7 minute read

ELBERT TUN: PINTAR, PINTAR, HASTA RECONOCERSE A SÍ MISMO

A. NAIBÍ DOMÍNGUEZ

ARTISTA PLÁSTICO CUYAS CREACIONES ENCUENTRAN INSPIRACIÓN EN LA GENTE COMÚN QUE RÍE, CANTA, DISFRUTA, LLORA Y AMA, EN LOS NIÑOS QUE JUEGAN Y EXPRESAN TERNURA, EN LOS COLORES DE MÉXICO, SUS CALLES Y PLAZAS.

Advertisement

Elbert Rafael Tun Perera1 por poco nace con lápiz y papel en la mano. Este artista plástico originario de Mérida confiesa que a muy temprana edad, mientras otros niños comenzaban a escribir, él ya realizaba sus primeros trazos. Aunque por un tiempo lo hacía a escondidas en la escuela, pronto su talento llamó la atención de sus maestros, quienes incitaron a sus padres a canalizar ese don artístico con el que llegó al mundo. “En la primaria los maestros me pedían que dibujara a los héroes patrios para los eventos de la escuela y para el periódico mural, así que con un simple papel, lápiz y gises de colores comencé a hacerme de cierta fama como el dibujante oficial a muy temprana edad”, recuerda.

Así, con el apoyo de su familia — siendo su padre un músico amante de la trova yucateca—, ingresó a los 10 años al Centro Estatal de Artes en Mérida para estudiar artes plásticas de manera formal. De hecho, tras un año de estudios, el director de Artes Plásticas premió su talento y vocación por la pintura con una beca para que no dejase la escuela de arte. “A esa edad yo no podía acceder a grupos más avanzados, tenía que estar siempre con niños y eso me aburría”, admite Elbert, quien pese a ello continuó cinco años más estudiando pintura hasta la secundaria, porque lamentablemente comenzó a reprobar materias y sus padres decidieron en ese momento que la educación formal era más importante que la artística.

Este giro de eventos no impidió que este artista siguiera dibujando, sobre todo, cuando asistía a clases en donde encontraba una gran fuente de inspiración, ya que le gustaba, por ejemplo, retratar a los maestros que más admiraba en estilo ‘caricaturesco’. Así pasaron sus días de secundaria y preparatoria, dibujando y dibujando hasta que con 20 años su amigo Juan Antonio Llanes González lo invitó a formar parte de una compañía de teatro estatal para hacer trabajos de utilería y restauración escenográfica, una experiencia totalmente nueva “que me abrió la puerta del arte porque de teatro yo no tenía nociones”, dice. Pese a ello, y gracias a sus conocimientos en el manejo de papel maché y dibujo, se pudo adaptar a este sector de forma exitosa.

Uno de los proyectos en los que trabajó con esta compañía fue la puesta en escena de El hombre de la Mancha, dirigida por Llanes y producida por el Instituto de Cultura de Yucatán. Él se desempeñó como encargado de la utilería mientras que la escenografía estuvo a cargo de Félida Medina. No sólo eso, gracias a que tocaba la guitarra acústica

desde niño, también, formó parte de la obra como miembro del elenco.

En 1997 conoció al productor teatral Ramiro Jiménez, fundador del teatro que ostenta su nombre en la CDMX, quien invitó a la compañía para hacer una gira por la capital de la obra El hombre de la Mancha, pero con producción y puesta en escena más elaboradas. Es así como este artista comenzó a labrar su camino en esta ciudad y tras haber vivido toda su vida en la Ciudad Blanca. A partir de entonces y hasta la fecha no le dejan de llegar proyectos de todo tipo: desde figuras en papel maché (de diversos tamaños), utilería y cuadros hasta murales, telones para teatro y esculturas.

Una vez establecido en la CDMX, inició formalmente a pintar sus primeros cuadros y a dedicarse concretamente a este arte. Realizó estudios en la Escuela de Artesanías del INBA, en la especialidad de modelado y escultura en hierro. Durante tres años aprendió a hacer herrería y forja, posteriormente comenzó a trabajar para Federico Cantú Fabila, hijo del gran muralista y escultor mexicano Federico Cantú (creador, entre otras cosas, de los relieves del IMSS y la Lotería Nacional). “Su hijo heredó el trabajo de su padre y me contrató para desarrollar modelados en bronce y trabajos en hierro porque él ya no hacía obra, sólo contrataba a artistas jóvenes”, señala Elbert.

