. 133


Jalisco: “que tanto ha sufrido y cuya pacificación siempre ha sido tan costosa y difícil vuelva a ser teatro de las horrorosas escenas que lo pusieron en el estado deplorable que guardaba hace menos de un año”.207 Muy pronto la guerra se tornó mucho más cruenta, al punto de la barbarie, a partir del decreto del 3 de octubre de 1865, expedido por Maximiliano con el fin de terminar a cualquier precio con la resistencia. Se castiga con la pena de muerte a todas las personas que integren bandas o reuniones armadas no autorizadas legalmente, se amparen o no bajo algún pretexto político, o sean aprehendidos en combate, quienes serán fusilados en un plazo no mayor de 24 horas. También serán acreedores al mismo castigo, todos aquellos que de manera voluntaria presten ayuda a los guerrilleros; los que los ocultaran en sus casas o propiedades; los que propalasen noticias falsas sobre la guerra; los propietarios de fincas rústicas que no informen de la presencia de gente armada en sus dominios. Serían multadas las autoridades municipales, jueces, vecinos e incluso poblaciones enteras, que no dieran aviso a las autoridades inmediatas de la presencia de grupos armados en la localidad; también los propietarios, administradores y vecinos, que pudiendo defenderse, no impidieran el ingreso de los guerrilleros a su propiedad; por otra parte, todos los que hayan pertenecido o pertenezcan a un grupo armado, recibirían amnistía si se presentaban ante la autoridad antes del día 15 de noviembre. En su decreto Maximiliano jamás se refiere a los republicanos, a los juaristas, pues para el imperio, todos eran desde este momento, bandas y gavilleros armados al margen de la ley.208 Este decreto fue ampliamente festejado por el mariscal Bazaine, quien ordenó a todos sus jefes militares ya no tomar prisioneros: Todo individuo, cualquiera que sea, cogido con las armas en la mano será fusilado. No habrá canje de prisioneros en lo sucesivo; es menester que sepan bien nuestro soldados que no deben rendir las armas a semejantes adversarios. Esta es una guerra a muerte; una lucha sin cuartel que se empeña hoy entre la barbarie y la civilización; es menester, por ambas partes, matar o hacerse matar.209

207   AH. SEDENA. Imperio; documento núm. 151; expediente 9990; fojas 174-175. 208

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 10; capítulo CLII, pp. 64-68.

209

Idem. t. 10; capítulo CLIII; pp. 69-70. 134


La resistencia sufrió un duro golpe con la derrota y captura del general Arteaga en Tancítaro, Michoacán, el 13 de octubre, a manos del coronel Ramón Méndez, quien sorprendió a los republicanos en la madrugada, capturando a casi todos los jefes y oficiales y alrededor de 400 elementos de tropa. Arteaga y sus comandantes fueron de los primeros a quienes se aplicó el decreto del 3 de octubre por el que fueron condenados a muerte. Todos fueron fusilados en Uruapan, Michoacán y momentos antes de pasar al paredón, Arteaga escribió una carta de despedida a su madre, doña Apolinar Magallanes de Arteaga, vecina de la población de Aguascalientes en la que le dice: Mi adorada mamá: El día 13 del corriente he sido prisionero por las tropas imperiales y mañana seré decapitado. Ruego a Ud. mamá me perdone todo lo que le haya hecho sufrir durante el largo tiempo que contra su voluntad he seguido la carrera de las armas. Mamá: por más que he procurado auxiliarla, no he tenido recursos con que hacerlo, si no fue lo que en abril le mandé; pero queda Dios que no le dejará perecer a Ud. y a mi hermana la yanquita Trinidad. Mamá: no dejo otra cosa que un nombre sin mancha, respecto a que nada de lo ajeno me he tomado, y tengo fe en que Dios me perdonará todos mis pecados y me recibirá en su gloria. Muero como cristiano y me despido de Ud. de Dolores y de toda la familia, como su más obediente hijo.210

Maximiliano y los pueblos indígenas de Chapala El 19 de mayo de 1865 los representantes de las comunidades indígenas de los pueblos de Poncitlán, Santa Cruz, San Pedro Ixticán, Santiago, Jamay, Ahután y Zula, ubicados en la ribera del lago de Chapala, dirigieron una patética exposición al emperador, en la que señalaban el estado lamentable en que se encontraban a causa de “las mil calamidades” derivadas de la “persecución constante que clandestina o descubiertamente nos hacen algunos vecinos, hacendados y enemigos gratuitos…”211 Estos enemigos –continúannos acusan de trastornadores del orden público, de rebeldes, de usurpadores de propiedades, nos han tratado “de alejarnos, o de extinguirnos por diversos medios para que abandonemos nuestros cortos intereses, que hoy consisten sólo

210

Luis Pérez Verdía. Historia particular del estado de Jalisco. t. 3; pp. 325-326.

211   AHJ. Hacienda, n/c. 19 de mayo de 1865. 135


en los pocos terrenos de nuestros pueblos que se han escapado de la ambición de nuestros perseguidores…”212 Con la esperanza puesta en un emperador desconocido, la carta de estos pueblos salió a su destino en las diligencias del correo imperial y con una rapidez inusitada para la burocracia de la época, el 4 de septiembre llegó la respuesta del emperador por conducto del ministro de Gobernación, en la que se acordaba el nombramiento de un abogado “de notoria inteligencia…, que promueva ante la autoridad judicial… el apeo y deslinde de los terrenos de los pueblos de la ribera de Chapala”.213 El abogado designado, debería informar a la Junta Protectora de las Clases Menesterosas en la ciudad de México, sobre los males que aquejaban a las comunidades y proponer las acciones necesarias para remediarlos; así como sobre el estado de la instrucción primaria y del avance en la cuestión agraria. ¿Qué motivó al emperador a preocuparse por los alejados pueblos indígenas de Chapala en medio de los problemas que amenazaban la existencia del imperio? Tal vez recordó el primer contacto que tuvo con ellos a su llegada al país, a finales del mes de mayo de 1864, cuando a su paso por Orizaba, Veracruz, camino a la ciudad de México donde asumiría el trono, vivió emocionado el cariño que le mostraban aquellos pueblos, engalanados con arcos triunfales de flores multicolores y las multitudes aclamando a sus soberanos. Ahí, en Orizaba, ante el emperador rubio y barbado se presentaron el cura, el alcalde y varios indígenas del pueblo El Naranjal, y el alcalde en lengua náhuatl le dijo: Nuestro honorable Emperador: Aquí tienes a estos pobrecitos indios, hijos tuyos que han venido a saludarte y a que sepas que les alegra mucho el corazón tu venida: porque en ella ven a manera de un arco iris, que desbarata las nubes de discordia, que parece que se habían avecindado en nuestro reino. El Todopoderoso es el que te manda; que Él te dé fuerzas para que nos salves. Aquí está esta flor; mira en ella una señal de nuestro amor; te la dan los hijos del Naranjal.214

Al tiempo que Faustino G. Chimalpopoca le traducía las palabras del alcalde, Maximiliano abría los ojos emocionado por la sencillez de esos hombres y mujeres, que vestidos de calzón de manta y coloridas faldas de algodón de 212

Idem.

213   Idem. Septiembre 4 de 1865. 214

Arrangoiz. Op. cit.; p. 587. 136


confección modesta, le miraban con veneración y respeto. Este fue el primer contacto de Maximiliano con los pueblos indígenas de México, y la impresión fue tan grande que decidió convertirse en su sincero protector. El abogado elegido para asumir la defensa de los pueblos indígenas de Chapala fue el tapatío Onofre Valadez, liberal moderado, de quien poco sabemos hasta ahora de su biografía, pero que durante el tiempo en que atendió su encomienda, no solo mostró gran valentía para enfrentarse a los hacendados y caciques de la región, sino que se asumió como un sincero protector de las comunidades. Maximiliano sin embargo, atento a los sucesos de la guerra de secesión en los Estados Unidos, apenas un día después de enviar su respuesta a las comunidades, publicó un decreto que abría las puertas de par en par a los inmigrantes del sur de aquella nación y reinstalaba la esclavitud bajo la forma de contratos obligatorios por diez años, para que los esclavos negros pudieran ingresar a México sin ningún impedimento legal. Tal vez, Maximiliano estaba convencido de que la creación de un ejército de mexicanos que lo conservara en el poder era una meta difícil de alcanzar, e imaginó que los colonos texanos podrían aportarle el apoyo militar para sostenerse, ante la eventual retirada de las tropas francesas. Entre tanto, Onofre Valadez –dotado de un salario de 200 pesos mensuales, una verdadera fortuna para la época-, una vez que diseñó su estrategia salió de Guadalajara, y el 9 de septiembre ya estaba practicando las primeras mediciones de linderos; del 13 al 18 de ese mes estuvo en Poncitlán, San Miguel y Jamay, de donde se dirigió a La Barca con el objeto de promover los juicios necesarios para que las comunidades recuperaran las tierras que legalmente les pertenecían y que los hacendados mantenían en su poder. Al llegar a La Barca, Valadez se topó con el subprefecto, José Francisco Velarde, el hombre más acaudalado de la región, cuya riqueza lucía con tan mal gusto y poca cultura que el pueblo lo bautizó como el “Burro de Oro”, quien de inmediato pretendió cuestionar su nombramiento y su jurisdicción. Para darle agilidad al trabajo, Valadez se dirigió a la Prefectura de Jalisco, solicitando el nombramiento de un juez especial que realizara los deslindes y mediciones de los terrenos comunales, y que se le entregara en custodia el archivo donde se encontraban los documentos que acreditaban las dotaciones reales que avalaban la propiedad indígena, el cual se encontraba en manos de un particular a quien 137


los indígenas de manera ingenua habían pedido se los guardara y ahora se negaba a regresarlo a sus verdaderos dueños.215 Mientras Valadez veía bloqueado su trabajo, el 1º de noviembre de 1865, Maximiliano promulgó un decreto inspirado en el Bando de Gañanes decretado en la Colonia en 1785, que ha sido interpretado como una verdadera liberación de los jornaleros endeudados, ya que éstos, a partir de esta fecha, no podían ser obligados judicialmente al pago de las deudas adquiridas, “y que procedan de haber recibido efectos del dueño o arrendatario de la finca o de sus administradores, ni por las que hayan contratado en la tienda de la finca y que excedan de diez pesos”.216 Arrangoiz comenta con disgusto este decreto y señala que algunos consejeros, “de esos reformadores de profesión que todo lo quieren alterar y variar sin empezar por reformarse ellos mismos…”, sabiendo de la disposición de Maximiliano a favor de los indígenas, lo convencieron de publicar un “decreto que estableciera las relaciones entre los propietarios de las fincas del campo y los jornaleros y sacara a los indios de la esclavitud”, el cual llevó “la alarma a los campos”.217 Pero si los indios estaban felices con el emperador, los hacendados en cambio, no podían ocultar su enojo, y más allá del castillo imperial, en la ribera de Chapala, para Valadez, las resistencias a su trabajo fueron mayores. El ministerio de Gobernación le respondió que no procedía el nombramiento de un juez especial, por lo que se vio obligado a litigar en diferentes tribunales y trasladarse constantemente a distintas poblaciones dificultando con ello la conclusión de los juicios, lo que aumentaba el costo de los trámites que debían realizar las comunidades. La resistencia de los hacendados se tornó cada vez más visible y el subprefecto de La Barca llegó incluso a cuestionar la honradez de Valadez, y a presentar a los indígenas como una amenaza para la paz y la propiedad privada. En una comunicación fechada el 13 de diciembre de 1865, José Francisco Velarde informaba al prefecto político el general Morett, que los trabajos de medición de las propiedades comunales habían generado gran temor entre 215

AHJ. Ramo de Hacienda, n/c, 20 de noviembre de 1865.

216   Moisés González Navarro, et. al. Historia Documental de México; t. II, p. 331. 217   Arrangoiz; Op. cit., p. 647. 138


los hacendados de la región, porque “los indígenas en grandes masas invaden las mojoneras ajenas, maltratan los sembrados, abren desmontes y colocan mojoneras en el lugar de las propiedades de sus antepasados…”218 Velarde recordaba que apenas unos años antes, los indígenas se habían levantado en armas con tal violencia que “hirieron, mataron, incendiaron y robaron las haciendas” y fue necesario que el gobierno de aquella época “desplegara una energía desusada entonces, para calmar las turbulencias populares”.219 Los indígenas, se han sometido pero no han renunciado a su idea de reconquistar “todo lo que llaman suyo”, y en estos juicios de apeo: …no se limitan al reconocimiento de los terrenos que se han poseído últimamente en dominio y propiedad, sino recurriendo al examen de papeles más o menos ininteligibles, y siempre defectuosos e imperfectos, quieren reconocer como suyos grandes pedazos de tierra que hace más de tres siglos vinieron a dominio particular.220

Los jueces de la región conjurados con los hacendados, se prestaban a todo tipo de maniobras dilatorias y durante largos periodos se ausentaban de sus oficinas, daban entrada a demandas infundadas, permitían que los hacendados se demandaran entre sí, todo ello con la evidente intención de hacer muy costosos los juicios, esperando que los indígenas se desalentaran y los abandonaran. Incluso hubo jueces, como el de Poncitlán, que después de practicar las mediciones y dejar delimitados los linderos, permitieron que los hacendados movieran las mojoneras y borraran las huellas de la medición. Desesperado, en abril de 1866, Onofre Valadez dirigió un escrito a la Junta Protectora de las Clases Menesterosas en la ciudad de México, exponiendo la situación de los pueblos de la ribera de Chapala y solicitando el apoyo para arreglar de manera definitiva el problema de la tenencia de la tierra en la región. Proponía que se entregaran a las comunidades los terrenos que anteriormente habían sido medidos y aprobados por las comisiones repartidoras de terrenos en 1849, que en la mayoría de los casos dotaban a cada pueblo con un sitio de ganado mayor, esto es, mil 755 hectáreas. Las comunidades aceptaron la propuesta pero para poderla llevar a cabo, Valadez solicitaba que se le entregara

218  AHJ. Ramo de Hacienda, n/c, 17 de diciembre de 1865. 219  Idem. 220  Idem. 139


el archivo donde se acreditaban las dotaciones reales expedidas a los pueblos, y el nombramiento de un Juez Letrado que lo acompañara a practicar las operaciones respectivas.221 Si bien la Junta nunca dio respuesta a Valadez, ésta llegó como decreto de Maximiliano el 26 de junio de 1866, al expedir la Ley sobre terrenos de comunidad y repartimiento, por medio de la cual se pretendía resolver la posesión definitiva de los terrenos comunales, los que serían otorgados en propiedad por el emperador a los pueblos indígenas y repartidos en parcelas individuales. Más adelante, el 16 de septiembre de ese año, el emperador expidió la ley que otorgaba el derecho a los pueblos de poseer terrenos de fundo legal para establecer los centros de población definitivos. Estos decretos son sin duda una prueba visible del deseo sincero del emperador por dar una solución a la compleja problemática indígena, pero no eran novedosos, pues el estado de Jalisco había realizado una reforma agraria similar desde 1849, la que fue proyectada por la comisión permanente de Congreso del Estado conformada por los diputados Crisanto Mora, Francisco Figueroa y Antonio Aguirre y sancionada por el gobernador Guadalupe Montenegro.222 En realidad, Maximiliano simplemente ratificó las soluciones que el gobierno liberal ya había puesto en vigor desde 1856 con la expedición de la Ley Lerdo, con la que se pretendió individualizar la propiedad comunal, apostando a la gradual integración de las comunidades indígenas a la economía de mercado. La manifiesta oposición de los hacendados de la región, así como la inminente retirada de las tropas francesas, aunado al fracaso del proyecto de inmigración de los esclavistas texanos, debido a que el general Robert E. Lee se opuso al mismo, dejó a Onofre Valadez huérfano de apoyos e inconclusa su labor a favor de las comunidades indígenas de la ribera de Chapala.

221

AHJ. Ramo de Hacienda, n/c, 13 de abril de 1865.

222   Véase: Mario Aldana Rendón. Proyectos agrarios y lucha por la tierra en Jalisco: 1810-1866. Guadalajara, 1986, Gobierno de Jalisco; pp. 131-138. 140


Aspectos de la vida económica y las diversiones tapatías La economía del país se encontraba en ruinas a causa de los efectos de la guerra de Reforma y de la intervención extranjera, y en consecuencia, la población en general vio disminuidos sus niveles de bienestar generándose amplias zonas de pobreza a lo largo del territorio nacional. Jalisco no escapó de esta determinante y aunque la zona de los Altos, donde la resistencia republicana fue muy débil, lo que le permitió mantener una producción estable de gramíneas, cereales y carnes, en el resto del estado, en cambio, donde las gavillas o las guerrillas republicanas se mantenían activas, las economías locales sufrieron graves consecuencias. Mención aparte merece el séptimo cantón de Tepic, que bajo el control de Manuel Lozada mantuvo abiertas las rutas comerciales y la actividad agrícola e industrial, apenas sufrió leves afectaciones. Fue una década (1856-1866) de violencia, en la que el gobierno en todos sus niveles, no tuvo tiempo para sistematizar otra información que la relativa a los combates, composición de fuerzas, necesidades de armamento, etc., y por lo tanto, no hay en los archivos, información estadística sobre productividad industrial, agrícola y comercial, salvo la que se había generado en 1855, o la que surgirá a partir de 1880.223 Contamos a pesar de todo, con algunos elementos que nos permiten tratar de acercarnos a esta problemática a partir de una visión general e interpretativa. Para el año de 1868, el gobernador Antonio Gómez Cuervo calculaba la población del estado en 854, 614 habitantes, incluyendo al cantón de Tepic, arraigados en un amplio e irregular territorio, mayoritariamente dedicado a la agricultura, a cuyas actividades se dedicaba casi el 80% de la población. El principal producto agrícola era el maíz y le seguían el frijol y el trigo; productos agroindustriales como el algodón, el tabaco, y el agave, alimentaban las nacientes industria textil, tabacalera y mezcalera; y también se producía en menores cantidades: alverjón, ajonjolí, papas, lentejas, arroz, cebada, chiles, comino, garbazos, habas, etc., que completaban la alimentación de la población. Las relaciones de producción en las haciendas y rancherías se basaban en la explotación de la mano de obra campesina y en el despojo de las tierras 223   Para 1855, véase: Longinos Banda. Estadística de Jalisco (1854-1863) Guadalajara, 1982, Gobierno de Jalisco; para 1880, véase: Mariano Bárcena. Descripción de Guadalajara en 1880. Guadalajara, 1954; Universidad de Guadalajara; y también: Alberto Santoscoy. Memorándum acerca del estado de Jalisco y especialmente de su capital Guadalajara. Guadalajara, 1901, Gobierno de Jalisco. 141


a las comunidades indígenas que eran transformados en peones acasillados en las haciendas. Parte del salario de los peones y jornaleros era pagado con maíz por el hacendado, a precio más caro que en el mercado, con lo que se disminuía el salario real y se obligaba a los trabajadores a tomar deudas adelantadas en la tienda de raya, quedando en la práctica convertidos en casi esclavos por las deudas acumuladas que simplemente era imposible liquidar. La tecnología agrícola estaba muy atrasada y en general predominaba el antiguo arado de madera con punta de hierro, arrastrado por una yunta de bueyes. Muy pocas haciendas o ranchos contaban con sistemas de riego, por lo que las siembras dependían del temporal de lluvias y, salvo los molinos de azúcar y de harina de trigo que contaban con máquinas de vapor o hidráulicas, la agricultura jalisciense carecía de todo vestigio de modernidad productiva. La actividad industrial tampoco vio mejorías y apenas resaltaban las industrias textil y la minera, como empresas que apuntaban hacia una estructuración capitalista tanto por el capital invertido, como por la consolidación de mercados específicos para sus productos. Tratando de subsistir a la larga crisis, se encontraba la industria doméstica y artesanal diseminada en todo el territorio, ofreciendo gran variedad de productos como dulces y repostería; fideos, loza corriente, sombreros de palma, petates y guaraches; actividades artesanales como el curtido de piel, de hilados, rebocería, jarcias, elaboración de colorantes de origen vegetal, animal y mineral para la industria textil, tintorerías y actividades específicas como peluquerías, impresores, etc. También se instalaron establecimientos que prestaban servicios muy específicos como: armerías, boticas, baños y lavaderos para humanos y animales, casas de empeño, coheterías, encuadernación, velas de sebo y de cera, hospedajes diversos, fondas, herrerías, hoteles, molinos de diferentes clases, relojerías, sastrerías, talabarterías, zapaterías, etc. La industria textil de 1840 con la instalación de la fábrica de hilados y tejidos “La Escoba” en el municipio de Zapopan inició un sostenido crecimiento y para 1856 operaban además “La Experiencia” y “La Prosperidad” en las cercanías de Guadalajara, y “Jauja” y “Bellavista” en el cantón de Tepic. Estas fábricas se especializaban en la producción de telas crudas de baja calidad, para el uso de las clases populares y mantenían un marcada oposición a cualquier medida de apertura que propiciara la competencia con la producción extranjera. Durante la administración imperial se instalaron en 1864 la fábrica de tabacos 142


