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PROSPECTIVAS POLÍTICAS. COVID-19: LAS ANTÍPODAS DE NUESTRO TIEMPO

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COVID-19: LAS ANTÍPODAS DE NUESTRO TIEMPO

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GERARDO NIETO1

No hay lógica en el tiempo que corre, es imposible tener predictibilidad alguna. En pleno siglo XXI nadie fue capaz de advertir sobre el COVID-19. “De la nada se nos apareció un quinto jinete del apocalipsis [...] llegó para quedarse. Un bicho invisible, inaudible, inodoro, que se contagia sin necesidad de tener síntomas y que lo mismo mata, incapacita o, si es uno afortunado, no hace nada”.2

Morfología biológica que en algo o mucho se parece a la económica. “Los modelos microeconómicos de agentes interactivos sugieren que la economía es intrínsecamente inestable”.3 La idea del equilibrio es ajena a los mercados. Pero la teoría nos habla de reglas y leyes que, sin embargo, no logran constituirse en un modelo econométrico capaz de advertir sobre los colapsos: “…los mercados fluctúan de manera salvaje y son proclives a las crisis”.4 Esencialmente, no permiten anticiparse a nada: “…el mercado se sume en un estado impredecible, irregular y voluble muy parecido al de la vida real. En otras palabras, no parece que la economía esté guiada por la racionalidad”.5

El modelo económico tiene ganadores que con frecuencia son los mismos que desde las estructuras de poder dominan la geoestrategia y acaban por imponer a los Estados nacionales sus agendas de negocios; sin embargo, mantener el patrón de acumulación económica surgido del Consenso de Washington parece suicida, es apostarle a acelerar la degradación en detrimento de las mismas élites del sistema. Si la marcha no se modifica, no hay futuro para nadie. Eso es lo que está en juego en esta gran crisis del COVID-19.

Ya se verá a la distancia que no hay manera de salir de esto sin una nueva arquitectura financiera internacional y, por supuesto, sin un mundo económico que sea la antípoda del que ahora tenemos. Con sociedades envejecidas, muchas de las cuales tienen tasas de crecimiento por debajo de la de remplazo,6 los jóvenes son la opción de futuro; sin embargo, es uno de los grupos etarios más golpeados por la pandemia. En lo educativo y en lo laboral, la Organización Internacional del Trabajo habla de la ‘generación de confinamiento’. ¿Cómo hacer para compaginar el futuro con el presente? Debemos evitar que los jóvenes deserten de los circuitos de la educación ahora que lo virtual no llena de contenido ese gran vacío de lo humano. El mediano y largo plazos son importantes. Alcanzar la nueva normalidad implica no dejar ir a los jóvenes del sistema educativo; obliga a repensar el mundo del trabajo sin excesos y abusos del homeoffice. Es algo que tenemos que hacer todos para que la estructura social no se desbarate antes de que termine esta pesadilla.

El COVID-19 no llegó solo. Detonó su fuerza destructiva porque el deterioro en todo era mayúsculo. Ahora, la reconstrucción demanda un auténtico espíritu de cuerpo, una ejemplar acción colectiva. Nadie está a salvo de los efectos de esta crisis sanitaria, por ello el primer paso es salvar lo humano. Un movimiento centrado en lo básico es uno de los caminos; esto es, centrado en la vida, no en la ganancia, no en la mercantilización de las cosas. ¿Es mucho pedir? ¿De quién depende este cambio? Si se mira el deterioro del planeta que avanzó gracias al desdén de las estructuras de poder en el mundo, la respuesta lógica es la gente, el pueblo, los ciudadanos, la sociedad. La conclusión es simple: el desarrollo incluyente y socialmente justo al que aspiramos es obra de todos y va más allá de los intereses económicos de unos cuantos. La morfología biológica de este virus y de su símil económico, no puede estar por encima de la fuerza social de la gente.

