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1 Desde la Última Vez Al pasar aquella mañana por el cajero, hubiera asegurado que la chica que estaba delante de mi, sacando dinero, era mi prima Galoria, y lo era. Se limitó a leer el extracto sin conseguir extraer ni un euro. Aquel día había salido sin dinero de casa y necesitaba algo para el autobús, le dije que esperara que yo iba a sacar y que le podía dejar unos billetes. Una chica joven, sin dinero y con un “aspecto descuidado” es una oportunidad para ese tipo de hombres que están siempre dispuestos a ayudarlas, sobre todo si se había fijado antes en ella y yo me había fijado en mi prima muchas veces. Le propuse tomar un café y me respondió que aún no había cobrado y que su cuenta estaba seca. Parecía confundida pero confiaba en mi y aceptó si era rápido, porque necesitaba coger el próximo autobús. Cada vez que quedaba como mi prima para alguna cosa, ella solía tener prisa y lo hacíamos a todo correr, sin embargo, eso no era suficiente para que no sintiera que me podía abandonar al juego de observarla y sentir emociones de infancia que nunca perdería a su lado. Además, vivimos durante algún tiempo juntos en la casa del pueblo antes de que ella se viniera a la ciudad, y guardo muy buenos recuerdos también de aquel tiempo. No creo que yo me viniera a la ciudad por seguir sus pasos, pero somos primos, lejos de nuestro origen, en una ciudad extraña y a veces nos perdemos la pista, pero terminamos por llamarnos para hablar. De vuelta en mi apartamento la recordé moviendo la mano a través del cristal del bus. No podía imaginarla con una sonrisa más convincente o menos amplia y aquella imagen era lo mejor de la última semana. Así, en aquel momento, pensé que en cuanto hubiera ocasión la volvería a llamar para pasar una tarde entera con ella, había pensado en una excursión a la sierra para mostrarle las formas caprichosas de las rocas que de forma natural se formaban no muy lejos de allí. Y pensaba este tipo de cosas aún cuando no estaba convencido de que le gustara salir de sus propias aficiones y los lugares que frecuentaba y de que a mi pareja le pareciera bien. Por su parte, Galoria llevaba una vida que no se detenía. Jud no podía saber que se había enfadado con su padre, o mejor, su padre se había enfadado con ella y dejaron de estar comunicados. Galoria ni le volvió a escribir ni a llamar por teléfono y Donson, el padre, hizo lo mismo. Todo empezó las navidades anteriores que ella no las pasó en el pueblo y Donson le envió una nota en la que le reprochaba su actitud y su falta de interés y compromiso por la familia. La echaban de menos porque era hija única y los inviernos del pueblo eran muy duros para dos sexagenarios que no conseguían entrar en calor. La nota del reproche paterno tardó en llegar y lo hizo después de una llamada de teléfono en la que Donson se despachó a gusto, llegó a gritarle y a llamarle mala hija desnaturalizada y ahí se congeló todo. En el momento de la ruptura de la comunicación familiar, Galoria se encontraba iniciando el aprendizaje de un nuevo trabajo y necesitaba tiempo para rebajar la tensión, se trataba de ir allí donde la mandaran como azafata de congresos (gastos pagos pero sueldo mínimo) y se sentía superada por los últimos acontecimientos. Al margen del recuerdo que yo pudiera mantener, lo que quedaba de aquella chica de pueblo no tenía mucho ver con la realidad. Para la familia era un drama perder de aquella forma tan insensible 2
a su hija, la hija de la que se esperaran tanto. Aquellos meses difíciles para todos, podían convertirse en la costumbre del silencio a la que a veces nos lleva la vida con algunas personas queridas. Creamos un muro de hielo al que le perdemos los códigos y se va haciendo más y más grande mientras intentamos olvidar que existe, y sólo por seguir viviendo aún sintiéndolo en nuestros hombros. A pesar de toda la crueldad imaginada, la principal perjudicada de la situación era Galoria, los padres sufrían, los familiares los consolaban, los vecinos hablaban y ella, en los peores momentos, no sabía a quien recurrir. El principal síntoma de que aquella situación la enfermaba era el carácter insomne de las noches y las reacciones nerviosas en las situaciones que no podía controlar. Los pequeños detalles no son el fuerte de mi memoria, idealizaba la imagen de Galoria y no recordaba que una vez fuera una niña caprichosa, olvidaba sus berrinches de infancia y que siempre se salía con la suya cuando realmente quería algo. Jackie, mi pareja, se las arregló para quedarse embarazada a pesar de todos mis cuidados por evitarlo. Lo deseaba tanto que una vez que sucedió no pude poner ninguna objeción, pero eso complicaba mucho las cosas. Me las ingenié para hacer un par de horas más en el trabajo aquel mes y empezar a comprar lo necesario para cuando el momento llegara. Creo que debería haber sido un tiempo feliz para los dos, sin embargo, me sentía tan preocupado y nervioso, que sólo recuerdo a mi mismo intentando que todo estuviera correcto, no equivocarnos en nada y que nada nos volviera a coger por sorpresa. En una ocasión en la que daba vueltas de la cocina al salón sin sentido, Jackie me dijo que me dejara llevar, que todo era más natural de lo que pensaba y no pude, pero sabía que tenía razón. La consiguiente desbocada relación de fuerzas ya no era optativa, se libraba un duro enfrentamiento entre lo que se debe hacer, y vivir la vida