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Mensaje desde el Templo de Nuestra Señora de La Soledad
P. Hernando Gálvez, SJ
La novena de navidad es un tiempo hermoso y privilegiado, en el cual recordamos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo; creo que no ha sido aprovechado para catequizar a la gente; entendiendo por catequizar el procurar transmitir el espíritu hondo de la Encarnación. Ha sido un tiempo más “gratuito”, es decir, de gustar y sentir en familia, una especie de cumpleaños del nacimiento del Señor. Sin embargo, creo que este año podríamos darle un giro, no exagerado, pero sí suficiente, para caer en la cuenta que el misterio de la Encarnación es la verdad fundamental que da SENTIDO a nuestra vida humana. Para cumplir con este propósito convendría pensar en un tiempo de preparación con un grupo, ojalá de gente joven, para reflexionar en el sentido hondo de la Encarnación; que no sea una novena por llenar un espacio tradicional, agradable y nada más. Esto, por un lado, y por otro, que ellos/ellas aprovechen para hacer una “novena sinodal”, para lo cual habría que preparar unos diálogos sencillos, orientados a cubrir aspectos que la Iglesia quiere que se reflexionen, en este período de tiempo previo al Sínodo Romano.
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Sería así una manera de formar, en la acción, un grupo joven que quiera dirigir y animar la novena, con mayor profundidad.
Para este propósito, sugiero leer y asimilar este texto conciliar, y, después, hacer lo mismo con un texto del P. Gustavo Baena, SJ. exprofesor de la Universidad Javeriana que, como todos conocemos, gusta mucho a la gente inquieta por profundizar y gustar las realidades de nuestra fe cristiana. Y, con esta inspiración teológica, ahí sí, hacer la novena que, sugiero para este año, asumir una de las novenas elaborada, año tras año, por el P. Federico Carrasquilla.
I - Cristo, el Hombre nuevo
El texto que tomo del Concilio Vaticano II de la Constitución Gaudium et Spes, n. 22, ha sido editado por mí, para hacerlo más comprensible, omitiendo las alusiones a Adán.
Si en toda la novena se lograra asimilar este texto, habríamos ganado un espacio catequético de primera importancia.
22. En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Cristo nuestro Señor, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.
El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia humana la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado.
Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del espíritu del mal y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20). Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.
El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rom 8,23), las cuales lo capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Eph 1,14), se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rom 8,23). Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en ustedes (Rom 8,11). Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el espíritu del mal, e incluso de padecer la muerte. Pero, asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección.
Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos, la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.
Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!, ¡Padre!
Sugiero inspirarse para la novena, en la que compuso el Cinep hace ya algunos años; es una novena con nuevo espíritu; también, pueden pensar en la novena que año tras año, ha ofrecido Federico Carrasquilla; si ya no la está haciendo, en internet se encuentran novenas hechas por él, a partir de 2017. Quienes vayan a encargarse de la novena en el Templo o parroquia, deberán primero, reunirse a estudiar los textos propuestos, en compañía de un jesuita que quiera asumir la globalidad de la experiencia pastoral de la novena. Los pasos que sugiero son los siguientes:
1. Avisar después de las Eucaristías del domingo primero de Adviento que los jóvenes y adultos jóvenes que quieran asumir la conducción de la Novena Navideña, están invitados a dar su nombre, dirección y teléfono, para convocarlos, oportunamente.
2. El jesuita que quiera asumir la dirección de toda esta experiencia, deberá previamente, estudiar, orar y contemplar la temática propuesta para poder conducir, acompañar y realizar la novena.
3. Con este grupo, ya formado, invitarán a un concurso de pesebres medianos que se ubicarán en el perímetro del templo; proponer un premio, por ejemplo, de un millón de pesos para el grupo ganador. Tomar, previamente, las medidas de cuántos pesebres pueden arreglarse… y convocar la inscripción de los grupos participantes.
4. Sugiero pesebres de 1.30 mts de ancho, por 1.20 mts de profundidad.
5. Se puede, con anterioridad, invitar unos cuantos coros para amenizar la novena. A estos coros se les invita, al final de la novena, a una modesta merienda. En las ciudades suele haber coros que gustan tener la oportunidad de presentarse.
6. Se puede, también, invitar grupos que quieran asumir la animación de cada día de la novena, aportando ellos como regalo, la pequeña merienda.
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