El cráter escondido

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La Grieta

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Crecieron las luces parabólicas, higiénicos colores alcanzando a la noche más clara, decorando el extirpado aspecto de las estrellas, los conos que parecían desprenderse de si mismos. Figuras helicoidales ayudando al efecto puntiagudo de los dibujos, y por fin las explosiones: cientos de ellas. De este modo, los fuegos verticales nos entretenían y acudimos extasiados para verlos caer sobre el río, sin ayuno, en esa ceremonia de desalojo de judío adulto, permitiendo, sólo Dios sabe quién tuvo la idea, el consentido revolcón de al menos nuestros cuerpos, a cada cual más desfigurado por la policromía del firmamento iluminado, y la tonalidad de las sombras brumosas de la orilla del río, y finalmente, bañándonos desnudos en un juego pagano de hartura y desconcierto. No le gustaban las películas americanas, no se reía escandalosamente, no era una de esas chicas que tanto conocemos; nadaba en silencio o estirándose el pelo y aceptando, sometiéndose a las condiciones que la vida le había impuesto. No puedo decir si la oí lamentarse un minuto después, pero en ese momento sólo nadaba y su gesto era de total indiferencia. Frío-calor, otra pasión sin motivo, la verdadera noción y medida de sus relaciones, la superstición del engaño y el pesimismo creciente. Confusión-definición, avancé entre sus pliegues doliéndome todo ese escándalo de fuego sobre nuestras cabezas, y hubiese gritado de no ser por la noche y la sospecha de que no muy lejos otras parejas continuaban en el apogeo de la entrega.

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Teo Gurade no es un mal tipo, para mi representa la indefensión y el desinterés, el consentimiento, la ausencia del sentido de la propiedad. Podría coger cualquier cosa que él tuviera que no le importaría, es como si no tuviese sangre en el cuerpo. A veces hasta me molesta. Tanisia me estuvo mirando, en busca de la evasión supongo. Yo ya no mando en mis emociones, se muestran de forma espontánea y estúpida. No voy a ser yo quien pueda purificarte, ni intervenirte para que recuperes algo que hayas perdido, no, no voy a ser yo. Si nos repugna algo de esto que hacemos, juntos lo superamos. El total de una pena privada. Con la excusa, posiblemente justificada, de atender a algunos de sus pacientes, se retira en su auto y no vuelve hasta la noche. No sé cuanto tiempo podré seguir adherido a esta situación, porque Matilda ha empezado a pedirme que la lleve a tal o cual sitio, y no sé si estoy preparado para esto. Se mueve como una espina independiente, se desplaza en libertad en mi epidermis y puede cruzarla sin que la note, puede ponerse en la búsqueda y alcanzar mi corazón mientras duermo, inconsciente de mi muerte. En la mayoría de mis viajes no resuelvo mis conflictos volviendo a huir, tampoco me gusta enfrentarme a la familia, y no suelo acoplarme a la mamadera desconocida sólo porque esté pasando un mal momento; tampoco es que ande sobrado de dinero. Salimos los tres. Tendrán que perdonar si rehúso establecer la diferencia entre madrastra e hijastra, aunque su alegría parece compartida, y la tarde igual de floreciente. Esa comunicación de ánimos paralelos no determinó haber aceptado acompañarlas –si me hubiese negado quizá no hubiesen salido-, quisiera que no hubiese sido así, pero esa tensión, la inquietud de sus espíritus, vibra con el consuelo como un vértigo inesperado y desconocido. No se trataba de un “plato de buen gusto”, no era el mejor plan para la tarde, ni lo que más me apetecía como final de un día lamentablemente gris y anodino. Una gran sensación de estar permanente espiado se producía cuando aquella jovencita de apenas dieciocho años estaba presente, y su conformismo, y su ilusión primeriza me desbordaba. Cualquier cosa la hacía emocionarse y Matilda apenas decía algo que pudiera reprimir sus gritos. La madrastra la miraba con comprensión, diría más, cuando por fin accedía a llevarla consigo a alguna parte la miraba con devoción, como si por un instante se creyera su verdadera madre. ¿Como decirlo? No la asumía en toda su responsabilidad, era una amiga de la que acordarse en algunas ocasiones o con más o menos frecuencia, ya no necesitaba que nadie le dijera lo que estaba bien y lo que estaba mal, y por eso se desvinculaba de ella cada vez que le era posible, lo que no era poco. De un terrible desinterés fuera de si misma y si necesidad de sentir la más leve 2


brisa de felicidad si se decidía a pasar a su lado, de eso se trataba, de una especie de epidermis a la espera, para establecer la relación entre sorpresa y reconocible sensación caracoleando entre el bello de sus brazos, y el jugueteo de una falda inclasificable, demasiado corta para su edad. No tengas hacienda si no estas dispuesto a defenderla, si no sabes nadar aléjate de la espuma de los inconformistas o te hundirás en ella irremediablemente. Mi vida, en su sentido más estrecho, no acepta condiciones previas –eso no quiere decir que no sepa amoldarme a según que novedades-, y hay demasiados planes que uno no sabe de donde le llegan, o sí, pero inesperadamente, te absorben. No puedo ser cruel con Tanisia, no hasta el punto de considerar que a su edad otras chicas ya se han abierto a la vida como flores, y hasta considerar que su mentalidad se ha quedado anclada en lo quince. Este recogimiento de mi ser sin compasión no debe llegar hasta el intento de desarrollar lo más cercano sin haber pedido permiso previamente, y no me estoy refiriendo a nada físico, me estoy refiriendo a la crítica que pretende una revolución de nuestro medio, porque no soporta tanta inocencia. ¿Por qué tenemos tanta prisa por vivir? ¿Por qué nos incomoda que otros vivan un mundo de fantasía? No voy a entrar en eso. Sí, es necesario, es mi propia miseria de haber perdido toda emoción lo que crea mi nausea, lo que me conduce a juzgar como un tecnócrata. En un estado de guerra, los casos de locura nos acercan a hombres que, de pronto, no se consideran aptos para responsabilizarse de si mismos, de responder de su propia existencia, y se dejan caer ajenos a cualquier horror, hasta morir de inanición. Sufre el espíritu que aún está en vida, pero cuando morir o vivir deja de importar, entonces el cuerpo se convierte en saco de piel y huesos, un estorbo del que se deja de ser consciente. Vi a un hombre dejarse morir así, pero a nadie le importó porque otros morían alrededor por los bombardeos a los que nos sometían a diario. Ella se suspende de codos sobre el mostrador como si flotara, y me agrada que se sienta feliz. Nadie es responsable de nadie en la actual dinámica de nuestras vidas, en el contexto en el que nos hemos sumergido con toda intención, buscando la nada. Permito que la vida me zarandee, es mi propia actitud que lo provoca. Creo que diciéndome que no me incumbe lo que pueda ser de esta chica, que es una niña, que me pongo a salvo, y me convierto en el objeto de todo los vaivenes, arrojado a la tormenta. Jamás terminará esa bella sensación de sentirme observado por ella, mientras come su perrito, justo por encima del ketchup, chupando de la paja de su refresco por el borde del vaso, ajustándose las gafas, pasando la 3