“El Buen Gusto” en Guadalajara, y en 1866 se fundó en El Salto, la fábrica de hilados y tejidos de Río Blanco, la cual en 1879 se trasladó al lugar de su nombre. La invasión francesa propició la penetración del capitalismo extranjero a través del contrabando en una magnitud nunca antes vista; el mariscal Bazaine y otros altos jefes militares franceses favorecieron la introducción de nuevos productos que antes eran producidos localmente, así como una línea exclusiva de productos de lujo que era consumida por la burguesía tapatía. La debilidad del Estado nacional y la colaboración de Manuel Lozada en el cantón de Tepic, dio lugar al escandaloso contrabando de oro y plata nacionales y la introducción por el puerto de San Blas de productos ingleses por la casa comercial BarrónForbes, coptando de tal manera las estructuras políticas locales, que Tepic ya nunca más volvió a la tutela del gobierno de Jalisco. Las rutas comerciales quedaron fracturadas tanto en la región de Colotlán, como hacia el puerto de Manzanillo, a causa de la actividad militar que desplegaban las guerrillas republicanas, sobre todo en el sur de Jalisco. Desde el mes de diciembre de 1864, el mariscal Bazaine había urgido a las autoridades jaliscienses para que se reparara el camino hacia el puerto de San Blas en Nayarit; la ruta fue considerada de la mayor prioridad para el gobierno imperial y el ministerio de Fomento asignó una partida de 34 mil pesos anuales para el camino de Guadalajara-Lagos y otra de 58 mil pesos, para el de Guadalajara-San Blas. Sin embargo, el comercio no despuntó como esperaba el gobierno imperial, porque gran parte del mismo era monopolizado por el mariscal Bazaine y sus socios franceses y porque el ejército francés, si bien generó una gran demanda de productos de consumo, ello no alentó una mayor producción, por lo que las existencias fueron disminuyendo provocando entre la población en general, una profunda escasez de alimentos, telas, pieles y otros insumos que se destinaban al mantenimiento de las tropas francesas. En efecto, los franceses consumían diversos productos que generaban ingresos extras a los proveedores, pero estos, a pesar de las ganancias obtenidas, no se motivaban para aumentar la producción en espera de nuevos ingresos, por lo que en poco tiempo las existencias se fueron agotando, prefiriendo los productores en todo caso, especular con las existencias de bienes en espera de obtener ganancias fabulosas. Al respecto, el periódico La Prensa afirma: 143


Es verdad que la concurrencia atraída por el lucro, hizo bajar por algún tiempo la altura de los precios disminuyendo de alguna manera la excesiva escasez y carestía de las mercancías de primera necesidad; pero esta misma concurrencia fue, sin embargo, de un mal trascendental, porque desvió los consumos de sus canales naturales, dándoles la dirección forzada a que obligaban las circunstancias; y si disminuía la escasez y la altura de los precios en algunas partes, las aumentaba desproporcionalmente en otras.224

Precisamente eso fue lo que sucedió en Guadalajara en el último año del imperio. El afán desproporcionado de lucro atrajo la producción de maíz de Zacoalco, Ameca, Cocula, Sayula y Zapotlán, dejando a estas poblaciones sin el necesario para su consumo. Fue necesario que desde Guadalajara, ese mismo maíz fuera llevado “a las poblaciones de donde había salido y venderlo a la población con recargo de fletes y derechos”.225 El comercio cotidiano, al que los tapatíos acudían para comprar los productos necesarios para alimentarse, vestirse, curarse, acicalarse, o darse gustos exóticos, era ofrecido por diferentes tipos de establecimientos que en 1858, Mariano Bárcena clasificó de la siguiente manera: Almacenes, 13; boticas, 11; cervecerías, 7; empeños, 4; expendios de carne, 55; depósitos de harina, 7; expendios de madera, 8; de pasturas, 6; de loza corriente, 22; de maíz, 59; librerías, 2; mercerías, 30; sederías, 2; relojerías, 5; sombrererías, 28; tiendas de ropa, 46; mixtas, 28; de corambre, 14; de jarcia, 14; tendejones, 276.226

La guerra civil y la intervención francesa impactaron el desarrollo de la actividad comercial y para 1866, seguramente el panorama no habría cambiado mucho, ni en la clase de establecimientos ni en la cantidad de los mismos. Un síntoma de alguna ligera mejoría se puede observar en los anuncios comerciales que publican los periódicos. Durante 1864 y buena parte de 1865, los periódicos no publican estos avisos, salvo las resoluciones judiciales: herencias, litigios de propiedad, demandas, etc. A mediados de 1865 las cosas empezaron a cambiar, tal vez por cierta mejoría en los negocios, tal vez por la necesidad de los periódicos de incrementar sus ingresos, o ambas causas, pero los anuncios empezaron a mostrarse tímidamente lo que nos permite darnos alguna idea de

224   La Prensa. Enero de 1867, t. I, núm. 29, p. 1 225   Idem. 226

Mariano Bárcena. Descripción de Guadalajara en 1880. Guadalajara, 1954, Universidad de Guadalajara, p.405. 144


los artículos a la venta, las nuevas empresas, las novedades y los espectáculos que podían disfrutar los tapatíos. En el mes de junio de 1865 se anunció la instalación de “un grande y nuevo cajón”, ubicado en la esquina de San Francisco y Coliseo, que ofrecía ropa surtida, nacional y extranjera “a los precios de Francia”. Por su parte la fábrica de puros “La Colmena” compitiendo con la tapatía “El Buen Gusto”, ofrecía un amplio surtido de puros con tabaco de Orizaba, Veracruz.227 Desde aquellos años, se buscaba con afán construir una máquina verdaderamente eficiente para hacer tortillas, y en el mes de agosto, el empresario J. Antiga, anunció su “gran fábrica de masas para hacer tortillas”, que pondría a la venta en la ciudad. Con esta máquina: …la empresa surtirá de las masas necesarias para hacer las tortillas de toda la población; y las clases menesterosas, en beneficio de las que redunda la invención, no solo van a hallar una notable economía de tiempo y de trabajo, sino también de dinero, mientras que las personas acomodadas podrán consumir sin escrúpulo las masas y harinas, porque el alimento producido por la máquina será aseado y bien confeccionado, libre enteramente de los graves inconvenientes que presenta el comprarlo en las tortillerías, por lo general asquerosas y repugnantes a la vista del consumidor.228

Esta máquina seguro tenía muchos inconvenientes para su funcionamiento a base de palancas y poleas, y las tortillas a mano siguieron siendo las preferidas por los tapatíos. En cambio, la oferta de nieves en el hotel Independencia, acompañadas de fina repostería, tuvieron gran demanda, así como el “pan de agua francés”, que desde el mes de febrero de 1866 empezó a producir la Panadería del Crédito como novedad, y el menú de cuaresma que incluía “las supremas empanadas de Vigilia, de crema, pescado, ostión y sardinas y esperamos dejar muy contentas a las personas que nos honren…”229 Para cubrir diferentes necesidades, la Mercería del Portal Quemado número 10, ofrecía: resortes de algodón para zapatos; sombreros de paja para niños y niñas; cartones de modelos para recortar “nueva invención para el entretenimiento de los niños”; hebillas de acero y de concha nácar, cinturones finos “anchos, de moda”; coñac “excelente, garantizado de superior clase”; 227

El Imperio, sábado 10 de junio de 1865, núm. 94, p. 4.

228   El Payaso, agosto 13 de 1865; núm. 13, p. 4. 229

El Payaso, 15 de febrero de 1866, núm. 32, p. 4. 145


juegos, mangas y cuellos bordados para señoras, “de última moda”, y todo desde luego a “precios cómodos”.230 Por su parte la empresa Diligencias Generales del Imperio ofrecía a los viajeros el servicio de transporte de Guadalajara a la ciudad de México por un costo de 45 pesos más un peso por cada posta, lo que implicaba 17 pesos más, un total de 65 pesos, nada barato para la mayoría de la población. Las diligencias cubrían la ruta pasando por Tepatitlán, Lagos, León, Irapuato, Salamanca, Querétaro y Tepeji del Río, entre otras plazas, en un recorrido de tres días.231 Apenas un par de meses antes de la caída del imperio en Jalisco, el empresario norteamericano A. E. Cavaillon ponía a la venta mil acciones de cien pesos cada una para constituir la primera Compañía de Navegación y Comercio del Lago de Chapala, anunciando su próxima salida a San Francisco, California, donde recibiría el primer vapor de la empresa. El lago de Chapala durante el siglo XIX alentó la imaginación de muchos intelectuales y empresarios que se imaginaban “un mar chapálico” desbordado de actividad comercial cual si fuera una réplica diminuta del Mediterráneo. Este fue unos de los primeros esfuerzos que se truncó por el fin del gobierno imperial.232 Para la diversión y el ocio, aún no existían las vacaciones ni el turismo como una actividad empresarial y las familias ricas y de clase media, en la época de calores preferían refugiarse en sus propiedades en San Pedro Tlaquepaque; las familias de menores recursos optaban por rentar alguna pequeña cabaña en las afueras de la ciudad y los menos favorecidos económicamente se conformaban con acampar en alguna cañada a orillas de algún río. En Guadalajara se podía jugar a los gallos en los palenques; cartas en los casinos; pasar el rato en algún billar, en alguna cantina, pasear por los portales y degustar alguna golosina o nieve, los enamorados llevaban serenatas y para la gente culta, asistir al teatro era una manera de presumir su estatus. En la ciudad había tres teatros en funcionamiento: el Principal, el Recreo y el Carnaval, y en construcción se encontraba el Alarcón, después conocido como Teatro Degollado; aún nuestro más importante centro cultural. Se presentaban obras de diferentes géneros a través de compañías 230   El Imperio, sábado 21 de abril de 1866; t. II, núm. 49, p. 4. 231

Idem. mayo 27 de 1865, núm. 92, p. 4.

232   La Prensa, 22 de octubre de 1866; t, I, núm. 9, p. 2. 146


de actores locales y nacionales. Por ejemplo, en el mes de noviembre de 1865, el teatro Principal presentó el drama en tres actos “La hija de las flores o Todos están locos”, escrito por la señora Gertrudis Gómez de Avellaneda, autora local perteneciente a las familias distinguidas de Guadalajara. Por las mismas fechas, el teatro Carnaval puso en escena el drama en tres actos y en verso de Luis Mariano de Lara intitulado “La Primera piedra”; en ambos teatros las funciones eran los jueves de cada semana y al finalizar había música para bailar.233 Un mes después, en el teatro el Recreo, donde trabajaban las compañías de los señores Castelán y Moros, empezó a presentar los martes, la obra “La Dama de las Camelias”.234 A partir del año de 1866, los tapatíos pudieron gozar de espectáculos verdaderamente novedosos como el ascenso en globo de Abraham Dávalos, quien durante algunos minutos se elevó, causando tan grande emoción entre el público, que fue llevado en hombros hasta la plaza principal. También resultó todo un éxito la visita del circo “Chiriani” en la plaza El Progreso, pues hacía varios años que ninguna compañía similar visitaba Guadalajara.235 Sin embargo quien dejó a los tapatíos con la boca abierta fue el equilibrista Mr. Leave, conocido como “el héroe del Niágara”, quien el 18 de febrero de 1866 empezó una serie de presentaciones en la ciudad, todas poniendo en vilo a los espectadores. El periódico El Imperio reseñó de esta manera su primera presentación: A las cuatro de la tarde ante un lleno hasta los topes de la plaza “El Progreso”, Mr. Leave inició su actuación desde la azotea equilibrado en un alambre recorrió de lado a lado el coso. A una altura de 25 varas (20 metros aprox.) el segundo recorrido lo realizó con un saco cubriéndole desde la cabeza hasta las rodillas, fingiendo caer levantó un pie en el aire. En el tercer recorrido llevó en su espalda a su esposa y después a su hijo. Al final el público aplaudió y lanzó entusiastas víctores.236

Durante varias funciones, Mr. Leave emocionó a los tapatíos sobre todo cuando cruzó parte de la plaza principal desde catedral hacia Palacio de Gobierno; su esposa y su hijo también presentaron actos arriesgados y como pocas veces, un público generoso los premió con una buena cantidad de monedas.

233   El Imperio, 1 de noviembre de 1865, t. II, núm. 18, p. 4. 234   El Imperio, 11 de diciembre de 1865; t. II, núm. 31, p. 2. 235   Idem. mayo 26 de 1866; t. II, núm. 54, p. 3. 236   Idem. 24 de febrero de 1866, t. II, núm. 41, p. 3. 147


148


4. TRIUNFO REPUBLICANO

Después de tres años desastrosos para la causa republicana, a principios

de 1866 el fiel de la balanza empezó a cambiar y las esperanzas nacionales volvieron a renacer. Desde mediados de 1865, en Estados Unidos el norte había ganado la guerra civil y el gobierno norteamericano empezó a fijar una postura diplomática más firme en contra de la intervención francesa y del imperio de Maximiliano. Aunque el gobierno norteamericano no reconoció jamás al imperio, tampoco extendió un abierto reconocimiento al gobierno juarista, al que sin embargo, le permitió acceder a mayor cantidades de armamento a través de su frontera. Al interior del gobierno nacional, el presidente Juárez debió de enfrentar una vez más la demanda del general González Ortega, quien como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y sucesor por ley del presidente de la república, le exigía dejar el cargo alegando que su periodo constitucional había concluido. El presidente había analizado con mucho cuidado esta cuestión y desde luego no estaba dispuesto a convocar a elecciones en un país ocupado por un ejército extranjero y que había impuesto por las armas un gobierno ajeno a la voluntad nacional, con el riesgo inminente de provocar una guerra civil entre los republicanos, lo que habría desecho al país de manera definitiva. Ante la ausencia de González Ortega que se internó en Estados Unidos durantes varios meses, Juárez decidió correr el riesgo de alargar su periodo de gobierno con base en las facultades extraordinarias que el Congreso le había otorgado al abandonar la capital del país, ante el avance de las tropas francesas. El cálculo político del presidente fue exacto, y salvo González Ortega, el general Patoni y el diputado Guillermo Prieto, las reacciones negativas a los decretos del 8 de noviembre de 1865, para ampliar su periodo presidencial y ordenar la detención de González Ortega por abandono de sus responsabilidades oficiales, fueron escasas y los generales republicanos más importantes estuvieron de 149


acuerdo con la visión del presidente de lo riesgoso que podría ser alentar un cambio de líder en esos momentos cruciales. Otro factor que empezó a inclinar la balanza hacia el lado republicano fue la decisión de Napoleón III de retirar al ejército francés del país, anunciada en enero de 1866, ante la amenaza de una guerra en Europa en contra de la alianza austro-prusiana. Aunque la retirada sería lenta, 18 meses, para darle tiempo a Maximiliano de conformar un ejército de mexicanos que defendiera su trono, las ciudades que abandonaban los franceses inmediatamente eran ocupadas por tropas mexicanas, provocando entre las filas republicanas la sensación, impensada hasta unos meses antes, de que el triunfo era posible y estaba más que nunca al alcance. Para Maximiliano por su parte, significaba un rotundo revés pues ahora ¿quién lucharía por su causa? Desde luego que los liberales moderados que se habían acomodado tranquilamente a su administración alegarían razones de conciencia para excusarse, por lo que Maximiliano tuvo que volver sobre sus pasos y convocar de nuevo a los generales conservadores Miramón y Márquez, para que fueran ellos los encargados de formar un ejército de mexicanos conservadores que defendieran al gobierno que durante tres años los había marginado de manera insolente. Carnaval, cuaresma, resurrección y muerte Con la llegada del año de 1866 los jaliscienses se enteraron de que el Prefecto Político el general Mariano Morett, estrenaba un nombramiento rimbombante acorde a los usos cortesanos y ahora sería designado Prefecto Político Superior Propietario del Departamento de Jalisco, el licenciado Jesús López Portillo continuaba como Comisario Imperial. Se informó también que Dionisio Rodríguez había recibido el reconocimiento de Comendador de la Orden Imperial de Guadalupe por su labor a favor de la beneficencia pública de manera especial por su labor a favor de los niños desamparados.237 Ante la llegada del carnaval y la cuaresma, el arzobispo de GuadalajaraPedro Espinoza, consideró conveniente advertir a su grey de los peligros que podrían amenazar la firmeza de sus creencias ante la circulación de biblias protestantes en el Departamento. No se puede tolerar afirma en su carta pastoral a los 237

El Imperio, 6 de enero de 1866; t. II; núm. 34, p. 4.z 150


clérigos de su diócesis, “que hombres mal intencionados hagan de este divino código traducciones infieles que alteren su verdadero sentido, ni mucho menos que lo truequen y mutilen suprimiendo todo aquello que no sea conforme a sus errores”. Señala que los protestantes suprimen diferentes libros y epístolas adulterando el texto “para hacer decir a la Escritura lo que no dice”.238 A la acusación de los protestantes de que la Iglesia Católica prohíbe a sus fieles leer la Biblia, el arzobispo señala que nunca ha estado prohibida su lectura en las lenguas originales (arameo y griego) ni la Vulgata (latín) y su prohibición en lengua vulgar (español, francés, etc.) se debe al gran número de biblias protestantes que circulan y al hecho de que la lectura “hecha generalmente y sin discreción, resulta más daño que provecho por la ligereza e indiscreción de los lectores…” Con esta medida afirma, la Iglesia “cuida la salud religiosa de sus hijos…”239 Y la cuidaban muy bien, pues con estas medidas, muy pocos estaban capacitados para leer arameo y griego; algunos tal vez podrían leer en latín, pero el resto de la población estaba sujeto a la interpretación que de la Biblia le dieran los clérigos de su parroquia. Acorde con estas medidas de protección religiosa, las autoridades locales, ante la cercanía del carnaval, también se preocupaban por la salud moral de la población, sobre todo, por la euforia que en aquella época despertaba la festividad de la mascarada, ocasión que servía de pretexto para deslizar algunas críticas al gobierno, ridiculizar algunos personajes de la vida pública o para manifestar conductas irrespetuosas a las personas y familias. Así pues, las autoridades publicaron en las esquinas y paredes públicas el reglamento a que había de sujetarse la mascarada en esa ocasión. Quienes desearan usar máscaras en las fiestas de carnaval deberían observar las siguientes ordenanzas: 1. Ninguna máscara portará arma. 2. Tampoco puede introducirse en las casas particulares sin permiso de sus dueños. En el teatro no deberán distraer la atención del público. 3. No podrá usarse disfraz que ofenda la religión y el culto público ni las buenas costumbres. Tampoco se usarán caricaturas, retratando de manera ridícula a persona determinada.

238   Carta Pastoral del Illmo. Sr. Arzobispo de Guadalajara Dr. D. Pedro Espinoza a sus diocesanos con motivo de las biblias protestantes que han comenzado a circular. Guadalajara, 1866, tipografía de Rodríguez, pp. 5-6. 239   Idem., p- 9. 151


4. Ninguna máscara podrá bajo el velo del disfraz, insultar a los que transitan por las calles, ni hacer alusiones o reconvenciones sobre la vida privada, ni respecto a su conducta política. 5. Nadie podrá levantar la careta al que la porte, contra su voluntad, sino el particular que haya sido insultado o la policía. 6. Se prohíbe la reunión de máscaras en los barrios apartados. Penas: multa de dos a 10 pesos o de cinco a diez días de reclusión.240

Durante la cuaresma pueden suceder milagros, entre ellos la resurrección de los muertos como se dice en el pasaje de Lázaro; de esa manera explica El Payaso su resurrección el 4 de febrero después de cuatro meses de suspensión: “¿Cómo es que hoy reaparece cuando todos le creíamos muerto para siempre? ¡Misterio! Incomprensible misterio, que no nos es dado revelar a los profanos. Básteles saber que El Payaso ha resucitado sano y salvo para lo que gusten mandar…241 Reconoce el periódico que se dejó provocar por los ataques de El Tauro, con quien se puso “al dime y te diré” y las autoridades optaron por callarlos a los dos. Como no quiero, dice El Payaso, dormir otros cuatro meses, ni veinte Tauros conseguirán alterarnos la bilis y aunque nos pongan nuevos, no nos incomodaremos. Pronto El Payaso retomó su papel crítico y defensor del liberalismo republicano, dando respuesta irónica desde luego, a la fantasiosa noticia de que Juárez había abandonado el país, refugiándose en Estados Unidos por lo que el supuesto gobierno que encabezaba había concluido y ya no existía justificación para declarase en rebeldía y a partir de este momento, todos aquellos que se dijeran juaristas, serían recluidos en prisión sin miramiento alguno. En respuesta, El Payaso publicó dos breves notas: 1. El señor Juárez llegó el 18 del pasado a Paso del Norte donde fue bien recibido, según lo refieren algunos periódicos de la capital. Iba escoltado por 300 hombres: Así queda desmentida Lo que se asegura en vano, Pues del cielo mexicano D. Benito no ha salido Ni saldrá en todo el verano 240

El Imperio, 28 de enero de 1866; t. II, núm. 37, p. 2.

241   El Payaso, 4 de febrero de 1866, núm. 29, p. 1. 152


2. A la noticia de que una columna francesa va en persecución del presidente esperando capturarlo, responde: Atravesarán la zona Y los mares y los ríos Y le tomarán sus líos Pero lo que es su persona…242

El Payaso respondió a estas falsedades dando a conocer la noticia de la próxima salida de las tropas francesas, sobre la cual la prensa oficial de Guadalajara había guardado un silencio sepulcral. Apoyado en fuentes de periódicos de San Francisco California para no violar la ley de imprenta, informó que las tropas francesas se retirarían “tan pronto como sea posible, sin que pase de este año su residencia en el país”. En su nota afirma que los Estados Unidos mantendrían su postura de no reconocer al Imperio y se abstenían de intervenir en pro o en contra de Maximiliano; el imperio –afirmaserá sostenido por tropas austriacas y belgas y “por los mexicanos que quieran sostenerlo…” Como precaución ante la censura, El Payaso concluye: “Entre tanto, vamos tomando la noticia como una de tantas que nos están dando el preludio hace tiempo de que hay moros en la costa.”243 No fue esta noticia la que motivó a los censores oficiales a expedir la primera amonestación para El Payaso, sino una noticia respecto de un supuesto asalto a la sede del gobierno municipal, que en la ciudad de México levantó amplias críticas en contra del Comisario Imperial Jesús López Portillo, por lo que el periódico debió publicar en la primera página el texto de dicha amonestación.244 A pesar de todo, no faltaron las buenas noticias: el 17 de marzo fue liberado después de siete meses de prisión el periodista Julián Santa Cruz, director del Entremetido, y el 8 de abril, El Payaso anunció la inminente visita de la famosa cantante tapatía Ángela Peralta a Guadalajara: Hemos visto en algunas cartas de México y de Puebla, que la célebre cantatriz mexicana Srita. Peralta se prepara a venir a gorjear en nuestra coronada villa de Guadalajara. ¡Lo deseamos con todo corazón!

