Ficciones_28

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Aquí presentamos los nombres de los autores de esta revista, alumnos del módulo Taller de escritura creativa del GES, y procedentes de lugares diversos. ¡Que disfrutéis de la lectura, y enhorabuena a los seleccionados!

Andreu Martín, María Cruz

CFA Manuel Sacristán, Barcelona

Ariño Vílchez, Rubén

IOC Barcelona (David Pinyol)

Castro Arévalo, Lourdes

CFA Sant Josep

El Khayat Choulli, Naoufal

CFA Martorell

Garrido Pla, José Luis

CFA Ribera d'Ebre

Gálvez Falcó, Lluís

CFA Tortosa

Granada Fernández, Raquel

CFA Teresa Mané, Vilanova i la Geltrú

Íñigo Cuacos, Sara

CFA Anoia

Martínez García, María Purificación

CFA Edelia Hernández, Viladecans

Munuera Piris, Sergio

AFA La Pau, Badalona

Moro Albacete, Francisco Javier

IOC Barcelona (Laura Garcia)

Pajares Román, Isabel

CFA La Llagosta

Piñeiro Márquez, Mariely

CFA Lloret de Mar

Sánchez Piñol, Tomás

CFA Ribera d'Ebre

Santos Ortiz, Antonio

CFA Sant Josep

Tubert Martínez, Belén

CFA Nou Girona

Velasco Revelles, Conchi

CFA La Llagosta

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¿QUÉ REFLEJA EL ESPEJO? Lo que soy Es imposible que consiga definir lo que soy con tan solo unos pocos adjetivos. No sé si es por mi signo o porque simplemente soy así, pero si tuviera que definir mi carácter en pocas palabras estas serían “montaña rusa”. Puedo pasar en menos de tres segundos de ser la persona más dicharachera y jovial del mundo a ser una pesadilla para aquel que me ha molestado. Sí, a veces no estoy muy orgullosa de eso. Para mí no hay medias tintas, es todo o nada en cualquier aspecto de mi vida. También soy una persona soñadora, romántica y amante de las artes en general. Me gusta la pintura, la fotografía, la música y, entre muchas cosas más, por supuesto, mi preferida es escribir. Vivo soñando con un mundo mejor y lo que me da más miedo es llegar a vieja y ver que se me pasó la vida soñando, pero no realizando. Sí, también estoy trabajando en ello. Si hay algo que si me define es la lealtad hacia las personas que amo, que aportan, que se entregan. Para mí amar y sentirse amado es parte fundamental de la vida, pero sobre todo aprender a amarse a uno mismo y, creedme, no es nada fácil. Siempre he tenido miles de complejos que me han frenado en muchos aspectos de mi vida y cuando fui mamá hace cosa de un año y habiendo ganado nada más y nada menos que 25 kilos los complejos han vuelto a mí con más fuerza, pero ahora soy distinta, lucho y trabajo para amarme como soy. Tengo ojos marrones, pelo castaño y unas manos largas y finas de las cuales siempre he oído “tienes manos de pianista“, pero jamás aprendí a tocar ningún instrumento más allá del “oh Susana “. Soy bajita, por lo que hasta que no cumplí los 25 nadie dejó de llamarme por el diminutivo de mi nombre. Lo que más me gusta de mí son mis labios, que son carnosos y me encanta llevarlos pintados. Como podéis ver, no soy más que un maravilloso puñado de imperfecciones que conforman este rompecabezas un tanto inestable pero único en el mundo. Y yo, a pesar de tener que mejorar muchísimas cosas, me quiero, e intento quererme más Sara Íñigo Cuacos (CFA Anoia)

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El espejo que no ves Cuarenta y cuatro años han pasado ya, desde aquel 1975 en Barcelona. Nacía yo, una niña de piel blanca y pequeñitas manchas redonditas ocupando poros de mi piel. Con la emoción de mis padres de un nuevo reto y experiencia, después de dos varones viendo crecer. Inculcada de valores fuertes, protegida por los míos, mucho amor pude recoger, entre ratos sombríos que independiente me hicieron ser. Crecí y me casé, elegí mi compañero de camino en estas tierras, mares y fuertes tormentas, haciendo que mi pelo ondulado y rubio despeinara por completo. Observa mis ojos marrones, son tímidos y cautelosos, ellos te contarán más de lo que yo haré. Pues abierta para los demás, pero cerrada para dejarme ver. Algunos consiguen entrar y otros no tienen respeto o valor, no logran saber. Mi nariz arrolladora olfatea de lejos lo que va a venir de ti. Mis labios finos y boca grande son iguales a la sonrisa eterna que verás siempre en mi, haré que la tuya me acompañe, hasta que no lo consiga no pondré fin. Compartí mi alegría caracterizada, también mi timidez, enamorada de la vida y de la casa, soñadora a la vez. Viajera de la Tierra, camino sola o acompañada, las inquietudes me lo piden por doquier. Por supuesto, mis hijos me acompañan en mi vida, lo más bonito que creé, dándoles base correcta y tendiéndoles la mano en todo, antes de caer. Conchi Velasco Revelles (CFA La Llagosta)

La aurora de mi alma Hace treinta y nueve años de mi nacimiento en Barcelona, por mis venas corre sangre de ningún lugar en especial, me siento entre este infinito universo, solo una persona más. Quizá parezco de semblante seria, pero soy siempre de alegre expresión. De la piel blanca de mi cara brotan marcas de sonrisas, de fatigas, de tristezas y alegrías. Mis ojos pintaron de color marrón, intensos, se reflejan en montañas, al unísono de mi mirada, intimidatoria, tímida y a la vez clara. Nariz recta poseo, bien

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proporcionada, y los cabellos ya no siguen rubios, se apagaron con los años, mis labios carnosos cuando cantan son los que dan fe de realidad de edad temprana. Podríais tildarme de humilde y alocada, de buen corazón, a veces terca y malsonante en mis palabras. Los pies siento descalzos en la tierra, responsable cuando toca, niña otra vez a solas. Independiente obligada tuve que empezar a ser, luchadora, trabajadora, verás las señales si te paras a observar con calma, bajo la piel de mi pecho están guardadas. Tal vez debí ser vikinga en otra vida, un ser soñador y montés. Si fuera melodía, sería mezclada entre guitarra eléctrica, piano y violín, si en cambio fuera un sabor, cualquiera que te endulzara a ti. Veréis mi ermitaña en ocasiones, pero soy amigable en compañía, selladora de secretos. Transparente, cocinera, enfermera, maestra de mi casa, de valores dedicados, mis hijas dicen de mi ser. Destaca la sencillez, inculcada en sus memorias de un alma expresada en su madurez. Isabel Pajares Román (CFA La Llagosta)

Mi descripción Soy Naoufal, nombre puesto por mi madre. He nacido en Marruecos y vine a Barcelona con once años. Vaya, que llevo casi toda mi vida viviendo en Barcelona, y me siento más de aquí que de allí. Aunque siempre me gusta volver a mis raíces y perderme en los prados de mi pequeño pueblo. Creo que es por ese motivo que soy tan familiar y me gusta tanto la naturaleza. En mi tiempo libre me gusta pasear por la montaña y así respirar aire fresco. No soy mucho de escribir, ya que me gusta lo espontáneo y directo, pero me gusta mucho leer. Soy una varón de estatura y talla normal. Mi pelo es rizado, por eso siempre intento mantenerlo corto. Mi frente es estrecha y lisa, dejando ver al final mis abundantes cejas. Mis ojos son marrones, grandes, con unas pestañas muy largas que hacen que mi mirada sea aguda y profunda. Mi nariz es grande y larga. La boca también es grande y perfilada. Soy una persona animada y risueña, pero soy muy inquieto e impaciente. Siempre me gusta conseguir lo que me propongo. En ese sentido soy orgulloso, decidido y constante. Por eso, si fuera una flor, sería como las margaritas, que florecen durante mucho tiempo durante el año y crecen de forma silvestre en

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diferentes prados y bosques. Esto quiere decir que es una flor fuerte y duradera, parecida a mí, ya que me considero muy fuerte de personalidad y persistente. A modo de conclusión, esta actividad me ha permitido analizarme y observarme de forma consciente para saber cómo soy en realidad. Me ha hecho reflexionar sobre cómo soy en realidad y sobre aquellos aspectos a mejorar o corregir. Naoufal El Khayat Choulli (CFA Martorell)

