Amanecer Entre LibĂŠlulas
Ludvesky Enero de 2014
1 Amanecer Entre Libélulas Verlen era de ese tipo de personas a los que no se les puede convencer con facilidad de algo, sobre todo si la propuesta tiene que ver con algún asunto que no entiende bien o que ha sido idea de otra persona. Su posición no era de especial ventaja sobre otros en oficina, ni en fuerza ni en posición, y eso le añadía extrañeza a sus convicciones cuando alguien se interesaba por él. Se decía, “hay otro tipo de personas, tratar con ellos no es difícil, coger compromisos tampoco, pero no estoy seguro de acostumbrarme a sus caprichos”, y eso era todo, ahí se acababa cualquier inclinación a emprender alguna nueva aventura entre papeles. Temía el compromiso cuando suponía hacerle perder un gramo de libertad, y si alguien insistía, entonces se sentía acosado, acorralado y sus reacciones eran inesperadas. Nadie en su sano juicio podía entenderlo, eran reacciones muy exageradas. Todo el mundo puede resistir una proposición, aunque sea como una leve molestia y a veces, armarse de paciencia, pero ni siquiera era el caso, nadie se atrevía a llegar tan allá con él, al menos los que ya lo conocían. Reconocer el gran edificio que albergaba El Jacintoh Journal de un sólo vistazo, no era tarea fácil. Las visitas que admitían para publicitar sus instalaciones, solía pararse justo delante porque la visión de la grandiosa mole, el monumento dedicado a la libertad de expresión los tranquilizaba. Ver un edificio nos da una idea de su dureza, y podemos llegar a imaginar que no hay nada fuerte ni más duro, y en el caso del Jacintoh aquello iba unido a su independencia y a haber sido capaz de plantarle cara a todos los poderes, a cualquier poder sobre el que se cerniera alguna sospecha de ilegalidades. Pero la verdadera presión y lo que realmente tranquilizaba no eran sus piedras, no era aquella magnífica fachada de ventanas y anuncios publicitarios, donde realmente residía la obstinación de su fuerza, lo que lo convertía en la representación de la oportunidad para los que buscaban justicia, estaba en las palabras, en las letras negras que alguien ordenaba cuidadosamente en la linotipia y llenaba los papeles
amarillentos que la gente utilizaba para envolver el pescado después de haberlo leído una y otra vez. Si aquel grupo de turistas que admiraba la arquitectura del edificio se hubiese fijado un poco, en los pisos superiores habrían descubierto una ventana abierta y un hombre abriendo los brazos histriónicamente para respirar, un gesto innecesario porque cada vez que abría la boca, a aquella altura los pulmones se llenaban de aire frío de un terrible golpe inesperado y de la impresión.
Verlen cerró la ventana y se dio media vuelta. La forma en que miró a Josutin no era de desahogo, de paciencia, ni de haber recuperado el sosiego por el minuto que había estado asomado a la ventana. La jerarquía en el periódico era algo serio, y chocaba con la libertad que él decía que necesitaba, pero no hasta el punto de inmiscuirse en su trabajo, o de hacerle algún recorte con el que el no estuviera de acuerdo. De forma general siempre habían respetado lo que tenía que aportar con su... “visión”. Digamos que , Josutin, el encargado de difundir las ideas que lo habían llevado hasta el despacho del piso trece, adoptaba una postura neutra y eso le estaba valiendo la atención necesaria por parte de su interlocutor. Cargado de buenas intenciones, y con la tenacidad necesariamente oculta de quien conocía hasta el exceso a su compañero, se volvió humilde, puso voz de terciopelo y miró reiteradamente al suelo mientras soltaba lo que tenía que decir.
-¿Quién te manda con eso Josu? Ve al grano, ¿qué te anda en la cabeza? -le soltó -Es idea del departamento de edición. Quieren algo sobre la chica que apareció muerta en la vía del tren y quieren que lo hagamos los dos porque sospechan que se puede tirar del hilo. Quieren un artículo “denso”, ese fue el término -la forma con la que Josutin se rascaba el torso de la mano, justo encima de pulgar, mientras hablaba, terminaba de componer una imagen sometida pero tan nerviosa que era capaz de salir airadamente por la puerta y no volver más. Se decía por aquel tiempo que a los mejores y más incisivos periodistas se los llevaban los grandes grupos, y que a algunos los mandaban al extranjero, otros se pasaban la vida haciendo crónica de sociedad, pero eso sí, muy bien pagados. También se decía que los que pasaban de una edad sin haber cosechado ninguno de los grandes premios y sin que nadie los reclamara para un destino mejor, se iban convirtiendo en objetos de oficina, poco a poco, sin apenas apreciarlo se convertían en objetos llenándose de polvo, inservibles, sin apenas uso. El ilimitado uso que Verlan le había dado a sus sueños y su incapacidad de conseguir un sólo reconocimiento, lo había convertido en lo que ahora era, un irascible perdedor a punto de cumplir los sesenta. Desde el principio había entendido el oficio sin prisas, pero se había “pasado en la frenada”, apenas se había dado cuenta y la vida había pasado. Sea como fuera, ahí estaban, dando la batalla cada día sin desfallecer, y Josutin no era mucho más joven que él, uno o dos años a lo más. Cuando se pasa de una edad, todas las derrotas nos han hecho invencibles. Nada nos hace daño porque nada nos coge por sorpresa, y todas esas derrotas inevitables son parte de la experiencia. Si sobrevivimos somos únicos y admirables, no hay derrota más allá de envejecer y morir. La medida del fracaso, en tal caso tiene que ver con los sentimientos y no con la senda de las grandes corporaciones periodísticas. Ideas como esta se le venían repitiendo a Verlan a medida que se acercaba a los sesenta, “¿habrá merecido la pena ponerle a la vida tanto interés?” Es posible que otras vidas tuvieran conciencias más punzantes, cosas terribles, vergonzosas e inconfesables, y no era su caso, la suya era una conciencia aburrida, monolítica, insípida, incapaz de sorprenderse y por eso para él el acoso que suponía pensar en el pasado con monotonía llegaba por no haber arriesgado cuando aún había tenido fuerza. De todos los trabajos que podían haber pensado para él en los días siguientes, aquel iba ser de los que menos le gustaba, no resultaba difícil evitar enfrentarse a la calle cuando se había perdido la costumbre. Sin haber esperado nada parecido se había ido acostumbrando a la oficina en la convicción de que había superado una etapa más apropiada a gente joven. Se trataba de una estúpida creencia que debería haber evitado, o al menos que debería haber mantenido en el aire sin dejarla caer de todo, porque de haber sido así, ahora no se sentiría tan contrariado. Algunas veces la vida se nos presenta para demostrarnos quien manda en realidad; ella pone las cosas claras, por si acaso nos habíamos creído más de lo que nunca fuimos. La vida es como una gran señora que va y viene a su antojo, vestida de grandes colores primaverales, dispuesta a seducirnos, a exigir de nosotros los peores sacrificios y a dejarnos solos, sin felicidad, aburridos, echando de menos la pasión que representa.
