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Un viaje interminable (R. Gagliardi)…………………………………Pág
Un viaje interminable
Ramiro Gagliardi
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Un viaje interminable
El día 17 de mayo salimos a las 18 horas rumbo a Ezeiza por la Ruta 3. Ya estaba anocheciendo, el sol se ponía al oeste detrás nuestro. Se apreciaban las grandes extensiones de campo, algunas sembradas y otras con el ganado que ya se acomodaba para dormir. El cielo se tornó oscuro y las horas comenzaron a hacerse eternas. Pasamos por las ciudades de Chaves, Benito Juárez, Chillar, Azul y paramos a cenar en una estación de servicio YPF de Las Flores. Ya era tarde, el lugar estaba desolado, solo había dos empleados muy amables que nos atendieron. Pedí una hamburguesa con queso, papas y gaseosa que, a esta altura del viaje, me pareció muy rica, ya que estaba muerto de hambre. Fuimos al baño y seguimos viaje. Pasamos Monte, Cañuelas y finalmente llegamos a Ezeiza. Era la una de la madrugada y nos quedaban 6 horas de espera para abordar el avión. Dejamos el auto en el estacionamiento y, cargando las pesadas valijas, caminamos hacia la terminal A. Al entrar, lo primero que vimos fue un Starbucks donde nos sentamos a tomar café y comer unas medialunas, que para mí estaban muy buenas. Recorrimos el lugar varias veces para que el tiempo pasara. Había mucha gente, que también viajaba a otros destinos, o tal vez al mismo. Algo que nos llamó la atención fue ver perros que paseaban junto a sus dueños, ya que eran de apoyo emocional y se les permite viajar junto a ellos. Pasaron dos horas y pudimos hacer los trámites de embarque, luego el de migraciones y llegamos a la sala de espera, donde pudimos descansar y relajarnos. Luego recorrimos el free shop. Me fui directo al sector de golosinas, donde encontré dulces que nunca antes había visto. Como cajas de Tictac tan grandes como un balde, lleno de cajitas adentro; bolsas de distintos chocolates importados y un montón de cosas más, que me hubiera gustado llevarme. También había bebidas, perfumes de todas las marcas que se puedan imaginar, ropa, accesorios y un sector de tecnología donde miré todo lo que estaba ahí. Nos sentamos en unos asientos, puse a cargar mi celular y tomamos mate con mi mamá mientras observábamos a la gente, estaba lleno. Algunos dormían,
otros leían, otros conversaban. Todos se veían contentos y relajados. Acá también había perros. Nuevamente me dio hambre, y aprovechando que teníamos un local Havanna al frente nuestro, me compré un alfajor. Faltaba todavía una hora para abordar, cuando llegaron el tío Mauricio y su familia. No nos veíamos desde el verano. Viajábamos todos juntos en el mismo vuelo. Ellos vinieron desde La Plata. Finalmente, llegó la hora de abordar el avión Jumbo 747 de Avianca rumbo a Bogotá. Los asientos no eran tan cómodos, pero pude dormir un rato, ya que habían pasado casi 24 horas desde que me había levantado. A las tres horas de vuelo me despertaron con las luces que anunciaban el almuerzo. Era un wrap de pollo, o sea, una tortilla de harina de trigo rellena con pollo y espinaca. La verdad es que a nadie le gustó. Había pasado más de una hora cuando arribamos a Bogotá. Allí tuvimos que hacer escala para poder llegar, más tarde, a nuestro destino. Solo esperamos una hora en ese aeropuerto. Pasamos un nuevo control donde fueron más estrictos que en Argentina, hasta las zapatillas nos hicieron sacar. Nuevamente recorrimos el free shop y otros locales. Pasada una hora, un colectivo nos llevó hasta el avión. Ya a bordo, nuevamente nos dieron un wrap de pollo y espinaca, pero esta vez ni lo probé. El vuelo fue más corto. A las dos horas ya habíamos arribado al aeropuerto de Punta Cana, República Dominicana. Al bajar del avión un húmedo calor nos envolvió. Ni bien entramos al aeropuerto, nos llamó la atención sus techos cubiertos de hojas de palmas, que después nos dimos cuenta que era algo característico del país. Al salir del lugar, ya teníamos un taxi esperándonos para llevarnos al hotel. Después de más de 24 horas de viaje llegamos, al fin, a nuestro destino.
Ramiro Gagliardi Riat
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