dejando que cada día te sorprenda (lo que no puedo decir que sea exactamente improvisar). No soy un tipo especialmente afligido por sus falta de capacidad o por los limites de sus decisiones, no creo que entonces se tratara de eso, pero la llegada de un hijo debería siempre hacer que nos sintiéramos superados por los acontecimientos, y desde luego, en mi, lo había conseguido. Lamentablemente, nadie acierta tanto en la vida que pueda decir que lo tiene todo medianamente controlado, cada nuevo inesperado dolor nos hace ver lo pequeños que somos y todo lo que nos puede hacer sentir si se lo propone. Yo acababa de cumplir los treinta y estaba terminando mis estudios a distancia (algo muy mediocre a los ojos de mis jefes), lo que esperaba que supusiera una mejora en mis condiciones laborales -trabajaba limpiando el suelo, mesas y escaleras, vaciando papeleras, contenedores y cosas peores de la cafetería del aeropuerto. Nada que pueda interesar a un burgués, así que si eres uno de ellos, aún estás a tiempo de leer otra cosa que te interese realmente- , pero me equivocaba. Las cosas no llegan por una cuestión de trámites ni puntuaciones, es más fácil que lleguen si estás en el sitio adecuado y necesitan de ti, de lo contrario mejor te lo tomas con resignación. Ya debería haberlo sabido pero lo necesitaba y creía merecerlo, al menos tanto como los otros que pensaban lo mismo. Era un trabajo bien pagado a tiempo completo, no voy a quejarme de eso, ni voy a culpar a mi clase social de mis rarezas, no sería justo. Era sólo que el niño venía en camino y eso es una presión que muchos de ustedes conocen, sin duda. El trabajo en el aeropuerto no era bien visto por mi familia, ellos siempre habían esperado más de mi, pero yo no tenía intención de cambiar. Mis ocupaciones me llevaban a entablar conversación con gente agradable y otra muy extraña. Algunos se movían con frecuencia por motivos de trabajo, eran periodistas o caras conocidas de artistas y eventuales hijos de famosos sin oficio ni beneficio conocido. Otros tenían relaciones excéntricas y se movían con amigos y amantes que iban derrochando salud y energía por los pasillos de las tiendas, compraban licores, tabaco y se besaban y se demostraban amor en público. Se había creado con los años una fauna urbana de turistas, rateros, policías de paisano, tal vez genocidas perseguidos por la justicia, evasores y obispos acudiendo a una reunión de urgencia con el Papa. Y yo, en tal enredo iba recogiendo sin perder de vista lo mejor y lo peor de aquel incesante movimiento de voces y piernas. Formaba parte de aquel amplio espectro popular y las jornadas eran tan largas que resultaba imposible no hablar con los taxistas, las dependientas del bazar o los guardias de las zonas de acceso con billete. De forma más 3
amplia, podría valorar una legión de ejecutivos y políticos que nadie sabe si son necesarios y con los que nadie se identifica, menos ellos mismos, que se miran con dulzura y compasión corporativa. Muy cerca de la sala en la que una gran cristalera permitía ver despegar los aviones, había un pequeño mostrador en el que sólo ponían café y bollos. Estaba apartado de las tiendas de flores y chocolates y era uno de los lugares donde me sentía más cómodo. Allí pasaba mi tiempo de descanso, me sentía acogido por Rolin, el camarero. Me creía hipnotizado ver cada día a los que se quedaban diciendo adiós, gesticulando, haciendo muecas y ruidos de admiración al ver aquellos enormes aparatos levantado el morro y salir disparados sobre la linea del horizonte. El encuentro con mi prima de aquella mañana había sido tan sorprendente como la reacción que provocaba en mi a pesar del tiempo que había pasado sin vernos. Antes de que pudiera acabar de asimilarlo, la volví a ver el mismo día en el turno de tarde que hacía en el aeropuerto, iba acompañada de un individuo de traje y maletín de cuero. Fue una visión fugaz, pasó delante del café de Rolin, y antes de que pudiera reaccionar, se alejaba por el pasillo recién encerado. No sería hasta una hora después que empecé a pensar que su avión tardaría en salir si iba al norte porque había problemas para aterrizar por el mal tiempo. Aunque se trataba de alimentar una fantasía, era cierto que una borrasca se estaba despachando a gusto con los vecinos más al norte. Los avisos de mal tiempo y tormentas que durarían muchas horas, para estos viajeros se repetían como si intentaran hacerlos desistir de todos sus planes. Yo era casi cinco años mayor que Galoria pero nunca había sentido un deseo sexual por ella, en todo caso, podría aceptar que en los años de mi adolescencia había sentido una cierta atracción por ella, pero nada que fuera tan sucio que nadie tuviera que avergonzarse de ello. Aclarado este punto, debo decir que no he tenido demasiadas poluciones nocturnas en mi vida, no más de seis u ocho, y es posible que eso se debiera a que no duermo demasiadas horas seguidas de forma general. Pero, la noche anterior tuve uno de esos sueños que terminan invariablemente manchando el slip. Debo explicarme suficientemente porque no soy una persona supersticiosa y el hecho de que en las ocasiones en las que me sentí tan excitado y me dejé ir en sueños, sentía una presencia mística además de las imágenes que me seducían. En absoluto me inquietó que mujeres conocidas, algunas a las que trataba con frecuencia aparecieran en ese sueño. Tampoco me extrañó que la imagen de Galoria me acompañase y se