Representar la ilusión por vivir como una gran dama lo hizo acordarse de Adrianna, mientras ella estaba paseándose y comprometiéndose con hombres de dudosa reputación, él seguía en la misma oficina, en el mismo periódico, en el mismo lugar de siempre. La mujer que más fuerte nos abrazó es la que más echamos de menos con el paso de los años, y Adrianna abrazaba entregándose. De ahí se podían deducir algunas cosas de los hombres que una mujer así había conocido y sin que nadie los obligara habían tendido al encierro.
2 Caminos Desprotegidos De todos los chicos que conocía Anrevita había algunos que le resultaban especialmente amables, ninguno tan agradable hasta el punto de llegar a seducirla, pues si ella decidía seguirlos hasta sus habitaciones no lo hacía seducida sino por puro capricho. Sin necesidad de elegir, con todos se divertía, no tenía problemas con ir con uno o con otro, con pasar la tarde deambulando por los callejones más angostos de la ciudad con un nuevo amigo cada día. Se trataba de su vida, y no era una vida elegida, así que la vivía con absoluta inconsciencia y ligereza. No se obsesionaba con la idea de sentirse atrapada en un mundo que no le gustaba, entre otras cosas porque su juventud no le permitía tener tan avanzadas exigencias, al contrario rompía todas las reglas y unos cuantos corazones. En ocasiones sus reacciones era inesperadas, caprichosas o espontáneas y su propio padre el Ministro, intentaba buscarle una lógica que no existía. El que a tan temprana edad haya vivido tanto como ella vivía debe conocer que el interés por la vida, la curiosidad por las contradicciones celestes, deja de interesar. Se dejaba llevar en una vorágine de sensaciones que la consumía y la hacía ansiar más y más aire, más amplitud, romper más reglas, más tratos y más límites, respirar hasta quemar los pulmones. ¿Cómo es posible desear estar en todas partes a la vez, verlo todo, conocerlo todo, y de pronto abandonarse y que nada, absolutamente nada te llame la atención? Algunos creen que se trata de un infierno de sordidez, perder el sentido de una vida sin sobresaltos a cambio de la nada, perder el miedo a vivir y arrojarse a las vías del tren sólo porque la libertad que se buscaba le hizo descubrir que nunca podrá escapar de si mismo. Pero, el peso de su existencia no era suficiente para detener a Arevita cuando decidió probarse a sí misma que era capaz de seducir al secretario de su padre, casi veinte años mayor que ella. Si él consentía en permanecer a solas con ella en uno de los salones más de cinco minutos y era capaz de responder a algunas preguntas sobre su su trabajo era cosa hecha. Tenía que encontrar el momento -se reafirmó en sus intenciones-, era cuestión tan sólo de encontrar el
momento adecuado, hacer caer la barrera de los desconocidos y mirarlo fijamente a los ojos mientras le hablaba. Después de cada invitación al salón, o al despacho, que Anrevita le hacía al secretario, el hombre lleno de lástima le pedía, “no juegues conmigo, no me mientas”. Saltaba de un hombre a otro como una mariposa inquieta, pero eso no la detenía en su reto más reciente y atrevido, el secretario. Era el comienzo de un vértigo que la ponía tan nerviosa..., ni siquiera echaba la llave; cualquiera podía entrar y encontrarla arrodillada delante de aquel hombre sudoroso que había dejado las gafas y las carpetas sobre la mesa, temblando de piernas y a punto de caerse. -¿Se lo has dicho a tu mujer? -le preguntó ella mientras se ponía de pie. -¿Estas loca? ¡No puede saberlo! ¿Me oyes? ¡Vas a arruinar mi vida! -estaba muy asustado. Ahora sudaba de miedo, había cerrado la cremallera y le temblaban las manos mientras intentaba limpiar las gafas-. En fin, dejémoslo así, en la vida uno debe saber cuando debe parar. Tengo una familia, no puedo echarlo todo por la borda por culpa de una niña malcriada -En un momento se recompuso, adoptó una postura fría, calculadora, como si se tratara de un robot. La miró fijamente y se dio media vuelta alejándose hacia la puerta, sin prisa y sin gana.