El COVID-19 es, en esta perspectiva, una alerta, quizá a destiempo, pero alerta al fin de lo que la especie humana hace mal. Advierte sobre el camino que la humanidad no debe mantener. Si lo hace, está en juego su sobrevivencia. Por ahora, la pandemia trastoca lo que ya aceptamos como vieja normalidad: “Nueve de cada diez estudiantes en todo el mundo sufrieron el cierre de sus escuelas… Se suspendieron más de siete millones de vuelos. Las celebraciones y los funerales fueron cancelados o replanteados por temor a contagiarse”. Es decir, lo humano, el contacto que nos diferencia como especie, la asociación, ha dejado de existir. En eso no puede fincarse la nueva normalidad. Debemos ser humildes en aceptar que algo hicimos mal y que es el tiempo de cambiar, y el cambio más difícil por los intereses involucrados es el económico, pero valemos más que la especulación. No somos cifras que se negocien en los mercados de derivados. Somos gente de carne y hueso que está más allá de la economía casino. No hay futuro en la financiarización que no conecta con la economía real, que no genera empleos ni activos de ninguna clase.

Hay algunas certezas que tomar en cuenta para iniciar a temprana hora con el diseño y la práctica de lo que viene. La primera certeza es, sin duda, que la pandemia pasará, pero hace falta aún mucho trecho por recorrer. Una segunda certeza es que modificará nuestra vida presente. “No hay dudas de que vamos a tener que adaptarnos a un nuevo estilo de vida. Esa es la realidad”.8 Pero si bien es cierto que esa adaptabilidad resulta inevitable, también lo es que debe conducirnos a reflexionar el cambio como consecuencia de una evolución que en su linealidad no justifica los excesos y los abusos que se perpetran en lo ecológico como parte de un modelo que definitivamente no es sostenible con propósitos de desarrollo.

Una estructura de castas, de clases, de diferencias abismales mostró dónde están los daños colaterales de la pandemia: en los grupos sociales más vulnerables. Los pobres del planeta son “…los desechos de clase y residuos de la modernización”.9 Ahí está la radiografía social del coronavirus en la Ciudad de México. Los asentamientos que reportan el mayor número de contagios y de muertes: San Gregorio, Xochimilco; San Antonio, Milpa Alta; Anáhuac y la Tlaxpana, Miguel Hidalgo; San Miguel Topilejo, Tlalpan; San Francisco Tlaltenco, Tláhuac; Roma Sur, Cuauhtémoc; Pedregal de Santo Domingo, Coyoacán; San Bernabé, Magdalena Contreras. Salvo la Roma

Sur, todas las colonias enlistadas pertenecen a áreas marginadas y populosas. “Solemos pensar que los desastres son en cierto modo imparciales y azarosos. Sin embargo, siempre ocurre lo mismo: son los pobres quienes corren peligro. Eso es lo que implica ser pobre. Es peligroso ser pobre”.10 Entre los jóvenes, el COVID-19 deja un panorama que plantea como escenario el de toda una generación de confinamiento. La ruptura de los sistemas de educación superior y la fractura de cadenas de valor se traducen en menos empleo disponible en la economía formal. Las contradicciones se exacerban en el ámbito de lo social. La medicina para enfrentar la pandemia fue el confinamiento, que reduce la especie humana a lo que no es. Durante la pandemia, todo alrededor de nuestra especie resulta cuestionable.

En este contexto habría que evaluar la aparición de esta pandemia, la cual deja una secuela de costosos efectos colaterales en la economía, la política, la sociedad y la cultura y abrió un espacio la reflexión que necesariamente llevará al ámbito de las decisiones públicas. Porque si algo deja esta gran crisis convergente es que, al menos en la economía, el modelo no puede replicar el viejo orden de las cosas. En lo social, la pandemia del coronavirus muestra un cinturón de fragilidades que de romperse anunciaría otro colapso: el de la especie humana. Sin racionalidades posibles, toma derecho de residencia la incertidumbre. En otras palabras, todo parece estar en manos del gobierno de la fortuna.

Si esto es así, entonces todo depende del azar, lo que cuestiona desde ya las teorías económicas, políticas y psicológicas basadas en el racionalismo metodológico. Si buena parte de nuestras vidas está sujeta a la diosa fortuna, ¿qué le decimos a los jóvenes sobre el paradigma del llamado proyecto de vida? ¿Qué hacen los corredores de bolsa con nuestros fondos? No hay certeza de nada. Todo es especulación y juego. La realidad acaba por determinar casi todo por encima de las decisiones sesudamente racionales. Se camina por senderos definidos, estrechos, ajustados, restrictivos, que dan poco margen a la libertad de a de veras. “La vida no es larga, y no es bueno que una parte excesiva de ella transcurra en ociosas deliberaciones sobre cómo debemos pasarla; la deliberación, que algunos emprenden por prudencia y continúan con sutileza, debe, después de un largo dispendio de pensamientos, concluir en el azar. Preferir un futuro modo de vida a otro por atinadas razones requiere de facultades que nuestro Creador no tuvo a bien dispensarnos”.11

