El papel de la Hermandad en España Padre Juan María de Montagut
M
i primer ministerio sacerdotal, en España, se prolongó por el espacio de cerca de quince años, y no puedo por más que dar gracias a Dios por haberme hecho un pobre instrumento de su gracia en nuestra querida patria. En España prevalecen las tierras duras y secas, y nuestras cosechas no ofrecen una atractiva rentabilidad para los parámetros modernos y globalistas. Sin embargo, esa sobriedad en la cantidad de frutos es, a menudo, proporcionalmente opuesta a su valor. Al menos eso sí se cumple en la vida espiritual, en la verdadera vida católica, en que las virtudes menos ‘cotizadas’ son, sin embargo, el fundamento del edificio espiritual: así, la humildad y la fidelidad, poco visibles y nada admiradas por el mundo… Nuestras vides, olivos y almendros tienen que romper el duro suelo de arcilla, o pelear con las piedras, para darnos sus tan humildes pero preciosos frutos; del mismo modo, en esta España anestesiada espiritualmente, donde las almas se hacen a imagen de las duras piedras o de esos suelos arcillosos difícilmente permeables, la predicación del catolicismo íntegro solo encuentra, aquí y allí, pedazos de suelo aislados capaces de alimentar la raíz de unas pocas plantas que den un poco de fruto, pero frutos de valor. Ante Cristo Rey y su santa Iglesia, nuestra España ofrece actualmente un
paisaje con grandes extensiones, yermas y estériles, de ateísmo práctico. Fuera de ellas, sobreviven unos puñados de compatriotas, unos pocos campos que guardan el dogma de la fe, pero que
El P. Juan Mª de Montagut, el día de su ordenación sacerdotal, 29 de junio de 1999.
han sido tratados con los productos esterilizantes del progresismo mo– derado, o de un conservadurismo que ofrece linda apariencia pero que, acomodándose a las modernas inclinaciones, cambió el aceite por la parafina y el vino por el wiski. En estos ambientes, todavía se puede admirar al