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Año I, Número

1, 2a. quincena

de Septiembre

Bicentenario

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Desde la facultad BauTisTa Mariano Torres

2010

Bicentenario María del Lourdes Herrera Feria Gloria Tirado Villegas Lidia E. Gómez García

Año I, Número 1, 2a. quincena de Septiembre 2010

Reincigrama TorcuaTo serapio Música para camaleones ernández oscar lópez H Canasta básica deMesTrios cacHarias

Enrique Condés

Desde la facultad Mariano Torres Bautista

hace es la que se Oficial, esto legitimaLa Historia tiene un propósito partir desde el poder,justificar el presente a , dor; pretende obra, realizaciones la Destacar la aciertos en del pasado. bondades y misión histórica, una nación, una institución, de la óptica e inteconstrucción político desde o de un algún partido en el poder, clase social un orreses de una personalidad que maneja grupo o cierta formación política. ganismo o determinada

Lara.

en laico se apoyan contra del estado paLos embates en pasado y del presente sobre el sociales la conductora de aparición de actoresemergen un enfoque de nuestro católica y la misiónno solamente hacia e, en 1987, de la Paulatinament de en 1910 y pel de la religión hacia atrás y de algunos hechos, nuevas expectativas. los más acreditados, iglesia que revisa, viendo oficial priísta. Pero, s y perso- con partir de la selección héroes al lado de la vapuleada historia es cómo las fuerzas de acontecimiento y resulta- entonces nuevos no lo son tanto y algunos próceres se el lado derecho, la calificación ya en todo caso de procesos algunos villanos la misma medida. 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Reincigrama Torcuato Serapio

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Música para camaleones Oscar López Hernández

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Canasta básica Demestrios Cacharias

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La Historia Oficial, esto es la que se hace desde el poder, tiene un propósito legitimador; pretende justificar el presente a partir del pasado. Destacar la obra, realizaciones, misión histórica, bondades y aciertos en la construcción de una nación, una institución, algún partido político desde la óptica e intereses de una clase social en el poder, o de un grupo o cierta personalidad que maneja un organismo o determinada formación política.

Enrique Condés Lara.

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partir de la selección de algunos hechos, de la calificación de acontecimientos y personajes, de la valoración de procesos y resultados, que se explican o atribuyen a causas o designios divinos, o bien a leyes y tendencias sociales, a necesidades sociales, o a las aspiraciones de los pueblos y a la acción arrojada, perseverante o visionaria de ciertos hombres o agrupamientos, la historia oficial desemboca invariablemente en una justificación de largo aliento del status social y político, de la conducción de una institución o del predominio de un grupo o un personaje en un partido político. Dicha visión no oculta necesariamente deficiencias, carencias o males; sin embargo, las endosa a los enemigos, a las fuerzas del mal, al atraso, a los destructores sin corrección y corrompidos, a los herejes; que no serían los enemigos de la clase o grupo director, sino de todos. Las fuerzas malignas y los destructores sin remedio no serían desde esta óptica las que se oponen al proyecto e ideología del grupo que ha sentado sus reales en un país, en una institución o en un partido, sino al bien de todos, de la civilización y los más profundos valores y creencias de una nación; de las normas, fundamentos y fines de una institución; de la ortodoxia y programa de un partido. En cambio, los intereses de la clase, grupo o personalidad en el poder, serían identificados como los intereses de todos; su papel conductor y guía estaría entonces legitimado, ni más ni menos, que por la historia; su presencia en el poder se entendería y aceptaría y su permanencia en él se justificaría y, más aún, sería necesaria. La historia oficial se erige en LA HISTORIA cuando prevalece un gran consenso en torno a los valores, concepción o visión de la vida del grupo o clase social que detenta el poder; cuando su forma de ver las cosas, de actuar, de definir lo correcto y lo incorrecto, de entender las relaciones sociales y legales se han extendido y penetrado en todas las capas de la sociedad o en buena parte de ellas. Se resquebraja cuando se pierde o retrocede ese gran consenso.

QUIEBRE DEL CONSENSO

El punto de partida a partir del que se empieza a poner en entredicho verdades consagradas, puede ser consecuencia de una gran catástrofe social como una guerra o una crisis económica mayúscula, de una fractura en las elites gobernantes, como ocurrió en México

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en 1910 y en 1987, de la aparición de actores sociales con nuevas expectativas. Paulatinamente, emergen entonces nuevos héroes al lado de los más acreditados, algunos villanos ya no lo son tanto y algunos próceres tampoco lo son en la misma medida. No solamente se empiezan a colocar de otra manera las piezas sino que aparecen otras nuevas; hay una revaloración de hechos históricos clave, surgen nuevos elementos, dudas, cuestionamientos; se abren paso versiones alternativas, se replantean responsabilidades, atributos y saldos. La historia oficial no satisface ya, como antes, de la misma manera; se le encuentran fallas y defectos. Cobran relieve datos y sujetos poco apreciados anteriormente. Hay debates, discusiones y contribuciones. Empiezan a verse las cosas de otra forma. Pasan a un primer plano y se extienden los cuestionamientos sobre el pasado y el presente; cada vez son más los que demandan explicaciones, construidas sobre bases, argumentos y perspectivas que no puede ofrecer, ni caben, en la ya la resquebrajada historia oficial. Y queda en entredicho la legitimidad histórica del grupo en el poder. LA POLÉMICA SE EXTIENDE La quiebra de lo que hasta hace unos cuantos años fue la historia oficial, no la única, pero sí la que predominaba sobre otros enfoques y versiones, ha dado lugar a una controversia que desborda con mucho los ámbitos académicos y en la que están involucrados muchísimos más mexicanos de los que a primera vista apreciamos. Se encuentra en la prensa escrita y en la audiovisual; en las opiniones de la gente; en las maneras de referiste al pasado y al presente. Se expresa en las pretensiones, aparentemente inocentes por rebautizar calles y avenidas con los nombres de Juan Pablo II, la Virgen de Guadalupe, Agustín de Iturbide (afortunadamente se le pasó la oportunidad a Marcial Maciel), en lugar de Benito Juárez, Lázaro Cárdenas y otros; en los intentos por desaparecer al Pípila y a los Niños Héroes de los libros de texto gratuito y, más recientemente, en la eliminación de toda nuestra historia prehispánica para ceder esos espacios a otros personajes y a otras materias. En los importantes conatos por reacomodar, ocultar o minusvalorar los procesos inquisitoriales de condena, excomulgación y ejecución de Miguel Hidalgo. En Puebla, por suerte, cambiaron el nombre de la avenida Maximino Ávila Camacho, señor de horca y cuchillo, por el de Juan de Palafox y Mendoza.

Los embates en contra del estado laico se apoyan en un enfoque de nuestro pasado y del presente sobre el papel de la religión católica y la misión conductora de la iglesia que revisa, viendo hacia atrás y no solamente hacia el lado derecho, la vapuleada historia oficial priísta. Pero, lo que hay que destacar en todo caso es cómo las fuerzas sociales disputan su visión de la historia en los libros, las calles y avenidas, el calendario cívico, los monumentos, el nombre de las escuelas, de los puentes y de los museos. UNA CONTIENDA POR EL FUTURO No es una contienda por el pasado del país, por apropiarse del patrimonio o la autoría de lo ocurrido (de lo bueno naturalmente, no de lo malo); sino del futuro, de cómo deben o deberían ser las cosas, del rumbo que habría que seguir, de las medidas a tomar. Cada monumento, cada nombre de una calle o de una escuela, cada contenido de un libro de texto gratuito, cada programa escolar o plan de estudios, cada programa de televisión incide en el imaginario colectivo; crea o recrea sentimientos, identidades, afinidades, adhesiones o repulsiones; forja las imágenes, las referencias, los valores y símbolos que integran la personalidad de un individuo, un grupo social o una nación. Y es en ese marco en el que están situados el Bicentenario del inicio de la Guerra de Independencia y el Centenario del inicio de la Revolución Mexicana. ¿Qué hay que celebrar?, preguntan algunos, si el país está hecho un tiradero. Qué nos aportaron, preguntan de otro lado, otros; para qué sirve eso, con qué se come. Apologético parece ser que esta vez, quebrado el consenso básico que sustentó la historia oficial durante décadas, no lo será, aun cuando hay quienes desearían que no se hiciera mucho ruido. Los caminos de la vida no son como los imaginábamos, dice filosófica canción. Porque además de lo anterior, lo relevante en esta ocasión reside en que las cosas están un poco “alrrevesadas”. En efecto, la vida ha llevado a los herederos de los grupos contrarios de lo que se va a celebrar, a organizar los festejos y los eventos correspondientes. Realistas festejando la independencia y el establecimiento del republicanismo; conservadores festinando el triunfo de liberales; porfiristas agasajando a zapatistas, villistas y carrancistas por igual; cristeros aplaudiendo la educación laica y la separación EstadoReligión. La comedia se anuncia interesante, aunque con riesgos de terminar en una gran farsa. A ver cómo le hacen. Y a ver cómo nos va a todos.

