PÍFANO 17

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Nº17 - JPMartínez - FMmiranda - Manuel Santamaría - Garven -


SU VESTIDO ERA ROJO (Manuel Santamaría)

Su vestido era rojo, ya sé que suena a topicazo, pero ¿Qué hago? Si es cierto. La conocí por cuatro horas, justo lo que duró la reunión de empresa, en ese micro-tiempo bastó para que su veneno funcionase. Una fila más adelante, hablando con sus compañeros, atrapándolos en las telarañas color miel que eran sus ojos. Esos enormes ojos que habían visto la eternidad del lecho, donde un hombre podía perder su alma y convertirse en un idiota ante el embrujo de los barrotes que formaban sus pestañas. Ella no miraba, ella traspasaba, atrapaba y después te arrojaba al abismo. Cuando les hablaba debían de sentir vértigo, la serpiente para tentar a Adán, y bien que valía la pena ser expulsado del paraíso. Sacaba la lengua para refrescarse los labios, a juego con su vestido. Esa lengua escribía lujuria en el idioma más ancestral. Cuantos secretos de empresa se habían confesado en su lecho, a saber cuántos le habían sido productivos, para escalar posiciones. Lo mismo que no criticamos a un águila por su hermoso vuelo, no podemos escandalizarnos porque cada uno use las armas con las que la naturaleza le ha dotado. A esa distancia, de medio metro, pude sentir el perfume de sus rizados cabellos negros, media melena ondulante, de mujer española, otro topicazo, pero es que es eso lo que ella era, la personificación en la tierra de Iberia. Pero no era una diosa, en el cerco de sus ojos, en sus manos se percibían las arrugas, y eso la tornaban más peligrosa, ya que si una mortal ejercía ese influjo, ¿Qué no hubiera hecho si la eternidad hubiera sido su copa? Esas marcas, eran el buen vino, el que marca la diferencia de una niña a una mujer interesante. Y de ese cáliz, hay que beber sin sed, no vale lanzarse hacia esos labios como un adolescente inexperto, ese manjar se ha de disfrutar con deleite, con la calma que tiene el que sabe que ya la fuerza de su miembro no es la de antes y ha de recurrir a otras artes amatorias más que la mera penetración. Su vestido era rojo, estaba en la fila de adelante, afortunadamente no volvió su mirada hacia mí, ya que si no ahora sería otro esclavo más de esa sirena de tierra.





*(Luis, compra un pollo Que te hagan las pechugas filetes Las empanas y coméis las niñas y tú El resto lo metes en el congelador.)

MORIR DE VIEJO (Garven)

Imaginad que el cataclismo que auguraban los astrónomos ha llegado a la Tierra. En cuestión de poco tiempo y por un raro viraje de traslación, nuestro planeta se ha aproximado tanto al sol que ahora es una pelota de ceniza y roca fundida. Hay una neblina húmeda y gris como vestigio de la anterior atmósfera. No ha quedado vida alguna; nada es ya reconocible; solo polvo, bruma y piedra caliente; algún charquito de barro humeante quizá. La Tierra gira sobre su órbita cercana a un asador incandescente; es una bola tostada con grandes surcos que son la huella de los océanos evaporados. Ni rastro del parecido a aquel planeta azul que fue. La Luna también ardió como un fósforo, claro. Pero hay una excepción de cinco centímetros cuadrados. Entre la maraña de ruina que ya se ha dicho, está levemente enterrado el pósit que dejó mi mujer pegado en la mesa del salón, poco antes del desastre. Un pósit como único rastro de cosas que tuvo el mundo. No sabremos nunca cómo se ha salvado del gran seísmo y la lumbre solar; quizá quedó caprichosamente protegido entre la escombrera, justo en el ángulo menos abrasivo, en el hueco de las casualidades, ¿por qué no alguna cosa más junto con el pósit? y yo qué sé. Tenéis razón, es más lógico que asomara el brazo hundido de Liberty sobre las brasas de Manhattan, algo parecido al final del Planeta de los Simios; pero en la teoría del caos dos más dos pueden ser cinco. Como os decía, en un espeso rellano gris solo está el papelito algo combado pero entero con la letra redonda y roja de mi mujer. Tiene unos cuatro dedos de ceniza encima. Pasa mucho o poco tiempo y vienen los extraterrestres, con sus naves de plata, lujosas de luces y cebadas de láser. Van por ahí colonizando planetas, inaugurando repúblicas o ampliando imperios. Ahora le toca el turno a la Tierra; de la que nada saben de su pasado fértil y biológico. Con una rara tecnología hacen un escáner a la totalidad de la esfera, y en sus pantallas sale la radiografía redonda donde un pequeño punto amarillo les llama la atención. Se acercan, aterrizan y exploran con cuidado hasta que descubren el pósit. Imaginad el aspecto de estos marcianos; bípedos, escamados, algunos vestidos con escafandras de plexiglás; sí, el topicazo de alienígena antropoide de película ci-fi. Se organizan en estamentos sociales y sus ocurrencias son parecidas a las nuestras; demasiado, porque veréis lo que va a dar de sí el puñetero pósit. El papelito amarillo lo tenían custodiado en un lugar científico y hermético. Sometido al escrutinio de complicadas máquinas. Lo que más les intrigaba eran aquellas grafías redondas y rojas. Esto les evidenciaba que aquello lo había diseñado un grupo organizado e inteligente que habitó el nuevo planeta conquistado (que ellos nombraron con algo así parecido a un expediente sancionador: RI8I/8). En poco tiempo, la notita de mi mujer ya estaba en el Planeta Alienígena Central (PAC) junto con el informe emitido por los exploradores. Allí, tras algunos debates entre catedráticos del universo, se llegó a la siguiente conclusión: La nota encontrada era un documento suelto del código máximo de leyes elaboradas por un sujeto de alta influencia social. Se daba por hecho que trataba sobre la subordinación a un único señor (esta pista la tomaron de las grafías –Pollo pechugas- que les recordó a “Ollok Peck U Gag” un ídolo de otro planeta habitado) la frase de instrucciones explícitas de mi mujer “las empanas y coméis” les sugería la frase marciana “Sag Mnamas


Roniesg” (Traed vuestras vidas para el líder) El resto de signos, que calificaron de indescifrables, fueron entendidos como dentro del contexto organizativo del mensaje rojo sobre la celulosa amarilla de aquel pósit. Nosotros ya no estábamos para convencerles de que por ahí no iban los tiros. Toda la humanidad estaba disuelta en esa argamasa marrón del nuevo RI8I/8. La hecatombe fue rápida y breve. Ni siquiera me dio tiempo a llegar, leer la nota y comprar el pollo. Camino de casa, al doblar la esquina, el temblor derribó todo y los ojos nos ardieron sobre las cuencas. La vida fue volatilizada por el brasero del sol, en pocos segundos toda la vida se esfumó como el alcohol de un coñac flambeado. Lo primero que ardió fue la vida, la pólvora de la vida, el aguarrás de la vida, la gasolina de la vida. Ay, si lo llego yo a saber. Fijaos que huevazos tienen los alienígenas. Mirad que recreación gráfica han hecho a partir de lo ¿descifrado? en el pósit. La nota está ahora en el MAAM (Museo Arqueológico Alienígena de los Mundos) blindada en una vitrina, iluminada con neones y acompañada de un texto explicativo que viene a decir que RI8I/8 fue habitada por la civilización de los “filetesos” (según investigación de la grafía filetes) y que esa hoja amarilla se había desprendido del algún tomo principal. Como os decía, junto a todo esto un gran cuadro, un panel que recreaba un día en la vida de los líderes filetesos. Mirad.