Este final devolvía la entereza al secretario sólo en apariencia, “nada ha sucedido porque nadie nos ha visto, y porque nadie lo sabrá nunca”, así las cosas podía volver a ser el de siempre. Después de un tiempo de volver a concentrarse en su trabajo, de haber recuperado el interés por su esposa, por sus desafíos cotidianos y por las lisonjas de los aduladores, creyó que todo había sido un mal sueño. Pero nada era completamente como había creía. La variedad con que nos enfrentamos a nuestros deseos nos convierte en hombres diferentes, en personalidades dobladas a cada vuelta de nuestra imaginación. El pensamiento se mueve libre en los cerebros menos disciplinados, y la decisión final nunca está tomada del todo. Nuestras
contradicciones juegan su papel en medio del maremágnum que decide, la chispa que toma las decisiones finales depende muchos factores, y cansados de pensar en ocasiones no resulta de nada más firme que de tirar una moneda al aire. La firmeza con que se había planteado renunciar a su juego con la hija del ministro resultaba de un pensamiento positivo y equilibrado, pero en más de una ocasión la volvía a encontrar en casa casi desnuda, haciendo que leía una revista o dormida en un sillón. Y a él no le quedaba más remedio que despachar allí algunos asuntos, intentar mirar para otro lado y en ocasiones ir al baño para mojarse la cara con agua fría. En tales circunstancias necesitaba aferrarse a su moral como la gente religiosa se aferra a su fe, esperando un milagro que no iba a llegar. La presión era insoportable, y el secretario era joven, con una sangre bullente y dispuesto a jugársela si la apuesta era tan fuerte que sólo un cobarde la rechazaría. En la intuición femenina hay una parte que está reservada a los machos más preparados, y por contra también a los más débiles. Son capaces de calcular cuando el hombre está listo para los más terribles desafíos, y entonces con muy poco esfuerzo son capaces de conseguir grandes resultados. Esto no las engrandece, al contrario, la mujer que comprende que no puede abusar de estas armas es más sosegada e inspira una confianza muy necesaria con los tiempos que corren. Pero ese no era el caso de Anrevita, que empezaba a aburrirse y notó que el secretario empezaba de nuevo a bajar su defensa. Se dispuso de nuevo a provocarlo, con faldas muy cortas que enseñaban las bragas, con sus pezones apuntando al cielo bajo una camiseta casi transparente, y finalmente ofreciéndole la parte que más dulce y secreta, la que nunca ofrecía por miedo a quedar en estado. Nada pudo hacer el secretario por no caer en la tentación.
En esos momentos no hubo lugar para la tregua, la tomó de forma siniestra, sin pensar en las consecuencias, asumiendo toda aquella juventud como si le perteneciera. Mientras seguía sobre su vientre, haciendo moverse el sofá hasta que golpeó contra la pared puso una cara de terror difícil de interpretar por la chica. No confiaba completamente en no ser descubierto, aceleraba su corazón y sus movimientos, y terminó rápido. Cada uno de sus movimientos fue acompañado de un suspiro que daba por hecho que en cualquier momento podía entrar el Ministro por la puerta armado de una de sus escopetas de caza, y matarlos a tiros allí mismo, o al menos, a matarlo a él, que como secretario lo había traicionado y además no había respetado a su hija. Pero el Secretario de su padre, no fue más que un juguete más para Anrevita. Esa fue la última vez que lo vio, nada podía justificarla, pero todos debemos saber que confiar en la pasión es una ruina. Nadie supo si ella lo contó, si el Ministro tenía micrófonos en el salón, o de que otra extraña forma lo averiguó, pero el secretario fue despedido en un periodo de tiempo no demasiado dilatado. Los humanos somos unos fanáticos del amor y de todo lo relacionamos con él. La medida de nuestra devoción no sólo viene limitada por la belleza y el deslumbramiento que nos produce, sino por la fuerza de los sentimientos que puede encender en nosotros, con una voz, un gesto, una sonrisa... A veces si no podemos resistir no ser correspondidos creemos que vamos a morir, entonces las palabras no sirven y el romanticismo va muriendo hasta que nos secamos. El destino de Anrevita la había mantenido siempre al margen de todo enamoramiento, para ella se trataba de un juego cruel, incondicional: nunca había sentido otra cosa, y ni siquiera conocía su dimensión, aunque, por lo que sufrían otros empezaba a barruntar que se trataba de un gran poder, y que posiblemente estaba jugando con fuego. Aquella joven estaba decidida a conocer los pormenores del mal, inclinada a la ruina. El placer de hacer todo el daño que pudiera le resultaba irresistible: infatigable, respondía a cada nueva llamada del dolor, todo el que pudiera infringir a otros e incluso parecía disfrutar si ella misma experimentaba ese dolor que la obnubilaba. El dolor, ese símbolo que se había creado era también otro de sus juegos; llamar la atención de cualquier manera, que todos supieran que andaba cerca, tener el poder y la fuerza de hacer daño. Los que la conocían sabían que cuando ella aparecía, nada bueno podía venir detrás. Nadie puede ayudar a quien no desea ser ayudado, y en su caso era imposible salir del vicio, encontrar la ternura de la liberación que nunca había tenido, la ausencia de una palabra maternal a la que poder atarse. Todo había acabado con la infancia, nada tenía sentido porque era imposible recuperar las caricias, la dulzura, el consuelo, la calma, que hubiese representado una madre. Desde una edad muy temprana intentaron inculcarle una idea de disciplina contra la que se rebeló. Cada vez que la amenazaban de internarla en un colegio de monjas si no cambiaba, ella se volvía más rebelde y en ocasiones se quedaba a dormir en plena calle.
3 El Absurdo Dios Único Al pasar por la redacción, Verlan echó de menos aquellos principios en que había desarrollado allí una labor brillante, y sin remedio, el tiempo se había colado subrepticiamente entre los botones de sus ropas y se había apoderado de su piel hasta convertirlo en otra persona. La derrota no llega hasta que uno mismo la acepta, preferimos presentarnos ante el mundo como triunfadores aún a sabiendas que se trata de un desafío, que todos volverán sus ojos hacia nosotros y que nos seguirán disparando con todo tipo de armas, hasta que caigamos definitivamente o demostremos que es verdad que podemos con todo. Vivir a la defensiva no es bueno, ni siquiera en lo profesional, ni aunque nos hayan fallado las fuerzas. Sabemos que siempre hay un aspirante dispuesto a derribar todos los viejos sistemas sólo porque ellos son más jóvenes y mejor preparados. El fracaso debería ser considerado un tema sagrado, porque al final hasta los que creen haber sido capaces de mantenerse sobre la ola, descubren que vivir siempre es un error si no se puede confiar en nadie. El soldado a espada, herido de muerte se obstina en seguir en pie y eso invita a su enemigo a seguir matando. Andaba en busca de Riky Winkle un puertorriqueño que sacaba fotos muy estimables. Al parecer había estado en el momento justo en el lugar exacto porque alguien avisó casi inmediatamente y tuvo reflejos, lo dejó todo y en unos minutos se presentó en el lugar del accidente. No iba a ser difícil dar con él, tenía que andar cerca y buscar tampoco era una cosa que hiciera tan mal.. Hizo algunas preguntas y después de otras tantas indicaciones, lo encontró en una oficina. El mismo se presentaba como un periodista osado y curioso, tenía que competir, y si los jóvenes interinos en busca de quedarse, hacían gala de una arrojo admirable, él tenía una experiencia que en tal situación no era nada desdeñable. Quiso parecer educado pero con cierta urgencia, así que expresó su deseo de hablar con él pero que no quería interrumpir la reunión y que lo esperaría el tiempo necesario. Despreciamos la condescendencia como un signo de debilidad, y Riky le hizo un gesto de indiferencia. “Tú mismo”, le soltó, y cerró la puerta para seguir hablando con aquel tipo al que nadie conocía. Entonces apareció Josutín, que lo venía siguiendo para que no le diera esquinazo. Las órdenes eran hacer aquel trabajo juntos y no le resultaba fácil hacérselo entender a Verlan. Suponía que intentaría avanzar sin contar con él, por eso lo seguía tan de cerca, y que en cuanto pudiera le presentaría algún artículo totalmente terminado para que estampara la firma al lado de la suya.
