Corrientes de redención

Page 1

Corrientes De Redención Que Nunca Fueron

1 Lo Que Vale Para Los Científicos Me Debería Valer A Mi No puedo entender el mensaje de ese film, “Pretty Woman”, aunque reconozcamos que Richard Gere está soberbio: La belleza extrema en la mujer complica algunas cosas en los corazones más sensibles; no puede evitar dejar ese rastro a su paso. Es por eso que la mujer que causa tales impresiones, además de bella debe ser cruel e insensible en el amor, ignorante en el romanticismo y seca en cuanto a sentimientos. Sólo tendrá una oportunidad para sobrevivir a su belleza, y esa oportunidad significará un rechazo doloroso para otros, pero en ocasiones también para ella. A eso están destinados todos sus aprendizajes, todas sus elecciones en la vida pretenden un bien superior para ella, encontrar un matrimonio conveniente y en consonancia con tantas renuncias y sacrificios anteriores. De este modo, pongamos un ejemplo de lo más ordinario, muchas pequeñas ninfas rescatadas del arroyo, como también nos muestra el film, conservando su inocencia romántica evitan ser prostituidas y, al contrario de lo que


suele suceder, algunas pasan a formar parte de una clase social superior. La mujer por naturaleza está mejor preparada para desenvolverse en ambientes que desconoce, o incluso, en ambientes que le son adversos. Si una mujer procedente de los barrios más pobres, por no decir miserables, es vestida convenientemente, con la seguridad de algunas joyas, y con la importancia de ser presentada en sociedad por un hombre importante, pasará por una princesa sin dificultad. En la misma situación, un hombre tropezaría con todo, y se pasaría la velada recogiendo los cristales de la loza que fuera rompiendo a su paso; la desenvoltura femenina en fiestas de alta sociedad se produce de forma natural. Según los más modernos manuales de etiqueta y comportamiento en sociedad, la mujer siempre saldrá airosa de situaciones difíciles, será suficiente para conseguir el éxito, ponerla al corriente de unas cuantas reglas que esos mismos manuales se encargan de resumir convenientemente y ofrecerle tres vestidos de los más caros de una de las mejores tiendas para que escoja uno y lo lleve puesto esa noche. Monty Kid rara vez salía del suburbio sin que al volver a él no lo hubiesen identificado tres o cuatro veces, pero tenía que hacerlo para poder aprender a leer y escribir poesía. Lo más importante de esta nueva afición no consistía ya, en que era una posibilidad para asomarse a experiencias desconocidas y excitantes de algún modo, sino que había encontrado en la la señorita que impartía el taller una nueva amiga. Solamente haciendo gala de su enconado interés por la cultura podía llegar a ser apreciado sin que sus compañeros tuvieran en cuenta su procedencia -aún no podía desligar de su clase y sus costumbres más rústicas, de su éxito en las últimas peleas, y por lo tanto del desahogo económico que le producía-, y por otra parte la vasta acumulación de experiencias que la vida le había ofrecido eran un firme aliado de sus progresos. Se trataba de un grupo reducido, unas diez o doce personas, casi todos estudiantes de literatura que se acercaban al taller como un complemento de sus estudios, jóvenes e inteligentes, que en su mayoría prestaban atención y respeto por cada opinión, por cada nuevo trabajo presentado o por cada idea de mejora, no se sentía en absoluto incómodo entre ellos. No debería sorprendernos que algunos hombres humildes hayan llegado a las más altas instancias del Estado, algunos empezando carreras desde la tropa militar, de ayudante de cámara de un gobernador o de camarero de la mujer de un ministro, todos tan jóvenes que da vergüenza reconocerlo, y que aprendieron el oficio escalando cada peldaño y posicionándose desde su falta de cultura, sin que eso pudiera restarle importancia a cada una de sus decisiones en los puestos de poder que al final le iban concediendo. Es difícil que un hombre al que le ha sido todo dado desde niño, que no ha sabido luchar y ganarse el respeto de cuantos le rodean, pueda llegar a comprender el engranaje de la política. Monty Kid había leído algunas biografías de hombres importantes, y admiraba a los que habían reponerse a un destino marcado por haber nacido de un parto sin lujos ni facilidades, eso le daba fuerza y convencimiento para intentar lo que otros no habían intentado; y eso en aquel momento era aprender a leer y escribir poesía. Constituido de viejas esperanzas, ansias innombrables y fuerzas renovadas, Kid avanzaba en su deseo de desmembrarse del bloque originario que aún lo acogía, el barrio. !No era muy consciente de cuánto lo necesitaba! Cada una de sus ideas era


una propuesta para dejar de ser un hombre insensible, un bruto, sin posibilidades de prosperar, al menos él lo veía así, creía que todos los hombres debían hacer todo lo que estuviera a su alcance para entender el mundo desde un escalón más y más arriba cada vez. A esta idea intentaba sumarse desde los combates de boxing que le empezaban a reportar beneficios -debido a las apuestas los combates se estaban haciendo muy populares-, pero también sabía que un boxeador no podría desentenderse de todo, escindirse sin pudor de los suyos, sin que los titulares de los periódicos terminaran por intentar su derrota moral: eso ya había pasado otras veces, e importantes deportistas se habían hundido en la nada debido al remordimiento. Si unos intentaban huir de su realidad, de las condiciones que la vida había establecido por el simple hecho de haberles permitido nacer e incorporarse al juego cotidiano, quizá otros ni pensaban que eso fuera tan malo. Tenían algunas en los límites de su mundo deprimido que los hacían amar las tabernas, la asociación para deambular, las horas muertas e incluso, las broncas inesperadas. Kid quería aprender los pormenores de la poesía, pero otros, en aquel lugar que a sus ojos resultaba sórdido, vivían la poesía. Cada vez que una familia cargada de hijos deambulaba en los pasillo del centro de salud, ahí había poesía, o cuando unos novios primerizos se detenían en su vuelta a casa, escondidos en los puentes del ferrocarril para poder besarse sin ser reconocidos, la poesía aparecía de nuevo, o cuando las pescaderas gritaban para rebajar el precio del pescado que se les quedaba para última hora porque ya empezaba a oler, ¿qué otra cosa y vida podía ser eso? Posiblemente en los momentos finales de su vida, si llegaba a ser un anciano, Kid no iba a recordar sus clases de poesía rodeado de gente “tan culta”, sino sus paseos infinitos por el barrio, sin destino, sin más planes que la tradición, que lo que se sabe de antes, o en último caso, alguna pelea que perdiera o ganara de forma épica, sin engaños, dejándose cada soplo de aire respirado en ella. -Viviré poco -le comentó a Ashley “la llorona”-, debo aprovechar cada momento de la vida, salir pronto de la pobreza y conseguir en apenas unos años, lo que otros conseguirían después de haber vivido una vida muy larga. -Pero Kid, tú no puedes saber eso. Nadie conoce el momento de su muerte. Todos podemos morir jóvenes, y cualquiera puede morirse antes que tú. No debes ser tan pesimista con respecto a tus esperanzas. -Yo lo sé. Es más que un presentimiento. Mi padre también murió muy joven, y él también lo supo, es como una maldición. El convencimiento de un acontecimiento tan definitivo termina por abarcarlo todo, lo sé. Tienes que tener mucha paciencia conmigo. Pero eso es lo que sucederá. Las perspectivas de llegar a algo más serio con chicas como Ashley no era una preocupación recurrente, ni nada que se repitiera en los momentos inesperados de la noche. Parecía hecha a su medida, de su misma materia, de la misma naturaleza sórdida, que parece entregarlo todo y, sin embargo, permanece atascada. Hablar una y otra vez sobre la clase social, siendo un elemento importante a tener en cuenta, no lo