¿Creéis que con esto cierran este asunto los extraterrestres? Pues no. El pósit que un día escribiera Mari Paz para mí, va a dar todavía dolores de cabeza y un jodido desenlace. Y es que el papelito en cuestión ha viajado de mano en mano (o de tentáculo en tentáculo) en conferencias y congresos interestelares. Ahora hay una nueva tesis que cobra cada vez más fuerza. Fijaos que no tiene desperdicio: Hay un sector de influyentes alienígenas que dice entender el escrito como un mapa de instrucciones para un ataque. Las curvas


redondas de la letra de mi mujer no serían letras, sino esquemas de maniobras para naves de asalto; con el fin de la rebelión de otros planetas. Ahí es nada. Tanto ha derivado el argumento, que se acusa a “Líos” líder del planeta TY772, de que el mensaje es una instrucción para él (por el parecido sospechoso de las grafías “Luis” con su nombre) El desgraciado de Líos niega la mayor, pero ya se le ha acusado de traidor, y esto desencadena una crisis diplomática en el cosmos, se forman grupos de aliados y enemigos. En definitiva, estalla la peor guerra de las galaxias que podáis imaginar. El universo está ahora rayado con hirientes líneas de fuego láser. Hay planetas que explotan enteros. Algunas naves chocan en una luz naranja y cegadora donde después no queda nada. En los mundos más primitivos luchan con infantería. Entre el caos militar y civil que impera en la galaxia, una nave mercenaria ha robado el pósit; pero es seguida por dos cazas. Planean en feroz persecución por el planeta RI8I/8 (antigua Tierra) buscan el camuflaje entre la bruma y la ceniza. El copiloto mercenario (que tiene el pósit en la zarpa y fuma sacando el codo por la ventanilla de la nave) recibe un disparo láser; muere y el pósit se le desvanece por la ranura de la puerta descolgada. Bastante alejados ya de la Tierra, atrapan a la nave derribada. El pósit de mi chica, la instrucción cariñosita y familiar. Yo hubiera empanado esos filetes para mis niñas, con algo de orégano que nos gustaba tanto. Doy por hecho, aunque mi mujer no puso nada, que tendría que haber frito algunas patatas, al menos para ellas. Me abriría una lata fresquita de cocacola; ellas me pedirían un poquito para sus vasitos de Frozen. A mamá no le gusta que beban refrescos en la comida, pero ese día haríamos una pequeña travesura. El pósit vuela de nuevo por el aire apocalíptico de la Tierra, y la Tierra rueda por el espacio como una sucia pelota de futbolín. Ya dije que no había Luna; la Luna no aguantó, petó en un tris con su bandera USA como una bombeta que tiran los muchachos a los pies de la gente para asustar un poco. Qué curiso, el pósit sí y la Luna no. Hay que joderse. El pósit da volteretas por el suelo gris, parece una viruta que el viento ha traído de una lejana carpintería. Se engancha en un canto que asoma un poco. Hasta que la brisa cálida lo cubre de ceniza otra vez. Pero escuchad, no acaba aquí el vórtice de sucesos. ¿Qué coño es eso que eclipsa el gran sol, y proyecta una sombra cada vez más cubriente? Son unas grandes manos que se acercan por el cielo ruinoso; un gran cuerpo humano se aproxima a la devastada Tierra desde la negra bruma del universo. Y una carcajada retumba en toda la atmósfera gris como un trueno. Son las manos de Mayra Gómez Kemp. Y estoy (no sé cómo) en el Un, Dos, Tres, responda otra vez, concursando con mi mujer en el tramo final del programa. Estamos en la mesa junto a Mayra, que tiene entre las manos una bola del mundo de poliexpán, del tamaño de un balón. Mayra despega una tarjetita y comienza a leer: «Los sientíficos auguran el fin del mundo en no más de cuatrosientos mil millones de años. La Tierra se aproximará tanto al sol que… Y hasta aquí puedo leer.» Mayra detiene la lectura y nos mira con sus ojos felinos y cordiales, tuerce su cabeza rubia de rizos escardados, pone una sonrisa de duda, hace que piensa un poquito y nos dice lo que ya estaba premeditado: «Dosientas sincuenta mil pesetas y nos olvidamos de este premio» Vociferáis desde la grada. Sí amigos, estáis de público en el programa, sois más jóvenes y activos, algunos casi niños. El que los científicos auguren el fin de mundo en mucho tiempo os importa tres cojones, dónde estarán nuestros huesos; no te jode. «¡¡Más, más, más!!» gritáis. La inquieta de Mayra carcajea; el desparpajo de Mayra. La risa de Mayra como una metralleta feliz, efectiva, desinhibida y escandalosa. Mayra se tapa la boca cuando ríe y se le arruga la naricilla respingona «Cuatrosientas mil pesetas» Mari Paz me codea y me mira resoplando «¿Qué hacemos?». Ahí éramos novios todavía y no teníamos a las niñas, claro. Tendríamos unos veinticinco o menos; noto mi cuerpo de palo y el flequillo poblado al atusarme el pelo «Nos quedamos con la Tierra, total, hemos venido aquí a jugar ¿no?» Mari Paz está preciosísima, los pechos erguidos y la cintura de avispa, tiene la cara pálida y le suda el bigotillo, quizá por los nervios del directo o por el exceso


de luz en el plató. Yo no recuerdo haber estado en el Un, dos, tres, amigos. Yo no recuerdo ese pasado pero sí el futuro ardiente del fin y el dolor breve e intenso de la muerte por abrasión; también recuerdo aquel pósit escrito por ella y me ronda en el pensamiento aquella guerra universal. Me he quedado absorto en mis oscuros pensamientos, con la mirada fija en el vestido ablusado de Mayra; …. Mi novia me trae al programa cogiéndome el brazo otra vez «Venga, va; nos quedamos con la Tierra, sí, sí, que sí» Nos aplaudís, gritáis, qué jóvenes os veo, impacientes en la grada, riendo las ocurrencias de Chicho; porque ignoráis la vorágine del futuro que yo recuerdo; porque no tenéis ni la más remota idea de que viene lo que ya ha ocurrido. Sé que tengo que forzar la cara para parecer que atiendo al juego del premio final, pero estoy duro, pesado, entumido como un muñeco de madera tallado en un solo palo. Pues no sé qué coño hago yo ahora con veinticinco años y con mi novia en el Un, dos, tres; mucho antes de lo que imaginé que había pasado. Pensé que el sol habría quemado también el tiempo de los relojes y desnudó, con la fuerza de su fuego, la cuarta dimensión. Mayra comenzó de nuevo a leer: «Desíamos que los sientíficos auguran el fin del mundo en no más de cuatrosientos mil millones de años. La Tierra se aproximará al sol hasta desaparecer consumida por el astro rey… Un sol grandioso como el premio que han conseguido esta noche… ESTA MAQUETA DEL SOL DEL PLANETARIO DE LANSAROTE, OOOhhh…» La música burlona en decrescendo, el chasco de una trompeta marcial trae un gran sol de poliexpán hábilmente pintado con aerógrafo en amarillo y rojo. Lo sujetan Kim y Lidia Bosch. Kim hace gestos exagerados, se abanica con la mano y resopla como si tuviera mucho calor. Lidia mira sistemáticamente a la enorme bola y a nosotros, poniendo una carita amable de triste simpatía. «PERO, PEEERO…» Nos urge Mayra otra vez, y Mari Paz cierra los ojos, ahoga un gritito de emoción y me agarra muy fuerte de la cintura. Se da por hecho que ahora viene algo bueno «Sería injusto que este fuera el sol de sus vidas; así que para disfrutar de nuestro gran sol de verdad…. Han ganado ESTE APARTAMENTO EN TORREVIEJA (ALICANTE) AAAh» Yo seguía como un rígido maniquí a pesar de los zarandeos de alegría de Mari Paz; ella se cuelga de mi cuello y yo dibujo con un punzón una risa en la madera de mi cara. Algunos de vosotros habéis bajado del graderío para darnos la mano o una palmadita en el hombro. Mari Paz os abraza entre convulsiones de entusiasmo y yo os pongo una sonrisa de hierro y pensáis que soy un tipo algo soso y reservado. En la mesa está el balón del mundo con la tarjetita amarilla pegada; recuerdo el pósit, las pechugas de pollo y a mis hijas en la escuela. Hay decorados de naves espaciales y planetas, se ve que el programa ha ido sobre la galaxia. Me llama especialmente la atención una silueta en negro de dos niñas que corren agarraditas de la mano, perseguidas por el dibujo de un simpático marciano verde. Creo reconocer en esto las siluetas de mis hijas y me pongo a llorar con sofoco; me tapo la cara con las manos y esnifo el moco que me escurre por el llanto. Vosotros, Mari Paz y Mayra achacáis mi gemido a la emoción del apartamento y me frotáis la espalda comprensivos. Mari y yo nos damos un beso apretado en la boca y la abrazo con desesperación y la digo que me volvería a casar con ella una y otra vez; ella me mira con ojos de vidrio y me dice sonriendo que aún no estamos casados. Todos reís y yo sigo llorando un poco; aprieto los puños y hago un gesto de triunfo para que no sospechéis, pero veo en vuestros ojos desconfiados que no me ha salido. Mayra pide un primer plano y despide el programa hasta el viernes que viene. Y canta la voz rota de Ruperta.