insinuara en medio de aquel sinsentido de frases y gestos subidos de tono, al menos, hasta que, al día siguiente, se cruzó dos veces en mi camino. Sin embargo, la suficiente intensidad y fuerza con la que aquella noche me había desenvuelto, contrastaba con lo embarazoso que me pareció el encuentro en el aeropuerto aquella tarde, tal vez porque ella iba acompañada. No es extraño que algunas mujeres no sepan que a los hombres nos pasan estas cosas, que era lo que más se parecía a hacerse pis en la cama. Cualquier hombre, si se siente avergonzado puede mantener la discreción al respecto mientras no comparte su cama, e incluso después con la necesaria habilidad y poder de convencimiento, si se lava sus propias prendas íntimas con frecuencia, podrá convencer a su pareja de que sólo se ha tratado de un mal sueño. Tampoco es que se trate de nada grave pero hay mujeres que no lo entienden sobre todo, como en mi caso, porque Jackie empezaría a hacer todo tipo de preguntas, del estilo: ¿Quienes estabais en tu sueño? ¿Qué les hacías? ¿Había alguien que te gustaba especialmente? Y así, insaciablemente. Ella no tenía hermanos y se había pasado la vida deseando hacer este tipo de preguntas, de saber cosas sobre el sexo que desconocía y yo me había pasado el primer contacto de nuestra relación dándole todo tipo de explicaciones. Todo le parecía insuficiente, y me daba la impresión de que detrás de su insegura curiosidad habían un afán por tenerlo todo controlado que no era nada sano. También se entregaba en su parte buscando una satisfacción superior para ambos, tal vez por eso necesitaba más información. Había momentos entre nosotros en los que me había sofocado hasta el exterminio, por decirlo de la forma más cruda que se me ocurre, y eran momentos memorables que aún aún me asombran por el atrevimiento que demostró. Aquella búsqueda no me había desagradado en absoluto, los años de romance y posterior vida carnal habían terminado en el embarazo y ella parecía satisfecha, no puedo decir nada en contra. 4
Rolin se quedó mirando como Galoria se alejaba, entonces me miró y dijo, “hay mujeres que quitan el hipo”. Le contesté que era mi prima y no me creyó. Durante las horas previas a este encuentro me había mostrado ausente y pensativo. A menudo permanecía sentado en aquella esquina hasta que terminaba mi tiempo de reposo, no era raro que no me apeteciera hablar y Rolin que me conocía bien, no solía molestarme con conversaciones sin sentido. Sin duda le habían bastado los primeros días en mi empleo para saber que era de pocas palabras y que no me gustaba hablar por hablar. Todo en orden, él tampoco parecía echar de menos conversar conmigo porque siempre había clientes que tenían algo que contar. Sin embargo, en aquel momento, se percató de que la expresión de mi cara cambiaba al ver a Galoria y que yo también me quedaba obsevando como se alejaba. En honor a la verdad, la popa de Galoria era de lo mejor, pero no estaba dispuesto a reconocer mi interés por su anatomía delante de mi amigo del bar. La amplia sonrisa de Rolin no desmerecía de los pantalones ceñidos y el movimiento marítimo al que lo sometían aquellas enormes caderas, no dije nada. Rolin tenía acento de pueblo, cerraba las vocales finales e iniciaba las frases con fuerza arrolladora, a veces, con un sonido onomatopéyico más parecido a un gruñido que a un ronquido. Yo no tenía demasiadas dudas al respecto, fumar tenía mucho que ver con su voz y su tono de queja. Al respirar también hacía un ruido casi imperceptible pero presente, un pitido que lo ahogaba y, a la vez, lo iba dejando vivir, pero el principal rasgo molesto de su voz y su conversación era la maliciosa interpretación de la realidad, eso podía exasperar a cualquiera. Quedé en silencio de nuevo y no hice demasiado caso a su comentario, tampoco iba a explicar cosas de la familia que a él no le importaban demasiado, ni a incidir en su equivocación al no creerme. Era mi prima, de eso no había duda, pero Rolin quería hablar de sus tacones y el movimiento poco natural que su falta de costumbre le llevaba a hacer al andar. ¿Nunca les ha pasado de tener un amigo que dice y hace cosas que les molestan pero no pueden dejar de estimarlo al más alto nivel? Como empleado en el aeropuerto todos los días veía cosas que no me agradaban, pregunten a un empleado de la limpieza si la gente es sucia y les responderá que cuanto más señoritos, más sucios. Más de una vez pensé en dejarlo todo y volverme al pueblo, porque detrás de las baldosas brillantes después de pasar la máquina uno se encuentra de todo y les voy a ahorrar una descripción del tipo de cosas a las que me refiero. Como también me molestan algunas actitudes del tipo de fauna estirada que por aquí se mueve, les diré que parece que se me nota por los gestos que hago y ellos aprovechan para incidir en una forma de hablar y preguntar que conlleva un desprecio, o en su defecto una falsa corrección hacia las clases más humildes y, en mi casi, hacia los que les limpian sus cacas. De algún modo me siento como un abogado que les limpia de toda mancha cuando evaden impuestos o se llevan el capital a paraísos fiscales, todos ellos parecen muy dignos pero necesitan de nosotros para dar esa imagen. Es muy posible que el duro trabajo diario nos impida pensar fríamente en ello pero el mundo es un conglomerado de gente que quiere parecer lo que no es en absoluto y la mayoría lo consiguen, pero no conmigo. No soy muy