242  243

Idem., 18 de febrero de 1866, núm. 33, p. 3.

El Payaso, febrero 25 de 1866, núm. 35, p. 3.

244

Idem., marzo 15 de 1866, núm. 40, p. 1. 153


También deseamos que se concluya cuanto antes el Teatro Alarcón, pues ya es una vergüenza que no tengamos teatro en Guadalajara. Desgraciadamente la nueva obra no puede terminarse, porque hay una obra vieja que lo está impidiendo, la cocina del Sr. Zumelzu, pues como esta tiene que dar los fondos para que se concluya como tesorero municipal y está en su interés no darlos, es claro que la conclusión del teatro nuevo está en ciernes. Por lo menos así nos lo ha manifestado el Sr. Gálvez, que es el arquitecto que lo dirige y el cual se queja amargamente de que Zumelzu le niegue los fondos con diversos pretextos.245

No pasó mucho tiempo para que El Payaso recibiera la segunda amonestación que conllevaba una suspensión de un mes, por el artículo titulado “Otro Misterio” publicado el 14 de abril, en el cual, según la censura, se atacaba de manera directa la actual forma de gobierno lo que estaba prohibido en el estatuto de imprenta. El 20 de mayo después de saludar a sus lectores les informaba que había dormido treinta días y ahora se levantaba “a pasos contados como quien se prepara para que lo fusilen”. La censura estaba debilitando el espíritu de Ireneo Paz y a su Payaso, y casi con resignación admite que sale a la calle de nuevo, “en son de alegría, haciendo más ruido que una matraca, aunque con el corazón emponzoñado con la hiel de los infortunios”.246 En la página dos publica el siguiente soneto que deja en claro el estado de ánimo que le abatía: Yo te saludo, público indulgente; Voy a darte otra vez unas funciones; Si observas que no tengo ya ilusiones, Es que me las quitaron de repente. Han sido los fracasos en creciente Y me han dado muy fuertes coscorrones, Pues debes de saber que hay corazones Que en oprimir se gozan al paciente. Y ganas tengo de quedarme mudo, Por eso ya me pesa haber nacido, Haciéndome temblar la del embudo; Pero en fin, en la frasca estoy metido Y de nuevo entusiasta te saludo. Arlequín.247 245   El Payaso, 8 de abril de 1866, núm, 47, p. 4. 246   Idem. mayo 20 de 1866, tomo II, núm. 1, p. 1. 247   Idem., p. 2. Los sonetos y versos que publica El Payaso con la firma de Arlequín son de Ireneo Paz. 154


Tal vez cansado por los golpes de la autoridad, tal vez desesperado por no poder decir lo que siente, El Payaso intuye el destino que le espera, pero está dispuesto a jugar al límite de los espacios legales para sostener el derecho a la crítica y su ideario liberal republicano. El 7 de junio volvió a la carga cuestionando el papel de los monopolios y la escasez de alimentos en Guadalajara: No bastaba que la guerra civil hubiera venido a cegar todas las fuentes de trabajo; no bastaba que por consecuencia de esa misma guerra innumerables familias vinieran a quedar en la orfandad; no bastaba en fin que ese pobre pueblo siempre burlado, escarnecido siempre, sin disfrutar nunca las verdaderas garantías sociales, haya tenido que sufrir todas las tiranías; era necesario colocarle en una situación mas negra, venir a pesarle en la balanza del negociante sin corazón su escaso alimento, darle la triste alternativa de salir a robar o morirse de hambre… Porque no cabe duda, ha llegado el día terrible en que las familias pobres no tienen que comer… … tres o cuatro ricos se ocupan con la mayor actividad en recoger aquello con que el pueblo se alimenta. El pueblo no puede comer pan porque se tiene monopolizada la harina; el pueblo no puede comer tortillas porque se tiene monopolizado el maíz; el pueblo no puede alimentarse de otra manera porque se tiene monopolizada la carne, las semillas, se tiene recogido todo para venderlo en el doble o triple de su valor y ya lo hemos dicho y lo repetimos: el pueblo se está muriendo de hambre…248

La crítica del Payaso no pasó desapercibida para las autoridades municipales y el alcalde de Guadalajara el 11 de junio envió al Consejo de Gobierno – especie de cuerpo asesor a falta de Congreso-, una petición urgente, para que se dictaran medidas para evitar la carestía de los alimentos y el mal estado de la carne que además, se ofrecía al público a un precio muy elevado. La respuesta provino del consejero Pedro Gil quien, si bien reconoce lo grave de la situación, se opone a que el gobierno tome medidas como el control de precios o el control de la producción, por ser contrarias a la libre circulación de mercancías y al derecho de propiedad. El consejero afirma que no puede prohibirse que los dueños acumulen los bienes de su propiedad y esperen la oportunidad para venderlos al mejor precio; el consejero pues, se declara partidario de los monopolios. Propone que se aumente la producción alentando a más agricultores a participar en el mercado, lo que de seguro bajaría los precios en la próxima cosecha, entre tanto el pueblo puede consumir trigo en lugar de maíz, un cereal “más a propósito para la alimentación del hombre…” 248

El Payaso, junio 7 de 1866, núm. 6, p. 1. 155


Lo único que puede hacer la autoridad municipal es vigilar los pesos y medidas de los granos en los mercados, y en cuanto a la escasez de carne, de seguir el problema, la autoridad podría comprar reses para vender al pueblo al costo “como se está haciendo en México”.249 No fue esta exposición de la triste situación del pueblo la que molestó a los censores, los funcionarios pueden dejar pasar ciertas observaciones cuando éstas no los involucran de manera directa; lo que no pueden soportar, es la crítica directa a los actos que realizan como funcionarios públicos. El 17 de junio el encabezado de El Payaso decía “Adiós para siempre” ya que por orden del Prefecto Político fue suspendido de manera definitiva, después de haber publicado en el número 8 de la nueva serie, un párrafo titulado “Procedimiento irregular” en el cual, según la censura, se trata de manera irrespetuosa una orden de la alcaldía de Guadalajara para averiguar un abuso policiaco en contra de un ciudadano. En su “Ultima Palabra” y despedida, El Payaso lamenta la triste situación en que se encuentran las libertades de pensamiento y de prensa. Las tres advertencias que llevaron al cierre del periódico fueron por críticas a las autoridades locales; no al Emperador, ni al sistema de gobierno, ni siquiera al Comisario Imperial, sino a simples autoridades intermedias cuyas decisiones fueron objeto de crítica por el periódico; “…como progresistas, y según lo hemos dicho ya otra vez, como republicanos, hemos hecho oposición al actual orden de cosas, desde que comenzamos a publicar este periódico”. Si la nación entera se hubiera pronunciado a favor de la intervención extranjera y el imperio, “nosotros con gusto hubiéramos sacrificado nuestras ideas de partidarios políticos en aras de la nación…” Nuestra labor, sin embargo no ha sido otra que “hacernos intérpretes de los sentimientos más generalizados y que cumplir con los santos deberes de los escritores independientes, que no hablan sino con su conciencia…”250 No insultamos –concluye El Payaso-, al gobierno del que somos opositores, sí en cambio hemos denunciado las abusos del poder, la injusticia y defendido

249   AHJ. Fomento: F-9-866, junio 14 de 1866. 250   El Payaso, junio 17 de 1866; tomo II, Núm. 9, p. 1. 156


los derechos del pueblo “hasta donde nos lo han permitido nuestras fuerzas y las restricciones que tiene el pensamiento”. No fue El Payaso el único periódico liberal de Guadalajara al que la censura obligó a cerrar; apenas un mes después, el 23 de julio, el Boletín de Noticias dirigido por José María Vigil, después de recibir las tres amonestaciones de rigor también fue clausurado; al final del imperio, Guadalajara se quedó sin de prensa liberal durante una larga temporada. Ciudadanos, pueblos y guerrilleros: una resistencia en ebullición En Guadalajara, los periodistas liberales republicanos representaban la vanguardia de la resistencia política al imperio en territorio ocupado. Sujetos a leyes severas y vigilancia permanente, estaban en el ojo del huracán a la mano de sus represores. Su lucha en defensa del régimen republicano y de la independencia se dio casi en solitario, insultados por los periodistas intolerantes partidarios del imperio, por las mujeres fanáticas y por los curas; se alimentaban de la respuesta del pueblo los días en que aparecía su publicación por la venta inmediata de todo el tiraje, lo que les confirmaba, número a número que contaban con una buena cantidad de seguidores silenciosos. Los liberales republicanos que se habían acogido a la amnistía o que simplemente se comprometieron a vivir en paz y no conspirar en contra del gobierno, no la pasaban mejor. En Guadalajara, ante los ojos de la autoridad y de sus partidarios, eran personajes apestados, repudiados y sujetos a permanente escrutinio de la policía secreta, de los vecinos y de los delatores gratuitos que siempre existen. En este ambiente persecutorio, las veladas y reuniones familiares o de amigos, así como las funciones de teatro y los festejos populares, eran monitoreados por los agentes secretos en busca de cualquier indicio de conspiración, por lo que las expresiones políticas y la vida de los partidos liberales simplemente desaparecieron. Los ciudadanos fueron arrollados y amedrentados por un gobierno que se decía liberal y sus voces permanecieron mudas ante las injusticias. Ante el peso de la autoridad que sofocaba las libertades ciudadanas, el que algunos pocos ciudadanos mostraran diversas formas de resistencia merece su rescate histórico, como la denuncia recibida por el subprefecto de Zapopan, 157


el 25 de agosto de 1865, en el sentido de que en la población de Ahualulco “es escandaloso el modo de proceder de aquel vecindario pues casi a diario hay juntas y sacan bailes por las calles gritando ¡Viva la libertad! ¡Muera el imperio!...”251 O el de los ciudadanos Gil García y Andrés Hernández que el 5 de octubre, al pasar por la garita de la cárcel municipal de Guadalajara, al grito del guardia de ¿quién vive?, contestaron ¡Vive la federación!, por lo que fueron consignados.252 El más conocido de estos episodios de fortaleza ciudadana sucedió en Guadalajara, cuando el joven cadete militar Bernardo Reyes lanzó un escupitajo en público al decreto de 3 de octubre de 1865, que se estaba fijando en una esquina de la ciudad, en medio de una muchedumbre de curiosos que le aplaudieron, por lo que fue consignado a la corte marcial, de la que fue rescatado por el Comisario Imperial, Jesús López Portillo.253 Mas allá de la capital, las cosas no caminaban con la tranquilidad social que las autoridades presumían. Desde el mes de febrero de 1866 se movilizaban diferentes grupos armados, conformados tanto por las tradicionales gavillas de bandoleros como de las guerrillas republicanas, sin que las autoridades distinguieran entre unas y otras, pues para ellas ambas eran lo mismo, simples bandidos. El 22 de febrero se denunció la movilización por el rumbo de Cuquío, de un grupo de 25 hombres armados capitaneados por Pedro Flores y Vidal Rentería, dueño de propiedades en la región, ambos antiguos guerrilleros republicanos, que se estarían preparando para asaltar alguna hacienda cercana.254 En el poblado de San Sebastián, en el municipio de Zapotlán, seis hombres montados habían entrado a la plaza principal gritando ¡Viva Juárez!, ¡Muera el Imperio! Pequeñas manifestaciones de rebeldía sin duda, pero eran el preludio de futuras expresiones que estaban por venir en poco tiempo. Para prevenirlas, las autoridades realizaban redadas a lo largo y ancho del Departamento al grado de tener saturadas las cárceles municipales. El alcaide de la Penitenciaría de Guadalajara desde el mes de noviembre de 1864 había manifestado la necesidad de mejorar las condiciones de los presos, pues su número rebasaba con mucho la capacidad del edificio para albergarlos y el amontonamiento propiciaba la 251   AHJ. Gobernación. G-15-865. 252   AHJ. Gobernación. G-15-865. 253   Luis Pérez Verdía. Biografías. Guadalajara, 1952, p. 116. 254   AHJ. Gobernación. G-15-866 158


aparición de enfermedades y epidemias. Las cosas no mejoraron para nada, por lo que la autoridad carcelaria el 8 de abril de 1866, insistía ante el prefecto político, de la necesidad de atender las condiciones de salud de los prisioneros. Ante la nula respuesta y la creciente crisis económica que vivía el gobierno departamental, las autoridades de hacienda que habían contabilizado un déficit de 5,800 pesos en las arcas municipales, establecieron un drástico plan de ahorros que afectó de manera directa el presupuesto destinado a la manutención de los presos, por lo que las condiciones empeoraron aún más.255 Salvo los presos políticos, la mayoría de ellos de clase media cuyas familias les alimentaban diariamente, podían comer sin peligro de las enfermedades producidas por los alimentos de mala calidad que el resto de los prisioneros recibía. Pero todos sin excepción, compartían celdas oscuras, sin servicios, sin camas, en las que se apretujaban en el piso unos a otros por lo reducido del espacio, cual si fueran sardinas enlatadas. Al mismo tiempo, gavillas y guerrillas se dejaban sentir a lo largo del territorio: los asaltos a diligencias y recuas del comercio se multiplicaron por las cercanías de Zapopan; en el mes de mayo, El Imperio informó que el guerrillero Simón Gutiérrez, sobreviviente de las fuerzas de Antonio Rojas, había intentado tomar la población de Autlán, pero habría sido rechazado por los vecinos y los “pueblos de aquel distrito están llenos de entusiasmo y voluntariamente se han prestado a perseguir tenazmente a la gavilla de Simón Gutiérrez, que tan funestos recuerdos ha dejado en aquellos contornos”.256 La situación empezaba a preocupar a las autoridades del Departamento según consta en la circular número 15 enviada por el Comisario Imperial, Jesús López Portillo el 23 de mayo de ese año, en la que advierte la incursión de gavillas provenientes del Bajío y de Michoacán trastornando la tranquilidad pública: Los excesos ha que se han entregado y los crímenes que han cometido son tan atroces como notorios. Sería ofender a los hombres honrados sean cualesquiera sus opiniones suponerlos en connivencia con esas partidas de gente que si bien invocan una idea política, no defienden en realidad ninguna ni son capaces de destruir el orden de cosas existentes, ni mucho menos de fundar nada en el país. Alentar a estos hombres equivaldría a fomentar un incendio que consumiría a la sociedad entera incluso a sus instigadores.257 255   AHJ. Gobernación. G-15-866. 256

El Imperio, mayo 26 de 1866; t. II, núm. 54, p. 3.

257   AHJ. Gobernación. G-15-866 159


El Comisario Imperial exige a las autoridades locales y a los ciudadanos “la extinción de un mal cuyas consecuencias son tan funestas” y tomar medidas adecuadas para proteger los caminos y las poblaciones de manera conjunta entre las fuerzas de seguridad y los habitantes de cada localidad. La policía debe realizar acciones preventivas, no sólo perseguir a los delincuentes cuando estos han cometido su crimen, y para ello es necesario incrementar la vigilancia sobre los vagos “y la gente de mala nota”, advirtiendo a los propietarios de haciendas y rancherías de que serán castigados si permiten que este tipo de gente encuentre refugio en sus propiedades.258 A pesar de estas providencias, las noticias sobre gavillas, disidentes o fuerzas enemigas, como eran designadas por las autoridades, el número de grupos armados incursionando por diversas localidades siguió en aumento y tan solo en los últimos días del mes de mayo se dio cuenta de cinco incursiones violentas: el 29 de mayo, en el mercado municipal de Ahualulco un grupo de 80 hombres dirigidos por Joaquín Ladrón de Guevara proclamaron la república y se dirigieron al rancho de La Gavilana; ese mismo día, en el poblado de Etzatlán, las autoridades informaron de la presencia de una “fuerza enemiga” de más de doscientos hombres en la hacienda de San Blasito, al tiempo que desde San Juan de los Lagos se informaba de la llegada de una partida de 200 hombres a la hacienda de San Julián; el día 30 de mayo, las autoridades informaron de la presencia de una “fuerza disidente” de 250 hombres en la hacienda de El Carmen en Ahualulco, y el alcalde de Hostotipaquillo informó de la toma de esa plaza por una gavilla al mando de Simón Gutiérrez; finalmente, el día 31 de mayo, desde Ameca se dio la noticia de que la hacienda Santa Cruz había sido tomada por una fuerza de 250 bandoleros al mando de “un titulado coronel” José González.259 El imperio se caía a pedazos, y en todo el país el movimiento guerrillero irrumpía como una riada incontrolable, por lo que el Ministro de Gobernación de Maximiliano, el 24 de julio, envió a todos los departamentos un acuerdo reservado que autorizaba el destierro a Yucatán de todos los elementos “díscolos y perversos que sin considerar los males que causan a la patria promueven desórdenes políticos: instigadores e intrigantes propagadores de noticias que alarman a la gente sencilla, alientan a los contrarios y abaten a 258   Idem. 259

AHJ. Gobernación. Seguridad Pública. G-15-866, varios expedientes. 160


los de poco valor…” Se trataba de alejar a los perversos y peligrosos, a los que maquinaban conspiraciones, a los simpatizantes de los “disidentes”, en fin, se ordenaba desterrar por sus ideas políticas a toda persona que la autoridad considerara un peligro para la estabilidad social del régimen.260 El primer blanco de esta medida fueron los republicanos que se habían indultado y radicaban en Guadalajara, quienes fueron vigilados sin disimulo alguno por la policía secreta. El caso más notorio fue el del general Antonio Neri, quien había combatido a los invasores en la campaña del sur de Jalisco, y había sido detenido el 3 de junio e incomunicado durante 50 días por orden de la autoridad militar, al cabo de los cuales, el general Gutiérrez, jefe militar del departamento, pretendió enviarlo a Yucatán en una cuerda de malechores comunes. El Comisario López Portillo se opuso y ordenó ponerlo en libertad, lo que dio lugar a una abierta pugna entre ambos, que terminó con la separación del Comisario, quien fue llamado a la ciudad de México para integrarse al Consejo de Ministros de Maximiliano. Quienes sucedieron a López Portillo, se caracterizaron por su odio fanático a los republicanos, como se verá más adelante. El verdugo Berthelin Entre los habitantes del sur de Jalisco, la sola mención del comandante francés Berthelin les producía inmenso temor y profundo odio, ya que este jefe, que pasó a la historia por haber puesto fin a la vida del temible guerrillero republicano Antonio Rojas, se convirtió en un verdadero azote de aquellos pueblos, donde la resistencia republicana se negaba a claudicar. Llegado con el grado de capitán, la captura de Rojas le significó un ascenso a coronel, adquiriendo la fama de contraguerrillero implacable, sin escrúpulos y sanguinario. La situación en el sur de Jalisco se consideró de alto riesgo a partir del 29 de julio de 1866, cuando se levantaron en armas en la población de Cocula, Trinidad Rodríguez el güero y Angulo al grito de “¡Muera el Imperio!”, saliendo de la población seguidos de unos cuantos. Otro pronunciamiento el 4 de agosto en Autlán, pudo ser sofocado por las autoridades locales; casi al mismo tiempo, el coronel Pedro A. Galván que había permanecido indultado, en unión del coronel Florentino Cuervo se levantaron en armas y proclamaron la república 260

Idem. 161


en la hacienda del Carmen en el municipio de Tecolotlán, movimiento que fue secundado por algunos pueblos vecinos. Para sofocar la rebelión fue comisionado el coronel Berthelin, quien al frente de la Gendarmería Imperial, durante el tiempo que dirigió las operaciones en aquella región, llenó “de desolación la comarca entera, pues fusilaba sin piedad a cuantos le parecían sospechosos, imponía contribuciones, azotaba a los pacíficos habitantes y cometió mil desmanes”.261 Con base en el decreto de 3 de octubre de 1865, Berthelin impuso una política de terror a partir del 27 de agosto de 1866, en que inició su campaña en la población de Tecolotlán imponiéndole una multa de mil pesos al municipio, por haber entregado armas y dinero a un grupo armado, al que señala como delincuentes, y a las autoridades locales por haber abandonado sus puestos. Orgulloso de su actuar, escribió en su diario: “Los bellos días de Rojas y Simón Gutiérrez han pasado ya; hoy yo tengo en mis manos la autoridad y por donde quiera que me halle sabré mantenerla fuerte y firme.”262 Antes de abandonar Tecolotlán, advirtió a sus habitantes que si los hechos volvían a repetirse, “serán considerados cómplices de estos movimientos; y entonces en vez de castigarlos con una multa, se arrestará a los principales habitantes y se les hará juzgar en una corte marcial”. Berthelin mostraba una autoestima que rayaba en egocentrismo y se consideraba el centro de un pequeño universo de poder, superior a todos sus enemigos. En correspondencia del 28 de agosto al Sr. Pierron, capitán jefe del gabinete del emperador le dice: Mi nombramiento de comandante de gendarmería, ha arrojado el terror, no solamente en los enemigos del imperio, sino aún mucho más en todos los empleados, que saben perfectamente que jamás capitularé con mi deber. En Guadalajara conspiran abiertamente: hay una sociedad secreta y bien organizada, que tiene sus reuniones y sus agentes por todas partes. Espero pronto tener en mis manos pruebas suficientes para arrestar a los principales jefes.263

Berthelin permaneció en el sur de Jalisco durante casi dos meses, no solo dirigiendo las operaciones militares, sino imponiendo multas y suspensiones del 261

Luis Pérez Verdía. Historia Particular de Jalisco. t. III, pp. 330-331.

262

“Diario de Berthelin”. Publicado por el periódico La Prensa, a partir del 10 de enero de 1867; núm. 25, pp. 3-4.