Uuun-dooo-treee / aquí-estamo-con-usté-otra-veee…



EL DÍA QUE MATAMOS A GODZILLA (Manuel Santamaría)

Nakao Sakura había sido un héroe, pero cayó en desgracia. Lo conocí borracho, su estado habitual por el bien de la poca cordura que conservaba. Yo era un joven registrador, vagaba por el espacio transcribiendo historias, y él uno de los últimos terrícolas. Tras compartir un par de copas de licor de lagarto Namekiano me contó cómo había acabado en esta situación.


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Sabes colega, yo Nakao Sakura, coronel científico del cuerpo espacial japonés, derroté al más formidable enemigo de mi planeta y también he sido el culpable de la destrucción de la raza humana. ¡Yo solo! Esa responsabilidad recae en mis hombros. No entiendo ¿acaso desataste una plaga? ¿Hiciste estallar una bomba de antimateria? Sirve otra copa de esa bazofia violeta y te lo contaré… En el 1977, de nuestro calendario, por supuesto hijo mío, después de los últimos ataques, del monstruo conocido como Godzilla, a Japón, se reunió una comisión para erradicar la amenaza de una vez por todas. Ya estábamos hartos de muertes, destrucciones… pese a las ayudas de otros países nuestra economía empezaba a resentirse. Fueron meses de estudios sobre la naturaleza de la bestia los mejores científicos del mundo se ofrecieron para colaborar: Richard, Strangelove, Shigezawa, Juzo Kabuto, Clayton Forrester… y por supuesto yo. Estudiamos la evolución del monstruo basándonos en muestras de escamas recogidas durante los combates. Comprendimos como ese gigantesco godzillasaurus mutó a causa de la energía nuclear. Meses encerrados en un bunker en la isla de Oki, completamente aislados para que las noticias de ataques de la bestia no nos nublaran la razón. Y por fin dimos con la solución: un proyectil de partículas inversas forrado de vibranium. El problema es que solo tendríamos una oportunidad, las partículas inversas son tan inestables que solo duran segundos después de su creación, para conservarlas más tiempo se utilizaron los últimos restos del vellocino dorado para envolverlas, así el tiempo transcurriría más lento en su capsula. El Dr. Clayton Forrester modificó una nave marciana capturada por los estados unidos para que pudiera ser pilotada por humanos. Yo al ser el único con entrenamiento militar fui el encargado de tan gloriosa misión. El leviatán no tardó en aparecer, al cabo de 4 meses tras el último ataque, desde China nos llegó una alerta. Con la Arcadia, como bautizamos al la nave, llegué en cuestión de minutos. Pude ver arrozales pisoteados y una montaña entera destruida. Y allí estaba él… La deleznable bestia, deleitándose con los restos de lo que parecía una mantis gigante. Me gustaría contar que fue una batalla épica, que en varias ocasiones su fuego atómico fue arrojado contra mi corcel de hierro, que vi a la muerte rondando el campo de lidia, pero no, esa no era mi misión, era la de un francotirador. La alimaña estaba tan acostumbrada a reírse de nuestros proyectiles que ni hizo por esquivar el que sería su flecha de mandrágora. El proyectil impactó en su lomo, el vibranium atravesó la escamosa piel y soltó la carga, la bestia lo notó en sus estertores lanzó el fuego atómico que le quedaba, dos aldeas resultaron arrasadas, los campos quedaron estériles… pero por entonces, creímos que sería un precio pequeño… ¡Que equivocados estábamos! ¡El mundo entero celebró la fiesta! No importaban las razas, ni las religiones, había un sentimiento único de victoria. Fui recibido con honores en mi tierra. La sabandija fue descuartizada, sus huesos sirvieron para tallar estatuas conmemorativas que se mandaron a las principales capitales. Otros proyectos de combate que estaban a medio realizar fueron suspendidos: Mazinger, Ultraman, Jaeger… los estados ahorraron millones que destinaron a combatir el hambre y las enfermedades.


Tras medio año de inactividad, me embarqué en el proyecto Júpiter 2 y junto a varios exploradores espaciales recorrimos el universo. Todo resultaba idílico, hasta que se cumplió el primer año de la victoria. Primero fueron rumores, que nadie quería escuchar, huellas gigantes, pequeñas aldeas quemadas, gritos en el viento… Con el paso de los meses se hizo patente que no eran quimeras… Desde Sirius 8 vimos la noticia con un año de retardo, en un informativo de tu planeta Regulus daban los últimos días de mi especie: la tierra había sido invadida por centenares de Kaiju, la raza humana estaba casi extinta, los pocos supervivientes estaban relegados a la edad de piedra subsistiendo como ratas en cuevas. En la pantalla tridimensional pudimos ver a todas las criaturas de las leyendas Anguirus, Rodan, Gamera, Carcaña, King Ghidorah, King Kong, Hormigas Gigantescas, muchos que no conocíamos… La verdad, me golpeó en la cara: Godzilla nos protegía, era el guardián que impedía la entrada a más de esos horrores, como los antiguos dioses exigía un pequeño sacrificio. Nosotros simplemente debíamos de ser para él un pequeño aperitivo, unas chucherías antes de comer. La civilización se había ido a tomar por culo y yo era el culpable. Me dediqué a beber hasta que mis compañeros me abandonaron aquí, ellos partieron en busca de una segunda génesis. No puedo culparlos ¿Quién querría estar conmigo, con el mayor genocida de la historia? Tras varias copas de licor, dejé al Coronel Sakura en su habitación, con sus demonios internos. Mandé mi artículo a mi planeta y seguí buscando noticias. A los meses me llegó una gratificación. El artículo había sido vendido íntegramente, no solo había aparecido como una noticia, un cliente quería poseerlo entero. ******* PLANETA XILON, sala de guerra del imperio robótico. -

El gran computador está satisfecho, como no podía ser de otra manera, sus planes han sido perfectamente ejecutados. Los últimos terrícolas que quedan desperdigados en los proyectos, Galáctica, Confederación… no sospechan que hemos sido los culpables de abrir brechas temporales para introducir a los Kaijus. Ahora solo nos queda seguir tácticas similares en otros mundos.

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¡Larga vida al Imperio Xilon! Muerte a los carbónicos.

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¡Hail Xilon!



LA COBRA (miranda)

A DIEZ centímetros de ti, mis labios puestos en modo ataque, los ojos cerrados esperando el choque, las orejas hacia atrás para dar el mate, las manos en pleno enroque, y sin saber que decir. Me miras, me detengo y así me quedo, te giras y por momentos muero, sin saber qué hacer si eso ya estaba resuelto, me quedo quieto. Te miro la nuca y tú me miras reflejado en el cristal de la ventana que te sirve de espejo. Te ríes y sin saber que hacer rio intentándome contagiar de tu risa, replegando mis labios, mis hombros y mis manos, batiéndome en retirada precisa, que doblan en dos mis agravios metiéndolos en una maleta más pequeña que mi sobaco, para que no se pierdan, para que no queden olvidados. A cien centímetros de ti, me rio como si todo hubiera sido una broma, no te pensaba besar, eso es lo que te quise hacer creer. Quería ver tu cara junto a la mía sin hacer nada, sin derretirme al respirar el aire que exhalas, sin volar a mil metros del suelo que pisaba… sin sentir que la vida… ahora sí que sé, que se me escapa.