Claro como el agua Soy catalán, nacido en Barcelona, hijo de madre andaluza, concretamente de Jaén y padre catalán, de Barcelona. Según mi madre, cuando nací, el 1 de octubre de 1974, 45 años ya, era el niño más bonito de toda la planta de maternidad, rellenito, sin ninguna arruga y hermoso como un ángel. Vivo en la ciudad Barcelona, soy un hombre muy trabajador, como las hormigas que cuidan de su nido, a mí me gusta hacerlo de mi hogar. De complexión robusta por el trabajo que he realizado desde los 19 años, mi mujer dice que tengo espalda de nadador. De estatura media, piel blanquecina, pelo castaño con la edad algo escaso, tengo unos grandes ojos verdes tirando a color miel según la intensidad de la luz que se refleja en ellos; la nariz un poco regordeta, la boca con labios gruesos, y tengo pronunciado el mentón con una pequeña cicatriz que me hice por travieso de pequeño. De carácter divertido, pero a la vez tímido, escucho más que hablo, necesito tener suficiente confianza con la persona para abrirme de verdad, me considero un nervio, dado que no puedo estar quieto, pero a la vez me gusta disfrutar de momentos de tranquilad. Soy trasparente y claro como el agua. Si fuera un paisaje, me defino como un bosque profundo lleno de sentimientos y vida. Quien bien me conoce me definiría como una persona buena y justa, que se deja la piel por la familia y amigos, que se cuentan con los dedos de la mano, los que están a las duras y a las maduras. Considero que es difícil conocerme bien, porque en un principio soy como una caja de sorpresas. Rubén Ariño Vílcchez (IOC Barcelona, David Pinyol)

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UN MOMENTO DE OBSERVACIÓN Mirar no es observar El día de hoy no ha sido totalmente distinto a otros desde que soy madre, he ido a trabajar, he realizado las tareas del hogar y después he decidido salir a pasear con mi hija al parque. Hasta ahí todo normal. Lo que realmente me ha sorprendido ha sido que en un momento preciso me he encontrado a mí observando a mi pequeña, ¿raro? Os lo explico. Para mí no es lo mismo mirar que observar, mirar es vigilar que esté bien, que está ahí y no ha cruzado la carretera y esas obligaciones que una madre (agotada) tiene dentro de su mecanismo. Observar es cuando el mundo se disipa lentamente como el humo en el aire, y solo ves eso en lo que te has perdido, y ya no hay ruido ni viento, ni frío. Eso es exactamente lo que me ha pasado a mí. La he visto montada encima de su “moto“ rosa, con su pelo medio castaño medio rubio movido por la brisa, la cual ni siquiera he notado. Me ha mirado y ha dado un pequeño grito y me ha trasmitido a través de esa mirada marrón avellana todo el amor que puede ofrecerme este mundo (a veces tan cruel). Esa sonrisa, ojala tuvierais la gran suerte de poder verla cada día. Es una de esas sonrisas que te hacen sonreír, ¿sabéis? Una de esas que te hacen pensar “menudo trasto” pero a la vez “cuanta vida hay en ese ser tan pequeño”. Y es mía. Y soy suya. Y quiero pasar el resto de mi vida sintiendo que el mundo se desvanece, que solo estamos nosotras, y nuestras sonrisas cómplices. Sus manos pequeñitas reclamando las mías. Sus ojos buscando el confort, la paz, en los míos. Creo que ha vuelto a pasar, acabo de perderme de nuevo. Y es que no hay nada mejor que observar y tener ese recuerdo para poder perderte en el de vez en cuando. Sara Íñigo Cuacos (CFA Anoia)

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Un hombre feminista Tengo la costumbre de hacer el café en el bar cuando termino de comer. Aquel día había un ambiente acogedor y me puse a leer el periódico. Sentado en la barra, uno de los clientes habituales en plena tertulia, me sorprendió con su intervención: - ¡Pues yo vengo a tomarme dos cervezas bien convencido de que llegaré a casa y tendré el plato en la mesa! Hablaban sobre su vida cotidiana, se los veía felices y satisfechos. En ese momento pensé que se referían a que se habían ganado muy bien la vida, aunque sus apariencias indicaban lo contrario. De repente uno de ellos dijo: –

¿Y el día que te falte tu mujer? ¿Quién te va a hacer la comida?

¿Acaso saber poner la lavadora? Disculpa que te explique que en mi casa nos repartimos la faena en partes iguales. ¿Acaso ella no trabaja? No me importa que te ofendas, ya que esto es el pan de cada día. Me gustaría ver cómo reaccionaria ella de estar aquí. En fin, no voy a presenciar una situación como esta y normalizarla, y no me mires así, porque no soy de los que se quedan de brazos cruzados. El hombre al que se dirigía se quedó patidifuso, no supo oponerse... Agachó la cabeza asumiendo la culpa, pero no pretendió disculpase. Realmente fue una situación muy impactante, pensé que todo el mundo debería responder a una realidad tan grave como es el machismo. Me gustaría que no nos colocaran a todos los hombres en un mismo saco, ya que no es necesario ser mujer para defender esa postura, ni hombre para atacarla. Tomás Sánchez Piñol (CFA Ribera d'Ebre )

Ese silencio cómplice y comunicativo Cada mañana mi mascota Tana y yo realizamos el mismo ritual, consiste en nuestro paseo matinal por el bosque situado al costado de la playa. El bosque es hermoso y nos trasmite mucha paz, rebosa de pinos y diversos árboles, hogar de una gran variedad de animales. De entre todos ellos nosotras tenemos siempre la ilusión de ver a una familia de ardillas, las contemplamos de forma silenciosa.

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No siempre están en la misma zona, por lo que me ha sorprendido gratamente la forma en que mi perrita me hizo saber ayer el punto exacto donde se encontraban las ardillas. Caminábamos en silencio y de pronto comenzó a darme golpes con su hocico en la pierna y miraba hacia arriba sin ladrar, entonces sentí el crujir de de las piñas del pino, y al levantar la vista ahí estaban en lo más alto, eran tres, fue como un premio doble el poder verlas y la conexión que hemos logrado con mi mascota. Espero haber logrado transmitir lo emocionantes que son estas pequeñas cosas que llenan mi día a día. Mariely Piñeiro Márquez (CFA Lloret de Mar)

Un día cualquiera en el tren Me gustaría compartir con vosotros una situación que he observado hoy mismo. Eran las tres de la tarde y como cada día he cogido el tren hasta casa para volver de mi trabajo, en el mismo vagón donde viajaba había un grupo de cuatro jóvenes levantando la voz constantemente y molestando al resto de pasajeros. Su apariencia era callejera, todos vestían de color oscuro e iban maquillados con sombras negras en los ojos. Desde mi posición, solo he podido observar bien a uno de ellos, en sus brazos se asomaban un par de tatuajes que parecían el símbolo de algún ritual satánico y en su oreja izquierda llevaba un inmenso pendiente negro, creo que se llama dilatación. En el bolsillo derecho de su pantalón he podido observar una gran cadena color plata de grandes eslabones colgando. Por el tipo de vestuario parecían ser góticos. Todos los demás pasajeros los miraban con aire enfadado por el escándalo que estaban propiciando en el vagón. De repente, en mi penúltima parada, ha subido al tren una señora de edad avanzada ayudada de un bastón, todos los asientos estaban ocupados y, para mi sorpresa, el chico de los tatuajes se ha levantado y con aire amable le ha dicho: “¿Señora, quiere usted sentarse aquí?” La señora, agradecida, ha aceptado su propuesta y el chico se ha quedado de pie a su lado. El resto del viaje ha estado tranquilo, los chicos góticos ya no han alborotado más el ambiente.

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Frente a esta situación he reflexionado que, por muy diferente que sea el estilo de las personas o su modo de ser, aún sigue habiendo gente que presenta respeto hacia las personas mayores. Lluís Ferran Gálvez Falcó (CFA Tortosa)

Fuego en las mejillas Observo a tres metros de mi la chimenea del salón, me embruja el sinuoso baile de sus llamas lento y provocador, el cautivador cambio en sus tonalidades me mantiene absorta, naranjas, rojos, azules, violetas y amarillos. El constante crepitar de la madera quemando es una melodía continua y relajante, cierro los ojos porque no quiero escuchar nada más. El calor que desprende sonroja mis mejillas momentáneamente. El tiempo justo de abrir la puerta de cristal para añadir otro leño de roble y así prolongar mi preciosa visión durante un poco más.