es tanto como el nudo de sentimientos retenidos que los abandonaba, ni siquiera en los momentos más íntimos. “Chicas como Ashley”, el concepto de la experiencia repetida con chicas que no esperaban nada de él, más allá de la pura diversión, podía haber creado expresiones parecidas. Era una forma desprendida de hablar de personas, al fin y al cabo. Nadie esperaba de él demasiadas reglas de cortesía, sobre todo cuando el intereses recíproco no iba mucho más allá de la amabilidad rústica de la que solía hacer gala. Pocos boxeadores de los más jóvenes podían decir que eran tan requeridos para los combates organizados por Peter Bruick, el hombre de moda, el más conocido y respetado productor de eventos de masas. Se trataba de que había visto maneras en Kid, y le había prometido una carrera lenta pero segura, y eso pasaba por pequeños combates en lugares sórdidos e insólitos, hasta que el gran momento llegara, y lo mejor era tomárselo como una juerga, nada serio ni tendencioso. Si la tentativa de combates serios se daba, debía estar preparado, pero no iba a quitarle el sueño, ni a intranquilizarse porque otro año pasara haciendo boxing-espectáculo en clubs nocturnos, en gimnasios del underground, o en playas en plena noche y sin más luz que la del garito que ponía las copas. Además, todo el mundo lo sabía, Peter Bruick pagaba bien y muchos de aquellos combates estaban amañados. Para proponerse llegar a algo en el boxing, como en el resto de disciplinas en la vida, es necesario entrenar duro y no especular, eso lleva a algunos admirables deportistas a creer que todo el mundo actúa con la misma honestidad. Bruick nunca le pidió a Kid que se tirara, aunque si que resultaba algo inesperado la de veces en las que sus contrincante se iban a la lona sin apenas haberlos tocado. Sobre la inocencia de Kid al respecto, habría mucho que hablar, pero deseaba con todas sus fuerzas seguir confiando en sus posibilidades, y por lo tanto en al honradez de Bruick, a sí que continuaba en el plan de esperar un combate profesional en el que poder demostrar lo que en verdad valía. La ya, de alguna forma mencionada, atracción que Kid sentía por la profesora de poesía, no influía en absoluto en cualquier requerimiento que Ashley le hiciera acerca de otras necesidades más cotidianas. A veces le pedía que la acompañara a casa de algún familiar enfermo, o a hacer una visita a algún viejo amigo que hacía mucho que no veía, y él se prestaba a ese juego social como parte de su noviazgo. Durante el tiempo necesario el atendía los requerimientos de “formalidad de una relación” como si fuera lo que se esperaba de él, y desde luego, con Ashley todo parecía ir como la seda. Con todo, la aceptación de un rol y de todo el juego que alrededor de él se desarrollaba, no terminaba de convencerlo, ya le había pasado en otras ocasiones sin terminar de aceptarlo del todo. Así pues nacía de algún modo indefinido, la sensación de la aceptación de otras figuras confabuladas a las que apenas conocía y que nada tenían que ver con él, que se apropiaban de sus sueños y lo arrancaban de su mundo de fantasía devolviéndolo a la realidad. Pero no se trataba de que los familiares de sus antiguas novias hubiesen coincidido en que debía dejar el boxeo y buscar un trabajo, se trataba de que alguien a quien no le había concedido semejante influencia, pretendiera organizarle la vida. El matrimonio era algo muy serio para lo que no se consideraba preparado.


2 Culminar Sin Asistencia Al Grito Humano La inquietud del deseo imposible descendía hasta encontrarse con los ojos de Anabel, algo que las mujeres saben manejar sin dificultad. A pesar de ello, debe llamarnos la atención lo innecesario de poner defensas, de bloquear sonrisas, o de evitar encuentros, no era necesario al tratarse de un hombre tan entero y capaz de contenerse sin viejos trucos de adolescente. En un sentido absoluto, en la imperfección de su entrega siempre terminaba por apreciar el relato del marido ausente, de forma directa o indirecta siempre terminaba por asomar. Esta sombra no influía en el deseo, ni llegaba para evitar el el hueso del pecado cada vez que lo imaginaba, era la sombra incómoda que lo perturbaba, y que empezó a imaginar, y dar formas diferentes por los pequeños detalles que se desprendían del discurso de la profesora de poesía. Había momentos en los que se quedaban solos, por una causa o por otra, sucedía. En esos momentos ella se soltaba a hablar con confianza, y lograba con toda naturalidad y facilidad de palabra arrancar del boxeador una atención que no conseguía de la mayoría de los hombres que conocía. Cuando esto sucedía solían sentarse muy juntos en uno de los bancos de la clase que utilizaban para su actividad poética. Y en esa estrechez de confesiones, mientras la voz dulce y modulada de Anabel avanzaba, sus manos giraban graciosamente para posarse una y otra vez en el regazo como palomas que necesitan un descanso antes de retomar el vuelo. Él las miraba obsesionado por sus formas y delicadeza, por su piel brillante y por su manicura perfecta, y no podía evitar compararlas con las suyas, rústicas, hinchadas, acostumbradas a dar golpes, insensibles. La miraba embobado y parecía capaz de todo, en cambio, se le torcía la lengua y apenas podía articular palabra, así que pasaba los minutos escuchándola sin interrumpirla. Todo parecía indicar que había sido una niña con suerte, con una familia que la había llenado de atenciones y le había dado una educación refinada, y entonces no podía olvidar que él nunca había sido así y todo el drama de su infancia volvía a empezar. Dejó a Anabel hablando con otras de sus alumnas y se fue andando a casa, por nada del mundo hubiese permanecido más tiempo allí, no tenía su mejor día y habían tocado uno de esos temas que lo obsesionaban. Comparado con su pensamiento, en los momentos más doloroso de su orfandad, cualquier poesía se quedaba corta. Se dirigía a la peluquería de Lorelay, su prima, la hija de Engracia, la mujer que lo había recogido de niño y que lo había criado. Hacía más de un año que no le hacía una visita, y se creía en la obligación de rendir cuentas porque Engracia ya había muerto, y no quería que pareciera que echaba tierra sobre su pasado, pero


algo de eso había en su remordimiento. Ella abrió la puerta y dijo alegrarse de verlo, a él le pareció sincera, lo hizo pasar y después de hablar un rato le dijo que le iba a cortar el pelo. Todo era como lo había esperado, como antaño, al menos así parecía, todo asimilable, todo familiar, por lo demás, lo que tenía que ver con sus íntimas aspiraciones, de eso no hablaba con nadie, y tampoco lo iba a hacer con Lorelay. -Oye Lore, tu hermano me rehuye. Lo he notado. ¿Tú sabes que le pasa? -Mientras hablaba se dejaba hacer. Lorelay le ponía un poncho negro de un material sintético sobre los hombros para que el pelo una vez cortado resbalara hasta suelo. Cuando se lo cerró en el cuello apretando el velcro, Monty Kid abrió los ojos temiendo que lo ahogara, pero no se atrevió a protestar. -Está encaprichado ya se le pasará. No pasa por un buen momento. -¿He hecho algo que le molestara? -Ella empezaba a cortar estirando el pelo mojado, recogiéndolo entre los dedos y cortando la parte sobrante. -No creo que sea algo fácil de entender. -¿A que te refieres? -Pues que él siempre se tuvo en muy alta estima. Ya sabes, es muy orgulloso. Yo no le he hablado de esto, pero tal vez cree que tú deberías ser más humilde. -¿Y tú, qué crees? -Yo no creo nada. Todas las horas de ese día iban a pasar llenas de pensamientos y viejas inquietudes, se trataba de un día atípico. No dejaba de pensar en lo que había sido su infancia y cuanto había hecho su tía por él, y al mismo tiempo no dejaba de moverse, de andar de un sitio para otro, de hacer visitas, no necesitaba extraviarse como hacen algunos para dejar que pasen las horas, tampoco renunciaba a pararse e bares y saludar a viejos camaradas. Pero como el tiempo había pasado, y ya nadie era el mismo, en realidad todo era tan superficial que no permitía anclarse en ninguno de aquellos lugares por más tiempo del estrictamente necesario. En su caso, se trataba de no parecer ninguno de aquellos hombres de mirada perdida que se acercaban a la barra de un bar y eran capaces de pasar horas sin terminar de concretar sus miedos, para volver a casa en una rutina dolorosa. Por nada del mundo hubiese deseado convertirse en uno de aquellos, que vistos con detenimiento no eran mucho más viejos que él, ¿que podían tener..., diez años más? ¿Acaso en diez años estaría convertido en una costumbre que escapaba de cualquier sorpresa o novedad más allá de su salida de media tarde? No, no se podía comparar con ellos, había otros muchos hombres que habían sabido interpretar su madurez, que eran capaces de moverse con inteligencia, haciendo cosas, todo tipo de cosas, de eso estaba seguro. Pero también él en su paseo,