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Mariano E. Torres es Doctor en Historia por la Universidad de París I, Panteón-Sorbonne. Actualmente es investigador del Programa de Estudios Universitarios Comparados de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

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Mariano E. Torres Bautista*

n el medio universitario existe un lenguaje tan preciso como añejo para designar categorías, actores, escenarios, estructuras. Esta columna tiene como fin servir de referencia o material de discusión para reivindicar aquellos conceptos que dan contenido, figura y credibilidad a la Universidad bien entendida, institución un tanto difuminada y hasta desvirtuada en las últimas décadas con el surgimiento de micro-empresas que obtienen utilidades comercializando un esquema de formación y otorgamiento de grados pretendidamente universitarios. Queremos iniciar refiriendo algunos elementos del proceso de ingreso de uno de los componentes esenciales: el profesorado. La docencia universitaria es una actividad que tiene categorías. No es lo mismo ser un profesor de asignatura, que un profesor definitivo. Y no es lo mismo ser definitivo a ser un profesor de carrera o de tiempo completo. La puerta de ingreso parte de mecanismos como el de “examen por oposición” aunque existen sin embargo otros tipos de valoración curricular para posiciones de menor envergadura. Para dar clases a nivel medio en la UNAM, por ejemplo, es necesario acreditar un examen que se llama examen filtro. Este examen se realiza cuando hay necesidad de que docentes ingresen y para ello pueden pasar años. El examen se hace para la materia a impartir en específico. Evidentemente, se requiere primero ser profesionista titulado en el perfil y mostrar experiencia. Muchos que presentan el examen no lo pasan y por lo tanto no pueden impartir clases. Los que aprueban esos exámenes tampoco tienen garantizado entrar, por que hay otros que aprobaron antes y tienen más tiempo dando clases. Sólo después de unos años, los profesores pueden ir colocándose en cada una de las materias siguiendo un proceso largo y sinuoso, muchas veces obstaculizado por factores humanos extra curriculares. Las posibilidades para lograr los contratos en defintividad pasan por otro trayecto tan gradual como complejo. Dentro de estas los profesores que ya imparten cátedra concursan por ellas. Para conseguir una, se tiene que superar a los demás en un examen. Se contabiliza el curriculum con la experiencia respaldada mediante documentos, entre otros elementos. Se cuenta la participación en los cursos de actualización que son obligatoriamente dos al año, en periodos intersemestrales o interanuales. También se tiene que pasar un examen que consiste en: 1º exponer por escrito un tema con una propuesta docente para la materia a concursar; 2º demostrar la habilidad para dar clases frente a un jurado y 3º la defensa de la propuesta

emos decidido volver a las andadas. Es decir, al debate, reflexión e intercambio de ideas y proyectos sobre los asuntos que hemos estudiado y pensado durante muchos años. En tanto economistas, antropólogos, sociólogos, historiadores, comunicadores, tenemos cosas que decir y compartir. Innumerables sucesos, algunos de ellos sorprendentes, otros maravillosos, muchos trágicos e inquietantes se suceden vertiginosos en todos los campos de la vida social. Tras el fin de la guerra fría y el desplome del bloque de países autollamados “socialistas”, nos encontramos con un mundo signado tanto por maravillosos descubrimientos científicos, increíbles desarrollos tecnológicos y sistemas de comunicación instantánea con cualquier parte del mundo, como por crisis económicas, explosión demográfica, alteraciones climáticas, crecientes abismos entre países ricos y países pobres y entre élites plutocráticas y multitudes hambrientas, confrontación de potencias occidentales con el mundo del Islam, descrédito universal de partidos políticos e ideologías, reanimación de fanatismos religiosos, constantes embates

docente frente al mismo jurado. De todos los concursantes, sólo un profesor tendrá la definitividad sobre un curso. Evidentemente este sistema es altamente competido. Volviendo a la institución de ingreso por excelencia, el examen por oposición, este tiene un origen inspirado en la práctica eclesiástica medieval que pasó a la Universidad cuando esta institución se constituyó por primera vez en la rica y culta ciudad de Bolonia en 1221. El examen como tal es una institución con raíces más profundas; había sido un instrumento creado por la burocracia china para elegir miembros de castas inferiores de los que se tenía necesidad pero no sus antecedentes de sangre. Existe innumerable evidencia de que hasta antes de la Edad Media no existía un sistema de exámenes ligado a la práctica educativa, baste recordar enseñanza en la Grecia clásica como las escuelas peripatéticas. Así, al instituirse, el examen pasa a ser espacio de convergencia de un sinnúmero de problemas. Problemas que son de muy diverso orden. Éstos pueden ser sociológicos, políticos y obviamente psicopedagógicos y técnicos. Sin embargo, por un reduccionismo que en el fondo cumple la función de ocultar la realidad, los problemas en relación al examen aparecen agudizados sólo en su dimensión técnica. Actualmente vemos que, a pesar de que sigue siendo un mecanismo usual en muchas instituciones, en algunos casos se ha desvirtuado por el concurso no de mecanismos más novedosos que pretendieran superar a la vieja institución medieval, sino por factores extra académicos. Como muestra, baste el siguiente ejemplo: “La aplicación del examen de oposición para la obtención de una plaza docente en el sistema educativo forma parte de una estrategia federal que tiene como único fin justificar la privatización del sector de la enseñanza pública, consideró el líder del Consejo Democrático Magisterial Poblano (CDMP), Gilberto Maldonado Maldonado. Además, advirtió que el gobierno federal y las personas vinculadas al círculo de Elba Esther Gordillo Morales, líder vitalicia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), iniciarán el despojo de las plazas de los profesores, con el argumento de que los docentes –quienes obtuvieron resultados “no aceptables” en la prueba nacional– son los responsables del rezago educativo que existe en el país.” Como el examen por oposición, hay otros términos, categorías y prácticas honorables en la Universidad que vale la pena reivindicar; algo para lo que trataremos de contribuir desde aquí.

de poderes fácticos (TV y medios de comunicación, banca y finanzas, violencia organizada) contra los poderes del Estado. En nuestro país, el ocaso del priato iniciado a fines de los años sesenta del siglo pasado, desembocó en el triunfo presidencial del PAN en el año 2000. Sin embargo, las esperanzas de una verdadera renovación de la vida pública de México, de las instituciones estatales y de las prácticas políticas, pronto se desvanecieron. Lo que se pensaba “cultura política priísta”, se reveló como lo que verdaderamente es: una cultura política nacional que se extiende y reproduce por todos lados. Las mismas prácticas, los mismos lenguajes, los mismos hábitos, siguen presentes, ciertamente con algunos atenuantes y con nuevos ropajes. Incapaces de resolver los problemas más urgentes y sentidos, los protagonistas principales de la política nacional dejaron sin embargo al país a merced de las fuerzas más devastadoras fuerzas de la globalización: el capital especulativo internacional y las corporaciones multinacionales. Digan lo que digan, en términos económicos y sociales muchísimos mexicanos están hoy peor que antes. El ingreso

al primer mundo prometido desde los años de Salinas de Gortari, con distintos tonos y variados programas, significó el desmantelamiento de la propiedad estatal, el saqueo del país y de sus recursos naturales, la incapacidad estructural para dar ocupación a la población en edad de laborar, la incontenible migración a los Estados Unidos, los inquietantes síntomas de descomposición social y de violencia creciente. El espejismo de la prosperidad posibilitó, no obstante, que tengamos a la persona más rica del mundo en un país de gordos mal nutridos. Hemos observado con preocupación todos esos (y muchos más) acontecimientos. Hemos pensado sobre ellos, los hemos estudiado, y pretendemos ahora compartir nuestras preocupaciones e inquietudes; conocer otros puntos de vista y opiniones; construir propuestas. Estudiar, comprender, explicar, analizar la sociedad es nuestra tarea y nuestra pasión. Lo hemos hecho antes, lo hacemos ahora y lo seguiremos haciendo. Somos, orgullosamente, reincidentes.