Raquel Granada Fernández (CFA Teresa Mané)

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HISTORIAS DE VIDA

El mar en sus ojos Un caluroso viernes del mes de Junio Lluís se disponía a cenar con unos compañeros del trabajo. Presumido como siempre, arregló su característico pelo negro y vistió con una camiseta clara y tejanos su atlético cuerpo debido a las horas de deporte que dedicaba en su día a día. Al llegar al restaurante se saludó con todos y se tomó su bebida preferida, una copa de vino tinto, sabrosa, con matices de frutos rojos y regaliz en paladar, en su respingona nariz, aquel sabor intenso a barrica francesa, y es que Lluís es todo un apasionado de los vinos. De repente entró ella, con su característica melena roja y tez blanquecina, desprendiendo ese desparpajo que la hace diferente, su nueva compañera de trabajo. Apenas se conocían, pero aquel día despertó en él una extraña curiosidad que fue descubriendo a lo largo de la noche. Durante la cena hubo muchas risas y alguna que otra mirada de complicidad entre ellos y fue al terminar aquel gustoso plato de pulpo a la gallega cuando ella se dirigió a él y le dijo “¿Me acompañas a la terraza a fumar?” Lluís era un chico sano y no fumaba, pero cómo iba a negarse a tal invitación, era lo que había deseado desde el preciso momento en que ella entró. Aquel cigarro fue interminable, dio tanto de sí como para empezar a conocerse mejor. Ella miraba penetrante con sus grandes y preciosos ojos azules que a él le recordaban tanto a su sitio preferido, aquel que le hacía desconectar del mundo y aportaba una paz inmensa, el mar. De algún modo ella fue capaz de romper su caparazón y en ese preciso momento él se dio cuenta de algo: ya no quería que otros ojos lo mirasen igual, había encontrado el amor de su vida. Lluís Ferran Gálvez Falcó (CFA Tortosa)

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Lazos rotos A los ojos de Belén, era una noche como cualquier otra. Estaba jugando con su muñeco favorito, esperando impaciente para ir a cenar a casa de sus abuelos como tenía por costumbre, pero al parecer esa noche no iba a ser como las demás. Pasado un rato, su padre la llamó para ir a casa de los abuelos, así que salió de su habitación y para su sorpresa, se topó con unas maletas que había en mitad del pasillo. Al ver el rostro extremadamente serio de sus padres, Belén se percató rápidamente de que habían discutido como de costumbre. En cuanto miró a su madre, pudo ver que tenía los ojos llenos de lágrimas. Para que no la viera llorar, fue corriendo hacia su hija y le dio un abrazo con sabor a despedida. La pequeña, confusa, no entendía ese drama, pero antes de poder comprenderlo, apareció su padre acompañado de su hija mayor, y sin dar explicaciones, la aupó en su pecho y le dijo: - Vámonos, Belén. Rápidamente, subió a las niñas en el coche y se fueron de ahí. Belén, entre lágrimas, echó la vista atrás y vio a su madre rodeada de las maletas, esa es una imagen que jamás olvidaría. De pronto su hermana preguntó: - ¿Qué está pasando, papá? ¿Por qué no viene mamá a cenar? Sin apartar la vista de la carretera y de manera muy seca le contestó: - Luego os lo contaré todo, Bibiana. Una vez llegaron a casa de los abuelos, durante la cena, su padre les contó a todos lo que acababa de pasar: su mujer le había estado engañando durante mucho tiempo y había decidido dejarlo e irse a vivir con el otro hombre. Desde entonces todo cambió, su padre estaba más distante y a su madre prácticamente ni la veía. Belén, una niña que siempre sacaba muy buenas notas, empezó a ir mal en el colegio y a suspender continuamente. Prefería estar en soledad que con sus amigos y eso la llevó a encerrarse en sí misma. Por suerte, siempre tuvo a su abuela y pasaba todas las tardes con ella viviendo momentos felices. Al menos tuvo un referente materno que hasta el día de su fallecimiento, nunca la dejó sola. Belen Tubert Martínez (CFA Nou Girona)

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Un hito entre dos sendas Fue en la Barcelona de aquellos años 80, una época donde se jugaba en las calles o en los parques, llenas de drogas y jeringas. Se gozaba de buenos amigos fieles, de todas las edades, y los abuelos desde sus ventanas nos cuidaban de posibles desastres. La mayoría de las mujeres aún trabajaban solo en casa y el sueldo del hombre proporcionaba la entrada de comida en los hogares. Dentro de estos cambios en la sociedad, nació Isabel, la pequeña de cuatro hermanos, dentro de un núcleo familiar no muy normal. La criaron entre dos culturas diferentes de escasa educación sana. Aquella niña acarreaba siempre consigo una sonrisa en su rostro pálido, desprendía energía y alegría a pesar de que su interior fuera a veces otro. Esta niña tenía un padre, Rafael, de fuerte carácter estricto y de malos vicios, que la apartó de los colegios y la enseñó solo a trabajar, de tal forma que imposibilitó a su hija pequeña aún no adolescente descubrir posibles facetas. A pesar de todo, era una nena buena, querida por el mundo menos por las personas más cercanas. Se convirtió así en una adolescente de los años 90 con una mente algo inusual, con ganas de comerse el mundo, en el que se sentía retenida, atrapada en un mundo paralelo que le hizo creer que era el único que existía. Solo había aprendido a trabajar, en su cerebro no cabía otra realidad. Pero las hormonas de su adolescencia florecieron inconscientemente, sin apenas darse cuenta, y fue actuando por impulsos. Era reservada de su privacidad, a la vez, desprendía arte de alegría a todas las personas que pasaran, aunque fuera tan solo un instante, por su vida. Ella no exteriorizaba su mundo interno, el que se iluminaba con el sol, de mujer poderosa por naturaleza, te quemarías si alcanzaras a tocar los rayos de su larga melena. Y como a toda adolescente, a sus 16 años, apareció lo que ella pensó que era el príncipe de su destino, que venia a rescatarla. Pobre ingenua fue, que nada sabía de amor, ni de la vida en general. Creo que se dejó encandilar por la falta de información y educación. Así, después de dos años de relación, Isabel quedó embarazada, algo inesperado, donde tendría que tomar una decisión demasiado importante, no solo por su edad, sino valorando que no tenía nada y nada podía ofrecer a aquella criatura que dentro de su vientre se gestaba. Entre tanta confusión, pensando que había sido castigada por algo mal que hubiera hecho, o bien, una nueva oportunidad que la vida le entregaba, solo se sentó y cogió su guitarra que llevaba tocando algún tiempo. En su melodía sonaban varios

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sentimientos, destacó uno más profundo, un fuerte deseo de aferrarse con fuerza a este acontecimiento tan desconocido. Isabel entonces aún no era una mujer, pero decidió tener a esa criatura, gritando a los cuatro vientos que haría frente a lo que conllevara esa situación, que empezaría de cero, lejos de su familia tóxica, lejos de una vida sin sentido, y tendría la suya propia. Aquel príncipe embaucador ya no tiene padre en su vocabulario, después de algunos meses de gestación, pero ella ya no tenía miedo a nada, a nadie. La gente la miraba mal, en apariencia la juzgaba, solo veían el físico de una cría a punto de dar vida a otra. Ya nada le afectaba, no necesitó nunca agradar a los demás, tan solo le importaba cómo le iba a poder dar a aquella criaturita una vida estable, con una educación adecuada. Cuando le llegó la hora, valiente en el hospital, no sintió miedo, solo pensó que formaba parte de un sueño, tomó en sus brazos a su bebé, su niña, la protegió con sus brazos y su primer pensamiento fue: “ Nada malo te pasará mientras yo este a tu lado, pequeña Isabel”. Por fin, tomó de su vida ya las riendas, fue el fin y el comienzo de una nueva etapa, feliz. Isabel Pajares Román (CFA La Llagosta)

Declaración incondicional Era una mañana radiante de junio, con el sol centelleante al Este y un cielo azulado. Hacía calor, pero Conchi, sintió una ligera brisa en su piel, y su cabello como una cometa volaba. Su pareja Armando y ella paseaban frente al London Eye, situado junto al Támesis, disfrutando de las mágicas vistas de una ciudad como es Londres, de la cual ella estaba enamorada. Abrió y cerró los ojos varias veces, no podía creer estar allí. Entonces Armando le dijo a Conchi que no se preocupara, que era real, estaban ahí como ella había soñado, pero que a él también le faltaba otro por realizar. Ella no sabía a qué se refería, así que le preguntó qué era eso que tanto ansiaba. Solo obtuvo una sonrisa un tanto diferente y misteriosa, selló sus labios durante unos instantes, mientras disfrutaba de su propio estado de nervios, mezclados con felicidad. Después de unos minutos de intriga, Armando miró a su alrededor desde el puente del río, hasta quedarse clavado en los ojos de Conchi, le dedicó una mirada dulce, y suavemente le cogió las manos; un sentimiento fuerte, inexplicable, recorría su cuerpo. Se acercó a un lado de su cara y le susurró al oído que estaba

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enamorado de ella. Desde el primer día que la vio, y todos los años que llevaban juntos, él soñaba envejecer a su lado, quería besar sus labios cada día y necesitaba saber si todo eso era recíproco. Y allí mismo se arrodilló, cogió una pequeña caja del bolsillo de su chaqueta y le preguntó si quería casarse con él. Conchi, al escuchar dichas palabras, se sintió la mujer más feliz del Universo. Ella sentía lo mismo desde el primer día que lo vio en aquel parque. Adoraba su sonrisa, su forma de ver y afrontar la vida, la seguridad y confianza que le transmitía. Ella estaba nerviosa, porque nunca se imaginó que Armando le declararía su amor junto al Big Ben. Dejó sus labios sin poder mediar palabra y sus piernas seguían temblando tanto que le costaba mantenerse en pie. Se cogieron de las manos, se miraron fijamente a los ojos y muy lentamente sus labios se unieron, provocando una explosión de sentimientos, cual adrenalina recorriendo sus cuerpos. Conchi sintió que nada existiría, que nada podría superar esa felicidad. Y allí estaban ellos, dos amantes viviendo sus sueños junto a la torre del reloj del palacio de Westminster, embelesados. Toda la ciudad de Londres fue testigo de ése amor, en ésa mañana cálida y estupenda de junio. Conchi Velasco Revelles (CFA La Llagosta)