servilleta de papel sobre los labios, respirando hondo, sonriendo. Intento reconocerme en todo lo que la vida expone: Resulta novedoso el color de las bombillas otras veces no supe que existían, debería inquietarme que el reborde de formica esté cascado, y que los mandilones de la camarera le quede tan ajustado, todo lo que hace magia desde esta paternidad no planificada. Solo faltaba que en la Tv. Corrieran los dibujos animados dando gritos y volteretas, y que ella se quedara absorta por un momento a medio morder. -Hemos abierto un mundo lleno de maldiciones, que se colarán cuando menos lo esperemos –Matilda hablaba en clave. Cuanto más difícil me resultaba a mí entenderla, más atención ponía Tanisia para intentar descubrir un tono que le diera una pista de por donde iba su discurso-. A pesar de todos los prólogos de los libros que me has dejado, al final siempre terminan de forma trágica, es tu naturaleza. No salía de mi asombro, creí por un momento que me culpaba, pero no, continuó: -La noche de los fuegos de artificio, sentada sobre la hierba creí que jamás había consentido en dejarme admirar y seducir por algo tan bello, de aquella manera, abandonada a todo. Eran tan bellos, que daban ganas de llorar. Tanisia nos seguía en silencio. Reconozcamos que siempre uno tiene la sospecha de estar viviendo una equivocación, sobre todo cuando alguien empieza a desarrollar argumentos alrededor de lo sucedido, y te encuentras en una situación de guión formal de la que no puedes huir. Una roja tarde de agradable descenso nos llevaba calle abajo, tan abandonados que nunca la urgencia tuvo un sentido tan abstracto. La rodadura se despacha abierta a una inmensidad de avenidas sin autos rebotando reflejos acostados, dispuestos para nosotros, para posarse sobre nuestros cabellos y darle a nuestras figuras el relieve necesario de los seres transparentes. Mi maldad, eso me asusta, no que me vea envuelto en la perversión de otros, la mía. Es la parte más pequeña de mi sangre que se conmueve conmigo, circulamos al unísono, hoy menos ajenos que nunca a los detalles, al espacio chirriante al pasar bajo un puente sobre el que un tren de cercanías pasa escandalosamente, a la estructura demoledora que se abre sobre nuestras cabezas, pero también a los tornillos ferrosos que resisten la presión unidos a cada embestida. Se había sentido todo el día con la pesadez de un mal dormir. Se incorporaba disimulando el dolor de sentirse respirando, pero estaba en esa búsqueda de ilimitadas satisfacciones que distrajeran esa sensación, no era 4


algo nuevo. Ya no era una niña, y sonreía ante el espejo al notar que el sexo se la abría al recordar aquella noche, y no podía concebir que las cosas sucedieran así, no podía aceptar la serenidad huyendo. No la habían asaltado ni habían sacado provecho de su desventaja de necesitar un poco de afecto, lo había deseado y lo se lo había entregado sin tenérselo en cuenta. Pasaba un tren sobre sus cabezas, eso aumentaba la confusión, había cogido a Tanisia por la cintura y avanzaban las dos como enamoradas, despreocupadamente. Le estaba cogiendo el afecto que se tienen dos estatuas, dos trozos de piedra abrazadas, labradas una sobre la otra en la cobertura de los secretos que compartían, que no habían sido pocos desde los quince, cuando la vio por primera vez pesarosa y creciéndole la nariz. El pensamiento le devolvía cada censura, y si deseaba pensar que aquella niña a pesar de haber alcanzado la mayoría de edad, un día desaparecería porque no significaba más que una débil amistad, entonces estaba en el camino de lo abstracto, de empezar a pensar de nuevo, que ya nada importaba. La muerte se reía de nosotros, o se reía de mí. No se resolvía de su inmadurez y avanzaba para no dejar de tener sus propios anhelos inconstantes. En un momento, a la altura de La Parla, escuchó una charanga deshacer los metales al ritmo constante, bombeante (de bombo y platillo), de un percusión de simpleza austera pero contundente, y todo cambió. La transformación de todos sus dolores fue casi instantánea, el ánimo recuperado la encarnaba en parte de la fiesta y fluía de nuevo. Tomaba la mano de Tanisia pero sin fe, sin el necesario compromiso, desinteresada ya del mundo que se cociera fuera de aquella masa ondulante que se abría festiva. Estaba enloquecida, con los ojos desorbitados y respirando a bocanadas, como si recibiera el aire conteniéndolo en la bóveda de su boca para tragarlo a golpes, inconsciente de la desilusión que planeaba sobre todos nosotros. Se hacia de noche, las bombillas amarillentas colgaban sobre sus cabezas bailando giros inesperados. El crepúsculo era de hielo y los ojos de Matilda desaparecieron, solo sus cuencas vacías se exponían a quien quisiera interrogarla, ojos vacíos que no decían nada buscaban la inquietud que comenzaba a desasosegarla. Se golpearía contra todas las espaldas si no la retuviera aún la mano muerta que sostiene Tanisia. Quería algo de beber, y se acercaron al hule de una plancha de madera en el que les pusieron vino, esta vez también Tanisia bebió, y ya nada les parecía mal. El deseo de no regresar comparecía, daba igual la noche, daba igual el decoro y la extrañeza de quien pudiera esperar encontrarlos en casa. -No juegues con los chicos. Eso siempre trae problemas. Puedes exhibirte todo lo que quieras, pero no les hagas concebir falsas expectativas, esos no es propio de una señorita –parecía hablar con lengua helada, a pesar del 5


calor de la bebida. La represión a la que sometía ahora contradecía todo lo que había sentido un minuto antes, tal vez a la espera de volver a cambiar el tono de su voz. -Deja que la chica se divierta. Nadie se escandaliza de los niveles de exótica burguesía a los que llegamos. -Entonces, ¿no somos pobres? –Tanisia tenía preguntas tan inocentes que uno llegaba a preguntarse si lo hacía deliberadamente, si intentaba sacar una ironía que nadie más que ella comprendía. La indecencia de Teo Gurade es encontrártelo donde menos te lo esperas y en los momentos menos oportunos. Mi forma de ser no congenia con los desafíos, y no discutir por ideas descabelladas tomadas en volandas con la ilusión de un adolescente, esa es una condición que considero saludable. Yo mismo me puedo mostrar a veces con apariencias deformadas, y reacciones inesperadas, así que cuando ellas salieron disparadas al baño y me plantaron solo, en medio de la turba no pude más que resistir e ir poco a poco arrinconándome, para evitar ser engullidos por risas y movimientos ajenos. Cleocio el secretario de Gurade viene por casa un par de días a la semana, no sé por qué lo expreso con esta familiaridad, porque yo mismo estoy de paso. En esa casa ajena donde nunca luce el sol, una visita más en el nivel opaco de nuestras relaciones apenas significa algo, aún con todo eso, verlo en medio de la verbena donde nadie lo esperaba no me resultó nada agradable. -No intentes reducirme querida, ni tus desapariciones pueden preocuparme hasta ese extremo, hasta inquietarme de no volver a caer cuando se elevan los puentes. -Ella me mira mientras se aleja para buscar una cafetería atestada, una de esas cafeterías de puertas abiertas que circundan la plaza y forman parte de este carnaval. Intento no descifrar algunas de esas figuras, tengo bastante con acabar mi vino y observar las evoluciones de Cleocio. Un hombre con cabeza de caballo me da la espalda y cada vez que se ríe da un paso atrás y amenaza con empujarme. Estoy atrapado, debo mantener la posición, tengo que esperar a las mujeres, saldré de esta.

Teo Gurade estaba solo, rumiando una malestar pasajero, una acidez de mal comportamiento, y la última visión de una úlcera incurable en uno de sus pacientes, pero no se compadecía de si mismo, ni siquiera por llegar a casa y no encontrar más compañía que la señora Cadia, que era vieja y apenas hablaba.