hábil limpiando una caca de tres días en un retrete, pero descubriendo la falsedad en un tipo de corbata, en eso no hay quien me gana. Por eso no quedé muy tranquilo al ver de quien se acompañaba Galoria, aquel tipo no me pareció trigo limpio. Yo no aspiro a ser otra cosa que lo que soy, pero me siento saludable a pesar de todo lo que tengo que ver y oler, en mi vida no había previsto acabar limpiando un aeropuerto, algo que tiene aspectos que degrada hasta a las máquinas -degrada socialmente lo queramos o no, en cuanto dices en cualquier parte que te dedicas a limpiar mierda, ya todos se creen que ademas eres torpe e ignorante-. Al principio me sentía herido por la condescendencia y la falsa piedad de algunos a los que no taba que no habían leído un libro en su vida, o si lo habían hecho, no habían entendido ni la mitad. A esto nos ha llevado la crisis, hay trabajadores universitarios haciendo los trabajos que nadie quiere y otros sin más cultura que la del trepa, simplemente se dedican a acumular dinero en los bancos extranjeros, porque, según dicen, se trata de herencias. Me abstuve de hacer más comentarios acerca e Galoria, acerca de lo preocupado que había quedado y lo raro que me parecía todo. Por su parte, a Rolin le pareció de lo más normal que le 5
pidiera el teléfono y se separó ligeramente para que hablara con libertad volviendo a su estado habitual de somnolencia bien entendida. Se limitó a mirar a otros que miraban despegar los aviones, después se sentó en un taburete y esperó. Los horarios de los bares del aeropuerto están directamente relacionados con el despegue y el aterrizaje de los aviones, son raros los despistados o los que simplemente pasaban por allí, sin embargo, si que se acercaban los taxistas en su descanso y eso era importante para la marcha del negocio. Imaginé que lo que estaba haciendo tenía que ver, en parte, con la repugnancia que me produjera el tipo que acompañaba a Galoria, pero hacía mucho que no hablaba con Donson y creí que era oportuno saludarlo. Primero llamé a casa para que Jackie buscara el número en una libreta que guardaba entre los libros de idiomas, le conté como había ido el día y a ella también le pareció extraño. A continuación colgué y volví a marcar, esta vez el número que me había dado, al otro lado se puso Donson. Con la rústica simplicidad que me gustaba de aquel hombre, me saludó con cierto afecto. Por lo que pude comprobar estaba obsesionado por los problemas que tenía con su hija y me confesó que hacía mucho que no se hablaban, añadió que eso lo estaba haciendo sufrir mucho y que no sabía que hacer por recuperarla. No podía imaginar cuanto había cambiado y añadió, que en las últimas conversaciones que había tenido con ella le había parecido una persona que no conocía. También, en los pocos minutos que duró la conversación, tuvo tiempo de pedirme que fuera por el pueblo y les hiciera una visita. No quise decirle que la había visto, que estaba delgada y con mal aspecto, ni por supuesto lo inquieto que me quedara por la imagen en el aeropuerto y la impresión de su repentino cambio de imagen. Para tranquilizarlo le dije que intentaría visitarla y comprobar si necesitaba algo, eso fue más de lo que esperaba y se deshizo en agradecimientos, lo que me puso en una situación muy incómoda. Galoria no vio a Jud, con la ropa de trabajo, que incluía una gorra, apenas se le reconocía y, además, nadie reparaba en los limpiadores. Se había levantado de mal humor, como si acabara de descubrir que su vida era un fracaso. Se quedó mirando su imagen en el espejo del baño. Nunca había pasado tanto tiempo intentando reconocer a aquella chica con cara inocente, que no lo era en absoluto. Sus amigos no se lo decían, pero sus decisiones les parecían poco fiables y ella les parecía demasiado poco de fiar, se reían de ella por sus pretensiones y aún así la aceptaban. Ella iba por la vida como si le escapara el mundo, como si necesitara llegar a alguna parte (nadie sabía a donde) antes de cumplir los treinta. Nadie podía consolarla porque sus relaciones físicas sólo eran físicas. Las burlas eran variadas y casi siempre a sus espaldas. Al mismo tiempo, ella se encerraba en si misma y se tenía lástima, aunque les hacía creer que sentía lástima por ellos porque no movían un dedo por cambiar. Tampoco los conocía desde hacía tanto, había cambiado de casa varias veces y algunos de los que más la habían ayudado al llegar del pueblo, los había perdido de vista. No obstante, cuando empezó a trabajar como azafata de congresos y la vieron vestida con el traje de la compañía, creyeron que al fin lo habían conseguido. Todos estuvieron muy impresionados, hasta que uno de ellos, sin que Galoria pudiera oírlo dijo que se trataba de un sistema de chicas de compañía, no le pedían que hiciera nada sucio, pero aquellas chicas terminan por dejarse seducir, algunas de ellas con facilidad. Si Jud, que no conocía a los amigos de Galoria lo hubiese oído, se hubiese sentido muy dolido. Él, por su parte, también pensó que podía haber algo extraño en todo aquello, la hacían viajar con un bolso grande y con ruedas, y no creyó que se tratara de drogas, pero era muy posible que ella estuviera pasando dinero con destino a un banco extranjero, sin ni siquiera saberlo. En aquel preciso instante, Jud sintió la necesidad de intervenir, el compromiso de la sangre y la promesa que le había hecho a Donson de preocuparse por ella, retumbaba en sus oídos.