Érase una vez, el final de una historia por la ausencia de un comienzo

Era una noche de luna llena, donde las estrellas estaban más brillantes de lo habitual. Se respiraba una ligera brisa cálida y había un silencio peculiar. Esa noche no cantaba el búho al que Tomás tanto le gustaba escuchar con los ojos cerrados. Él era un chico de pocas palabras, muy observador y apasionado de la noche. Con 19 años y su apariencia intimidante nunca diríais que fuese un chico tan sensible. Vivía en un pueblo acogedor y pequeño tocando a la orilla del río Ebro. Se alojaba en una casita de familia de payeses apenas a unos metros del embarcadero de la villa. Se encontraba en la terraza de su casa, recapacitando sobre cuál era el significado del amor. Aquel había sido un día muy intenso, empezaban las vacaciones de verano, cuando los viejos amigos volvían a veranear al pueblo, y se reunían los de toda la vida. Tomás no podía dejar de pensar en si Aura volvería ese año, no soportaba la idea de no verla un verano más. Ella venia de una familia de

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mucha reputación; su madre era una doctora de mucho prestigio, y su padre estaba muy enfermo desde que Aura era pequeña, aunque no quería dejar de venir a ver sus fincas arrendadas siempre que podía. - ¿Qué haces ahí parado? ¿No pretendías venir a recibirme? – dijo un voz angelical detrás de él. - ¡Aura! –contestó patidifuso, y se lanzó a sus brazos dándole un emotivo abrazo – ¡Pensaba que no te vería mas! - ¿Tan rápido querías deshacerte de mi?- se echaron a reír con una mirada cómplice. Estuvieron toda la noche hablando, sobre como les había cambiado la vida en tan poco tiempo; ya no eran unos niños y seguían entendiéndose como si lo fuesen. Por mucho tiempo que hubiese pasado todo seguía igual entre ellos, aunque en sus vidas ya todo era muy diferente. Aura le explicó que su padre se había muerto, y por ese motivo el verano anterior no pudo venir. Su madre pidió el traslado al hospital mas cercano al pueblecito, ya que creía que era la forma de mantenerse más cerca de su marido, en el sitio donde había crecido en todos los aspectos. Eso no era una buena noticia, pero en el fondo Tomás estaba contento de tenerla a su lado. Después de mucho tiempo para ponerse al día, Tomás le declaró su amor, aunque no fue correspondido. Estuvieron bastante tiempo distanciados, pero cada vez que se cruzaban entendían la gran complicidad que había entre ellos. Al final dejaron atrás todos los remordimientos para ser muy buenos amigos, y aunque a él le hubiese encantado algo mas se conformó con tenerla a su lado, de la forma que fuese. ¡Se quisieron mucho i comieron perdices! Tomás Sánchez Piñol (CFA Ribera d'Ebre)

El día que lo cambió todo Hacía años que Francisco acudía, cada dos meses, en la peligrosa madrugada venezolana, a hacer la cola de la Farmacia de Medicamentos de Alto Costo del “hospital” del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales de su ciudad. Toda una aventura en un país donde el miedo recoge a las personas en sus casas apenas cae el crepúsculo, pero es que, en un país como Venezuela, donde el sueldo de un

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catedrático universitario es de tres euros al mes, cualquier medicamento es de alto costo. Francisco era de los afortunados que aún podían pagar una radio-taxi que lo buscase en su casa a las tres de la madrugada, pues muchas personas, sobre todo los que venían de pueblos más lejanos, tenían que dormir frente a la reja del “hospital”, pues solo se repartían 120 números cada día para el reparto de medicinas inasequibles, de todo tipo: esclerosis múltiple, cánceres de todo tipo, artritis,… Y así se formó una molesta e inevitable rutina que implicaba salir de casa a las 3:00 y hacer fila a la espera de la medicación hasta, por lo menos, las 11:00 am, sin contar los días en que no conseguía número. En los últimos tres años, la fila avanzó más “rápido”. Los encargados de mantener “el orden” en la fila empezaron a salir a informar con cada vez más frecuencia, a viva voz, los medicamentos que no habían llegado. -

¡ATENCIÓN!,

LOS

DE

LA

COLA,

NO

HAY

ARALEN,

NI

CICLOFOSMAMIDA, NI COPAXONE, NI ANTHIPERTENSIVOS, NI … - Ay, señor, ¿y cuándo llega, tengo tres meses sin mi medicina? - ¡Ah, no sé!, hay que estar pendiente y pasando…- fue la "amable" y rutinaria respuesta. Esa ruleta duró tres años en los que veía disminuir la afluencia, pues los medicamentos, especialmente los de diálisis y cáncer, cada vez escaseaban más, pero el suyo seguía llegando. Un par de veces falló, por lo que decidió, con su médico, cortar el tratamiento a la mitad para “ahorrar” su suministro por si acaso. La tercera fue la vencida. El medicamento no volvió y los medicamentos “ahorrados” se agotaron. Su médico le dijo que corrió con suerte, que sus otros pacientes llevaban más de dos años sin ninguna medicación. - Tenemos que irnos. - Tienes que irte. Hacía mucho que él y su esposa soñaban con abandonar ese infierno en que se había convertido Venezuela, pero tenían muchas ataduras… Los padres, la casa, la misma zona de confort, …la edad,…¡quién emigra con medio siglo encima! Pero, cuando se puso la última inyección, ese día lo cambió todo… Francisco Javier Moro Albacete (IOC Barcelona, Laura Garcia)

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TRANSFORMACIONES

Felina indómita Soy nocturna, sigilosa y muy curiosa cualquier novedad que llegue a mi territorio, no lo puedo evitar, tengo que investigar qué es. Como todo felino domestico, soy territorial, con esto quiero decir que todo lo que esté en mi casa, incluidos mis padres humanos, me pertenecen, yo soy su ama. Me gustan mucho las alturas, desde ahí puedo tenerlo todo bajo control, me encanta dormir durante el día, tengo un gran instinto que me permite detectar las zonas más calentitas de la casa, entonces veo a mi madre humana en el sofá y me acurruco a su lado para aprovechar su calor, que junto a un par de sus caricias me hace conciliar el sueño. Libre e ingobernable voy por donde quiero, tengo muchos escondites, observo sin ser vista, en eso soy experta. Convivo con mi hermana perra, se cree lista e inteligente, la dejo sentir que tiene el mando, pero yo soy la ama, soy más fuerte, simplemente me gusta que se ilusione con tener el poder. Disfruto mucho tirando objetos desde lo alto de una estantería, mi hermana perra los coge, los rompe y la regañan a ella. Emito diferentes maullidos, obviamente sé utilizar cada uno en el momento adecuado, pero los tres más importantes son el de pedir comida, pedir mimos y anunciar que me dejen en paz. Mariely Piñeiro Márquez (CFA Lloret de Mar)

Memorias gatunas Buenas, ¿Qué tal estáis, humanos? Como es de costumbre, he oído a mi dueña hablar sola y, entre tanto refunfuño, he podido entender que tenía que hacer un trabajo sobre la vida de alguien, entre los cuales podría elegir la vida de un gato. Así que me he dicho: ¿por qué no coges el ordenador y escribes tu día a día? Seguramente pensaréis: ¡qué gato más mono! Pues de mono no tengo nada. Simplemente, quiero otra ración de comida y, con suerte, que me acaricie un rato el lomo.