aquella tarde había vuelto a algunos de los bares que conocía, y había visto a alguno de estos hombres sumidos en sus silencios y fue eso lo que lo llevó a ponerse en su lugar. “Soy un ser moral”, se repetía, “es lo único que me detiene.” Por más que intentaba sacarse de la cabeza a la profesora de poesía no lo conseguía, una y otra vez, aquellos pantalones ceñidos que parecían empujarla contra el encerado cada vez que intentaba deslizar la tiza rebuscando la inclinación, la curvatura y el enganche de las letras, volvían como una visión inesperada dispuesta a perturbar cualquier ansiado sosiego. De entre todas las mujeres que había conocido en su vida, había algunas que habían dejado una huella imborrable, pero sólo algunas mantenían la yaga del deseo abierta No sin poca dificultad se levantó a la mañana siguiente dispuesto para volver a ver a Anabel, como profesora o como confidente. Ya se ocuparía él de llegar con bastante tiempo, cuando nadie podía sospechar que los dos estaban allí, ella con la excusa de preparar sus clases, y él, según confesaba, porque no tenía nada mejor que hacer. Al atreverse a escuchar, al permanecer en silencio mientras ella elaboraba sus discursos, se arriesgaba a volver al tema eterno, el marido ausente, y así fue: Kid fue imaginando un hombre orgulloso, que apenas le prestaba atención a su mujer, hasta el punto de crear en ella dudas importantes acerca de si era amada, o lo suficientemente valorada. Entonces cayó en la cuenta que aquella mujer hermosa, con su mirada juvenil, con su aspecto de doncella, con sus ocurrencias de espontánea ninfa, con leve risa, con su voz rota y suave a la vez, rondaba ya los cuarenta, y de preguntó por qué no habían tenido hijos. No se trataba de una mujer abandonada, aunque, sin hacerlo demasiado obvio, se ponía en la posición de quienes buscan ser seducidos. O tal vez, lo que estaba sucediendo, era que necesitaba ser seducida pero de una forma inconsciente, o no llegar nunca, o saber parar a tiempo; Kid lo comprendió desde el principio y lo aceptó sin dar el paso que los pondría a los dos en una situación de presión rasgada. Podríamos preguntarnos si aquellas historias eran tan inocentes como parecía, si en su forma de narrar no empleaba la ninfa los secretos más torturadores para la libre imaginación de un hombre, no sería en absoluto absurdo poner en duda la fidelidad absoluta a su marido que desplegaba y de la que presumía la dama. Aquel hombre que no conocía, al que nunca había visto, y todo señalaba a un hombre importante, aunque ella nunca dijo en que trabajaba exactamente, algo relacionado con los coches deportivos, tal vez el dueño de una marca, o simplemente un comercial de coches de lujo, no podría decirlo con exactitud. En una ocasión ella llegó más contenta que de costumbre, feliz posiblemente, algún significado así demostraba su euforia. Era un lunes, para como Kid exactamente igual a otro cualquiera, pero Anabel había acompañado a su marido a un exposición de autos deportivos, una de esas exposiciones itinerantes a las que sólo se puede acceder si pagas una entrada equivalente al sueldo de un mes de un trabajador del astillero. Esa vez se trató de un discurso bien estructurado, como si lo hubiese estado preparando toda la noche, lleno de detalles y posibilidades para el futuro; posibilidades que apuntaban al deseo de reconstruir lo que pudiera haber de roto en su matrimonio. Considerando todas las pistas que ella le iba dando, volvió a imaginar a aquel hombre desconocido como un manipulador poderoso y “supermillonario”, y a ella


doblegándose a sus deseos, sometiéndose a la posición de una más de tantas azafatas que pululaban por la nave industrial abriendo y cerrando puertas para que los clientes pudieran ver con detalle los acabados interiores de aquellos autos. Creyó verla en sueños vestida con una minifalda roja a juego con una camisa de seda transparente, en la que sólo su ropa interior lo separaba de sus senos. Ella demostraba que podía manejar cualquier situación con absoluta maestría, y posaba delante de los Mercedes, lo Porche o los Alfa Romeo, sin permitir que los clientes la abrazaran, pero tan cerca de ellos como cualquier otra azafata. El talento de una mujer la puede llevar de transitar meses por los insondables mundos de la poesía, a pasar las tardes más divertidas como azafata en un salón del automóvil, por amor a su marido. Aquella tarde, al contrario que la del día anterior, se presentaba sin ánimo para el paseo, “nada de deambular” se hubiese dicho si fuese capaz de reflexionar, porque realmente las decisiones en momentos así, de falta de entusiasmo, por no llamarle tristeza, son decisiones rápidas y nada meditadas. Quería llegar a algún sitio con rapidez, dejarse tirado en un sillón sin apenas hablar y esperar que pasaran las horas, y para eso, lo mejor era ir hasta la casa de Ashley. Era algo que ya había hecho otras veces, esperando que ella no notara que sólo en sus peores momentos acudía a ella reclamando atención, pero las mujeres son seres intuitivos, y este tipo de cosas las notan especialmente. Presentarse así sin más, no tenía necesariamente porque tener un significado desgraciado, no quería decir que en realidad sólo le importaba cuando se sentía derrotado, pero así era. -Dime Kid, ¿tú has tenido muchas novias? -preguntó Ashley recostada sobre él, en el sillón viejo de su habitación. -¿Quién lo dice? -respondió él volviendo la cabeza para mirarla fijamente. -Todo el mundo lo dice. -Pues si todo el mundo lo dice, negarlo no sería muy inteligente. Pero si consideramos los hechos de mi vida como realmente ocurrieron, no creo que a muchas de las chicas que he conocido se les pueda decir que fueron mis novias. Ni siquiera creo que a ellas les gustara que se anduviera por ahí diciendo algo así. -Verás Kid, los chicos que tienen muchas novias, no van en serio con ninguna, y se aprovechan de todas. -Puede ser que así sea, pero yo no me aprovecho de las chicas. No sé porque me dices eso. ¿Has estado leyendo uno de esos libros feministas? -parecía desconcertado, pero no terminaba de tomarse en serio aquella conversación que parecía construirse para por fin terminar por acorralarlo. -¿Te gusta tu profesora de poesía? Diríase que una creciente preocupación se cernía sobre él, una preocupación