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Gloria A. Tirado Villegas *

Los silencios de esta problemática No es tarea fácil conocer qué hacían las mujeres durante esta guerra. La historia de las mujeres ha sido preocupación reciente, al menos en Puebla, y hemos partido de una falsa impresión: de la aparente inexistencia de registros que muestren su presencia y sus actividades. A favor de nuestra causa, últimamente aparecieron publicaciones, como Mujeres insurgentes compilación del Certamen Nacional que convocó el Senado, ensayos como “Mujeres de amor y de guerra. Roles femeninos en la Independencia de México” o el de “Las mujeres en la guerra de independencia: crónica de una participación invisible”, que no sólo mostraron que sí existen registros localizados en el Archivo General de la Nación, y en otros archivos, sino una nueva reinterpretación sobre la participación de las mujeres. Lo más conocido son las biografías de las heroínas doña Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario, dos mujeres que aparecen en la historia patria, y de quienes sabemos poco aún; las conocidas semblanzas de Gertrudis Bocanegra, María Ignacia Rodríguez de Velasco (la güera Rodríguez), Soto la Marina, Manuela Molina a. La Barragana. Aparecen otras como María Antonia Nava. Necesitamos valorar en ese escenario en el que escasas mujeres se arriesgaron a tomar decisiones, llenas de valentía, coraje y sobre todo claridad del movimiento insurgente; estas mujeres arriesgaron su “honra” y su vida en el movimiento libertador más importante de principios del siglo xix. Me parece que siendo la ciudad de Puebla un bastión importante de los realistas, no encontraremos rastros de mujeres insurgentes, debieron quedar en el anonimato para salvarse de ser castigadas. Aunque aparecen dos mujeres, Mariana Rodríguez de Lazarín y María Petra Teruel de Velasco; de la primera refiere Enrique Gómez Haro, en el Boletín Municipal conmemorativo: “una dama ilustre, y de nuestra mejor sociedad, doña Mariana Rodríguez de Lazarín, enalteció las virtudes cívicas de su sexo, en aquella época de prueba para los héroes, sosteniendo en su casa una conspiración contra el Virrey Venegas, a quien trataba de aprehender en Méjico, en el paseo de Bucareli, con objeto de asegurar el triunfo de la insurrección. El nombre de esta poblana ilustre ha sido perpetuado, como lo merecía, haciéndolo figurar en la Capital de la República, en el Monumento Nacional de la Independencia, con los de Doña Josefa Ortiz de Domínguez y Doña Leona Vicario”. Pese a la mención de “dama ilustre poblana Mariana Rodríguez de Lazarín” no se ha realizado una semblanza al menos. ¿Qué ocurrió? Jamás se le han hecho homenajes. La explicación recurrente es la invisibilidad de las mujeres. El historiador Ramón Sánchez Flores recuperó la mención de María Petra Teruel de Velasco, mujer de una familia notable de la época, entregada en los días más aciagos de que sufriera la ciudad al alivio de aquellas familias cuyos vástagos habían sido ajusticiados por su adhesión o simpatía a la insurgencia. Su obra primordial fue la de calmar con limosnas, cuidados médicos y aún la protección y ocultación en sus propiedades, de aquellos perseguidos por deslealtad al rey. Se menciona que con sus alhajas y pe-

culio ayudó a insurgentes notables. Sánchez Flores le dedica media cuartilla, a la vez dudando de la versión del cronista citado: “De poderse verificar testimonialmente sus aciertos, lo que no se logró en una parcial investigación para esta monografía, hace necesario un especial empeño por recuperar documentalmente esta subyugante tradición”. Ambas mujeres aparecen mencionadas en la novela reciente La Insurgenta, de Carlos Pascual. Si bien no podemos ofrecer más indicios sobre las insurgentes, debiéramos considerar a esas mujeres anónimas buscándolas en la apropiación de espacios, tanto públicos como privados, y en las actividades cotidianas a las que solían dedicarse. Desde luego dependía de la situación social de cada una, sus posibilidades y necesidades. En este sentido, vale la pena asomarse a conocer el escenario donde se desenvolvían las mujeres novohispanas. Las mujeres de elite debían guardar más normas y disposiciones de las familias, y si algo caracterizaba a Puebla eran los monacatos, así que muchas de ellas eran recluidas como símbolo de prestigio social; sea como sea, dependían siempre de un hombre que las guiara: el padre, tutor, albacea. No era el caso de las mujeres pobres, mestizas, indias que se situaban en la esfera pública, en la venta de alimentos, comercio, y en el trabajo doméstico, por ejemplo. Las poblanas durante la Guerra de Independencia La ciudad de Puebla tenía una actividad económica importante; baste mencionar que en 1804 existían catorce molinos de cereales en los alrededores de la ciudad, situados a las orillas de los ríos Atoyac y San Francisco; tocinerías, con un gran comercio en embu-

tidos y derivados de carne de cerdo; Puebla era famosa por el jabón; había tenerías donde se preparaban productos de peletería y de cueros de diferente calidad; la producción de cerámica, aún cuando había sufrido altibajos era importante; había 16 alfarerías; se producía vidrio soplado; la herrería tenía importancia regional y, por supuesto, la industria textil era la industria de exportaciones más importante en la ciudad, en especial la del algodón que se fue acrecentando. No sabemos cuántas mujeres trabajaban en estas industrias, pero hay registros de su presencia en unidades familiares donde se producían telas sencillas como cambayas, algodón, rebozos, por ejemplo. Desde luego que por su misma condición económica y social eran en general menos rebeldes, hasta el momento en que Continua en la página 4

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Oscar López Hernández

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ace unas semanas Enrique Condés me habló de este proyecto editorial. Hace años quemaba mis naves a cada rato para embarcarme a cuanta utopía se me pusiera enfrente; creo haber tocado el corazón de las tinieblas poblanas: lo mismo estuve en el toquín de Carlos Santana y muchos años después en el de Queen, que en las manifestaciones universitarias setenteras cuando el país y muchos chilangos pensaban que ya no había esperanza alguna para el país. La izquierda en Puebla intentó construir las herramientas necesarias para buscar cambios significativos a esta aún tradicional sociedad poblana. Quizá no fueron muchos los logros, pero si al menos creó condiciones para que sectores importantes cambiaran su “poblana” manera de pensar y se abrieran al mundo, lejos de las oscuras catacumbas del pensamiento retrógrada; de políticos sin ética (¿es una redundancia?) y curas pederastas. Hoy, cuando es muy fácil ser de izquierda, porque basta con quedarse parado para ver cómo gira todo a la derecha, las utopías como pretenden los medios hacérnoslo ver, se quedaron en los libros de Moro y otras ficciones, es quizá agradecible que una publicación de la oportunidad de ser intentar ser replicante, un reincidente: cometer el delito de ejercer la libertad de expresión, intentar una vez entrar en el debate de la agenda local y nacional de los problemas que nos reclama el país. Romper el cerco que unos cuantos políticos han construido para secuestrar la discusión de lo que debería ser un bien común. Acepté la invitación de Enrique, si esta columna me posibilita hablar sin censura del tragicómico horror de la vida desde la cultura. Los diarios y revistas, televisión y radio privilegian la nota política y las cifras sin comparación alguna faltando a la ética, a la más elemental razón de ser: informar. No soy partícipe de la “objetividad” porque bajo este argumento encubren o justifican la falta de compromiso para con los lectores, escuchas etc. En estas líneas el lector encontrará reflexiones, crónica, sobre temas de carácter cultural básicamente de la entidad (y la identidad) y la invitación al debate. Hablaremos de música, de artes plásticas, de teatro, de literatura, de cultura en el sentido más amplio del término y sus alrededores; de las funciones que deberían ejercer las instituciones dedicadas ( en teoría) a la cultura. Es conocido el analfabetismo funcional en muchos funcionarios de CONACULTA, lo mismo que en el Estado. ¿Margarita “la reina de la cumbia” o los periodistas de la fuente no “sabemos” de fusión en las nuevas corrientes musicales? ¿qué implica Malverde o la Santa Muerte en los nuevos imaginarios? ¿Realmente importa quién será el próximo Secretario de Cultura? Dejo aquí estas líneas como primera entrega para que los lectores (¿todavía existen?) participen en el diálogo que propongo. No estoy inventando el hilo gris, sólo lo reciclo. Por aquí desfilarán personajes, historias, comentarios, reflexiones bajo la necesidad de la comunicación que en este mundo virtual (paradójicamente) también se pierde. Si, reincido en la utopía. 3