La redacción estaba llena de turistas, una de esas visitas concertadas que curioseaban en todo y hacían mucho ruido. Estas visitas eran muy necesarias según decían, porque animaban el carácter abierto del periódico y habían nombrado, nada menos, a un relaciones públicas para atenderlos. Causaba un inesperado desconcierto verlo tan animado, dispuesto al enfrentamiento si encontraba alguien que en su sombra quisiera enfrentarse. Ese humor le provenía de verse forzado al cambio, porque por él nada hubiese cambiado. Nada de ese estado de desafío hubiese surgido unicamente de la lúgubre luz de su despacho, del ahorro de energía y del cálculo para no molestar. Había retrasado todo lo posible ese momento terrible de creer que podría sentirse joven de nuevo, y se había vuelto su propio enemigo, se vigilaba, se calculaba, pero nada sentía. Riky Winkle tardó en salir de su reunión, estaba claro que no le importaba hacerlos esperar, pero tenía que atenerse a su convenio que la compañía, y las fotografías no eran del todo suyas, aunque guardaban su firma. Estas obligaciones lo llevaron a cumplir solícito con todo lo que le pidieron, lo situaron el día del accidente y en un momento identificó el material que le pedían. -¡Esto es una novedad! ¿Tienen trabajo de calle? -¿Qué te parece? Al final tuvieron que echar mano de los mejores -respondió Josutín lleno de ironía. -Pues no es un asunto agradable. El Ministro no quiere que lo revuelvan, pero algo hay que sacar. Mejor se ponen en modo que no moleste. Ya me entienden. Los dos sabían que eso era imposible, donde Verlan ponía su huella había que llegar hasta las últimas consecuencias, no iba a pasar por menos, y tanto era así que estaba empezando a olvidar la molestia que le habían causado con el “encarguito”. El fotógrafo los llevó hasta una mesa en una esquina sin custodiar, al lado de una ventana. Estaba, sin embargo, cerrada con llave, la abrió y como si de un cofre de un tesoro se tratara, descubrió un mundo de fotografías y negativos. Rebuscó un momento. -¿Necesitáis los negativos? -preguntó. -No, con las fotos será suficiente -respondió Verlan. Carecían de sentimientos en lo que a la profesión y sus crueldades se refería, muchas veces habían asistido a accidentes, en ocasiones habían ayudado a sanitarios y bomberos. Deberían estar acostumbrados, y la impresión quedaba más o menos oculta, pero una tenaza se instaló en su garganta al ver aquellas imágenes de crueldad y desgarro. -La violaron y pusieron su cuerpo en las vías. El tren se detuvo justo encima, pero está reventada por dentro. No es agradable -No le respondieron, porque de haberlo
hecho ni un hilo de voz hubiese articulado una frase coherente.
No carecían de sentimientos pero se recuperaron rápidamente de la impresión. En días como aquel lo mejor era estar en movimiento y Verlan tenía una idea de lo que quería hacer. Ningún éxito de su pasado justificaría no aprovechar el momento para hacer un buen trabajo. En su apartamento guardaba un viejo premio de la escuela de periodistas que ya nadie recordaba, pero allí estaba, sobre una repisa para que se acodara de vez en cuando de limpiarle el polvo. Este tipo de cosas lo sostienen a uno aunque sabía que a nadie le importaba. Otro de esos premios importantes, pasó “delante de sus narices” el mismo año que decidieron ponerle un despacho y sacarlo de la calle, ya nunca volvió a ganar nada. La ilusión de nuestro éxito nos deslumbra durante un tiempo, pero ya a los sesenta que importancia tenía un premio más o un premio menos. Aquellas fotos transmitían con nitidez la fuerza de la noticia, perfectamente encadenadas se podía uno situar en e sitio en que se encontró el cadáver y hacer una composición de la progresión de los hechos que allí se dieron, desde que llegó la policía hasta que levantaron el cadáver. Transmitían todo lo que era necesario saber, y el horror y la contención del vértigo, eso también llegaba a través de las imágenes. Después de eso, Verlan estaba suficientemente motivado para iniciar su artículo. Empezaba a imaginar, necesitaba espacio, a dos páginas, “denso”, así se lo habían pedido, y sí, lo quería denso él también, sin miedo al Ministro. Una nueva libertad lo provocaba, una forma de escape, un aliciente que le devolvía la tensión y el ánimo necesario. Todo estaba en marcha y se conjugaba: órdenes, calle, las fotos, la impresión, el desafío con el que paseaba por la redacción entre la gente joven, la
densidad que le pedían y el consejo de Riky Winkle, “¡cuidado con el Ministro!!, ¿cómo le podían decir eso? Lo iba a contar todo, desde la conducta más que reprochable de la joven, hasta el abandono en el que parecía haberla tenido el padre. Decir la verdad es más peligroso que mentir, por eso todos ocultamos nuestras fobias. El escape de Verlan le permitía, en un momento difícil -porque su vida profesional se acababa-, volver a recuperar el impulso necesario. Pensó en la chica, “estaba reventada por dentro”, había dicho Riky Winkle, le volvió a preguntar y la respuesta fue ambigua, “tal vez no estaba muerta y se levantó y llevó un golpe en el momento exacto que el tren se detuvo, pero no la pisó”. Lo que había quedado de tanta vida era un trozo de carne muerta al pie de la vía, no lo podía aceptar así sin más, la inquietante aceptación de todos era lo que debía batir de otros periódicos, tenía que superar esa idea que consentía en la desgracia.