La pandemia alteró la esencia de lo humano, que no es otra cosa que la de ser seres sociales. La crisis sanitaria reafirmó el distanciamiento que el nuevo paradigma tecnológico abrió desde hace tiempo. Antípodas de nuestro tiempo. “Lo humano del ser humano se ha congelado. La pandemia evidencia la fragilidad de nuestras existencias. No es propio de la especie pasar semanas o meses confinados en un espacio cerrado, muchas veces claustrofóbico. Las causas son diversas, pero siempre debido a la intervención del ser humano”.12

Nuestra especie y su organización social y política no están a la altura de los tiempos nuevos. Su principal vector no es el de la protección de la naturaleza de la que forma parte, sino que tiene la genética de la destrucción. Es la estructura de poder en el Sistema-Mundo, la autora y depositaria del desastre: “…en 2020, una decisión política frente a una crisis producto del capitalismo salvaje, mezcla de opulencia y extrema pobreza, hambre inducida y especulación alimentaria, calentamiento global, extractivismo y contaminación, nos llamó a un confinamiento de urgencia”.13 El resultado fue caótico y catastrófico; sin embargo, dejó sobre la mesa la necesidad de actuar de manera distinta; crecer de otra manera o asumir abiertamente que para salvar el planeta necesitamos decrecer, regresar a los orígenes. Ésta es la nueva utopía. Pero es eso, porque nadie en su sano juicio podría aceptar como posible que los poderes extraterritoriales y el complejo bancario y financiero dejen su lógica de especulación y ganancia por algo en lo que convenientemente no creen: el cambio climático. En esas está hoy la especie humana: en el regreso a la vieja normalidad porque si hay una nueva, sólo sirve como referencia teórica. Nada más.

La evidencia es absoluta: lo que tenemos no sirve para alcanzar la condición humana de lo humano. Es la hechura social y la lógica del poder lo impostergable de cambiar. Por ahora, hay consenso en que el modelo económico debe cambiar, y no por una cuestión ideológica, sino de resultados sociales.

En la vida real, son las élites del Sistema-Mundo las que tienen más opciones y el poder de decidir sobre la vida en el planeta. Se guían por un interés concreto: el económico. Es decir, el lucro y la ganancia. De muchas formas, el capital acelera la degradación. En este contexto, un virus como el SARS-CoV-2, antítesis de lo humano, vino a recordar que la acción de esos poderes extraterritoriales que imponen agendas económicas a todo el mundo tiene una acción depredadora sobre el planeta. La Tierra está enferma y las élites son la causa de esa enfermedad. “Las clases dominantes y sus organizaciones son responsables del colapso no sólo sanitario, sino de la deshumanización. Sus ambiciones, desatinos y egoísmo competitivo, en nombre de la economía de mercado, ha manipulado la naturaleza”.14 Se transitó de confinamientos obligatorios a cuestionadas reaperturas. En medio de todo el caos, se exhibieron las contradicciones de una hechura social y económica que es herencia del pasado y que no sirve para la inclusión, tampoco para la equidad y mucho menos para avanzar en un concepto de democracia de máxima igualdad.

Pareciera que el SARS-CoV-2 está aquí en defensa del planeta. ¿Qué otra fuerza hay con potencial para parar el mundo? El COVID-19 lo hizo. En este orden de ideas, la pandemia no es otra cosa más que un elemento del orden natural. Una llamada de atención para reflexionar sobre los límites de la acción depredadora de las élites. Ahí está la inmensa huella ecológica: “La aniquilación de la naturaleza por el ser humano es tan grave que, si el modelo de desarrollo actual no cambia radicalmente, habrá un gran colapso de la civilización en el año 2050 […] a quienes hoy en día tienen entre 10 y 20 años les quedaría poco tiempo […] De 1970 a 2015, cerca de 70 por ciento de todos los individuos de especies de animales silvestres se perdió; es decir, en 45 años, casi 70 por ciento de los elefantes, jirafas, rinocerontes, tortugas, peces[…] desapareció. El ataque a la naturaleza ha sido brutal y estúpido. Las plantas y los animales silvestres son la base de la vida en la Tierra. Cada vez que una especie se extingue o sus poblaciones disminuyen, la capacidad del planeta para mantener la vida se erosiona”.15

