Ficciones 21 tardor 17

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Los autores de esta revista son alumnos del Taller de escritura creativa (Otoño 2017) del Graduado en Educación Secundaria del Institut Obert de Catalunya La ilustración de la portada está realizada con Quint Buchholz. Aquí detallamos los autores seleccionados y sus centros tutores. ¡Felicidades a todos por vuestro trabajo!

Daniel Aramendi Rodríguez

CFA Can Marfà, Mataró.

Sara Azouagh

Institut La Bisbal

Francisco Javier Bersabé Tapia

CFA Sant Josep, L'Hospitalet.

Cristian Bolla Luís

CFA Anoia

José Cabanes Angulo

CFA Sebastià J. Arbó, Amposta.

Patricia García Royo

IOC- Barcelona

Pere Hareu Sole

Institut Illa de Rodes

Alvaro- Jesús Lara Vallejo

CFA Maria Verdaguer,Figueres.

César López García

CFA Vilaseca

Ona Pastor Vilches

CFA Tàrrega

Laia Pellicer Llombart

CFA Sebastià J. Arbó, Amposta.

Santiago Pérez Marcos

CFA Sant Josep, L'Hospitalet.

Carolina Puertas Rubio

JXO Baix Empordà

Roser Puigdeval Teixidor

AFA Pla de l'Estany, Banyoles.

Magdalena Vasileva Hadzhieva

CFA Lloret de Mar

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¿Qué refleja el espejo? La distancia, sentimientos en conflicto Soy una chica de 31 años y me llamo Patricia. Soy residente en Alemania, pero nacida en Barcelona en el año 1986. Llegué a Alemania hace aproximadamente 4 años, mi intención en ese momento era buscar un futuro mejor y ampliar mis conocimientos académicos y lingüísticos. De momento sigo en esa etapa. Mi complexión es normal, ni gorda ni delgada, tampoco alta ni baja, mi masa es de 59 kilogramos y mi estatura 1m y 65cm. De ojos acastañados, marrones como el café, mi nariz es redonda, labios finos que componen una amplia sonrisa y muestra una dentadura pareja y blanca. En mis mejillas se caracterizan dos hoyuelos que transmiten simpatía. Tengo el cabello rizado, largo hasta la cintura y su color brilla naranja como una puesta de sol. Soy una chica con mucha personalidad, impulsiva, sincera, cariñosa, con una fuerza de voluntad que hasta yo misma me sorprendo de el aguante que en muchas ocasiones brindo. Lejos de la familia, uno se da cuenta de la fuerza que se necesita para seguir, como un huracán, los recuerdos revolotean dando vueltas constantemente en mi cabeza, siempre en conflicto, duelen, me hacen reír, me hacen llorar, me hacen reaccionar, con solo una finalidad: crecer como persona y aprender a valorar muchas cosas que cuando no las tienes, no sabes el significado ni la importancia que tienen. También soy una persona muy llorona, me cuesta mucho reprimir mis sentimientos y en muchas ocasiones, esa impulsividad que me caracteriza me hace decir y hacer cosas de las que no soy consciente de sus posibles consecuencias, (éstas a veces malas y otras de las que sentirme orgullosa). Continúo con mis gustos: amo los animales y la naturaleza, hago ejercicio 3 veces por semana, me encanta sentir la cascada de adrenalina que recorre todo mi cuerpo, aumentando mi fuerza y resistencia. Actualmente curso el nivel B1 de Alemán, un idioma muy difícil, pero a la vez muy interesante. Cuando tengo ocasión, que ahora no es muy a menudo por la distancia, me encanta pasear por la playa y relajarme con el sonido de las olas, y en verano ponerme al sol como un lagarto y disfrutar del calor que desprende. Patricia García Royo (Barcelona)

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Enfrentándome a la inevitable vanidad Me encuentro sentado frente a una cristalera tan grande como un gigante de un cuento para niños y puedo ver el reflejo perfecto de mi persona y de mi aspecto, tanto es así que es capaz de atravesarme con mi propia mirada, de suceder así saldrían grietas en las paredes del salón donde me encuentro. Me he dado cuenta de que no podría estar sin mirarme en el espejo durante un período largo de tiempo. Necesito ver mis ojos marrones oscuros que intentan decirme algo sobre el pelo que tengo oscuro y negro como las plumas de un cuervo, llevo coleta como los antiguos samuráis, vestir con colores claros sean mis pantalones tejanos descoloridos o mis sudaderas con imágenes de signos aztecas, hace que vea más bonito mi cuerpo de piernas gruesas ni cortas ni largas la espalda ancha brazos fuertes como los de un caballero que pueden sujetar a mi princesa con firmeza. No tengo actitud de un cobarde que se esconde como una comadreja, tengo miedo mezclado con alegría por seguir haciendo bien lo que me propongo en los estudios de sacarme el graduado escolar que me apunté en su día. De nuevo volví a mirarme al reflejo y la vanidad desaparecía a medida que pensaba que era más importante compartir mis ratos de alegría, soy de los que aprende y se esfuerza, cuando nací dijeron “tiene dedos de pianista”, y esos dedos cogieron el bolígrafo que os describe como soy por dentro y por fuera en este momento de mi vida. Francisco Javier Bersabé Tapia (CFA Sant Josep)

Autorretrato

Me llamo Sara, nací en el 22/7/1992 en Marruecos, en la cuidad de Nador. Hace 10 años que inmigré a Cataluña con mi familia. Físicamente soy una chica de piel fina, clara, algo oscura, ojos grandes de color chocolate. Tengo los labios pequeños, pero carnosos, en forma de corazón. Mi pelo es de color castaño claro con las puntas rubias, aunque ese color no es mi color natural. Soy una persona con un carácter fuerte, pero a su vez soy muy sensible. Soy una persona desconfiada, observadora y a veces muy seria. Mucha gente me considera buena persona, soy alegre, simpática, divertida, tímida, soñadora y una persona luchadora.