general que parecía insistir e ir cerrándole todas las puertas, nada de particular o especialmente grave, era una sensación que le llegaba a veces, cuando no se producían cambios significativos en su idas y venidas, cuando todo parecía relentizarse. No es fácil de explicar, aunque posiblemente todos hayamos sentido una sensación parecida algunas vez. La vida se detiene, al menos en ocasiones parece que sucede, y es entonces cuando creemos que todo conspira en contra nuestra y que todo lo que nos había costado tanto construir empieza a desmoronarse. Considerando que que no podemos enfrentarnos a nuestras necesidades como un hecho controlable, por la sencilla razón de que son cambiantes, era la experiencia de relaciones pasadas que le anunciaban que algo tocaba a su fin, o que podía suceder en cualquier momento, de forma inesperada. Era cada vez más claro que debía tomar la vida en movimiento, siempre en movimiento, como subido a un trapecio, sin dejar de que un entorno detenido se cernieran sobre él. Era consciente de que la gente más feliz era la que conseguía lo contrario, pero resultaba un misterio para él, cómo conseguían anclarse a un lugar, a unas costumbre y a un círculo social y mantenerlo sin cambios. Bruick Benton se lo encontró entrenando en el gimnasio al día siguiente. Una causa que aún no terminaba de definir, lo había mantenido aquella mañana lejos de sus clases de poesía y se había ido a entrenar. Hay una suerte de infelicidad en los que se relacionan con la mentira y se dejan manipular, por eso en cuanto vio a Bruick una estúpida sonrisa cubrió su rostro de oreja a oreja, como si creyera que iba a disputar el título mundial y además ganarlo. El fenómeno de la estupidez humana suele venir acompañado de una sonrisa de afirmación que casi siempre se equivoca. Bastaría pensar en cuantas veces nos hemos equivocado o cuántas veces no nos hemos equivocado, para que dejáramos de sonreír así, pero somos totalmente inconscientes de nuestro error al adoptar esa postura, posiblemente porque creernos más listos de lo que somos en realidad nos anima. Comenzaba a ser más que evidente que Bruick le estaba tomando el pelo, pero él seguía confiando en lo prometido. Esta vez le dijo que harían un nuevo combate de entrenamiento, uno de esos combates en los que el rival siempre se tiraba. Kid empezaba a notarlo, pero no decía nada. Empezaba a estar claro que había un sistema amañado de puestas y ya todos apostaban por Kid, así que el negocio de acababa. Una pelea más y lo prometido llegaría, entrar en competición. Con los contactos de Bruick no resultaría difícil, un combate por el título, si ganaba estaría en posición de empezar a combatir con rivales directos para sumar los puntos necesarios que le permitirían posiblemente a final del año próximo desafiar al campeón. Bruick se lo había pintado todo de color de rosa y el estuvo muy de acuerdo. Todo aquello no era un regalo, se trataba de recoger el fruto de un año de peleas por gimnasios de mala de muerte en su ciudad y en los alrededores. No había sido agradable pero la experiencia adquirida sí había sido grande, y la transmisión de un aprendizaje así, ni el mejor entrenador la hubiese podido dar. Estaba contento, y no podía sacar aquella sonrisa idiota de su cara mientras se acercaba al promotor de peleas, que en realidad se dedicaba a amañar apuestas, todo un personaje. -Entonces, ¿cuándo será la pelea?


-Harás la última de entrenamiento antes que nada, muy pronto, y el mes próximo, en ningún caso, antes de dos meses, subirás a un ring profesional, ya sabes, con todo lo que eso conlleva. Habrá publicidad en radio y prensa, y vendrán periodistas deportivos del extranjero; no me dejes quedar mal. -No Bruick, yo puedo dar mucho más. Cuenta conmigo. Y volvió a entrenar con más gana y ahínco, como nunca antes lo hiciera.

3 La Casualidad Fluida De La Vida Da Otros Golpes (más amargos y perdurables) La cualidad del deportista que desea competir a alto nivel tiene que ser la perseverancia. Hasta ahí no había nadie tan dispuesto y preparado; como testarudo no tenía rival y la disciplina del entrenamiento diario también era suya. Como una expresión más de sí mismo, el poderoso deportista iba tomando forma y ni las tentaciones terrenales a las que a diario se veía sometido, podrían con él en aquel momento, se puso a dieta de deseo, y entonó la canción del sacrificado y rudo trabajador que termina por encontrar los frutos de su trabajo. Para un boxeador de incipiente técnica, talento renovado y juventud exitosa, basta la adulación para convencerlo de que su esfuerzo no es vano. Tal y como tantas veces se repite la historia, la entrega a una disciplina nunca asegura la continuidad, al contrario la incapacidad de mantener en el tiempo un determinado nivel de entrega es lo que determina el abandono. En tal situación navegaba Kid, desconociendo por completo si el iba a ser uno de los elegidos, uno de los llamados para destacar en el deporte, o si por el contrario se iba a apagar sin remedio, pero de algo estaba absolutamente seguro, ciegamente convencido y perdidamente obsesionado, lo iba a intentar con todas sus fuerzas. Es la adulación la que lo puede mantener entrenando más allá de sus fuerzas, pero también la que lo puede llevar a creerse un ser de otro mundo, un super-humano capaz de lo imposible y de llegar donde todos fracasaban, y ese alejamiento de la realidad hacerlo fracasar en medio de fiestas y homenajes. En lo que respecta a la inocencia del deportista, nunca existe, saben todo lo que hay


saber acerca de las irregularidades que se mueven a su alrededor, sobre las apuestas, los dopajes y quienes son los que pueden ayudarlos en su carrera; favor por favor. Así fue como se planteó Kid, sin demasiados escrúpulos ni miramientos; sabía perfectamente quien era Bruick y que le gustaba más el dinero que el deporte. De todo lo que el productor de peleas pudiera hacer, o haber hecho en el pasado, no se le escapaba nada, sabía perfectamente hasta donde podía llegar, casi nunca llegaban los problemas a mayores pero sabía que era un hombre “peligroso” a su manera y no quisiera tener problemas con él. Se trataba de ayudarse mutuamente, las buenas críticas en prensa de Kid como principiante con proyección podía ser utilizado en favor de los dos, y Bruick era el tipo de persona que sabía hacerlo. Así como otros se tiraban en el tercer o cuarto asalto por ganar algo de dinero, el estaba dispuesto a hacerse con una reputación que le permitiera entrar en el circuito profesional de peleas antes de que se le pasara la edad, con lo que no contaba era con que todo pudiera resultar tan fácil. No, no era inocente en absoluto de que Bruick estaba en aquello por ganar dinero, lo que jamás hubiese supuesto que hubiese pagado a todos, absolutamente a todos los que se enfrentaron aquel año con él en peleas locales. Apenas los tocaba y se iban al suelo, y eso hacía crecer en él una falsa confianza que más pronto o más tarde le iba a pasar factura. Cuando el teléfono suena a medianoche y lo hace con la intensidad de una mala noticia, el sueño interrumpido no deja de flotar inmediatamente y su historia se recrea donde la habíamos dejado, mientras la voz al otro lado empieza un discurso que apenas podemos concretar. Se trataba de Leskot del hermano de Lorelay. -Kid, mi hermana está muy mal. Sería bueno que vinieras, la han ingresado. Un rasgo característico de Kid era que intentaba cumplir con lo que se esperaba de él, cuando se le reclamaba, pero por si mismo, en lo que tenía que ver con las emociones, la entrega y el compromiso, no daba ni un paso. Con mayor claridad esto iba quedando claro al cabo de los años, había algo en su personalidad, o tal vez se tratara de alguna carencia afectiva, o algo que debía haber aprendido y no lo había hecho, o, puestos a divagar, es posible que se tratara de una inclinación a la soledad lo que lo llevaba a no tomarse a nada ni a nadie en serio del todo. No con la relevancia necesaria para llegar a pensar que alguien podría llegar a ser familia con sólo planteárselo. Haber asumido ese nivel de compromiso tendría un significado distinto al que en su vida le daba a cualquier persona, animal o cosa, tendría el significado de apropiarse para siempre y sin fisuras de un alma ajena, y eso era mucho más de lo que estaba dispuesto a dar; la familia no era para él. Esta forma de ser y de pensar era un carga de infinita responsabilidad, pues le hacía dudar de estar cumpliendo con otros que le habían dado más de lo que él podía o sabía devolver. Ese era el caso de Leskot y Lorelay, pasaban años en que ni los veía, y eso que vivían a un paseo de menos de diez minutos andando, y sabía que tenía una deuda de infancia, aunque, para ser sinceros, lo olvidaba con frecuencia por más tiempo del deseado. Lorelay se pondría bien, una sobredosis de optalidones no mata a nadie. No era tan débil, pero demostró una vez más que necesitaba un apoyo que nadie estaba dispuesto


