El alma hambrienta

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1 El Alma Hambrienta (de una verdad que mata) Al terminar de leer las condiciones que exigían para poder optar a un trabajo en el muelle, tuvo claro que no estaba a su alcance. Le devolvió los papeles al oficinista sin poder decir nada ni a favor ni en contra, tampoco parecía que aquel hombre lo esperara. Muchos de los requisitos que le pedían habían vencido, el más importante, la edad: cualquiera que pasara de los veinte era un viejo allí. No se trataba de reticencia, era su actitud habitual, muchas veces al día debía recibir papeles, cubiertos o no, y ni siquiera miraba a los ojos a su interlocutor, se limitaba a recibirlos, ordenarlos, clasificarlos, comprobar si estaban bien cubiertos y sellarlos si era preciso. No es necesario describir al hombre de la ventanilla hasta el extremo de sus características físicas, cualquiera puede hacerse una idea de los tics y el armazón de insignificancias del que se cubren para que no se les aturda a preguntas. En cambio, en cuanto salieron de allí y accedieron a la sala de espera, Roimar y su amigo se encontraron frente a frente con el director de exportaciones. No hicieron más que entrar para casi tropezar con él, tan sólo un alarde de reflejos lo pudo evitar, y a continuación dieron unos pasos hasta sentarse en uno de los bancos. Justo debajo de la ventana que daba a la calle, y al lado de una señora vestida de negro, que había dejado a sus pies una cesta con dos gallinas vivas, atadas por las patas. En las circunstancias de la oficina de contratación del puerto todo el mundo parecía más amable de lo habitual, sin embargo, aquel hombre voluminoso y de pasos anchos, no parecía dispuesto a pararse ante nada. Deberíamos señalar que a pesar del encontronazo no reconoció a Rudy, que se mostró contrariado al señalar a Roimar que creía que se estaba “haciendo el sueco”. No era extraño encontrarse allí al director, al que Rudy conocía por Faber Castriño; el puerto no era tan grande y todos entraban y salían de todas las oficinas. No quería creer que se había tratado de una descortesía o de un desprecio, pues no recordaba haberle hecho ninguna cosa inadecuada en el pasado a la que respondiera de tal modo. Cuando se sentaron en el banco al lado de la señora con gallinas, Rudy seguía preguntándose si no lo habría reconocido, si se había tratado de una grosería, y llegando al colmo de la duda, si habría sido él que lo habría confundido con otro hombre de extraordinario parecido. Puesto que cualquiera podía saber lo que se comentaba de como se había hecho rico, y de como hacía alarde de su riqueza, no había demasiadas explicaciones que ofrecer acerca de su poder y su influencia. A Roimar parecía darle bastante igual, mientras que Rudy no le quitaba ojo, y le hacía medidos comentarios, susurrantes apreciaciones acerca de su fortuna oculta y de que se comentaba que tenía comprado nada menos que a un ministro. Otras cosas no las contaba, pero Rudy sabía que muchos personajes muy conocidos del ámbito social más elevado en la ciudad, tenían que dirigirse a él para que les solucionara algunos problemas. Por un momento estuvo a punto de confesar que habían sido buenos amigos en la escuela, y que habían tenido la misma novia, pero prefirió callar. Castriño se paró en el mostrador para solucionar algún problema, posiblemente algo de un contrato o de que necesitaba personal para trabajar en el muelle de contenedores, ¿de qué otra cosa se podía tratar en la oficina de contratación? Entonces volvió la cabeza y vio a aquellos dos individuos cuchicheando, y le molestó. Hizo un gesto de desagrado y 1


