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Ahí viene

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Mira cómo sonríe

Mira cómo sonríe

Ahí viene

Emilio Sierra

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—Don Ele dice que por ahí andan unos coyotes y que bajan en la noche pa’ buscar de comer, ya sean gallinas, perros o gatos; lo que se deje comer, se lo comen. Aunque yo no creo que sean coyotes. El chiste es que por ahí anda algo entre la noche y asusta a todo el animalero del Olivo. Burros, gallos, perros… Todos se ponen de acuerdo pa’ espantar a esa cosa que pasea por el rancho. Que mejor vaya a espantar a la gente de San Juan del Meco, a ellos sí les es fértil la tierra y sí les sale agua cuando buscan dónde hacer pozo, ¡los del Olivo qué! Apenas y sale el sol en nuestro cielo. Dijo el hombre molesto, quien al ver que se desviaba del asunto principal, hizo una pausa, sacó sus manos de las bolsas, y se percató de que traía unos mezquites entre los dedos. Confundido, continuó. —Yo no sé. Aquí la gente se mete temprano, aunque pareciera que es tarde, pero es temprano. Es que nomás anochece y ya uno no sabe ni qué hora es. La luna no se asoma, nomás se ve una luz desde atrás de los cerros. Y al igual que la luna, ya mejor la gente ni se asoma. Se lo digo yo, que paso caminando por en frente de las casas y ya todos están adentro. Ni un alma despierta. A mí se me hace que es desde lo de los borrachos. El hombre tragó un gargajo con peste a alcohol, miró la botella en la mano del sujeto que caminaba junto a él y dijo con sigilo: —Lo que pasa es que aquí se han perdido muchos, por decir poco. La gente tiene miedo de andar caminando por estas calles tan noche, que porque no vaya a ser que les salga el mono ese que disque andaba correteando a don Cristóbal, que por andar borracho. Eso dijeron algunos. Otros dicen que fue el diablo, que se asomaron esa noche y que vieron correr a un cabrón a lo lejos y que tras él iba un mono todo rojo. ’Ora que lo pienso, cada vez son menos los borrachos que uno se encuentra caminado en plena madrugada. Yo creo que ya les da miedo a salir. La cosa sí se ha puesto fea. Cuidando que nadie lo oyera, el hombre procedió: —El otro día amaneció uno de los tantos borrachos de aquí del Olivo, colgado en el mezquite que está al lado de la cosecha. Bueno, disque cosecha, porque está eso más seco que las ubres de las vacas de por aquí. Bueno. Y pa’ no hacerle el cuento largo, hay otros que dicen que ya nomás no han visto a los hombres estos, que, a lo

mejor, y de verdad, que a lo mejor aquellos se fueron al monte y allá se murieron de frío o se cayeron de lo tomados que andaban. Una mañana los encontraron los que arrean las chivas y dijeron que ya estaban todos masticados, que ya traían la cara toda descarapelada y las costillas de fuera. Asustado, el hombre dijo casi como un juramento: —Yo por eso esta es la última noche que tomo, pa’ ya no andarme apurando de sí me persigue el diablo o si amanezco ahorcado en un mezquite también. Porque esas cosas, aunque quiera uno que no, si lo ponen a pensar. Pos’ porque hasta los coyotes chillan en la noche del puro miedo, así con harto terror, y los perros ladran y ladran, y los gallos cantan y cantan, y los grillos… Y el hombre detuvo sus pasos, vio pa’ un lado, y vio pa’l otro, y se acordó que en algún punto del camino ya nomás no vio a don Cristóbal. “Ahí viene”, pensó al voltear y ver a un mono rojo corriendo hacia él.

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