263   La Prensa, 10 de enero de 1967; núm. 25, pp. 3-4. 162


cargo a las autoridades y jueces locales; multando a los ciudadanos de diferentes localidades por no luchar contra los alzados en armas, mandando fusilar sospechosos, implementando redes de espionaje para dar con simpatizantes republicanos, en fin el verdadero reino de terror. Entre los meses de agosto y septiembre le impuso 400 pesos de multa al pueblo de Juchitlán, por haber suministrado armas y doscientos pesos a la gavilla de Pedro Rodríguez; doscientos pesos de multa al pueblo de Atemajac por haber suministrado armas y dinero a la misma gavilla; al pueblo de Tapalpa le impuso una multa de mil pesos por no haber tomado las armas para rechazar una gavilla que tomó la población; a la hacienda de Jajala en el municipio de Zacoalco la multó con mil pesos porque no hicieron nada para detener a una gavilla que pasó por la propiedad; y a la Ferrería de Tula en el municipio de Atemajac, dos mil pesos de multa por haber recibido a la gavilla de Pedro Rodríguez, darle comida y provisiones y no avisar a la autoridad, hasta que el grupo se alejó lo suficiente para que no pudiera ser alcanzada. Según Berthelin, esta acerera era: …asilo de todos los bandidos de Simón Gutiérrez y de las demás gavillas, pues en ella se les emplea, proporcionándoles habitación, y como unos quince de estos se han unido con dicha gavilla, sin que tampoco se haya dado parte a la autoridad competente, regresando a curarse en ella los heridos de la acción de Santa Ana; impongo a dicha fábrica, en virtud de la Ley de 3 de octubre de 1865, una multa de dos mil pesos que se pagará el día 27 del corriente en la mañana al señor Bleser, oficial de la gendarmería que se halla en Atemajac, con prevención de que si no se entrega el dinero el día fijado, enviaré allí un destacamento para cerrar la fábrica y embargarla, y se doblará la multa.264

El 5 de septiembre, Berthelin advirtió a los alcaldes de Chiquilistlán y de Tapalpa y a todas sus rancherías, que los habitantes debían tomar las armas para perseguir a las gavillas que merodeaban por las cercanías, amenazando a quienes recibieran en su casa alguno de estos bandidos, con ser considerado cómplice y fusilado en el acto; “todo individuo que me presente o denuncie un bandido de estos, se le dará un peso; y veinte pesos por los jefes”265; el 15 de septiembre, Berthelin advirtió en los mismos términos a la población de Atoyac.

264

La Prensa, 14 de enero de 1867; t. I; núm. 26, p. 3.

265   Idem., 10 de enero de 1867, núm. 25, p. 4. 163


Las autoridades locales que en opinión de Berthelin no cumplían adecuadamente su deber en la lucha contra los malechores, eran multadas o cesadas, e incluso acusadas de pertenecer a los grupos disidentes. Se impusieron multas al juez de Juchitlán, Vicente García por un monto de 200 pesos por no cumplir su deber de perseguir a un grupo armado que tomó la población; por no haber tomado las armas contra un grupo de pronunciados se multó al juez de acordada de Atemajac, con 50 pesos y el cese de su empleo; y de plano sustituyó a los alcaldes de Teocuitatlán, Atoyac y Techaluta, por incompetentes para el cargo.266 Atemajac era el centro de una bien armada conspiración republicana que tenía a la Ferrería de Tula como centro de operaciones, tal como lo descubrió el coronel Berthelin. En la acerera trabajaban varios ingenieros franceses que sirvieron de espías e informantes al servicio de los invasores, lo que permitió a Berthelin ubicar a Miguel Brizuela como el cerebro de un amplio movimiento de rebelión que amenazaba la estabilidad de toda la región del sur de Jalisco. La orden de aprehensión de 7 de septiembre enviada al comandante Hurtado confirma la eficiencia del espionaje a que eran sometidos los partidarios de la república: Partirá Ud. mañana 8 para Atemajac, pasando por la fábrica de Tula, se detendrá Ud. en ese pueblo y se apoderará Ud. de D. Miguel Brizuela, el director, D. José Márquez, el administrador y de Manuel González, el dueño de la tienda. En el comedor de la casa de Brizuela, se halla un escondite donde están ocultas algunas armas y sin duda también municiones. Este escondite está debajo de una cómoda que está en el comedor y conduce a un subterráneo. En caso necesario hará Ud. demoler todo el suelo. Hay un francés en la fábrica que conoce perfectamente donde está. Como los tres hombres que le encargo me agarre tal vez estén sobre aviso, usará Ud. de toda su dedicación para agarrarlos. Su arresto es muy importante y parece que forman parte de una conspiración que abraza todo el estado de Jalisco. Hará Ud. las pesquisas necesarias para apoderarse de sus papeles, y si descubre Ud. entre ellos alguna pieza importante, la tomará…267

Por suerte para la causa republicana, los implicados contaban también con un buen sistema de espionaje y de comunicaciones sostenido por los

266  267

Idem. y 14 de enero de 1867; t. I, núm. 26, p. 4.

La Prensa, 10 de enero de 1867, núm. 25, p. 3-4. 164


pobladores y vecinos, quienes avisaron del movimiento de las tropas, logrando ponerse a salvo los tres. En las acciones de armas Berthelin no tuvo piedad para nadie; todos los prisioneros eran fusilados de inmediato, lo que le ganó la fama de “verdugo”; tan solo el combate del 16 de septiembre contra una gavilla en Teocuitatlán, le dice al general Gutiérrez, jefe militar del Departamento de Jalisco respecto de los prisioneros: “Todo hombre que se trae y se reconoce que forma parte de estas gavillas, es fusilado inmediatamente. Ya he hecho pasar por las armas a 42 de ellos.” Al comandante Hurtado le ordenó que recogiera todos los prisioneros capturados por otros jefes y los fusilara de inmediato.268 En la lógica de Berthelin, similar a la de Antonio Rojas, no había espacio para la indecisión, se estaba o no se estaba con el imperio; si se era leal al emperador, entonces todos deberían de cumplir su deber para luchar contra los enemigos del imperio: fuerzas armadas, autoridades, pueblos y ciudadanos, tenían que aportar su cuota para sostener las instituciones; los indiferentes serían multados, los omisos castigados y los traidores fusilados, así de fácil. Los pueblos deberían constituir fuerzas de autodefensa comandadas por sus autoridades locales para vigilar los perímetros de su territorio; los ciudadanos debía armarse de manera obligatoria y participar en la defensa de sus localidades y en la persecución de los grupos armados contrarios al gobierno. No había de otra. Hacia mediados del mes de septiembre, Berthelin orgulloso de su actuación le comunica al comandante Lauret: “Mi expedición toca a su fin; todas las bandas se han dispersado; el país se levanta a mi llamado como un solo hombre; por todas partes he encontrado, tanto en los ranchos como en los hombres del campo, la más activa cooperación”.269 El comandante francés fue recibido en Guadalajara con honores de héroe, una región importante del estado que había permanecido al margen de la ley, se encauzaba de nuevo a los grandes beneficios que el gobierno imperial les tenía, supuestamente, reservados a todos los mexicanos de bien.

268

La Prensa, 14 de enero de 1867, t. I, núm. 26, p. 3.

269   Idem. 165


Los republicanos como Ireneo Paz, tienen de Berthelin una opinión muy diferente: Se decía en todos los pueblos del sur de Jalisco que Berthelin era mil veces más bandido que Rojas, Rochín y Simón Gutiérrez juntos, aventajando a todos en crueldad y en infamia. Se contaban en más de 500 las víctimas que había hecho en sus correrías, habiendo días en que mandaba fusilar a cuantos mexicanos encontraba, sin importarle que fueran del partido que fueran, como si pura y simplemente se hubiera propuesto concluir con la raza. No solamente era el terror de todas aquellas poblaciones por donde pasaba, sino que se le veía como un monstruo salido de averno.270

Ramón Corona asecha el puerto de Mazatlán Sin la presencia de Benito Juárez al frente del gobierno nacional, el destino del país durante la intervención francesa, seguramente hubiera vivido una terrible amenaza de desintegración nacional. Convertido en símbolo de la resistencia de la independencia y de las instituciones republicanas, el presidente debió enfrentar casi en la soledad el desdén de las naciones europeas hacia la causa mexicana, la indiferencia del gobierno de los Estados Unidos para apoyar abiertamente a su gobierno, la ambición de Jesús González Ortega y su pequeño grupo de partidarios para hacerse del poder, y la más profunda de las soledades, la de su familia exilada en los Estados Unidos, donde murieron dos de sus pequeños hijos. En medio de la avalancha intervencionista desplegada por casi todo el territorio nacional, Juárez fue el único eslabón de la legitimidad que sostuvo la bandera de la Independencia y que sirvió de referencia a tantos combatientes mexicanos que le reconocieron como su líder; cambiar de capitán en medio de la tormenta como exigía González Ortega hubiera sido un suicidio. Contenido el impulso inicial de la intervención, y después de dos años fatales para la causa republicana, el anuncio de la retirada del ejército francés a partir de 1866, constituyó el aliento de esperanza que reanimó la posibilidad del triunfo. Era necesario pues, no solo retomar las poblaciones que abandonaban los invasores en su repliegue hacia el centro del país, sino reconstruir casi la 270

Ireneo Paz. Algunas campañas, t. I, p. 152. 166


totalidad de las fuerzas armadas nacionales. El Ejército del Norte había sido entregado por el general Escobedo prácticamente sin luchar; el del Centro, con la traición de López Uraga se empezó a desmoronar y a pesar de los esfuerzos del general Arteaga, quedó prácticamente aniquilado; solamente en el sur el general Porfirio Díaz se mantenía en campaña no sólo conteniendo a los franceses y sus aliados conservadores, sino hostigando con éxito a las fuerzas imperialistas en el centro del país. En este contexto, el general Ramón Corona había tenido en 1865 un año para el olvido. Después de su derrota en el “Espinazo del Diablo” en Durango, renunció a combatir frontalmente y privilegió la guerra de guerrillas, realizando algunos combates aislados en Nayarit contra su eterno rival Lozada, y contra pequeñas partidas de franceses y conservadores mexicanos en el sur de Sinaloa y Durango. Además, siguió involucrado en las pugnas internas por el poder en Sinaloa y Sonora, apoyando a sus amigos Antonio Rosales e Ignacio Pesqueira ante los ataques de grupos rivales que intentaban desplazarlos del poder local. El 10 de mayo de 1866, Corona le informó al presidente Juárez de las tareas que realizaba para organizar una ofensiva contra los franceses en el estado de Durango, a donde envió tropas y jefes militares con instrucciones para alentar la insurrección; sin embargo, sobrepasando sus facultades, nombró gobernador y comandante militar al licenciado José María Pereira sin consultarlo con el presidente, por lo que le pide disculpas y le solicita que apruebe su actuación, en tanto los hechos demostraran si la popularidad de Pereira era benéfica para la causa.271 Para el presidente Juárez resultaba de vital importancia unificar las fuerzas de Sinaloa, Sonora y Jalisco bajo un mismo mando y no tenía muchas opciones para elegir al responsable de esa importante misión. El más abocado para ella era el general José María Patoni, quien al ponerse del lado de González Ortega perdió la confianza del presidente; quedaba la alternativa de Corona, a quien importantes figuras regionales reconocían como referente en la conducción de la guerra y elemento de equilibrio entre los diferentes grupos en pugna por el poder. Juárez, a pesar de los recientes episodios golpistas que envolvieron a Corona, lo designó al mando de este nuevo ejército por su capacidad para coordinar grupos y administrar recursos, por lo que el 26 de mayo, el presidente ordenó que las llamadas “Brigadas Unidas de Sinaloa y Jalisco” conformaran 271

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 10; capítulo CLXXV, pp. 38-39. 167


a partir de ese momento el “Ejército de Occidente”. Corona se enteró de esta decisión hasta el 6 de julio, cuando un correo le entregó la orden presidencial, en la población de Villa Unión, Sinaloa.272 En el camino se cruzó la comunicación de Corona al presidente del 1º de junio de 1866, en la que reafirmaba su lealtad y apoyo institucional en su pugna política con el general González Ortega, al tiempo que lo felicitaba por el reconocimiento del gobierno norteamericano al gobierno juarista. Respecto de González Ortega y de sus partidarios, los generales Negrete, Carbajal, Patoni y el escritor Guillermo Prieto, Corona considera que están asustados y “pretenden el gobierno de la república para buscar la paz con él, sin pararse en medios”; y agrega: El buen sentido y patriotismo de los jefes republicanos que, como la fortuna les ayuda, están cumpliendo con su deber, peleando con los franceses y traidores, es una garantía para el Presidente de la República y por lo mismo, estos no se han de unir a los que cansados, se retiran al extranjero y para cubrirse, quieren la desunión tomando como pretexto el decreto de 8 de noviembre.273

El correo entre particulares se realizaba casi siempre a través de las diligencias o las caravanas de arrieros y normalmente podía tardar entre cuatro a seis días el recorrido de una carta de la ciudad de México a Guadalajara; el correo entre los jefes militares y el presidente Juárez, las más de la veces se realizaba por medio de elementos militares que cabalgaban por rutas alejadas de las tropas enemigas para no ser capturados y las comunicaciones interceptadas, por lo que podían tardar mucho más que una comunicación ordinaria. Entre Corona ubicado en algún lugar del sur de Sinaloa y Juárez, instalado en Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez, el tiempo entre la salida y llegada de una comunicación podía tardar hasta un mes, y los temas tratados podían haber sido ya superados o las noticias llegar bastante retrasadas. El 21 de junio de 1866 Corona envió una carta al presidente y su primera referencia fue decirle que hasta ese día había recibido sus comunicaciones fechadas el 12 y el 19 de mayo. La lentitud con que llegaba la información, seguramente era para todos los bandos un gran inconveniente y una causa de zozobra. En esta comunicación, por primera vez en mucho tiempo, Corona se muestra optimista y tenía motivos para ello. Días antes se había apoderado 272   AH. SEDENA. Jalisco. Número 603, expediente 10190, fojas 1-6. 273

Op. cit., t. 11; capítulo CLXXVII, pp. 41-42. 168


del vapor “John H. Stephens” que conducía una gran cantidad de armamento para San Blas, Nayarit, el que distribuyó entre las tropas sonorenses al mando de Pesqueira y la brigada del general Guzmán, a quien ordenó incursionar en el estado de Jalisco. Le informa al presidente que se han reunido las tropas del sinaloense general Martínez, con las de Pesqueira con el fin de recuperar algunas plazas en Sonora, y manifiesta su entusiasmo con la información que recibe del presidente, respecto de la favorable situación diplomática para el país proveniente de Europa y los Estados Unidos. Le informa al presidente que sus tropas se están instruyendo en el arte militar y está en espera de lo que suceda en Sonora con el puerto de Guaymas, pues del éxito de esa campaña dependerán las acciones que pudiera emprender sobre el puerto de Mazatlán. Respecto de la campaña sobre Jalisco, Corona le dice: El estado de Jalisco se encuentra ya insurreccionado; el general Guadarrama y los coroneles Zepeda y Gutiérrez son hasta ahora los principales jefes; hay que lamentar el desorden con que comienzan; hay discípulos de Rojas, pero el tiempo los arreglará. Para proteger esa insurrección mandé mi expedición sobre Santiago [en Nayarit], llamando así la atención de Lozada por este lado mientras aquéllos ganan tiempo.274

Por suerte para la campaña sobre Jalisco, Manuel Lozada atento al rumbo que tomaban los acontecimientos a favor de los republicanos, el 19 de julio declaró que renunciaba a la Comandancia Militar del Departamento de Tepic y se retiraba a la vida privada “después de once años de fatigas desbandando a sus tropas y manifestando al gobierno que no quedaban en el Nayarit fuerzas imperiales”.275 En un desesperado intento por atraerse de nuevo a Lozada a la causa imperial, Maximiliano le concedió una espada de honor con puño de oro adornado de pedrería y con alguna inscripción, pero el comisionado para entregársela en el pueblo de San Luis, el Sr. Iribarren, no fue recibido por el líder indígena, por lo que regresó a la ciudad de México sin poder cumplir su cometido. Ubicado en la población de Concordia, Sinaloa, a partir del mes de agosto Corona empezó a discutir con sus jefes y oficiales la posibilidad de lanzar un ataque al puerto de Mazatlán. Aunque las tropas republicanas superaban en número a las francesas, éstas contaban con una poderosa artillería que 274   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 11; capítulo CLXXX, p. 40-42. 275

Luis Pérez Verdía. Historia Particular de Jalisco. t. III, p. 329. 169


equilibraba las cosas, y cualquier ataque, representaría un alto costo de vidas para los republicanos. Ante los riesgos que significaba esta acción, Corona decidió dejarla para otra ocasión. Corona era ya un verdadero e indiscutido factor de poder en el Occidente y desde luego tenía previsto que Jalisco, su estado natal, quedara bajo su control y con esa perspectiva futura, rechazó la propuesta de Juárez para reforzar una campaña militar que sería dirigida por el antiguo gobernador de Jalisco, Pedro Ogazón, quien contaba con las simpatías del presidente por los grandes apoyos que el jalisciense había realizado a la causa republicana desde la época de la Guerra de Reforma. El 2 de agosto de 1866, Corona le contesta a Juárez que: En cuanto al señor Ogazón, le hago a usted la siguiente explicación para que disponga lo más conveniente. Si este señor pretende revolucionar en Jalisco, ya sea como gobernador, ya sea como general, es conveniente. También lo sería en el caso que yo no pudiera desprenderme personalmente de Sinaloa y tuviera que mandar una expedición en apoyo de él. Pero si como creo, puedo ir a Jalisco personalmente, ya sea entre aquella gente o entre los que me acompañan, podría encontrar un hombre mas propio para aquel estado y el que, estoy seguro, contaría con todo el círculo bueno que rodeaba al señor Ogazón y con el mío.276

No podía ser más clara la respuesta de Corona a Juárez: yo liberaré a Jalisco y nombraré al gobernador, y espero que usted lo apruebe. Desde entonces Corona tenía en mente desplazar del poder al grupo liberal juarista que encabezaban Pedro Ogazón e Ignacio L. Vallarta, para convertirse como lo hizo, en el factor de poder en el estado. Apremiado por la aparición de Ogazón a quien no quiere darle ninguna oportunidad de triunfo, Corona, entre el 10 y el 12 de septiembre, realiza un ataque al fuerte de Palos Prietos en las afueras del puerto de Mazatlán, con la intención de medir la respuesta de los franceses ante la eventualidad de un ataque definitivo sobre dicha plaza. Una vez tomada la posición, Corona esperó la respuesta francesa, pero los invasores no movieron sus contingentes para rechazar a los republicanos. La verdadera amenaza para las fuerzas republicanas era la artillería de los buques de guerra franceses anclados en el puerto, que podrían moverse para bombardearles, por lo que Corona ordenó el repliegue de sus tropas fuera del alcance de la artillería. La toma del puerto habría de

276

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 11; capítulo CXCI, pp. 40-41. 170


esperar todavía algunos días más, entre tanto seguiría el asecho, en espera de una mejor oportunidad. El efecto Ángela Peralta En los primeros días del mes de octubre de 1866, el comerciante Domingo Llamas fue nombrado Prefecto Político del Departamento, quien después de meditarlo decidió no aceptar dicho nombramiento, por lo que de manera interina ejerció el cargo el señor Teodoro Marmolejo; al final fue nombrado el general Ignacio Gutiérrez quien ejerció tanto el mando político y militar, así como el de Comisario del Imperio. Este personaje no sólo tenía la reputación de ser un hombre severo, “sino además injusto, sanguinario y cruel”. Fue su secretario “un hombre de depravados sentimientos que siempre estaba inclinado al mal” de nombre Juan B. de la Colina, al que todos temían, incluso los conservadores; con el poder en sus manos, “nadie se encontraba a salvo por lo mismo de ser víctima de una arbitrariedad, ni nadie podía poner coto a los grandes abusos que se cometían, estando el poder absoluto de aquellas circunstancias excepcionales desempeñado por semejantes hombres”.277 Sin la presencia crítica de la prensa liberal, el periódico oficial y los periódicos conservadores manipularon a su antojo la información política y las acciones en el frente militar. Para poner solo un ejemplo, el ataque de Corona a Palos Prietos realizado en 12 de septiembre fue informado a los tapatíos por El Imperio hasta el 6 de octubre, y según lo publicado, los republicanos habían dejado en el campo “seiscientos cadáveres”, y el resto salieron huyendo hacia el sur de Sinaloa; el periódico remata así la noticia: “Muy caro ha hecho pagar la Providencia en esta vez, el crimen de seducción al caudillo disidente”.278 En cambio, mereció gran difusión la noticia de los jaliscienses que fueron condecorados por Maximiliano con motivo de los festejos de la Independencia nacional: el arzobispo de Guadalajara, Pedro Espinoza, con la

277

Ireneo Paz. Algunas campañas. t I; p. 143.