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Primero de todo, creo que debería presentarme. Mi nombre es Goku. El friki de mi dueño me puso ese nombre por un personaje japonés, aunque por lo general, me llama Gatomalo, Gokunó o Undíatetirareporelbalcón. Así que llamadme como queráis, os voy a hacer el mismo caso. En fin, voy a relatar lo que ha sido mi vida desde que era un adorable minino: Vagamente recuerdo estar peleándome con mis hermanos porque eran unos envidiosos, puesto que era el único de la camada que tenía el pelo largo y sedoso. Quizá el hecho de dejar a mi madre seca justo antes de la hora de alimentarse también tuvo algo que ver, pero nos quedaremos con que eran unos celosos por mi perfecta estructura genética. Recuerdo el día en que vinieron dos tipos raros a vernos a todos y yo me escondí para no ser visto. Un tipo calvo y con barba que nos observaba embobado no me daba buena espina, aunque la chica con el pelo rosa me dejó claro que muy normales no eran. Seguí sin moverme de detrás de aquella pata de la silla sin ser visto hasta que oí una frase: - ¿Quién va a ser el nuevo rey de la casa? – dijo el grandullón, mientras nos miraba como si fuese a comernos. Entonces pensé: ¿puedo irme a un lugar donde yo, y solo yo, mande? - ¡Miu!- exclamé con la voz más dulce y convincente que se me ocurrió. En fin, que me voy por las ramas. Como era de esperar, los dos “friikis” se enamoraron de mí, y me llevaron a su casa. Era un sitio grande, aunque yo era un gato de medio palmo, así que todo era enorme para mí, pero al fin me había librado de mis dichosos hermanos y conseguí una nueva familia a la que sacar de quicio. Tenía todo un hogar para mí solito, hasta que oí algo raro. Un jadeo de algo grande e hiperactivo que venía directamente donde los nuevos dueños me habían dejado. ¿Qué era eso? ¿Es que no estabais solos, malditos embusteros? Entonces, ahí lo vi. Un saco de babas con cara de velocidad y con una lengua que era la mitad de su cuerpo venía directo a mí, después de haberme olfateado hasta mi último pelo me dio como un millón de lametones. Era una bóxer blanca que no dejaba de menear el culo mientras me azotaba con su húmeda nariz. Esta no sabía quién acababa de entrar en su casa…

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Saqué las uñas afiladas y le arreé tal viaje en la cara, que se alejó de mí después de haber chillado como una niña histérica. - ¡Vuelve a olisquearme, perro sarnoso! –le grité, mientras demostraba quién mandaba ahora en casa. Desde entonces, he vivido como un rey. Aunque debo decir que el calvo y la “pelirrosa” han ampliado la familia. Acogieron a una bulldog francés, que más que juguetona, parece que mentalmente sigue teniendo seis meses. Una chihuahua tan pequeña y llorona, que no puedo evitar disfrutar cada vez que le clavo una uñita accidentalmente. Pero la guinda del pastel fue cuando trajeron a un gato que habían abandonado en la calle. Ryuk le llamaron los frikis estos. Total, que lo tuve que poner en su sitio desde el minuto uno. Lo miré, me miró, y a la que me dijo “miau”, me lancé encima para matarlo. Hay que dar gracias a los dueños. Le salvaron la vida dos veces. Aun así, debo añadir que mis amos han sido benévolos conmigo. He dejado señales estratégicamente después de que viniese un nuevo miembro de la familia, para que no se olviden de mí, como orinarme en la cama, en la encimera, en el sofá… Y aun así, no me han dado a otra familia ni tirado por la ventana. Ahora, ya soy un gato maduro. Ya han pasado seis años y sólo toco las narices tirando figuritas, y de vez en cuando, le hago una llave de judo a mi hermano Ryuk. Soy un lindo gatito, como diría aquel canario animado, pero no soy sumiso ni por asomo. Ya veis que no puedo ser perfecto, muchachos. Gracias y Miau. P.D: No os enfadéis tanto y ronronead un poquito más.

Belén Tubert Martínez (CFA Nou Girona)

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Sentimientos entrelazados Siento mi cuerpo elevarse, me llevan en volandas hacia alguna parte. De pronto, un latido, escucho sin cesar el más bello sonido que jamás pude imaginar. Unos brazos me rodean, oigo un susurrar, es el maestro… y me dejo llevar. Siento unos dedos deslizar entre mis cabellos largos y finos, me quieren afinar. Unos acordes improvisados salen de mí y de mi garganta, ¡nace una taranta! Un taconeo, unas palmas, mi tono se va elevando y llevando el compás, a la que pisa fuerte y con gracia, la de la flor en el pelo, ¡ay!, la del lunar. Le doy un quejido a ese zapateo que no tiene final, repica y repica sobre el suelo, y hasta el cielo llora de alegría, al ver la maravilla de este recital. Y sigo entre sus brazos, me sigue llevando, con temple y mucho tacto, me va marcando, y yo le acompaño con mi sonar. Se escucha un lamento, una melancolía, en cada nota musical, y entrelazados con el pensamiento, nos fundimos, en un largo repicar. Vuelta y otra vuelta, la "bailaora" da, mientras se acuna entre mi melodía, aquella nota que marcará el final. Con un leve quiebro en su cuerpo, me manda una señal, un sonido se hace eco y suena a celestial, y nos abrazamos en el aire con total complicidad. Y se hizo el silencio, se bajó el telón, corazones agitados y llenos de emoción, vuelven al escenario para recibir merecida ovación. Aplausos, flores y muchos olés, mientras Yo, guitarra, me despido hasta la próxima vez. María Cruz Andreu Martín (CFA Manuel Sacristán)

Soy la guitarra de Francisco - ¡Pueeeesss, qué quieren que les diga! Soy la guitarra de Francisco. Estoy con él desde los tiempos de María Castaña. ¡Mmmmnop, aclaremos que Francisco, tocar, lo que se dice “TOCAR”, apenas toca el timbre de la puerta y también ahí logra desafinar. Soy la guitarra de un guitarrista que no sabe tocar la guitarra. ¡Vaya!, no es que la toque mal, no, no, no, no. Es que no toca absolutamente NADA. Ocupo un honroso y polvoriento lugar ornamental en un rincón mientras Francisco logra sacar

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el tiempo y la disposición de intentar por trillonésima vez hacer algo conmigo, aparte de quitarme el polvo …, cuando lo hace. Cuando les digo que llevo muchos años con él, es que son muchos años; desde que era un niño. Nuestra Relación empezó cuando, estando Francisquito resfriado, su señora madre me llevó a casa como un regalo que –es lo que me dijo – el niño siempre había querido (cosa que, seguramente, era cierto; al igual que un loro, un perro, un caballo, una bicicleta –la bicicleta también terminó, finalmente “cayendo”-). Algunas veces vi la luz del sol cuando acompañé a un muy voluntarioso Francisco a clases de música que duraban algunas semanas. Pero nos llevamos bien. Él me quita el polvo de vez en cuando, y yo no le hago callos en los dedos. Francisco Javier Moro Albacete (IOC Barcelona, Laura Garcia)

Mis pies descalzos Aprender a andar es complicado. Aprendo tarde para gran desesperación de mis padres, que intentan sostenerme agarrándome de los bracitos, mientras mis piernas se tambalean les oigo decir que me falta sincronía de movimientos. No paran de grabar y hacer vídeos, mientras yo consigo dar dos pasitos seguidos y vuelvo a caer al suelo. El pañal que llevo puesto me amortigua, estoy cansada pero ellos vuelven a insistir. Mientras papá se pone delante de mí, mamá me sujeta con un dedo al que me agarro con todas mis fuerzas, siento miedo y vértigo a la vez, unas cosquillas en mi barriguita hacen que me decida a lanzarme hacia los brazos de papá, que en cuclillas me hace señas para que me acerque a él. ¡Vamos! ¡Ve con papá! -dice mamá, mientras poco a poco me va soltando la mano para empezar el camino yo sola. Algo me dice que me volveré a caer, por otro lado siento ansias de volver a intentarlo, ya que todos están muy contentos a mi alrededor. Me decido y doy un pasito hacia adelante, esta vez parece que mi cuerpo se equilibra y me deja dar otro pasito, tambaleándome llego a dar dos pasitos más y llego a los brazos de papá. Todos aplauden, parece una fiesta. Me abrazan, me besan y me hacen más fotos. Creo que esto de andar se me va a dar muy bien. Concepción Velasco Revelles (CFA La Llagosta)

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FANTASÍAS ¿Quién maneja los hilos? Corría el año 1952 en las frías y humeantes calles del Soho en el West End, cerca del barrio de Westminster en Londres. Joseph, un hombre de semblante huraño y severo, escondía bajo su sombrero una nariz aguileña que no hacía más que enmarcar aún más su fisionomía cuadriculada. Mientras apuraba las ultimas caladas a un cigarrillo, se tomó unos segundos para observar el anillo de casado que brillaba en su dedo. Hacía ya dos años que se había casado con Mary Anne en aquella capilla de St Dustan, una mujer que a pesar de no ser demasiado inteligente era complaciente con el como ninguna otra persona jamas lo había sido. Siempre atenta y dispuesta a aceptar cualquier cosa que el demandara, la mujer perfecta para un hombre como él. Silenciosa y sumisa. Tenía una mata de pelo castaña casi rojiza y unos labios carnosos y rosados que no paraban de sonreír constantemente. Pero no era su físico de lo que se había enamorado, más bien se había enamorado de ella por el amor que le profesaba a él, líder de la mafia del Soho londinense. Llegó al lugar acordado unos 10 minutos antes de lo previsto, en un bar pequeño regentado por uno de sus hombres en St Berwick. En cuanto entró se contentó de ver el local vacío tal y como había demandado y una botella de whisky inglés descansando en la mesa central junto a dos vasos. Se sentó y observó aquel lugar. Estaba decorado en tonos verdes y marrones claros, era en toda regla un bar de mala muerte con un tremendo encanto inglés. La puerta se abrió y apareció su cita de aquel día, un maldito escocés llamado Jaime McMurphy de cabellera rojiza casi anaranjada y una barba muy poblada del mismo color. Joseph no puedo evitar apretar su mano no visible en un puño antes de sonreír amablemente y ofrecerle asiento frente a él. –

McMurphy, estoy muy agradecido de que hayas aceptado mi

invitación. Sé que eres un hombre bastante ocupado, sobre todo cuando estás al mando de medio territorio escocés, y como yo también lo soy, te serviré un whisky e iré al grano con el asunto que nos atañe.