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Sopesó su condena y creyó que uno nunca calcula con la exactitud necesaria, con el debido pesimismo los callejones sin salida, a los que nos va a llevar una y otra vez la vida, o si se prefiere, el mero hecho de vivir. Petrificado sobre un mantel de hilo intenta no dejar huellas innecesarias, se frota las manos, recoge la copa de vino y piensa en las nubes interminables que cuelgan más allá de la ventana. Ha sido un día demasiado largo hasta para él, acostumbrado a empezar muy temprano y retirarse muy tarde, y sabe que cenar fuerte no va a solucionar lo de su acidez, pero no puede renunciar a la última satisfacción que ya le va a otorgar un día tan estrecho, tener la cena en forma de guiso oloroso e insinuante, en un plato delante de sus ojos mientras decide si después acostarse o terminar de leer el periódico. Es consciente de que cada noche que asume la indiferencia sin remordimiento, se abraza a la grieta, se describe a sí mismo, tal y como se ha construido, como alguna vez aspiró a ser creado. ¿Estaba empezando algo parecido a una desconsolada autocrítica? Él no era quién para decidir sobre sus méritos, sobre la cobertura que ofrecía, sobre los que podían o no aprovecharse de su conducta desinteresada, de si en fin, merecía o no la absolución que esperamos en lo social. De cualquier forma, por mucho que trabajara, y que su dedicación intentara anunciar lo mejor de sí mismo, estaba convencido de que, otro viaje, unas vacaciones, le hacían falta o terminaría por odiarse. Luchy me llamó por que necesitaba con quien hablar. El teléfono funcionó correctamente aún entre el gentío, y el tipo de la cabeza de caballo no dejaba de cocear, pero predije cada uno de sus movimientos y pude mantener una pequeña conversación entre su espalda y la madera que hacía de barra del chiringuito. Me reprochaba ser tan olvidadizo, y yo admití todas mis ligerezas. La salud de los jóvenes sólo es equiparable a su forma de bailar y el ansia por formar parte del baile. La risa y los gritos son una expresión más de su salud inquebrantable, de su forma inigualable. Una seducción punzante sin dejar de coger el y teléfono, me conduce más allá de las pistas y las orquestas, de los territorios aislados de la fatiga donde la confusión pervierte en baile hasta convertirlo en roce pagano. Por encima de todas las cabezas, en el descampado entre autos y botellas, los más jóvenes deciden ser aún los aspirantes a la pasión inconsciente, al deseo sin planificar de sonidos marinos mezclados con movimientos de bandoneón. La salud de los cuerpos jóvenes termina de revelarse cuando Tanisia regresa sola, balanceándose y esperando paciente con una sonrisa en los labios a que termine mi conversación. Despejo la fragilidad que nos separa adelantando un brazo para, sin decir una palabra, señalar que puede acercarse.

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-Ahora que por fin te he localizado, ¿podré contar contigo? –Luchy sonaba cortante, ¿qué iba a responderle? Si alguien te interpela de semejante manera, no hay más que responder que sí, aunque no se medite con el tiempo y la templanza suficientes. Me pareció que Tanisia se ablandaba, que su cuerpo se volvía colchón de plumas, dispuesta para que algún jovencito saltara sobre ella y se hundiera sin coartada entre moldes y otras formas a medio hacer. No es romper con la infancia, con esa lejanía, empezar a mirarla mujer. Decaigo acompañado de todas mi prejuiciosas bondades y me encaramo a nuevas imágenes que también forman parte de la vida. Ella aún sonríe, bailotea en lo mínimo por no soltarse, espacio de ronroneos y contenciones. Yo te llevo, no te preocupes por eso, diviértete si lo deseas, para eso estamos aquí, pero no salgas de mi campo de visión, no te escondas detrás de otros cuerpos, que no son los nuestros. Ya no te abrazo, no te preocupes por mí, lo hice un momento porque te acercaste demasiado, y apenas tengo espacio para reaccionar de otra manera. Fue un abrazo desordenado, podrido de afecto, para ya paso, sigue bailando y perdona las confianzas que se toma este viejo. Es lo que pasa en las fiesta paganas todo termina por fermentar descontroladamente hacia el borde del caldero. -Ella viene ahora, se encontró con un amigo y se han quedado hablando. Este vapor delgado se detiene en tus riñones, abultan por encima de tus caderas como fecundas flores ofreciendo el rescate de un posible enlace. Creo que empezamos a estar mareados, y tu no estas acostumbrada a reírte artificialmente, tampoco a beber. Ante el despatarre general me atenaza la idea de estar abusando de lo que imagino, porque después de todo tus insistentes miradas a lo único que llegan es a calentarme la cabeza. Ella vuelve, viene acompañada de un hombre de poco pelo y dentadura desigual. Admito que no se trata de un club privado, pero era todo mucho más sencillo: caminar entre las dos, tan cerca. La cama queda construida, perfectamente imaginada cuando el deseo de acostarse sobre ella renueva el cansancio. Hace una hora estaba sentada sin reparos sobre la arena de la playa, y se le ha metido un poco de la arena entre la braga y la goma, pero no importa irá al baño y se pasará una toalla húmeda por las piernas, ha sido un día diferente, eso lo compensa todo. Se había hecho de noche, volvían andando para casa y se construían nubes. Se fueron abandonando al crepúsculo creciente, el abismo insondable que les llegó congelado, pálido y exhausto. El paseo de la playa no quedaba muy lejos de la fiesta popular a la que habían asistido con el inconsciente promoviendo nuevos pasos, así que cuando decidieron descansar, y se sentaron en la arena, se oía el rumor de las olas, pero también el eco lejano 8


de la charanga. Aquel tipo los seguía, o se había unido al grupo, no se despegaba de Matilda, así que se situó al lado de Cárulo, y apoyó la cabeza en su hombro mientras lo cogía del brazo en busca de un poco de calor. El pasado me produce una oquedad entre costillas, y no desafío por eso, es mi forma de estar en el mundo. Sé que duele, pero tengo que superarlo, ya no controlo mis emociones, y sin embargo puedo girar, creer que puedo superar estas desgracias que nos ponen a prueba. Cuando camino solo en medio de una ciudad que se me viene, se que la condición humana está bien expresada en su contexto, que necesito permanecer fiel a mis ideales y que cuando otros me miran comprenden. Ya he pasado de esa edad en la que uno termina por amasar su propia derrota, y es como si mi forma de mirar comunicara que estoy preparado para lo peor, para seguir desentendiéndome del resultado –porque ya no importa-, y asumir que cuando todos mis ancianos terminen por morirse estaré definitivamente solo. Pasan los transeúntes y es como si lo adivinaran, asumo que las malas noticias llegan y cada vez soy un poco menos yo mismo. Aquí esta el desorden del que reniego, y aquí estoy yo, dejando que se doble y no termine de romper. Puedo tener la seguridad de que ha sufrido durante un tiempo, la forma en que se aprieta la ropa, la forma también en la que se ata los cordones de los zapatos, estirándolos hasta hacer daño, la rabia con la que se estira el pelo, tirando de cepillo como si no existiera alguna otra cosa de importancia en el mundo, dan fe de que tuvo que sufrir por disciplina: en ocasiones, cuando las cosas no salen como espera, creo que la he imaginado arañando el antebrazo izquierdo con las uñas –no son muy afiladas pero suficiente para hacerse daño-, y mirar su cara totalmente inexpresiva, con el gesto de la normalidad más aplastante. Y por otra parte, esa nueva a afición por convertirse en una princesa, por ponerse perfume y comprar vestidos, es una señal de que no ha asumido la parte que le toca, ni ha entendido que no se puede desafiar a la vida (aunque si alguien lo hace siempre son los adolescentes). Volverá la crisis, tal vez dentro de unos días, un año o diez años, pero volverá a recibir el vacío del sinsentido, y entonces eso la hará madurar. Mientras ese momento llega, no creo que esté de más que reciba con cierta amabilidad sus atenciones. Tiene la cabeza pequeña, y los hombros estrechos, y eso creo que lo hace todo más fácil porque se adapta perfectamente a todos los lugares, a todas las situaciones. Mañana tengo que ir a aeropuerto a recoger a Luchy, la llevaré al hotel, y hablaremos un poco, creo que ella, Tanisia, querrá venir conmigo, no tiene nada mejor que hacer, eso ha dicho. Mañana veremos. Aquí la seguridad ha mejorado bastante, este país pertenece a un mundo antiguo, casi ruinoso, pero todo está bajo control. El hotel que le he 9