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Viene de la página 3 estalla la insurrección. No era el caso de las mujeres blancas (criollas), miembros de la elite, que recibían otro tipo de atenciones en su educación. Los conventos eran una opción social y que ingresaran a ellos era señal de una situación económica de la familia. Los conventos eran instituciones coloniales para mujeres dirigidas por mujeres, y eran signo de riqueza y poder, también. A diferencia de la ciudad de México donde había escuelas como el Colegio de las Vizcaínas —única institución laica, donde estudió la niña Josefa Ortiz de Domínguez—, en Puebla las niñas estudiaban en escuelas de las Amigas; en tanto escuelas para niños había varias y con población numerosa, en los barrios había dos, en el curato de San Ángel y la de Santa Cruz. Los expedientes matrimoniales recogían como parte de la información previa al enlace, la referencia de legitimidad de ambos cónyuges, y si bien su falta no era un impedimento para el matrimonio, se pretendía que constituyese una mancha para quien procediera de uniones ilegítimas. Si bien en la ciudad de Puebla no hubo esclavos, ni mayorazgos, las diferencias raciales quedaron marcadas desde la fundación de la ciudad: el centro para los españoles y los barrios para los indígenas, aunque el mestizaje se dio prontamente pese a las ordenanzas de la Corona que los españoles mandasen a traer mujeres de Castilla para casarse con ellas. En ese mestizaje, las familias pudientes conservaron su linaje hasta el momento de la guerra de Independencia. El 18 de julio de 1808 cuando circuló en Puebla la noticia de que Fernando VII, rey de España e Indias, había abdicado, se produjo una verdadera inquietud y zozobra. A los cuatro días, dos mil personas, acomodadas y del pueblo, pidieron alistarse y formaron el regimiento de infantería “Voluntarios de Fernando VII”. Desde el 4 de marzo de 1809 se hizo por las autoridades de Puebla el juramento de fidelidad al rey Fernando VII y a la junta central. En los primeros años que siguieron al estallido de la revolución de independencia, entre la gente de dinero y las autoridades municipales predominó el ansia y temor de que los grupos insurgentes llegaran a la ciudad. Así, en mayo de 1811, el intendente de Puebla don García Dávila instaba al ayuntamiento a dictar las medidas conducentes para garantizar la defensa de Puebla. El Ayuntamiento contribuyó con recursos para que se efectuaran trabajos de abrir zanjas y fosos, y cerrar algunas entradas a la ciudad. No obstante las muchas medidas para hacer completa vigilancia en la ciudad y sus inmediaciones que se ponían en práctica, la seguridad pública dejaba mucho que desear, como lo demuestran los repetidos asaltos y robos. Las mujeres mientras tanto caminaban sigilosas buscando alimentos, asistiendo en las casas donde trabajaban como nanas, molenderas, lavanderas. Los realistas consideraban que debían comportarse galantemente al lidiar con posibles simpatizantes de la insurgencia. Pronto se percataron del poder de los esfuerzos femeninos y se volvieron tan suspicaces con las mujeres en general, que plenamente justificaban la ejecución de las rebeldes. La apropiación de los espacios públicos jugó un papel importante, uno de estos y para las mujeres pobres era el pequeño mercado permanente situado en la Plazuela de San Roque El Parián, a dos calles de la Plaza Mayor. El Parían permaneció activo hasta que en 1854 el gobernador del Departamento de Puebla dio indicaciones al Ayuntamiento para pasar los cajones a la plaza de San Agustín. Este sería un lugar privilegiado para pasar el recadeo, sociabilizar, coquetear y enterarse de las noticias. Hasta donde se sabe este nunca se cerró. Mientras la lucha insurgente arremetía hasta en los umbrales de la ciudad y en el interior del estado, los poblanos ocupados en el comercio y en la industria artesanal terminaron por adaptarse a ese estado de guerra. Y no fueron pocos los poblanos que decidieron apoyar a los insurgentes, aún siendo mayoría fielistas, una relación de 150 capitalinos, cuyos expedientes se han conservado en los archivos judiciales, muestra la

decidida adhesión insurgente en los años de 1812. Provenían de todas las capas de la sociedad fueran indios arrieros, comerciantes, curas, ex soldados realistas, empleados y hasta propietarios. Entre las reacciones de habitantes en los antiguos barrios indígenas de Puebla, como Santiago de los cholultecas, Santo Ángel de Analco de los mixtecas; San Pablo de los mexicanos (aztecas), así como los de San Francisco el Alto y Santa Inés Xanenetla (mixtos), entre otros, era común verles asediando a pedradas y aún llegando a victimarlos por las noches, a los soldados realistas y algunos españoles cuando penetraban en sus callejuelas. Pese a que las autoridades de la ciudad hicieron castigar a esta plebe rebelde, al grado de prohibirles celebrar cualquier fiesta, la reunión de dos o tres sujetos, y la total prohibición a los soldados de penetrar a estos lugares, las reacciones de la gente eran aguerridas. Fue ahí donde las mujeres no escapaban a participar cargando piedras, cubetas de agua, incluso a coquetear a los soldados para distraerlos de sus tareas. Por las estadísticas del estado militar de la Nueva España (1809-1810) sabemos que la ciudad de Puebla y la intendencia en general, fue la que aportó

Los cementerios de las iglesias y conventos estaban atestados de tumbas cavadas por doquier, o construidas unas sobre otras. Las mujeres pobres debían continuar trabajando en las casas donde estaban destinadas. Incluso, ir a lavar al río, a la fuente de agua o a la poza, se volvió peligroso por el riesgo de ser atacadas por hombres que apostados en los alrededores de la ciudad podían violentarlas si no es que violarlas. —después de la corte de México—, el mayor contingente de soldados de línea y voluntarios y que éste fue de 14 mil individuos. Tal esquema de milicia de línea y voluntaria, alteró totalmente la vida en Puebla. En este sentido podemos interrogarnos cómo vivieron esta situación las mujeres, dado que independientemente del bando del que fueran sus maridos o hijos ellas debían procurar atender a la familia. Las consecuencias de la guerra eran múltiples y al temor de lo que ocurriera en el campo de batalla, ellas debían resolver lo cotidiano. Lo peor ocurrió en 1812 con la terrible epidemia de ictericia que asoló a la ciudad en septiembre y octubre de ese año. Quizá debido a la escasez de agua, de lluvias, y sin duda a la contaminación entre militares que combatían en tierras cálidas. En el centro de la ciudad las casas permanecían casi tapiadas para evitarse el contagio, en tanto que en los barrios se padecía de gran mortandad, como sucedió en Analco y San Pablo. Se veían por igual a mujeres distinguidas que a mujeres del pueblo acudir en auxilio de los moribundos, ya fuera en los hospitales o en las cárceles. Los cementerios de las iglesias y conventos estaban atestados de tumbas cavadas por doquier, o construidas unas sobre otras. Las mujeres pobres debían continuar trabajando en las casas donde estaban destinadas. Incluso, ir a lavar al río, a la fuente de agua o a la poza, se volvió peligroso por el riesgo de ser atacadas por hombres que apostados en los alrededores de la ciudad podían violentarlas si no es que violarlas. Aunque desde 1805 la corporación municipal se ocupó del establecimiento del alumbrado público, empedrado de las calles, atarjeas, enlosados y el aseo de las mismas, no fue sino tiempo después que se instalaron lavaderos. Estas actividades indispensables se volvieron complicadas. Una de esas fuentes estaba por

el monasterio de San Francisco, y en los años de 1812 en adelante la ciudad se encontró casi sitiada, y con tropas por doquier. Para las mujeres de dinero fue difícil la situación también y sufrieron de distinta manera los estragos de la guerra. Los espacios de sociabilidad que tenían fueron cerrados o cercados, incluida la Catedral, que tuvo que cerrarse. Durante la guerra de Independencia el pueblo fue protagonista de importantes acciones insurgentes. En 1816 saquearon e incendiaron las iglesias y el templo de San Francisco, la sacristía y la casa de ejercicio anexa. En 1815 en la Capilla de Loreto, construyeron un depósito de explosivos en los anexos de la capilla y después un recinto cuadrangular circunvalado; lo rodearon con un foso o cárcava. El propio Colegio del Espíritu Santo, hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, sirvió de depósito de pólvora y armas. Desde un principio, no se descuidaron las medidas para impedir que la ciudad cayera en poder de los insurgentes. Todavía en 1812 se continuó con la construcción de los fosos y parapetos, en tanto los insurgentes avanzaban en el interior del Estado. Y para dar un escarmiento el 15 de abril sufrió la pena de muerte en Puebla el mariscal de campo Miguel Bravo, en la plazuela del Parral. En los siguientes años serían fusilados Manuel Fernández de Echeverría y Veytia, Luis Rodríguez Alconedo. Estas tensiones cada vez más profundas seguramente fueron involucrando a más mujeres, llevando a cabo actividades propias de su género, pero como mensajeras, cocineras, enfermeras o fabricantes de municiones; o bien las aristócratas, criollas adineradas de la causa insurgente como anfitrionas. En 1817 cuando se conoce en Puebla la derrota de los insurgentes en Cerro Colorado (Tehuacán) se realizó una misa en Catedral. Los años siguientes se vivía en la zozobra, pero la idea de Independencia se había adueñado de los poblanos, en 1821 salía La Abeja Poblana, periódico donde se publicó el Plan de Iguala. En ese año, el 1 de julio, sitiaba la ciudad Nicolás Bravo con una división de 3600 hombres. Sitiada la ciudad Ciriaco del Llano firmó el armisticio con Agustín de Iturbide, y el 28 de julio se firmó la capitulación. El domingo 5 de agosto fue el día elegido para que la ciudad de Puebla jurara independencia: “¡Viva Agustín primero!”. Las mujeres continuaron viviendo casi en las mismas condiciones, sobre todo las mestizas e indias. * Doctora en Historia por la UNAM. Actualmente es investigadora del Instituto de Cincias Sociales y Humanidades de la BUAP