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Joseph primero llenó su propia copa para acto seguido llenar la del escocés. –

Es sabido por todos que nuestros territorios han estado en guerra

entre sí desde antes de que tú o yo naciéramos, has enviado a tus hombres a uno de mis bares hace apenas un par de noches, y no puedo firmar la paz con alguien que ha traído a más de veinte hombres a este encuentro. McMurphy rio ante aquellas palabras del inglés y se bebió la copa de un trago, tosió para aclarar su garganta y agregó: –

Estoy en tu territorio. ¿Qué esperabas? Te he ofrecido amablemente

quedarme solo con el 35 por ciento de tu territorio, tengo más hombres que tú, más leales y con sentimiento de odio profundo hacía ti y tus ratas de alcantarilla. Deberías aceptar antes que la sangre manche tus sucias calles. Joseph sonrió y alzó su copa para darle un pequeño trago. McMurphy, con cara de preocupación y rabia a su vez, gruñó. –

No puedes hacerme daño, Joseph ¡He traído a un ejército conmigo! Y

vendrán más si osas abrir fuego. El inglés negó lentamente con una sonrisa de suficiencia en su rostro, alzó su mano izquierda y con la contraria hizo girar el anillo de casado.

¿Sabes el refrán “ Dios da pan a quien no tiene dientes “? Siempre

me ha recordado a ti, escocés. Un hombre con los recursos necesarios para hacerse dueño de todo el territorio inglés, pero con carencia de astucia o carisma alguno. Ya estabas muerto cuando decidiste venir aquí, ¿Conoces el Talio? Es un veneno mortal prácticamente indetectable, tu vaso está lleno de el viejo amigo, y por el tiempo que llevamos hablando no creo que te queden más que unos minutos. Joseph se levantó justo cuando McMurphy intentaba gritar para alertar a sus hombres, pero de repente un fuerte dolor en su estómago lo hizo caer de la silla.

Lo más curioso es que el Talio me lo han traído tus propios hombres.

Les he ofrecido trabajar para mí. -Hizo un gesto con la mano y entraron algunos escoceses en el mismo momento en que su antiguo jefe vomitaba un gran charco de sangre. Los miró suplicante y estos se quedaron impasibles.– Me pidieron que te entregara para que ellos pudieran hacerte pagar tu egoísmo y humillaciones, pero

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soy un hombre piadoso. Además todo lo que alguna vez codiciaste será mío. Todos los clanes de Escocia sabrán de una vez que nunca, nunca, deben amenazar a un inglés. Joseph apagó su cigarro frente a la mirada perdida del escocés que murió tras escuchar las últimas palabras de su archienemigo, el cual le había tendido una trampa utilizando su propio sistema para derrocarlo. Salió de allí cruzó la calle y se subió en un coche negro, dentro su esposa Mary Anne lo recibió con un beso dulce. –

¿ Quieres visitar escocia, querida? Es tuya, tal y como me pediste.

Mary-Anne sonrió. Puede que solo fuera una mujer a los ojos del mafioso más peligroso de Inglaterra, pero la verdad,es que era ella quien siempre movía los hilos, nadie solía tener en cuenta a una mujer sumisa y enamorada. -

¡Lo estoy deseando! Sara Íñigo Cuacos (CFA Igualada)

Caprichos del destino

Él es Rafa, un tipo duro. Se le puede ver siempre paseando solo, sin apenas hablar con nadie, vistiendo habitualmente su impecable gabardina beige y un particular sombrero color canela. Ocupa asiduamente sus gafas oscuras que le otorgan un semblante serio. En realidad, eso es solo fachada. Él nunca ha sido así. Hace años tenía mujer y una hija pequeña. Gozaba de un buen trabajo, pues era uno de los mejores arquitectos de toda la ciudad. Vivían en un enorme ático en el centro de todo el núcleo urbano. Poseía un buen coche y podía darle a su familia todo lo que necesitaran. Nunca les faltó de nada. Viajaba constantemente por negocios y en ocasionas podía llevarlas consigo, pero en uno de esos viajes, ocurrió algo horrible. La familia llegó a un hotel al norte de Italia, donde Rafa tenía una reunión importante el próximo día. Deshicieron las maletas y fueron a disfrutar de las horas que tenían libres antes de que tuvieran que irse. A la mañana siguiente, Rafa se enfundó su traje, cogió su maletín, se despidió de su mujer con un tierno beso y aupó a su pequeña diciéndole que la quería. Cogió un taxi y se dispuso a ir a su cita, donde tenía la posibilidad de pactar

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una de sus mejores ventas. Poco antes de que pudieran llegar a un acuerdo, alguien interrumpió la sala y avisó a Rafa de que tenía una llamada urgente. Se levantó muy preocupado ¿Quién podía llamarlo ahí? Era del hospital, su mujer y su hija habían sufrido un accidente de coche. Exaltado, se dirigió a toda velocidad hacia el hospital, donde se hallaba su familia. Ahí le dijeron que su hija tenía daños cerebrales irreversibles. Por otra parte, su mujer estaba muy grave, pero aún seguía consciente, aunque poco después, decidieron inducirle un coma para que no sufriera. Pasadas unas horas, el pequeño cuerpo de su hija no pudo soportar más las heridas sufridas y falleció. Angustiado, se aferraba a las pocas posibilidades que tenía su mujer de sobrevivir, pero toda esperanza se desvaneció cuando inevitablemente ésta perdió la vida. Desconsolado, no pudo soportar esa enorme perdida y recurrió al alcohol para sobrellevar el dolor. También se hizo adicto a las apuestas, llegando a perder todo lo que le quedaba y acabó viviendo en la calle y de la caridad de la gente. Pasaron los años y ahí seguía, desamparado, mendigando por las calles. Había días en los que apenas podía comer, estaba cansado de esa situación e intentaba por todos los medios salir de esa etapa. Una noche se le acercó un tipo extraño y

le propuso trabajar para él.

Cuando le contó de qué se trataba, no se lo podía creer: su cometido sería traficar con droga a cambio de cuantiosas sumas de dinero. Estaba harto de estar en la calle y quería volver a tener una vida, pero, ¿era esa la manera? Después de una larga pausa de reflexión, miró al hombre y le dijo: - A buen hambre no hay pan duro. Con esas palabras le decía al que sería su nuevo jefe que haría lo que hiciese falta para salir de la calle. Le dio todo cuanto necesitaba para empezar una nueva vida, aunque Rafa se avergonzaba de lo que hacía y, por supuesto, lo ocultaba a todo el mundo. Trataba de pasar desapercibido entre la gente, ocultándose con sus ropajes y sus enormes gafas oscuras. Por desgracia, esa fue la solución más rápida a sus problemas y, consciente de la dificultad que supone salir de ese mundo, se sintió atrapado en él. Con el paso del tiempo, Rafa, al que se le conocería como “el mudo”, fue ganando cierta fama gracias a la sangre fría que mostraba a la hora de tomar ciertas decisiones relacionadas con sus nuevos negocios. Actualmente, poco se sabe de aquel mendigo que rápidamente consiguió que su nombre se hiciera eco por todo el país. Algunos dicen que se marchó para

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poder expandir sus negocios y otros que fue ejecutado a manos de sus compañeros. Pero siempre habrá algunos que lo seguirán temiendo. “No se la juegues al mudo o te quedarás sin lengua” Belén Tubert Martínez (CFA Nou Girona)

Solo ellas lo sabían

Era una chica hermosa, de cabellos negros como el carbón, ojos azules como el mar, piel blanca como la nieve y mejillas sonrosadas. De caderas anchas y cintura estrecha, con su 1'70 de altura, era atractiva y sensual. Desde bien jovencita había soñado con ser mamá, y aunque tardó mucho en quedarse embarazada, por problemas de salud, medicación y un sin fin de pruebas, por fin había cumplido su sueño. Ahora, sentada en aquel banco del parque, acariciaba su vientre, donde años atrás habían cobrado vida dos niñas gemelas. Era una mañana de primavera y el sol en el horizonte hacía que el colgante que llevaba en su cuello brillase sobre su pecho. En él, había dos fotos de unas niñas de apenas 8 años. Aunque algo extraño pasó que la dejó sin palabras, algo que nunca hubiera imaginado y que ahora tenía sentido. Sucedió hace muchos años. Se levantaron por la mañana, les preparó el almuerzo y salieron a la calle apresuradas. Como cada día, llevaba a sus hijas gemelas al colegio. Caminaban tarareando una canción y cogidas de la mano, cuando el teléfono sonó desde su bolso. Era del trabajo. Respondió rápidamente y su interlocutor le pidió que acudiera de inmediato a la oficina. Había ocurrido algo grave, así que decidió que las niñas continuaran solas; conocían bien el camino. Las besó en la frente y emprendió la ruta de vuelta. Solo dio veinte pasos. A sus espaldas, el ruido de un fuerte golpe, seguido de un frenazo, hizo que volviese la cabeza, con una expresión de horror en el rostro. Los cuerpos de las dos pequeñas, yacían

inertes

bajo

un

camión.

