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Gratitud ante todo

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Pepita (cuento

Pepita (cuento

Antonio Silva Mojica, SJ En el día de mi primer centenario.

Gracias, Señor, porque me hiciste nacer en el seno de una familia de cristianas costumbres. Mis padres, con 8 hijos (4 niñas y 4 niños), vivieron felices; celebraron sus Bodas de Oro matrimoniales. Papá Roberto falleció de 96 años. Mamá Rosita, de 104. Mi padre era de origen campesino, sano de alma y cuerpo. Ni fumaba ni tomaba. Su genio era alegre y optimista. En nuestros paseos a pie por la carrilera del tren, a mi padre le encantaba ir pisando la hojarasca reseca, por el gusto de escuchar el crujido. Esa alma de niño feliz la heredamos todos sus hijos y sus nietos. La dicha es fácil.

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Papá Roberto nos enseñó a nadar en el río, a montar a caballo, a ordeñar las vacas, a segar alfalfa, a jugar al tejo, a elevar cometas, a jugar al pan y quesito lanzando sobre la superficie del lago una piedra que se deslizaba sin hundirse.

Así que mi primera Compañía fue mi Familia, desde que nací, hace 100 años. Jamás en la vida me sentí solo. Andando el tiempo, mi padre fue nombrado magistrado del Tribunal de Santa Rosa de Viterbo. Allá vivimos 4 años. Mi hermano Hernando y yo estudiábamos en la escuela. Lo más importante en el pueblo era el Filosofado de los Jesuitas. Pertenecimos a la Cruzada Eucarística y fuimos acólitos de los jesuitas. Ellos visitaban nuestra escuela y nos enseñaban cantos y juegos.

Nosotros de niños íbamos a “La Quinta”, como se llamaba el gran edificio del Filosofado. Los jesuitas nos obsequiaban biografías de los santos jesuitas y así vinimos a conocer la Compañía de Jesús. San Ignacio la había fundado para salvar almas. Y era una orden mundial, abarcaba los cinco continentes. Descubrí que la Compañía de Jesús era una Compañía Trasnacional de Seguros de Vida Temporal y Eterna. No dudé un momento: al cumplir los 15 solicité la entrada al Noviciado y me la concedieron. Yo, de niño, intuía: “Estos jóvenes jesuitas son felices. Yo quiero llegar a ser como ellos”. Nunca me sentí llamado por Dios, sino que los jesuitas me engatusaron con su alegría y sencillez. Fui misionero rural por Colombia, así nacieron mis poesías y mis novelas.

En el Noviciado se nos enseñó que “en la Compañía de Jesús lavar escudillas es salvar almas”. O sea que hiciéramos lo que hiciéramos, estábamos misionando como santa Teresita desde su convento, sin necesidad de ir a tierras de misión. A las cuatro de la mañana nos despertaba una campanilla. Felices, corríamos a las duchas de agua helada, nos bañábamos y nos vestíamos. Ofrecimiento de obras en la capilla. Misa en latín. La Comunión la recibíamos de rodillas y en la lengua.

Después del desayuno, lavábamos los platos cantando y charlando; estábamos salvando almas. Luego clases y estudios. En los intermedios de las clases, barríamos y trapeábamos los corredores (salvando almas). Para nosotros, novicios quinceañeros, esos quehaceres domésticos no eran un trabajo, eran una diversión.

Madrugábamos a salir de paseo por esos campos de Dios, morral a cuestas. Paseos de olla.

En la Universidad Javeriana el día de descanso era el jueves. Madrugábamos a salir de paseo por esos campos de Dios, morral a cuestas. Paseos de olla. O mejor, paseos de paila, porque un compañero mío jesuita me enseñó a batir melcochas. Fue el único título que obtuve en la Universidad: Maestría en Melcochas.

Mis convicciones

El Diablo no existe.

Muy tonto y muy cruel sería Dios si creara un anti-Dios indestructible que le saboteara su Creación. El Diablo fue invento de los cavernícolas, aterrorizados por las tempestades, los terremotos y demás fenómenos de la Naturaleza. A alguien tenían que achacarle la autoría de las catástrofes.

El infierno no existe.

Sería Dios un monstruo de crueldad trayendo a esta vida seres que nunca le pidieron venir y castigán-

dolos después por pecados inevitables. Los terrícolas somos demasiado insignificantes para fastidiar a Dios. Dios no puede sufrir.

El Cielo.