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Torcuato Serapio

Sr. Demetrios Carcharias: después de varios días de pensarlo, me he decidido a escribirle y pedirle consejo. Sucede que el Sr. Licenciado ha tenido a bien nombrarme editor de La Revista Literaria, por lo cual hago constar que me siento sumamente agradecido. Sin embargo, le confieso Sr. Carcharias que la literatura no es una de mis debilidades, usted me entiende, y hubiera preferido que me pusiera en algún otro puesto; pero así es esto de la política y tengo que corresponder a la confianza que ha depositado en su humilde servidor el Sr. Licenciado. Para comenzar a paliar mis deficiencias me he leído a marchas forzadas las obras completas de Paco Ignacio Taibo II, las de Guadalupe Loaeza, las de Laura Esquivel, las de José Agustín (no recuerdo ahora el apellido), y he visto Arráncame la Vida que, me dicen, está basada en una bonita obra literaria. ¡Ah!, y me compre el Manual del Editor. Pero, y señor Carcharias se lo confieso con el corazón en la mano, tengo miedo de fallarle al Señor Licenciado y por eso recurro a usted para que me oriente en esta difícil circunstancia. Miguel Gherrada PD. Le pido encarecidamente que no haga pública esta carta y mucho menos mi nombre. Estimado señor Gherrada. En primer lugar, no crea que al reproducir aquí su carta estoy traicionando su confianza, antes al contrario. Lea usted “La carta robada” de Edgar Allan Poe y verá que la única forma de que nadie se entere de su carta es poniéndola frente a los ojos de todo el mundo. Y, en segundo lugar, ¡olvídese del Manual del editor! Para qué quiere saber qué es el formato, la encuadernación, el papel de interiores, las guardas, la caja tipográfica, las fuentes, las cornisas, las viudas, eso déjeselo al corrector de pruebas (siempre están necesitados y cobran muy barato) y ocúpese de las cosas esenciales. Para darle una idea de la auténtica importancia de su cargo reproduciré los versos iniciales del poema Owl del poeta estadounidense Allen Ginsberg, quien aborda el tema con mucha profundidad: I saw the best minds of my generation destroyed… Pero mejor, por si se diera la remota posibilidad de que no sepa usted inglés, se los traduzco: He visto a los escritores más brillantes de mi generación destruidos por los editores, arrastrarse en la madrugada histéricos y desnudos,por los cafés del centro, con

sus manuscritos bajo el brazo, etc. etc. ¿Lo ve usted? EDITAR ES PODER y debe ejercer ese poder sin miramientos ni contemplaciones. Si sigue mis instrucciones no sólo cumplirá cabalmente con las tareas que le ha encomendado el Sr. Licenciado, sino que se fijara en usted para darle un cargo todavía más elevado. Como los escritores siempre tienen prisa, jamás se dé por enterado de que le han mandado un cuento, un poema o un ensayo. Sólo después de que el autor le haya escrito dos o tres veces, dígnese usted contestar. Jamás se entreviste con los escritores. Estipule claramente que sólo establecerá comunicación por escrito. Procure estar el menor tiempo posible en su oficina (si el Licenciado no le encarga alguna comisión, invéntese una): nunca falta el atrevido que quiere recibir la respuesta en persona. Si algún joven brillante somete sus poemas o cuentos a su consideración, rechácelos. Es mejor publicar trabajos mediocres porque así sus autores le estarán agradecidos. Los brillantes suelen ser altaneros y cualquier día van a querer ocupar su puesto. Por la misma razón, nunca publique a la vez más de un poema de un poeta importante. A los poetas mediocres publíqueles cinco o seis poemas a la vez. Si recibe algún poema que usted entienda, rechácelo sin ninguna consideración: mediocre no quiere decir inteligible. No dude en aceptar un poema que tenga las mismas palabras, imágenes, versos o cite los mismos Proverbios que otro poema, eso, en poesía, se llama intertextualidad, no plagio. Si le proponen un cuento interesante, ameno, que no puede soltar hasta terminarlo, rechácelo. El prestigio de las buenas revistas literarias depende de lo aburrido de su lectura. 10. Si finalmente acepta publicar algún trabajo poético o en prosa, no deje de hacerle alguna observación por insignificante que sea. El autor debe saber quién tiene el know how por el mango. 11 Consígase una buena secretaria para que sea ella quien cargue con la culpa de las erratas, los retrasos, la pérdida de originales, etc., etc. Y para terminar: hágase a la idea de que los editores no tienen amigos (aunque, como usted es político, seguramente ya está acostumbrado a no tenerlos). Le deseo la mejor de las suertes en su nueva y generosa profesión. Sinceramente D.C.

HORIZONTALES VERTICALES 1. (Lucas), político e historiador 1. (Miguel), ex presidente de México mexicano del siglo XIX, autor de 2. Símbolos del amperio y fósforo Disertaciones sobre la historia de 3. Estación orbital rusa, ya desmanteMéxico lada 6. Obispo de Ecatepec 4. Prefijo negativo 11. (Suárez), político mexicano, vice- 5. Percibir, darse cuenta de algo presidente de la República, murió 6. Del verbo crear asesinado junto con Madero 7. Estados Unidos (inic.) 12. (Adolfo), ex presidente de Méxi- 8. Eufemismo por orina co, durante su gestión se otorgó el 9. Símbolos del electrón e impedancia voto a la mujer 10. Dejará al descubierto 13. Existe 14. Síndrome de inmunodeficiencia 15. Remolque una embarcación, atoe adquirida 17. Símbolos del tesla y resistencia 16. Autillo, ave nocturna eléctrica 17. (Fox), un baile de dos tiempos 18. Movimiento de Izquierda Revolu- 19. Relativas a los coros cionaria (sigla) 20. Cada uno de los cuerpos que for19. Pruebas un licor para verificar su man parte del fruto que da origen calidad a una nueva planta 21. Partido político que propone bajar 23. Poder entrar una cosa dentro de el IVA al 15 % otra 22. Preposición que significa junto 24. Cada una de las partes exteriores 23. Narcotraficante recién ajusticiado de la boca que cubren la dentadura por el ejército en Jalisco 27. Obsequiad, regalad 25. Abreviaturas de oeste y roentgen 29. A nivel 26. Flotar en un líquido 32. (Ángeles), militar mexicano, luchó 28. Esposa de Vicente Fox contra Zapata, luego se unió a Villa 30. Manto que llevan los beduinos 33. Membrana coloreada del ojo 31. Me dirigía a un lugar 35. Pez de los túnidos, su carne es muy 32. Gobernador saliente de Veracruz apreciada 34. Sin asperezas 36. Causa hipotética o predetermina37. Terminación verbal ción de los sucesos 38. (Gutiérrez), militar mexicano, preso 39. Proyectil de arma de fuego (pl.) por tener nexos con el narcotráfico 40. Baile andaluz 42. Pronombre personal 41. Carnívoro parecido al gato cerval 43. Lucha, pelea al que los antiguos atribuían una 44. Pasaba de dentro afuera vista muy penetrante 45. Ganó la elección para gobernador 47. Arbusto papilionáceo parecido a la de Oaxaca el pasado 4 de julio acacia 46. Afirmación (inv.) 49. Anillo 48. Dícese del hilo poco torcido 51. Apócope de papá 50. Símbolos del nitrógeno y números 52. Tratamiento que se da a las mujeres reales de cierta edad en algunos lugares 51. Puntero en las encuestas para la 54. Contracción gramatical presidencia de la república 55. (Mandino), escritor estadouniden53. (Quintero), narcotraficante mexise, autor de El vendedor más grancano, actualmente preso de del mundo 56. Mujeres muy pequeñas REINCIGRAMA 57. Alabé, loé 1

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María de Lourdes Herrera Feria*

*La autora cuenta con Maestría por la BUAP y es profesora de tiempo completo del Colegio de Historia de la BUAP

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n este año, México y las naciones hispanoamericanas se preparan para conmemorar el Bicentenario de sus independencias, lo que ha orillado a la revisión de la interpretación de los acontecimientos que desembocaron en el surgimiento de nuevos estados independientes para reconocer el predominio de una perspectiva nacionalista, en la que se ha impuesto el uso político del acontecimiento y el culto a las figuras más representativas del proceso en el papel de héroes o villanos, al tiempo que se perciben nuevas tendencias explicativas de un largo y difícil proceso, en el que entran a escena las particularidades regionales, las acciones de los partidarios de una autonomía pactada, factores económicos y grandes sectores sociales carentes de voz.

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a celebración cargada de simbolismo político y emocional desdibuja un proceso en el que se construyeron las características propias del nacionalismo de los países en el mundo occidental, proceso que si bien fue complejo en Europa, en la América Latina fue de particular dificultad por la diversidad social, racial y étnica de la población. Es pertinente pues, destacar la singularidad de las modernas naciones iberoamericanas que emergieron de las gestas independentistas, pues precedieron a la mayoría de los estados europeos, se cuentan entre las primeras que apelaron a la voluntad de sus habitantes para constituirse como tales y no resultaron de movimientos que podrían calificarse de ‘nacionalistas’, sino de la desintegración de la monarquía española caracterizada por una gran heterogeneidad étnica y una extraordinaria unidad cultural. Aunque los eventos de 1808 se han tomado como antecedentes cruciales para el inicio de las guerras de Independencia que se desataron en 1810 a lo largo del continente americano, lo cierto es que en ese período sólo se recrudecieron conflictos sociales y políticos que se habían originado desde el último tercio del siglo XVIII. Entre 1808 y 1810 los conflictos que habían germinado en la sociedad colonial se multiplicaron en número e intensidad en la América colonial. La crisis general de la monarquía que paradójicamente resultó del éxito del régimen de los borbones, se había incubado largamente, tanto en España como en los territorios americanos, y sus signos más ominosos fueron la expulsión de los jesuitas de las tierras del reino, la eficaz explotación fiscal de las colonias americanas, el desplazamiento de la elite criolla del poder y la administración, el ataque a los privilegios del clero, las restricciones al comercio colonial y la vigorización de la economía imperial, factores que abonaban el resentimiento entre los criollos y justificaban sus aspiraciones de autonomía, primero y de independencia, después. Así, los territorios americanos de la corona española a principios del siglo XIX ya eran un mundo fracturado, la invasión napoleónica y la imposición

de José Bonaparte como emperador de los españoles vinieron a dar la puntilla a la unidad del mundo hispánico. La aparición de los primeros brotes de insurgencia que después de más de una década desembocaron en la creación de nuevos estados independientes de España constituyen un momento decisivo en la historia de Iberoamérica, la emancipación de estos vastos territorios habitados por grupos de gentes tan diversos que habían permanecido unidos bajo el dominio de la corona española durante tres siglos, fue una de las consecuencias más trascendentales de la desintegración de la monarquía. Sin lugar a dudas, la Nueva España era por mucho, entre las posesiones españolas, la colonia más apre-