A la par de estos trabajos, este artista yucateco buscaba “sacar al mercado” su obra y presentarla al público poco a poco, comenzando, por ejemplo, a vender en el Jardín del Arte de Coyoacán. Fue en este

lugar donde comenzó a generar clientela y conoció a quienes para él han sido sus mecenas —empresarios que comenzaron a comprar y coleccionar su obra—. “Algunos tienen hasta 70 de mis piezas, otros 40 cuadros”, comparte el artista desde su hogar en Mérida.

Es tanta la obra de este artista, que no ha dejado de trabajar en todos estos años, literalmente día y noche, que no tiene una idea clara de cuántos cuadros y piezas ha creado, quizá 700 o hasta 1000. Es en parte gracias a sus mecenas que ha podido dedicarse a su pasión, a su arte, a lo que ama hacer desde que tiene memoria. “Al principio poca gente compraba arte y menos personas lo hacían en una plaza como Coyoacán, tenía que vender muy barato para poder sobrevivir del arte, pero gracias a ellos pude dedicarme a pintar desde el amanecer hasta altas horas de la noche”, recuerda. Así, a la par de la pintura, desarrolló la técnica de papel maché para mejorar en su proceso como escultor de estructuras de hasta cinco metros en hierro y bronce.

“En Coyoacán es donde me cayeron un sin número de proyectos, por ejemplo, un mural en Toluca de 20 metros de largo x 2.10 de alto para una empresa de construcción de camiones. También participé en proyectos de

“La búsqueda de emociones, que el público pueda reconocer y que le permitan reconocerse a sí mismo en la obra, ese es mi fin”, Elbert Tun.

teatro de compañías independientes”. Por ello, Elbert pintaba, pintaba todo el tiempo sin buscar reconocimiento, como si su arte se tratase de un trabajo como cualquier otro. Además de ser artista, también desarrolló su vocación de maestro impartiendo clases con las cuales descubrió su propio estilo y mejoró la técnica que había aprendido en todos estos años de ‘no parar’. El participar en todo tipo de trabajos y “decir siempre que sí” a todo tipo de proyectos le ha proporcionado las herramientas creativas para desarrollarse como artista, tanto así que su trabajo ha despertado interés fuera de México, cuando hace unos años fue invitado a participar en el Global Village de Dubái.

Actualmente, junto con su esposa Sandra Aida Barrios, quien es asistente de dirección cinematográfica, ha retomado el trabajo en el sector teatral. Uno de sus últimos proyectos fue en Guatemala, donde juntos crearon la escenografía

1 Instagram: elbert rafael tun perera (@elbertart). Facebook: Elbert-o Rafaelo TunPerera. y utilería para la obra de La Cenicienta, el musical que se presentó en el Teatro Nacional de la Ciudad de Guatemala. “Desarrollamos un trabajo monumental con ingeniería básica para crear una carroza y caballos que debían desplazarse y resistir a dos personas en un área de 22m2 y una altura de 20 metros”, asegura. Esta fue una experiencia que lo está impulsando como artista para regresar al mundo de la escenografía teatral. Elbert Tun es un artista plástico cuyas creaciones encuentran inspiración en la gente común que ríe, canta, disfruta, llora y ama, en los niños que juegan y expresan ternura, en los colores de México, sus calles y plazas. Un pintor cuya experiencia ha sido sobre el caballete, el lienzo, las paredes, el escenario y que gracias a cierto espíritu aventurero no ha temido experimentar, crear y explorar temas y técnicas para causar no sólo un impacto visual en su público, sino también mostrarles emociones que les permitan sentirse identificados. “Debo admitir que la música, porque también toco el chelo, me ha ayudado a encontrar la disciplina para pintar, porque el tocar un instrumento es muy técnico, algo tan importante para el desarrollo de un artista en la búsqueda de emociones que el público pueda reconocer y que le permitan reconocerse a sí mismo en la obra, ese es mi fin”, concluye Elbert Tun.

Para entender por qué sigue valiendo mucho el #QuédateEnCasa

This article is from: