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Ailm
Ailm
E. C. Ferdinand
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Tambores. Por el pabellón de la muerte todo se vislumbra obscuro, frio, lúgubre… Caminamos en fila, nadie habla, encadenados, el metal helado rozando contra la piel desnuda, lacerando cada paso con sus bordes oxidados. Descalzos sobre el fango, nuestro andar es lento, sabemos que si uno resbala todos caeremos, los látigos y los golpes abundarán, por eso, a pesar de los azotes por acelerar el paso, hemos preferido soportar los golpes a las consecuencias de cometer un error. Ojos vacíos, cuerpos manchados de sangre y suciedad, laceraciones y moretones, a los costados seres malignos, aquellos seres con cabeza y pecho plateado, jinetes en la neblina como demonios, portando su pilum. Los caballos relinchan, se escuchan gritos incomprensibles, llovizna… Aquel beso acogedor de nuestra tierra, entre la densidad del bosque que nos vio crecer y ahora nos verá perecer, como prisioneros, como esclavos, como bestias. Recuerdos vienen a mí, de mi hogar, de mis días, de mis noches y, con ellos, vienen también velados, los cánticos que mi madre me cantase al perecer la luz y se alzase la obscuridad. Recuerdo aún la letra.
«El cuervo vuela en una rueda en el cielo en el bosque, el viejo sabio vive Algir! Las pistas desaparecen, la lengua habla Algir»
Mis hermanos empiezan a cantar a mi sonar, los caballos se estremecen, relinchan, rampantes, a su vez la neblina espesa de nuestras tierras estrecha el camino, el nerviosismo se aprecia en aquellas figuras que en un momento nos atormentaban, ahora nuestro hogar les devuelve el sentir.
De la nada, silencio total. Hemos parado nuestro andar, sombras empiezan a moverse a través de los árboles, las miradas no saben en dónde fijarse, nuestro semblante se alza hacia el cielo, nosotros pasajeros de la existencia, estamos listos. Con gritos arremeten de los árboles, mis hermanos, acompañados del espíritu de Dagda, combaten. Nosotros tomamos piedras y cadenas y las usamos en contra quienes cubren la retaguardia; caemos, pero ellos también. Morrigan está presente. En breve el combate ha terminado… Los cánticos resuenan en el bosque, nos marchamos, no sin antes dejar un mensaje para aquellos demonios por venir: la cabeza de uno de ellos cubriendo la punta de su estandarte. A nuestro marchar escuchamos a las banshees, no volteamos atrás. De los prisioneros quedamos pocos, entre todo el bosque aparece una conífera, una señal de Lugh: fuerza, resistencia, longevidad, no dejarse someter ante aquellas figuras barbáricas. Nos sobrevuela un cuervo, estamos listos, el vacío en nuestros ojos se ha marchado, nuestra piel ha dejado la desnudez, en nuestras manos las hojas de bronce y hierro, entre la neblina escucho la voz de mi padre dándome sus últimas enseñanzas antes de partir de esta pasajera existencia. Observamos a las hadas y a los duendes llegar al campamento a nuestro partir, escuchamos los susurros de los pukas, recordándonos que, si fallamos, nuestro mundo perecerá y nuestras historias morirán con nosotros.
Finalmente comprendo las enseñanzas de los sabios de la tribu, las leyendas haciéndose realidad, el momento de nuestra transformación de jóvenes a hombres y guerreros… Los tambores vuelven a sonar, sin temor hemos de avanzar por la tierra, andando hasta el final, la gloria nos espera y podrá esperar un poco más. Nos detenemos y enfrente nuestro yacen seis mil invasores y sus trecientos caballos, una muralla que está dispuesta a extinguir nuestro mundo. Hoy hemos despertado como jóvenes, comido como hombres y dormiremos eternamente como héroes…
Ailm es un árbol de la familia de las coníferas, este tipo de árbol pervive a pesar de las condiciones más adversas y, según las tradiciones celtas, su símbolo es una cruz, que representa longevidad, fuerza y resistencia.