El grueso de la población lo integraban indios y castas -más de 5 millones de personas- ocupando el nivel más bajo en la escala social; eran la fuerza de trabajo que movía el aparato productivo en la colonia, viviendo en la miseria y la ignorancia. ciada. A principios del siglo XIX, la Nueva España, era un territorio que ocupaba los actuales estados de Arizona, California, Colorado, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Montana, Nevada, Nuevo México, Texas, Oklahoma, Wyoming y Utah en los Estados Unidos hasta Guatemala en Centroamérica, estando bajo su dominio, la Capitanía General de Cuba, la Capitanía General de Guatemala, la Capitanía General de Filipinas y los Territorios de Florida y Louisiana, teniendo su capital en la Ciudad de México. Nueva España no sólo administraba las tierras comprendidas entre estos límites sino también el archipiélago de las Filipinas en Asia y varias islas menores en Oceanía como Guam. Los territorios que se extendían desde el Caribe hasta el Pacífico y desde Guatemala hasta lo que hoy son los estados sureños de los Estados Unidos de América, contaban con más de 6 millones de habitantes, lo que significaba más de un tercio de la población total del imperio español de ultramar y en la ciudad de México, capital del virreinato, vivían más de 168 mil habitantes; después de Madrid era la segunda ciudad más grande del imperio español. En la composición de su población se distinguían tres grandes grupos étnicos: blancos, mestizos e indios; los indios constituían el 60% de su población, las castas el 22% y los blancos el 18%, entre los cuales se debe distinguir a los españoles nacidos en América, los criollos, que alcanzaban el 17.8% de los europeos quienes representaban solo el 2% del total de la población. Cada uno de estos grupos étnicos tenía un estatus legal diferente, así como distintas costumbres, obligaciones fiscales, derechos civiles y prerrogativas sociales y económicas. Los españoles europeos -menos de 15 mil almas, de los cuales la quinta parte residía en la ciudad capital-, tenían una ‘educación frugal’ y controlaban los principales puestos de la administración pública, la iglesia, la magistratura, el ejército y el comercio. La población criolla, casi un millón de individuos, era la más ilustrada y controlaba las actividades productivas en la minería, la agricultura y la ganadería. El grueso de la población lo integraban indios y castas -más de 5 millones de personas- ocupando el nivel

más bajo en la escala social; eran la fuerza de trabajo que movía el aparato productivo en la colonia, viviendo en la miseria y la ignorancia. En la vastedad de su territorio, la minería, la agricultura, la ganadería, las manufacturas, la industria doméstica, el comercio y los transportes generaban recursos que ingresaban directa o indirectamente a las arcas de la Corona Española, de tal suerte que el producto de la actividad económica novohispana permitía, incluso, mantener a su costa la administración y defensa de las islas caribeñas, las Floridas, Luisiana y otros territorios. Como punto de comparación podemos mencionar que las restricciones económicas al comercio, impuestos y gravámenes que España imponía a su colonia más rica, representaban una carga 35 veces mayor que la impuesta por los británicos sobre las trece colonias de Norteamérica en los años previos a la independencia de los Estados Unidos de América. Los conflictos bélicos que confrontaba la monarquía española para contener la expansión de la Francia bonapartista y las ambiciones expansionistas de la Gran Bretaña en la Europa continental, incrementaron la presión fiscal sobre la administración novohispana, al grado de que entre los súbditos del imperio crecía el sentimiento de que los ministros del rey actuaban como un ‘mal gobierno’, cuyas medidas llevaban a la quiebra al erario de la Nueva España y afectaban negativamente las condiciones de vida de la población novohispana. La invasión francesa de la península española y las abdicaciones reales de Bayona en 1808, pusieron a prueba la lealtad de los súbditos del imperio. José Primo de Verdad y Juan Francisco Azcarate, representantes del Ayuntamiento de México, propusieron la creación de una junta de gobierno similar a las españolas. Legalmente, ante la ausencia del monarca y el deseo de varias juntas españolas de ostentar la autoridad en su nombre, la propuesta de los criollos mexicanos no constituían una traición, más bien era un llamamiento para restaurar la autoridad de los cabildos que, según su opinión, era donde residía la autoridad. No se cuestionaba la autoridad suprema del rey, se pretendía hacer prevalecer la idea de que en ausencia del rey, la nación asumía la soberanía. Sus argumentos encontraron la oposición del poder real personificado en los oidores y el grupo de peninsulares que representaban, los cuales se convencieron de que el virrey, al atender a los reclamos e iniciativas de los criollos, se había comprometido en los planes de estos; su oposición se transformaría en un golpe de estado que causaría el encarcelamiento del virrey Iturrigaray y la ejecución de Primo de Verdad. A partir de este momento, el camino hacia el establecimiento de un gobierno provisional criollo y hacia la independencia tal y como discurría en la mayor parte de las colonias continentales de América del Sur, se volvió impracticable. La frustración de los criollos y la persecución contra sus líderes, condujeron a las conspiraciones que iniciarían la revolución de independencia el 16 de septiembre de 1810. Cruenta y anárquica la revuelta se extendió con una furia explosiva desde la intendencia de Guanajuato, adquiriendo tintes vindicativos contra la minoría blanca. Al despuntar el mes de octubre de ese año, los rebeldes, en su mayoría indios, alcanzaban la cifra de 60 mil y el 17 de ese mes tomaron la ciudad de Valladolid, pero al finalizar octubre, cuando se enfilaban a la ciudad de México, su derrota en la batalla del Monte de las Cruces desvaneció el sueño de una inmediata victoria. La violencia de los insurrectos aglutinó a criollos y peninsulares en el apoyo al gobierno virreinal; en marzo de 1811 los jefes de la insurrección fueron capturados, juzgados y posteriormente ejecutados. La revuelta que encabezó Hidalgo sólo duró tres meses

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y su impacto sobre la lucha por la independencia fue altamente contraproducente: sumió al centro del país en una espiral de destrucción, empujó a los criollos a alinearse con los peninsulares en el bando realista para salvar sus vidas y haciendas y desdibujó el objetivo inicial de la lucha autonomista. Así lo reconoció el general Calleja cuando en 1811 escribió: “Este vasto reino se apoya con demasiada fuerza en una metrópoli insustancial; sus nativos y hasta los mismos europeos están convencidos de las ventajas que tendría un gobierno independiente; y si la insurrección absurda de Hidalgo se hubiera apoyado en esta base, me parece que habría encontrado muy poca oposición”. La dirección del movimiento pasó a José María Morelos, quien junto a Ignacio Rayón recompuso un pequeño y manejable ejército, su mayor mérito consistió en definir los objetivos sociales y políticos de la rebelión. Su programa incluía la independencia de la Nueva España, un sistema de gobierno parlamentario y una serie de reformas sociales. Su pretensión de desconocer la lealtad a la soberanía del rey cerró la etapa autonomista del movimiento para iniciar el tránsito hacia el difícil camino a la independencia política. A partir de este momento, la organización de la monarquía española y la relación con sus colonias fueron cuestionadas. No solamente las insurrecciones, sino también el programa de reforma liberal de las Cortes españolas que gobernaron España y las Indias desde septiembre de 1810 hasta la restauración de Fernando VII en el trono español en mayo de 1814, hicieron aparecer en escena actores tradicionalmente marginados de las esferas de decisión. Las disposiciones de las Cortes que incluían la abolición de la tributación de los indios y de la Inquisición, la igualdad para los súbditos de las colonias, la supresión de los poderes de las órdenes religiosas y la implantación de la libertad de prensa, empujaron a ensayar nuevas soluciones de convivencia política. En México, los partidarios el poder absoluto del rey tomaron las disposiciones de las Cortes como la mayor amenaza al poder español, porque hacían posible el resurgimiento de los intereses políticos de los criollos. La vuelta al absolutismo significó la abolición de la Constitución de 1812 y todos los actos de las Cortes de Cádiz; y conocida la noticia en México, las autoridades reales festejaron con júbilo, pero un importante precedente había quedado asentado. Después de la abolición de la constitución de 1812 y de las disposiciones de las Cortes, Calleja, en su posición de virrey se esforzó en acabar con la insurrección y lo consiguió, al punto de que después de la captura y ejecución de Morelos, sólo sobrevivían, a salto de mata, escasos grupos capitaneados por Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero que no representaban una seria amenaza para el régimen. Cuando el 16 de septiembre de 1816 trasladó el mando a su sucesor, la rebelión estaba diezmada y pudo entregarle un ejército adiestrado, una hacienda organizada con nuevos impuestos, un comercio protegido por convoyes y un sistema de correos regular. La corona española pudo restablecer el control sobre la Nueva España, pero no recuperó el prestigio en el que fundaba su poder, su imagen había quedado terriblemente desacreditada por el vacilante comportamiento de la figura real, la usurpación napoleónica y la intransigencia del régimen absolutista. Al interior de la Nueva España, era evidente que el gobierno virreinal había tenido que afrontar las rebeliones de Nueva España: fueron los mexicanos los que se enfrentaron a los mexicanos porque la espina dorsal de las fuerzas realistas eran criollos y mestizos. La guerra de Independencia fue una guerra en la que el país se dividió en posiciones diferentes, en definitiva se trató de una guerra civil revolucionaria que quebrantó el consenso de las elites. La calma que imperaba en la Nueva España al fi-