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2 Relieves. Nacido para no Ser tan Cruel Jud era también un excelente deportista, aunque lo mantenía en secreto en el trabajo. Solía correr todos los fines de semana y había ganado una maratón popular, pero no participaba de estos eventos en su propia ciudad y no le importaba viajar cuando quería hacerlo. Era joven y eso ayudaba porque no se imaginaba con cierta edad intentando mantener sus marcas. El hecho de que no quisiera participar en la maratón que organizaba el ayuntamiento cada año, tenía que ver con no encontrar demasiadas caras conocidas, pero además, si ganaba saldría en todos los periódicos de la ciudad y muchos dirían, “yo conozco a ese tipo, es el que limpia retretes en el aeropuerto”, y él creía que eso quitaría valor y glamour a la gesta. Que además nunca entrenara en grupo o que buscara lugares apartados para hacerlo no parece una explicación suficiente para definir su hartazgo por los prejuicios hacia su trabajo como tampoco lo era el cansancio que le suponía la conversación de alguna gente. Miró el reloj, faltaban apenas quince minutos para terminar su descanso y hacía cinco que Galoria pasara delante de la cafetería. Hizo un calculo y llegó a la conclusión de que en otros cinco minutos podía estar en cualquier parte, le pidió a Rolin que guardara sus útiles de trabajo y le puso el chaquetón encima de la barra, entonces salió corriendo, se movió mirando en todas direcciones buscando en los servicios y entrando en tiendas, recorrió las colas de embarque, bajó y subió escaleras y cuando al fin la vio, se dio que se encontraba en forma y se tomó un minuto para tomar aire y recuperar el resuello. Galoria debió sentirse menospreciada u ofendida porque un trabajador de la limpieza se dirigiera a ella y cuando, bajo aquel bulto de capas de ropas sucias, gorro de lana y gafas, reconoció a su primo Jud, fue aún peor. Estaba confusa y parecía avergonzada, ¿tal era la influencia de aquel tipo sobre ella? Estaba nerviosa y apenas atinó a decir que en me conocía y que la dejara en paz. El tipo me empujó y señaló, “deja paso, perro”. ¿Lo pueden creer? Perecía una expresión de la edad media, de un templario o de un noble de España en sus colonias. Me sentí dolido por la reacción de Galoria, no por el empujón que me llevó al suelo, en una palabra, derrotado. Si había algo que yo pudiera hacer por Galoria tendría que ser sin su consentimiento, y eso era pedir demasiado. Al menos lo había intentado, y aquí entramos en el dilema moral de creer que alguien necesita ayuda pero no debemos meternos en su vida. Todo aquello despertaba en mi un desasosiego y una desilusión que había superado otras veces- Por algún motivo Rolin me había seguido y me ayudó a levantarme y por mi parte, no podía por menos que agradecérselo. ¿No sabes quién es el tipo repeinado?, le respondí que no. “Es el líder del partido fascista y tienen un congreso este fin de semana, ¿no ves lo arregladito que va? Me llegó una nueva polución nocturna con la imagen de mi prima galoria unos meses después, la noche en que mi mujer dio a luz a nuestro primer hijo. Me despertó y yo empezaba a recuperarme de una tremenda erección. Fui al baño, me lavé, me vestí y cogí todo lo necesario. Ese fue el momento en que partimos para el hospital. El niño llegó adelantado, lo que requirió una cesárea; lo normal en casos parecidos. Jackie me pidió que me acercara a la cama y cuando estuvimos al fin solos, me cogió la mano y me dijo, “gracias por esto”, fue un momento inolvidable. Estaba tan feliz que se hubiese quedado a vivir a la cama del hospital si alguien le hubiese prometido que aquel momento durase para siempre. Pero era uno de esos hospitales que siempre están esperando tener camas libres y en cuento pudieron nos mandaron para casa con un nuevo miembro protestando todo el día y toda la noche. Deberíamos acostumbrarnos a algunas cosas. Incluso un bebé protestón, uno 7
de esos niños que sólo callan cuando duermen y duermen poco, es mejor que no tener niño en casa. Al menos eso pensaba. Desde luego se trataba de un nuevo desafío y tuve unos días para poner a andar todo aquel nuevo sistema de horarios, aunque, sé y debo ser justo, la peor parte y el mejor compromiso, siempre lo ponen ellas. Volví al hospital para llevar unos bombones a las chicas las auxiliares que habían atendido a mi mujer mientras estuvo allí; es una de esas cosas que se deben hacer con la gente que nos cuida. Fue sólo un minuto y bajé corriendo por las escaleras por no esperar el ascensor. Quienes me conocen, sobre todo los que han convivido o trabajado conmigo saben que puedo ser muy inquieto si tengo algo por hacer. Quería volver a casa y antes pasar para recoger en el supermercado algunas cosas que nos hacían falta. La entrada quedaba cerca del servicio de urgencia y antes de salir vi a Galoria esperando para ser atendida. En otro tiempo aquella chica había sido muy bella y de una inocencia pueblerina que animaba a dejarse amar por ella. Pero, en algún momento de los últimos años, todo aquello había cambiado de forma radical, hasta el punto de que ya no creía conocerla. Recordé el sueño de unos días atrás que aún estaba muy reciente en mi memoria y recobre la sensación de que cada vez que sucedía, Galoria volvía a aparecer en mi vida. Creía que después de la escena en el aeropuerto había puesto fin al afecto entre primos que le tenía, pero no era así; ni siquiera pude dejar de mirarla hsa que ella levantó la cabeza y me vio a mi. Se acercó y me saludó. Hablamos, estaba pasando por un mal momento y pensé que la vida en su castigo interminable espera siempre el momento para humillarnos como si eso pudiese ser la