volvió a lo suyo. A pesar de la intensidad que Rudy ponía en la importancia del hallazgo, Roimar seguía aburrido, y si miraba al gran hombre lo hacía sin gana, y por seguirle la corriente. Nadie se atrevería a hacerle un reproche, por muy zafio que le pareciera. Mientras lo miraban conseguían no demostrar ninguna emoción, representaban la virtud de la discreción que en nuestros tiempos evita tantos conflictos. Sin esfuerzo se desarrollaba una conversación entrecortada, de preguntas y respuestas en las que abundaban los monosílabos. Podría decirse que se trataba de dos aburridos campesinos en busca de su primer trabajo en la ciudad. Una imperceptible preocupación se interponía en sus argumentos y secretos, o al menos Roimar así lo sentía. Su compañero de banco, seguía escudriñando cada movimiento en la sala. En este sentido, por mucho que lo hubiese estudiado, no terminaría de descubrir si Castriño seguía sin reconocerlo. Nunca se había sentido tan intrigado por algo tan superficial, y se le ocurre que podía levantarse y dirigirse directamente a él, y preguntarle si lo recuerda, pero también es consciente de que si la respuesta fuera afirmativa eso no cambiaría las cosas. Ahí quedaría todo, no se atrevería a pedirle trabajo para Roimar, y si lo hiciera, la respuesta sería condicional, le pediría un número de teléfono y nunca llamaría. “Esas cosas son así”, se decía intentando contentarse. Sólo en otra ocasión había necesitado trabajo, y de eso habían pasado doce o trece años, y eso para Roimar había supuesto una eternidad. Era desde su casa de primera infancia que recordaría cada vez la enfermedad de su padre y su adolescencia truncada. Existió un sentimiento de persecución en todo aquello que no olvidaba y que de alguna forma se volvía a repetir. De no haber tenido aquel carácter y desarrollo físico que le habían hecho parecer mayor de lo que era, hubiera sucumbido. Temblaba sin remedio cada vez que lo recordaba. No confíaba en que fuera a encontrar trabajo, ni siquiera en aquellas condiciones en las que estaba dispuesto a cualquier horario, a cualquier trato, a cualquier cosa que le ofrecieran por mala que fuera. No podía negarse a nada y le costó parte de sus creencias, su padre no sobrevivió, y eso había sido lo peor. Involuntariamente seguían mirando al hombre, que a ratos se volvía y los miraba intrigado y molesto. Rudy estaba empeñado en contar todas las situaciones sórdidas o hilarantes del colegio que recordaba de él, pero reprimía el ruido de su risa. Mientras, su amigo estaba tan lejos como aquel tiempo en el que su padre cayera irremediablemente enfermo. Nadie podía negar lo que suponía la crisis y la forma en la que los había golpeado. Cuando quedaban sin trabajo, algunos creían tan firmemente en sí mismo que esperaban encontrarlo en poco tiempo, pero los meses pasaban y la mayoría empezaban a comprender la dimensión real de lo que estaba sucediendo. Había un ánimo general que llevaba a muchos a creer que se trataba de una situación pasajera, pero no era así. Las autoridades prometían que estaban haciendo todo lo necesario y añadían que ya no podía durar demasiado. Allí mismo, sobre el banco y sin más apoyo que una carpeta de cartón blando Roimar cubrió la última solicitud -ésta para empresas auxiliares donde contrataban sin importar la edad- con letra insegura,mientras escuchaba las conjeturas que Rudy lanzaba acerca de la fortuna del director del muelle de exportaciones. En otro tiempo se había enfrentado con la muerte, porque la había vivido muy de cerca en su familia. Durante la frecuencia en que asistió a la enfermedad, uno tras otro sus seres más queridos fueron muriendo, y quedaron él y su hermano y una tía solterona a la que apenas visitaban. Pero intentaba evadir esos oscuros pensamientos, que volvían cuando los tiempos eran duros. Intentaba no complacerse con esas ideas macabras que convierten la vida en algo muy simple, e intentaba perpetuar sus atenciones en su propio aspecto físico, en la creencia de que eso alejaba algunos de aquellos fantasmas. Cuanto más pretencioso y presumido se volvía menos se obsesionaba con la verdad, con la única y certera verdad que es la intrascendencia del espíritu, porque asumir la nada le parecía lo única realidad contra la que no podía luchar. En aquel tiempo, la crisis añadía todos los inconvenientes de soportar el invierno con la obsesión añadida de la próximidad de una enfermedad incurable. Y lo cierto es que admitía la verdad que lo mataba, sin limitar su reacción, y mientras su amigo inseparable le hablaba del hombre en el mostrador, él se peinaba y se estiraba la ropa consciente de que no había sido planchada en mucho tiempo. De una forma o de otra, la muerte 2


estaba siempre presente, y no podía decir, “no es asunto mío”, pero seguía peinándose sin descanso. Evadirse de la verdad, para él, consistía en mirarse estúpidamente al espejo y vestir sus mejores galas, en acicalarse y comprar ropa cuando las necesidades más apremiantes no estaban cubiertas. Carecía de prudencia, y si se veía superado por las dificultades, las solucionaba desde la tarima de importancia en la que se colocaba recién afeitado y con los zapatos lustrosos. Posiblemente la mayoría de sus amigos pensaban de él que vivía en un estado de idiotez del que no era capaz de recuperarse, toda su corta vida había estado expuesto a eso. Las semejanzas entre un presuntuoso y un idiota son más que evidentes; pero el dolor de la inminencia de una muerte que no acaba de manifestarse, se debe, en primer término, a la obsesión que nos retira de nuestras fantasías, y en ese sentido lo de ponerse pajarita, o acudir con frecuencia a cortar el pelo, puede resultar una buena evasión. Por fin parece que el director ha recibido complacido su resguardo y va a separarse del mostrador. Desde el primero hasta el último de los solicitantes han tenido que hacer unas cuantas gestiones, y volver al día siguiente con los certificados debidamente sellados, pero no en su caso, ¿qué sentido tendría, si es posible que el documento vaya dirigido a sí mismo o a algún colega? En cuanto a Rudy, Roimar le debía atención por acompañarlo en los malos momentos, eso lo tenía claro. Llegó a tomarlo por el mejor de sus amigos. Pero luego creyó que no debería hacer escalas absolutas, ni orden de clasificación por relevancia estricta al respecto, y lo dejó en: amigos un poco mejores (en el que estaba Rudy), y otros no tanto. Había agradecido su dedicación, pero no tomarlo por un dios de la amistad infinita, ni nada parecido. Es posible que no fuera capaz de desentrañar los aspectos de la existencia que le afectaban directamente, para poder comportarse frente a ellos con cierta reserva y a la espera. Y parecía que otros en cambio eran capaces de establecer esas diferencias y en su inocencia les cedía el paso. ¿Era lícito llenarse de razón esgrimiendo la inocencia como principal motivo de su inacción? Obviamente no. Él sabía que no debía compadecerse, ni acomodarse en la autocomplacencia del que puede más de lo que demuestra, así que en otro momento debería revisar aquello de que, otros lo tenían por el que abusa de la inocencia del que se resiste a competir, o sabe Dios qué. La severidad con que se enfrentó a los dos hombres sentados fue evidente mientras guardaba todo el papeleo. ¿qué pasa? Preguntó sin esperar respuesta. El director del muelle de exportaciones había notado que habían estado hablando de él y lo demostraba con sus gestos bruscos. Roimar estaba tan azorado que disimulaba mirando a otra puerta que daba a una oficina diferente. Al mismo tiempo, Rudy sintió la necesidad de levantarse y dirigirse a él para presentarse, y aclarar el malentendido, pero no lo consiguió. Al parecer Faber Castriño no lo recordaba, ni tenía intención de hacerlo. A partir de aquella experiencia algo iba a cambiar en la actitud de Rudy con los extraños, pero también en general. Algo que afectaba su elocuencia pero que avanzaba en la prudencia que nunca tuvo. En momentos semejantes, en lugares públicos, dejó de hablar de la gente que tenía alrededor como si no lo escucharan, porque se percató de que sólo él creía lo que decía. La desagradable contestación de Castriño le hizo replantearse su forma de estar en el mundo, de provocar gratuitamente y de tomarse a risa cualquier cosa que lo pudiera divertir. Los rasgos de su cara se volvieron más duros, como esculpidos en piedra, y no era imposible moverlos en busca de una risa más o menos facilona, pero no era fácil. La vida parecía continuar como si nada hubiese cambiado pero el tipo osadamente divertido que Roimar conociera iba tomando la forma de un adulto insatisfecho, al que todas las ilusiones le habían fallado y capaz de tener en cuenta que los demás pueden tener dolores que él no conoce ni es capaz de calcular. No sería sin embargo la última vez, porque nada sucede con cortes definitivos aunque si nos movemos en tendencias, y hubo otras ocasiones en las que desplegó esa forma sofisticada de molesta violencia de la risa que busca molestar. No es necesario entrar en detalles cuando se trata de describir a aquellos que convocan el ridículo para divertirse, son gente lamentable. No fue un cambio inmediato, pero estaba afectado y eso inició una tendencia que corrigió ostensiblemente su conducta. 3


2 Volvimos Sin El Triunfo Inesperadamente Roimar recibió una respuesta afirmativa a una de las solicitudes. Naturalmente debía someterse a un período de prueba pues la experiencia que argumentaba debería ser testada presencialmente. Se trataba de usar una máquina carretilla en el mulle, y cuando siguió leyendo descubrió que trabajaría para Faber Castriño, aunque no directamente, eso parecía claro. ¿De qué manera había sucedido? Cuando se lo contara a Rudy no podría creerle. No era demasiado tendencioso creer que podía haber tenido relación con su encontronazo de unas semanas antes en la oficina del puerto, o también,que al fin hubiese recordado, aunque fuese muy levemente a su compañero de colegio. Resulta de una elevada futilidad llevar más allá de la casualidad, un hecho semejante, intentando darle una relevancia superior, tal cual podía ser la de considerarse recomendado nada menos que por el director. -Debo confesar que no lo esperaba -dijo a Mia-, pero siempre hay motivos que desconocemos, que influyen en nuestras vidas y que nos llevan en volandas. Uno de ellos, en mi caso, supongo que tiene que ver con el menosprecio al que me someto, dudo de mi mismo. Creo saber que puedo conseguir todo lo que me proponga y de repente me derrumbo. Siempre fui serenamente consciente de la responsabilidad que todos asumimos con nuestras necesidades. No sé lo que te parece esto que te digo, porque no tengo a nadie a mi cargo, ni padres ni hijos. Creía que debía decírtelo, es algo que juega en mi descargo. Aún ahora, que parece que he conseguido un trabajo, siento que me miras como si te apiadaras de mi, y eso es todo lo que merezco. Durante el tiempo que estuvimos esperando en la sala de espera, no miré a Castriño ni una sola vez a los ojos, pero notaba que él si nos miraba molesto; no sé si hice bien. No le hubiera dicho lo que los pobres pensamos de las actuaciones prepotentes de gente como él, con eso no hubiese demostrado nada. Es más habría sido un signo de estupidez indisimulable, pero nadie puede negar que como desahogo, de buena gana a todos los trabajadores del mundo nos gustaría gritar a la vez. Estoy un poco excitado por la noticia, perdona. Lo cierto es que perdemos mucho por nuestra actitud, así que intentaré ser amable con ese hombre en esta etapa que se abre, ¿qué otra cosa puedo hacer? Mia formaba parte del equipo de jardineros del barrio, y se había pasado la tarde y la noche cavando una zanja. Estaba cubierta de sudor, y tenía tierra en la cara de tocarse con los guantes. Se duchó en la casa de Roimar y él no paraba de hablar mientras se secaba el pelo. Ella quería recuperar los buenos tiempos, y eso la llevaría a hacer cualquier cosa por conseguirlo, pero creía, como un lamento, que los tiempos pasados nunca vuelven del mismo modo. A él cualquier cosa que dijera o hiciera le parecía bien, y también estaba de acuerdo en que las cosas cambian sin remedio. La influencia que ejercía sobre él se manifestaba abiertamente, pero nadie manda en la pasión y con reproches no se enciende ningún buen fuego. Los amores son como el latido que se manifiesta con la vitalidad de la juventud, pero va diluyéndose, sin encontrar otro significado en su fuerza que el ritmo decadente de todo lo que existe. Se sienten tristes a veces, pero eso le pasa a todo el mundo y lo saben. No es que se acaba el amor, es que el paso del tiempo se come todas las ilusiones. Las fotos de juventud siempre están llenas de risas esperanzadas, de ilusiones, de sueños por conquistar, 4


y a su lado, las fotos de la vejez enfrentan los rostros, con el desencanto. Imposible luchar indefinidamente con el brío que se pierde y el corazón que se detiene; imperceptiblemente pierde la métrica del tiempo. La juventud disimula cualquier cansancio, pero lo cierto es que había salido por la noche a celebrarlo y no quería que ella lo notara. Podría sufrir el agotamiento de una noche sin dormir e intentar pasar por recién levantado de cama, con un sueño reparador y sin ninguna señal en sus ojos o en su cara. Además, lo anima tener que estar en activo, haciendo cosas mientras Mia intenta organizar sus pensamientos sin reparar en él. La verdad es que siente un zumbido en los oídos que apenas si mejora el dolor de cabeza, y aún así, sigue sonriendo. Le arde el estómago y tiene la boca como si estuviera masticando una pastilla de jabón, puede notar la resaca pero si se echara un minuto y durmiera, todos esos síntomas se multiplicarían por mil. Afortunadamente ya era de día y ella también necesitaba dormir, aunque sus motivos eran diferentes. La miraba y sabía que estaba cansada y que se metería en la cama de un momento a otro, mientras que esperaba que él saliera a la calle por algún motivo, y porque no sospechaba que de buena gana se echaría a su lado. Quizá no todo saldría tan mal como él había creído que sucedería, y pudiera dormir un poco en casa de Rudy, o en un banco del parque si fuera preciso. Este pequeño engaño, del todo inocente, pudo marcar las líneas en las que comenzaba una fuerte crisis en su relación, una torpeza del todo innecesaria que sólo podría explicarse por la desdicha a la que venía sometiéndose desde hacía un tiempo frente a Mia. Algún tiempo después, recuperando la tranquilidad necesaria tuvo que aceptar su error y reconocer que no debió involucrar sus afectos en la dimensión de sus secretos y admitir simplemente ante ella que no se había acostado aún. Sin embargo, en aquellos primeros compases de su engaño se sintió turbado y el arrepentimiento lo paralizó. Era una concepción muy estrecha de la relación de pareja la que le hacía creer que siempre le estaba fallando, y uno de los motivos por los que se fue a dormir a casa de Rudy, el otro es que no había podido prever que Mia apareciera aquella mañana sin previo aviso y ocupara su cama, su casa y su vida. Había sido una reacción resultado de una estrecha educación maternal, y de los recuerdos de infancia que colocaban a las mujeres en situación de indefensión frente a los retos de un mundo a la medida de los hombres. El desaliento que mostraba su madre después de la muerte de su progenitor había resultado doloroso, particularmente cuando empezó a repetirle con cierta frecuencia que marido, el padre de Roimar, le había prometido que si se casaba con él, más pronto que tarde le pondría una asistenta que le haría la vida mucho más fácil. “Tu padre me prometió una vida fácil”, le repetía echándoselo en cara al hijo, cada vez que dejaba la ropa sucia tirada en el baño, cuando salía corriendo de casa para no fregar platos o si entraba con las botas cargadas de tierra dejando un reguero, difícil de limpiar, a su paso. Una de las causas que lo llevó a buscar trabajo desesperadamente, además de por una crisis creciente, tenía que ver con que la relación con Mia se alargaba y creía que había llegado el momento de dar un paso adelante y tener entre los dos una casa en la que vivir conjuntamente, y no aquella habitación con baño que era su casa y en la que lo visitaba a veces. Desde cualquier punto que se viera, también desde el de sus amigos, estaba perdiendo su mejor oportunidad de unir su destino al de una mujer talentosa a la que perdería si no salía del pozo en el que se había metido. Era una víctima de su arrogancia, y creerse demasiado bueno para los trabajos que le salían no iba a ayudarle. Así que se sintió muy aliviado al recibir la convocatoria para empezar a trabajar, y no pudo menos que salir a celebrarlo toda la noche. Por supuesto que llegar lo antes posible a casa de Rudy, explicarle su problema y conseguir que aceptara sin darle demasiadas vueltas a los motivos, iba a ser conveniente para, por fin, poder cerrar los ojos unas horas y descansar. Había dos motivos por los que esperaba conseguir su objetivo, uno era la enorme tensión que empezaba a acumular y que lo impacientaba, el otro era que Rudy era de entre sus amigos, del que podía esperar que le solucionara un momento así. Tenía una edad en la que no podía dejar las pocas oportunidades que se le presentaban, a riesgo de 5


no volver a tener otras. Nadie podría decir cuales eran sus razones para haber dejado pasar la vida sin esperanza, o si sencillamente había llegado hasta allí, sin más. Pero cuando un trabajador en el punto de pasar de su juventud, empieza a encontrar su vida caótica y empieza a hacer casi cualquier cosa por salir del círculo vicioso en el que se haya metido, nadie puede preguntarle si sus principios siguen indemnes, o lo que es peor, si alguna vez los tuvo. Rudy había sido invitado a comer por uno amigos, pero no puso objeciones y Roimar quedó durmiendo hasta media tarde. Cuando volvió a casa su amigo aún estaba allí. Luego, a eso de las seis lo acompañó a su casa, con la condición de no decirle a Mia donde había estado. Ella aún estaba allí, en la radio sonaban canciones comerciales a un volumen excesivamente alto. Mientras se ponían cómodos en el único sillón de la habitación, ella bajó el volumen y dejó que la música siguiera sonando de fondo. Rudy intentaba ser gracioso, pero no lo conseguía. Hacía imitaciones de personajes de la tele, pero no estaban los ánimos para muchas gracias. Así pasaron un rato, mirando las cosas que hacía incapaz de sacarle una sonrisa, hasta que Roimar le dijo, “déjalo ya, hoy no es tu día”. Al principio creyó que debía intentar algo parecido para ayudar a su amigo, le salió de dentro, sin llegar a proponérselo, porque posiblemente se lo hubiera sacado de la cabeza. Solía intentar algo parecido por sobreprotegerlo, no había divertidas coincidencias en que Rudy se pusiera a hacer “monadas” para salir del paso en las situaciones más difíciles, pero Roimar solía reír solo cuando lo recordaba. Nada iba demasiado bien aquel día, y nada se iba a enderezar ya. Después de haberlo intentado todo, Rudy se fue, convencido de que eran unos pelmas y que estaban perdiendo el sentido del humor. Al día siguiente Roimar estuvo en su trabajo a la hora exacta. Al principio pensó que todos se habían puesto de acuerdo para llegar un poco más tarde, pero se trataba de ir conociendo las costumbres y más adelante conocería que si llevaba el uniforme puesto de casa podría ahorrarse un tiempo de sueño cada mañana. Todos andaban muy ajetreados de un lado a otro del muelle centrados en su trabajo, pero los que pudieron hablar con él le dieron algunos buenos consejos. Resultaba muy raro ver a un tipo tan acicalado manejando una de las máquinas, pero no lo hacía mal. Como durante su tiempo para el bocadillo no hubo nadie que lo sustituyera siguió trabajando, y le sirvió para hablar con algunos mozos de la descarga que lo ayudaron a terminar algunos trabajos. Pero el tiempo pasó y volvió a quedar solo, llevando mercancía de un sitio a otro sin que nadie se acordara de él. Así pasó la primera jornada, y cuando llegó su hora apenas tuvo tiempo de plantarlo todo, porque se percató muy tarde de que ya todos habían ido saliendo y sólo quedaba él. No había nadie con quien hablar, y o tomaba la decisión de irse sin más, o seguía esperando dando vueltas por el puerto sin sentido, y no estaba dispuesto a que se le hiciera de noche intentando saber si lo que le estaba pasando se trataba de una broma. Si ella supiera lo que realmente piensa él... El miedo que tiene a que pase el tiempo y verse perdido es atroz. Es mucho más débil de lo que aparenta, y de lo que fue en otro tiempo. Cuando era más joven, no se negaba ninguna aventura, tenía cuerpo para todo, y no se hacía de rogar para emprender cualquier nueva batalla, si así podemos llamarle. Y míralo ahora, como se ha ido diluyendo. Ella era todo lo que él necesitaba, y bajo ese punto de vista, desde el que se van asumiendo todos los miedos como propios, cada vez encajaba más en sus planes. En absoluto se podría decir que no hubiese tenido paciencia con él, y aquella tarde, mientras se preparaba para su turno de noche, y seguir cavando aquella interminable zanja, se preguntaba si el hecho de que hubiese encontrado trabajo en el muelle cambiaba algo. Hay algo bueno en su historia, y eso es que aún no se les ha puesto esa cara de trabajadores resignados que no han hecho otra cosa en la vida más que trabajar y esforzarse, y vuelven a casa cada tarde sin una sola ilusión que alimente sus sueños. No se lo ha dicho, pero ha estado pensando que lo deberían dejar. Eso les serviría a los dos para situarse de nuevo, saber lo que quieren en verdad, y cuando lo supieran, por fin poder ir a por ello. El perfil de las relaciones de larga duración puede resultar grotesco, sobre todo si las condiciones del amor se deterioran. A veces los amantes se miran a hurtadillas confiando en que aún sigan unidos por un hilo de afecto, e involuntariamente se estremecen de terror al comprobar que han 6


pasado la linea que los convierte en desconocidos durmiendo en la misma cama. Es una sacudida que los toma por sorpresa, porque le han dado la espalda a lo obvio, envejece el amor. Les cuesta a ambos renunciar a la fascinación del recuerdo de los primeros días. Algo no han hecho bien y el paso del tiempo consiste en degenerar las condiciones que aún los mantiene unidos, pero saben por cuanto tiempo. Todo seguía aparentemente igual cuando Roimar empezó a trabajar, como sucedía habitualmente se veían al caer la tarde si ella tenía libre, y la influencia sobre tantos años de dedicación iba a existir, pero aún no los traspasaba la nueva visión del mundo que se abría a sus ojos. Faber Castriño empezó a dejarse ver por el puerto. Salía del edificio de oficinas y se daba un paseo aparentemente sin sentido práctico. Evitaba la agitación de las partes más concurridas de carretillas y mozos y apenas volvía sobre sus pasos cuando el sol se ponía como un ritual. No pudiendo alejarse demasiado del muelle para no desatender sus obligaciones, tendía a dar vueltas a un viejo almacén abandonado cerca del cual, solía fumar un pitillo. Allí esperaba que la secretaria saliera para hacerle una señal que indicaba que tenía una llamada de teléfono, entonces tiraba el cigarro al mar y volvía con paso apurado a su oficina. Roimar lo veía con curiosidad, y se preguntaba si se acordaría de él, y de su encontronazo en la oficina, pero por supuesto, no se lo iba a preguntar. Pronto resultó evidente para él que debía estar atento para asumir las costumbres para poder hacer las cosas como otros las hacían. No se limitaba a estrechar lazos con sus compañeros, sino que entendía que debía pegarse a algunos cada vez que podía para poder entender algunas cosas. Y tal vez por eso, desde que acudiera a la ventanilla de la oficina a recoger su primera paga y conociera a Marieta, volvía siempre que podía. Se adivinaba entre los dos un entendimiento que pasaba por encima de otros, y al contrario de lo que creía, eso no le convenía. Ella lo había tratado desde el principio con una complicidad que no entendía del todo. Entró aquella primera vez resuelto a recibir aquel dinero que le hacía falta, y porque le habían dicho que se diera prisa, que todos habían cobrado ya e iban a cerrar. Marieta estaba al punto de ponerse el abrigo y marcharse a su casa pero abrió la ventanilla sólo para él. Le dijo lo que quería pero ella ya lo sabía. La miraba tímidamente y no se atrevió a decir nada más. Se sintió culpable por llegar tarde hasta que ella le sonrió, entonces se retiró un poco del mostrador y se relajó, era como si abandonara aquella insistencia que le metía presión a la oficinista al inclinar su cuerpo hacia adelante. Tal vez tuvo miedo de no cobrar hasta el día siguiente, y por eso aquella actitud despierta y motivada. La espera era comprensible y Marieta era amable. Buscó los papeles, se los dio a firmar y le entregó el cheque. Por lo demás, no hubo quejas, sólo felicidad por haber comprendido que debía estar atento al día de paga y prometió que la próxima vez lo haría mejor. Le pareció encantadora, y mientras ella iba exhibiendo un manojo de llaves y cerrando todas las puertas, se despidió deshaciéndose en agradecimientos. Desde entonces buscaba excusas para acercarse a la oficina cuando sabía que estaba aburrida y charlar con ella de cosas sin importancia.