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Me encanta la comida mexicana, sobre todo los nachos con salsa de aguacate, me encantan los caracoles y los canalones. Los dulces son mi pasión, el tiramisú, helado de turrón y mi postre favorito es la tarta Sacher. Me gusta pasear por la playa, ir al cine, hacer deporte, y si hay algo en esta vida que me apasiona es viajar. Me gusta conocer otras culturas y ver las maravillas que hay por el mundo, Si fuera un animal me gustaría ser un pájaro, para sentirme libre, saber lo que es volar, disfrutar de cada rincón hasta donde podría llegar, disfrutar de la naturaleza y disfrutar de cada rincón de esta tierra, simplemente saber lo que es volar ... Muchas gracias. Sara Azouagh (Institut La Bisbal)

Si pudiera ser... Me llamo Roser y con 46 años creo ser fuerte como un león. Me siento capaz de hacer muchas cosas, supongo que la buena salud que gozo acompaña. Físicamente no parezco muy grande, con mi estatura regular y un peso normal. Asemejo muy común, tengo el pelo negro, un poco rizado y cortado a media melena, ojos marrones como la miel, nariz respingona y pequeña, dientes muy bien ordenados y cara menuda. Soy algo tímida y muestro tener carácter valiente, pero más adelante se percibe dónde puedo llegar y hasta qué punto me emociono, como una flor cuando se marchita. Quisiera disfrutar de gran cantidad de cosas, demasiadas: caminar por la naturaleza, pasear en bici, correr, nadar, leer, y quizás dibujar y pintar. Pero con la familia y el trabajo no se ofrece hacer milagros. Me conformo con disfrutar aprovechando positivamente actividades con los chicos, que es con quien debo estar. Por ejemplo, me gusta leer fabulosos cómics de dibujos con mi amado hijo disminuido, disfruto ver como él también puede leerlos y emocionarse con ellos; o ir a pasear con ellos por el campo. Roser Puigdeval Teixidor (AFA Pla de l'Estany)

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Vidas imaginarias La obsesión de Tino Tino era un chico de 26 años, de complexión afilada y escasa, tez blanca casi translúcida, rostro alargado, ojos rasgados y negros como dos pozos profundos e infinitos. Transmitían una mirada impasible cual muñeco de trapo. Según decían, con una mente privilegiada, aunque no muy aprovechada. Se distinguía por ser solitario, apenas se relacionaba con nadie. Convivía con su abuela por necesidad, en un caserío aislado en las faldas del Pirineo. La abuela tenía un cuerpo encorvado, de talla escasa, consumida por los años y el duro trabajo. Cabellos descuidados y blancos como la nieve. Su rostro mostraba una a una las desgracias acaecidas en su familia, que eran demasiadas y muy rocambolescas. A sus 86 años y a pesar de su sordera, aún conservaba la lucidez suficiente, para darse cuenta de que su querido nieto poseía un lado oscuro que le era difícil comprender. Tino había tenido una vida difícil. Huérfano de madre desde los doce años, nunca llegó a conocer a su padre condenado a muerte poco antes de que él llegara al mundo. Según las crónicas de aquellos años, su padre, envuelto en la locura, fue responsable del asesinato de cinco personas en extrañas circunstancias. Él recordaba con cierta obsesión un cuento que cada noche leía su madre a los pies de la cama. Era un cuento breve,(Fátima la hilandera) de un autor que idolatraba. Cada noche durante escasos cinco minutos se apoderaba de todo su ser. Su madre, después de una vida complicada, se lo leía con la esperanza de protagonizar por fin un desenlace como el del cuento, pero nunca llegó. Se fue cuando Tino más la necesitaba, y el desenlace trágico marcó a Tino para siempre, con un mar de incomprensión y abandono. Estaba obsesionado con aquel cuento, el cual daba esperanzas que nunca tuvo. No entendía, que tras tantas desgracias, su madre no hubiera tenido la oportunidad de ser feliz, y sobre todo, de estar con él cuando más le hacía falta. Era una noche de otoño cerrada y fría. Tino se encontraba en el sótano. Una luz tenue y parpadeante chisporroteaba en su cara. Era un lugar tenebroso, paredes rugosas, sucias y desgastadas por el paso del tiempo. La única ventana que había en la habitación se encontraba tapiada. Un armario de madera vieja y carcomida ocultaba a simple vista su presencia. Al fondo se encontraban unas destartaladas escaleras que accedían al piso superior. En el centro del sótano, una