278

El Imperio, 6 de octubre de 1866; t. II, núm. 73, p. 4. 171


Orden Imperial del Águila Mexicana, en grado de Comendador; el consejero de Estado Jesús López Portillo y el canónigo de Guadalajara J. Luis Verdía, con la Orden Imperial de Guadalupe, en grado de Comendador, distinción que el señor Verdía rechazó; como Oficiales de la Corte, el licenciado Juan C. Jontán, Presidente del Tribunal Superior de Justicia y el canónigo Ignacio de la Cueva; y como Caballero, el hacendado Ignacio Cañedo. Ante el silencio de la prensa conservadora respecto a los problemas que aquejaban al gobierno imperial, los tapatíos se entusiasmaron con la noticia de la llegada de la increíble cantante Ángela Peralta “el ruiseñor mexicano” a la ciudad el 6 de septiembre. La crónica de El Imperio señala que la “Cantarina de Cámara” nombramiento con que Maximiliano le reconoció sus grandes dotes a su llegada a la ciudad de México en el mes de febrero de 1866, fue recibida “en medio de una esplendida ovación popular…”, y desde la seis de la tarde hasta las nueve de la noche: estuvo recibiendo las felicitaciones de innumerables personas distinguidas, que tuvieron la ocasión de saborear las dulzuras de una conversación inteligente y amena. Los señores Cevallos [Celso], Villaseñor [Clemente] y Paz [Ireneo] leyeron [en su honor] composiciones poéticas…279

La ciudad enloqueció como pocas veces y para la primera función programada para el 16 de septiembre, los lugares se agotaron al poco tiempo de abrirse la taquilla. El poeta Clemente Villaseñor le compuso a Peralta un poema que leyó el día de su llegada y que refleja el ánimo que se sentía en todos los niveles sociales de Guadalajara con su presencia. Aquí un fragmento: Suena el aplauso. El popular murmullo Nunca pudo escuchar indiferente Que ante el genio también dobló la frente Y de la gloria al celestial arrullo. De la gloria henchida de laureles llena, Hoy contempla Jalisco entusiasmado La que aplausos del Tíber ha logrado La que encantó los márgenes del Sena. Aquella que alcanzó por más que asombre En el mundo del arte la victoria, La que lleva en su gloria nuestra gloria, La que lleva en su nombre nuestro nombre. 279   El Imperio, 8 de septiembre de 1866; t. II, núm. 69, p. 3. 172


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. . ¿Quien te enseñó a cantar? Tal vez natura En un clima poniéndote benigno, Mirarte quiso como objeto digno Al par de su esplendor y su ternura. ¿Quién te enseñó a cantar? Dicen que al ave Imitas cuando canta ella en su nido, Y que a veces tu acento es parecido Al murmullo del céfiro suave.280

Pero más allá del canto divino, las presentaciones de Ángela Peralta fueron despertando entre diferentes grupos sociales un estímulo que parecía adormecido: el deseo de libertad. Los partidarios de la república vieron en ella un símbolo libertario: “Nos figuramos que en ella estaba representada la República y nos consagramos para ella el más resuelto culto, en cada uno de nuestros corazones”.281 En la función del 2 de octubre se mostró con toda su fuerza lo que el sentimiento patriótico es capaz de provocar entre una población que ha perdido su libertad y su independencia; al interpretar I Puritani ante un público emocionado hasta las lágrimas: …y con motivo del dúo de las banderas, al oírse entonar gritando libertad, una parte considerable del público del patio y de las galerías se sintió inflamado y prorrumpió en vivas a la libertad y mueras al Imperio, con lo que se armó un serio escándalo por la intervención de la policía que logró al fin calmar los ánimos, haciendo algunas aprehensiones…282

Al término de la función Ángela fue llevada en triunfo por una multitud a su casa ubicada contra esquina de Palacio de Gobierno, en el llamado Portal Quemado, ahí el joven Miguel Ángel Pérez Arce volvió a gritar “muera el Imperio” y de nuevo se presentó un tumulto por la multitud que a gritos se manifestó en contra del gobierno imperial. Durante varias noches, la actuación de Ángela emocionó al publico de tal manera “que la autoridad encontró que aquel entusiasmo sobrepasaba los 280   La Prensa, 1º de octubre de 1866; t. 1, núm. 4, p3. 281  282

Ireneo Paz. Algunas campañas, t. I, p. 144.

Luis Pérez Verdía. Historia particular del estado de Jalisco. t. III; pp. 331-333. 173


límites y prohibió que se cantara la opera Los Puritanos para que no oyéramos el dúo de las banderas”. Para la última función del “ruiseñor mexicano” el 6 de octubre, se improvisó el Teatro Alarcón (hoy Teatro Degollado) al que se le realizaron diversos remozamientos provisionales para ponerlo en condiciones de ser utilizado, pues la obra aún no concluía. El público concurrió en masa a escuchar la última función en la ciudad de “su prima donna favorita. Se cantaron diversos actos de operas, concluyendo con el último pasaje de Un Ballo in Maschera en el que Ángela hacía el papel de paje”283 Al concluir la actuación de Ángela, Ireneo Paz salió al escenario y le recitó un poema que había escrito especialmente para ella en su despedida de Guadalajara, del que escogimos algunos fragmentos: … Al fin te oímos cantar Se cumplió nuestro deseo, y has sabido conquistar En cada pecho un altar Como tu mejor trofeo. Por que hay quien tu voz oyendo Se juzga un cielo sonando Y los querubines viendo, Y quien sienta irse muriendo Al tiempo que estás cantando. … ¡y te vas! Y aquí nos dejas, desolados y sin calma. Sin quien oiga nuestras quejas… ¡Te vas! Mas cuando te alejas nos llevas también el alma.

283   La versión de Ireneo Paz que estuvo presente en la función difiere de la de Luis Pérez Verdía, quien afirma que en la última función se cantó la opera I Puritani que había sido prohibida por las autoridades. Véase: Ireneo Paz. Algunas campañas, t. I, pp. 144-146; Luis Pérez Verdía. Historia particular de Jalisco, t. III, pp. 331-333. Pérez Verdía se refiere a la función previa del 2 de octubre, en la que se presentó el dúo de las dos banderas, cuyas repercusiones políticas motivaron a las autoridades a prohibirlo en la función de despedida de Ángela Peralta. 174


Tú trajiste la alegría, Trajiste las emociones; Mas si te vas, ese día Llenos de melancolía Quedarán los corazones. … Mas si es cierto que el destino Te separa de este suelo, Se dichosa en tu camino: ¡Adiós! Ruiseñor divino Lleva a otras tierras el cielo. ¡Ah! De tantas alegrías nos quedará la memoria… ¡Hoy las penas son impías! Tal vez en mejores días Amaremos más tu gloria. Y pues la suerte inhumana Así nuestra dicha trunca Quitándonos una hermana ¡Adiós” actriz mexicana, y no nos olvides nunca.284

Ángela Peralta conmovida, abrazó a Paz y el público: …se puso entonces delirante. El escenario se inundó materialmente de flores, y cuando ya no había flores que arrojar, llovieron sombreros, capas, abrigos de señoras y cuanto se encontraba que pudiera significar una manifestación de simpatía.285

Entonces, la orquesta empezó a tocar dianas, el teatro se llenó de cirios encendidos y el público invitó a Peralta a salir a las calles entre ruidosas ovaciones. Mientras Ángela se cambiaba de traje, Paz aprovechó para escabullirse a su casa, pues sabía que su intervención no había sido del agrado del alcalde mayor presente en la función. Encabezando el nutrido contingente partieron del teatro, Ángela y el alcalde mayor, y detrás de ellos, la multitud empezó a caminar por las calles del centro de la ciudad y al pasar por la casa

284 285

El Noticioso, 4 de noviembre de 1866; t. 1, núm. 6, p. 1.

Ireneo Paz. Algunas campañas. t. I, p. 145. 175


de Ireneo Paz, a gritos le pidieron que saliera y dijera algunas palabras, lo que aceptó y dijo: ¡Saludo al genio! ¡Saludo a los que comprenden si lo admiran! En este instante, en que se presenta a nosotros como el símbolo de la libertad, desearía que todas estas hachas* se convirtieran en fusiles y que todos los corazones mexicanos palpitantes de entusiasmo, fueran otros tantos cañones que pudieran volverse contra aquellos a quienes puede considerarse hoy como enemigo de la patria.286

Ángela Peralta logró sacar del marasmo a la sociedad tapatía e infundirle de nuevo el deseo de vivir en libertad. A su partida, “el ruiseñor mexicano” se dirigió al puerto de Mazatlán donde moriría de cólera poco después; sin embargo, la agitación ya no desapareció y ante un imperio que se tambaleaba, los liberales republicanos intentaron reorganizarse al tiempo que las autoridades, incrementaron las detenciones, los interrogatorios y las medidas represivas. El Imperio agoniza Las cosas estaban cambiando y se sentía en el ambiente; tanto el gobierno , la Iglesia y la prensa guardaban silencio respecto a la verdadera situación del Imperio; el viaje de la emperatriz Carlota en busca desesperada de apoyos en las cortes europeas para el endeble proyecto imperial, apenas era comentado con pequeños párrafos en la prensa conservadora. Los escritores liberales comprendían que eventos importantes se acercaban y querían ser parte de ellos, así que tomaron nuevos bríos y gestionaron ante las autoridades los permisos necesarios para editar nuevas publicaciones, a pesar de las severas medidas de censura que les exigían. El 10 de octubre de 1866, fue voceado en las calles de Guadalajara el primer número de La Prensa cuyo editor responsable era Gregorio Altamirano. Se definió como un periódico político, literario y de avisos que se publicaba los lunes, miércoles y viernes de cada semana, a las diez de la mañana. Impreso en los talleres de la Tipografía Económica de Luis P. Vidaurri, en una hoja con dos páginas, se dedicó a informar sobre el desarrollo de las operaciones militares

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Idem. pp. 143-146. *[hachas= cirios, velas, antorchas] 176


en el país y publicaba además, los bandos de gobierno, una sección literaria y avisos comerciales. El segundo periódico liberal en la palestra fue El Noticioso de Ireneo Paz, cuyo primer número empezó a circular el 24 de octubre, bajo severas condiciones que el propio Paz explica en su “Programa”; texto cuya publicación fue exigencia de las autoridades como compromiso público de comportamiento ajustado a las leyes. El periódico se “ocupará preferentemente de insertar noticias que consideremos de mas interés para el común de nuestros lectores… Publicaremos las noticias con la mayor oportunidad; también se publicarán avisos y anuncios comerciales; una sección literaria con trabajos de la redacción o de nuestros amigos…” Aunque somos liberales, “no venimos a la arena periodística a defender nuestros principios; ni las circunstancias, ni nuestra situación particular nos lo permiten… En consecuencia, nosotros no sostendremos ninguna polémica, y antes bien, nos mantendremos en una abstención absoluta, ciñéndonos al triste, pero necesario papel, de simples narradores”.287 Este fue el precio que tuvo que pagar Ireneo Paz y su Noticioso para obtener el permiso de la autoridad para salir a la luz. Tanto La Prensa como El Noticioso, al no tener derecho a publicar una columna de opinión o editorial, se limitaban a reproducir lo que otros periódicos publicaban sobre todo en la ciudad de México, donde el viaje del emperador a Orizaba había dado lugar a todo tipo de rumores y afirmaciones respecto a la posible abdicación del monarca y su salida por Veracruz hacia su país. Pero incluso esta forma de hacer periodismo se prestaba a la censura, como le sucedió al Noticioso por haber reproducido una noticia del periódico profrancés L´Estafete de la ciudad de México, en el que se insinuaba la salida hacia Europa del emperador, lo que fue considerado por las autoridades locales “un abuso a la libertad de imprenta” que le significó su primera advertencia.288 A pesar de todos los esfuerzos de las autoridades locales por controlar el flujo de la información contraria a los intereses imperiales, poco a poco lograban filtrarse noticias nada halagadoras para su causa, y la tranquilidad social que presumía el gobierno departamental, se diluía con noticias alarmantes como la aparición de focos de resistencia (gavillas para las autoridades) en Chiquilistlán, 287   El Noticioso, 24 de octubre de 1866; t. 1, núm. 1, p. 1. 288   El Imperio, 3 de noviembre de 1866, t. II, núm. 77, p. 2. 177


en la Isla de Mezcala y en las poblaciones de Zacoalco, Amacueca, Techaluta y Atemajac, según informaba El Noticioso el 31 de octubre.289 Ese mismo día, La Prensa insiste en comentar especulaciones provenientes de la prensa de la ciudad de México, en torno al viaje del emperador a Veracruz supuestamente para recibir a la emperatriz Carlota, cuando en realidad se trataba de una retirada y la posible abdicación de Maximiliano. Grandes rumores envolvían al gobierno imperial, e incluso se afirmaba que el gabinete en pleno había renunciado, aunque la promesa del emperador de regresar a México logró calmar un poco los ánimos. Para La Prensa no había duda, se avecinaban grandes cambios: “la inquietud que trabaja hace algunas semanas a la población, bajo el punto de vista del porvenir, la expectativa febril de todo lo que puede hacer entrever un desenlace permanecen lo mismo”.290 Las malas noticias continuaron agobiando a los imperialistas y no hubo mas remedio que aceptar que la emperatriz posiblemente ya no regresaría en un largo tiempo, pues su salud se había deteriorado, y aunque no se menciona que el fracaso de su misión diplomática la llevó a la locura, la Iglesia pide se rece por ella, y las autoridades locales suspendieron las obras de teatro hasta que mejorara la salud de la emperatriz. Para los primeros días del mes de noviembre, ya no se pudo impedir que trascendiera la noticia de que las tropas francesas estacionadas en Ures y Guaymas, Sonora, se estaban concentrando en el puerto de Mazatlán como parte de sus movimientos de retirada, y que las familias francesas de aquella región, también se estaban reubicando en otras ciudades.291 El fin del Imperio estaba cerca y así lo entendió El Noticioso en su editorial de ese día, en el que llama a los mexicanos a la reconciliación, abandonando las posiciones extremas entre los bandos en pugna “antes de que lleguemos a una situación más desesperada, antes que se experimenten males de más fatales consecuencias”. Nosotros pues, dice: … nos atrevemos a levantar nuestra débil voz llamando a la concordia a todos los mejicanos: queremos la unión, porque queremos que México se salve. Lejos de nosotros la idea en estos momentos de lanzar anatemas de muerte a nuestros enemigos y 289   El Noticioso, 31 de octubre de 1866, t. 1, núm. 4, p. 1. 290   La Prensa, 31 de octubre de 1866, t. I, núm. 13, p. 1. 291

El Noticioso, 2 de noviembre de 1866, t. 1, núm. 5, p. 1. 178


pretender maldecirlos hasta en su tercera o cuarta generación, cualesquiera que sean sus errores políticos. Nosotros al presente queremos la unión y solo la unión. La lucha ensangrentará nuestro suelo y consumará su ruina: la paz dará a Méjico libertad, progreso y civilización.292

De manera infructuosa la prensa conservadora trata de minimizar los hechos y sostiene que el emperador sigue al frente del gobierno y que en poco tiempo las cosas darán un giro favorable, lográndose la victoria final sobre los republicanos. De nuevo los hechos les contradicen casi de inmediato, pues en Guadalajara algunos funcionarios del imperio empiezan a dejar sus cargos y hacer sus maletas, entre ellos el licenciado Teodoro Marmolejo quien se desempeñaba como Prefecto Político del Departamento, cargo que entregó a José Climaco Jontán, un antiliberal intolerante y despiadado. Trasciende también que el exgobernador de Colima, Julio García quien se había radicado en Guadalajara, de nuevo había tomado las armas por el sur del estado y estaba siendo perseguido por el temible coronel Berthelin y finalmente, tampoco pudo ocultarse la toma de la ciudad de Oaxaca por el general Porfirio Díaz.293 El 9 de noviembre, el coronel Berthelin salió de la población de Colima al frente de cien franceses y más de 150 imperialistas mexicanos en persecución de Julio García, “cuya cabeza ofreció llevar a la ciudad” a su regreso. García tuvo información oportuna sobre el desplazamiento de las tropas y preparó una emboscada en el Cañón de Guayabo. Simuló un ataque con unos cuantos hombres a caballo y enseguida se retiraron hacia el cañón donde entraron sus perseguidores sin ningún cuidado. Desde lo alto, los franceses y sus aliados fueron tiroteados y aplastados con grandes rocas, muriendo Berthelin y la mayor parte de sus tropas. El cazador había sido cazado, y su cabeza fue cortada y ensartada en una lanza que fue paseada como trofeo de guerra: “La noticia de la sorpresa del Guayabo causó entre los imperialistas una impresión de pánico profundo y levantó la moral de los republicanos, que no solo se vieron libres de un enemigo terrible, sino que confirmaron su fe en la victoria de su causa”.294 La muerte de Berthelin empezó a ser comentada en la prensa liberal a partir del 16 de noviembre en las páginas de El Noticioso, que también informa de 292   Idem. 293   El Noticioso, 7 de noviembre de 1866, t. 1, núm. 7, p. 1; La Prensa, 12 de noviembre de 1866, t. I, núm. 18, p. 3. 294   Luis Pérez Verdía. Historia particular de Jalisco. t. III, p 343. 179


la llegada del coronel Eulogio Parra al frente de 900 hombres, como avanzada de las tropas de Corona, que en esa fecha ya había tomado el puerto de Mazatlán, prácticamente abandonado por los franceses, preparando su marcha hacia Jalisco. A partir de este momento, Guadalajara vivió todo tipo de rumores; el temor empezó a invadir a los partidarios del imperio; las autoridades llenaron las cárceles de liberales y los periódicos empezaron a ser clausurados y sus directores encarcelados. El 21 de noviembre fueron clausurados El Noticioso y La Prensa, y al día siguiente Ireneo Paz fue detenido y enviado a la cárcel municipal. El 24 de noviembre El Imperio se clausuró a sí mismo, pero sus redactores ocultaron hasta el final lo que sucedía y en su último número, después de la victoria que el coronel Parra había alcanzado en la batalla de La Coronilla, se dedicaron a publicar partes y decretos imperiales, un comentario sobre la muerte reciente del arzobispo Pedro Espinoza en la ciudad de México y una controversia con el redactor de El Noticioso, que ya no estaba en circulación. Guadalajara estaba a punto de volver a manos de los republicanos. Victoria: Guadalajara liberada El 15 de octubre de 1866, el general Ramón Corona decidió que había llegado el momento de iniciar la campaña militar en el estado de Jalisco. Acampado en el poblado de Aguacaliente, al sur del estado de Sinaloa, convocó a sus jefes a una reunión secreta en la capilla de la localidad, para informarles que mandaría una brigada a Jalisco como vanguardia del Ejército de Occidente, la que estaría formada por tres secciones al mando de los coroneles Eulogio Parra, Francisco Tolentino y Donato Guerra, quienes en votación secreta eligieron a Parra como jefe de la columna, por lo que Corona le nombró comandante militar del estado de Jalisco. Corona les ordenó avanzar por diferentes puntos del estado reinstalando la república en las poblaciones que fueran ocupando, guardando siempre respeto por los ciudadanos y ofreciendo garantías y justicia a la sociedad, para ganarse su apoyo, su simpatía y su cooperación. Con estas indicaciones, la brigada pobremente armada y con escasos recursos económicos inició su marcha al día siguiente y para el día 26 de octubre la columna se internó en el cantón de Tepic sin mayores problemas, pues, como se había señalado, Manuel Lozada se había declarado neutral y supuestamente estaba dedicado a sus negocios particulares. 180


Entre tanto, Corona desde el 4 de noviembre reinició el hostigamiento contra el puerto de Mazatlán, con ataques simulados sobre la plaza, en espera de la respuesta de los franceses. El día 9 Corona recibió una solicitud del comandante Paul Shirley de la fragata americana “Suwanee” fondeada en Mazatlán para tener una entrevista urgente, a lo que Corona accedió. Se reunieron en el rancho de “La Urraca”, Corona y el vicecónsul norteamericano B. R. Carman y dos oficiales de la fragata, quienes le presentaron una petición del comandante Shirley pidiéndole que permitiera que los franceses evacuaran el puerto en paz y que se ofrecieran garantías a los ciudadanos norteamericanos radicados en el puerto.295 Los comisionados americanos advertían a Corona que los franceses habían amenazado con bombardear la población si sus maniobras para retirarse eran hostilizadas por los republicanos, y ante el hecho de que los franceses abandonarían el puerto en cualquier momento, le pedían a Corona que los dejara ir en paz, para evitar un castigo innecesario a la población civil. Corona después de reflexionar algunas horas sobre la cuestión, en respuesta oficial y por escrito, le dijo al comandante Shirley que no compartía su opinión sobre el tema y que en todo caso tomaría la decisión más conveniente para la causa nacional, garantizándole plena seguridad para sus compatriotas.296 El 13 de noviembre, los franceses levantaron una bandera blanca solicitando un parlamento con el general Corona, quien ordenó que las hostilidades fueran suspendidas y se permitiera pasar a los comisionados hasta el cuartel general republicano. Ahí le fue entregado un despacho del comandante francés M. Mazeve, en el que le informa que había recibido órdenes del general Bazaine para abandonar Mazatlán y embarcar sus tropas hacia otro puerto, ofreciéndole a Corona garantías para ocupar la plaza de manera pacífica y sin causar daño a la población civil, por lo que Corona aceptó decretar un armisticio que duraría hasta las doce de la mañana. A las once de la mañana, Corona envió su respuesta al comandante francés en términos muy duros, reclamándole que ahora estuviera preocupado por la suerte de la población de Mazatlán, cuando en el pasado reciente, las fuerzas francesas habían cometido verdaderas masacres en los pueblos de Concordia, 295   José maría Vigil y Juan B. Híjar y Haro. Ensayo histórico del Ejército de Occidente., t. II, p. 274-276. 296