Todavía

estaban

cogidas

de

la

mano.

La mujer se sumió en una profunda depresión, sentía un dolor en el pecho inexplicable, se despertaba cada noche llorando, se repetía en sus sueños una y otra vez aquel momento trágico. Su madre no podía entender por qué le había pasado eso a su hija, con lo que había sufrido y ahora esto. "Dios da pan, a quien no tiene dientes", decía. Pero consiguió salir con un nuevo embarazo. Por ironías del

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destino, en su vientre estaban cobrando vida dos niñas gemelas. Cuando dio a luz, el asombroso parecido con sus hijas fallecidas, sorprendió a más de un vecino. A medida que las pequeñas crecían, la madre se volvió más y más protectora. Le aterrorizaba la idea de que pudiera perderlas. Sin embargo, el día anterior, de camino al colegio, las hermanas se adelantaron, corrían ante la atenta mirada de la mujer. En cuanto pusieron un pie en el asfalto, una férrea mano las detuvo con brusquedad. Entre sollozos desconsolados de terror, y el recuerdo del pasado, les rogó que no cruzaran nunca sin su permiso. “No pensábamos hacerlo". “Ya nos atropellaron una vez, mamá. No volverá a ocurrir”.

Yolanda Moyano Rastrero (CFA La Llagosta)

L y la paloma Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, antes de la vídeo-consola, y en un lugar muy, muy lejano, tanto que había que hacer tres cambios de línea en el metro y luego caminar 20 minutos, vivía una chica que todo lo tenía, y que creía que todo lo merecía. Era guapa -no espectacularmente guapa, pero guapa- y saberlo, sabíalo, y unía su presunción, un mal carácter y una ingratitud supina con la vida que, según ella ,todo se lo negaba, aunque todo lo tenía. Y es que Dios da pan a quien no tiene dientes, y dones a quienes no saben apreciarlos. Su hermana, no tan guapa, no tan lista, solo destacaba por su largo cabello color bronce y su amor por el campo y los animales, “los bichos”, como les decía cariñosamente, y era blanco de todas las iras y desprecios de la guapa antes mencionada y ella, que se sabía, no tan guapa, y no tan lista, tragaba. Ambas hermanas vivían en lo que era la casa paterna de unos padres que, de diverso modo y por distintas circunstancias,…, ya no estaban, o estaban, como si no estuviesen. El piso familiar se elevaba a un quinto piso, rodeando un patio de luces abierto al tejado que cubría el antiguo terrado de la finca y que, hacía mucho, había sido reconvertido en buhardilla, techándolo. En dicho patio, se daban cita multitud de gorjeantes palomas que bajaban volando por el patio y se posaban en las ventanas interiores, para deleite de una hermana y repugnancia de la otra. Y es que a L, las palomas le parecían un “bicho” muy dulce, y su gorjeo muy relajante. Le hacían recordar las visitas que hacía con sus padres – y con “la guapa” – al parque, donde

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alimentaban a las palomas que la rodeaban, así como la vez que su padre logró atrapar una para que ella la pudiese tocar y luego, echarla a volar. Un buen día – o uno muy malo, según como se vea – la broncínea hermana mandó cerrar, con una malla metálica, el patio de luces del terrado del edificio porque las palomas – ratas volantes, según ella – perturbaban su aséptica e inmaculada existencia. Pero, en el ínterin, una paloma quedó atrapada, sin tener por dónde salir y condenada, por lo mismo, a morir. - “¡Bah, total, una paloma más o menos!, ya la barrerá el que venga a limpiar la planta baja”- fue lo único que “se dijo” al respecto. Y es que la malla fue puesta por fuera. Desde adentro, pero por fuera, cruzando unas tablas sobre los tres pisos del patio de luces donde se subió el obrero atado a una cuerda “por siaca”. Tras el cerramiento, la única forma de retirar la malla era trepándose al tejado. L no podía soportar escuchar a la paloma gorjear tratando de salir, así que esa noche, se subió al tejado, a riesgo de caerse, a riesgo de romper las tejas -¡madre de Dios, quién aguanta a la otra si parte las tejas y se filtra el agua!–, y descosió los anclajes de la malla abriéndola lo suficiente para que la paloma pudiese salir…, pero no salió…, el pobre bicho no atinaba a volar hacia la salida. Se limitaba a posarse y gorjear en las esquinas cerradas, tal vez por temor a L, demasiado cerca de la abierta. L se fue, esperando que, en la soledad, la paloma saliese, pero al día siguiente, la paloma seguía ahí, tratando de salir por donde no había salida e ignorando el agujero en la malla. L trataba de “espantarla” con una escoba, de la esquina donde se refugiaba, hacia la esquina abierta al cielo, pero ¡pfff!, ¡nada!, no había forma, así que tiró fuertemente de la malla y la terminó de retirar, escondiéndose detrás del alero, desde donde vio a la paloma salir volando a cielo abierto… L se quedó un rato sentada donde estaba. Mientras veía alejarse a la paloma cuya pequeña vida se había esforzado tanto en salvar pensó en la que iba a montar su hermana cuando viese la malla arrancada y, seguramente, las palomas de vuelta, por lo que se levantó y, haciendo equilibrios a cinco pisos de altura por el exterior de la finca, volvió al perímetro del patio de luces y, repartiendo el cuidado por mitades, una en no resbalar del tejado y otra en reparar con el mayor disimulo posible el estropicio hecho en la malla. Mientras esto hacía, sopesando si prefería caer al patio o soportar las lindezas de su hermana, L se preguntó con tristeza qué cosas valían la pena en su vida tan gris. En ello, pensó en su madre que siempre le

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decía “Dios da pan a quien no tiene dientes, pequeña, pero a buen hambre no hay pan duro”-. L creía no tener nada que valiese la pena, como lo creía su hermana, pero de repente se dio cuenta de que, de lo único que no carecía era de voluntad y valor, y el hecho de haberse molestado y atrevido a subirse al tejado para salvar la vida de una paloma, le mostró que estas carencias no son en modo alguno insuperables; así pues, la pequeña alegría de la liberación de la paloma, hizo que ese día fuese ya un día para recordar como un día feliz, y una vez reparada la malla – afortunadamente, su hermana nunca se subiría ahí para observar ciertos “detallitos insignificantes” que desde su ventana no se verían- volvió de nuevo los ojos hacia el horizonte hacia el que voló la paloma y decidió que ya había llegado el momento de seguirla, había llegado el momento de alzar vuelo hacia su vida.

Francisco Javier Moro Albacete (IOC Barcelona, Olga Torija)

La orientación es el camino Era el año 2001, concretamente, el 7 de octubre, ese día empieza a llover bombas sobre el cielo de Afganistán. En Kabul, una niña de ojos grisáceos y rostro celestial acaricia el cristal de la ventana tapa con la yema de sus dedos esas luces que caen. Ella es Brashida, tan solo una adolescente de 15 años, aunque en unos días será una mujer, la mujer de Ahmed, un talibán de 34 años que ha elegido a la niña más bella. Ella no ha mostrado el más mínimo rechazo, sabe que no tiene opción, así que solo piensa en escapar. Faltan dos días para la boda, Brashida está desesperada, no sabe qué hacer para huir. Las calles son más hostiles que nunca, y las fronteras están tomadas por los americanos, solo se le ocurre ser capturada, prefiere estar en manos del ejército estadounidense, con el riesgo que ello conlleva, sabe que puede morir, pero "a buen hambre no hay pan duro". Identifica a lo lejos la primera camioneta con varios soldados a bordo, así que no duda en dirigirse corriendo hacia ellos al grito de "Alá es grande". Se trata de un comando de las fuerzas españolas que, al ver a la mujer con rostro oculto y decidido, no lo dudan y disparan, primero al aire, con lo que Brashida se detiene tirándose al suelo para ser capturada. La llevan a la base militar donde, con ayuda de un traductor, le hacen un interrogatorio para confirmar lo que ya estaba

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claro: es una mujer llena de odio que en el nombre de Alá luchara contra aquellos que hayan invadido sus tierras. No obstante, el sargento Alejandro no ve en las palabras del intérprete lo mismo que en esa dulce mirada, en la que en vez de odio observa una tristeza desoladora, de modo que decide continuar él solo, entre inglés, sonrisas y lágrimas. Finalmente, Brashida, arropada por la comodidad que le transmite el soldado, confiesa y le suplica, de tal forma que al militar le conmueve tanto la historia de esta niña, que decide ponerse en contacto con un periodista español al que conoce y que se encuentra de corresponsal en Afganistán. Este no duda en ofrecer toda su ayuda y se marcha a España con la niña, no es tarea fácil, pero finalmente consigue el asilo político. Alejandro, no contento con eso, encarga a su hermana Paola, que cuide de ella. La niña que antes tenia una mirada triste, ahora posee una sonrisa brillante, fruto de lo más anhelado, su libertad!, En Kabul las yemas de sus dedos trazaban el color del fuego, ahora pintan arcoíris, cambió también el nicab por una melena al viento, ya que eso iba más acorde con su pensamiento. Alejandro volvió a España muy satisfecho, al ver que no solo cambió la vida de Brashida, también la de su hermana Paola.