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silla de jardín completaba todo el mobiliario existente. Sentada sobre la silla, una mujer sollozaba sin cesar, invadida por el pánico no paraba de temblar, más de miedo que por frío. Dos bridas negras envolvían sus muñecas y le tatuaban heridas de una considerable profundidad, pero su lucha por zafarse, nunca daría resultado. Era una mujer de mediana edad, melena rizada, de color carbón y amarrada con una coleta. Su piel rosada mostraba un millar de pecas marrones y una falda larga y de colores vivos encerraba sus piernas. Sobre sus hombros, una manta gris le daba abrigo y tapaba su desnudez. Tino se encontraba justo detrás de ella, y en las manos sostenía una cuerda. Apartó con el pie la blusa que se interponía entre el trono maldito y su verdugo. Parecía rezar en silencio palabras incomprensibles para ella. Los susurros iban creciendo en intensidad y se volvían más guturales a cada segundo, hasta que una frase rompió el estremecedor cántico. -¡Vas a morir! pronunció Tino con voz inflexible. Ella no comprendía nada, no sabía el porqué de todo aquello, y solo alcanzaba a emitir sollozos entre lagrimas incesantes. El azar le había jugado una mala pasada. Tino mostraba un rostro duro e incorrompible, y en un rápido movimiento deslizó la cuerda alrededor de su cuello, y empezó a apretar. Ella pataleaba en un baile grotesco mientras se iba mermando su aliento. Durante medio minuto luchó con todas sus fuerzas, pero sin opción ni esperanza. Tino contemplaba impasible como se apagaba la vida de la mujer. Soltó la cuerda y ésta se deslizó hasta el suelo. Tembloroso y aturdido, se colocó mirando a su victima. Su expresión plácida contrastaba con la fatídica escena. Agarró la manta arrojándola al suelo junto a la silla, en ese instante el cuerpo desnudo pareció deslumbrarlo. Inmediatamente, sacó un libro y un rotulador negro de su bolsillo. Comenzó a escribir sobre unos hombros caídos y sin vida. ¿Dónde está tu hilo?, ¿tus mástiles?, ¿tu tienda? Tras estas preguntas escritas sobre la piel de la mujer, depositó el libro sobre sus piernas y se marchó dejando una nueva escena de película de terror a sus espaldas, imitando, sin saberlo, a su progenitor... César López García (CFA Vilaseca)

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La escalera de la vida Antonio era un chico joven, emprendedor, su mirada era penetrante como la de una serpiente, su pelo puntiagudo y negro, como un erizo, era delgado, pero fuerte como un leopardo; su carácter fuerte, pero a la vez amable, era terco y obstinado en sus proyectos, se tiraba al río sin calcular muy bien sus metas; por eso a veces fracasaba en sus intentos, le gustaba la poesía sobre todo Antonio Machado, esto le servía para refugiarse de sus fracasos. En el primer negocio que montó le ayudó su padre; era un local muy barato, pero Antonio le puso ganas e ilusión, pero no calculó bien la ubicación de este, debido a que había muy poco paso de gente y con el tiempo tuvo que cerrar, en ese periodo vendió ordenadores de segunda mano. Para el segundo negocio se fijó un poco más en la zona, la calle era más transitada de gente y amplió la oferta, vendía ordenadores, móviles etc...Debido al fuerte alquiler que pagaba y a unos meses malos de venta no pudo aguantar y tuvo que cerrar. La tenacidad era una característica de él, no se daba por vencido aunque a veces quisiera tirar la toalla, el tercer negocio que tuvo lo montó a medias con un amigo, ya que sus ahorros se iban agotando. Empezaron vendiendo mucho, ya que el local era grande y con buena situación, y encontraron buenos proveedores que les facilitaban comprar a buenos precios.Las ofertas de estos proveedores se terminaron, tuvieron alguna discusión entre ellos y con el tiempo acabaron cerrando el negocio. Antonio se dedicó una temporada a estudiar y a formarse, tuvo la idea de hacer una franquicia, y su olfato y su instinto le llevaron por el buen camino. Acertó de pleno en el producto, en la ubicación del negocio y en su experiencia de tratar con el público. Un día, conectado a Internet, por casualidad leyó un cuento, “Fátima la Hilandera”, y se dio cuenta de que nada pasa por casualidad, que para llegar al éxito hay que fracasar y que cada paso en la vida es un aprendizaje. Ahora guarda el cuento en un cajón y de vez en cuando lo vuelve a leer; según él esto le ayuda a cargar las pilas. Santiago Pérez Marcos (CFA Sant Josep)