buscado a Luchy es también bastante viejo, pero resulta cómodo, un lugar para la gente que no desea relacionarse, salen y entran de él sin decir palabra. Eso es bueno, justo lo que ella necesita, que no la molesten. En ese lugar estuve una vez, una vez que no deseaba contacto con la gente porque estaba deprimido, y porque no tenía mucho dinero. Tal vez podría andar un poco mejor de iluminación, pero puede ser suficiente. Luchy caminará entre su paredes como un eremita silencioso, buscando la misma soledad que un día a mí me hizo falta. La fachada se incrusta entre otros dos edificios de cuatro plantas; sin adornos. Delante hay un parque que parece peligroso porque en él se reúnen mendigos y traficantes y está bastante sucio, pero si no los molestas se conforman con verte pasar. Ya lo había dicho, es un hotel barato situado en un lugar barato. Luchy no es una princesa, pero es mi amiga. La vida renace, le damos continuidad a ese concepto, y somos la parte más pequeña de su realidad, de su contexto. Venimos unos detrás de otros, montando encima tal vez por la superpoblación que nos amenaza, pero morimos rápido, esto dura demasiado poco: nos toca retirarnos cuando ya empezábamos a tomarle el pulso. Pido orgullo para vivir y resignación para morir. El dolor que nos afecta es parte de la vida, y hay que aprender a encajar para seguir viviendo: es importante que así sea. Pero también es necesario un poco de orgullo -sin pasarse-, un orgullo silencioso casi nos vuelve legendarios porque sin rebeldía la vida se convierte en una realidad puramente química. Cuando reconozcamos que el momento puede llegar sin previo aviso, lo mejor es aceptarlo como un descanso merecido y entregarse como uno se entregaría a una amante anciana, que nos llena de cuidados y se preocupa por nuestro bienestar. Resistirse no sirve de nada. Teo Gurade parece envuelto en vapor, oyó abrir la puerta de la calle y por eso supo que en la casa había gente, se quedara dormido en el sillón y le costaba abrir los ojos. Notó que lo veían y que intentaban pasar a su lado sin hacer ruido para no molestarlo. Después los sonidos lejanos de puertas abriéndose y cerrándose en las habitaciones. El cuerpo del anciano que había visitado respondía bien a la cirugía, saldría de esta, si eso era lo que esperaba de la vida. Había una gran piscina llena de hojas en el jardín y la miraba distraído mientras la mujer del enfermo, una señora menuda y de voz chirriante, le decía que nada se arreglaría con la extirpación si él no ponía un poco de voluntad de su parte, porque no tenía ánimo para la vida. Teo la miró incrédulo: todo el mundo tenía voluntad de vivir, al menos eso lo había aprendido de ver gente que luchaba por mantenerse prendida a la vida cuando ya nada se podía hacer, en términos médicos, por ayudarles. “Se levanta cada mañana y se sienta en la cama, se queda allí, a veces una hora perdida sin hablar, en completo silencio, mirando al infinito”. Habían llegado a un momento de sus vidas 10


en que empezaban a ser conscientes de que todo se terminaba, y nadie les iba a ayudar en eso. La vejez volvía endurecida contra ellos esta vez, ya no se trataba de verla como la habían visto llegar y establecerse en sus mayores. El don del delirio, eso es lo que tiene Luchy que la hace tan infeliz e incapaz del equilibrio. La aprecio pero no puede estar aquí, yo mismo no sé a qué se debe la naturalidad con la que he sido aceptado. La casa nos acoge expresándose conformista pero no indefinidamente. La conmoción a la que se somete ayuda a crear espacios, destruye silencios no deseados. He caído como de la nada, sin previo aviso, suelo hacerlo con la familia. Mi relación consanguínea con Tanisia es tan lejana que no puedo aceptar que me mire como familia, sus miradas son turbadoras. Nadie creería que puede existir en ellas el aprecio a un primo, de un primo, de su madre, como si se tratara realmente de algo más cercano. ¿O será que realmente la ausencia de ningún otro lazo sanguíneo más cercano le provoca ese sentimiento de proximidad? No lo sé, y de momento prefiero no descubrirlo. El que piense en mí como un bondadoso enfermo en busca de una vejez apacible, se equivoca, yo soy un viajero, y no tengo pensado dejar de viajar. Doy vueltas, eso también es verdad, y esa repetición de caras y lugares no me resulta desagradable. Vuelvo a ellos de forma inconsciente, y después no tengo prisa por abandonarlos, pero finalmente siempre surge el momento. Visto así puedo parecer un impostor, pero vivo como me gusta e intento no comprometer a nadie. Es mejor poner el freno cuando uno se siente desorientado, prefiero no correr riesgos. Durante un tiempo me bastaba con saber que el mundo seguía funcionando, que se movía, que respiraba, no me hacía falta formar parte de él ni saber al detalle lo que sucedía ahí fuera. Su madre me atribuía en vida unas cualidades que yo nunca tuve, el papel de un sanador de mentes, de un psicólogo ayudador de adolescentes, y todo, porque una vez ella sufría por un amor inalcanzable y yo le hablé como su amigo de confianza para que superara aquel desengaño, el desaliento, pasa a menudo. De camino al aeropuerto, intento sin demasiado éxito, centrar los últimos sucesos, los hechos que parecen llegar dependientes y encadenados, expresiones de una situación que se de forma a sí misma, que trasciende entre las particularidades de mi ojo crítico; estertores de una vida pasada de los que desconozco el alcance, la influencia que pueden tener sobre el presente. La imagen que tengo de Luchy es la de un espíritu doliente, delgada hasta la desfiguración, y también el trastorno, las inseguridades, las paranoias, con todo lo que 11


supuso para mi ofrecerle entonces mi amistad y aceptar lo que suponía su sumisión, la representación de una condescendencia residual, la oportunidad que me dio de reconocer y aceptar la parte que se desprende de la pieza original que el artista quiere tallar, la escoria que tanto respeto. No soy psicólogo ni nada parecido, pero me gusta dar consejos a los amigos, aunque haya descubierto que a la larga no sirve de nada, las cosas tienen esa desconocida tendencia de inclinarse de nuevo hacia donde quieren, para llegar a donde había sido planificado con tanta exactitud.

Impresiones de la Edad Sombría

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Más allá de la impresión que Luchy causa en quien no la conoce –tiene los brazos tan delgados y tatuados que parecen de un maniquí-, de la sensación de desconfianza que parece sentir y que devuelve en un rebote sin fin, y aún más allá de sus evasivas y de su lacónico proceder general, cualquier esfuerzo que Tanisia pudiese hacer por hablar con ella, así de principio, hubiese sido inútil, ni aún superando su propia timidez. Todo sería más fácil al cabo de unas horas, o de unos días si no eran espíritus afines, y no me pareció buena idea interceder en el sentido de forzarlas a ser amigas. 12