nalizar la segunda década del siglo XIX era solo aparente, porque las guerrillas impedían las actividades económicas y políticas, el norte estaba despoblado y adolecía de un control efectivo del ejército realista; el sur estaba dominado por las tropas de Guerrero, y el golfo era inseguro por las actividades de la guerrilla insurgente de Guadalupe Victoria y la presencia de mercenarios de Estados Unidos y corsarios del Caribe. Así las cosas, el virrey solo podía ejercer su autoridad en la mitad del territorio. En 1820, las noticias del triunfo de la insurrección de Riego en España y la vuelta a la constitución de 1812, encontraron a los independentistas novohispanos conspirando a favor de la consumación de la independencia en sus propios términos. La alianza entre el poder real y el poder eclesiástico estaba rota y el liberalismo constitucionalista español mantenía a los territorios americanos bajo una dependencia colonial, lo cual reanimaba las quejas contra el dominio español. El plan político que por primera vez hizo de la independencia una alternativa posible se expuso en el Plan de Iguala que se proclamó el 24 de febrero de 1821 con el consenso de Agustín de Iturbide y el insurgente Vicente Guerrero. En él se garantizaba la estabilidad económica y política, la implantación de una monarquía constitucional y los privilegios de la

En 1820, las noticias del triunfo de la insurrección de Riego en España y la vuelta a la constitución de 1812, encontraron a los independentistas novohispanos conspirando a favor de la consumación de la independencia en sus propios términos. elite, al tiempo que prometía la independencia y la igualdad. El régimen virreinal se hundiría siete meses después de la publicación del Plan de Iguala, la nueva insurrección tomó por sorpresa a los realistas, que de cualquier manera, poco podían hacer para oponerse. Al terminar el proceso de independencia, México había perdido el 10% de su población, unas 600 mil personas. El ingreso per cápita cayó y disminuyó el consumo de alimentos por persona. La producción minera se redujo a menos de un cuarto por el abandono de las minas. La producción agrícola descendió a la mitad de su antiguo nivel. La producción industrial se redujo a dos terceras partes; la economía quedó rezagada y se ensanchó la brecha entre el antiguo virreinato y los países en rápido desarrollo del Atlántico Norte; la pérdida de confianza, la inseguridad y la incertidumbre operaron en contra de la recuperación económica. Proliferó el militarismo, los movimientos regionalistas, el bandolerismo y la violencia política. Los problemas sociales y económicos no se podían solucionar en medio de la inestabilidad y de las luchas civiles que continuaron por varias décadas. Las acciones armadas y la configuración de las diversas posiciones políticas que asumieron los actores sociales que precedieron a la fundación del Estado mexicano, constituyen un proceso complejo y contradictorio: la lucha insurgente no decidió la consumación de la independencia, ni la declaración de la misma, después de más de una década de confrontación, no garantizó el consenso de las mayorías; prueba de ello es la inestabilidad política que marcó la historia de la consolidación del país como nación a lo largo del siglo XIX.

Santísima de Guadalupe, y anatema a los españoles, llamados gachupines”. Cuando Osorno tomaba alguna sede, generalmente la saqueaba y liberaba sus presos que salían para saltear las casas, sobre todo las de los españoles. Esta embestida contra las propiedades de los españoles resultó muy atractiva para los indios, que vieron en este movimiento armado una manera de conseguir un sustento y por otro, una forma de venganza contra los españoles ricos de sus pueblos. Por ello se veían sus incursiones como una fuente de financiamiento para la causa, no sólo en recursos sino principalmente en las suma de nuevos efectivos, y así se fue construyendo una imagen atractiva para los indios, motivándolos a unirse a su grupo. Las tropas realistas no fueron menos violentas que las de Osorno. Bajo el comando de Ciriaco del Llano, un militar de carrera, también saquearon los pueblos y destruyeron sistemáticamente siembras y ganados en su afán de terminar con las reservas de abastecimiento para los rebeldes. Del Llano recurría a la estrategia de quemar las rancherías y pequeños asentamientos para obligar a los indios a emigrar y refugiarse en los pueblos bajo el control realista. A su entrada en Calpulalpan, mandó fusilar a gente inocente del pueblo bajo sospecha de haber asistido a los rebeldes, pese a que fue recibido por el pueblo presidido por el cura portando el Santísimo Sacramento. A esta actitud de temor y reconocimiento, Ciriaco del Llano respondió con una descarga de fusilería sobre la imagen de la Virgen de Guadalupe, lo cual significó una ofensa para todo el pueblo, independientemente de las preferencias realistas o insurgentes, así para los indios como para los criollos, mestizos y españoles. Estas medidas causaron gran descontento entre la población de los pueblos donde llegaban los realistas y, de acuerdo con lo relatado por Carlos María Bustamante y Lucas Alamán, provocó que varios se adhirieran a los insurgentes. Ante tanta violencia y excesos de un lado y del otro, los curas reportaron al obispo de Puebla el enorme sufrimiento de los indios, y la necesidad imperiosa de terminar con la guerra. La sierra no fue el único lugar donde hubo levantamientos armados insurgentes en que participaron los pueblos indios. La región de la mixteca poblana al sur del estado, Tehuacan en el lado oriente, Tlapa (hoy en el Estado de Guerrero) hacia el sur e Izúcar en el occidente, también se generaron levantamientos importantes de indios insurgentes. La lucha en la parte sur del estado se distinguió de la norte, no por ser menos violenta o caracterizada por tácticas guerrilleras (con saqueos y excesos incluidos), sino porque tuvo como principal caudillo a Morelos y Pavón, quien tenía un proyecto social muy concreto por el cual luchar. Las incursiones militares de los insurgentes no tenían los mismos objetivos que en la sierra, donde el enemigo era el español y se buscaba no el cambio del sistema sino de actores al mando. Para ello implementó medidas que buscaban cambiar el sistema novohispano, por ejemplo, en uno de sus primero decretos devolvió tierras a los indios y permitió que los pueblos dejaran de depositar el dinero de sus cajas de comunidad, a diferencia de lo que siguió ocurriendo en la sierra. Debido a ello, los cabildos indios se sumaron a la lucha de manera más amplia que en el norte del Estado de Puebla. Un aspecto fundamental del movimiento insurgente en el sur, fue que Morelos y el congreso asumieron muchas de las funciones de la Real Audiencia y el virrey. Asimismo, en todo el territorio insurgente del sur se supervisaron elecciones en los pueblos indios que permitieron la remoción de los caciques opresores y corruptos, para que pudieran ahora gobernarse ellos mismos con autoridades legítimas que les representaran de acuerdo a los intereses del pueblo indio. Al final de la guerra de Independencia, los muertos los pusieron los pueblos y el poder se lo repartieron los mismos de siempre. En la firma del Acta de Independencia estuvo presente el obispo de Puebla, Antonio Joaquín Pérez Martínez, sucesor del obispo Campillo, lo cual muestra un cambio radical de postura del alto clero poblano. Uno no puede dejar de pensar que, en la conmemoración de la guerra de independencia, más allá del pozole, las tostadas y los fuegos artificiales, deberíamos honrar la memoria de miles de héroes poblanos que contribuyeron, con su sangre y su sufrimiento, a la construcción de nuestra nación mexicana, con su lucha por una sociedad más justa y más equitativa. *La autora cuenta con Maestría en Historia por la BUAP y es profesora de tiempo completo del Colegio de Historia de la BUAP.

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Lidia E. Gómez García*

En estas fechas parece que el aire festivo, plagado de discursos patrioteros, se cubre con los colores de la bandera de México. Podemos ver en los noticieros la celebración de la cultura del espectáculo, con un desfile de restos humanos que nos dicen, pertenecen a los héroes, expuestos en vitrinas como si de reliquias de santos se tratara.