a darle. Para Kid, era muy fácil creer que podrían entregarse a la intención de sanarla con sólo darle su aliento en horas desiguales y distantes, pero ni en eso llegaba al nivel esperado. Estaba encadenado desde hacía demasiado tiempo a una vida construida sobre su independencia, lo que tenía un significado parecido al rechazo y al olvido de su pasado. Esa noche, mientras esperaban en la sala del hospital, así se lo hizo ver Leskot, y hablaron hasta la madrugada. No querían marcharse sin que ella los viera y supiera que estaban allí, que habían estado toda la noche esperando para que cuando despertara supiera que alguien había estado esperando que se recuperara. Así que la conversación con Leskot duró mucho, y el boxeador intentó comprender, y tal vez había algo de cierto en que había perdido una parte de su conciencia, y también le dijo sobre su presunción. En cualquier caso, no pretendía adoptar una postura superior, mucho menos, una postura orgullosa con aquellos que lo habían ayudado. Por lo tanto, había en los reproches de Leskot, un largo resentimiento, algo de “nosotros te recogimos de la calle, y ahora vas de superior”, y después de llegar a esta conclusión intentaba no concentrarse en su negatividad, y el sentimiento que lo invitaba a rebelarse. Incluso intentaba aceptar que llegado ese momento, lo mejor era intentar comprender, aunque su forma de vida no sólo lo tenía atado, sino que no sabía si podría cambiarla hasta hacerla satisfactoria a las exigencias de Leskot. Sin aceptar la injusticia en el mundo como una forma de progreso, la inconsciencia de todo lo que sucede a nuestras espaldas, es la única cosa que nos posibilita para ser felices, y eso le sucedía. Tal vez de forma inconsciente olvidaba cualquier sufrimiento o sacrificio por meritorio que fuera, si eso empañaba sus momentos más delirantes. Es posible que así sean las cosas, y aquellos que viven ajenos al sufrimiento de los otros son los únicos que tienen derecho a ser felices. Hacía mucho que no sabía nada de Leskot, y no quería oír sus reproches, y a Lorelay, además de aquel otro día que la visitó y salió con el pelo recortado, no recordaba haberla visitado en muchos meses. Vivía ajeno a demasiadas cosas que empezaban a dejar de importarle. El entrenamiento se hizo más duro, estaba dispuesto a ser el mejor, a tener un “brazo de hierro” capaz de tumbar a cualquiera, y apenas hacia otra cosa más que entrenar. ¿Es posible mantener un elevado grado de concentración cuando se está a la vuelta de un encuentro deportivo esperado durante meses, si uno no es capaz de abstraerse de las más profundas preocupaciones? Estas y otras preguntas trataban una vez más de alejarlo de cualquier sentido del deber que no hubiese aceptado expresamente. Pero como es sabido, nuestros deberes no crecen de la nada, ni nadie nos va a decir cuales son o, mayormente, si aceptamos que así sean (las responsabilidades en las que nos preguntan si aceptamos son puramente de orden práctico y sin transcendencia en nuestra psiquis), tenemos responsabilidades con la vida que no nacen de nuestra aceptación y esas son las más dolorosas.


4 La Maldita Circunspecta Y El Hálito De Kid De los ojos de Monty Kid salía un fuego desconsolado cada vez que se sentaba para escuchar a la profesora de poesía. Pero sus intentos por disimular este estado eran infinitos cada vez y cada novedad era recibida con el gesto imperturbable. -Al fin he encontrado un trabajo que me puede gustar, visitadora médica. Mi marido me ha comprado un auto, y cubriré una zona amplia. Estoy muy ilusionada porque yo estoy licenciada en farmacia aunque pueda parecer otra cosa, y es lo que más se parece a lo que estudié de lo que pude encontrar. Esto supone que debemos dejar la poesía, pero no ahora, no inmediatamente. Terminaremos este curso, pero después del verano, ya no habrá más. Lo siento me estaba encariñando con todos vosotros. -Y no nos volveremos a ver. Con lo que yo disfrutaba cada vez que me hablabas de tu marido – se echó a reír por su ironía. Ella apenas le hizo caso-. Vale, no más poesía el año próximo. Lo entiendo. La recuperación del romanticismo que lo enfermaba fue instantánea, se levantó y se separó de ella. De pronto todo había cambiado, no parecía el mismo, y comenzó una conversación mucho más ligera, le habló de los últimos adelantos de la medicina, de los cambios políticos en el mundo y de unos zapatos que había visto en una tienda y que probablemente se compraría después de su combate. Ella se quedó desconcertada, no era para menos. Pasó aquel día y Kid no volvió a las clases de poesía; creyó que nunca la volvería a ver. El temor de llegar a ser derrotado empezó a enfrentarse a la convicción del triunfo que hasta ese momento de su vida lo había guiado. Nadie gana siempre se decía, de hecho, sus victorias habían sido contra rivales menores, como si hubiese estado jugando en una liga inferior a la que le correspondía, por así decirlo. La preocupación por no ser capaz de consolidar su carrera era real, y común entre deportistas. A esta sensación de falta de protección ante un futuro al que muy pocos de sus compañeros de boxing iban a llegar, se sumaba el desmedido terror que le producían las lesiones crónicas en las articulaciones, en los codos, muñecas y..., rodillas sobre todo. Se conocía bien, y sabía que si tenía una lesión de rodilla por una giro forzado e inesperado, tendría que renunciar a todos sus sueños. No era un hecho superficial temer que esa parte de su anatomía fallara precisamente ahí, conocía sus puntos flacos, y las rodillas ya habían empezado a darle algunas molestias. Las personas de la primera fila parecían concentradas en no perderse nada de lo que pasaba, podían estar hablando, observando los movimientos de los árbitros, la prensa,


la disposición de las tinas y las banquetas en los rincones, el ir y venir al bar de los inquietos espectadores, las chicas más guapas de la ciudad vestidas como si fueran a una boda, y al mismo tiempo intentar refrenar el deseo de apostarlo todo, de dejar hasta el último céntimo en las apuestas; esa era la tensión definitiva que motivaba cada entrega por personal que pareciera. Los ayudantes del entrenador, ya habían tomado posiciones, recelando de cualquier desconocido que se acercara a más de medio metro de la esquina que les habían adjudicado. Se reproducían escenas que conocían bien de combates anteriores, nada era tan diferente, y allí estaba Bruick, fumando intranquilo, yendo y viniendo, esperando que todo sucediera conforme a sus planes. Nunca nadie había visto a Bruick tan desconcertado, no estaba actuando conforme a lo que se podía esperar se él, aunque lo llevara en secreto. Nadie sabía nunca lo que pensaba o lo que había detrás de su sonrisa y su amabilidad, pero esta vez se le notaba que perdía el aplomo que le era habitual, y todo porque al contrario de lo que le pedía la razón había apostado a favor de su boxeador. No tenía ningún control sobre la pelea, podía ser cualquier resultado, y esa misma razón que le indicaba que Kid llevaba las de perder, le decía que por algún motivo que desconocía debía estar con él esta vez, y así lo hizo. Los combates suceden muy aprisa, una vez que suena la campana pasan como si el tiempo se hubiese vuelto loco y se hubiese tirado a la carrera, antes de que los contendientes se puedan dar cuenta, ya todo acabó, para bien o para mal. La experiencia del dolor pronto hace comprender al boxeador que cualquier hombre se puede domar cualquiera que sea su peso o su fuerza, y deberían agradecer a la vida por enseñarles esto dentro de un ring y que puedan poner en práctica toda esa humildad fuera de él. Estos hombres que una vez se creyeron invencibles, van perdiendo su juventud y se van transformando en algo lleno de experimentada sabiduría, desaparecen paulatinamente las ambiciones desmedidas y la creencia loca de que pueden con el mundo; pensamientos tan próximos a la juventud desbordante de energía. Casi siempre hay un Bruik cerca que precipite los acontecimientos, y en el caso de kid, el momento de la derrota había llegado, la realidad ya no iba a esperar más. El combate duró demasiado, hubiese preferido que terminara antes. Los dos primeros asaltos se sintió estudiado como una presa a la que se va a acosar hasta que se convierte en trofeo. En el cuarto asalto se dio cuenta que no había metido ni un solo golpe con claridad, sintió temor por la exultante superioridad de su adversario, pero sobre todo porque algo de su vida se paraba allí, y se dispuso a recibir la paliza más grande jamas imaginada. Frente a la inseguridad y las dudas, su vida empezó a correr delante de sus ojos, sus planes, sus ambiciones, su necesidad de refinarse estudiando poesía, sus trajes elegantes con los que se paseaba por el barrio con Ashley a su lado, todo empezaba a perder sentido. Un gancho interior le pudo romper la mandíbula en el sexto, en vez de eso lo hizo desplomarse como una flor extenuada. Fue entonces cuando perdió la concentración, ya no pensaba en la pelea, y todo le daba vueltas. Intentaba encajar cada golpe con entereza y eso lo llevó hasta la campana, !nunca había sonado tan dulce! Los pocos metros que lo separaban de su esquina miró al público y creyó reconocer a Ashley, juraría que se trataba de ella, aunque sabía que era imposible que estuviera tan cerca,