La voluntariedad con que realizo este encargo no se ve empañada por mi moderada elección, los pormenores de este hotel al que nos dirigimos después de abandonar el aeropuerto, son del tipo de aquellos que rodean el abandono y la pereza, si bien las habitaciones parece que se limpian cada día. El matrimonio que lo regenta ronda los sesenta años y se encierran en una habitación de la planta baja que da a la puerta de la calle con la televisión dispuesta en un volumen muy alto, han cerrado las contraventanas y la puerta y el señor nos abre la puerta con cara de extrañeza, como si ya nunca esperara a nadie a esas horas. No puedo estar continuamente pensando que podría haberse tratado de algo mejor, reprimo mis remordimientos, es algo temporal, me digo. Hay una mesa camilla a la que nos acercamos el señor y yo para cubrir la ficha y formalizar la estadía, después me pide un documento que acredite mi identidad, todo resulta muy parado y estoy deseando salir de allí. La señora casi no se mueve, no sé si interrumpí algo, huele a cerrado y no resulta agradable. Respeto y condescendencia se complementan en las relaciones más desiguales, no indiferentes a clases y religiones, si bien uno prefiere estar del lado de la condescendencia, y aceptar el respeto como la servidumbre de una forma pobre de triunfo. Después de una relación tan antigua, de una amistad tan presente, no puedo expresar con más lucidez lo poco que exige de mí con su viaje, y no encuentro entre sus motivos más que otra huida de fantasmas. ¿Cómo debo enfrentarme a todo esto que me sucede? Debería decir antes de nada, que he llegado hasta aquí, no siguiendo una estrella, ni siquiera un mapa, pero sí una sensación de libertad, a eso tengo derecho y me lo permito en la frecuencia de mis deliberaciones sobre el tema. Me reconozco como viajero, y de ahí parte el resto, lo que me confunde por no llegar, y el esclarecimiento de viejas cuestiones porque tienen que ver con el camino; en esa relación de vivencias presentes y viajes pospuestos en los que ando ahora. Se pelea con el mundo dispuesta a perder y siempre ha perdido, porque es incapaz de medir sus fuerzas. Cuando era joven nunca se plegaba, y los desafíos le costaban caros. Esto es lo insólito de los que deciden hacerle caso a sus apreciaciones acerca de esto o de aquello, que se complican la vida. Esta bien creer que hay cosas que no deben ser sometidas al encuentro común, al razonamiento colectivo, pero ese no era el mejor consejo a seguir por Luchy. Sólo con que se hubiese sumado a la razón colectiva hubiese tenido muchos menos problemas, y si pensar, y si ser crítico y tener tus propias ideas, te crea problemas infranqueables, y tu vida choca hasta la extenuación, entonces lo mejor es poner los pies en el suelo. Ahora dice que la persiguen y que debe esconderse, pero sabe bien quienes son “ellos”, no 13


sabe si son la policía, los extraterrestres, o la CIA. Ha llegado aun punto en que considera a su propio pensamiento disgregado del hecho social, un peligro inminente para el mundo. Se ha dado cuenta de que de ahí vienen sus problemas, pero no mejora. Ahora dice que los espíritus de otras personas la acosan y meten esas ideas en su cabeza. Subimos a la habitación para ayudarla -Sí, no ha sido un viaje muy cómodo, pero nada me parece cómodo últimamente. Debo agradecerte este esfuerzo, no sabía a quien recurrir. -Dejémoslo en que es por los viejos tiempos -¿qué habría yo querido decir con eso? Los viejos tiempos nos comprometen al dolor, pero era necesario recordar de donde veníamos-, y si tienes planes o no ya me contarás. -No, ningún plan. No tengo a donde ir, ni tengo pensado de momento buscar trabajo, pero tampoco quiero ser una carga por demasiado tiempo. -Te pareces más a mi de lo que había pensado –dije sonriendo-, a mi tampoco me gusta estar demasiado tiempo en un sitio, y ya creo que debo ir pensando en mi próximo destino. Tanisia me miraba desilusionada, como si descubrir que yo podría partir en cualquier momento la hubiera cogido por sorpresa. Casi podía sentir el roce de una mirada ladeada y caída. Nadie se esfuerza lo suficiente por comprender, y cada persona tiene sus pequeñas condiciones esperando detrás de sus más simples razonamientos, y eso lo cambia todo. Estamos inspirados por fuerzas, en ocasiones, desconocidas también para nosotros, no siempre se nos revela el inconsciente. El cambio de planes no me permite especular, Tanisia parece pegada a mí sin renunciar a su desenvoltura natural, y no sé que hacer ya con ella, no me deja un minuto, y no pudo decirle que no cuando me mira con esos ojitos de gatita desamparada y me pide que me deje acompañar. Hago conmigo lo que puedo, intento no caer en viejos errores y salir adelante, me esfuerzo por parecer hermoso a sus ojos sin que ella se de cuenta, y no sé que clase de exhibicionismo habrá en ello. Cárulo le acaricia los antebrazos con descaro. Todos sabemos que se han conocido hace tiempo, pero debemos guardar un somero decoro, algo que él no entiende. Matilda, por su parte, parece subyugada por unas palabras de amor que suenan a papel de embalar, pero sólo es el sonido. El mundo que 14


conocen se Tambalea sin voluntad de evitar todo lo malo que vendrá después. Se presenta sin avisar y pasa las horas esperando que ella se prepare para salir, no es nada indecoroso y Teo Gurade no llega hasta la noche, pero tampoco le importaría, el tiene otras distracciones que tienen que ver con la dedicación por el trabajo y el análisis de su propia vida sin relacionarse con futuros inciertos –en ese análisis procura que Matilde aparezca lo menos posible-. Cárulo provoca en ella esa ilusión infantil de las mujeres de edad, que no saben como han llegado hasta ahí, pero que de pronto se sienten rejuvenecer y enloquecen de amor. Ella, por su parte, acepta las lisonjas con una falsa sonrisa que dice, sigue, sigue, no te pares, termina este preámbulo.

Me gustaría derribarla como se hace con las amantes, pero la veo aún tan frágil que sé que no ocurrirá; se debe a su imaginación, a como cree que son las cosas antes de cualquier experimento, y yo no soy nadie para acabar de un golpe seco con toda esa magia. Creo en la magia tal y como ella la plantea con su presencia. Tiene las piernas largas y permanece a mi lado en silencio hasta intimidarme, me mira cuando estoy de espaldas, lo sé, aunque no alcanzo al rabillo del ojo, respira relajadamente y no reconozco el vacío. Acepta la condición de ocupar el espacio más cercano sin hacer preguntas y sin insinuarse, igual podríamos haber estado detrás de una reja que nos separase del mundo, y yo formando parte de su realidad. Si yo fuera capaz de cuantificar el pecado, el mundo habría crecido de forma considerable, un gran asesinato colectivo podría pesar sobre todos nosotros sin el mérito necesario, y convertir nuestra estancia en este lugar en una forzada tarea de desescombro. Ella se cogió a mi mano la primera vez como una liberación, y paseamos como dos enamorados, aunque no lo interpretara más que como un juego inocente. Antes de volver hemos parado en un lugar solitario, y hemos caminado por puro placer como los seres simples que somos, constituyendo la compañía de los inclinados a mecerse porque nunca se atreven mirar a los ojos, porque no les gusta el romanticismo, pero aprecian ser acompañados. Y uno acepta seguir somnoliento, drogado de naturaleza sin pensar en como, más tarde, se va a sacar de encima algo abstracto. Ella, en cierto modo lo está, detrás de la reja quiero decir: atada a todo, y ocupar esa butaca que era la última, ¿me ha llevado a mí a pasar al otro lado y formar parte de su prisión? Todos tenemos nuestras limitaciones, es cuestión de aceptarlo. ¿Hubiera sido mucho mejor que nunca hubiese existido? Entonces, yo no me hubiera demostrado en qué sector de mi extravagante imaginación 15