Idem. p. 277. 181


Valamo, Siqueros y otros, “cuyos habitantes fueron el objeto de los más repugnantes y vergonzosos excesos, sin haber sido provocados por la agresión de mis tropas como lo fueron en Pánuco, Copala, Veranos y otras poblaciones que sufrieron la misma suerte que las anteriores”. Así pues, le dice Corona, no son mis tropas un peligro para Mazatlán y la catástrofe que le amenaza es suya, “pues le toca evitarla o aceptar la responsabilidad del injustificable atentado de dirigir sus bocas de cañón sobre la población inerme”.297 A las once y media, Corona envió su respuesta al comandante francés Mazeve, quien seguramente ya no la recibió, pues aprovechando la tregua, a las doce y cuarto los franceses habían abandonado el puerto. Ante tan apetecible regalo, Corona sin disparar un tiro tenía a la mano tan ansiada plaza, por lo que casi de inmediato ordenó la formación de sus tropas en columna de desfile, para ingresar a la población, en la que fueron recibidos con entusiasmo por los mazatlecos, que por todas partes, empezaron a organizar grandes fiestas populares en honor de las tropas mexicanas. Corona mandó un correo extraordinario para que llevara la buena nueva al presidente Juárez, quien pocos días después ascendió a Corona a general de División. Entre tanto, la columna dirigida por Eulogio Parra se internaba por la sierra de Mascota y para el 12 de noviembre se encontraba en la población de Cuautla. De ahí pasó a Autlán, y el día 15 reinstaló al anterior ayuntamiento republicano y al director político de ese cantón Miguel Paz, encontrando gran ánimo entre la población con su llegada. Ante ambiente tan favorable, Parra solicitó a los vecinos un préstamo extraordinario, que fue utilizado para confeccionarles trajes de manta y sombreros de paja para sus tropas, así como para cubrir los gastos de forraje de sus caballerías. El tres de diciembre, Parra recibió en San Gabriel a las tropas del coronel Miguel Brizuela, un contingente de 300 hombres, que al igual que otros grupos dispersos, se fueron uniendo a la columna de vanguardia. Hasta ese momento, los imperiales298 se habían rehusado a presentar resistencia y preferían abandonar las plazas ante la cercanía de los republicanos, lo que le permitió apoderarse de la población de Sayula, desde donde se lanzaron acciones de hostigamiento 297   Idem., p. 284. 298   Ante la salida del ejército francés la potencia imperialista, los defensores del imperio quedan como simples tropas imperiales leales a Maximiliano. 182


sobre Ciudad Guzmán. La noticia de llegada de las fuerzas de Parra a esta localidad, se propagó de inmediato en todo el sur del estado, lo que motivó el entusiasmo de la población a favor de los republicanos. Desde Guadalajara salió un contingente franco-mexicano cuyos movimientos fueron vigilados por las avanzadas republicanas que los ubicaron en las afueras de la población de Santa Ana Acatlán, y el día 18 de diciembre fueron atacadas por la infantería republicana al mando Hipólito Loreto, lo que aprovechó Parra para disponer una estrategia envolvente que permitió atacar por diferentes lados a las tropas imperiales. El combate fue intenso, pero la estrategia de Parra se sobrepuso al efecto de la artillería francesa con un movimiento de falsa retirada, que sacó de sus posiciones a la infantería enemiga que creyeron tener la victoria, pero en ese momento fueron embestidos por una carga de caballería que los puso en fuga desordenada. Al final de la tarde, las fuerzas imperiales dejaron en el campo más de 150 muertos, 312 prisioneros, armas y artillería abandonadas y los sobrevivientes partieron en fuga rumbo a Guadalajara. En los días previos a esta batalla, desde el 8 de diciembre de 1866, en Guadalajara, se había iniciado la retirada del grueso de las tropas francesas del mariscal Castagny hacia el centro del país y para el día 12, la ciudad quedó en manos del Prefecto Político Juan C. Jontán y del general Gutiérrez. Enterados de los movimientos en territorio de Jalisco de la columna de Parra, el general Gutiérrez reunió a un grupo de liberales entre quienes destacan: Anastasio Cañedo, Emeterio Robles Gil, José María y Joaquín Castaños, Antonio Pérez Verdía, Pablo Vázquez, Ignacio Brambila y José María Vigil, entre otros, a quienes “amenazó severamente si provocaban o se verificaban aunque fuese sin provocación, el más leve trastorno”. Al día siguiente la ciudad empezó a fortificarse y la policía envió a la Penitenciaría a los señores Anastasio Cañedo y Emeterio Robles Gil, que se sumaron a Ireneo Paz y otros liberales que habían sido detenidos anteriormente.299 En la Penitenciaría de Guadalajara, además de una docena de liberales recién detenidos, permanecían apretujados más de 300 prisioneros, entre guerrilleros republicanos, asaltantes, asesinos y toda suerte de malechores, la mayoría sujetos a las Cortes marciales, las que instruían juicios sumarios y decidían en una sesión si el detenido era culpable o inocente; ser declarado 299

Luis Pérez Verdía. Historia particular del estado de Jalisco, t. III, p. 347. 183


culpable implicaba ser pasado por las armas al día siguiente, lo que había sucedido con al menos 179 condenados desde la instalación de ese procedimiento. El 18 de diciembre, Paz y otro grupo de prisioneros habían acordado escaparse el domingo 20 en complicidad con un grupo de peligrosos delincuentes, pues serían presentados ante la Corte marcial en pocos días. Al día siguiente, sábado 19 de diciembre, uno de los presos Mauricio Núñez, al caminar hacia las rejas exteriores se dio cuenta de que estaban abiertas y llegó corriendo con sus compañeros para informales que no había guardias y que eran libres, lo que fue ratificado por un joven de apellido Ordaz que a grito abierto les dijo: “¡El imperio se ha ido a pique! Parra derrotó a los franceses en la Coronilla… Gutiérrez está evacuando la plaza”.300 El grupo no podía salir del perímetro de la cárcel, pues estaba fortificado en las bocacalles y algunas tropas francesas que permanecían todavía en Guadalajara, no los dejaron pasar. La situación era angustiante porque el general Gutiérrez quería llevarse a los presos políticos en la columna que se retiraba, pero la oportuna llegada de Enrique Satler, jefe de la Guardia del Comercio, los rescató de tan apurada situación. Ireneo Paz pudo montarse en un caballo y desde las afueras de la ciudad observó la salida de los imperialistas: Gutiérrez, Cortázar y Colina iban a la cabeza de sus desmoralizadas tropas con el semblante desencajado. Para mayor seguridad, iban vestidos de paisanos. Eran 3 000 hombres muy bien equipados. García de la Cadena con 500 sin parque les salió al encuentro, les hostilizó y se desbandaron sin combatir a la vista del enemigo. El imperio se había desmoronado en el occidente de la República. La plebe de Guadalajara no cometió desorden alguno, limitándose a reunirse en grupos y pasear por las calles gritando: ¡Viva Eulogio Parra! ¡Viva la República!301

La noticia de la derrota en la Coronilla se supo en Guadalajara alrededor de las diez de la noche del 18 de diciembre, y fue tal el pánico que causó en el gobierno imperial, que las autoridades sin más, decidieron abandonar la ciudad. Durante toda la noche se realizaron los preparativos para la evacuación y para las siete de la mañana del día 19, la columna empezó a salir de la ciudad. El general Gutiérrez marchaba al frente de 800 soldados mexicanos y 200 franceses que se habían quedado contratados por el imperio; el Prefecto Jontán encabezaba la 300   Ireneo Paz. Algunas campañas. t. I, p. 171. 301   Ireneo Paz. Op. cit., p, 172. 184


columna de empleados y personalidades ligadas al gobierno; y en su huída, dejaron abandonados un buen número de cañones, municiones, vestuario y otros efectos. A la salida de las tropas imperiales los cónsules de Prusia, Teodoro Kunhardt y de España, Francisco Martínez Negrete, se abrogaron el título de autoridad provisional y encargaron a la Guardia Mutua, fuerza policiaca pagada por los comerciantes, que mantuvieran el orden público en la ciudad, tarea a la que se sumaron un gran número de ciudadanos armados. Al día siguiente, 20 de diciembre, una comisión integrada por Emeterio Robles Gil, Antonio Arias, Silviano Castañeda y Joaquín Castaños,302 se dirigió hacia el campamento republicano en busca del coronel Parra, a quien informaron que la plaza estaba libre, solicitándole que enviara una fuerza que la ocupara y diera garantías a la sociedad tapatía, acordando Parra que el general Guadarrama y el coronel Tolentino, marcharan con 200 caballos hacia Guadalajara a cumplir dicha encomienda. Ese mismo día, el coronel Parra pidió a Ireneo Paz, quien se incorporó a las filas republicanas como su secretario, la publicación de una proclama dirigida a la población de Guadalajara, en la que se afirma que todos los ciudadanos, “sea cual fuese su opinión política” podían dedicarse a sus labores cotidianas “sin temor de ninguna especie”, porque esa es nuestra bandera y en su tiempo, autoridades superiores resolverán “las cuestiones que interesan a la política y que no son resorte de un soldado”; refiriéndose Parra, a las solicitudes de varios liberales para que los traidores fueran castigados.303 El 21 de diciembre Parra al frente de sus tropas ingresó a Guadalajara en medio de una fiesta popular que Vigil describe de esta manera: Serían como las dos de la tarde cuando el pueblo, en número de más de cincuenta mil personas, en medio del estruendo de los cohetes, las cámaras y las campanas, salió a encontrar a los intrépidos y sufridos soldados de la república, y como a sus libertadores los condujo entre entusiastas y vivas y otras mil ardientes aclamaciones, después de recorrer algunas calles, a la plaza de armas, donde hicieron alto, para recibir las innumerables ovaciones de que eran objeto.

302

La Prensa. Extraordinario al número 22, del 21 de diciembre de 1866. En su Ensayo histórico del ejército de Occidente, t. III, p. 35, José María Vigil señala que dicha comisión estuvo integrada por Emeterio Robles Gil, José María Brambila, Pablo Vázquez e Ireneo Paz; lo mismo dice Luis Pérez Verdía. Historia particular del estado de Jalisco, t. III, p 359-360. 303

Idem. 185


Al llegar la arrebatada comitiva a la esquina de la Aduana, la señora doña Pilar Senociáin de Prieto, salió al encuentro del joven Parra, y después de una breve pero sencilla alocución le ofreció una bandera tricolor que el conmovido jefe aceptó con gallarda cortesía y expresivos votos de reconocimiento, y empuñándola, saludó respetuosamente para seguir entre la delirante muchedumbre…304

Una vez concluida la fiesta popular, cargada de símbolos patrios y poderosos gritos por la libertad y la independencia, las tropas se acuartelaron en diferentes edificios de la ciudad, dejando Parra una serie de patrullas para que cuidaran del orden y las propiedades. Al día siguiente, Parra nombró de manera provisional, en tanto que el general Corona arribaba para asumir el control político y militar del estado, a Regino de la Mora como director político de la ciudad y a José María Híjar y Haro como director general de rentas. Conforme se alejaban las fuerzas imperiales, los ayuntamientos republicanos se fueron reinstalando con sus antiguos funcionarios; el primero como se recordará fue el de Autlán el 15 de noviembre, le siguió San Miguel el Alto el 19 de diciembre, Guadalajara el 23, y en los siguientes días, se reinstalaron la totalidad de los gobiernos municipales de Jalisco. El día de su reinstalación, el Ayuntamiento de Guadalajara publicó un manifiesto en el que felicita a las fuerzas nacionales por su triunfo “sobre las ideas de opresión, de barbarie y sujeción a una potencia europea”. Consideran que una nueva época se presentaba con buenos augurios para el país, “toda de orden, de moralidad, de conciliación y de paz, en que los mexicanos, sin odios, sin rencores políticos, recuerden que son hermanos y cooperen con entusiasmo a la prosperidad, al engrandecimiento de la patria”.305 El ayuntamiento quedó integrado por Félix Barrón -presidente-, Manuel Ignacio Allende, Enrique Pazos, Salvador Camarena, José María Brambila, Eufemio González, Calixto Orozco, Ignacio Cañedo y Soto, A. Zaragoza, Aurelio Hermoso-síndico- y Justo V. Tagle –secretario-. Este grupo de regidores, aunque liberales que provenían de corrientes diversas y encontradas en el pasado reciente, se propuso hacer a un lado por el momento sus diferencias y las de ellos con los partidarios del imperio, para impulsar un amplio reencuentro social entre los tapatíos. En su manifiesto buscan tranquilizar a la población 304 305

José María Vigil. Ensayo histórico del ejército de Occidente., t. III, p. 35-36.

La Prensa, 31 de diciembre de 1866, núm. 23, p. 1-2. 186


y señalan que, ni el partido republicano de Jalisco, ni los jefes militares victoriosos tenían “un sentimiento de rencor, ni un grito de maldición para sus enemigos”. Agregan en su proclama, que todo ha sido generosidad para los equivocados y que su política a desarrollar será de total reconciliación para que pueda surgir “una era de organización, de garantías y de verdadera libertad…” Al final de su exhortación, llaman a cumplir con la Constitución de 1857 y reconocen al presidente Juárez al que llaman el “magnánimo”.306 A partir del 25 de diciembre volvió a publicarse el periódico oficial del gobierno de Jalisco, El País, bajo la dirección de Delfino Baeza, sin grandes desplegados ni demandas de venganza. En un recuadro en la parte superior de la primera página se limita a informar a sus lectores que, después de una suspensión de tres años “ocasionada por los funestos sucesos que trajeron a esta ciudad las fuerzas invasoras activamente auxiliadas por la traición”, volvemos hoy a emprender nuestras tareas periodísticas “con una fe robustecida por las enseñanzas de esa época, quizá la más gloriosa de nuestra historia”.307 De nuevo las páginas de los periódicos de Guadalajara propiciaron el espacio para los debates que la reconstrucción nacional exigía. Por el momento la prensa conservadora estará ausente por algunos meses, y los debates implicarán a los diferentes grupos liberales jaliscienses y sin duda el tema mas explosivo es ¿qué debe hacerse con los traidores? Las posiciones fueron encontradas y los debates estarán cargados de nuevo de intensa pasión, entre aquellos que pedían castigo a la traición y los que sostenían a todo trance la reconciliación y el olvido. En su primer editorial, El País, bajo la línea conciliatoria del coronel Parra y de Ireneo Paz, analiza con sumo cuidado los recientes acontecimientos que en su opinión auguraban la muerte de “ese malhadado ensayo monárquico”, impuesto por la fuerza de las tropas extranjeras y “aclamado por un reducido número de mexicanos extraviados”. La ola de la traición ha muerto, se dice, “dejando por única huella el borrón de un crimen frustrado”. Teníamos razón quienes combatimos a la intervención extranjera:

306   Idem. 307

El País. Periódico del gobierno del estado de Jalisco. 25 de diciembre de 1866, t. VII, núm. 1, p. 1. 187


…inicua y torpemente secundada por un partido que no podrá borrar de su frente la ignominiosa mancha de traidor… Hoy creemos tener también razón cuando decimos que tocamos ya a la era tan deseada de la definitiva constitución de la República, depurada de todo elemento bastardo, y sentada sobre las anchurosas bases de la libertad más amplia, y de las garantías, moralidad y respeto mutuo que ella engendra…308

Para El País, la vergüenza pública por la traición y el ostracismo político para el partido conservador era suficiente, pues, en la nueva era que estaba por nacer, la sociedad rechazaría a quienes optaron por la traición nacional. No exige castigo para los traidores pues según el periódico, se han castigado solos a la vista de todos los mexicanos. Este era apenas el primer escarceo sobre el tema de lo que estaba por venir. Desde su cuartel general en Mazatlán, el general Corona apresuraba los preparativos para su marcha hacia Guadalajara, por lo que el 26 de diciembre, el coronel Parra, con el fin de proteger el paso de su jefe por el territorio de Manuel Lozada, nombró al coronel Donato Guerra comandante militar provisional del Estado, para salir al encuentro del grueso de las tropas del Ejército de Occidente. Donato Guerra nombró como secretario de Gobierno al licenciado Emeterio Robles Gil y durante su breve administración reinstaló el Tribunal de Justicia del Estado, que se integró con Jesús Camarena como presidente; como magistrados Anastasio Cañedo, Juan A. Robles, Antonio Pérez Verdía y Aristeo R. Avilés; Fermín G. Riestra fue nombrado fiscal general. Influido seguramente por su secretario Robles Gil, el coronel Guerra dirigió al Vicario Capitular de Guadalajara una orden terminante, para que en 15 días “contados de esta fecha las señoras religiosas desocupen los conventos y 8 días para que los señores eclesiásticos cambien de traje… Luego que la desocupación de los conventos se haya verificado, se servirá Ud. ordenar que sean entregadas las llaves al ciudadano jefe político”.309 Esta actitud anticlerical fue una constante entre los liberales radicales de Jalisco durante al menos una década. Lo destacado del caso, es que Robles Gil un liberal a ultranza, insiste en que los altos dirigentes de la Iglesia que apoyaron la intervención francesa reciban castigo, pero ante los conservadores 308   El País, 25 de diciembre de 1866, t. VII, núm. 1, p. 1. 309

El País, 1 de enero de 1867, t. VII, núm. 4, p. 1 188


que se sumaron al gobierno imperial, aboga por el perdón y el olvido, y en todo caso, que las sanciones para los traidores las defina el general Ramón Corona a su llegada. Entre los merecedores del castigo se encuentra el eclesiástico Juan José Caserta, uno de los firmantes de la carta al general López Uraga al que se le pidió que rindiera las tropas republicanas a su mando. Caserta además se había desempeñado durante el imperio como presidente de la Junta Directora de Estudios, y por lo mismo, el coronel Donato Guerra se negó a ratificarlo en el cargo, respondiendo a su petición, que las prescripciones “de las leyes para el caso en que Ud. se encuentra, tanto por haber sido empleado con sueldo del Imperio, como por la ingerencia que ha tenido alguna vez en los negocios públicos en beneficio de él, no puede usted en estricta observancia de aquellas, continuar desempeñando los cargos a que se refiere…” Caserta fue destituido el 3 de enero de 1867 y en su lugar fue nombrado el licenciado Andrés Terán.310 Guadalajara en pocos días pareció recobrar su habitual tranquilidad; el comercio estaba abierto y los paseos se llenaban de familias; quienes habían servido a la administración del imperio estaban tranquilos, sin que nadie los molestara, incluso las tiendas francesas trabajaban con normalidad, sin las venganzas, ni ahorcados que desde los púlpitos se vaticinaban con el triunfo republicano. Solamente la Penitenciaría de Guadalajara mostraba aún rescoldos del régimen caído, pues en sus tétricas celdas todavía permanecían mas de doscientos presos en condiciones infrahumanas. El País, profundamente indignado afirma: “Hemos podido presenciar uno de los más tristes ejemplos de la escandalosa violación de las garantías individuales durante la dominación franco-traidora en esta ciudad”. Estos reos carecían de expediente, salvo una lista nominal en la que al margen se anotaba el supuesto delito cometido; no habían sido consignados a un juez pues estaban bajo custodia de la Corte Marcial, muchos de ellos desde hacía dos años. “Esos infelices que presentaban el aspecto más miserable, muchos de ellos enfermos, todos cubiertos de andrajos y llevando en sus semblantes el sello de prolongados sufrimientos”. Estos hombres sepultados en vida y alejados de sus familias

310

El País, 8 de enero de 1867, t. VII, p. 2-3. 189


en una prisión “en la que podía haberse puesto la célebre inscripción que vio Dante en la puerta del infierno: Dejad toda esperanza”. Los problemas para la total restauración del gobierno nacional eran muchos y aún estaba por definirse el destino final del imperio, cuyas tropas, por decisión de Maximiliano se concentraban en el centro del país, con destino a la ciudad de Querétaro, donde habría de tener lugar la última batalla. Entre tanto Guadalajara estaba a la espera del general Ramón Corona quien acompañado del coronel Parra, se alejaba del territorio nayarita y bordeaba los límites de Jalisco.

190


5. EPÍLOGO: ENTRE LEALES Y TRAIDORES Corona: “el pueblo tu nombre aclama”

El martes 15 de enero de 1867, a primera hora, el general Ramón Corona

llegó a la población de Tequila casi de manera misteriosa, advirtiendo que no se informara a las autoridades tapatías de ello, pues insistía en realizar una entrada sencilla en Guadalajara, queriendo con modestia, evitar un recibimiento masivo a su llegada. Adelantándose a sus tropas, acompañado de Parra y algunos otros jefes, tomaron una diligencia y emprendieron el camino hacia la capital del estado. Sin embargo, un hecho de esta magnitud no pudo pasar del todo desapercibido y a la cuna del maguey de mezcal, empezaron a llegar muchas personas a darle la bienvenida; el primero que lo “estrechó en sus brazos con ternura fue Don Antonio Gómez Cuervo, su antiguo jefe en la carrera mercantil”; llegaron después Emeterio Robles Gil y Alfonso Lancaster Jones representado al gobierno interino, y a lo largo del camino, se fueron agregando carruajes, carretas, hombres a caballo y sin saber de donde, a la comitiva se sumó un grupo de coheteros que con sus detonaciones al aire, fueron anunciando el paso de aquella alegre y espontánea caravana. A las diez y media de la mañana de ese día, las campanas anunciaron la entrada de Corona a la capital de Jalisco: Esta llegada repentina, al mismo tiempo que llenó de júbilo a la gran mayoría de mejicanos leales, que ven en ella un acontecimiento de grandes y felices trascendencias para la definitiva pacificación de la República, frustró los preparativos que se tenían hechos, no por el gobierno, porque el ciudadano general Corona manifestó terminantemente desde Ixtlán su voluntad de que no se le hiciera ninguna recepción oficial, sino por los mejicanos patriotas que querían manifestar su entusiasmo al digno y modesto defensor de la independencia nacional, cuyo nombre es un título de gloria imperecedera para México.311 311   El País, 17 de enero de 1867; t. VII, núm. 11, p. 2. El periódico afirma que “el martes 15 cuando se creía que 191


No faltaron los sonetos para el “valiente defensor de la Independencia y la Libertad de México” en los periódicos de Guadalajara, aquí dos de ellos publicados por El País: Llega por fin, caudillo de la Patria, guerrero ilustre, general valiente. Que tantas veces la altanera frente Hiciste doblegar al invasor. Llega; Jalisco te saluda ufano Como a su hijo querido cuya gloria Es la hoja más brillante de su historia Que ofusca la mirada del traidor.

“Al soldado del pueblo, perseguidor intransigible de conquistadores”: Te teme el francés osado El traidor te ve con ira, El trásfuga se retira De tu vista avergonzado, Que de careta no muda, Que en la desgracia no duda, Ni se envilece al infame; El pueblo tu nombre aclama Y tus virtudes saluda.312

El presidente Benito Juárez también fue objeto de diversos sonetos en la prensa local, aquí un fragmento del publicado por El País: Salud, héroe modesto y virtuoso, Ilustre Juárez, de tu patria gloria, Cuyo renombre, la veraz historia Puro conservará y esplendoroso. No en campo de batalla sanguinoso Te coronó el laurel de la victoria, Ni al pasar a los siglos tu memoria Se le unirá un recuerdo doloroso.

