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Japón: Costumbres y tradiciones milenarias

Japón

Costumbres y tradiciones milenarias

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Hace algunas décadas viajamos a Oriente y visitamos Japón, ese enigmático y admirable país. Entre los datos que recuerdo de aquellas fechas, tenía 5 y medio millones de hectáreas cultivables, la mayoría de arroz, y alrededor de 6 millones de campesinos, menos de 1 hectárea por labriego. Comparándolo con Tailandia, con un delta de 500 kilómetros de las mejores tierras y también arrocero, Japón lo superaba en producción. Esto rompe

el mito de que el minifundio es improductivo: depende de cómo se organice y quién lo trabaje.

En Japón el gobierno

estimula la producción

agropecuaria, pero únicamente para autoconsumo. Se regula la producción para que no haya sobrantes que se tengan que vender al exterior, ya que únicamente exportan manufacturas. Por un lado llegan los barcos con las materias primas, y por otro zarpan con el producto terminado.

El japonés por naturaleza es disciplinado, honesto, trabajador y muy apegado a sus tradiciones. La mayoría de la población practica el sintoísmo, la religión nativa, pero extrañamente también es budista y ambas religiones conviven en una misma persona. El sintoísmo es

una religión de vida, en la que se respeta y adora la naturaleza, representada por kamis o dioses, y a los

antepasados. El símbolo del sinto o religión, es el tradicional portal japonés muy difundido en el país. El matrimonio es un acto sintoísta, en el que los novios hacen juramentos y después de tres tragos de

sake (licor de arroz) quedan casados. En esta ceremonia los novios se cambian de ropa en varias ocasiones. Lucen kimonos, trajes de etiqueta, ropa blanca, y otras vestimentas.

Generalmente, cuando

una joven llega a la mayoría de edad, sus padres le regalan un kimono de lujo que conservará para

siempre. Esta prenda se empezó a hacer de seda cuando se introdujo desde China. Los usan tanto las mujeres, como los varones, en diferentes estilos y los hay distintos para cada ocasión. Actualmente son de mangas holgadas, y se sujetan con una faja ancha llamada obi, y se acompaña con accesorios, geta; chinelas de madera, o zon, sandalias de algodón y cuero, y los tabi, calcetines tradicionales que separan el dedo pulgar del resto, para calzar las sandalias.

Entre las tradiciones y la modernidad prospera la tierra del sol naciente.

En Japón se conserva

la tradición de los

matrimonios arreglados, aún cuando ya son un tanto liberales. Generalmente los padres nombran una especie de padrino o amigable componedor, que propicia que los jóvenes se conozcan y se traten, y si la relación prospera llegan al matrimonio.

Otra tradición es que el hijo primogénito es el consentido y el que hereda

la fortuna, pero también el que adquiere la obligación moral de cuidar a los padres hasta su muerte y aún casado vivir con ellos.

El viaje de bodas generalmente es a Hawaii, al sur de Japón, y como muchas veces el hijo es muy mimado por la madre, ésta incurre en los excesos de hablar a cada momento para ver cómo está su niño, e inclusive en ocasiones hasta presentarse en el propio viaje de bodas. En el aeropuerto de Tokio hay una oficina del registro civil, para lo que se conoce como el divorcio de Narita (el aeropuerto), pues al regreso de la luna de miel, muchas jóvenes decepcionadas por el acoso de la suegra prefieren terminar la relación.

El té es otra costumbre japonesa, cuya ceremonia, fuertemente influenciada por el budismo Zen, ha venido ya en desuso. La tradición es que el té verde de matcha debe ser preparado por el anfitrión, con enorme cuidado y dedicación para servirlo a sus invitados. Se prepara con hojas de té machacadas y hechas polvo.

El jardín japonés es una verdadera obra de arte. El biwagaku, un estilo de música interpretado por el biwa, un instrumento típico japonés de cuatro cuerdas, y el nohakú, otro estilo que se interpreta con flautas hayashi, coros y tambores tsuzumi.

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