CALAMIDAD, ASÍ NO LLEGARÁS A NADA. (Garven)

Cuando dejé el trabajo, no se lo dije a nadie; simplemente no fui más. Supongo que el jefe querría una explicación y me llamaría a un móvil que no sonó porque también dejé de pagar las tarifas. Si las cosas funcionaban en casa era porque Clotilde, mi mujer, tiraba del carro con su nómina algo decente. Ya no hacíamos el amor. Clotilde me pidió el divorcio; y tras todo ese lío de abogados y oficinas de conciliación, firmé todos los papeles. Ella podía quedarse en casa pero yo no. Clotilde lloraba y yo tenía ganas de reír. Pedí que dieran de baja todo lo que estaba a mi nombre, pero algunas cancelaciones valían dinero; supongo que Clotilde estará harta de cartas que son para mí. Tiré la cartera con toda mi documentación a un contenedor de reciclados; previamente me guardé un billete de veinte euros y algunas monedas en el bolsillo del pantalón. Tuve para unos cuantos cafés cortados, pan y algo de embutido durante un mes. Vivía en la calle o dentro de las iglesias cuando no había misa; también me refugiaba en las bibliotecas o en los recibidores de los gimnasios como un padre que espera a su hija llamada “Invisible”. Utilizaba los aseos de cualquier lugar público. Dormía en los soportales o sentado en las salas de espera de Urgencias como un familiar que espera información de su pariente “fantasma”. Mire usted, está muy grave y no sale de la uci. Que se mejore pronto. Gracias. Ya no me quedaba dinero, pedía un desayuno en los bares y luego me iba sin pagar; hasta que les dolió mi cara dura y no me servían nada, ni siquiera les convino aquello del “café solidario”. En el supermercado me pillaron con un actimel debajo de la camisa. Dijeron que otra vez lo pidiera; que no robara más o llamarían a la policía. El invierno fue bastante duro. Una noche, mientras dormía en el rellano del Colegio Oficial de Farmacéuticos, un policía me despertó dándome unos golpecitos en la cabeza con la punta de la bota. Traté de incorporarme deprisa pero tiritaba de frío; creo que tenía fiebre. Preguntaron quién era yo y les dije que «nadie»; me pidieron


esa documentación que arrojé un día al contenedor verde, amarillo o azul; y yo qué sé. Mientras uno de ellos decía cosas por el walkie, me vi reflejado en la luna del coche patrulla; tenía muy mal aspecto. En la escuela taller de los servicios sociales hice amigos. Nos enseñaban ebanistería. Lucio, Ángela, Rufino y yo engordamos unos kilos en el comedor social. Los monitores eran unos tipos buenos. Ángela me hacía tilín y ella torcía un poquito la cabeza y sonreía cuando escuchaba algún comentario mío. Luego vinieron las prácticas en Conforama y después nos contrataron a los cuatro. Cenamos con los monitores como despedida del programa de reinserción. Ángela y yo nos juntamos en un piso de alquiler, yo tenía otra vez cartera de cuero con un renovado dni. Las cartas antiguas en el buzón de Clotilde todavía coleaban y ahora anidaban en nuestro buzón. Entre Ángela y yo pagamos casi todo lo pendiente del pasado. Hacíamos el amor de vez en cuando y compramos un coche. Algunos fines de semana íbamos a Gredos con Lucio y Rufino. Una tarde, mientras metía en el congelador la comida para el lunes, llamaron al timbre. Era una chica cordial de unos veinticinco y un cámara tras ella que nos gravaba a los dos. La chica me entregó un sobre grande y me pidió que por favor lo abriera y leyera en voz alta el contenido. «Telecinco y Jorge Javier Vázquez tienen el placer de invitarle al programa Hay una cosa que te quiero decir, le esperamos». Cuando el cámara dejó de grabar y bajó el objetivo me revelaron que se trataba de mis padres. Creo que la última vez que los vi, mi madre freía láminas de berenjena y mi padre comprobaba los niveles del coche; habíamos convenido pasar el día en la montaña pero yo les solté todo ese rollo de la independencia. Me da pena la cara de pena de mis padres «Jorge Javier, nuestro destinatario… NO ha aceptado la invitación al programa.» Continué colocando comida en el congelador; el táper me temblaba en la mano. Ángela y Lucio ascendieron a encargados de la sección de muebles de cocina. Una tarde noté a Ángela muy seria, y se lo dije. Ella me confesó que estaba liada con Lucio. Se puso a llorar y me dijo que contra los sentimientos no había nada que hacer. Levanté los hombros y me dio por reír. Ella se enfadó y se marchó dando un portazo. Se fue a vivir con Lucio. Aun así éramos compañeros y tomábamos algún café a media mañana; hasta que dejé el trabajo, como antes. Gasté mis breves ahorros en dos tandas. La primera en planchas de madera, anclajes, tornillería, utillaje y unas piezas a medida de aluminio. La segunda en el alquiler de cuatro caballos andaluces y la compra de un buen disfraz de romano. Hice una cuadriga aceptable. Me fui del piso, antes de que el casero me echara por impago de la cuarta mensualidad, vestido de romano sobre el carro del que tiraban los caballos al trote. Creo que era viernes a media mañana, muy nublado, chispeaba un poco y no hacía frío. Recorrí prácticamente toda la avenida por el carril derecho. No conseguí frenar los caballos ante un semáforo en rojo pero no pasó nada. Algunos coches pitaban y unos pocos transeúntes me hacían fotos con sus teléfonos móviles. Reían y alguien gritó –¡Adiós, Benur!- Luego una sirena sonó tras de mí y los caballos relincharon algo asustados. La luz azul de la policía, claro. Yo no quería parar pero el coche patrulla se puso delante. Costó un poco detener a los animales. Bajé y me pidieron la documentación que dejé olvidada adrede en el piso. Sólo llevaba puesto el atuendo de romano. Me preguntaron que quién era yo, y les dije: «Benur», me gustó la ocurrencia de aquel paisano en la Avenida. Los polis eran muy jóvenes y no dijeron nada. Se miraban como si hubiese herido su honor profesional. Seguro que cuando Charlton Heston daba agua a Cristo, ellos no habían nacido. Me vi en comisaría, junto a un policía que explicaba por la emisora la ubicación de los caballos y la carreta para que lo retiraran. Otros se daban con el codo, me señalaban con la barbilla y sonreían. Capturar un romano en el siglo veintiuno es algo que hay que contar en casa. Lamenté la corta carrera con mi cuadriga. Ni siquiera tuve tiempo para poner nombre a esos caballos; algo como “sombra de viento”, “hijo del rayo” o así. Me daba el olor a nuevo del material sintético del disfraz. Pregunté por los váteres. Sentado en la taza vi cómo una hormiga avanzaba por el suelo de gres limpio y de color


marfil hacia mis sandalias. Era de esas marrones y muy pequeñas. Se detenía a veces y cuando encontraba la juntura blanca de las baldosas seguía por la línea de la linde, entonces recordé aquel juego del comecocos. Imaginé que esa hormiga huía de su rol social y ahora buscaba nuevas expectativas. Se preguntaría qué coño era este sitio blanco de olor aséptico. Pensé que a lo mejor, en el mundo de las hormigas, también existió un imperio romano, grandes guerras y organizaciones anarquistas en contra de la reina. Ahora esa hormiga iba por ahí, al azar de la estepa del váter de la comisaría buscando cualquier sorpresa, menos comida para su odiado hormiguero. Profeticé que terminaría pegada al mocho de la fregona ahogada en amoniaco. Mientras un policía buscaba mi ficha a través del armario digital del ordenador, vi mi cara reflejada en el cristal de una ventana que daba a un patio donde había unos coches dejados quizá por la grúa. Me quité el casco de romano y lo dejé sobre una silla forrada de escay negro; ahora yo estaba avergonzado; la voz de la conciencia era como una doña Perfecta pegada a mi espalda y ataviada con mantilla de domingo eucarístico que me llamaba gilipollas una y otra vez. Logró afectarme y me sentía ridículo y arrepentido. Echaba de menos la ropa de diario. Noté una leve cosquilla por el tobillo; la hormiguita subía por mi pierna. El policía mecanografiaba con dos dedos, pulsó la tecla enter con fuerza y la impresora sacó un par de folios cargados de letras a dos caras. Por lo que dijo, entendí que estaba yo ahora enrolado en un asunto de sanciones, visitas al departamento de salud mental y una breve temporada en el calabozo hasta no sé qué vista en el Juzgado. Sentí un pellizco en la entrepierna, soportable y continuo. Sus colmillitos me grapaban la ingle y doña Perfecta me comía la oreja: «Cambia de vida, joder. Gilipollas, nunca llegarás a nada.» Esos tacos quedaban algo impropios en la boca exquisita de doña Perfecta; se ve que estaba muy enfadada y amargada, a lo mejor por el luto de tantos muertos. La celda del calabozo era un sitio confortable que olía a alcanfor y con vistas a un jardín poblado de verdura. En una mesilla había una buena merienda envuelta en texafil con un bote frío de Fanta. La cama era mullida y limpia con una bonita colcha verde; y lo mejor es que estaba solo. Un poli entró cuando aún me quedaba medio bocadillo. Dijo que podía irme, quedaba libre hasta nueva notificación. Le comenté que no era eso lo que me dijo el otro agente, que yo no tenía donde ir, que prefería quedarme, que aquí estaba bien. Sonrió y no dijo nada. Me cogió del brazo y nos fuimos con pasos tranquilos y algo marciales hasta la puerta de la calle; me dio una bolsa de basura con el casco de romano dentro y murmuró algo breve, ya de espaldas, creo que dijo “hasta luego”; pensé que cuándo sería ese “luego”. La cancela se cerraba lentamente por un sistema eléctrico; podía colarme y montar un número pero dejé que cerrara hasta el golpe final y metálico. Doña Perfecta ya no estaba pero todavía me rondaba la hormiga en la entrepierna. Me puse el casco; la bolsa había deformado un poco el pelo de la cresta hacia un lado; ajusté la cincha que me apretaba un poco la cintura y descubrí en la hebilla un bonito relieve dorado con la cara de un felino; el disfraz fue caro pero de una calidad excepcional para estos detalles. Caminé largo rato con el propósito de hacerme viejo.