puedo rebuscar en el talento, y no hubiera entendido que clase de personaje tiene tantas similitudes con otras mujeres de carne y hueso. Los huesos, ahora que ya no responden con la decisión que lo hacían dejándose morder, aún protestan al deseo, se inquietan e intentan reprimir la chirriante mentira que se desvela detrás de la vida. Atada para siempre al otoño, ha escogido un punto de partida contradictorio, renuncia al placer de la nada, asume proponer nuevos retos circunstanciales sobre los que desenvolver la relación, esforzarse para satisfacer todos los ruegos, y no contentarse nunca con la excursión anodina de los amantes fracasados, o de los solitarios desencantados de la vida. La redacción de la noche, después de las estrellas y los fuegos de artificio, del desayuno de tostadas rascadas, del viento moviendo los árboles del jardín, volvía a escrutar lo que había de nuevo en desentrañar los tonos, de un antiguo amante, el rápido viajero sin celos. Cárulo, sin embargo, la amaba, lo creía firmemente, la simpleza testaruda de una razón superior se lo hacía creer, la amaba hasta hacerla girar, pero no hasta hacerla perder la cabeza, y aún iba más allá, también parecía necesitarla. Entramos e la casa sin hacer ruido, pero no podíamos pasar por el salón sin ser descubiertos. Nos preguntarían a dónde habíamos ido, y responderíamos con una evasiva. En el trámite de intentar llamar la atención lo menos posible, pasó ella primero –las jóvenes son incapaces de no exhibirse cuando se sienten seguras y admiradas-, y no lo consiguió, y yo, ya puestos, y viendo que el resultado no iba a ser el esperado, me planté directamente delante del sillón donde estaban Cárulo y Matilda fumando y tomándose un café. Hubiese celebrado la importancia de un saludo menos convencional, y del argumento más apetecible de ser recordado con un poco más de amabilidad, pero Matilde parecía estar en otra cosa; las mujeres y sus motivos son insondables. Supongo que seguía sintiéndome atraído por ella –más de una vez me he sentido tan confundido como para mezclar afectos y creer que no se trataba de una irregularidad-, no se había tratado de un romance en toda regla, y ella tampoco parecía afectada, al contrario. Como reacción, se trataba quizá de aquella frialdad en el trato, y que yo no intentaba contentarme con una distracción pasajera, me encontraba bien, y disfrutaba de los acontecimientos; eso, sin embargo, no podía resultar de su agrado. No la hubiese invitado a ver los fuegos artificiales si no me hubiese sentido impresionado por algo que había en ella y que no sabría decir que era, algo que tenía que ver con la atracción que provocaba sin ser de una explícita belleza, se trata de un escueta confesión, porque no suelo acompañar hasta tal punto a mujeres que no despierten en mi algo parecido. No, no soy lo 16


que se dice un mujeriego, un hombre que persigue mujeres sin importarle la edad, la condición social, o la amabilidad con la que son tratadas, y es por eso que no podía entender que de pronto el interés que había sentido por ella se esfumara sin más. Lo atribuí a la presencia de Cárulo, y me fui a mi habitación. Cleocio puede ser explicado por su forma de moverse como un libro, como una frase que corre en amplitud hasta el punto y aparte, en una exégesis sobre la mirada inocente de una virgen con un niño en brazos, con la crítica infantil de un Jesucristo sin formar, solo condicionada por sus idas y venidas. Para mí, también representa al hombre moderno, dispuesto a no cometer errores, saliendo de una condición humilde para intentar por todos los medios que su intelecto pueblerino y envidioso, y su fuerza de voluntad, le permitan llegar a una condición social superior. Nunca se desvelará completamente, aunque intentamos una y otra vez entrar en los pormenores que le sirven de escudo silencioso, nunca se desenvolverá sin complejos, pero seguirá adelante sin importarle la parte estética de sus torpezas. Esa noche, una vez que Cárulo se había ido –en realidad debieron salir a dar un paseo y se despidieron en la perta-, bajé un momento para comer algo, y eso fue un grave error, algo que en mi inconsciente acerca de cómo estaba viviendo Matilda toda esta situación, tampoco supe interpretar. Andaba distraído, feliz, en mis idas y venidas en compañía de la niña, a la que ya no volveré a llamar sobrina porque los lazos de sangre eran muy lejanos, y aunque esos lazos fueran lo que justificara de alguna forma que hubiese sido invitado a la casa. Bajé al salón y antes de entrar en la cocina, sentí una presencia hostil que me vigilaba en la oscuridad. -¿Estarás contento? –sonó la voz de Matilda detrás de su pared de oscuridad; y no entendí nada, así de principio no resultó fácil. Se trata de un nuevo descubrimiento, de un giro inesperado de la realidad conocida, así es como se me ofrece ese tono agrio a punto de podrecer, sin darme tiempo a entender que debo preocuparme o, hasta que punto tiene sentido el desesperante despertar lunático de una mujer que amé y que ha estado provocando una crisis. Maldijo sin terminar de explotar y arrojó un cenicero al suelo, comenzaba un espectáculo de división que apenas si pude consentir. Este tipo de escena me transmite lo que la gente piensa en realidad de mí, porque si creen que debo convencerme y aceptar la superioridad violenta de los que se sienten traicionados, en realidad es que tampoco respetan los motivos que alguna vez a todos nos confunden. Además, yo no consideré en ningún momento haberla traicionado, nunca le conté mis cosas, y si algo empezó, terminó por desaparecer con la presencia de un divertimento tan poco constructivo como Cárulo el adulador. Si alguna vez había sentido algún interés, nunca lo demostró, y 17


ahora salía con esto. Y ahí estaba, en estos pensamientos, pero siempre algo queda por llegar con lo que no contamos. -Nadie va a agradecerte que te ocupes de ella. Para mí no es más que otra amiga, una amiguita con la que distraerme, y si últimamente estoy un poco más atenta con ella es porque hay un motivo, deberías haberlo sospechado. Y Teo, no es más que su padrastro y cree que con tenerla en casa cada noche su parte queda entregada. No se ocupa de ella claro que no, ni se interesa por sus cosas, ¡ni siquiera sabe que esta embarazada! Me hablaba con el tono de la condena perpetua. A partir de ese momento algo se había roto definitivamente entre nosotros, pero quedaban cosas que aclarar, aún perdiendo nuestra idea pasada y forzada de conjunto, si es que había existido en su imaginación (no en la mía), con lo poco que en el futuro nos quedara de cortesía tendríamos que hablar y solucionar algunas cosas. Debí sugerir que no deshiciera del todo la imagen que el mundo, de ella, aún pudiera conservar, si lo hubiese hecho, algo dentro de mí me hubiese puesto en alerta acera de una nueva indignación, porque por lo que parece, tengo tendencia a desfigurar por desdramatizar, a descomponer situaciones difíciles e intentar salir airoso. Pero no, yo sólo hubiese intentado verla un poco más tranquila, y feliz, más sosegada. Por lo que parece ha sucedido algo que definitivamente afecta a mi estancia en esta casa, en esta ciudad, debería seguir siendo yo, a pesar de esta chocante discusión, a pesar del empeño de Matilda por poner las cartas boca arriba –cuando todos sabemos que el arte de vivir consiste en ir adivinando lo que sin ser explicito es relevante y condiciona nuestra existencia-, porque me sugiere de nuevo la gravidez, y no renueva las excusas que no se dan pero se presienten para que yo puede seguir viviendo a costa de la buena voluntad de su marido. -¿Quién es el padre? –pregunté con la incertidumbre de un novio adolescente. -Ni se sabe. Cualquiera de sus amigos o uno de sus compañeros en la academia a la que va cuando le apetece, y a perder el tiempo. ¿Qué creías, que te habías topado con la pureza? ¿Eso creías? Todos estamos sometidos a las mismas pasiones, y sujetos a las mismas condiciones, no hay escapatoria. Tu lo deberías saber, con todos esos viajes y ese incansable buscar lo que no existe. Al final estas como al principio. Para mí, a pesar de todo lo expuesto, y aún aceptando como cierta tan radical noticia, sigue existiendo en la dulzura de la joven flor que me ha 18