apoyándolo en algo que le producía tanto sufrimiento y rechazo, como si el no lo supiera; pero volvió a mirar y allí estaba sonriendo aplaudiendo a su derrota, o a la victoria de algún otro que no reconocía por ninguna parte. Se encogió de hombros y se sentó en su taburete mientras alguien intentaba parar la sangre que brotaba de todas partes sobre su cara y apenas lo dejaba ver con claridad. Bruick Benton se acercó y le dijo al asistente que le dijera, que si lo veía difícil que lo dejara, que él no lo iba a culpar por eso. Pero en ese momento sonó de nuevo la campana y se puso en pie y no recibió el mensaje, la paliza que le esperaba iba a ser de lo peor que había pasado en su vida. El asalto número siete, fue un infierno, y apenas pudo devolver un golpe. El resto fue un recital de golpes profesionales; debería haberlo imaginado. Volvió a encogerse delante de Runney, el boxeador que debía batir si quería entrar en el circuito, por lo tanto de lo peor que se iba a encontrar allí. Ahí se acababan los sueños, las esperanza, la falsa modestia y la presunción de los que se creen mejores de lo que en realidad son -eso iba a poner de muy buen humor a Leskot, de hecho, si estuviera allí mirándolo entre el público, posiblemente estaría dando saltos de alegría-. Entre la niebla de dolor y confusión, justo antes de caer por última en el noveno asalto, se reconoció a si mismo como un simple chico de pueblo sin posibilidades. Era como nacer de nuevo, bajar de la nube y verse como en realidad era. El temor a perder se alejaba a cada nuevo golpe encajado, frente a la construcción de lo prudente, la realidad lo golpeaba también en las preocupaciones y perdía orientación; ya no podía intuir por donde le iban a venir aquellos dos brazos peludos y fornidos ni como llegaban los puños hasta su cara con tanta facilidad. Fue en las semanas posteriores a aquel combate que sus ojos se volvieron tan tristes, los ojos de boxeador se van haciendo pequeños con el paso del tiempo, al menos dan esa impresión, frente a la exigencia del triunfo la poderosa reacción de la vida, del destino a batir, de su condición social que se convertía casi en raza, cuando veía a los niños jugando en la calle entre basuras y autos destartalados. Así se veía a sí mismo en su niñez, y no podría despegarse de eso por mucho que lo deseara. Eran ciertos todos los temores de Ashley, no la volvió a ver, porque ella a su vez no soportaba verlo con la cara destrozada y poniendo cara de soportable inconveniente, porque al moverse se manifestaban de dolor las costillas aplastadas. Leskot jugaba con él entre los restos de pescado de la feria cuando eran pequeños, siempre, por alguna razón desconocida llegaba a casa mucho más limpio que él, y así debía seguir siendo, aunque, nunca se planteara humillarlo ni despreciarlo. Se trataba, al parecer, de perder todo por el boxeo, los amigos de la infancia, la mujer amada, la autoestima, el arraigo..., justo en el momento en que empezaba a perder el boxeo y ya era demasiado tarde. Por eso, la dimensión de abrazar cualquier obsesión creyendo que eso te hace mejor, o superior, o más fuerte, es un error irreparable. Esas ideas tenían más que ver con la superación personal que con la ambición, lo que aún sería peor; imaginar que se pueda perder todo por ambición es lo peor que se puede imaginar. Porque si a Kid la ambición lo hubiese cambiado hasta el extremo de no escuchar a su conciencia, entonces no sólo habría perdido el afecto de muchos amigos y seres queridos, sino que tampoco habría sitio para el perdón.


-!Qué digo indecente, es obsceno! -le repetía la voz de doña Engracia que lo había criado, y desde su tumba cada vez que lo veía vestirse y arreglarse como un “pincel” para salir a las verbenas y derrochar su talento y desenfado con las mujeres de las que se olvidan al día siguiente. Dejó de ir a entrenarse, se abandonó en todo, lo referente a sus costumbres y disciplina, relajó cada norma, perdió la pureza y volvió a confiar en la vida bohemia hasta olvidar que debía descansar y dormir lo suficiente para no caer abatido, esta vez por un nuevo enemigo que apenas conocía, él mismo. Y así avanza la vida, entre momentos de triunfo y momentos de depresión, y a la vuelta de unos meses, seguía siendo el fornido joven de reflejos rápidos y carácter recio, pero consintiéndose, lo que también resultaba una novedad. De cada nueva etapa de su vida iba congraciándose con una costumbre que le serviría para evocar en su vejez, y que penetraban profundamente en la esencia de su transitar por ilusiones, aspiraciones y realidades más o menos recias. El aliento vigoroso del joven boxeado, el hálito de un cuerpo esforzado por conseguir su meta, el vapor de ese sudor saliendo de sus hombros bajo las luces del ring, eso empezaba a perderse. Dicen que las grandes hazañas que llevemos a cabo en nuestras vidas son más cuestión de constancia que de fuerza, y eso tiene que ver con todos los que abandonan sus sueños porque pierden la fe en sí mismos. Resultaba creíble el cambio operado en él, tal y como había transcurrido el año posterior al combate todo hacía pensar en que nos encontrábamos delante del verdadero Monty Kid, y no de la imagen que se había procurado creyéndose campeón del mundo. Haber seguido calmosamente sin que nada cambiara hubiese sido una presunción aún mayor. Día a día cobraba la realidad del abandono una presencia inexcusable que tal vez, empezaba a molestarle, y eso era que estaba perdiendo a toda la gente que alguna vez le había importado -otra cosa era si ellos esperaban tanto de él-, y estaba aprendiendo a moverse sin compromisos. A las chicas con las que se divertía ya no las tomaba en serio, a Leskot y a Lorelay también dejó de verlos, y hasta Bruick desapareció de su vida cuando dejó de entrenar. Todo había cambiado ostensiblemente, aquella noche de la pelea más importante de su vida. Sorprenderse con ojos de niño delante de cualquier regalo, por delicado que fuera, lo llevaba una y otra vez a deambular por las secciones más caras de los centros comerciales. Porcelanas, mesas acristaladas, loza, sillones con motor que se movían adelante y atrás, lavadoras ultrarrápidas, lámparas irisadas que ocuparían toda la amplitud del techo de su pequeño salón, en fin, todo tipo de adornos y electrodomésticos que él creyera que pudieran serle útiles alguna vez pasaban ante sus ojos. A la mirada distraída del visitante a los grandes almacenes habría que añadir, cuando así se produce, la íntima sensación de que nada que se compre ese día va a terminar por satisfacer plenamente. Es obvio que existen momentos en nuestras vidas, etapas quizá, en las que nada nos va a ser suficiente, ni a colmar el ansia que tenemos por olvidar algún fracaso reciente. Y es esa misma ansiedad que nos urge a olvidar, la que no lleva a cometer nuevos errores, por eso, Kid que lo sabía, lo entendía y lo valoraba en su justa medida, se retraía y se limitaba a deambular entre pasillos