Es de otra dimensión, inimaginable. Si volviéramos a la Nada, la humanidad habría sido una divina ociosidad. Pero Dios no es ocioso. Dios es Amor. Nos creó porque le sobraba felicidad y quiso compartirla (y a lo mejor también para recrearse, viéndonos felices). Nos creó para que disfrutáramos de este Paraíso Terrenal.

Los extraterrestres.

Se han descubierto miles de planetas habitables. Pensar que solo la Tierra alberga seres vivos es tan ingenuo como creer que solo una guayaba contiene gusanos. Se me dirá: no hay pruebas de habitantes en otros planetas. Respondo: la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia.

Mi oración.

No es de petición sino de acción de gracias y de admiración. Teresita de Lisieux vivía extasiada contemplando la naturaleza. Y decía que esa era verdadera oración. Esa es mi oración. Soy contemplativo en la acción. Que lo digan mis poemas.

Gracias, Señor, por haber diseñado y construido durante millones de años este maravilloso Universo que alberga millones de galaxias y en las galaxias, trillones de seres vivos y pensantes (y extasiados ante el milagro de su propia existencia). Día vendrá en que ellos nos enseñen a los terrícolas a convivir en armonía y en vez de derrochar dinero en guerras y armas, nos enseñarán a invertirlo en agricultura, industrias, educación, artes y ciencias.

Los hombres son los únicos animales que

fabrican armas y se ufanan de ello. ¡Qué monstruosidad! Supriman el gasto bélico y se acabarán el hambre y la pobreza.

Gracias, mi querida Compañía de Jesús, porque fuiste mi segundo hogar, con Padres y Hermanos con quienes conviví en armonía fraternal, alegre y optimista.

Hace veinte años… por Dios, ¡cómo pasa el tiempo!

Arturo Araújo, SJ www.araujosj.net

Llegue a este país con una beca para estudiar inglés en la Ciudad de Saint Louis, Missouri. Llegué en medio de la histeria de seguridad que el ataque de las torres gemelas de New York generó en el mundo entero. Por horas fui detenido en el aeropuerto de Miami en mi camino hacia la comunidad de los Jesuitas en Lindell Street, era de esperarse qué hacia un hombre, adulto, soltero y sin dinero entrando a los Estados Unidos.

...atesoré los pedacitos de carboncillo que mis compañeros de clases dejaban caer al piso, porque eran ya muy pequeños, gracias a esos pedacitos pude hacer mis tareas de arte.

Llegué con ocho horas de retraso a mi destino final, con dos maletas llenas de ropa; sin hablar inglés, algunos cds de música y 300 dólares para gastos personales para los próximos seis meses de mi estadía. Incluso en aquella época ese dinero era insuficiente. Me tocó aprender rápido a defenderme, a encontrar materiales mas baratos, a cortarme el cabello yo mismo para ahorrar el dinero de la peluquería y trabajar en parroquias los fines de semana. Aún conservo entre mi caja de herramientas la cajita metálica de mentas en la cual atesoré los pedacitos de carboncillo que mis compañeros de clases

Seeds of Contemplation - Arturo Araújo, SJ

dejaban caer al piso, porque eran ya muy pequeños, gracias a esos pedacitos pude hacer mis tareas de arte. Me siento orgulloso de ser artista, colombiano y pobre.

Cuando llegué a este país pensé que venía a realizar mi sueño de estudiar en la escuela de bellas artes y luego volvería a mi país, digo a mi otro país, porque después de veinte años de exilio, este país también es mío, aquí he comido, aquí he amado y llorado, ésta es mi casa también. Nunca crei en el sueño Norte-Americano, ni me simpatizaba el futbol, ni los hotdogs, ni la ropa de marca… soy artista, pienso distinto, me he ido tejiendo distinto. Pero en este país empecé a descubrir un mundo cultural fascinante, la Norte-América que no le pertenece ni le pertenecerá a Trump, ni a sus seguidores; la Norte-América de los inmigrantes, la Norte-América de los intelectuales y de los artistas, el país de nuevos amigos y amigas que me han ayudado a permanecer auténtico a mi mismo.

...porque después de veinte años de exilio, este país también es mío, aquí he comido, aquí he amado y llorado, ésta es mi casa también.

Pertenezco a la tercera de cuatro generaciones de artistas jesuitas en este país. Cuando llegué a la escuela de artes, tuve un maestro Jesuita con el cual me identifiqué inmediatamente. Jamás imaginé que las artes fueran una tradición intelectual y creativa en nuestras universidades jesuíticas. La primera generación de jesuitas en la época contemporánea comenzó en los años 50s: un grupo de profesores de historia de arte empezaron a introducir clases de arte y ellos mismos empezaron a crear, pero sin estudios específicos en el área de las artes plásticas.

