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Imperio fracasado

Restauración de la República

Fin de un imperio condenado al fracaso

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El 19 de mayo de 1867, tras un sitio de 3 meses, el ejército republicano tomó la ciudad de Querétaro, poniendo fin a la invasión francesa prohijada por los traidores conservadores e impulsada por el clero. Maximiliano fue recluido en el Convento de los Capuchinos, junto con Miguel Miramón y Tomás Mejía, y sometidos a juicio conforme a la Ley del 2 de enero de 1862, que penaba a los crímenes contra la independencia y la seguridad de la Nación.

Maximiliano había firmado un decreto ordenando que todo mexicano que fuera sorprendido con un arma fuese fusilado de

inmediato en un plazo no mayor a 24 horas y sin defensa alguna. Esto causó el asesinato de cientos (nunca sabremos cuántos) de patriotas defensores de nuestra Independencia. A Maximiliano, en cambio,

se le sometió a un juicio formal y fue defendido por los más prominentes

abogados de la época, entre ellos Mariano Riva Palacio.

La Fiscalía hizo valer los crímenes y atrocidades cometidos en todo el territorio nacional y fue hasta el 16 de junio, 28 días después, que el Jurado emitió por unanimidad su sentencia ordenando el fusilamiento de los reos. Ese mismo día, sin embargo, cuando eran llevados al paredón, llegó una orden del Gobierno aplazando la ejecución hasta el 19 de junio.

El presidente Juárez estaba recibiendo multitud de peticiones de clemencia: De la princesa Inés de Salm

Salm, el ilustre literato Víctor Hugo, el patriota Giusepe Garibaldi... toda una avalancha. Pero la impasibilidad del patricio resistió todas las presiones con testando: “No soy yo, es la Ley”.

Maximiliano, Miramón y Mejía fueron ejecutados en el Cerro de Las Campanas el 19 de junio

de 1867, sepultando para siempre la ambición europea de dominación en el Continente. Por eso,

en algunos países se le denominó a Juárez con toda justicia el Benemérito de las Américas.

El cadáver del filibustero pasó, adicionalmente, algunas peripecias. Habiendo sido embalsamado en su traslado de Querétaro a la Ciudad de México, el carruaje se accidentó al cruzar un vado y el ataúd cayó al río, dañando el embalsamamiento del cuerpo. Ya en la Ciudad de

La ejecución del Emperador Maximiliano (Edouard Manet, 1867).

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