atestados de ofertas, propuestas veraniegas o descuentos de fin de temporada. Por primera vez en muchos años, era capaz de pasear por los pasillos, subir y bajar de planta rodeado de otros clientes cargados de bolsas repletas de gordas adquisiciones, sin sentir la más leve inclinación por detenerse a comprar. Claro que ya no era inconsciente jovencito que se iba a comer el mundo, la lección aprendida estaba clara, si no cubría para encajar los golpes con protección, era la vida y el mundo los que se lo iban a comer a él. Por una media hora siguió dando vueltas como un hombre sin destino, sin una idea de lo que quería o a donde se dirigía, y fue justo en el momento en que se dirigía a la puerta de salida cuando vio pasar entre maniquíes a dos mujeres, una en su plena madurez, la otra más joven. Parecían madre e hija, y mientras la madre se las apañaba para portar las bolsas de lo que acababan de comprar, la hija se sostenía no sin cierta dificultad sobre dos muletas. !Se trataba de Anabel y ya nada podría cambiar aquella visión! La impresión fue tan grande que lo dejó por unos minutos en estado de shock, sin poder moverse, oculto por una estantería de patos de cerámica y la caída de la escalera mecánica sobre su cabeza. Estaba seguro de que no lo había visto. No, no lo había visto, se había detenido y hablaba con la señora que la acompañaba. Es sumamente curioso como reacciona la mente humana ante el pánico, primero nos paraliza, y enseguida tomamos la decisión más errónea y comprometida. Allí donde cualquiera con una mente fría y poniendo en juego su afecto se hubiera acercado para interesarse por aquella terrible desgracia que parecía haber caído sobre Anabel como una maldición y así poder darle su apoyo e intentar animarla, él, sin embargo, salió corriendo en dirección a la salida. “No, no me ha visto”, se repetía avergonzado mientras subía una calle bastante empinada como alma que lleva el diablo. Sin duda, para un observador casual, alguien que en aquel preciso momento pasara a su lado, o simplemente se hubiera detenido muy cerca en un deambular habitual entre clientes de grandes almacenes, y hubiese asistido a la reacción inesperada del boxeador, sin prejuicio alguno, hubiese quedado convencido de que sólo un miedo atroz puede hacer reaccionar así a un hombre. Cuando todo hacía parecer que ya nada podía impresionarlo se creyó de nuevo absorbido por la sensible negrura emocional que lo azotaba, la que le producía la noble toxicidad de la poesía, apoyándose irremisiblemente sobre muletas. Cualquiera que no haya pasado por una experiencia similar puede entender de lo que hablo, de las consideraciones de un enamoramiento oportunista y de lo que se derrumba como todo el resto. Se trata de lo que hoy podríamos llamar la ponderación de posibilidades de fracaso y otras inseguridades, lo que sucede sin nuestro consentimiento y tiene más que ver con el azar, o con un inesperado destino -un destino que se presenta así de deformado, cuando hasta ese momento no había dado señales de tener influencia alguna sobre nuestras vidas-. En cada nueva etapa de la vida, el avance de los sueños rotos es inevitable, inexorable y definitivo; nos cubre, la experiencia se vuelve y las ilusiones se vuelven contra nosotros.


5 La Intangible Reverberación De La Oscuridad La experiencia prodigiosa de la visión de Anabel a punto de derrumbarse, intentando la normalidad de llenarse de bolsas cargadas de regalos y ropa nueva, lo mantuvo despierto las noches siguientes a este suceso. Se trataba de una visión torcida porque no había tenido la valentía de esperarla mientras se deslizaba angustiosamente sobre sus muletas, sin conseguir avanzar al ritmo deseado. Nadie hubiese sido capaz de imitar un movimiento tan desgraciado. Y fue en ese punto de orientación de sus reflexiones, cuando asumiendo el sufrimiento real de Anabal en aquella imagen, decidió que debía volver a verla, y esta vez no huiría. Se propuso un plan que necesariamente daría sus frutos, volver todos los días al lugar donde la había visto en las próximas semanas, pues todos somos seres de costumbres, y en lo que respecta a comprar la ropa que nos gusta en determinados comercios de nuestra confianza aún más (de eso sabía mucho Kid, pues como ya hemos señalado con anterioridad, era un boxeador bien presumido y se cuidaba mucho de su ropa y su aspecto). En sus propios términos, aquellos que le resultaran más cómodos y convenientes fue convirtiéndose en un visitante asiduo da la planta de ropa femenina, y a nadie parecía extrañarle, de hecho llegó a entablar una cierta confianza con alguna de las chicas, más interesada en él y sus posibilidades, que en venderle alguna cosa. No se proponía intimidarlo, pero para romper el hielo le propuso que se llevara una conjunto de ropa interior femenina que señaló con el dedo. -A tu novia seguro que le quedará muy bien -le dijo exhibiendo una sonrisa cegadora. Obviamente la chica buscaba la respuesta, “no tengo novia”, pero Kid se limitó a decirle que en realidad tan sólo estaba mirando. En otras ocasiones intercambiaron opiniones acerca de tal o cual prenda en la que él estaba interesado, y eso fue todo. Después de eso, se saludaban a distancia y el boxeador procuraba no acercarse demasiado a ella, debemos suponer que para no dejarse llevar por conversaciones demasiado forzadas. Era normal que la chica, lo creyera interesado en ella, ¿un


hombre bien parecido, con un andar sólido y unos hombros de deportista, que acude cada día a la misma hora a la misma parte de los almacenes en la que ella estaba, que otra cosa podía desear? El valor del amor es dudoso, sin embargo el valor del deseo es definitivo y no se complica con la fidelidad, el compromiso y el honesto proceder; eso que en el caso del amor sí es como un certificado de intransferible calidad. El deseo es como un sarpullido que nos desata, nos encomienda al santo que tenga las uñas más largas y más negras, y esperamos que nos rasque sin demoras, aunque la sangre brote cada vez que imploramos que intervenga. Pero de entre los que defienden el amor apartándolo del deseo, están los soñadores, y entre esos Kid ocupaba uno de los primeros puestos. Cerraba los ojos e imaginaba un mundo maravilloso, sin dolor, sin sacrificios, sin esfuerzo, sin dolor, sin vejez... ! todo resultaba tan espiritual y gozoso en sus sueños! “El mal, no es hacer lo que se hace, es desearlo y sobrevivir”, sobre esta idea se iba desarrollando la última película que había ido a ver al cine. Eso era tanto como decir que el mal estaba en el aire, como un virus, mutándose y pasando de unos a otros, en nuestras miradas, en nuestras palabras, en nuestros sentimientos y en el resentimiento con que rodeamos todo lo que deseamos y nos frustra. En realidad, algunos seres que se creen superiores, que luchan hasta la extenuación por hacerse con una posición sólida en la vida, lo que demuestran con cada nueva empresa que acometen, es tener un miedo visceral, un horror sin límite ni control, a creerse fracasados, a sentirse menos que otros. Quizá enamorarse de una mujer de una clase social elevada era el mal, o tal vez querer conocer los secretos de la poesía era el mal, o pasearse por su barrio y delante de sus casi-hermanos luciendo con desdén sus trajes nuevos y su prosperidad, o muy posiblemente, el mal había consistido en la ambición, en pretender ser campeón cuando aún no había empezado a ser nada, nada en absoluto. Y sobre todas esas cosas, sobrevivirlas y el ejemplo dado, haber soltado el mal al mundo como un perro sarnoso, dispuesto más que a morder, a dejarse acariciar. Aún en los peores momentos, en el preciso instante de cada nueva redención la mayor parte de los verdaderos poetas terminan por enfrentarse a sus miedos, a ponerse en cuestión, a descubrir la fortaleza de sus pecados y renacer de la armonía del caos. El mundo exterior espera, inclinándose para concebir la existencia como una obra de arte efímera. La naturaleza del universo se confabula en nuestra contra, los perdedores terminan por aceptar que un día no habrá futuro, porque así puede leerse en el diseño de las estrellas. Permítaseme sugerir que aquella noche en que al salir del cine, Kid volvió a mirar a Anabel un halo mágico lo acompañaba, y como es sabido que lo mágico esta en conflicto con lo espiritual, esa aura pagana le llegaba de sus obsesiones. Se le había pegado desde que sus pensamientos se dirigían y se mantenían sin cesión en la idea de encontrarse de nuevo con la profesora de poesía y al fin terminaba por suceder. Aunque pueda parecer que pido demasiado, intenten imaginar a Kid con esa corona de santidad que empezaba en su cabeza y terminaba derramándose por todo su cuerpo. Esta idea continuada del boxeador disfrutando de tener al fin su deseo cumplido llega a su momento álgido al interceptar a las dos damas, que apenas iban un par de metros delante de él unidas a las otras personas que salían de ver aquella