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Inventar sobre los demás ¿Quién tiene miedo? Hace más de veinte años del holocausto nuclear y apenas quedan un puñado de seres humanos desperdigados por la vasta geografía. Los que no murieron durante la guerra lo hicieron después, por el hambre y la miseria o en manos de seres despiadados y crueles que aprovecharon el caos para dar rienda suelta a su maldad. Yaiza tiene veinticinco años y desde hace diez vive completamente sola en los bosques de Centroeuropa. No siempre fue así, recuerda a una pareja, ellos la encontraron en medio de una ciudad devastada, ellos la recogieron y la cuidaron, pero ellos ya no estaban. Dieron su vida cuando fueron capturados para que ella pudiera escapar, contaba con quince años de edad por aquel entonces. Pasó miedo, tuvo que defenderse en un medio donde los hombres no pensaron que volverían a encontrarse jamás, se escondió en los bosques, huyó de lo que quedaba de las antiguas ciudades, allí no había más que dolor. Yaiza ha cambiado mucho, es ágil y rápida como un zorro y paciente como un caimán. Los reflejos de lince, la vista de águila… El instinto animal que ha desarrollado la mantiene con vida. ¿Quién tiene miedo? Porque ella ya no. Su blanca tez apenas se adivina a través de las capas de barro y las pieles oscuras que la cubren. Luce un hermoso pelo, enmarañado como llamas de fugo al viento y cuando corre entre los árboles, estos parecen prenderse a su paso. Viste las pieles de animales que ella misma caza. No hace mucho que ha matado un oso tan negro como una noche sin estrellas, el más enorme que había visto hasta entonces. No fue fácil, si no llega a ser por su destreza con la lanza, yacería destripada en medio de la floresta. Con él se hizo una gran capa peluda y unas botas con sus garras, los dientes, cual perlas, cuelgan y adornan ahora su garganta. Muchas bestias la respetan, es una más entre ellos e incluso comparte cueva con una familia de lobos, se reparten la comida y ella prepara un fuego en las noches más frías. Lleva tanto tiempo sin usar el lenguaje humano con nadie que ya apenas lo recuerda. Su vida transcurre con la certeza de que no hay nada seguro, con una libertad tan salvaje que la posibilidad de morir ya no la asusta. Porque la muerte está en todas partes, en cualquier roca mojada, en una rama medio seca, en los dientes de multitud de bestias salvajes… Pero, ¿quién tiene miedo? Porque ella hace tiempo que no.

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Hoy luce el sol, Yaiza está bañándose en el lago, el agua está fría, se sumerge y mira hacia arriba, observa los rayos que penetran en su cúpula mágica, juega como una náyade traviesa. El agua está limpia, parece mentira lo rápido que se ha regenerado el mundo desde que el hombre ha sucumbido a su propia arrogancia. Sale del agua y se tumba en la hierba. Desnuda al sol, nota el intenso calor del astro, tan agradable como el abrazo de un hermano. Se sabe Eva en el jardín del Edén, pero sin Adán, sin Dios, sin reglas… sin miedo. Ona Pastor Vilches (CFA Tàrrega)

El calcetín rojo Juanito era un niño de siete años, era rubio como un ángel y ojos negros como el carbón. Cuando lo miraba la gente pensaba que era como ver a un ángel con ojos de demonio. Y no se equivocaban, detrás de su parecido angelical, su mirada y su interior no eran tan buenos como parecía en un principio. Siempre acababa metido en líos, algo parecido a esos personajes como Daniel el travieso o Celia. Su madre, un mes antes a la noche de Navidad, le regaló un calcetín rojo para ponerlo en la chimenea y le explicó que cada día que se portara bien, escribirían juntos un deseo en un trocito de papel y lo meterían dentro del calcetín, así todos o casi todos sus deseos se podrían cumplir la noche de Navidad, cuando Papá Noel los leyese. Le dijo además que todos esos papelitos se convertirían en chucherías y chocolates. El niño estaba tan contento con que eso pudiese ocurrir que todos los días se portó mejor que nunca y siempre deseaba que acabara el día para meter su deseo en el calcetín rojo. Mientras pasaban los días, cada noche cuando el niño se dormía, su madre, leía todos y cada uno de los papelitos, y conocía un poco mejor los deseos de su hijo y también, de esta manera, a su hijo en sí. Se dio cuenta de que muchos deseos los podría cumplir poco a poco. Sin embargo, uno de ellos era complicado. El niño deseaba saber quién era su padre, dónde estaba o por qué no tenía uno. Su madre empezó a pensar como le podía confesar a su hijo algo así. Llegó la mañana de Navidad y el niño se despertó y fue directo a ver el calcetín rojo. Lo que vio no lo podía creer: su madre había tenido razón y todos y cada uno de los papelitos era una chuchería o chocolate. Estaba contentísimo, cuando de repente, vio que debajo del árbol de Navidad, estaban muchos de los

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juguetes que deseaba. Y vio un sobre que ponía: “de Papá Noel a Juanito con amor”. Lo llevó rápidamente a su madre para que se lo leyera, ya que aún le costaba un poco leer. Su madre empezó a leer pausadamente para que su hijo lo entendiera poco a poco: “Juanito, yo sé que una de tus preocupaciones es el hecho de que no tengas un papá, pero debes saber que tu madre tiene un corazón tan grande y te quiere tanto que puede dar cabida al amor que te daría también un papá. Yo sé que tu mamá siempre quiso tener un hijo, pero le fue muy difícil encontrar a una persona con la que compartir una experiencia así. Pero lo deseó tanto, tantísimo, que hubo médicos que la ayudaron a conseguir que pudiera tener uno. Puede que no lo entiendas ahora mismo porque eres pequeño, pero te prometo que pronto lo entenderás y sabrás lo mucho que te quiere tu mamá”. Cuando su madre acabó de leer, Juanito la abrazó y le dio un beso a la mejilla, su madre lloró de felicidad y esperó que Juanito entendiera que no pasa nada si no tiene un papá porque ella lo quiere por dos, por tres y por los que haga falta. Daniel Aramendi Rodríguez (CFA Can Marfà)

Lecciones de ortografía

Keriman es un chico joven de la India que al cumplir los 18 años decidió por sí mismo mudarse a vivir en España. Cree que tendrá una vida mejor, que encontrará un buen trabajo donde sera valorado y que tendrá muchos amigos. Porque por lo demás, el país, las calles, la manera de vivir y en sí, todo lo que no es Índia le encantaba. El único problema que Keriman tenía al tomar esta difícil decisión era que, si quería encontrar trabajo y tener amigos, deberá aprender la lengua castellana. Y bien, no mucho después de mudarse, Keriman se apuntó a la escuela de adultos donde le enseñaban a hablar español, comenzando de cero. Tuvo muchos problemas ya que no entendía por qué una palabra puede tener varios significados y tampoco entendía las comas, los puntos, etc. En fin, todo era un nuevo mundo para él.

