TRÍADE

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TRASTÁMARA

Juan Pedro Martínez

Garven

Martínez Miranda


I

Recuerdo la primera vez que la vi, sentí que un ángel con uniforme había aterrizado en e l colegio y que sólo brillaba para mí, que nadie la veía como yo, y me pregunté por qué el Señor había enviado a un ser tan bello a una aldea perdida en las montañas... haciendo acopio de valor me acerqué a ella y le pregunté, sabiendo que su respuesta sería un “sí” como el templo de Eros. - Perdona… ¿Leo, Leonarda Trastámara? ¿Eres tú, verdad?... – Giró rápido su preciosa cabeza me lenuda y rizada, retirándose la taza de café de sus labios me sonrió: - ¡ Pablo, Pablo Maleone… por Dios cómo has crecido chico…Me atizó dos besazos en mis mejillas afeitadas (afeitadas, menos ma l) no sin antes relamerse con la lengua la espuma cafeinada de sus labios granates, yo hice lo propio besando al aire. Leonarda conservaba aún su explosiva figura de chica guapa y lozana, había engordado pero no en su detrimento; sino para encumbrarse aún más en el deseo carnal que me despertaba desde parvulitos. Sie mpre sonriendo, como en aquella escuela de los montes. Me invitó a sentarme junto a ella (¡ junto a ella !) y el niño que yo era miraba bobo el hoyuelo de la barbilla de Leo. Pedí un café-bombón, y otro más para mi compañera de sueños. - Leo, qué poco has ca mbiado, eternamente guapa Leonarda, guapa, guapa y guapa… (ja, ja, ja, ja) reímos… y después, a la vez los dos, un sorbo de café-bombón. Todo edulcorado con e l “ma mma mía” de Abba que e mpape laba de música la cafetería. - Bueno… cuéntame Leo, ¿qué es de tu vida?, ¿cómo tú por aquí?... dime… Aún mantenía una firme sonrisa. Trajo su bolso blanco del asiento de al lado y se lo colocó entre las piernas. Alzó la vista para mirarme. Parpadeó deprisa: - He venido para matarte, Pablo… Hurgó en el interior del bolso removiendo con su mano derecha, como si buscara algo; al momento sacó una pistola gris plata y un silenciador negro que enroscó con habilidad en e l cañón… me lo puso en un costado y disparó. - Bien, sobre mi vida… poca cosa Pablo, me enrolé en la universidad pero al final terminé un módulo de peluquería. No tengo familia, salvo mis padres, vivo sola, estoy en paro hace unos dos años… ¡ah! hay algo más: Miró con discreción por los a lrededores, se inclinó sobre el respaldo de la silla, levantándose la falda. Con su mano izquierda se retiró el elástico de las bragas hacia un lado (hacia la ingle) enseñándome un pene peludo, fofo y feo.


- ¿Qué me cuentas tú, Pablo?...El dolor era agudo, asfixiante, no sentía las piernas por lo que deducía que la bala estaría alojada en la columna. Estaba desangrándome… podía verme la camisa sangrante bajo mi chaqueta marrón… muy mareado balbucí: - Yo… yo no terminé el bachillerato… hasta ayer estuve poniendo aires acondicionados en Fuenlabrada… hoy estoy en paro… me da a mí que para tanto tiempo como tú… qué guapa estás Leonarda… Leonarda… Leonarda… Leonarda… Me desmayé.

(Garven)


II

Si el día estaba claro, podía verse desde la ventana las ruinas del Monasterio de Darco. Lejano pero erguido como un mastodonte; en lo alto de una cima huesuda. Todo aquello le parecía la visión de un gran cadáver mal enterrado… Sin duda aquel era el sitio, justo como en la foto que tenía el viejo en su despacho, su presuntuosa y mal oliente madriguera, por la que todos tarde o temprano pasábamos como corderitos para degollar. “Debe entenderlo, no es que yo quiera hacerlo, pero en los tiempos que corren, todos tenemos que apretarnos el cinturón y yo el primero” se levantaba de su apestoso butacón de piel y apretaba el cinturón escondiendo su repugnante barriga, todo esto con su sonrisa repleta de dientes de oro y su bigote igualmente repleto de mocos verdes y resecos. “Yo no dicto las normas, las acepto como todos…¿Acaso cree usted Martínez que a mí me gusta Mallorca?... para que lo sepa es allí donde tendremos que ir este año de vacaciones, hemos tenido que despedir al servicio de nuestra humilde casa en Capri… ellos, ellos sí que están mal ahora, más de cinco familias dependían tan solo de eso y yo… los he aguantado hasta que he podido, se que usted lo entiende y sé que también querrá contribuir a que la fábrica siga abierta por el bien de todos” Claro que lo entendía, solo hay una cosa que no entiendo ahora. ¿Qué fue lo que me impulso a coger su revólver y dispararle seis veces en su grasiento estomago? Sin duda fue su prepotencia al agarrarme del moflete y sonreír como si yo fuera tontito… eso lo entiendo, ¿Por qué más de cien veces? Eso también lo tengo claro, porque sin contabilizarlas con exactitud, esa era aproximadamente las veces que había abusado de mis horas de trabajo y de los recortes salariales pero… lo que no entiendo muy bien es porqué estoy con el cadáver de este gordo cabrón y una pala frente a este monasterio, sin duda, siempre me fascinó aquella foto y no sé por qué, pero le he traído aquí para enterrarlo… claro que yo ese día no fui llamado al despacho de Arturo Trastámara, si no que entre por mi propia iniciativa… jajajajajajajajajajajaja yo solo quería decirle al viejo que se metiera su empleo por su puto y fétido culo, que ya le vería en Capri pero en la playa, con un buen par de putas de lujo y una legión de camareros poniéndome copas con sombrillas y bengalas de colores… solo quería mandarle a zampar bellotas a él y a su recua de pelotas y… se me fue la olla… el euro millón de sesenta millones que me había tocado no cubría un asesinato… bueno, eso no, pero si cubría para un buen todoterreno 4x4 jajajajajajajajaja. Me decía un amigo que no debía tragar tanta mierda en el curro, que algún día explotaría, que lo mejor sería dejar aquella empresa y largarme con buenas maneras, “no hay que cerrar ninguna puerta que nunca se sabe las vueltas que da la vida” jajajaja las vueltas que da la vida jajaja decidí no enterrar al viejo, no se lo merecía, lo tiré por un precipicio y vi con mis propios ojos las vueltas que da la vida, y las vueltas que da el cadáver de un gordinflón pegándose contra la pared hasta quedarse pegado como un insecto contra las rocas del fondo del barranco jajajaja las vueltas que da la vida… Ay Señor señor.

(Fernández Miranda)


III

El Mariscal Sousa. El gran maestro se sintió apesadumbrado. No era su mejor alumno, ni el más aplicado, ni el que guardara en su interior algún tipo de facultad oculta a los ojos de los menos iniciados. Por decirlo de alguna manera, era un grano en un montón de arena de mil metros de altura y aun así… El gran maestro explayaba su docencia militar en la causa inútil de aquel chico robusto e ingenuo. Y es que Sousa Trastámara venía enchufado por la plata de sus antepasados, se dejaba llevar por la inercia de sus contornos, se dejaba llevar por todos menos por el Coronel Pálpatain: El gran maestro. Cierto día, de esos nublados pero que nunca llueve, el Coronel abofeteó la cara Sousa. Pues la rabia contenida le estalló en el pecho: «¡¡¡ Gusano hijo de puta, no eres

mi mejor alumno, ni el más aplicado, ni guardas en tu interior ningún tipo de facultad a los ojos de los menos iniciados… eres un puto grano en un montón de arena de mil metros de altura…!!!». Al gran maestro le

importaban tres cojones la plata de los Trastámara. Pálpatain era un hombre de principios; un filósofo de guerra; un maestro en disciplina y honor. Sousa no era el mejor alumno, ni el más aplicado,… pero sí guardaba en su interior la facultad de una respuesta premeditada al Coronel Pálpatain. Y es que cierto día, de esos nublados que nunca llueve, el soldadito retrasado Sousa reventó con la culata del fusil todas las costillas del Coronel, desnudó el cadáver, lavó la ropa del gran maestro que éste había ensuciado con sus vómitos de sangre durante la angustia de la muerte, y se colocó el uniforme de Pálpatain. Todos lo vieron, todos le siguieron y todos gritaron junto con el nuevo Mariscal: «¡¡¡masacre, masacre, masacre, masacre, masacre, masacre, masacre, masacre, masacre, masacre, masacre, masacre, masacre, masacre, masac r e, m asa c re, m a sa cr e, mas a c re, m a s a c s acre, ma sac re m a e c a s r s a m s e e m sa c s e r m a e a m m r a m m m a a r m m m c r s a a r m m r s a s s m a r m e s e ac s m m s a a s r r r s r m

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r r (Garven)


IV

La saga de los Wallace. Si el día estaba claro, podía verse desde la ventana las ruinas del Monasterio de Darco. Lejano pero erguido como un mastodonte; en lo alto de una cima huesuda. Todo aquello le parecía la visión de un gran cadáver mal enterrado… Permaneció de cara al ventanal observando los restos del edificio. Era la última opción para recuperar lo que era suyo, lo que pertenecía a su familia desde tiempos inmemoriales... ahora perdido por una enésima guerra inútil de una sociedad abocada al fracaso... Cargando con pico y pala se dirigió a los restos de Darco en busca de la tumba de su antepasado, el primero de su clan, Gaylord Hans de Tratámara, el Druida más importante en el condado de Wiltshire y tal vez el más sabio de la historia, aunque eso siempre se quedó dentro del círculo familiar. Bajo tres toneladas de roca, con el símbolo de las tres franjas verticales, los restos de Gaylord y el secreto mejor guardado de su familia apareció ante él... Usó el transponedor para apartar la roca. La luz del sol iluminó por segunda vez en miles de años el ataúd de piedra. Usó su propia fuerza para abrirlo y... - Así que era esto lo que buscabas... - Conocía de sobra esa voz, pero no esperaba en absoluto encontrarse con ella en este lugar. - No deberías estar aquí, tú no eres de la familia, nunca debiste formar parte de ella... - Lentamente buscó el arma sub-ray de su cinturón... - El hijo que llevo en mis entrañas dice lo contrario... - Fruto del engaño y la flaqueza de un viejo decrépito, la vergüenza de los Trastámara, pensó... - El hijo bastardo de mi padre nunca formará parte del clan... - Sin más dilación se abalanzó sobre ella empuñando el láser y dispuesto a freírle el cuello... Pero el ímpetu con el que saltó se vio cortado de repente. Ella estaba prevenida, y antes de que él se diera cuenta activó el escudo de su arma mientras apretaba el gatillo. Sintió como una ráfaga de aire frío le recorría el estómago y unos segundos después le quemaba hasta que empezó a perder el conocimiento... - ¡¡Hija de la gran put... !! - Keith Jonathan Trastámara, el último hijo legítimo de los Trastámara moría antes de haber nacido... La bella Elizabeth se inclinó para recoger el fruto de su esfuerzo. La esencia de la inmortalidad, el elixir de la vida eterna, el secreto mejor guardado del clan de los druidas.. Eso y los viajes en el tiempo, invención de su anciano y decrépito amante y padre de su hijo, el recientemente fallecido Edward Trastámara... - Tú serás el segundo del clan de los Wallace, hijo mío... - Mary Elizabeth Wallace sonrió para sí mientras pulsaba el botón del transmutador temporal que la devolvería al futuro del que provenía...

(Juan Pedro Martínez)


V

Si el día estaba claro, podía verse desde la ventana las ruinas del Monasterio de Darco. Lejano pero erguido como un mastodonte en lo alto de una cima huesuda. Todo aquello le parecía la visión de un gran cadáver mal enterrado. Recordó la gloria de sus medievales antepasados, de la noble causa de los Trastámara; gente de espada y ejército. Hubo un tiempo de enormes palacios y reconquistas, de estandartes consumados, de reverencias y de ejecuciones. Y él se veía aquí, en un “pisito” de Palomarejos; anciano y dependiente, asistido por la caridad de los servicios sociales ¿ésta fue toda la evolución de la saga? Se reprochaba el no haber luchado; pero… ¿cómo hacerlo en un mundo de internautas y smartfones? El desengaño ahora era la fluida sangre de sus venas. La utopía del imperio de Castilla se deshizo como la bruma de aquel Monasterio Franciscano. Todos fracasaron; aún más sus parientes más próximos: asesinos y asesinados como Leonarda y Arturo; el frustrado golpismo del destartalado Sousa; y aquel rumor dañino de Gaylord y Keith aplastados por el cáncer de los Wallace. Hoy todos desaparecidos, y sólo quedaba él: maldito vestigio de una causa perdida. Admitía que su propósito de imperios y emperadores quedó en un desmoronado ministerio de cartón-piedra. Pobre tonto. Se alejó de la ventana para asistir al baño. Puso el tapón y abrió los grifos de la bañera graduando la temperatura del agua con el termostato de sus viejos dedos. Se desnudaba torpemente con un incipiente Parkinson añadido. Enchufó el largo cable de su pequeña radio mono y sintonizó cualquier cosa: (Pitingo canturreaba una versión de Celia Cruz). Abrazó el transistor contra su pecho como una madre sostiene a su vástago reciente y se introdujo en la bañera en dos pasos muy trabajados. De pié miró absorto el chorro del líquido elemento que ya ahogaba sus delgadas pantorrillas. La asistenta social sacudía la puerta preguntando por qué echó el pestillo. Él, con una voz quebrada exclamó: «¡ Estamos locos, Gracita !» y dejó caer la radio en la bañera rebosante. Las convulsiones violentísimas le hacían vibrar la mandíbula en un gracioso chasqueteo que pronto reventó la dentadura postiza, derrumbándose en la loza; de sus oídos, ya muertos, manaba una humeante y frita sangre. Gracita, nerviosa, mal punteaba el 112 en un complicado móvil moderno. Miradle… ahí le tenéis… cocido en una cazuela de agua, sangre y voltios. Fue el último rastro de quienes fueron los Trastámara.

Señor Jesucristo, dales el descanso eterno…

(Garven)


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