REVISTA HORIZONTUM-33

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ELBERT TUN: PINTAR, PINTAR

HASTA RECONOCERSE A sí MISMO A. NAIBÍ DOMÍNGUEZ

ARTISTA PLÁSTICO CUYAS CREACIONES ENCUENTRAN INSPIRACIÓN EN LA GENTE COMÚN QUE RÍE, CANTA, DISFRUTA, LLORA Y AMA, EN LOS NIÑOS QUE JUEGAN Y EXPRESAN TERNURA, EN LOS COLORES DE MÉXICO, SUS CALLES Y PLAZAS.

E

lbert Rafael Tun Perera1 por poco nace con lápiz y papel en la mano. Este artista plástico originario de Mérida confiesa que a muy temprana edad, mientras otros niños comenzaban a escribir, él ya realizaba sus primeros trazos. Aunque por un tiempo lo hacía a escondidas en la escuela, pronto su talento llamó la atención de sus maestros, quienes

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| SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2020

incitaron a sus padres a canalizar ese don artístico con el que llegó al mundo. “En la primaria los maestros me pedían que dibujara a los héroes patrios para los eventos de la escuela y para el periódico mural, así que con un simple papel, lápiz y gises de colores comencé a hacerme de cierta fama como el dibujante oficial a muy temprana edad”, recuerda. Así, con el apoyo de su familia — siendo su padre un músico amante de la

trova yucateca—, ingresó a los 10 años al Centro Estatal de Artes en Mérida para estudiar artes plásticas de manera formal. De hecho, tras un año de estudios, el director de Artes Plásticas premió su talento y vocación por la pintura con una beca para que no dejase la escuela de arte. “A esa edad yo no podía acceder a grupos más avanzados, tenía que estar siempre con niños y eso me aburría”, admite Elbert, quien pese a ello continuó cinco años más estudiando pintura hasta la secundaria, porque lamentablemente comenzó a reprobar materias y sus padres decidieron en ese momento que la educación formal era más importante que la artística. Este giro de eventos no impidió que este artista siguiera dibujando, sobre todo, cuando asistía a clases en donde encontraba una gran fuente de inspiración, ya que le gustaba, por ejemplo, retratar a los maestros que más admiraba en estilo ‘caricaturesco’. Así pasaron sus días de secundaria y preparatoria, dibujando y dibujando hasta que con 20 años su amigo Juan Antonio Llanes González lo invitó a formar parte de una compañía de teatro estatal para hacer trabajos de utilería y restauración escenográfica, una experiencia totalmente nueva “que me abrió la puerta del arte porque de teatro yo no tenía nociones”, dice. Pese a ello, y gracias a sus conocimientos en el manejo de papel maché y dibujo, se pudo adaptar a este sector de forma exitosa. Uno de los proyectos en los que trabajó con esta compañía fue la puesta en escena de El hombre de la Mancha, dirigida por Llanes y producida por el Instituto de Cultura de Yucatán. Él se desempeñó como encargado de la utilería mientras que la escenografía estuvo a cargo de Félida Medina. No sólo eso, gracias a que tocaba la guitarra acústica


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