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6 años después, si no fuese por su nombre, nadie diría que él viene de la lejana Índia, ha aprendido a hablar perfectamente la lengua. Además aprendió bien los significados de cada palabra, aunque esta tenga varios, y lo más importante es que ahora sabe cómo utilizar los signos de puntuación, que al principio ni siquiera quería entender y pensaba que no tenían sentido. A día de hoy Keriman es profesor de lengua castellana en uno de los mejores colegios de Madrid y cada día, antes de acabar las clases, recuerda decir a sus alumnos que no es lo mismo ‘’no puedo’’ que ‘’no, puedo’’. Magdalena Vasileva Hadzhieva (Lloret de Mar)

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Escribir sobre nosotros mismos Sueños rotos Laia era una niña alegre, cariñosa con sus amigos y padres pero todo esto cambiaría el día que su madre decidió cambiar a la pequeña de escuela. La madre, haciendo un gran esfuerzo para poder pagar la escuela de la que tantos elogios había escuchado, matriculó a su hija mayor. Allí Laia empezó el curso escolar cargada de miedos y de inseguridades, compañeros nuevos, profesores nuevos, en fin ahora se le habría un nuevo mundo a la pequeña... A Laia los primeros días le costó mucho adaptarse, pero todos estos días fueron los mejores que paso en aquel infierno de colegio. Al cabo de unos meses de empezar las clases Laia empezó a sufrir bullying, todos los días eran una tortura el ir a la escuela, solo entrar en la escuela ella sabía que todo lo que esperaba durante el día eran golpes, escupitajos e insultos. Al principio Laia se calló y no quiso decirle a su familia por el calvario que estaba viviendo, pero su madre no tardó en darse cuenta. La muchacha la cual siempre había sido muy activa en el deporte, de un día para otro ponía mil excusas para no hacer deporte, todo porque sabía que si hacía deporte en el cambiador le caería una paliza de las que se hacían llamar sus compañeras de clase. A la hora del patio estaba siempre escondiéndose por los baños, las clases… todo lugar era bueno, con tal de evitar la paliza diaria. La madre de Laia fue a hablar con su profesora y la única cosa que aquella “señora” le dijo fue que quien siembra tormenta recoge tempestades y que la única solución que le podía dar era hacer repetir a la pequeña. Laia no se lo podía creer, encima de que tenía que aguantar los golpes y las humillaciones encima la obligaban a repetir para que no le pegaran. Esto no ayudó mucho, pues a la hora del patio seguían en la misma escuela y a la hora de las entradas y salidas de clase igual… Todo terminó alejándola de sus sueños de convertirse en una gran abogada y periodista, todo porque una señora que se hacía llamar profesora no supo actuar como tal. Actualmente aquella ya no tan pequeña Laia sigue luchando por cumplir sus sueños, ahora quiere convertirse en una maestra de niños, una maestra que enseñe a respetarse los unos a los otros, una maestra de vocación y no una maestra de salario. Laia Pellicer Llombart (CFA Sebastià Juan Arbó)

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Un cuento de princesas Ona y Eva eran hermanas. Ona, de ocho años, era de piel morena y pelo oscuro, oscuro casi negro, negro como el firmamento. Le encantaba la película Pocahontas y debido a su parecido, o eso le gustaba pensar a ella, su madre la apodó Princesa Pocahontas. Eva, de tres, era de tez clara, pelo rubio, rubio iluminado por los rayos del sol. A Eva le gustaban pocas cosas, pero le disgustaban muchas; entre ellas comer, que le dieran besos, dormir, ducharse… Así que su madre decidió que ella iba a ser la Princesa Francesa y aunque simplemente fuera por la rima, lo cierto, es que a Eva le encantó. Las dos, junto con su madre, vivían en la típica ciudad de las afueras de Barcelona, en el típico bloque, con el típico patio de luces lleno de basura y el típico ascensor que casi nunca funcionaba. Un buen día la madre de las dos princesas, es decir, la reina Montse, se cansó de la ciudad. Se cansó de los coches tristes, así como de las personas humeantes y decidió mudarse a un lugar donde el gris no fuera el color predominante. Buscó y buscó y… ¡al fin lo encontró! La nueva casa estaba situada en un pequeño pueblo de l’Urgell. Tenía tres plantas enormes, una terraza y un pequeño jardín que la reina Montse enseguida llenó de flores. Las dos princesas quedaron prendadas de su nuevo hogar, ¡eso sí era un castillo! Ona, que apenas había podido montar en bicicleta en su antigua ciudad, aquí lo hacía a todas horas. Montaba cual amazona galopante, por todas las calles, caminos y patios de vecinos. ¡Hasta en la iglesia entró un día a lomos de su bicicleta amarilla! En ocasiones se llevaba a su hermana pequeña y le enseñaba todo lo que había descubierto. Allí podían ir solas por la calle, no había coches, ni motos… De vez en cuando se cruzaban con algún tractor y saludaban al campesino que lo conducía, se paraban y esperaban que pasara, como en un desfile militar, sin perderlo de vista ni un momento. La falta de tiendas y comercios lo compensaba la cantidad y variedad de árboles y flores. Pero lo que más sorprendió a Ona fue descubrir que allí había cielo, pero no solo eso, ¡cielo con estrellas! En la terraza del castillo colocaron tres tumbonas, durante el día hablaban, se reían y leían; por las noches se tumbaban y se perdían… El cielo era oscuro. No malva, ni lila, ni gris… negro como el carbón y las estrellas se veían a montones, brillaban, resaltaban en ese fondo tenebroso, como bailarinas estáticas pero vibrantes, vivas. Las princesas crecieron. Ona fue la primera en regresar a la ciudad, la tranquilidad y libertad del pueblo dejaron de llamarle la atención en cuanto la música,

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los concierto y el conocer gente llegaron a su joven y a salvajada cabecita. Eva la siguió unos años más tarde, atraída ella por el ambiente cosmopolita y para continuar sus estudios. Los años siguieron pasando y a día de hoy, la Princesa Pocahontas ha vuelto al campo, esta vez con su hija Lola, la Princesa Pirata. Visitan a la reina Montse en su palacio de las flores muy a menudo, la Princesa Francesa sube de Barcelona para pasar muchos fines de semana en el pueblo. Ahora las hamacas están en el jardín y cuelgan de los árboles, pero para hablar, reír, leer y contar bailarinas son incluso mejor que las de hace veinte años. Ona Pastor Vilches (CFA Tàrrega)

Dura vida Azahar era una niña muy simpática y cariñosa pero con tan solo 12 años quedó huérfana por parte de padre y todo cambió. Su madre, Sandra, era una mujer fuerte que en su vida ya había pasado por mucho y siempre se decía: “Ya pasará esta mala racha y vendrá lo mejor”. Pero Sandra, al morir su marido, se sintió muy vacía y sola ya que su familia vivía lejos. A pesar de aquel palo de la vida, decidió seguir hacía adelante por su hija y empezó a buscar trabajo para poder pagar los estudios a su hija. Azahar, que ya no era la niña simpática y cariñosa que era de pequeña, empezó a cambiar y ser rebelde, no hacía caso a nadie, no iba a sus clases y no ayudaba nada en casa. Se había convertido en una mujercita bajita, con pelo largo como las cortinas, castaño, ojos negros como la noche y labios finos y rosados. Sandra no entendía el por qué de ese comportamiento de su hija, se lamentaba noches y noches echándose la culpa, creyendo no ser buena madre. Un día, como muchos otros, Azahar llegó a su casa después de haberse escapado y pasar toda la noche fuera y se encontró a su madre llorando. Sandra le dijo que no estaba bien esa actitud que tenía, que debía cambiar. Entonces Azahar se enfadó y cogió y se marchó otra vez de casa. Su madre decidió no llamar a la policía porque pensó que en un par de horas volvería pero no fue así y el susto fue más grande de lo que se esperaba al ver que pasado un día aún no había vuelto. Dada la situación, finalmente decidió ir a denunciar su desaparición. Pasados tres días de mucha angustia y desesperación, entró llorando a casa Azahar. Sandra preguntó dónde había estado y el porqué de todo aquello, que a ella la estaba

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haciendo sufrir mucho. Azahar le explicó que necesitaba ayuda, que aún no había superado lo de su padre, también le pidió perdón y le dijo que cambiaría y le rogó que le perdonara. A partir de aquel día, empezó a cambiar y todo iba mejorando, hasta tuvo la confianza de presentarle a su novio. Con los años Azahar se fue a vivir con su novio y la relación con su madre cambió por completo, se ayudaban en todo y, una vez a la semana, se juntaban y pasaban la tarde hablando y felices. Carolina Puertas Rubio (JXO Baix Empordá)

Dos más uno Finales de enero de 2015, una mañana en el que el frío abrazaba cada parte del cuerpo, y el fuerte viento hacía imposible entrar en calor. César tenía 41 años, de mediana estatura y peso proporcionado. Su pelo oscuro, rizado y enmarañado, se encontraba oculto bajo una boina que le daba un aspecto un tanto antiguo. Tapado hasta las cejas intentaba protegerse del intenso frío que azotaba esa mañana Tarragona. Meritxell, su mujer, rubia como el oro, siempre lo fue, aunque de pequeña su pelo era de color más bien cobrizo. Su piel rosada y casi transparente, destacaba por tener impresas miles de pecas que formaban una especie de constelación armoniosa. Su estatura era mediana, y su cuerpo en ese momento se encontraba tremendamente deformado, una deformación maravillosa que en aquel momento esperábamos que en apenas horas desapareciera. Bufanda oscura como la noche, abrigo hasta los pies y gorro de lana componían sus ropajes. Meri, una mujer alegre, de mirada despierta y sonrisa interminable. Su solidaridad con todo el mundo se hacía patente, siempre sabía ponerse en la piel del otro, incluso en la de los animales, por ese motivo dos años atrás se había hecho vegetariana, los amaba y no podía soportar el maltrato que sufrían millones de animales confinados, para satisfacer nuestras “necesidades” cárnicas. César abrió la puerta del coche en lo que parecía un gesto caballeroso, le agarró de la mano y la ayudó a salir. Andaban despacio y agarrados, lo primero debido a su gran deformación, y lo segundo porque siempre lo hacían, estaban completamente enamorados, y aquello formaba parte de sus buenas costumbres, especialmente aquel día, que invitaba a fundirse y compartir todo calor corporal. Estaban nerviosos pero contentos, por fin había llegado el día, entraron en el hospital exhaustos por el intenso frío y frente al mostrador comenzaron el ritual de

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quitarse todas las capas de ropa que ahora ya, no necesitaban. El reloj marcaba las diez de la mañana y tras una corta espera les enviaron a una habitación. A cada minuto el nerviosismo de los dos se hacía más evidente, se acercaba el momento a partir del cual, sus vidas cambiarían para siempre. Pasaban las horas, la desesperación se apoderaba de ambos, no pensaban que la espera sería tan larga, y Meri, todavía en ayunas, se hubiera comido el colchón de la cama en un bocadillo. Sobre las 21:45 bajó una enfermera y les comunicó que en cinco minutos bajarían a Meri a quirófano. Los nervios se palpaban en el ambiente, ambos deseaban ese momento desde hacía muchos meses y en poco tiempo se resolvería aquella larga espera. Habían pasado tres cuartos de hora y a César ya no le quedaban uñas que comer, la calefacción de la habitación le hacía sudar como si fuera pleno agosto. Tuvo que esperar media hora más hasta que por fin, una enfermera entró por la puerta reclamando su presencia. Le dio una bata azul del hospital y le dijo que se la pusiera, César obedeció sin rechistar y la siguió hasta perderse por los interminables pasillos. Bajaron hasta donde se encontraban los quirófanos y le hicieron pasar a una sala contigua donde Meri estaba tumbada en la mesa de operaciones. Tras diez minutos interminables una enfermera asomó la cabeza y pronunció las palabras mágicas: puedes pasar. César se levantó como un muelle accionado por aquella magia, caminó unos pasos, y allí estaba, tres enfermeras lo manipulaban como de un muñeco se tratara, se acercó tembloroso y sus miradas se cruzaron por un instante, allí estaba Aran, Su pequeña vida ya era una realidad. Le impresionó la pequeñez de su cuerpo, sus enormes ojos abiertos como dos platos negros que parecían decirle algo tras cada gesto. El encuentro fue simplemente maravilloso. Buscó a Meri con una mirada tierna pero vivaz. Se la veía dolorida postrada en aquella camilla, pero aun así mostró una sonrisa que a César le alivió, él respondió con idéntica complicidad. A partir de aquel día, algo en lo que no creían años atrás, se hizo realidad, Aran había nacido con total normalidad, adorable, pequeñito, indefenso, dependía totalmente de sus progenitores, y a su vez, sus padres, terminarían dependiendo de su amor, que colmó de felicidad sus vidas hasta el día de hoy. Bienvenido, Aran.

César López García (CFA Vilaseca)

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Transformaciones ¿En qué me he convertido? Despierto y poco a poco me voy dando cuenta de que me he convertido en una hormiga. No entiendo ni cómo, ni cuándo, ni por qué ha sucedido, pero ésta es mi realidad. Vuelvo a cerrar los ojos asustados, mi visión se ha magnificado, ahora lo veo todo muy grande, demasiado para lo pequeño que soy ahora mismo. Mis sentidos se han amplificado, ya que ahora tengo un oído muy fino gracias a esas dos antenas que me han crecido en la cabeza, donde hace unas horas atrás había cabello. Tengo miedo, pero ahora mismo tengo que aprender a sobrevivir. Me uno al grupo de hormigas, ya que en estos momentos soy una hormiga trabajadora y toca salir al exterior para recolectar todo lo que nos sea útil para hacer un nido más grande y obtener alimento. A partir de hoy éste va a ser mí día a día, y debo decir que no es nada emocionante si no fuera por el grupo de amigos que he hecho. Les cuento lo que me ha pasado pero ninguno de ellos me cree, nunca han visto a un humano y no saben de qué les hablo, entonces se ríen de mí y me toman por loco. Un buen día reúno a mi grupo de amigos hormigas, nos hacemos llamar los Antz, y cansado de que se rían de mí los reto a salir al exterior a embarcarnos en una aventura para demostrarle que los humanos realmente sí existen, y ellos, emocionados por salir a explorar el mundo exterior, aceptan. Cogemos un poco de comida y al alba, antes de que todo el mundo despierte, emprendemos nuestro viaje. Empezamos a andar y andar, sin rastro de humanos, pero por el camino nos encontramos varios bichejos que nos superan en tamaño, como la enorme araña que pretendía atraparnos en su tela, pero que gracias a la astucia de nosotros, los Antz, conseguimos atraparla en su propia tela de araña y salimos sin ningún rasguño. Seguimos andando por valles y colinas, que seguramente siendo un humano serían pequeños, pero debo decir que siendo una hormiga se hace extremadamente pesado y cansado, pero gracias a que mis sentidos están amplificados veo las cosas de distinta manera y la verdad es que me está empezando a gustar esto de ser una hormiga. Después de llevar días andando llegamos a la cima de una colina, y cuando observamos lo que tenemos delante se nos corta la respiración. Tenemos justo delante toda una ciudad llena de altos edificios y gente andando por sus calles.