4 Las Enterradoras Del Desconcierto La transmisión de poder entre pandillas tiene que ver con la violencia, no valen los sermones cuando el carácter se impone. Mientras las chicas iban viendo que su dureza las hacía tan respetables como cualquier hombre. Yovanna lo había advertido con la convicción necesaria, el hombre que le pusiera una mano encima era candidato a llevarse su cuchillo en el estómago. Y de todas las chicas sólo había una a la que respetaba, y esa era la hija del Ministro que a veces las visitaba y porque sabía que si tenía problemas con ella se metería en un lío del que no sería fácil salir. Desde luego eso no era lo que necesitaba, salir en todos los medios, ser detenida brutalmente y posiblemente golpeada en los departamentos de la policía y finalmente juzgada y condenada sin un motivo. Admitía, sin embargo, que la chiquita era dura y le gustaba hablar con ella y tenerla cerca. -No se trataba de una rival, estaba segura, no necesitaba defender mi liderazgo con ella, iba y venía sin un motivo, a veces sola, a veces acompañada de “ese desinflado de Rodri” -eso le diría más tarde a los periodistas que llegaron preguntando por ella. Para entonces la nena estaba ya muerta. Las chicas eran dóciles hasta que Yovanna empezaba a gritar, entonces entraban en un estado de locura: si ella daba la señal con forma de excitación, todas se revolvían contra todo, y de esa forma habían seguido sus indicaciones en peleas con chicos en las que ellas habían salido vencedoras. No se podía andar con bromas con Yovanna, era una mujer sin paciencia y no tenía más de 20, pero no parecía que la vida por mucho que viviera, fuera a otorgarle esa cualidad. Miraba con esa forma de mirar que no perdona, y parecía dispuesta a descubrir a sus interlocutores en algún engaño: no soportaba que la engañaran, aunque podía engañarlos a todos. Su fortaleza nadie la ponía en duda, porque eso era una ofensa y desencadenaría una tormenta. Continuamente llegaba Anrevita para levantar envidias y recelos, no era del gusto de las chicas, pero como era amiga de Yovanna, la consentían. “Creo que ni se daba cuenta de cuanto odio levantaba”, diría Yovanna algún tiempo después, pero aquel día la vio llegar sin pensar que todo se complicaría. ¿Quién podía suponer que la niñata
se iba a poner a presumir de haberse follado al secretario del Ministro? Todo en ella era una provocación, porque a nadie le importaban sus logros. Intentaba reírse de un hombre al que nadie conocía, pero en realidad quería ponerse en un plano superior al de las otras chicas, era como decirles, “puedo superaros en todo. Nunca seduciréis al secretario de un ministro; ni siquiera llegaréis alguna vez a estar cerca de él”. Todas la reconocían como un problema, y no es que evitaran los problemas, respondían a todos los desafíos. Gravitaban de rabia con aquella “pequeñaja” que las miraba con desprecio. El efecto continuado de su presuntuosa superioridad ter minó aquel día en pelea. Una de las chicas le insultó y le pidió que se callara, a lo que ella respondió con violencia. Todas se tiraron sobre ella para golpearla, mientras Yovanna intentaba defenderla. Si el Ministro, aquel día al llegar a casa, tampoco se dio cuenta de las magulladuras de su hija, y de las vendas y los ojos morados, sin duda tuvo que ser porque no la veía, porque no quería ni verla y vivían en la misma casa sin compartir espacios. Rodri la acompañó al servicio de urgencias y se preocupó de que aquella noche durmiera en su casa, porque ella no quería volver. No se trata de pedir disculpas por faltas que apenas existen, cada uno pasa por la vida decidiendo hasta donde se deja influir por la moral y la educación ajena. No se le hubiese ocurrido pedir disculpas por una pelea, nadie tenía la culpa, todas se zurraron y ahí quedó todo. Continuamente estaban metidas en algún lío, y después de aquello, la pequeña Anrevita se gano su respeto y su espacio, y si apuramos un poco las palabras, alguien podía decir que también su simpatía.
El instinto no es bajeza, ni superstición, ni nada interpretable racionalmente, pero podemos decir que se parece a la pasión y al deseo, igualmente es difícil de controlar, de modelar, modular o moderar: todo se vuelve excesivo cuando cuando la presión por fin se libera de su captura. Fue comprensible, la siguiente reacción de amistad que las unió, durante unos días comieron, jugaron y bebieron juntas. Durmieron en la misma cama, fumaron lo mismo, se abrazaron, se besaron, se hicieron bromas soeces y se “metieron mano” sin demostrar ningún respeto las unas por las otras. Estaban asociadas para delinquir, y lo habrían hecho de haber seguido juntas, pero después de unos días Anrevita supo que debía pasar por su casa antes que nadie se inquietara y pusieran a toda la policía de la ciudad a buscarla. Las chicas ya no se temían, ni por su influencia política ni por la violencia de sus nuevas amigas, todo parecía más normal. Ellas eran la causa de sus propios males, y como alguna vez alguna había dicho, relacionarse con la hija de un ministro le iba a traer estar controladas por la policía cada paso que quisieran dar. ¿No podían poner cara de buenas a cada rato por una presión permanente? Pero no, ya no pensaban en eso, y no rechazaban abiertamente a pequeña del grupo. Estaban locas, y vivían sin pensar en el mañana.