mejor de las enseñanzas. ¿Dónde estaba su orgullo? Caería una y otra vez en los mismos errores porque había perdido su orgullo. Sus amigos la habían abandonado y había dormido unos días en la calle. Estamos sometidos a la némesis de la segunda vuelta, de lo que no se manifiesta inmediatamente pero indudablemente ha de llegar, a la justicia poética y a la divina, a lo que en India llaman karma y, sobre todo a la mala suerte de los que han desafiado sus límites morales y familiares por salir de su clase, y, en fin, los que dicho de una forma popular, “se mean fuera del tiesto”. Jud no necesitó ni un minuto para comprender que había sido elegido para ayudarla, que debía hacer todo lo posible por mitigar sus penurias, que desde que la viera le había parecido graves. Menos interesante le resultó saber como su prima había llegado a semejante situación, no quiso suponer, imaginar y mucho menos preguntar. Esperó que terminaran de examinarla y diagnosticarla y la llevó a su propia casa. ¿Qué otra cosa podía hacer en tales circunstancias? No tenía nada grave, apenas una gripe y algunas heridas en la cara que se produjera en una pelea. Aquella situación no solo no le parecía necesaria, desde mi punto de vista de narrador, permitan que diga que, a Jud le seducía la idea de tenerla tan cerca. Aunque el aspecto de Galoria podía hundirse hasta lo más sucio y dramático, lo cierto es que tenía la capacidad de resurgir de sus cenizas. Y, en el momento que entró por la puerta del apartamento, Jackie hizo todo lo posible porque aquella sensación de desamparo desapareciera para todos, se le había dado sobradas pruebas en el pasado de que se la tenía en cuenta como miembro carnal de la familia de Jud y que la consideraban lo suficientemente adulta para saber aceptar su ayuda sin sentirse por ello tutelada o manejada en la sombra por sus padres. Sin embargo, lo primero que hizo Jud fue llamarlos para tranquilizarlos y recibir todos aquellos agradecimientos de los que ya no sabía como escapar. Aceptó el papel de salvador que le imponían pero para él nada de todo lo que sucedía era tan extraordinario. Pero además, sabía que si Galoria sospechaba que existían aquellas conversaciones a su espalda saldría corriendo y no la volverían a ver más. Se había convertido en una preocupación para todos pero no era consciente de ello y parecía tener la cabeza en permanente confusión. Por supuesto ya no pensaba en volver a ser azafata de congresos, ni siquiera hacer caso de un papel con un número de teléfono que llevaba en el bolso, era un recorte de una revista que prometía hacer modelos. Se trataba de algo muy parecido a lo otro, mundos que le permitían relacionarse con gente de un nivel de vida y dispuestos a lo fácil. Había chicas que pensaban que podrían cazar marido en esas circunstancias, pero la mayoría se conformaban con ser invitadas a comer en los mejores restaurantes y hoteles. Es posible que en su caso nunca creyera que podría 8
explotar la facilidad con la que se entregaba hasta ese punto, pero para algunos estaba claro que donde ella estuviera, estarían los problemas. En menor medida todos nos comportamos y nos movemos por intereses, vamos buscando mejores condiciones de vida y nos sumimos en una asquerosa cáscara de expectativas que apenas nos permite conocernos y saber hasta donde podemos llegar a cambio de una tentadora oferta por una vida fácil. Es como esos chicos que intentan hablar con una amiga y apenas son capaces de elaborar un sólo pensamiento inteligente con su discurso porque no pueden dejar de pensar en sus posibilidades para llevársela a la cama esa misma noche. Después de un tiempo, Galoria parecía más tranquila y confiada y por algún motivo que desconozco debo confesar que me levantaba por la noche para observarla mientras dormía. Me detesté a mí mismo por hacer ese tipo de cosas, esperaba que saliera de la ducha para verla pasar sin más ropa que una toalla húmeda o revisaba su ropa interior que siempre olía a suavizante. A mi modo de ver, yo no había elaborado un plan para que se tipo de cosas sucedieran, era sólo que, como dice el refrán, “la ocasión hace al ladrón”, e intentaba que nuestro acuerdo de convivencia fuera lo más normal posible, pero tenía esas cosas que nuestra intimidad no suele descubrir. Como sensible al hombre que era disfrutando de mi reciente paternidad podía pasar horas sentado en el sofá viendo a Jackie con el pequeño Nico en brazos. Me preocupaba de que no pasaran frío, llegué a resultar agobiante cuando le preguntaba sin cesar si necesitaba algo o si la podía ayudar con el pequeño; la respuesta solía ser negativa. Pero, en realidad, Jackie no quería depender de él, lo tenía todo medido y preparado, y, sobre todo, no consentía que Galoria fuera invasiva; es decir, estaba conforme con ayudarla mientras pasaba aquel mal momento, pero era mejor que no saliera demasiado de su habitación. Nunca se lo dijo, pero mi prima pareció entenderlo sin problemas. Por ese tiempo hubo cambios en el trabajo. Cuando Jud se incorporó después de la libranza que ofrecía el sindicato por ser padre, le comunicaron que debía cambiar unos días de puesto y realizar las mismas funciones pero en otro aeropuerto. Desde el principio le pareció que no era buena idea y que no sería capaz de encontrar los medios que optimizan las distintas secciones, si tenemos en cuenta que era un lugar totalmente desconocido, al principio, pasaría más tiempo descubriendo los modos de subir y bajas, los pasillos más rápidos y los menos transitados, que intentando llenar la bolsa negra de plástico que potaba en su carro de escoba y recogedor. Recordaba una situación parecida unos años atrás. Había empezado a trabajar