No es la vida lo que preserva el modelo económico impuesto por las élites del planeta, sino la ganancia. El crecimiento tiene su base en la destrucción. Es el tiempo de reflexionar entonces la preservación como efecto de un regreso a los orígenes. Crecer como lo hacemos: con base al consumo, al crédito y a la temporalidad de las cosas, no resulta sostenible. Quizá por ello, decrecer viene a constituirse en un paradigma perturbador para los intereses que mantienen con vida un modelo que nos acerca al colapso. Y en esto conviene tener presente que “los sistemas se mantienen a menudo más tiempo de lo que se cree, pero acaban por desmoronarse mucho más de prisa de lo que se imagina”.16

Hay que tener cuidado de que la pandemia no se use ni justifique la ausencia de resultados. Por el contrario, debería apuntar a un cambio no sólo de formas, sino de fondos en todos los ámbitos del quehacer humano: docente, laboral, académico, administrativo, etcétera. La falta de resultados puede ser un argumento muy poderoso en una época de presupuestos de guerra. Nadie podría impedir recortes a estructuras de áreas y dependencias, si se demuestra que no hay y no hubo respuestas institucionales a la gran crisis del COVID-19. Usos y costumbres con estructuras anquilosadas a programas presenciales poco o nada harán para salvar departamentos y direcciones.

No es que la gran crisis del COVID-19 sea un hecho para celebrar, pero en algo benefició al mundo y confrontó a la especie humana en su propio espejo. Ahora, a pensar lo que viene sin las ataduras del pasado. Sin la ecuación del poder que mira al Estado y luego a la sociedad. El binomio cambió de estructura. Hoy es sociedad-Estado. Y no es un juego de palabras; no es retórica de lugares comunes. Nos va nuestra propia sobrevivencia como especie en que entendamos esto. Lo verdaderamente perturbador es muy sencillo de comprender: el regreso a los orígenes es el camino, hacer comunidad. No hay futuro en crecer como lo hacemos, pero tampoco en no crecer. Algo no encaja con nuestras herramientas conceptuales, necesitamos nuevos referentes en casi todo. Esto es lo que vino a descubrir el COVID-19; sin embargo, la lentitud con que cambian las instituciones obliga a mirar un poco más allá de lo que cae más cerca: si el orden de las cosas no se transforma y la inercia acaba por imponerse, sobrevendrá, otra vez, la réplica del pasado. Y no habrá futuro para nadie.

1 Doctor en Economía con Posdoctorado en el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM. Mención honorífica en licenciatura, maestría y doctorado. Profesor en las facultades de Economía y de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Medalla al mérito docente 2018. 2 Guerra, G. (15 de julio del 2020). “Los límites del enojo”, El Universal. 3 Ball, P. (2010), Masa crítica. Cambio, caos y complejidad. México: FCE- Turner, p. 597. 4 Ídem: 261. 5 Ídem. 6 La tasa de crecimiento poblacional de México es de 1.1, cercana a la de remplazo. Véase: 7 (15 de julio del 2020) “¿Quién es el enemigo? No sabemos bien. El coronavirus sigue siendo un enigma”, Sin Embargo. 8 (2020) Irwin Redllener de la Universidad de Columbia, citado por Associated Press. 9 Baum, Z. (2015). Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global. México: FCE Sociología, p. 233. 10 Ídem:15. 11 Elster, J. citado en Rivera, J.A. (2000), El gobierno de la fortuna. El poder del azar en la historia y en los asuntos humano, Barcelona: Crítica, p. 412. 12 Roitman, M. (07 de julio del 2020). “El vacío humano: del robot alegre al operador sistémico”, La Jornada. 13 Ídem. 14 Ídem. 15 Gerardo Ceballos citado en: Guzmán, F. (29 de abril del 2019), “Alerta sobre la sexta extinción masiva de especies en la Tierra”, Gaceta UNAM. 16 Taibo, C. (2016). Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo. Madrid: Catarata. Segunda edición, p. 223.

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