La segunda generación de artistas jesuitas construyó sobre lo que la primera hizo, ellos fueron los primeros en la historia local, de ir a las escuelas de artes y graduarse como maestros. Y me detengo aquí, porque sé que en colombiano la palabra maestría significan dos años de estudios. Pues en Nor-

te-América si no tienes pregrado en Artes, no puedes avanzar. Toma por lo menos nueve años de estudios y de trabajo artístico para obtener el título de maestro.

Yo pertenezco a la tercera generación de artistas que ya recibimos las escuelas y los programas desarrollados y que nos ha tocado ahora bandear con la crisis económica que todas las universidades privadas están atravesando por la siguiente década. Existe una nueva generación de artistas, la cuarta generación, ellos llegan a la Compañía ya con sus pregrados de Arte, aun no sabemos en qué dirección ellos se van a desplegar, pero estamos seguros de que habrá continuidad cultural, a la manera de ellos.

...las artes como un quehacer profesional fundamental para la formación de la imaginación creadora de nuestros estudiantes...

Me quedé aquí porque encontré respeto y aprecio por la profesión de las artes como un quehacer profesional fundamental para la formación de la imaginación creadora de nuestros estudiantes, encontré unas instituciones que legitiman la diversidad. Aquí pude tejerme auténtico y verdadero a mi mismo. He sido modestamente exitoso en el mundo de las artes, yo digo que he estado en el lugar que tocaba, rodeado de las personas que eran, en el lugar y tiempo adecuados. Mi obra esta exhibida en lugares públicos en distintas ciudades incluyendo la biblioteca del Congreso de Los Estados Unidos, y más importante para mi, en la sala de mis amigos y amigas migrantes quienes atesoran las cosas que creo. En Colombia vamos todavía muy lentos en comprender el valor fundamental de las artes para el desarrollo de la consciencia moral. Aún no hemos comprendido que si queremos un país ético necesitamos desarrollar la imaginación. Los jesuitas heredamos esa sabiduría de la tradición del Barroco, pero la olvidamos, aunque tengamos el ejemplo excepcional del padre Páramo SJ, cofundador de la Escuela de Artes de Bogotá. Por ejemplo, invertimos más en TV cable que en comprar obras de arte real. Pregúntense ¿cuándo fue la última vez que la comunidad adquirió una obra de arte? En Colombia las artes son todavía un hobby, manualidades, terapia para matar el tiempo. Otro ejemplo para ilustrar nuestra falta de madurez cultural es que en Colombia esperamos que el artista done su obra mientras se muere de hambre… y luego hablamos de justicia social.

De la Provincia colombiana tengo grandes recuerdos, y no tengo sino un profundo agradecimiento por la educación recibida en la Javeriana; por el sentido de comunidad y el trabajo con los pobres. Por supuesto, siempre están los amigos/ as, ellos y ellas son eternos en mi vida. Al final, si estoy aquí es porque la Provincia colombiana me formó para la Compañía Universal y me permitió encontrar mi lugar en el mundo. Mi vida en USA no es perfecta, pero como dice Silvio Rodríguez: se acerca a lo que yo simplemente soñé.

De la Provincia colombiana tengo grandes recuerdos, y no tengo sino un profundo agradecimiento

El capítulo más reciente de mi vida comenzó hace dos años, cuando el Provincial de UWE me

preguntó si estaría abierto a ser el Rector de la Comunidad de la Universidad de Seattle. Y aquí estoy, sigo enseñando, sigo sirviendo, sigo soñando, sigo creando, soy feliz y quiero que otros realicen sus sueños porque en el fondo ese es el plan que nos lleva a la plenitud de encuentro con nosotros mismos, con los otros y con Dios. Soy el primer latino, migrante, nombrado superior de una comunidad en nuestra Provincia de acá, y esto es perfectamente normal en nuestra tradición jesuítica.

Gracias por leer esta breve historia, celebro con ustedes todos los logros de la Provincia colombiana en la distancia. Nos llegan las noticias del gran trabajo de los colegios, de las obras sociales y de la Universidad. Admiro el esfuerzo en mantener la vida comunitaria diversa con alternativas de inserción en barrios populares. Y sueño algún día en que finalmente los jesuitas colombianos se animen a trabajar con los indígenas, con la población afro-colombiana y con los gays.

"Crouching Behind The Little Thin Trees" Impresión digital de archivo, impresión en madera, serigrafía 53 x 43 cms - 2013 Arturo Araújo, SJ

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