en un lugar que no conocía y se había angustiado al comprobar el retraso que le producía no encontrar todo lo que necesitaba, para colmo había tropezado con una señora mayor que había caído al suelo, se le había volcado el caldero con agua jabonosa y la había mojado por completo. Era una señora de carácter, y lo que era peor, parecía creerse marquesa o algo parecido porque lo trató como si fuera un ser inferior. Todo aquello fue algo más que un accidente, algo peor que una humillación y, aunque lo sentía porque la señora hubo de cambiarse de ropa, nadie acudió en su auxilio. Le proporcionó un albornoz que compró en una tienda y le pagó un taxi. Le parecía que aún podía oír sus gritos mientras el auto se alejaba. Tuvo que escribir un informe al respecto y volver días más tarde a la oficina donde la convocaron para pedirle disculpas; todo aquello le pareció excesivo y obsesivo. Fue un duro golpe para mi ir comprobando que la forma de pensar de Galoria tenía mucho que ver con las posiciones más intransigentes. No tenía ni idea de lo que significaba políticamente para un trabajador como yo, que despreciara a la clase trabajadora como ella lo hacía. No volvimos hablar del incidente en el aeropuerto pero empezaba a tener claro que ella se sentía a gusto con aquel tipo de gente. Por desgracia, Galoria también formaba parte de la masa popular que aquellos despreciaban, y los más halagador que podía esperar de aquellos hombres de grandes herencias, era pretender pasar con ella un rato divertido y que desapareciera en el momento siguiente sin apenas hacer ruido. Por mi parte, no podía dejar de verla como familia y si se equivocaba debía seguir apoyándola sin presionarla por sus errores, esperar que poco a poco fuera siendo consciente de su lugar en el mundo y de la necesidad de la piedad que aquel partido fascista rechazaba porque decían que eso los debilitaba en sus decisiones. La piedad no es en absoluto un concepto religioso aunque, las religiones lo han tratado con destreza, sin embargo, entre las clases populares, hablar de 9
ayudarse en la desgracia, en las crisis, en el desempleo, en la vejes y en la enfermedad, es una cuestión de supervivencia, porque esos que se consideran “grandes hombres” sólo están para llenar los paraísos fiscales de dinero negro. La grandilocuencia de esta gente cuando habla de Imperios forma parte de la locura colectiva, de la (de nuevo lo digo) asquerosa cáscara de expectativas que no nos deja vivir y formar parte de nuestro entorno más amable e inmediato. No había más que ver el cambio operado en Galoria para comprender de lo que se trataban aquellas ideologías, sus actitudes, sus pretensiones, la ostentación, sus trajes y sobre todo, la forma en la que trataban a las mujeres -para ellos la que no era una respetable madre responsable de su casa y su familia, era un prostituta-. Pero esta vez, la chica que los había acompañado para satisfacer su ego era Galoria y eso no lo podía pasar por alto (eso y que ella a pesar de haber salido de ese círculo, aún no se hubiera dado cuenta del lugar que ocupaba en él). Galoria se recuperó en poco tiempo, empezó trabajar de camarera en el palco del estadio de un equipo de fútbol, ponía copas a los directivos y se relacionaba con los futbolistas y sus familias. Siempre había sido muy guapa. Tenía una dulzura aparente que se desvanecía cuando hablaba de que la gente pobre, que lo era porque no querían trabajar, pero lo decía con una voz tan suave que no se le tenía en cuenta. Además movía la boca y los labios como si disfrutara cada una de sus palabras y posiblemente en el palco encontró a más de uno de aquellos hombres que también pensaban que los pobres se aprovechaban con sus subvenciones del trabajo de la gente honrada. Se tiñó el pelo y comenzó a llevar pantalones ajustados, lo que no había sido de su estilo, pero la rubia que ahora representaba, era convincente y seductora. Tenía los ojos grandes sobre una nariz pequeña y todo encajaba armoniosamente entre sus dos delicadas orejas. Tenía buena figura y sabía mostrarla si era necesario, sabía maquillarse sin abusar y quitarle partido a la ropa cuando podía comprar algo más o menos caro, es decir, no era una chica que pudiera pasar desapercibida ni en los ambientes más selectos. A todas las camareras del palco de gustaban los futbolistas, pero Galoria empezó, en poco tiempo, a salir con uno de los directivos que además era cirujano. No había más que ver como lo besaba y lo abrazaba para entender que no quería que se le escapara por nada del mundo. Ella era exactamente el tipo de chica que no se iba a desvanecer ni dejar impresionar por toda su influencia y el directivo pareció darse cuenta después de un tiempo. Pero la muchacha que era capaz de participar en todos los juegos que él le proponía, disfrutó por el tiempo que duró su relación. Era presentada a sus amigos, le regalaba vestidos caros que ella lucía en las cenas en las que lo acompañaba y se fueron juntos de viaje a las playas exóticas del caribe. Todo era muy de su gusto y se sentía tan agradecida a Jud y a Jackie, que todas las semanas que había partido les mandaba un sobre con dos entradas para que pudieran aficionarse al deporte rey. Sus perfumes, sus cremas y su maquillaje era cada vez más caro, acudía a las mismas peluquerías que las otras novias de futbolistas y directivos, y finalmente dejó de trabajar de camarera y se apuntó a un gimnasio en el que solía pasar mucho tiempo en la sauna y en la piscina. Cuando Jud volvió a la normalidad pudo dedicarle toda la atención a Jackie y a su hijo, porque a pesar de su benevolencia, una persona en casa ajena lo condiciona todo y lo reconoció una vez que Galoria ocupó