acompañado los últimos días, una atracción irracional –que sin duda Matilda me nota al mirar a Tanisia, con ese instinto que tienen las mujeres para estas cosas, y que ha desencadenado este escena-, y ahora que sé que su inocencia ha sido quebrada creo que ya no necesito plegarme como hasta ahora hacía, intentando disimular la atracción que sentía por ella. Espero haber tenido éxito en esa maniobra de distracción al menos con los lectores y el resto de los habitantes de la casa, porque Matilda en ningún momento pensó que pudiera ser de otra manera. Al margen de algunas consideraciones morales que podrían ser hechas, debo contar algo que sucedió, y que influyó de forma notable en lo que habría de venir a continuación, un episodio que forma parte incuestionable de la estructura de los acontecimientos, que se coló como intruso entre las buenas relaciones que había conseguido mantener con la madrastra, un episodio con el que corrí el riesgo de convertirme en un maniaco obsesivo por causa de mis propios límites y mis frustraciones tan aceptadas en ocasiones. De forma repentina, una de aquellas noches noté que alguien giraba el picaporte de mi habitación, entraba con cierto sigilo y se detenía al lado de la ventana. La visitante se dejó ver inundada por la luz de la luna, era Tanisia, tan adorable como tensos estaban sus músculos; en la medida que mi sorpresa me lo permitió, me incorporé sobre el cabezal de la cama y observé su figura incontestable a punto de reventar de belleza debajo de un salto de cama transparente, debajo del que empujaban dos pechos firmes a punto de salirse del universo. Creí oír una música en aquel momento, y esa sensación se acentuó cuando al observar que la figura no se movía, me incorporé y salí de la cama, y constaté, que se trataba de un episodio sonambulismo. Se trata en este caso de no dejar a la libre imaginación de cada uno, el partido mezquino que yo pudiera sacar de esa situación al dejarme llevar por el deseo, sin pretender tampoco hacer pasar aquel momento por algo absolutamente carente de malicia, ni cuando observé con perplejidad y cierto mareo su pubis negro como el carbón y aireado sin pudor al moverse de nuevo en dirección a su habitación, y el gracioso movimiento de sus pezones delante de mi cada vez que intentaba conducirla de nuevo a la salida, el movimiento de sus nalgas mientras la seguía por el pasillo, o tremendo desparrame subyugador al echarse en su cama sin necesidad de que la tocara siquiera. Se trataba de analizar lo que me estaba sucediendo, en lo que me afectaba y en lo que tan sólo veía pasar por delante como un alucinado, hechos de una vida que vivimos sin reparar en las pequeñas agresiones a las que nos sometemos y que nos llegan de forma inesperada, accidentes que van conformando nuestros miedos y arrepentimientos futuros, y nos hacen duros de piel, casi cubiertos de un cuero irrompible dispuesto para soportar cualquier desprecio, o echarnos a dormir sobre un lecho de insectos venenosos sin sufrir la mas leve picadura. 19


Recibí una inyección de dinero inesperado del banco donde guardo mis ahorros, algo de lo que aún queda del patrimonio familiar y esto que me llegó, y fue inyección porque me subió la moral. Necesitaba empezar a pensar en un cambio y el dinero que acababa de recibir resultaba muy útil para terminar de concretar. Con este sistema que sigo de apurar los acontecimientos para tratar de impedir que todo lo malo suceda, me beneficio de la alquimia de los desaparecidos, aunque debo reconocer que se trata de debilidad, de no exponerme para ser dañado lo menos posible, y que con las prisas casi nunca termino por conocer a la gente en la profundidad que merecen. En esta ocasión, cuando ya había tomado la decisión de comenzar los preparativos para partir de nuevo de viaje con destino desconocido, encontré una tarde a Teo Gurade en su despacho, con la puerta abierto y sumido en sus lecturas, me vio, levantó el mentón con gesto grave y me llamó con soberana autoridad. -Siéntese querido amigo –el tratamiento fue tan cercano que casi me lo creí-, con estos tiempos en que vivimos, que parecen consistir en no confiar nunca en nadie, uno se encuentra a veces entre dilemas que no puede compartir, y eso, desde luego, no resulta nada práctico. Usted sabe que lo que me une a Tanisia se va debilitando a medida que se hace mayor, posiblemente con el tiempo y con una vida independiente llegue a olvidarse de mí, pues dudo que me haya cogido algún afecto; eso se debe sin duda a este carácter que intento articular y que siempre me traiciona. En ocasiones, creo que sería lo mejor, pues no me molesta en absoluto la idea de llegar a ser olvidado por completo. -Créame que no le comprendo Gurade. -No se preocupe, lo que le voy a proponer le resultará ventajoso. Llévesela, ¡llévesela lejos! En serio se lo digo, eso sería bueno para todos. El mundo se ha vuelto un enmarañado juego de intereses y nadie disfruta de los verdaderos valores de la vida, la tranquilidad, y la familia. El escándalo nunca me gustó, si bien es cierto que no considero escandalosas tantas cosas, y si he notado el afecto que ella le tiene, y eso no me parece mal, sólo puedo decir, adelante. Su madre fue una bendición para mí, en apenas dos años llegué a amarla como nunca amé a una mujer, frecuentábamos antiguos locales de moda, hoy ya la mayoría no existen, cada paseo era una aventura, vivir a su lado era mágico; y esto lo digo, al margen de esa tendencia a idealizar el pasado tan adolescente que a veces conservamos –me hablaba de que me llevara a Tanisia cuando me fuera, y no de Matilda como había creído en un principio, lo que fue un alivio-. La capacidad que tuvimos entonces, de superar tantas dificultades, se vio finalmente oscurecida con su muerte y hoy intento sobrevivir y me lleno de trabajo, eso me ayuda. 20


El Cráter Escondido 3 Situado al fondo de semejantes actuaciones, ya sólo me quedaba aceptar los hechos; todo desmoronándose, podía responder al margen de mis prejuicios, y no es que yo sea una persona de moral estricta y exigente de la disciplinada perfección en los otros -y no en mí mismo, como tantos-, todo eso la colocaba (a la situación revelada) al margen de la decisión que debía ser tomada. Carente de la sensibilidad suficiente para apreciar un cambio de día, apenas miré a las nubes bajas que amenazaban con desplomarse sobre nuestras cabezas en cualquier momento, tampoco le di importancia al aire caliente que me golpeó la cara al abrir la puerta de la calle, y tampoco me hubiese inquietado descubrir una tormenta al otro lado, no hubiese oído el tronar aunque descargara encima de mi cabeza, así me encontraba. La frecuencia de nuestras salidas nos convertía en amantes a los ojos de la señora Cadia, y supongo que Cleocio, estaría esperando el momento para hablar de ello con Teo Gurade, y exponer su escandaloso punto de vista al respecto. Se trata de la crítica, de la imposibilidad del amor, de la felicidad a costa de un sacrificio mayor, la inocencia, ¡si ellos supieran! Estoy, siempre lo estuve, expuesto a este tipo de condiciones, ni en las más tristes ocasiones he tenido que replegarme, y tampoco en este voy a renunciar a la presencia de Tanisia, sólo porque Cleocio represente la condición indispensable cuando el mismo no sabe porque piensa como piensa, ni porque hace lo que hace. He conocido otros Cleocios en mi vida, y siempre aparecen cuando uno menos se lo espera, como si realmente escucharan detrás de la puertas y creyeran que tienen derecho a juzgar las conciencias, no los hechos, ni siquiera aquellos destinados a ofenderlo –que es lo que siempre se hizo desde que el mundo es mundo-. Me hubiese parecido un gesto de buena voluntad por parte de las mismas gentes a las que pertenecemos, no haber dudado del pecado que supone creerse en la cima de la sociedad establecida, e inmune a cualquier crítica. Ya no lo voy a negar ahora, la pasión que sentía por Tanisia era real y con todas sus consecuencias, no ocultaré que incluso la posibilidad, si las palabras de Matilda resultaban no ser un engaño, que la perspectiva que 21