Corona….”; Vigil en su Ensayo histórico…, afirma que llegó el día 14 de diciembre. 312

Idem. 192


Tu heroica fe, tu abnegación sublime Las armas son con que feliz venciste, Y tu constancia es hoy la que redime Al pueblo opreso, que lloraba triste Al son de las cadenas opresoras Que rompieron tus manos vencedoras.313

A las cuatro de la tarde de ese día, los tapatíos tuvieron la oportunidad de vitorear la entrada del grueso de las tropas del Ejército de Occidente, tres mil hombres que al cruzar las calles de Guadalajara eran saludados de manera eufórica por un inmenso gentío que les reconocía como “vencedores de los franceses, los restauradores de la República y el más firme apoyo de la libertad y de la independencia nacional”.314 Estos valientes sin embargo, distaban mucho del espectáculo que presentan los desfiles de tropas en las fiestas nacionales vestidos con trajes de gala; las tropas de Corona vestían pobremente, tan pobres como los recursos del país para enfrentar la guerra extranjera: “se les vio entrar en la ciudad casi harapientos…”315, pero eso tal vez, estimuló aún más a la población para recibirlos con emotivas muestras de simpatía. ¿Pero quién era el general Corona realmente? ¿Merecía ser llamado el libertador de Occidente? Desde el punto de vista militar cuáles eran sus logros? Recordemos que fue un hombre de poca formación cultural, seguramente un autodidacta que aprendió el arte militar haciendo campaña, la mayoría de las veces en Nayarit en contra de Manuel Lozada, defendiendo los intereses de sus patrones. Ireneo Paz considera que el prestigio de Corona empezó a crecer cuando fue el primero en oponerse a la traición del general López Uraga prefiriendo escapar hacia Sinaloa, “para que volviera a sonar allí su nombre como el alma de las intrigas que hicieron rodar el poder de García Morales, de Plácido Vega, de Antonio Rosales y todos cuantos podían hacerle sombra.” Y agrega: ¿Qué importaba que brillaran en hechos guerreros de un modo esplendoroso los nombres de Rosales, de Pesqueira, de García Morales, de Granados y de tantos valientes que estuvieron luchando a pie firme en los estados de Occidente contra la Intervención, que importaba todo eso para Corona, si él ya había logrado sobreponerse a ellos, tanto en el consejo de Juárez como en el juicio de la opinión pública? 313   El País, 19 de enero de 1867, t. VII, núm. 12, p. 4. 314 315

Idem., p. 1-2.

Ireneo Paz. Algunas campañas. t. 1, p. 193. 193


Por eso, después de ganada aquella posición en que hubo más brillo artificial que peligros, el nombre de Corona no volvió a figurar en ningún combate, dejando a los aguerridos jefes de que supo rodearse el trabajo de estar manteniendo su prestigio. Corona tuvo dos méritos: el de saber elevarse y el de saber conservar su elevación…316

Juicio severo sin duda el de Paz, pero ¿qué tan equivocado está? Después de la derrota de Espinazo del Diablo, que fue su primer combate en firme contra tropas francesas, Corona no volvió a presentar batalla durante casi un año y cuando combatió lo hizo en Nayarit, en contra de su enemigo de siempre: Lozada. Posiblemente las limitaciones tácticas que alguna vez le reclamó López Uraga, no le dieron a Corona la confianza para hacer una guerra de posiciones y prefirió dividir a sus hombres bajo el esquema que él usaba contra Lozada; sin embargo en descargo de Corona hay que recordar que después de la derrota de los cuerpos de ejército del Centro y del Norte, el gobierno de la república alentó más la guerra de guerrillas que las grandes batallas en las que los franceses mantenían la superioridad por su artillería y la experiencia de combate de sus tropas. En el arte de la emboscada, Corona era un verdadero campeón, pero movilizando grandes contingentes en un mismo campo de batalla, no se sentía cómodo, por eso, en el frente Occidental no se dieron grandes batallas y se apostó al desgaste gradual de las fuerzas extranjeras a través de la emboscada, la guerra de guerrillas y el acoso a las líneas de comunicación y de abastecimiento del enemigo. Corona también tiene en su contra, su disposición al golpismo y a la intromisión en los asuntos políticos de los estados bajo su mando, de lo que a pesar de todo, obtuvo grandes dividendos al consolidar los mandos locales de Pesqueira en Sonora y Rosales en Sinaloa; también supo rodearse de jefes capaces como Parra, Guadarrama, Tolentino y Guerra para la campaña en Jalisco, avalando su actuación con la caída de Mazatlán, la victoria en La Coronilla y la liberación de la ciudad de Guadalajara. Sin duda Corona está lejos de las hazañas militares de Porfirio Díaz, pero para los tapatíos se convirtió por aclamación popular en su caudillo liberador. A su llegada, Corona se instaló en una casa que le ofreció Lázaro Gallardo, a quien había conocido en la época de la Junta Patriótica de Guadalajara en 1863. Su relación con los tapatíos se limitaba a esos meses inciertos 316   Ireneo Paz. Algunas campañas, t. I, pp. 184-185 194


en los que se esperaba la llegada de los franceses al estado, por lo tanto, no mantenía ninguna relación política con los grupos liberales que se disputaban el poder. Había llegado antes que Ogazón y que Ignacio L. Vallarta quienes durante años gobernaron el estado a la cabeza de la facción radical del partido liberal y sin ellos, no existía en Jalisco figura política que se animara a desafiar sus decisiones. Dos temas importaban a Corona en esos momentos antes de continuar la campaña militar en Colima y después en el sitio de Querétaro: ¿Qué hacer con los traidores? Y, ¿A quién nombrar como gobernador y comandante militar del estado para que convocara a elecciones generales? Corona era partidario de expedir un decreto contra los traidores que mostrara la repulsa sin miramientos, hacia todos aquellos que se hubieran sumado a la causa del imperio. Con el fin de recabar la opinión de distinguidos liberales, Corona citó a varios de ellos en el salón de la casa que ocupaba, para plantearles su proyecto que esperaba fuera aplaudido por todos, que como él, se sintieran indignados con el comportamiento de los malos jaliscienses. Para su sorpresa, la mayoría de los presentes se opuso a la expedición de un decreto rigorista, argumentando que el coronel Parra había expresado plenas garantías para todos y que incluso, el gobierno de Juárez se mostraba compasivo en esta cuestión; también se le argumentó a Corona, que ya no era momento para nuevas alarmas entre la población que apenas se empezaba a sentir tranquila. Emeterio Robles Gil, presente en la reunión y reconocido como uno de los más exaltados republicanos, se atrevió a decir que “él no autorizaría semejante decreto ni como secretario ni como gobernador, en caso de que se le revistiera de tal carácter…”. Corona se sintió indignado; sus años de lucha, sus convicciones republicanas y su deseo sincero de justicia eran incomprendidos por ese grupo que jamás había estado en el campo de batalla y ahora pretendía acotar sus decisiones. Si alguna vez Corona había pensado en Robles Gil para designarlo gobernador del estado, con esa intervención perdió toda posibilidad de serlo. Reflexionado de manera parecida al temible Antonio Rojas, entre aquellos que peleaban por la república y los que se decían republicanos y estaban en las comodidades de su casa:

195


El general Corona vertió amargas quejas contra los liberales pacíficos, que siempre vienen a servir de estorbo para el desarrollo de la política. Como ellos no exponen nunca nada, no quieren arriesgarse al peligro remoto de las represalias. Esta bien: nadie quiere ayudarme…, tampoco los necesito para nada. Yo solo firmaré el decreto.317

Después de esta reunión, Corona quedó convencido de que no podía contar con la clase política liberal de Jalisco y que los diferentes grupos se destrozarían por llegar al poder, a menos de que él, les ganara la partida. No podía ni quería buscar alianzas con el grupo de Ogazón y Vallarta, con los que existía cierta afinidad en los principios sobre todo en el tema de los traidores, porque su cercanía con el presidente Juárez los convertía en contrincantes de mucho peso político; menos aún nombraría un gobernador que pudiera serle desleal en cualquier momento, pues Corona quería expandir su red de dominio político por todo Sonora, Sinaloa y Jalisco; se anunciaba pues, como un futuro cacique regional. Dispuesto a dar el golpe maestro y tomar por sorpresa a los grupos contendientes, por la tarde Corona que se encontraba platicando acompañado de su secretario privado de apellido Armienta, Ireneo Paz y Antonio Gómez Cuervo, se dirigió a éste y le dijo: Usted será el gobernador de Jalisco. Gómez Cuervo sintió tal sorpresa, que se levantó del asiento como impulsado por un resorte y enrojeciéndose hasta lo blanco de la uñas, preguntó con acento extraviado: ¿Yo…? Si señor: usted. La entonación que dio Corona a su voz indicaba una resolución tomada que no admitía réplica. Pero ustedes comprenden que esto es imposible, agregó el desagraciado hombre como implorando auxilio de los que éramos allí simples espectadores…. ¿Por qué es imposible? –le preguntó el general en jefe- Porque también fui… Eso no importa –interrumpió Corona antes de que pronunciara la palabra traidor- yo tengo amplias facultades para rehabilitarlo.318

Ciertamente Gómez Cuervo había ocupado el cargo de regidor en Tequila durante el Imperio, pero la vieja amistad y el agradecimiento a la ayuda prestada por la familia Gómez Cuervo para armar la primera brigada de voluntarios con la que Corona empezó a combatir a Lozada, era suficiente muestra de lealtad 317   Ireneo Paz. Algunas campañas. t. 1, p. 194. 318

Ireneo Paz. Algunas campañas., t. 1; p. 196. 196


y confianza. Corona llevaría al gobierno a un actor ajeno a las intrigas de los grupos liberales de Guadalajara, a un provinciano como él, a un amigo que sería siempre leal; pero con esta decisión Corona dividió a los grupos liberales jaliscienses, cuyas rencillas posteriores debilitaron el poder político que alguna vez llegara a manifestar el estado de Jalisco en anteriores momentos históricos. Decidido a consolidar su presencia política en el estado y romper con el monopolio del mismo que mantenían Pedro Ogazón y Vallarta desde 1858, Corona promulgó el 16 de enero el decreto mediante el cual designó a Gómez Cuervo, gobernador y comandante militar del estado; el periódico La Prensa al respecto comentó: Como hombre público no lo conocemos; pero estamos seguros de que desempeñará dignamente tan difícil puesto y que será aceptado por todo el mundo con la mayor satisfacción puesto que, a su notoria honradez, y a la firmeza de sus principios, reúne la energía y la circunstancia, sobre todo, de no participar de las rencillas de bandería.319

El nombramiento de Gómez Cuervo recibió el beneplácito del presidente Juárez, lo que dejó despejado el camino a Corona para convertirse por el momento, en el factor de poder mas importante de todo el Occidente de México. Antes de partir hacia Colima aún en manos de tropas imperiales, Corona decidió abordar el candente problema de los traidores jaliscienses mediante dos medidas que causaron estupor no solo entre los derrotados aliados del imperio, sino también en amplios núcleos liberales que abogaban por la fórmula del olvido y la reconciliación social. La primera medida fue la circular del 17 de enero de 1867, en la que de conformidad con lo establecido por la Ley del 16 de agosto de 1863, se advertía que no fueran empleados en los puestos de gobierno, a quienes hubieran servido “bajo el llamado imperio…”, en tanto el Supremo Gobierno de la Unión no dicte una disposición en sentido contrario, “debiendo cesar por ahora toda tolerancia al respecto”.320 La segunda medida fue el decreto del 20 de enero, en el que se concedían cinco días de plazo para que salieran del estado todas aquellas personas que pudieran estar comprendidas en la Ley de 25 de enero de 1862, es decir, todos aquellos individuos que de alguna manera hubieran cooperado con los invasores 319   La Prensa, 17 de enero de 1867, núm. 28, p. 1. 320   Colección de los Decretos, Circulares y Ordenes de los Poderes Legislativo y Ejecutivo del Estado de Jalisco. t. II, p. 250. 197


y sus aliados mexicanos. El decreto señala que los servidores del imperio, en virtud de que ni el general Parra, ni el coronel Donato Guerra cuando actuaron como comandantes militares del estado, tomaron medidas en su contra, habían creído vanamente que estarían exceptuados de tener que “depurar su conducta ante los tribunales competentes, por la parte mas o menos grave que tomaron a favor del gobierno intruso…”, eso, señala el decreto, es intolerable para la dignidad de la patria ofendida.321 Para Corona resultaba inaceptable que notorios traidores se mantuvieran tranquilamente en sus casas, administrando sus negocios privados como si nada hubiera pasado en tres años y que después de tantos sacrificios para restaurar el sistema republicano, sus enemigos no recibieran ni siquiera una amonestación pública. El decreto, como Corona había previsto, provocó una avalancha de críticas desde las mismas filas liberales y a regañadientes, aceptó que una comisión encabezada por Emeterio Robles Gil, se dirigiera a Zacatecas para entrevistarse con Juárez a quien le plantearía el problema en busca de una suspensión del decreto. Juárez, que era un ferviente partidario de la reconciliación nacional les escuchó con atención y aceptando sus argumentos, accedió a cancelar la medida en tanto se encontrara una solución nacional al problema de los traidores. El general Corona salió de Guadalajara con rumbo a Colima el 27 de enero y al día siguiente desde la población de Sayula le escribió a Juárez una carta en la que, entre otras cosas le comenta respecto al decreto del 20 de enero lo siguiente: En Guadalajara he tenido que hacer frente a las pretensiones mas avanzadas, no sólo del partido retrógrado, sino aun de los hombres que pertenecen al partido liberal, que se hallan comprometidos con los primeros por razones de consideración o conveniencia, lo que verá usted por las manifestaciones que elevaron al gobierno del estado, para que éste intercediera cerca de mí, el consejo de gobierno y el ayuntamiento. En cuanto a bienes de traidores, solo he mandado intervenir hasta ahora, con arreglo a la última disposición del Supremo Gobierno, los que pertenecen a don Francisco Velarde y los de la testamentería del finado don Manuel Arango y Escandón. El decreto que expedí el 20 del corriente, fue motivado por las providencias que arrancaron al señor Guerra las personas que lo rodearon antes de mi llegada allí en favor de los que se hallaron comprendidos en las disposiciones de leyes sobre el delito de traición a la patria, sorprendiendo su buena fe.322 321   Idem. p. 251-252. 322

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 11; capítulo CCIII, p. 48-49. 198


El 1º de febrero, sin disparar un tiro, se rindió la plaza de Colima y Corona aceptó que las tropas del imperio salieran armadas y con sus banderas desplegadas fuera del estado; durante algunos días permaneció en esa población organizando la administración republicana, pero, ante la campaña que se avecinaba en el centro del país, ordenó al coronel Donato Guerra avanzar hasta Lagos de Moreno y al general Manuel Márquez instalarse en La Barca para actuar de manera combinada con las tropas del general Régules en la campaña por el estado de Michoacán. Una vez que dejó instalado el gobierno estatal, Corona regresó a Guadalajara desde donde el 14 de febrero partió con rumbo a Zamora para ponerse al frente del ataque a la ciudad de Morelia, Michoacán, preámbulo al sitio de Querétaro, donde quedarían enterrados para siempre los proyectos de gobiernos monárquicos en México. En medio de intensos y desesperados combates que sostenían en el centro del país los partidarios de Maximiliano, el 4 de febrero de 1867 murió el licenciado y general Anacleto Herrera y Cairo en la hacienda de La Quemada, Zacatecas, quien después de sobrevivir a la debacle de las fuerzas republicanas en el sur de Jalisco, se había incorporado a las fuerzas del general Mariano Escobedo en aquel estado.323 Entre tanto en Guadalajara, desde la salida de Corona, el gobernador Gómez Cuervo empezó a tomar las riendas del poder. En su equipo de colaboradores sobresalen Alfonso Lancaster Jones, al frente de la secretaría general de Gobierno; el general Jesús Román como comandante militar del estado y, el cerebro intelectual del grupo de Ramón Corona el escritor José María Vigil quien sustituyó a Delfino Baeza como director del periódico oficial del estado El País. Sin embargo de que en diferentes medios se discutía el camino que México debía seguir para superar la profunda crisis social y económica que la guerra había dejado como herencia maldita, el tema que despertaba mayor crispación entre la población seguía siendo el de los traidores a la república. El villano favorito de José María Vigil fue el excomisario imperial Jesús López Portillo, quien como miembro del Consejo de lo que quedaba del gobierno de Maximiliano en la reunión del 14 de enero, habría votado a favor 323   La muerte de Anacleto se suma a la de su hermano Joaquín quien fuera asesinado por los conservadores en Guadalajara en 1858. 199


de la guerra sin cuartel en contra de los republicanos, a lo que El País comenta en su editorial del 31 de enero de 1867: López Portillo…¡Oh! López Portillo, ese trásfuga renegado, ese despreciable y asqueroso reptil, ese ridículo engendro de traición y de perfidia, ese ambicioso vulgar, payaso de todos los partidos, refrán político, excremento de los jesuitas, ese escarabajo inmundo de deshonor y de ingratitud, ese también opina por la continuación de la guerra.324

Por su parte el periódico La Prensa en sus editoriales del 2 y 6 de febrero se declaró en favor de la fórmula “olvido y reconciliación” para los empleados públicos que habían seguido laborando en el gobierno imperial. Argumenta que cuando el gobierno de la República había expedido las leyes de 25 de enero de 1862 y la de 24 de agosto de 1863, “deseaba evitar en lo posible que algunos mexicanos débiles en sus principios se adhirieran al enemigo”. Agrega que en los casos anteriores el gobierno tenía una influencia directa en gran parte del país, situación que fue cambiando en forma radical, conforme avanzaba la invasión. La Prensa no cuestiona el derecho del presidente para exigir que los ministros, los militares o quienes tuvieran puestos importantes la obligación de cumplir con las leyes señaladas, pero tal deber no podía imponerse a toda clase de empleados, “porque muchos de estos no solo no tienen obligación de moverse del lugar en que habitan, si no que se hallan impedidos de hacerlo aunque quisieran”.325 La defensa del periódico se limita a los empleados menores que en realidad no podían seguir ni servir a un gobierno que no tenía residencia fija, y porque tales empleados afirma, “sirvieron en última instancia a la nación y no a un gobierno en particular”. La respuesta de El País a los argumentos de La Prensa el 12 de febrero fue contundente, y de entrada rechaza la acusación de que el gobierno liberal “y sus más entusiastas partidarios quieran que caiga la injusta calificación de traidores sobre los ciudadanos que tuvieron la desgracia de ser llamados a servir al imperio”, puesto que no es lo mismo ser llamado a servir que servir de hecho, y la ley promulgada nunca comprendió ni pudo comprender a los primeros, ni tampoco es exacto que no se hubieran impuesto ciertas restricciones, 324   El País, 31 de enero de 1867, p. 3. 325   La Prensa, febrero 2 de 1867, t. 1, núm. 31, p. 1. 200


“pues vemos en la misma ley exceptuados y libre en consecuencia, de toda responsabilidad, a ciertas categorías, como los empleados de instrucción pública y la beneficencia”.326 El País considera que La Prensa se ha echado la tarea de justificar a los servidores del imperio, bajo el supuesto de que el ejército invasor y el llamado imperio, al controlar gran parte del territorio nacional habían logrado de hecho ejercer la soberanía y al paso del tiempo algunos mexicanos mal informados consideraron indestructible el gobierno imperial: … error en el que incurrieron algunos hombres de estado, porque no comprendieron a fondo que la cesación de la guerra en Estados Unidos haría a éstos expulsar de América al ejército y príncipe aventureros… Entonces los mejicanos creyeron que el nuevo soberano era el que se debía obedecer conforme a la religión y a la moral; entonces consideraron que los cargos públicos que desempeñaron bajo el régimen democrático no podían desecharse bajo el régimen imperial…327

El País refuta completamente los argumentos de La Prensa y le recuerda a los editores las dos clases de traidores que se habían unido a Maximiliano: … los que por odio a las ideas progresistas, enemigos intransijibles [sic] del partido liberal, [que] llamaron a la intervención extranjera, se unieron a los invasores, proclamaron la monarquía e intentaron destruir el gobierno nacional; y los liberales renegados, que habiendo merecido toda especie de favores y consideraciones al partido democrático, que la echaban de grandes patriotas cuando ya estaba proclamado el imperio, lanzaban proclamas, formaban juntas populares y se paseaban en procesiones cívicas haciendo alarde de un patriotismo chillón y petulante, y que después cuando creyeron que podían desenmascararse impunemente, no porque se lo prescribiera la religión y la moral, porque estas no pueden nunca autorizar la traición más asquerosa y más pérfida, sino porque les pareció que el crimen estaba consumado, que la nacionalidad había naufragado para siempre, que el gran Napoleón no retrocedería de su obra de conquista, y que por lo mismo era llegada la vez de tirar la piedra a la víctima, y de engullir en la infamia el mendrugo de su prostitución…328

Estos, los liberales renegados, según El País, son más traidores que el traidor franco como fueron los conservadores, que arriesgaron el todo por

326

El País, 12 de febrero de 1867, t. VII, núm. 22, p. 2.