sencilla película de entretenimiento “ET, el extraterrestre”. Nadie puede saber o intentar analizar y finalmente descubrir lo que motivó a Kid a ir solo al cine a ver una película así, el día de su estreno. -Naturalmente no me refiero a todas sus películas, pero Spielberg es un genio, todo el mundo lo dice. No en el sentido más comprometido del término, desde luego, pero es capaz de hacer cine como nadie -dos jóvenes enfrascados en un debate encendido sobre el director del film que acababan de ver pasaban a su lado. Anabel a pesar de la dificultad de caminar con muletas entre tanta gente que apenas reparaba en ella, intentaba prestarles atención porque le parecía interesante lo que decían y porque su madre en ese momento se había ausentado para comprar una chucherías. -No estoy muy de acuerdo. Para mí, un genio es Kubrick, y a partir de ahí... Spielberg lo mismo podría dedicarse a hacer publicidad. -Entonces sería un genio publicista. -Si tu lo dices... Kid aprovechó el momento en que la gente se dispersaba en busca de los primeros taxis y Anabel quedaba sola, detenida y distraída viendo la calle a través de la puerta acristalada, para acercarse y hablarle. -!Hola! -fue un hola que sonó animado, esperado una reacción positiva y la obtuvo. -!Ah hola! -!Buena película! -Sí, !vaya sorpresa! No esperaba encontrarte aquí. De hecho, no esperaba encontrar a nadie a estas horas -Sin duda se refería a la combinación de película y horario, lo que convertía a aquella sesión en algo juvenil- ¿Y tú? ¿Has ganado ya la copa del mundo? -Bromeó. -Me temo que no. La poesía es más asequible. Ahora estoy leyendo a un joven poeta colombiano, Caicedo, dicen que va a ser muy bueno, si no se echa a perder, o si no lo matan, el estado de violencia allí es grave. O si no se mata, los artistas son muy inestables. -La poesía es interminable. Ahora salen poetas debajo de las piedras. A mi me gusta la poesía clásica, ya lo sabes. -Sí, claro. Ya lo sé. La primera vez que la había visto lo que más le había llamado la atención de ella


había sido su poder de persuasión. Le resultó creíble hasta el punto empezar con sus clases al día siguiente, sin aplazamientos. Una vez “roto el hielo” y de alguna forma, planteada su presencia en aquellas clases -recordemos que no se trataba más que de un joven aspirante a boxeador de barrio-, los textos por ella propuestos y hábilmente planteados empezaron a dejar de ser un enigma y eso a pesar de que se pasaba las clases ensimismado en la delicadeza de las formas profesora y sus curvas más atrevidas. Ese iba a ser el recuerdo que le quedara de ella, pensaba mientras le hablaba, porque al fin el encuentro que se acababa de producir y que él había planteado en los términos de quién debe cumplir con sus compromisos, no iba a suponer más que una nueva despedida, más triste y amarga que la última. En la delicada situación en la que se ponen todos los héroes en el momento de su emancipación, las tribulaciones, las críticas, el sarcasmo, el desarraigo y la desconfianza están a punto de acabar con ellos. Doña Engracia había muerto, él debía desarrollarse como persona, y si le gustaba el boxeo y la poesía, eso no era un problema para otros chicos del barrio. ¿Qué había de malo en ser un poco presumido? A veces se sentía como la puta de “Pretty Woman” capaz de escapar de sus miserias con sólo ponerse algunos trajes caros y algunas joyas deslumbrantes. Por lo tanto, podía considerarse a sí mismo un cisne y acostumbrarse a la discrepancia también podía ser sano, aunque era consciente de que Leskot lo llevaba a niveles de resentimiento que lo hacían muy infeliz. -Has llevado un buen golpe -intentó sonar sin importancia. -Sí, de los buenos. -”Mas cornadas da la vida” dicen, y va a ser que es verdad. -Con el coche. Adelantando. Chocamos de frente -Monty Kid, la miró con tristeza. En un momento así no se hubiese atrevido a preguntar quien había hecho la maniobra de adelantamiento. Era una reacción natural, lo tuvo en la punta de la lengua, y a su mejor amigo (cuando lo tuviera), si se lo hubiese preguntado, pero no a ella. Y había algo más- Posiblemente me quede inútil para toda la vida. No confío demasiado en la rehabilitación, y cada vez que doy un paso el tupé se me viene sobre los ojos. El otro conductor murió, eso fue lo peor. Pretender resolver lo que no se conoce explicándolo primero, dando todo tipo de razones y explicaciones para quitárselo pronto de en medio y pasar a hablar de otras cosas, esa parecía la estrategia de Anabel. Tenía que resultar muy incómodo que todo el mundo que la miraba estuviera preguntándose, ¿cómo había llegado a ese estado? En ese sentido, estaba claro que su relato se había vuelto casi mecánico a fuerza de repetirlo, y que apenas le causaba ya ninguna emoción. Por alguna razón que nadie hubiese podido desentrañar, Kid no le preguntó por otras cosas que no fueran poesía, no deseaba salirse de ese tema, y la madre llegó en un memento para animarlos a ponerse de nuevo en marcha hacia la calle -si es que lo era, pero así la había visto él desde aquel primer día en los almacenes y seguía creyendo que lo era por su


paciencia y dedicación con Anabel-. Kid ya no huía, había superado el terror que le produjo enfrentarse a sus prejuicios, a creer que era un monstruo por dejar de amar a una persona tan sólo por verla tan deteriorada. Reconoció que amaba una imagen, porque el amor nace de la convivencia y de otro tipo de sensaciones más personales. Ahora debía reconocer que nunca había sentido amor por ella, como tampoco lo hiciera por Ashley, ni por ninguna otra de sus novias, eran juegos de juventud, pasiones pasajeras, pero no amor; el amor tenía que ser otra cosa aún desconocida para él. Aspirar a resolver su cobardía enfrentándose a ella, resultaba meritorio, pero no se había tratado de más que un encuentro, no había profundizado en la herida propia y sí en la ajena. Por alguna razón no hizo la pregunta definitiva y comprometedora, y de haberlo hecho tendría que haber sido en el intervalo que estuvieron solos, y dispuestos a confidencias, como en los viejos tiempos. Pero debía admitir que no se había atrevido, que no le había preguntado por su marido, una vez más la sombra, el fantasma que nunca había visto, que nunca la acompañaba, que nunca la iba a buscar, que nunca regalaba su presencia. Ni siquiera ahora con las muletas, la estaba esperando, ella esperó un taxi y se acomodó lo mejor que pudo, sin una sola protesta. Por más que lo hubiese deseado jamás habría abierto la boca, jamás le hubiese preguntado si se había separado, si había conseguido el divorcio, si lo iba a volver a ver, si lo culpaba del accidente. Y no lo hubiese hecho porque se temía, temía sus propias reacciones y la forma en la que pesaba su conciencia. El boxeador es capaz de desarrollar una gran fuerza, una explosión de furia, en un corto espacio de tiempo, pero mantener los sentimientos hacia otra persona a lo largo de los años, eso parecía que no estaba a su alcanza, desconfiaba que así era, y huía de todo compromiso. Era curioso como la madre había respetado su silencio, los había acompañado sin abrir la boca, como decidiendo que su hija necesitaba ser apreciada, estimada, incluso, cortejada. No, no se inmiscuyó en aquel paseo silencioso hasta la parada, y aceptó la confianza que desprendían con toda naturalidad. No iba a haber preguntas. Para eso están las madres.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.