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Mis compañeros me miran sonrientes, ya no piensan que estoy loco, y me siento orgulloso de haberles demostrado lo que yo un día fui, y aunque en ocasiones lo echo de menos, al fin y al cabo no es tan malo ser una hormiga. Alvaro- Jesús Lara Vallejo (CFA Maria Verdaguer)

Una gota de agua Soy como una gota de agua fría, translúcida e insulsa que pasa por la vida sin apenas haber dejado huella. Pero, ¿es verdad tal explicación? Amanezco con las primeras luces del alba, regando a todas esas pequeñas florecillas que aparecen en los campos. Qué bien que agradecen ellas la sensación que dejó en sus hojas, con ello conseguirán el alimento que necesitan para todo el día. Los pajarillos que empiezan a despertarse se acercan a beber en esos pequeños charcos que he dejado y comienzan su suave canturreo que nos regala los oídos, desde primera hora del alba. No puedo ser insulsa cuando con tan poco consigo tanto. ¿Translúcida? Acaso soy translúcida cuando muchas nosotras juntas forman riachuelos, fuentes, etc. en los que las jovenzuelas se dedican a mirarse para ver si van bien acicaladas antes de pasar por delante de sus pretendientes. Más diría que todas juntas parecemos un espejo. Y qué me podéis decir de todo lo que consigo con un montón de ellas, con un montón podemos ver grandes mares que nos transportan de un lugar a otro y que nos dan la oportunidad de conocer y trasmitir nuevas sensaciones. No penséis que me siento insignificante un gota de agua, como soy yo o un rayo de sol, es una sensación que ojalá nunca olvidara. Porque gracias a mí hay vida. José Cabanes Angulo (CFA Sebastià Juan Arbó)

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Ser una rueda Suena un despertador, pero es el mío, estoy en una habitación oscura, pero de golpe, ¡zas!, se oye una puerta de garaje, pero, ¡un momento! ¡si estoy dentro de un garaje! Miro a mi alrededor, hay un cortacésped y un coche hay varias herramientas colgadas. A mi olfato llega olor a gasolina y a leña, la leña está amontonada en un rincón. Noto que algo se sube encima mío y pesa bastante, un ruido ensordecedor, ¿qué pasa? Me empiezo a mover para adelante y cuando llego al bordillo de la acera doy un salto. Efectivamente, soy una rueda y estoy montada en una moto de un chico adolescente, vamos rapidísimo, noto el aire pasar como una bala, voy cogiendo curvas a un lado y a otro, de repente, ¡frenazo!, y paramos delante de una casa y sale una chica joven y saluda a mi piloto, y se sube. Ahora el peso es muchísimo más insoportable, nos marchamos dirección del instituto; noto que ahora mi piloto es más cuidadoso, coge las curvas con más suavidad y vamos más despacio. Llegamos al instituto y me aparcan con otras de mi especie, nos miramos y empezamos a hablar de conversaciones típicas de ruedas, como cuántos bordillos hemos saltado, cuántos charcos hemos pisado y cuántas veces nos hemos pinchado. A las pocas horas vuelve el piloto con otra chica y se suben; arrancamos y vamos por la montaña y un motón de charcos y barro; me estoy poniendo perdido, La vida de rueda cuando estás parado es muy aburrida, pero cuando se pone en marcha el motor y cogemos velocidad es una sensación de libertad fantástica Pere Hareu Sole (Institut Illa de Rodes)

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Botar para comprender la vida

Voy despertando lentamente, pero no me puede mover, y para más sorpresa estoy en una esquina del suelo; me asusto porque no comprendo lo que está ocurriendo. Antes de poder seguir pensando en nada, veo como aparece un niño y me abraza fuertemente con una ilusión y un cariño típico de un niño cuando quiere a un juguete más que nada en el mundo, es una sensación que apenas recordaba, ya que no suelo pasar mucho tiempo con mis hijos por mi trabajo. Me lleva hacia la calle donde están sus amigos, se oyen muchos ruidos, de coches, críos y perros; allí el niño que me lleva en brazos me propina un brutal puntapie, no sé cómo, pero no siento ningún dolor, por un segundo me veo reflejado en el cristal de un edificio, en ese momento comprendo que soy un balón de fútbol. La sensación es increíble; para nada dolorosa, siento cosquillas con cada puntapié, puedo rebotar contra cualquier superficie contra la que impacto. Es muy agradable hacer feliz a unos niños. En este caso soy inmensamente feliz aunque sea un trozo de cuero cosido que simplemente sirve para que unos niños me pateen. En medio del juego, veo a un grupo de gente haciendo una barbacoa, pero no puedo oler lo que están cocinando, parece que no tengo nariz, el humo que sale del pícnic empieza a nublar el ambiente y lo comienzo a ver todo más confuso, en ese momento empiezo a recordar mi visita a un centro naturalista, había ido para hacer un tratamiento en un tanque de aislamiento sensorial; mientras sigo rebotando; me prometo a mí mismo que tengo que apartar el trabajo para poder pasar más tiempo con mis hijos, jugar a fútbol y poder hacerles felices sea como sea, igual que lo he hecho por estos niños convirtiéndome en una pelota. Cristian Bolla Luís (CFA Anoia)

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“La literatura no permite andar, pero permite respirar.” (Roland Barthes)

Profesora del Módulo: Isabel Verdú Institut Obert de Catalunya

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