Iban a tener siempre todo lo que necesitaran, no había cuidado con pasar necesidad, sabían quitarle a los hombres todo lo deseaban. También conocían los secretos de una relación gregaria, y cada una conocía su lugar, no se hacían sobre ni aspiraban a ocupar un puesto que no les perteneciera. En esa estructura ninguna miraba a los ojos a Yovanna, a menos que no hubiera equívocos y fuera interpretado como un desafío. A los que no son como ellas los encuentran ridículos, da igual que se aun Ministro, un Papa, un General o un Piloto de Avión, creen que son iguales que todos,
escondiendo sus vergüenzas, dispuestos a matar por no ser descubiertos. Si alguien las insulta desde un altar moral, no se rebelan, siguen indiferentes porque nadie les puede dar lecciones. Les gustaría que todo terminara así, sin respuesta, pero si insisten con intención de molestarlas, eso ya es otra historia, y todo cambia, entonces, se ponen violentas y lo que no consiguieron con su indiferencia lo consiguen haciéndose respetar con sus puños. Todo estaba subordinado al cuchillo y si tuvieran dinero se comprarían unas pistolas, por ese es un lenguaje que entiende todo el mundo. El respeto o la payasada, es un aprendizaje parecido al que nos produce o el vivir, o el morir. Las Chicas de las que hablamos, eran de ese tipo de chicas dispuestas a cualquier sufrimiento: corresponde a su barrio hacerles un lugar, proponerles un destino o permitirles que ellas mismas descubran hasta donde pueden llegar. Nadie puede conformarse con ser invisible y sobrevivir en la transparencia del mundo es muy duro.
5 Todas Las Formas De Amar Y De Morir En una ocasión Rodrí le propuso un viaje para visitar un pueblo en fiestas, un lugar donde no conocieran a nadie y donde nadie los conociera. Fue la primera vez que ella lo besó, lo supo por su lengua de todas las formas posibles y le estaba gustando pero le dijo que parara porque él se sentía muy joven. “No debes temer al sexo sólo porque no exista un compromiso”, y le apuntaba con el dedo como si se tratara de un revolver. Las preferencias sexuales de Rodri no estaban definidas por su edad, ni siquiera por sus atracciones. Le gustaba hurgar entre los pechos diminutos de Anrevita pero nunca había sido capaz de retirar sus camisetas para encontrarse con sus pezones y saber entonces si deseaba llevárselos a la boca. En esos momentos de riesgo, a ella le hubiese gustado que él tomara posesión de todo. Desde su juventud ofrecerse como lo hacía no pretendía que le faltaran al respeto, además, confiaba en Rodri y débil palidez porque la seguía a todas partes como un perrillo sin resultar cargante. Quería llegar hasta el final, pero él lo estaba retrasando, lo aceptaba y se dedicaba a jugar. Por amor a lo que la indefensión tiene de embriaguez lo consentía sin apurarlo, y salir a la fiesta de un pueblo en el que nunca habían estado pareció buena idea. En algunos momentos nada importa así que cuando Rodri apareció con un coche que nadie podría adivinar de donde lo había sacado, y conduciendo sin carnet, ella no preguntó nada, subió al auto y salieron echando chispas. En la carretera podrían haber estado en silencio, disfrutando del aire de la noche y la
ventanilla abierta, pero él preguntó algo: -¿Es verdad que lo hiciste con el secretario de tu padre? -Sí. -¿Te gusta? -Si no me gustara no lo habría hecho. Y eso fue todo, no parecía una preocupación extrema, ni una de esas preocupaciones que se repiten varias veces al día y se resisten cuando no son atendidas. Odiaba no comprender por qué la gente hacía algunas cosas, pero no se sabía capacitado para indagar en ello, así que hizo un par de preguntas y se dio por satisfecho. Habían hablado de la cárcel en algún momento y ella estaba convencida de que terminarían en entre rejas y allí todos abusarían de ellos. Eran tan jóvenes que no confiaban en ser encarcelados por delitos tan pequeños como los que ellos cometían pero ni ser la hija del ministro la salvaría si los delitos eran reiterados. Decidieron dejar el auto en la entrada del pueblo, y desde allí ir andando, Rodri no era muy bueno y si seguía adelante no sabría como salir. Tendrían que encontrar un sitio para aparcar y mientras lo intentaban se les quedó atascado en un agujero de la cuneta. Todo sucedió tan rápido que no intentaron sacarlo de allí, si lo hubieran hecho posiblemente cada solidario ciudadano que pasara por allí les querría echar una mano, y se montaría un equipo de desconocidos luchando por sacar el coche (que nadie sabía de quien era) de la zanja. La brevedad de sus cuerpos los hicieron perderse entre la multitud sin problema, nadie se fijaba en ellos y se colaban corriendo entre los grandes cuerpos de los adultos con la fascinación del niño que corre al salón esperando encontrar los regalos de Navidad. Deberían intentar tranquilizarse, pero no lo conseguirían, estaban en un estado de excitación que ya no les producían sus juegos drogadictos. Donde terminaba la calle principal del pueblo se abría un gran solar lleno de barras ensambladas, de luces, de música, de bailes y de paseantes con manzanas de caramelo o grandes nubes rosas de algodón de azúcar. Estaban maravillados por la posibilidad que se les ofrecía de probarlo todo, de subir en todo, de subir más alto y más rápido, justo lo que cualquier yuppie querría.
La insistencia con la que ella tiraba de su amigo para subir a tal o cual atracción estaba llamando la atención de los que pasaban a su lado. Todo el mundo estaba allí para disfrutar de la fiesta, todo había sido montado en un tiempo record para que aquella noche pudieran bailar y emborrarcharse sin miedo, o si era una de aquellos matrimonios que salía para dar un paseo antes de volver a casa, y de paso controlar que sus hijos estuvieran en buenas compañías. Todo parecía tan agradable como era de esperar, pero el cielo se fue cerrando y comenzó una ligera llovizna que empapaba como un mar. Eso deslució bastante la fiesta, y todo se fue vaciando cuando aún faltaban un par de horas para el cierre. En tales circunstancias algunos empresarios mantenían sus atracciones abiertas, eso sí, si la humedad no hacía saltar alguna chispa y algún cortocircuito no lo dejaba todo a oscuras. Debo precisar que a mi nunca me gustó del todo la verbena popular, más que para sentirla superficialmente, pasar por ella cerca de los bares, confundir todos esos olores que desprende, y volver a casa o buscar una cafetería retirada y con poca gente. Pero volvamos a Anrevita y a Rodri, rondando la mayoría de edad, pero en ocasiones tan infantiles. Caminando bajo la lluvia cualquier momento de implicación es más profundo que todas las aventuras por peligrosas y arriesgadas que hallan sido. No podían apartarse el uno del otro, daba igual el mundo mientras intentaban caminar bajo las cornisas. Fuera cual fuera su plan había quedado sumergido, toda la insuperable ingeniería que la ilusión crea se desvanecía, y en el fondo siempre era lo mismo pero ellos aún no lo sabían. Un ordenanza se ocupaba de buscar a Anrevita cuando pasaba más de una noche fuera de casa, pero no discutía con ella. Ese mismo hombre se quedaba en casa cuando al Ministro le tocaba viajar, y había intentado por todos los medios cumplir con su cometido sin complicarlo todo aún más. Todo estaba perfectamente calculado, para que cuando ella fuera mayor de edad su padre se quitara un peso de encima, y si algo le sucedía a la nena después de esa fecha, poder decir sin rubor “ella era responsable de sí misma”. Rodri la arrastró a una escalera en la puerta de un portal, que estaba cerrada pero los podría amparar hasta que escampara. Posiblemente no se trataba de más que un chaparrón.