tomaba la forma en que la miraba, después de conocer que iba a tener un hijo, se había vuelto más terrena y natural. El hecho en sí de saberla mujer y madre en un tiempo reconocible, insisto, la dotaba de cualidades que, a mis ojos, avanzaban en la línea de dejar de ser una musa, y convertirla en un ser al que poder adorar ya no como a una de esas figuras de yeso de las iglesias, sino como al apoyo que se ha buscado y se cree haber encontrado. Así las cosas, ya sólo me queda decir, que ni Cleocio podía ya nada contra ese sentimiento. Volvimos a ver el cielo terrorífico un poco después, justo antes de subir al auto, y volvimos a sentir la opresión de los días amenazantes: comentamos que llovería con la precisión realista de quienes no acostumbran a seguir el parte meteorológico, pero se dejan aún deslumbrar por los cambios de luz que enrarecen sus vidas. La llegada al hotel, debo reconocerlo no fue nada brillante, Tanisia me miró con tanta extrañeza que casi me echo a reír, mis cualidades como conductor no son reseñables en ningún caso, y nunca me animé a mejorar en eso, pierdo el interés con frecuencia por cosas que he aprendido en el pasado y soy un firme aliado del olvido, así las cosas no es de extrañar la mirada silenciosa que me echó mientras intentaba aparcar y no terminar de romper la rueda contra el bordillo; hubiera preferido una frase de apoyo que me previniese contra todos los bordillos del mundo, pero ya estábamos allí contemplando aquella ruina justo delante, y sus abandonados propietarios asombrados de mi pericia mirándonos desde la recepción. Cuando subimos la escalera chirriante, y a pesar de todos los malos augurios que el día parecía traer, yo aún me encontraba animado, casi dispuesto a una broma macabra. La puerta estaba entornada, entramos y me ánimo se congeló ante la escena dantesca que habría de recordar toda mi vida. En una de las paredes había un escritorio con una televisión pequeña, papel bolígrafo y una propaganda en la que alguien había tachado la fecha. Recordaba la habitación como la había visto el día anterior, y contuve un grito al ver a Luchy muerta sobre la cama, con las muñecas quebradas sobre el estómago y todo mojado con su propia sangre. Intenté retroceder, y no hizo falta que le dijera a Tanisia que saliera, ella misma se dirigió al pasillo y se quedó allí, llorando, apoyada en la pared. Entonces se manifestaron los detalles, el cuchillo caído en el suelo, un cajón abierto en la mesilla de noche mostraba un pijama que no se puso, el aire conservaba el olor de Luchy aún viva, no hacía tanto había respirado allí. Me moví con precaución, me acerqué al cuerpo muerto, helado como la habitación, y me expuse a sus ojos abiertos, di la vuelta a la cama procurando, inconscientemente, no hacer ruido al andar, saqué un pañuelo del bolsillo y lo puse un momento sobre la nariz y la boca, lo retiré para 22


tomar el teléfono de la mesilla y llamar a una ambulancia. Nunca estuve preparado, en ningún momento de mi vida, para enfrentarme a algo así. Sí, lo recordaré siempre y la impresión causada a Tanisia tuvo que ser aún peor. Luchy se creía perseguida, ¿quién sabe? Tal vez fuera cierto, y no se trató de un suicidio como certificó la policía, pero no tengo pensado ponerlo en duda. Al principio creímos que nuestra historia se trataba de Dios, del amor, de la belleza, del dolor y de la muerte: creímos que podríamos amarnos porque tanto Tanisia como yo creíamos en el paso del tiempo. La muerte de Luchy puso de manifiesto una vez más, que sólo el dolor y la muerte importan, ni siquiera nuestro amor tenía la más mínima relevancia. Intenté no tocar nada, me senté en una silla a esperar, Tanisia bajó y esperó en el coche. No me encontraba muy bien, de pronto sentía frío y caía una lluvia lenta. Antes de morir se había recostado sobre la cama sin darle tiempo a deshacerla, de no ser por la mancha de sangre todo parecería en orden. Me levanté y la miré más de cerca, no podía calcular la profundidad de sus heridas, pero imaginé que si tiraba de golpe de sus manos, si les diera una rápida sacudida se desprenderían. Eran fantasías producidas por el sudor frío y las ganas de vomitar que me asaltaban y las rechacé enseguida. La sangre sobre la cara –posiblemente se había pasado la mano por la mejilla antes de derrumbarse- se había secado y sentí una nueva sensación al contemplar su rostro con la ternura que le habría hecho falta unas horas antes. Habló con el cadáver, le confesó que la había echado de menos, al menos mientras duró el límite del desequilibrio en el que se encontraba. Le habló de seguir siendo amigos, que eso debería de haber seguido siendo igual, y que estaba preparado para no aceptar una separación, que podría haberla ayudado a salir adelante, y todo eso que se le dice también a los vivos. No podía separar sus ojos de su rostro mientras le hablaba, de sus ojos perdidos en el infinito doloroso que le cayó encima como un autobús cargado hasta arriba. La mirada de los muertos no es una mirada iluminada, ni siquiera es la mirada de la aceptación, es el terror a ese autobús cargado de gente que se precipita sobre uno. Contemplar n cadáver mientras se espera una ambulancia resulta agobiante si se trata de alguien a quien se estimaba, aún así no podía dejar de fijarse en cada detalle, en los ojos pintados de azul –es posible que hubiese pensado en salir y hubiese pasado un tiempo maquillándose, estuvo a punto de ir al baño para comprobar si el set de maquillaje seguía delante del espejo, pero no siguió mirándola-, llevaba una camiseta con un estampado algo infantil de una casa y un cervatillo en un bosque desolado, supuso que ella lo utilizaba a veces de pijama, también observó los anillos en sus manos cubiertos de sangre. Estuvo tentado de retirara el pelo sudado que se le había pegado a la frente, pero no lo hizo, 23


no tocó nada, estaba deseando salir de allí y salir pitando con el coche, necesitaba relajarse y pensar en todo eso; había sido cogido por sorpresa. Debía retirarse ahora que la rabia aún lo sacudía, desesperar una angustia no planeada, y no dejarla bajar hasta que todo estuviera resuelto, algo que ha salido de sí porque ya no espera que nada ocurra, mantenerla ahí en lo alto, como una espada. Tuvimos miedo: la proyección del terror llegó hasta nosotros, y Tanisia no dejaba de temblar. Todo resultaba más real y lleno de dificultades, el auto en marcha, pasando inconsciente semáforos y señales de prohibido. La claridad del absurdo nos entregaba a preguntas sin respuestas. Nadie hace un viaje y se instala en una nueva vida para suicidarse, pero así parecía. No estamos a salvo de la rehabilitación, nos entregamos, y si dejarlo todo ha de aumentar el tamaño de nuestros fantasmas. mejor seguir como dormidos. En ese momento en la habitación de otro hotel intentábamos reprimir el dolor, todos los dolores antiguos, y la muerte presente en nuestro delirio de amantes. En ese mismo instante en que penetramos nuestros más íntimos deseos, en la puerta de la habitación de Luchy habría una concentración de curiosos a los que no dejarían pasar, pero que intentarían mirar a través de las rendijas de la puerta. Acuden los imprevisibles, los fijos de la catástrofe, los que digieren lo inmoral con digestión perezosa. Y nosotros seguimos bailando, intentando limpiarnos de nuestras visiones, del pegajoso proceder agrietado de la vida, del golpeado sentido inocente de las cosas, de la carcasa de tartana en la que nos convertimos, de las pegajosas huellas que asumimos, una más, como el amor que representábamos como actores espontáneos en una plaza en la que justo acaba de salir un enorme toro negro, incansable y poderoso. A veces uno ama como huyendo, espantado de la profunda precisión de la recompensa, como un perrito al que le cae por sorpresa un trozo de pan que ha estado mirando. Nos filtramos convertidos mágicamente en papel de embalar. Me dejo tranquilizar por una mujer que apenas ha conseguido la mayoría de edad y desafía a todos los primeros errores: estas mujeres que entienden la vida como un ejercicio que no se puede dejar de practicar, terminan por enamorarse de hombres complicados. Se imagina en el abrazo, eternamente reconfortando, pegada a mi con la sumisa viscosidad de un caracol, resbalando, sin velocidad suficiente para separarse si llegara el derrumbe, pero no llega aún. Creo que me acostumbraré a caminar con ella, y tengo que explicarle quién era Luchy, y que la casa del pueblo está muy abandonada. Algo en mi desea volver a ese lugar, la única representación de un hogar que una vez 24


hubo en mi vida, Tanisia es otro resplandor que me empuja a ello, y a pesar de mi salud inconsciente, he empezado a pensar en su futuro, aún después de que yo desaparezca, y eso es pensar más allá de lo que la razón permite. Nadie es totalmente libre para amar.

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