José Luis Garrido Pla (CFA Ribera d'Ebre)

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LA CAJA DE PANDORA

Sentimientos

Guardo en mi cajita mágica mi nacimiento y casi mi defunción, y otra vez mi nacimiento, ¡sobreviví! Guardo en mi cajita mágica todos mis recuerdos, entre otras cosas, todo aquello que viví que sentí o que perdí. Guardo en mi cajita mágica mi infancia, una adolescencia plena, juventud intensa y una madurez serena. Guardo en mi cajita mágica los primeros sentimientos floridos, y también los dolidos. Guardo en mi cajita mágica todo mi mundo, pasado, presente y un futuro pendiente. Guardo en mi cajita mágica el color blanco inocencia, el negro de duelo, y un azul esperanza eterno. Guardo en mi cajita mágica todas las ilusiones que tuve, y también todas las decepciones. Guardo en mi cajita mágica lágrimas amargas, corazón partido, y un gran dolor en el alma. Guardo en mi cajita mágica a quien o quienes conocí, parí, me parió, quise, odié, perdoné y también pedí perdón. Guardo en mi cajita mágica el valor más preciado pues sin él no existiría y ese es… Mi propia vida. Todos estos sentimientos guardo en mi cajita mágica, la cual va creciendo cada vez más y de vez en cuando los lanzo al espacio para que puedan llegar, hacia ese infinito, en forma de estrella fugaz.

Maria Cruz Andreu Martín (CFA Manuel Sacristán, Barcelona)

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Complejos Ella era pura felicidad, puro estado de alegría, por desgracia la sociedad, la empezó a acomplejar un día. Estaba llena de buen humor, se hallaba llena de vitalidad, por sus poros desprendía amor, pero el mundo le devolvió crueldad. La mente de ella se burlaba, la ira por dentro crecía, a ella su cuerpo no le gustaba, en silencio a solas sufría. Se frustraba al mirarse en el espejo, ir a la playa no quería, por culpa de su complejo, el miedo la invadía. ¿Por qué no pusiste remedio? Creíste mejor esconderte. ¿Prefieres quitarte del medio? La solución no es la muerte. Si crees que es lo mejor es que eres inconsciente ¡Notas ese fuego abrasador! Es el amor de tu gente. Lourdes Castro Arévalo (CFA Sant Josep)

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Un reloj latente

Una desconocida llamada vida en el momento en que nací, instaló una caja dentro de mí. En su interior se hallaba un plazo, el resto que yo guardara dependía de mí. El viento no puede alcanzar a palparla, en mis manos no la puedo sostener, es invisible a los demás, pero la siento en mi interior. Me susurra con latidos que solo hay cabida de amor. Esta caja que camina conmigo día a día, toda energía negativa la elimina sin rencor. Podría hacerse trizas, de cada pena o cada lágrima o dejar de palpitar en cualquier momento, puesto que no puedo saber cuánto tiempo me ofreció. Me dijo que no lo malgastara, que en su interior cabían

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infinitos sentimientos, que guardara lo mejor, que no pensara en ello, que viviera siempre el hoy, que esa caja llena de todos los buenos recuerdos repletos de amor me acompañaría hasta mi última bocanada de aire. Mi caja cuando muera conmigo en cenizas se convertirá, en infinitos sentimientos de amor que guardan en recuerdos, que conmigo se desvanecerán.

Isabel Pajares Román (CFA La Llagosta)

Dos corazones

Rebosante de miedos, empezaba una nueva etapa. Una mezcla de sentimientos muy intensos, alegría, ilusión, emoción, inquietud. Todos los calificativos que pueda describir son pocos. Radiante por notar y ver crecer una vida dentro de mí, era el deseo de mi vida. Pasaban los meses y llegaba el momento de la gran cita, la más ansiada de mi vida. Deseaba tanto conocer a esa personita que cambiaría mi vida por completo y la llenaría de luz. Soñaba con verle la cara, pensaba cómo sería y qué carácter tendría. Llegó el momento tan ansiado, estaba a punto de conocer a mi hijo, y a

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pesar de ser un momento duro, fue el día más bonito de mi existencia. Lo cogí en brazos, lo miré y solo pude entregarle una caja, fue un regalo mutuo. Dentro de ella entregaba y recibía lo más preciado nuestros corazones y nuestro amor infinito. Esa caja, con ese bien tan valioso que también me entregó mi hijo, la guardo en buen recaudo por nada del mundo me gustaría extraviarla. Con lo cual mis días libres, sobre todo los domingos, son los momentos más especiales, ya que disfruto de sus sonrisas ,que son contagiosas y tanta falta me hacen. María Purificación Martínez García (CFA Edelia Hernández)

Añoranza - Aquí tiene señor, espero que descanse en paz. -fueron las palabras del personal funerario al entregarme la cajita, una caja llena de vida y muerte, luz y oscuridad, alegría y añoranza. Desde aquel momento esa caja se convirtió en mi objeto más preciado, más cuidado y querido. La llevé de paseo, la limpié con delicadeza y tuve largas charlas con ella. Fue la caja de las verdades, de mis miedos y de mi gran sentimiento de falta. La escondí durante las noches tristes y oscuras, no soporté verla mientras los sentimientos negativos se apoderaban de mí. Un domingo soleado y optimista, me dispuse a llevarla al mar, dejar el interior de la caja volar en libertad. Des e entonces no hay caja, hay sentimiento, cariño, recuerdo… pero no hay caja física. Cada domingo soleado, me dispongo a ir con mi caja imaginaria a esa orilla, y contemplar la inmensidad del océano en el que el interior de mi caja viaja sin parar. Antonio Santos Ortiz (CFA Sant Josep)

Caja de sentimientos Entró mi amigo Mario en mi habitación para ver cómo era. De repente se fijó en mi cajita morada con un adorno de una flor de plástico que estaba situada en mi mesita de noche. Me preguntó si guardaba algo en ella, ya que era pequeñita. Le contesté: –

En esta cajita guardo uno de mis más preciados recuerdos materiales

e inmateriales. Guardo los recuerdos de mi difunta abuela, que en paz descanse.

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Antes de morir de regaló una pulsera. Esta pulsera siempre la llevaba puesta ella en su muñera izquierda. Me dijo que me la regalaba por el gran amor que me tenía, ya que siempre he estado con ella cuando necesitaba ayuda. Pero además del regalo, guardo muchos recuerdos de mi querida abuela. Tantos atardeceres sentados en la montaña, con ella contándome sus historias de cuando era pequeña. Conservo los aromas que desprendían sus comidas. ¡Estaban tan buenas! Guardo el amor y el cariño que siento por ella y lo mucho que la añoro. Mario se quedó mirándome fijamente con cara de lástima al ver cómo mis ojos se desbordaban y bajaban las lágrimas por mi cara. Naoufal El Khayat Choulli (CFA Martorell)

Lo más preciado de alguien querido Es una sonrisa de alguien muy especial, que me dijo cuando me la entregaba encerrada en una caja: “Consérvala con mucho cariño y sobre todo mantenla viva para los momentos que creas más oportunos de ojear. Así que te entrego esta caja con lo que más significado tiene para mí, es una caja con un contenido de un valor insignificante para el mundo, ya que no contiene oro pero es mucho más que eso para mí. No hay tasador en la vida que pueda dar cifras de algo tan sencillo y sincero, como lo que te regala alguien tan querido. Por consiguiente, la puse bajo llave en una caja fuerte, de esta manera será imposible que los amigos que vengan algún día a cenar o de visita no puedan preguntar por este pequeño tesoro, de forma que no se sepa qué ofrece su interior. Por otro lado, es un regalo tan importante, muchos domingos lo abro nada más me levanto, porque hace que me despierte con una energía tan abrumadora, que cuando salgo a pasear por la playa, los transeúntes me observan como si de alguien famoso se tratara. Por tanto, cada fin de semana y sobre todo cada vez que estoy de bajón por alguna circunstancia, destapo mi abalorio y me recargo de una carga positiva, que parece que haya desaparecido cualquier malestar que hubiese tenido. Sergio Munuera Piris (AFA La Pau, Badalona)

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“La literatura no permite andar, pero permite respirar.” (Roland Barthes)

Profesora del Módulo: Isabel Verdú Institut Obert de Catalunya

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