Rodri aprovechó aquel momento de intimidad para preguntarle si había tenido algo con Yovanna, y ella respondió que sí. ¿Por qué no le mentía?¿Por que se lo hacía todo tan difícil con su sinceridad? En el pueblo había una parada de Taxi, y a pesar de la hora aún quedaba un coche que no se había retirado. Subieron sin decirle que no tenían dinero, entonces. Anrevita se ofreció para un favor rápido a cambio de que los llevara. La actitud del chófer fue muy ruda, pero aceptó. En una curva detuvo el coche, había un camino que bajaba a la playa pero había que cruzar la vía. En aquel lugar tuvo lugar la muerte de la hija del ministro. Así lo confirmó la policía y así lo contó el chófer que acusó de todo a Rodrí. Anrevita se arrodilló delante de él sin conocer, por lo que parece, las intenciones de su compañero.
Cuando parecía que todo estaba claro y que las condiciones del acuerdo eran favorables, sobre todo para aquel hombre huesudo y asustadizo, Rodri decidió que podía robarle, llevarse el coche y la recaudación de un día de fiesta, que no debía ser poca cosa. Tal vez hubo algo de rencor, o de desazón por la actitud de su compañera. Lo que Rodri tenía en la cabeza lo debía saber solo él. Verlan tuvo acceso a toda la información y podría haber hecho un gran artículo para un especial dominical sin complicarse la vida, pero se empeñó en que era necesario entrevistar al Ministro, y eso nadie se lo había pedido. Aquella noche sacó un arma de alguna parte, un arma
que robó en encontró, y que era la primera vez que usaba o que exhibía porque nunca había tenido una. La más sorprendida era Anrevita, que se vio sorprendida por la violencia de su inseparable amigo. Todo se complicó, ella se interpuso para que no le disparara al Chófer, porque Rodri estaba como loco y le pedía las llaves y la cartera sin obtener más respuesta que las súplicas de un tipo que no le parecía de fíar.
Anrevita intentó sacarle la pistola y la golpeó en la cabeza,ella quedó inconsciente. El resto, siempre bajo la versión del taxista, todo sucedió muy rápido. Cuando ella se levantó llegaba el tren, y estaba tan aturdida que no lo vio, tal vez influyó también que hubiese estado tomando drogas o que el tren no circula a mucha velocidad para que no lo oyera. Apenas le dio un golpe y su cuerpo diminuto salió por el aire, ya estaba muerta. Rodri salió huyendo, pero la policía no tardó en encontrarlo y su versión coincidió con la del “señor”.
Muchos hombres se obstinan en parecer buenas personas, guardan una imagen muy correcta entre su comunidad, cumplen con sus obligaciones ciudadanas, familiares e incluso religiosas, pero si algo no les satisface de sus vidas, es posible que alberguen en una parte oculta de sus vidas, perversiones que le resultan muy necesarias y a las que no renunciarían ni aunque pusieran en peligro todo el resto.
6 La Rueda De Arena Todo tiene que ver con todo, un exceso de interés tampoco lo puede todo. El ordenanza habló con Verlan por teléfono, le dijo que el ministro lo recibiría pero que estaba muy ocupado y que no podría alargarse más de unos minutos. Lo que el ordenanza no le dijo es que él mismo acudió para reconocer el cuerpo y dar las instrucciones necesarias para el entierro. Apreciaba a aquella chica y no podía entender porque todo había terminado tan mal. Se había preocupado por ella, había tenido conversaciones con su padre, habían pensado en internarla pero con la mayoría de edad, si hacía eso, posiblemente desaparecería y no la verían más. Verlan miró la redacción y una inmensa melancolía lo invadió, la jubilación estaba tan cerca que apenas podía creer que siguiera haciendo algo positivo en aquel lugar. Los nuevos periodistas escribían velozmente, él nunca había sido capaz de escribir a aquella velocidad. Tenían reflejos, hablaban también rápido, eran concisos, prácticos e incansables trabajadores. No había desafío en que estuvieran tan preparados, no e sentía retado, pero estaba seguro que pasaría mucho tiempo antes de que alguno de ellos sintiera uno de sus artículos como él estaba sintiendo el trabajo que tenía entre manos. Ese era el primer paso para ser un buen periodista, sentir la fuerza del tema que se toca, y que al final les guste y se sientan orgullosos del trabajo que han hecho; y que eso suceda hasta el punto de no aceptar ningún tipo de censura.