JP Martínez. “Ben-Hur” (de la serie Misterios y Cine) jpmarnav1967.artelista.com


EL PATÁN (Manuel Santamaría)

Por lo general, me resulta satisfactorio conocer a gente a la que le cuadra, a la perfección, vocablos castellanos que tienen una raíz o significado puramente medieval. Palabras, que se resisten a morir en la mente de los escritores, pese a que la mayoría del populacho ha optado por desecharlas, mientras torturan nuestra, antiguamente, rica lengua y hoy marcada por “ke, tqm, bsos…” y otras aberraciones electrónicas nacidas de la desapasionada matriz del whatssap, facebook y otros medios. Y así fue, quien me iba a decir, que a mis 38 años, iba a estar compartiendo piso de estudiante por ende del trabajo, lo que no pude hacer en la universidad, se me presentaba a una edad en la que los cubatas se me antojan intragables y me deleito con un buen rioja. Pues en esta me vi con un compañero de piso al que términos como patán, zafio, zote… le cuadraba a la perfección. Un inútil de 1,90, nariz pronunciada, mirada errática, un trozo de carne con ojos… alguien que su mayor logro en vida consistía en trabajar en una gasolinera lavando coches, trabajo que por otra parte en muchos países se les reserva a adolescentes con retrasos mentales, por lo que no es de extrañar que acabara allí. Se paseaba por el piso con su voz monótona, a medio camino entre la realidad y el reino de Morfeo, negándose ambas entidades en dejarle traspasar sus fronteras, intentando en una pugna constante empujarla al otro lado para que semejante energúmeno no contamine sus dominios. Si hubiera tenido la suerte de nacer en la antigüedad, suerte para nosotros claro está, ya que nos hubiéramos visto libres de la presencia de ese ballenato de imbecilidad, lo habrían destinado a ser el tonto del pueblo o expulsado al bosque donde habría alimentado la imaginación de los niños con la figura de ogros babeantes. Allí en la espesura de la antigua Europa se habría sustentado con los más altos manjares a los que su capacidad podría aspirar: sopa de piedras y carroña asada, claro está contando con la suerte de que cayera un rayo y le procurara el fuego. Eso es lo que yo tenía que aguantar a diario, durante cuatro interminables meses. Una persona, y soy tremendamente generoso al denominarlo así en vez homínido, que debería ser excluida de toda sociedad, alguien que pese a que entraba a trabajar a las diez de la mañana tenía el despertador sonando desde las seis y continuaba roncando, sobre un colchón desnudo, mientras ese endiablado timbre me privaba de dos horas de sueño. Alguien cuyo más alto estándar de televisión era ver en Telecinco como una aspirante a prostituta de lujo sudamericana rajaba de un famoso de medio pelo, seguramente a él le recordaba a un antiguo amor, una banquera del sexo, que utilizó, o más bien, pongámonos en el lado de la pobre desesperada, tuvo que soportar el hediendo contacto carnal con ese engendro para conseguir la ciudadanía. Todos los días, estoicamente, tenía que esperar una hora a que terminara de cagar, con total seguridad su cuerpo se negaba a obedecer las órdenes de tal obtusa mente. Después al entrar en el baño me solidarizaba con Hércules cuando tuvo que limpiar las cuadras de Augías. Los pantanos de Mordor deberían ser un paraíso tropical comparado con el estado de inundación, olores fecales y trozos de papel higiénico en que se convertía el aseo, nombre que en ese instante perdía todo el significado.


Y llegó el día, ese en que no aguanté más, había sido una semana ardua, tendría que madrugar otra vez y cuando, el que les escribe, se encontraba en los sedosos brazos de Evaki sonó el repelente tono de su Iphone… Una vez, otra, un taladro neuronal, ese sonido reiterativo, mientras el Patán, continuaba impertérrito, durmiendo en su colchón, en ese conglomerado de semen pajillero, caspa y pelos rubios de su inexorable calvicie. No pude más, cual si fuera una serpiente tentadora, emulando a Eva, tomé la manzana de plástico, y con todas mis fuerzas, con las voluntad de erradicar esa plaga de analfabetismo de ciento ochenta kilogramos de carne aneuronal, dejé caer el en su tráquea una y otra vez. En el primer golpe certero, derramé una lágrima, en el segundo sus ojos me mostraron una chispa de inteligencia, por fin el Zote había aprendido algo, quiero ser humanitario, deseo pensar que en sus últimos instantes tuvo la reminiscencia de saber que la tierra se iba convertir en un lugar algo mejor. Pues sí señor Juez, eso es todo, esa es mi confesión, condéneme, pero no veo los motivos. Si quiere mandarme a la cárcel, así sea, cumpla con la fría y desapasionada ley, es su deber, pero mi acto fue de amor, un acto de completa entrega hacia la humanidad.


QUÉ VIDA ESPERA, qué muerte solitaria en la esquina afilando garras oxidadas y muertas, qué fe y futuro, qué mala vida arrastrando un arma de trinchera en trinchera, con el corazón vacio de cualquier cosa buena, con el día de mañana tachado en rojo como el destino de cualquiera. Si no creo en lo que vivo, si como aquella monja flipada de setas veo en este mundo cosas buenas, si cubro mis ojos y arropo mi mente con esas vendas… si no veo que este mundo pasó a ser una cloaca habiendo sido algo puro… solo me queda llorar arrastrando mi arma de trinchera en trinchera, llenas de folios en blanco para rellenarlos con letras, y luchar desde ningún muro, disparando frases hechas. Y como no escondo nada, me come el loco justiciero que llevo en mi interior, me pudre y me mata de adentro hacia afuera, me vuelve loco y me revela, haciéndome mirar a todos como si en mi contra todos estuvieran. Y lo más duro es que yo lucho en silencio con mis letras, por todos los que no me escuchan y ni lo intentan, hasta que comprendo que todos somos odiadores, y ni los que tienen, ni los pobres, tienen lo que buscan y lo que los interesa, porque al final, como si fuera un sino, no valoramos lo que tenemos hasta que no lo perdemos y lo que tenemos tiene el valor de lo que ya ostentamos. Y cómo no, de lo que creemos tener asegurado… de eso, pasamos. miranda



LA BICHA (Garven) En la tele David Bisbal con aspecto de falso perdedor sufría ausencias de mujer; y por la ventana entreabierta de mi casa se colaba un rezumo lejano de aullidos y protestas. Alcé más la persiana; la luz tardía y naranja del sol último me cegó un instante y vi una corrala negra de gente que hacían cola desordenada para algo. Acuciado por la curiosidad, creo que no tardé un minuto en salir de casa y agregarme a ese grumo raro, de tipos que yo no conocía; allí no vi a ningún vecino siquiera. Pregunté «¿Qué dan aquí?». Entre la maraña oía respuestas tenues y a la sordina de algunos que estarían más adelante «A Carlos un llavero» «A Nieves una gorra» «A Sonia una linterna» «Pero nadie sabe la continuación del axioma». Era una masa de cabezas lacias que estiraba el cuello y miraba al frente con fruición, y yo pregunté qué axioma y qué era eso de axioma. «Pues eso; una sentencia breve y redicha, así como un refrán» Alguien me lo decía voceando un poco «Una frase a medias que hay que completar para llevarse el mejor premio, la iPad» « Una iPad» «Pero nadie sabe la continuación del axioma». Pregunté de qué frase se trataba para ver si yo sabría completarla y llevarme esa iPad. Un tipo soso y de silueta borrosa me golpeó un poco en el hombro « ¿Por un trabajo…? Usted tiene que completar esa frase supuestamente al uso: “¿Por un trabajo…? y si lo acierta, le regalarán la iPad.» Por un trabajo… Una agradable nausea bailaba ahora en mi estómago porque la respuesta me urgía en la boca. Yo conocía esa frase. Alguien advirtió enseguida el entusiasmo de mi cara y me apremió «Dígalo, hombre, si lo sabe dígalo y le dan la iPad» Y me empujaban hacia el interior de ese enjambre apretado de personas que parecían enfermas. Grité: «POR UN TRABAJO PONGO EL CULO A DESTAJO.» Entre aplausos huecos y breves, nada entusiastas, pensé en recoger la iPad. Ellos abrían camino para que yo entrara, y me parecieron uniformados de un gris feo y funerario; alguien me dio una colleja y todos reían falsamente con una guasa triste y algo feroz «Corra a por la iPad, hombre; enhorabuena». De un empellón caí arrojado a un claro abierto, un hueco dejado aposta por la bicha. Quizá el núcleo digestivo. Enseguida comprendí que todo era un timo. A mi lado otro hombre, que parecía cautivo como yo, sudaba mucho y hacía esfuerzos en vano por liberarse del rodeo arcano y burlesco de la bicha. El tipo era grandote y se parecía mucho a Steven Seagal; se sujetaba con las manos la barriga grande, redonda y dura, no había lugar a dudas de que eso era un embarazo ya avanzado; entendí que la bicha le había preñado. Asténico y exhausto se aferró a mi brazo y como advirtió que yo no dejaba de mirarle la cara, me dijo con acento norteamericano: «Sí, soy Seagal, amigou».

Su gesto dolorido era permanente y a veces, se hiperventilaba

respirando deprisa; quizá para aliviar las punzantes contracciones, podría decirse que el parto sería inminente. Miré el cercado fatal y la sarta de personajes cetrinos de la bicha. Sus caras amarillas como chicle de plátano, derretidas y jocosas, extraordinariamente parecidas en un raro atavismo, reían y babeaban; un fuerte olor a diarrea nos hizo arrugar la cara a los dos. Seagal había perdido la goma de la coleta y el pelo se le pegaba en la cara sudada y roja; intentaba en vano, con una de sus llaves full contac, romper el cercado de la bicha pero sus movimientos eran lentos y torpes, obviamente debido a su estado de “buena esperanza”. Por


entre las patas de la bicha vislumbré mi casa en la lejanía, un destello de colores luminosos en la ventana abierta; era mi televisor encendido. Quizá Paz Padilla leía el cuestionario del polígrafo a Kiko Matamoros -¿Has tenido sueños húmedos con algunos de nuestros colaboradores?... El polígrafo dice: Que miente.- Una corta nostalgia me humedeció los ojos y saqué fuerzas para golpear, otra vez y sin resultados positivos, la pared humanoide y presidiaria de la bicha que se movía en lenta marabunta. Los brazos caídos de aquellos tipos, con los relojes holgados sobre sus muñecas huesudas, murmuraban ruidos y a veces estallaban en risas que podrían confundirse con lloros. Ellos nos empujaban contra cualquier empeño de evasiva. «Perdone, ¿Qué hace aquí tanta gente?» escuché claramente una voz cordial y distante en la pared exterior de la bicha «A Carlos un llavero» «A Nieves una gorra» «A Sonia una linterna». Otro había picado. Seagal arrastraba los pies cogido a su barriga de embarazada. El cielo era una utopía rosa que alguien había pintado de azul.



EL DEINONYCHUS Y LOS CREACCIONISTAS (Manuel Santamaría)

Historia contada como un cuento, ya que no hay otra forma de tragarse el creacionismo.

ÉRASE una vez, un pueblo de gente de bien, como dios manda, en la baja California, pequeño, como siempre lo son los pueblos decentes: una escuela, la iglesia, ayuntamiento, un par de tiendas, un restaurante, la comisaría y el juzgado. Siendo estos dos últimos más útiles para crear instituciones populares, como jueces en concursos de tartas de manzana, que para ofrecer servicios en un lugar en el que nadie, que se sepa, había quebrantado la ley de manera grave. El trabajo del sheriff, se reducía a vigilar por el orden moral de los jóvenes en la fiesta del 4 de julio, y arrestar de vez en cuando a Cletus el borrachín para apartarlo un par de días de circulación. El del juez preparar los papeles de los nacimientos, bodas y defunciones y amonestar con un par de días de calabozo al susodicho Cletus. Todo era idílico, aquí no tenían lugar las blasfemias supuestamente científicas, aquí se leía la biblia en cada hogar, la tarta de manzana era el único postre necesario y las damas se divertían jugando en el bingo dominical. Y todo debería haber seguido así, de no haber sido por la intervención del maligno que hizo temblar la tierra. Un terremoto sacudió St. Gabriel el 8 de noviembre, por la


gracia de nuestro señor, no hubo que lamentar daños personales, los materiales se redujeron a la caída del viejo molino que el abuelo de Frank Thomas construyó ante la carencia de harina en 1950. Pero un rugido surgió de la mina de oro abandonada. No estaba en activo desde 1928, los chiquillos la usaban para “sus juegos” y Cletus para destilar alcohol ilegal. Los gritos los emitiría el viejo borrachín que estaría atrapado. Por lo que haciendo acopio de caridad cristiana, el Sheriff Jason Longman, su ayudante, y bombero voluntario, Teodoro Parker, lideraron a un puñado de hombres entre los que se encontraban, el joven Rick Wayne que había sido designado este mes como “Joven Sheriff honorario”, el padre Reed Ricmon y Tomas Dreiful el barbero y dentista ocasional, fueron a ayudar al pobre diablo, pese a que cuando falleciese su alma ardería en el averno. Y este es el comienzo de nuestra historia… -

¡Maldita sea Cletus sal de ahí!

-

No maldiga Teodoro. Venga aquí y ayúdame a apartar estas piedras seguramente el pobre esté ebrio y asustado. El quejido de la cueva volvía a sonar.

-

Ayuda, estoy atrapado, una viga me ha inmovilizado la pierna.

-

Sheriff, ese no me parece Cletus. Comentó el joven Rick

-

Da igual, hijo, es un semejante que necesita ayuda. Un par de estas piedras más y ya tendremos la entrada despejada.

Tras una hora de esfuerzos la entrada de la cueva tenía una abertura suficiente para que un hombre pasase. -

Chicos vamos a entrar, ya veo el montón de piedras que le tiene atrapado.

El Sheriff y su valiente grupo se internó en la gruta, donde a apenas unos cincuenta metros de la entrada, se encontraba un montón de rocas y vigas que impedían la libertad de la víctima. La tenue luz del foco apenas bastaba para identificar al bulto lloriqueante que suplicaba ayuda. -

Rick, aguántame la linterna, mientras quitamos alguna de esas piedras. Ya está libre muchachos saquémoslo de aquí y que la gloria del señor ilumine nuestros rostros.

Y si en vez de la gloria del señor hubieran sido iluminados por el flash de una cámara hubieran conseguido un “trending topic” en Twitter, instangram, facebook o cualquiera de esas pecaminosas redes sociales donde los frikies, marginados y escritores sin talento pululan a diario, ya que la visión que les departo la claridad los dejó lívidos. -

Buenas tardes caballeros, ante todo gracias por su ayuda, entiendo que estén desconcertados, parto con ventaja, ya que nuestras dos especies no han convivido


nunca juntas, pero nosotros les hemos estado observando con nuestros instrumentos. MI nombre es Albert, ciudadano de Cretácica una ciudad, bastante más avanzada que las suyas, que se encuentra en capas inferiores del planeta. -

¡Es un jodido Velocirraptor, como los de Parque Jurasico!- comentó Rick, como es habitual los más jóvenes son los primeros en asimilar lo inusual.

-

¡Ejem!, por favor, jovencito, no me insulte, los Cretacianos hemos evolucionado a partir del Deynonichus, los velocirraptores no tenían capacidad genética para ser más que uno de sus perros. Pero conocemos bastante de su civilización, y está claro, que han cometido un error muy común por culpa del señor Spielberg.

Los hombres no daban crédito, ante ellos se alzaba un dinosaurio bípedo, con lentes y un chaleco llenos de múltiples bolsillos, hablando un perfecto inglés, y con conocimientos sobre ellos. -

Rick, tendrás que ir al confesionario por ver esa película prohibida. Reverendo Reed ¿Qué opina usted?- Dijo el Sheriff.

-

Yo creo que lo mejor es llevarlo al pueblo y allí opinar todos- Comentó lacónicamente el “hombre del señor”- Disculpadme pero no me encuentro bien.

Estas fueron las últimas palabras de Reed Ricmon como reverendo, durante el trayecto no abrió la boca y al día siguiente, abandonó hábitos y pueblo para irse a explorar el mundo. El resto de sus días los pasó con una banda de hippies químicos probando toda serie de lisérgicos y escribiendo artículos contra su antiguas creencias. Llegaron al pueblo decaídos, estupefactos, sin poder asimilar lo que estaba junto a ellos. Desfilaron frente a la atónita mirada del resto de ciudadanos, que esperaba ver a Cletus formando uno de sus espectáculos, y se encontraron a esa criatura imposible que desafiaba su estilo de vida. Los niños abrían la boca, las ancianas se santiguaban y algunos hombres les temblaban los labios y apretaban los puños. Cabizbajos se dirigieron a la comisaría. -

Ha sido una larga noche ejem…

-

Albert, mi nombre es Albert, Sheriff Jason.

-

Sí, eso Albert, dormirá en esta celda y mañana nos presentaremos ante el honorable juez Anderson.

Esa noche pocos durmieron en el pueblo, muchos rezaron, otros se replantearon sus conceptos y otros simplemente pensaban en cómo sacar beneficio del espectáculo que les depararía la mañana siguiente. Albert por su parte descansó a pierna suelta, con la consciencia tranquila de quien no ha obrado mal. ****************** Al día siguiente el juzgado estaba abarrotado, nadie quería perderse la presentación, ya que estrictamente no podía llamarse juicio, de Albert frente al Juez Anderson, uno de los más fervientes creacionistas de St. Gabriel.


El Juez llegó con cara de pocos amigos, no es que fuera una persona alegre, pero las circunstancias del último día le estaban superando. -

Conciudadanos, antes de empezar con el asunto que nos concierne, debo daros la pesarosa noticia de que el reverendo Ricmon, ha abandonado su parroquia, una escueta nota de despedida es todo lo que nos queda de él…y por supuesto el recuerdo de un hombre bueno. Ahora pasemos al asunto del día. Que pase el acusado.

-

Buenos días señoría, mi nombre es Albert ciudadano de Cretácica, con el rango de geólogo. Me he visto atrapado aquí debido al temblor por el que también necesité ayuda, la cual me brindaron sus paisanos. Cosa que les agradezco. Me encuentro familiarizado con sus sistema judicial, ya que los Cretacianos, al contrario, que sepamos, de su especie, les observamos desde hacia miles de años, y he de decirle que no veo motivo para ser juzgado ya que no he quebrantado ninguna de sus leyes. Créame que me gustaría volver a mi tierra lo antes posible, pero me temo que el camino por el cual accedí a su mina ha quedado bloqueado anoche activé la baliza de rescate de mi mochila para que puedan venir a por mí.

Lo que siguió después querido lector (si es que alguien lo lee) no fueron más que horas de preguntas y acusaciones en un bucle amargante “Que hacía en la mina…” “Ya le he dicho que soy geólogo” “Es usted una aberración a los ojos del señor”… por lo que por nuestra cordura mental nos saltaremos esa parte hasta que el honorable Juez volvió de deliberar. El magistrado regresó cabizbajo, era el caso más importante de su vida y creía haber encontrado la solución perfecta. -

Señores, tras estudiar detenidamente el proceso, leer la sagrada Biblia y rezar a nuestro señor. He llegado a una conclusión. El acusado, NO EXISTE, es imposible que esté presente, es insostenible la mera suposición de su ciudad. No existe, ni se halló, el derrumbe provocó un escape de gas, que nos ha hecho alucinar a todos los presentes, en especial medida a los valerosos hombres que se adentraron en la mina. He dicho.

-

¡Como que no existo! Esto es inconcebible, pero que locura les invade.

-

Ciudadanos, desalojen la sala, esta es mi última palabra, sobre esta pérdida de tiempo.

-

Claro, es verdad, no existe, que manera tan tonta de remolonear- Declaraban los pueblerinos, mientras rodeaban a Albert sin mirarlo.

-

Es una pena, creíamos que íbamos a presenciar algo interesante y solo ha sido un monologo del juez. En fin, que se le va a hacer, que buen tiempo hace, vamos a tomar una cerveza en el restaurante de Martha, hoy tiene pollo a la barbacoa. Uno tras otro abandonaron la sala dejando a un Albert completamente perplejo.

***


Al principio, el pobre Albert, casi cae en la locura, pero con el paso de las semanas empezó a verle el aspecto divertido. Se colaba en la cocina de Martha y comía de todo sin que nadie lo impidiera. -

¡Otra vez debemos tener tejones, nos falta carne!- Exclamaba Tom el cocinero, pese a que a menos de un metro de su cara se encontraba Albert degustando un solomillo. O dilapidando latas y latas de Coca-cola, a la que cogió una gran adicción.

Paseaba por la calle observándolo todo como un fantasma corpóreo. La situación le llegó a maravillar, tanto es así que, pese a que recibió una respuesta por su radiobaliza postergó su evacuación para continuar con este experimento social. “¿Qué clase de fanatismo lleva a los hombres a rechazar lo que sus sentidos ven?” Para responder a esta pregunta, se instaló en la antigua casa del reverendo Reed Ricmon. Allí empezó a leer, acompañado de litros de refresco ufanados de la tienda de Peter Summers, sobre el Calendario de Ussher-Lightfoot, El Diseño Inteligente… pero lo que más le impresionaba era ver cómo domingo tras domingo los fieles iban a la iglesia para nada, desde que el párroco abandono su puesto no habían mandado a un sustituto. Albert, tenía un corazón demasiado noble, el pesar de los que lo ignoraban le compungía y en el fondo se sabía responsable de su desdicha. Pasó toda la noche meditando… ************** Al día siguiente. tomó una decisión, haría felices a los habitantes de St. Gabriel, se matriculó a distancia para ser ordenado pastor y así poder dar una alegría a los humanos, una vez más se demostraba que el espíritu de los saurios era más grande que el de los simios. Las semanas fueron pasando entre lecciones a distancias, Coca-Colas, hurtos consentidos, o ignorados, para conseguir comida. La vida seguía en el pueblo, el Sheriff patrullaba, se abrían las tiendas, cosechas, el bingo de los viernes, el baile del sábado y el sermón del domingo que no llegaba. Pero, una mañana de domingo del 23 de diciembre, los vecinos se dirigieron a la iglesia, abatidos esperando ver el púlpito vacio, tomaron asiento y empezaron a rezar en silencio. Cada uno lo hacía de la manera que creía más conveniente y sincera, hasta que sus meditaciones fueron interrumpidas por la conexión de un micrófono. -

Queridos hermanos- era Albert que se encontraba en el estrado vestido con ropaje eclesiástico y con la Biblia en la mano- nos encontramos aquí reunidos para alabar a nuestro señor salvador…

Durante media hora, les dio la homilía más preciosa que podían recordar: el génesis, de cómo Dios creó la tierra y a los animales que en ella habitan, habló de Noé, del diluvio y como el señor en su sabiduría salvó lo que era bueno, quedando lo pecaminoso barrido de la faz de la tierra. La gente rebozaba felicidad, hasta el Juez Anderson tenía un brillito en los ojos. Albert, que había tenido que renunciar a todos sus principios morales para soltar esta sarta de sandeces, también se sentía dichoso pues todos lo miraban, no era ignorado.


-

… y por lo gloría de nuestro señor, podemos ir en paz, Amen.

-

Bueno vámonos, que pena, otra semana que no escuchamos misa, a ver cuando mandan a un pastor- Dijo el Juez Anderson.

-

¡Cierto señoría!- corearon varios

-

¡Como, maldita escoria, he renunciado a todo y aun siguen con su fanatismo!-

Albert, por lo normal comedido explotó, no sabemos si por el estrés o si por el exceso de azúcar en su dieta, un callejón genético se activó. El pacifico geólogo se vio reducido a su más brutal ancestro. Saltó sobre el Juez Anderson con las garras de los pies por delante y lo destripo delante de los otros ciudadanos. -

Parece que al Juez le ha dado una fatiga, avisad a un médico- dijo el Sheriff como quien da el parte del tiempo.

-

¡Fanáticos hijos de puta, os odio, os odio!- las palabras se confundían con los rugidos.

El Sheriff no tuvo tanta suerte como el juez, Albert le golpeó contra la pared con la planta de su pie, en el impacto se escucharon quebrarse sus costillas. Albert abrió la boca y rozaba la sudorosa cara de Jason Longman. -

¡No existo, diga ahora que no existo!

-

Maldición, me debo estar haciendo viejo, he tropezado y me he golpeado sin darme cuenta- Dijo Jason con un hilillo de sangre saliéndole de la boca, fueron sus últimas palabras antes de que Albert le arrancara media cara de un mordisco.

Albert descuartizó, arrancó miembros, cercenó cabezas, usando garras y dientes… fue un apocalipsis de sangre. Lo más terrible era que mientras hijos, nietos, esposas… eran asesinados brutalmente sus familiares continuaban saliendo del templo como si nada. Durante toda la tarde irrumpió en hogares a asesinar a mujeres en la cocina mientras su maridos esperaban su turno viendo los deportes en la televisión. Al viejo Cletus, el borrachín, le comió los riñones mientras este seguía bebiendo. Doscientas muertes y ningún grito de terror. Al anochecer St. Gabriel era un pueblo de un solo habitante, y que para colmo no estaba censado. Albert, tranquilamente, devoraba el orondo cadáver de Martha, en el comedor de su restaurante, ayudándose para ello con una generosa jarra de Coca-cola. Una voz le sorprendió. -

¡Ciudadano Albert queda usted detenido!

Se giró ante la voz y contemplo a cinco Cretacianos con el uniforme de las fuerzas especiales. -

El consejo de ancianos decidió que ya era hora de que volviera, pero nunca esperábamos verle en ese estado. Se le acusa de trato con los habitantes de la


superficie, masacre de una especie inferior e incumplir la norma de no devorar a otros seres pseudo-inteligentes. Por favor no se resista. Albert fue esposado de pies y zarpas, no opuso en ningún momento resistencia, sus ojos estaban cansados, apagados, todo en lo que creía se iba a tomar por culo, con suerte pasaría el resto de sus días en una penitenciaría mental. Se dirigieron hacia la salida, donde les esperaba un transporte militar hacia Cretácica. Ya en la puerta, dirigió una última mirada hacia dos objetos inanimados, el primero un alzacuello manchado de sangre humana y el segundo una caja de Coca-Cola sin abrir, esto sí que lo iba a echar de menos.



YA ME RINDO; ME RINDO HASTA EL FINAL (miranda)

¿Cansado de pelear? ¿Cansado de perder y nunca ganar?... Le presentamos la solución: Rendidina 500 miligramos, apta para cualquier tipo de fracasos o similares; si perdemos no ganamos. Recuerde, si siente que perder esta cercándolo o aproximándose con fuerza, si nota la presión de la derrota a la vuelta, tome su ración de Rendidina 500 y déjese llevar adonde la vida lo lleva. No manipule maquinaria pesada y el resto va por nuestra cuenta. Lea levemente las contraindicaciones y no se invente canciones sobre ella, si tiene alguna duda no consulte con nadie que no lo entienda. Una Rendidina al día y le resbalara la vida. Ya me rindo, me rindo hasta el final.

miranda vs Bayto


ESBOZO DE ALGO (Garven)

ESA casa. Esa casa urge en llamas negras; pero tranquila amor, que no quema. Es el negativo de un fuego fantasma, el ardor negro de un rotulador en las últimas. Putamierda al azar con ciertas nociones grises. Así era esa casa, nena. Mira, en la habitación del primero, la del balcón del toldo echado estamos tú y yo en pelotas. Tendríamos así como veinticinco años. Por supuesto era verano, creo que está bien claro en el dibujo: la radiación de un sol blanco y las nubes sucias de una tormenta de julio; porque era en julio cuando yo libraba. Parece que hizo aire y hubo que subir el toldo. Tú me mirabas tumbada en la cama (a lo Olympia de Manet) mientras yo le daba vueltas a la manivela; luego te hice esa broma con mi nabo (nabo/manivela) y creo que echamos otro polvo; ya te digo que tendríamos así como veinticinco años. Lo de abajo es un parque con columpios de colores y dos niños disidentes de la siesta de otro barrio sudan en la sombra de un sauce feo a las cinco de la tarde. En el piso bajo, aquel señor grave de la barra de pan y el periódico con noticias remotas que te miraba el culo cuando subíamos por las escaleras. Tus veinticinco, baby. En el dibujo sale este señor, sentado como un gigante en la puerta del portal. Lo que pasa es que no se ve bien entre tanto apunte rápido. O sea que este tipo viene a ser como Osiris o Caronte o vete tú a saber. Está claro que este tío tenía que sentir/disfrutar la jodienda que nos traíamos tú y yo ahí arriba. A los veinticinco las hojas de los periódicos nos servían para pisar el suelo cuando estaba recién fregado. La verja del primer plano, a la izquierda, me da un poco de miedo; yo nunca reparé en que esa cancela estaba ahí ¿y tú?, todo esto me da ahora algo de miedo. Fíjate en el tejado, amor. Nos deleitábamos con este dibujo y ahora no hay más huevos que recordar esa buhardilla, ese cubo que aparece ahí arriba como una malformación de la casa. No llores, cariño. Íbamos de Adán y Eva o algo así; vaya par de gilipollas. Hicimos un daño irreparable. No llores, ya da igual.


PROSPECTO. Información para el usuario PÍFANO 17 REVISTA DE ESTRATOS 1. QUÉ ES PÍFANO Y PARA QUÉ SE UTILIZA Pífano está indicado para el tratamiento sintomático de eso de “no encontrarle sentido a nada”. 2. ANTES DE TOMAR PÍFANO No use faja si va a tomar Pífano. No tome Pífano: Si va a tomar Pífano. Si tiene coloración azulada en la punta de los dedos de los pies. Si tiene un dolor agudo localizado a la altura de la oreja. Si sufre con facilidad la aparición de espectros. 3. CÓMO TOMAR PÍFANO Eche usted un vistazo sin abusar de la ruleta del ratón dejando atrás turrones de párrafos. Lea esos párrafos; a veces, entre la escombrera, encuentra uno una máquina “enigma”. Páselo a otras personas para el contagio.

PÍFANO FANZINE Nº 17 Los derechos de los textos e ilustraciones publicados en Pífano fanzine pertenecen a sus respectivos autores. Ninguna parte de esta obra, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, por ningún medio, sea electrónico, mecánico, de grabación, fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo de los titulares del copyright, exceptuando el uso personal y no comercial, de acuerdo con el derecho legal de copia privada o con el derecho de cita para prensa para la portada y fragmentos breves, citando la fuente de origen. También se permite, por lo tanto, imprimir para uso doméstico esta obra sin incurrir en su comercialización. Los artículos o fotografías cuya fuente sea externa podrán tener limitaciones legales añadidas en sus derechos en la fuente original, las cuales serán prioritarias sobre los de su reproducción en esta obra. Los textos e ilustraciones pertenecen a los autores, que conservan todos sus derechos asociados al © de su autor. Queda terminantemente prohibida la venta o manipulación de este número de Pífano fanzine. Cualquier marca o fotografía registrada comercialmente que se cite o publique en la revista se hace en el contexto del relato o fotomontaje que la incluya, sin pretender atentar contra los derechos de propiedad de su legítimo propietario. Pífano fanzine es una revista digital sin ánimo de lucro. Para cualquier duda, sugerencia o colaboración escribid a fanzinepifano@gmail.com"

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