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sta singular conmemoración de un evento histórico que dio inicio a un largo y amargo proceso de construcción del estado nacional, parece digna de una película de Hollywood y no de la integración de un evento histórico fundacional de una nación a la memoria colectiva. Los gobiernos, en todos sus niveles y de todos los colores, han privilegiado lo superfluo de la festividad y el despilfarro, relegando con ello la reflexión sobre lo que el movimiento de independencia significa para los mexicanos en la actualidad y la reintegración de esos eventos a la identidad nacional. El caso del estado de Puebla merece particular atención. Para comenzar, habría que preguntarse ¿qué van a celebrar las autoridades poblanas? ¿Acaso van a festejar el inicio de un movimiento que fue duramente criticado por los poblanos de esa época, notoriamente conservadora al menos en la ciudad de Puebla y su zona conurbada? El intendente de Puebla, Manuel de Flon, tuvo la encomienda de ir a acabar con los rebeldes comandados por el cura Hidalgo en la Batalla del Monte de las Cruces. El obispo de Puebla, Manuel Ignacio González del Campillo, se opuso rotundamente a las ideas independentistas y dio orden a los curas no insurrectos para levantar levas forzosas en los pueblos de indios. La ciudad de Puebla fue el último bastión realista en aceptar los acuerdos de Córdoba que fueron el fundamento del Acta de Independencia, en 1821. Luego entonces, ¿qué exactamente es lo que se festeja en los actos oficiales? Es cierto que hay motivos más que suficientes para conmemorar –que es distinto a celebrar–, una lucha que marcó un hito en la historia nacional, pero esa conmemoración debe venir acompañada de reflexión sobre lo que esa guerra significó y significa para miles de poblanos. Los habitantes de la entonces intendencia de Puebla, venían sufriendo desde la década de 1760 los estragos de las reformas borbónicas, que erosionaron la relación entre autoridades y gobernados. Las cargas fiscales y las reformas políticas rompieron con los acuerdos tradicionales que permitían un equilibrio de fuerzas que le daban estabilidad al sistema virreinal. Esto era particularmente cierto para los pueblos de indios. En la primera década del siglo XIX, por ejemplo, los cabildos indios de los pueblos tenían serios problemas para cumplir con las obligaciones, cada vez más fiscalizados, de su oficio. La presión para el repartimiento de servicio de los indios de los pueblos, significaba enormes conflictos para los gobernadores, quienes tenían que asumir medidas extraordinariamente coercitivas para poder satisfacer las órdenes de las autoridades españolas. Estas disposiciones, pese a la irritación que causaban entre la población india, no encontraban medios de negociación capaces de aminorar la presión social debido a que la corona estaba en guerra desde hacía ya algunos años. La necesidad de financiar la política militar de los borbones requirió medidas fiscales que rayaban en lo abusivo, y que impedían atender los reclamos de los gobernadores indios, quienes constantemente mostraban y manifestaban los graves problemas que ocasionaba a su gestión el cumplir con los requerimientos de las autoridades españolas. A partir de 1808 los aliados franceses se convertirían en enemigos de los españoles cuando Napoleón invadió España. El 5 de mayo de ese año Carlos IV abdicó en Bayona a favor de Napoleón. Las noticias provocaron la revuelta espontánea de los españoles quienes, en ausencia del rey Fernando VII, considerado el legítimo heredero del poder real, tomaron las armas. La figura del nuevo rey Fernando VII, ausente y

retenido por Napoleón contra su voluntad, se convertiría en la imagen reivindicativa de la defensa del reino de España contra el invasor, ante el cual gran parte de las autoridades españolas se sometieron. Dicha imagen se establecería así en un símbolo que mitificaba la figura del rey ausente, justificaba las revueltas populares y legitimaba la organización de juntas locales que enfrentarían a las autoridades municipales alineadas con el invasor. Ante la ausencia del rey se conformaron en toda España juntas patrióticas, en nombre del rey, que se consideraban depositarias de la soberanía del pueblo frente al poder impuesto por los franceses. Cuando estas noticias llegaron a la Nueva España a mediados de julio de 1808, provocaron primero alarma y luego necesidad de tratar de mantener la calma en el territorio novohispano. Los grupos criollos que dominaban los cabildos de la República de Españoles, vieron en esta ausencia de poder real la posibilidad de ejercer sus derechos de incidir en la toma de decisiones que les había sido negada hasta ese momento por el absolutismo borbón. Su primera reacción fue proponer al virrey Iturrigaray la creación de una Junta de Gobierno, a nombre del Rey Fernando VII, que ejerciera las funciones en ausencia de éste. Para este fin, algunos cabildos importantes, como el de la ciudad de Puebla y el de Xalapa, enviaron representantes a la ciudad de México. Esta agitación política de los grupos criollos produjo una respuesta de los cabildos indios, quienes vieron peligrar sus propios espacios de poder ante los criollos. La principal preocupación era perder la protección que, contra los excesos de los colonos criollos, había ejercido la autoridad real y virreinal en forma de leyes proteccionistas e instituciones durante todo el periodo virreinal. Pese a la presión fiscal y política de las reformas borbónicas sobre los pueblos indios de la sierra de Puebla, luego de los acontecimientos de 1808, y en especial con la irrupción del conflicto armado insurgente, las elites indias reafirmaron y estrecharon la alianza política con las autoridades virreinales, como una reacción al intento de los cabildos criollos de generar una autoridad independiente con una Junta de colonos. Las alianzas entre autoridades españolas, representantes del rey, y los cabildos indios, sería fundamental tiempo después cuando se desatara el conflicto con los rebeldes en el actual Estado de Puebla. Debido a esta alianza, los pueblos indios de la intendencia de Puebla continuaron aportando dinero que quedaba de remanente en sus Cajas de Comunidad a la corona, luego de haber pagado tributo y erogado los gastos de fiestas, gobierno, obras y salarios de oficiales. A principios de 1812, por ejemplo, pese a tener ya levantamientos armados en la sierra de Puebla, se remitieron puntualmente tanto el dinero como los estados de cuenta de las Cajas de Comunidad de todos y cada uno de los pueblos de San Juan de los Llanos, lo cual continuó hasta el término del virreinato. Los indios de la sierra de Puebla contribuyeron, asimismo, hasta el final de la guerra de independencia para el sostenimiento de las fuerzas realistas, no sólo con dinero, sino sobre todo con hombres que se alistaban a las tropas, con abasto de comestibles y con servicio. En la distribución geopolítica, los pueblos indios de la sierra poblana serían un elemento decisivo en distintos momentos de la insurgencia, ya fuera a favor de los rebeldes o bien de los realistas. Esta zona norte se diferenció de la lucha en el sur del estado, así como la actitud de los pobladores del centro del actual estado. Durante la Guerra de Independencia la intendencia de Puebla, pero en particular la ciudad de los Ángeles y toda la zona central del actual Estado

de Puebla, se caracterizó por su lealtad al gobierno virreinal. El entonces ex-intendente de Puebla, Manuel de Flon, conde de la Cadena, participó en las batallas que el ejército realista protagonizó en el Monte de las Cruces contra los insurgentes comandados por el cura Miguel Hidalgo y Costilla. Pese a que no lograron derrotarlos completamente, les hicieron retirarse hasta Guadalajara. Allí, en la Batalla del Puente de Calderón, comandada por Félix María Calleja, el ejército

El movimiento en la sierra de Puebla tuvo su más destacado representante en José Francisco Osorno, originario de Zacatlán (aunque el historiador Víctor Ballesteros lo ubica como originario de Apan). Los hombres del grupo de Osorno eran excelentes jinetes, conocedores de la región, y contaban con muchos contactos, lo cual permitió que establecieran redes de relaciones que les permitieran incursionar de manera más efectiva en los pueblos. insurgente sería derrotado por los realistas. En esa batalla hallaría la muerte el intendente Flon y con ellos se concluiría lo que los historiadores han denominado primera etapa de la Guerra de Independencia. El alto clero de la zona central del actual Estado de Puebla, que en ese momento estaba representado por el obispo González del Campillo, incluso llegó incluso a acusar a Hidalgo de formar parte de una conspiración francesa para someter a las colonias españolas bajo el dominio de Napoleón; asimismo, ordenó a los curas vicarios de los pueblos indios que se constituyeran en reclutadores de indios para adherirse de manera obligatoria a los ejércitos realistas. Sin embargo, la periferia que rodeaba ese centro realista reaccionó de manera distinta ya que se generaron brotes de levantamientos armados a partir del inicio del movimiento insurgente. El movimiento en la sierra de Puebla tuvo su más destacado representante en José Francisco Osorno, originario de Zacatlán (aunque el historiador Víctor Ballesteros lo ubica como originario de Apan). Los hombres del grupo de Osorno eran excelentes jinetes, conocedores de la región, y contaban con muchos contactos, lo cual permitió que establecieran redes de relaciones que les permitieran incursionar de manera más efectiva en los pueblos. Las acciones militares de Osorno corresponden a lo que hoy consideramos técnicas de la guerrilla, ya que se distinguieron por incursiones rápidas, desordenadas y sorpresivas, para después dispersarse a fin de evitar ser capturados, y luego volver a reunirse. Antes de cada acción, enarbolaba el estandarte con la Virgen de Guadalupe y al grito de ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Mueran los gachupines! arremetía contra los pueblos. Según lo relatado por Carlos María de Bustamante, las acciones de Osorno en la toma de Zacatlán se caracterizaron por “una grita insana, mucha rechifla, grandes carre­ras por las calles estropeando los caballos, vivas a María

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