La visita de un grupo de turistas que unos días antes había pasado por el periódico dejaran un rastro de preocupación entre los periodistas, se habían quejado porque esas visitas inesperadas eran demasiado frecuentes y obstaculizaban su trabajo. Verlan miraba a los chicos sin decidirse a pasar, tenía concertada la entrevista con el ministro y estaba a punto de salir, eso le hizo volver de sus recuerdos más melancólicos. La mujer que lo abrazó como si su vida dependiera de ella ya no estaba para compartir el tramo final de su vida, pero en un momento así tenía un recuerdo para ella. Ni siquiera sería capaz de decirle nada si ocasionalmente se la cruzara en la calle. Le obsesionaba la idea de que hubiese repartido demasiados abrazos parecidos a aquel que le había dado. Adrianna había desaparecido, ni siquiera sabía si con el paso del tiempo se trataba de la misma persona, y no tenía nada que ver con su jubilación, de eso estaba seguro. No aceptaría incorporar a Adrianna a sus planes, el resto era lo que quedaba, la fase final y había decidido pasarla solo a pesar de sus melancolías. Así era, y sin embargo el amor estaba presente, la jubilación necesita un pensamiento enamorado. Dulcinea siempre vuelve con su punzante abrazo de madre. Para la fluidez de las horas siguientes necesitaba a Josutin a su lado, ya no sólo no lo evitaba sino que aceptaba su presencia sin reparos. Además empezaba a respetarlo como se respeta a los amigos más incisivos. La verdad siempre resulta cruda y a veces inconveniente. Se había pasado los últimos años de su vida laboral evitando toda relación humana que lo pudiese desconcentrar de la burocracia de la que se alimentaba, y una sensación desagrado lo invadía por eso. Josutín lo previno una y otra vez de lo innecesario de entrevistar al Ministro pero cuando la decisión fue firme se avino a acompañarlo. Lo pero de todo no era descubrir que Josutín era un tipo mejor de lo que había creído y reconocer su error, lo peor era los años que habían pasado cruzándose en los pasillos sin conocerse, alimentando una idea equivocada el uno de otro. La amistad está sometida por la desconfianza, no fluyen las relaciones en el silencio total de las peores huidizas miradas. Cualquier expresión despectiva acerca del Ministro y su casa me parecerían insuficientes si no lo hubiese conocido. Entramos en su gran chalet con piscina evitando arrimarnos a las paredes. Fuimos recibidos en un gran salón con vistas a un grandioso jardín, y se nos ofreció una bebida, pero rehusamos poniendo como excusa la seriedad de nuestro trabajo, pero en realidad temíamos que algo de la tristeza que se respiraba en aquel lugar pudiese resultar contagiosa. Sé que llegamos hasta aquel lugar llenos de prejuicios, buscando algún comentario despectivo del Ministro acerca de la juventud y sus vicios, y así poder condenarlo para siempre, pero nada sucede nunca como esperamos. Quizá un periodista no debe nunca ser objetivo, y poner su instinto y su moral por encima de todo, sin embargo, el Ministro tenía su forma de ver lo sucedido. -Nadie puede conocer mi dolor -empezó su discurso-, ningún padre que no sepa lo que es perder un hijo puede saberlo. Intento hacer las cosas del mejor modo posible, pero debo luchar contra la adversidad. -Estamos seguros de que es un hombre muy trabajador, pero si no atendemos a las necesidades humanas, ¿de qué vale? -añadió Verlan.
-Lo he hecho lo mejor que he podido. No he sabido ver las cosas de otra manera. Se pueden vivir un millón de vidas y repetir los mismos errores una y otra vez. Cuando la madre d Anrevita decidió abandonarnos yo supe que algo no iba bien conmigo, no supe enderezarlo, esa es la realidad. Cuando me dí cuanta de que mi hija apenas me tenía en cuenta, que no me escuchaba, no había marcha atrás. Me ha hecho sufrir, aunque tal vez ella creía estar llamando la atención; lo intenté y ahora está muerta.
Cuando Josutín expresó su deseo de grabar la entrevista y sacó una grabadora, el Minsitro dijo que no, que lo que tenía que decir no era tan interesante, y que iba a ser muy breve. -Verán, ustedes me comprenderán porque ya tienen una edad, no pienso en una carrera politica, ya no hay tanto tiempo. Además está lo de mi enfermedad, ¿no han oído hablar de eso? -Josutín y yo pusimos cara de poker-, Tengo una enfermedad incurable, mi tiempo está muy medido. Si van a sacar ese artículo hablando de lo mal padre que he sido, pueden hacerlo, dentro de unos meses habrá elecciones y no volveré a presentarme. Así que la suerte está echada. Mis preocupaciones ahora son muy primarias y sé que no tengo más que ofrecerle al País. Y eso es todo. Les pido prudencia y que sean indulgentes, no puedo hacer otra cosa. Si de mi dependiera les pediría que no publicaran nada acerca de esta lamentable historia, pero sé que no lo van a hacer. ¡Buenos días señores! -Se levantó indicando que la entrevista acababa
allí. Les dio la mano y los dejó solos. En un momento acudió un hombre que podría ser un mayordomo, o algo parecido y acompañó a Verlan ya Josutín hasta la salida. La fiesta que le hicieron a Verlan el día de su jubilación estuvo llena de buenos deseos. Ya nadie se acordaba del Ministro y del reportaje que firmaron juntos los dos periodistas. En los discursos nadie hizo alusión a todos los premios recibidos, probablemente en el ansia por darle una forma familiar al acto nadie contempló hablar de lo profesional. Una familia, de eso se trataba, esa era la única explicación a aquel ambiente que se generó de amable concordia, incluso con los becarios a los que nadie conocía pero se trataba con reconocimiento. La vida pasa muy rápido, los últimos veinte años nadie los espera, y se van como los veinte anteriores, sin que reconozcamos esa inminente sensación de desamparo que nos produce la vejez. Ni la jubilación nos permite descansar porque la presión de tantos años a la espalda nos puede.
En relación con el reportaje, no hizo falta cargar las tintas sobre el abandono al que un ministro puede someter a su familia. Ni nombraron al padre de Anrevita, y tampoco explotaron el morbo, ¿Quién sabe? Es posible que gracias a eso todo hubiese resultado mucho más equilibrado y reconocido. Una buena parte de los hombres que han sido importantes y adulados en vida, tienen serios problemas para reconocerse en los ancianos que finalmente representan y algunos quieren trabajar indefinidamente, como si el trabajo fuera lo único que los pudiese salvar de su mediocre sensación de fracaso. La enfermedad del ministro fue un truco para que Verlan no se portara con despiadada crueldad en su relato, sin embargo si que dejó la política, y ahora cuando llegaba a casa cada día, se acordaba de su hija, de su mujer, de los nietos que no iba a tener, y de la inevitable sensación de que no se soportaba a sí mismo.