327   Idem. 328   Idem. 201


el todo, en tanto los otros “solamente cambiaron de manto cuando vieron aseguradas sus migajas…”.329 Al debate se unió el 5 de mayo de 1867, el licenciado Ignacio L. Vallarta miembro prominente de la facción radical del partido liberal, con su discurso en la conmemoración de la batalla de Puebla de 1862, realizada en el edificio del Instituto de Ciencias. El imperio agonizaba en esos momentos, Maximiliano y sus seguidores sufrían un intenso asedio de parte de las fuerzas republicanas en Querétaro; era cuestión de tiempo y lo que se debatía en esos momentos era el castigo que merecían recibir los traidores. El discurso de Vallarta se inserta en esta coyuntura y por la influencia política del personaje que lo expresó, tuvo resonancia nacional, al ser la exigencia generalizada de los liberales republicanos que no se rindieron ante la invasión extranjera. Para Vallarta, la intervención de Francia nada tiene que ver con el pago de una deuda, ni proteger a la llamada parte sana de la nación, la intervención tiene por objeto fortalecer a los sureños esclavistas del sur de los Estado Unidos con el fin de derrocar “al coloso del norte”. La guerra que acabamos de vivir le dice Vallarta a su auditorio, fue la guerra entre dos ideas: la monarquía y la república; ha sido una batalla por el futuro de la humanidad que México dio con sus propios y escasos recursos: ¡En pié, señores, y saludad en el pobre soldado de la República mejicana, el obrero misterioso que trabaja por la felicidad del género humano! ¡Bendito sea mil veces mi hermoso pabellón, a cuya sombra reposó la esperanza de la generaciones futuras! ¡Benditas sean nuestras armas que pudieron contribuir a afirmar la democracia en el mundo! ¡Benditos mil veces nuestros héroes que defienden a Méjico, han peleado por la causa de todos los pueblos”.330

La intervención, afirma Vallarta, en su extenso discurso, combatió la independencia, luchó contra la reforma “bajo el disfraz de la religión, suspirando siempre por el príncipe extranjero, mendigando el apoyo de los 329   Idem. 330   Discurso pronunciado en el salón principal del Instituto de Ciencias por el c. Lic. Ignacio L. Vallarta, en la festividad nacional del 5 de mayo. El país, periódico oficial del Estado de Jalisco; números 66, 67, 68, y 69, del 25 de mayo al 1 de junio de 1867.

202


tronos: ¡la historia pide su castigo!” Si la traición tuviera vergüenza habría muerto a los pies del imperio que levantó, pero como no tiene conciencia, ni valor para ello, “es necesario entregarla a la justicia para que nos libre de sus crímenes, para que haga imposible otra invasión extranjera en el país…” No hay ninguna disculpa para la traición –continúa Vallarta-: que la ley señale quienes son los traidores y los castigue sin compasión; Juárez –concluye- “no burlará, os lo prometo la justicia nacional: no será cruel, no teñirá de sangre nuestro suelo; pero desarmará, castigándola para siempre, a la traición: el celoso guardián de la honra y del porvenir de Méjico, no será generoso, será justo”.331 Ante las demandas de castigo para los traidores, el gobernador Gómez Cuervo tomó algunas medidas preventivas en su contra: una circular del tres de marzo de 1867 dispuso que todos los que desempeñaron trabajos o comisiones en el orden militar durante el imperio, se tenían que presentar en un término no mayor de ocho días a las oficinas de la comandancia militar, para tomar nota de su nombre, dirección y encargos que hubiera tenido. “Todos los que estando comprendidos en esta disposición no la acataren, serán considerados por ese solo hecho como sospechosos y se procederá contra ellos.”332 Al clero le obsequiaron dos circulares; la primera prohibía a los sacerdotes pedir limosnas y diezmos sin la aprobación previa de las autoridades; y la segunda que prohibía toda injerencia en los cementerios, los que regresarían al control de las autoridades civiles. El gobierno estatal empezó a ser presionado por los grupos políticos liberales para que apurara la sustitución de las autoridades municipales provisionales y convocara a nuevas elecciones, ante el gran número de ayuntamientos que quedaron sin autoridades y peor aún, por la presencia de autoridades electas bajo el régimen republicano, que siguieron funcionando como tales durante el gobierno del imperio. En la mayoría de estos funcionarios prevaleció la idea de que el régimen republicano había dejado de existir y lo mejor era aceptar la nueva situación. Este hecho confirmaba de alguna manera la tesis defendida por el periódico La Prensa, de que pretender castigar a los traidores de acuerdo a las leyes expedidas por el gobierno de 331

Idem.

332   La Prensa, 8 de marzo de 1867. T.1, núm. 45, p. 1. 203


Juárez en 1862 y 1863 respecto del deber de los empleados públicos, llevaría a declarar traidores a más de la mitad de la población del estado. Por su parte el general Corona seguía teniendo buena estrella y en el mes de marzo se rindió la ciudad de Morelia y además, el general Régules, comandante del Ejército del Norte, alegando estar indispuesto por una enfermedad, aceptó que Corona comandara los dos ejércitos, el del Norte y el de Occidente en su camino hacia Querétaro, plaza en la que se atrincheró Maximiliano en espera de un milagro. Después de casi un mes de sitio y de algunas batallas en las que las fuerzas al mando de Corona jugaron un papel importante, de nuevo el azar, la suerte, el destino, como quiera llamársele fue generoso con Corona, quien el 15 de mayo de 1867 fue informado de que el fallido emperador deseaba capitular y entregarse bajo su custodia. El informe de Corona al presidente Juárez sobre este suceso es el siguiente: En la mañana de hoy (15 de mayo) ha sido ocupada esta plaza por nuestras fuerzas, lo que se ha conseguido con sólo pocos disparos y quedando en nuestro poder Maximiliano, Mejía, Miramón, Castillo, Casanova, Gutiérrez, Reyes, Magaña, y otros cuyos nombres no recuerdo, además toda la guarnición, armamento, artillería y depósitos. Desde anoche el señor general Escobedo había recomendado la mayor vigilancia, informándome que a las once atacaría La Cruz; y a las cuatro de la mañana me envió el parte de haberse ocupado, en efecto, esta posición y hecha prisionera la fuerza que la defendía, lo que también fue anunciado por un repique en ese convento. Al dar principio este repique, comenzaron a salir de la ciudad algunas columnas de caballería con dirección al Cerro de las Campanas. En el acto dispuse que el general Rocha hiciera avanzar una columnas de la fuerza de su mando sobre la Casa Blanca y los señores generales Régules y Rivera se dirigieron a la Alameda. De ambos puntos se desprendieron fuerzas al encuentro de las nuestras, pero en lugar de hacer fuego, prorrumpieron en vivas a la República, lo que me hizo avanzar con la fuerzas de Sinaloa y Jalisco para la garita de Celaya. En ese momento se me incorporó el general Cortina que, con la de su mando, se dirigía también al mismo punto. A la vez se me presentó un comisionado de Maximiliano manifestando deseaba hablar con el general en jefe. Le hice presente que el general Escobedo no se hallaba allí; que volviera a informarlo así a su superior y que, mientras se presentaba el general en jefe, mandaría suspender mis fuegos, siempre que Maximiliano hiciera, por su parte, otro tanto. Lo que se verificó, en efecto. Sin embargo, al observar yo que se desprendían de la Campana algunas columnas con dirección a mi línea de batalla, moví las mías a su encuentro sin otra demostración de hostilidad. Luego se me presentó el mismo Maximiliano acompañado de los generales Castillo y Mejía, con otros jefes y oficiales cuyos nombres ignoro. 204


Maximiliano me hizo presente que ya no era emperador por haber depositado con el señor Lacunza, al salir de México, su abdicación; que si se necesitaba una víctima allí estaba él. Como no me tocaba resolver ese punto, así se lo manifesté, añadiéndole que mientras se presentaba el señor general en jefe tenía garantías a mi lado, lo mismo que las personas que lo acompañaban. Llegó el señor Escobedo y se los entregué. Hecho esto, me ordenó que pasara a la población para hacer guardar el orden.

Congratulándome con usted por el feliz término de esta campaña, me repito de usted afectísimo amigo que besa su mano. Ramón Corona333 Como puede comprobarse en este informe oficial que el general Corona envió al presidente informándole la rendición de Maximiliano, jamás se menciona que el príncipe caído entregara su espada al general jalisciense, como alguna historiografía convirtió en mito patriótico regional. El propio Juan B. Híjar y Haro, autor del tercer tomo del Ensayo Histórico del Ejército de Occidente al narrar este hecho, afirma que Corona inició el descenso del Cerro de las Campanas con Maximiliano, Mejía y Castillo encontrándose con el general Escobedo poco después, con quien charló aparte brevemente y le entregó los prisioneros. Maximiliano pidió hablar en privado con el general Escobedo y se retiraron a corta distancia: Lo que pasó entre estos dos personajes se ha sabido después: por entonces únicamente pudo notarse que el jefe de estado mayor de Escobedo, recibía la espada de Maximiliano.334

La noticia de la caída de Querétaro y la captura de Maximiliano se supo en Guadalajara a las dos y media de la tarde del día 16 de mayo y entre el repique de las campanas agitadas por jóvenes liberales, el gobernador Gómez Cuervo decretó fiesta estatal los días 17, 18 y 19 de mayo. Todos los periódicos de Guadalajara realizaron descripciones llenas de emoción y patriotismo de la fiesta popular que de manera espontánea se vivió en toda la ciudad y en todo el estado; aquí la reseña de La Prensa:

333   Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. t. 11; capítulo CCXIV, pp. 18-19. 334   José María Vigil y Juan B. Híjar y Haro. Ensayo Histórico del Ejército de Occidente. t. III, p. 161. 205


Pocas veces habíamos visto tanto entusiasmo y espontaneidad para la celebración de un triunfo de las armas republicanas, como el 17 del presente en que se recibió en esta ciudad la noticia de la ocupación de Querétaro. Tan luego como se recibió la pausible noticia, los repiques a vuelo en todas las iglesias, la salva de artillería, los innumerables cohetes… y las alegres dianas que tocaban las bandas y músicas militares, nos hicieron comprender que se trataba de celebrar un gran acontecimiento: el pabellón nacional se izó en todos los edificios públicos; el comercio fue cerrado en el acto, estábamos de fiesta. El pueblo afluía de todas partes, inundando repentinamente nuestra hermosa plaza de armas, donde se vitoreó a México, al benemérito ciudadano Presidente; al ciudadano gobernador del Estado y a los bravos soldados del pueblo que, después de tantas penalidades y sacrificios habían logrado derribar el más fuerte baluarte, y por decirlo así, el único baluarte del ridículo imperio… Por la noche se iluminó espontáneamente la ciudad y los edificios públicos: dos músicas militares tocaron alternativamente en la plaza de armas, cantándose el himno a Juárez y la hoy popular canción denominada Adiós a mamá Carlota cuya letra es del general Riva Palacio…335

La fiesta continuó durante todo el día siguiente con paradas militares, salvas y música por todas partes. El triunfo en opinión del periódico La Prensa tendría como resultado “el restablecimiento completo de las instituciones republicanas, de la independencia de México y de la paz porque tanto anhelan los habitantes todos de la República”. El 19 de junio de 1867, Maximiliano y los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía fueron fusilados en el Cerro de las Campanas; Juárez ingresó a la capital del país el 15 de julio, y ese día convoca al país a la reconciliación nacional; dos días después, el día 17, pronuncia su discurso en el que justifica los castigos a que fueron sometidos Maximiliano y sus principales colaboradores, mismos que en Europa habían sido exagerados, sobre todo por el fusilamiento de Maximiliano de quien se esperaba que fuera simplemente repatriado a su país y tal vez se le ofreciera una disculpa por el trato recibido por lo mexicanos que luchaban por recuperar su independencia. Las primeras frases de su discurso las dedica Juárez a la Providencia: “Caiga el pueblo mexicano de rodillas ante Dios, que se ha dignado coronar nuestras armas con el triunfo”. De esta manera reconoce la intervención de la Providencia a favor del pueblo mexicano, para que pudiera recuperar su libertad y su soberanía al tiempo que el extranjero invasor recibía el justo castigo,

335   La Prensa, 18 de mayo de 1867, t. 1, núm. 76, p. 1. 206


también como una manifestación de una voluntad superior que protegía a nuestra nación. En el mundo que nos contempla atónitos, señala Benito Juárez, hay dos bandos claramente identificados. Uno que ama a su patria y que está formado por lo que reivindican nuestro derecho inalienable a existir como pueblo soberano e independiente, los que aman la libertad y mueren en su defensa, los que no han renegado de nuestros primeros héroes “que rompieron las cadenas que nos tenían maniatados al vil poste del sistema colonial…”, en fin, por todos “ los que en ambos hemisferios han simpatizado con nosotros…”, en los duros momentos que se nos han presentado.336 El otro bando, “es aquel que fundó el orden en la fuerza y con la fuerza extorsiona, tala, mata…”; a este bando que deifica la autoridad unipersonal de los monarcas, pertenecen los que emplean el terror como forma de gobierno, los enemigos de la democracia; los que defienden en Europa a la monarquía con la razón de los cañones y en fin, “los que en ambos hemisferios piden, no virtudes públicas, sí reyes, para establecer la paz doméstica desde el Río Grande hasta Brasil”. Este último bando nos ataca en todas las formas posibles, de obra, de palabra y pensamiento “con toda especie de armas”, las lícitas y las prohibidas “por el derecho de gentes”. Maneja contra México, dice Juárez, tanto las tropas mercenarias “como el falso apostolado de la idea con sus hordas de serviles y sofistas apaniguados”. Este discurso es la respuesta a las maldiciones que vertieron los periódicos europeos defensores de la monarquía, cuando el presidente ratificó el derecho del país para aplicar un justo castigo a quines habían atacado su independencia y pretendían esclavizar a todo un pueblo: “ la nación a la hora de sonar el gran juicio juzgó y castigó”.337 Es la respuesta al coro de lamentaciones de los gobiernos de Inglaterra, Francia y Austria por la muerte de Maximiliano, los demás muertos mexicanos no les importan; nuestra bandera, afirma Juárez no se ha manchado de sangre, y los castigos que la conciencia pública dictó, “que

336   Benito Juárez. Manifiesto justificativo de los castigos nacionales en Querétaro. 17 de julio de 1867. Guadalajara, 1879, Tipografía de S. Banda. Mario Aldana Rendón. La segunda independencia: textos sobre la intervención francesa, Guadalajara, 1986; p. 20. 337

Loc. cit., p. 21. 207


su tribunal sancionó y yo hice ejecutar con fórmulas legales”, no violan ni el evangelio ni los principios de derecho universal. Al final de su intervención Juárez se pregunta si México tenía derecho a imponer la justicia nacional después de la caída de Querétaro: “Quién podrá negárselo a una república soberana, admitida hace mas de medio siglo en la gran familia de las naciones”. México tenía el derecho, afirma Juárez de administrar la justicia y juzgar a Maximiliano como reo de “nacionicidio hasta donde pudo consumarlo”. La intervención fue una guerra de conquista que con el apoyo de las monarquías europeas “pudo dar forma transitoria a un simulacro de imperio”. Pero una vez que los franceses se retiran ¿qué es lo que queda ante la cara de la nación? Solamente filibusteros, afirma Juárez, que están fuera de toda protección legal, filibusteros que produjeron la muerte de doscientos mil mexicanos, por ello: México en Querétaro triunfante, no había tenido guerra civil, porque los mexicanos en masa contuvieron su independencia contra Francia en guerra pública: los traidores dejaron de ser mexicanos al apoyar al extranjero. México en Querétaro triunfante, tampoco dio conclusión a la guerra pública, porque Francia había desaparecido con sus armas humilladas. México en Querétaro triunfante, no dio término sino a una guerra de bandidos.338

No obstante lo contundente del discurso, el gobierno de Juárez fue bastante prudente a la hora de hacer justicia. El general Santiago Vidaurri y otros generales conservadores de negro historial como asesinos fueron fusilados. Las relaciones con la Iglesia católica ya rotas desde la Guerra de Reforma se mantuvieron suspendidas por largo tiempo; pero la gran mayoría de empleados, soldados y otros tipos de funcionarios y partidarios del imperio pudieron seguir sus vidas con relativa normalidad; el río de sangre que la Iglesia anunciaba iniciaría el gobierno juarista, simplemente no llegó jamás. Los jaliscienses defensores del imperio sufrieron diversas penalidades pero solamente el rico hacendado y general honorario Francisco Velarde apodado “el burro de oro” fue fusilado en Zamora, Michoacán, los demás salvaron la vida. Periodistas y editores como Dionisio Rodríguez, Rafael Arroyo de Anda y Remigio Tovar continuaron realizando sus actividades sin

338   Benito Juárez. Manifiesto justificativo de los castigos nacionales en Querétaro. Mario Aldana Rendón. La segunda independencia: textos sobre la intervención francesa. Guadalajara, 1986, p. 24. 208


restricción alguna; Tovar, antiguo general de brigada del ejército conservador, sirvió al imperio y a la caída del régimen abandonó Guadalajara radicándose en la ciudad de México, donde siguió ejerciendo el periodismo hasta su muerte en 1896; Arroyo de Anda desde las páginas del periódico La Civilización, se convirtió en el periodista más crítico del gobierno de Ignacio L. Vallarta en 1872 por lo que fue encarcelado por treinta días y en otra ocasión estuvo a punto de ser asesinado por “un sujeto malviviente azuzado por la autoridad”.339 Dionisio Rodríguez Castillo siguió manejando su imprenta y poco después de morir en 1877, el gobernador del estado Jesús Camarena le declaró benemérito por “sus servicios a favor de la Escuela de Artes, a pesar de haber sido opuesto y servido [como regidor de Guadalajara] al imperio”.340 Otros partidarios y servidores del imperio como el sacerdote Juan José Caserta, que se desempeñó como Presidente de la Junta de Estudios, el doctor Pablo Gutiérrez, regidor de Guadalajara y médico de las tropas imperiales, y el ingeniero Longinos Banda regidor y alcalde mayor de Guadalajara, debieron solicitar su amnistía al gobierno federal, la que les fue concedida sin mayores problemas. En 1867 el gobernador Antonio Gómez Cuervo, no obstante la clara filiación imperialista reinstaló la Junta Auxiliar de Geografía y Estadística de Jalisco bajo la presidencia de Longinos Banda y el doctor Ignacio Fuentes, con la mayoría de sus socios originales, los que fueron amnistiados y reincorporados a la sociedad con todos sus derechos. En 1881, el gobierno liberal de Joaquín Riestra declaró benemérito al doctor Pablo Gutiérrez “por sus eminentes servicios a la escuela médica, sin atender a su credo político ni su adhesión al imperio, que lo hizo abandonar Guadalajara con los últimos soldados del general Gutiérrez… el 19 de diciembre de 1866”.341 Los miembros jaliscienses de la Junta de Gobierno de Maximiliano, el ingeniero Vicente Ortigosa y el excomisario imperial Jesús López Portillo, fueron detenidos en la ciudad de México; Ortigosa fue condenado a ocho años de cárcel y López Portillo fue condenado al destierro por seis años; antes de salir del país obtuvo permiso para trasladarse a Guadalajara a fin de tramitar varias cuestiones personales y sucedió lo increíble, el gobernador Gómez 339   Juan B. Iguíniz. El periodismo en Guadalajara. Guadalajara, 1955, t. 1, p. 131-134. 340 341

Luis Pérez Verdía. Biografías. Guadalajara, 1952, p. 119.

Idem. 209


Cuervo y liberales reconocidos como Jesús Camarena, Emeterio Robles Gil y Alfonso Lancaster Jones entre otros, intervinieron a su favor ante el gobierno federal, logrando convencer al presidente Juárez de que López Portillo, ante su avanzada edad, le fuera conmutada la pena de destierro por la de confinamiento en su domicilio de Guadalajara.342 Aunque tanto Pérez Verdía como Ireneo Paz sostienen que López Portillo no fue un perseguidor, sino un político moderado que evitó muchos abusos en contra de los republicanos jaliscienses, José María Vigil no comparte esa impresión y por el contrario, fue de las voces que se alzaron en contra de la conmutación de la pena; respecto al gobierno humanista y patriótico de López Portillo que sostienen Pérez Verdía y Paz, el 23 de julio de 1867, en El País, Vigil afirma que, no se puede llamar patriotas “a los que se constituyeron en viles instrumentos del extranjero usurpador. Si los servidores de Maximiliano son patriotas ¿qué nombre merecen los republicanos defensores de la independencia? El de bandidos tal vez, o todos patriotas…”343 En su comentario, Vigil recuerda varias ejecuciones de republicanos que se realizaron por órdenes de López Portillo; en la administración modelo de humanidad y patriotismo, dice con ironía, además de innumerables asesinatos, el gobierno no respetaba las garantías individuales: “Cuando se cometía algunos de esos crímenes, un clamor de horror y de indignación se levantaba por todas partes, el Sr. López Portillo veía y oía; se apretaba las manos y las cosas continuaban su curso. Hasta allí llegaban la humanidad y el patriotismo del señor Comisario Imperial.”344 El triunfo republicano dejó en Jalisco al general Ramón Corona como un factor emergente de poder; al grupo de Ogazón y de Vallarta, juaristas de cepa, como grupo dominante desplazado por las circunstancias, pero con grandes posibilidades de rehacer su presencia política en el estado; a los conservadores aliados del imperio con la cabeza sumida en el dolor de la tragedia; y a los liberales moderados, con la vergüenza de haber traicionado sus principios, de pecar de oportunistas y lo peor aún, con la desvergüenza de querer regresar a

342   Luis Pérez Verdía. Biografías, p. 118. 343   El País, 23 de julio de 1867, t. VII, núm. 91, p. 1-2. 344   Idem. 210


la escena de la política como alternativa de mediación entre los conservadores derrotados y los republicanos triunfantes. El imperio había concluido y el país debería sobrevivir el aislamiento político y diplomático impuesto por los países europeos durante casi una década y reconstruirse a partir de su propio esfuerzo y sus magros recursos. La independencia nacional estaba garantizada, México se había ganado a pulso su lugar entre las naciones libres y soberanas y en el futuro inmediato tendría que enfrentar nuevos retos en su largo y sinuoso camino para abatir la injusticia social y construir un verdadero régimen democrático, tarea que como sabemos, encontrará obstáculos formidables.

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DIRECTORIO

Mtro. Jorge Aristóteles Sandoval Díaz Gobernador del Estado de Jalisco Mtro. Roberto López Lara Secretario General de Gobierno DR. Javier Hurtado González Director General del Instituto de Estudios del Federalismo “Prisciliano Sánchez”

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Impreso por Impresos Revoluci贸n 2000, S.A De C.V. Libertad #19 Col. Centro. C.P. 44100 Guadalajara, Jalisco. Enero del 2015 Tiraje, 200 Ejemplares

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