el apartamento en el que se veía con su nuevo amigo. Un día de fútbol, Jud se levantó con ánimo para darle salida a una entradas. Apenas pudo decírselo a Jackie para que lo acompañara después de afeitarse y cepillarse lo dientes. Jackie vio que había dejado la crema dental sin tapar y se lo dijo para que la tapara, por lo demás estuvo de acuerdo en dejar a Nico en casa de unos amigos, para su tarde de evasión en le estadio. No serían más que dos o tres horas y era una pareja sin hijos con la que salían a veces a cenar, además le habían dado las entradas que no gastaban y no podía negarse a que ellos también pudieran disfrutar de la gratuidad del evento. Jud había estado jugando con las entradas la noche anterior y se pasó la mañana del sábado buscándolas porque no sabía donde las había dejado. Se tuvo que emplear a fondo, pero al final aparecieron entre los cojines del sillón. Se volvió a mirar al espejo antes de salir de casa y Jackie tuvo que volver a decirle que estaba bien y que volviera a echarse desodorante nadie querría sentarse a su 10
lado porque apestaba. Parecía que la expectativa de volver a ver a Galoria provocaba en él aquella obsesión por su presencia, pero Jackie no le prestaba tanta atención como para darse cuenta, o al menos eso pensaba. Llegó el momento de entrar en el estadio, yo nunca había estado en uno pero esta vez creí que debía acompañar a Jud. Nos colocamos ordenadamente pidiendo cierta ayuda para encontrar nuestros asientos, para él parecía más complicado asumir su sitio porque tenía en cuenta si apreciaría cada momento del partido, por eso accedí a cambiarle el sitio, pero yo no notaba ninguna diferencia. Bien, me dije, si eso le hace sentirse más tranquilo... Unos de aquellos tipos que tenían que sentarse a continuación pidieron un sitio más cerca del final de grada y no tuvieron problema en conseguirlo, de tal forma que Jud volvió a cambiarse y ocupó uno de sus sitios. Se pasó todo el partido en silencio, moviéndose como si fuera el el que llevaba el balón, el que lo golpeaba o el que lo hacía salir desviado de la portería del equipo que él defendía (posiblemente con alguna fuerza psíquica que yo ignoraba que tuviera). Debo ser clara, Jud no ha sido el único hombre en mi vida y por eso sé que los hay mucho peores, pero no me gusta que gente que juega con los sentimientos de otros y, sobre todo, no me gusta la gente que te manipula a través de las emociones. No es que se eche a llorar cuando quiere alguna cosa, tal y como hacen los niños, pero ha estado inspirándome una lástima hacia su prima que ella no merece. Galoria, cuyo principal mérito es parecer una “mosquita muerta”, no resultó ser la persona que él parecía ver y de la que me contaba cosas de su infancia que, al parecer, no podía olvidar. Tengo mi parecer acerca de lo que me rodea, no me hacía falta que Jud lo interpretara todo a su manera. Estaba preocupado por ella, de eso estoy segura, pero me molestaba como la miraba, era una de esas miradas que se dedican a los amores que no pudieron ser. El tiempo que ella pasó en nuestra casa estuve muy molesta, pero supe ser paciente y creo que no me lo notaron. Podría haber hecho una exhibición vehemente de mi enojo, podría haber cargado contra ella desde el momento que empezó a no gustarme. Discutir abiertamente sobre el tema nos hubiese llevado a un estado tan desagradable de nuestra relación que de momento se contiene. Resulta bastante discutible que los hombres terminen claudicando en todo lo que sus mujeres proponen, pero demostré una moderada satisfacción cuando Galoria abandonó nuestra casa. Lo cierto es que bastó una leve insinuación, después de un tiempo prudencial y sin que Jud tuviera conocimiento de ello, para que Galoria empezara a buscar un apartamento. En realidad me dio la impresión de que estaba deseando tener intimidad para pasar tiempo con su nuevo novio, un tipo que ni iba ni venía y del que no podría esperar un compromiso. Creo que estoy siendo cruel y yo no suelo ser así, sin duda todo esto a despertado los peores sentimientos en mi. Dada la situación a la que hemos llegado, con el anuncio casi un año antes de mi embarazo; dado que la prima Galoria entró en nuestras vidas -no sólo porque vivió en nuestra casa, sino por las preocupaciones que le suponía a Jud-; dado que pasa el tiempo y no avanzamos y probablemente empezamos a acostumbrarnos a una vida de estrecheces... al menos yo, debería haber pensado más en lo que hacía al relajarme con los métodos de anticoncepción y deberíamos haber sido más prudentes. No soy de ese tipo de personas que reconoce la experiencia de vivir, de casarse, de tener hijos y enfrentarse a todas las dificultades como algo emocionante, si puedo evitar lo que no funciona no me lo pienso. Jud necesitaba rendirse, no había queja en él, tampoco había sueños ni ambiciones, sólo podría permitirse pensar en el futuro de Nico y dejar constancia de que había intentado construir una familia. Sabía que sus padres no podrían verlo sin enfadarse, pero ese año tampoco iba a visitarlos al pueblo porque habían estado ellos no hacía tanto para conocer al pequeño. Era una pequeña tregua, y la impaciencia que habían sentido en otro tiempo por hacerlo volver se iba perdiendo. En tales casos debía dejar de pensar en ellos porque debía atender a las cosas apremiantes. Había una escasa comunicación con cualquiera que pudiera distraerlo de sus ocupaciones presentes. Había comenzado en él un rechazo al mundo ocasional y adyacente, a la provisionalidad del prometedor estudiante. La realidad se imponía sobre todas las cosas, incluso, todo lo que sus padres habían soñado para él. 11
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