3 De Nuevo Al Volar El poder de seducción que Marieta ejercía sobre él no era aparente fuera del trabajo, y la devoción que sentía por Mia no se hubiese resentido si las mujeres no tuvieran un sexto sentido para estas 7


cosas. O tal vez, sin darse cuenta se dejó encontrar por esa intuición madura con que ella lo observaba. Sin demasiados preliminares empezó a distanciar sus visitas, y cuando la llamaba, le daba algunas excusas difíciles de creer; Mia se estaba yendo. Era muy estúpido por su parte creer que se trataba de una situación inesperada. Y además ,aún habiendo planeado algunos cambios a su lado, debería haber supuesto que cuando una crisis se arrastra durante años, las soluciones no se dan de forma tan rápida ni desprovista del lamento por el mal ya pasado. Casi de una forma perversa se enteró por otra persona de que Mia había empezado a salir con otro hombre. Ya no significaba nada para él, si olvidamos la profunda tristeza que lo invadió por un tiempo que le pareció demasiado largo y difícil de tolerar. La nueva vivienda que pasó a ocupar Roimar no tenía nada que ver con las estrecheces de su antigua habitación. Aquel nuevo apartamento tenía cocina propia y eso lo había llevado a decidirse bruscamente por ocuparlo a pesar del precio. Sin que apenas se diera cuenta iba llevando sus pasos hacia la comodidad burguesa en la que Mia -que ya no estaba- lo había iniciado. Allí los ruidos de la calle le parecían llenos de armonía pueblerina, repetidos y previsibles. Y la provisionalidad de su vida en la habitación hasta no hacía tanto, ahora le abría la expectativa del que desea acondicionar su vivienda para establecerse en ella de forma permanente. No se trataba tanto de echar raíces definitivamente como de sentir la seguridad y estabilidad de apreciar y cuidar el lugar en el que se mora. En momentos así en la vida -llamémosles momentos de transición-, necesitaba explicarse a sí mismo, quizás para no parecer tan grotesco como se creía. Desde la muerte de sus padres podía sentir el peso de la vida con todas sus aplastantes razones, sin defensas ni apoyos. Carecía del interés habitual por descollar que sus compañeros en su tiempo de estudios le habían mostrado, y eso no lo hacía más atrayente a los ojos de las chicas. De aquellos amigos de estudios ya no le quedaba trato con ninguno pero estaba convencido de que algunos de ellos tenían que haber llegado muy alto, lo que se decía haber tenido éxito en la vida. Y de las novias de aquella época, podía recordar que todas le duraban demasiado poco, así que quizás estaba llegando el momento de empezar a acostumbrarse a esos fracasos, e incluir a Mia en el mismo grupo que a todas las demás. Ya tenía una edad, pero seguía haciendo planes como si no le importara, o como si siempre estuviera a tiempo de empezar de nuevo. No la había tratado de forma distinta que a otras, pero había esperado algo diferente, y luego cuando pasó el tiempo, ella fue perdiendo la confianza y las esperanzas que había puesto en aquella relación. Ni en aquellos tiempos de la escuela, ni con ninguna otra había sentido una pasión superior, ni un impuso del deseo más definitivo, pero eso no era motivo para exigir o esperar más que en otras ocasiones. No, no podía decir que su actitud de cara al éxito nunca demostrada en su tiempo de estudiante, tuviera la fuerza o el convencimiento para seguir seduciendo mujeres jóvenes y aún llenas de sueños por cumplir. A pesar de no haber estrechado su amistad con Marieta hasta el punto que hubiese deseado, aceptó el sobre que ella le estrecho sin que nadie más pudiera percatarse. Estaba intranquila y le tembló la voz al pedirle que lo leyera cuando tuviera tiempo y que ya hablarían. Presintió que se trataba de algo del sindicato, porque a esas alturas ya sabía que Marieta era la delegada del sindicato para la empresa, además de la ocasional amiguita de Faber Castriño. Fue la primera vez que tuvo en sus manos un documento oficial del sindicato, no se trataba de una mera propaganda, y eso fue así porque prometió devolverlo cuando lo hubiese leído. No era fácil de entender con términos técnicos de farragoso panfleto, y tenía que ver con asuntos que desconocía de la negociación de salarios y horarios que llevaban un tiempo en marcha. Al parecer se lo daban a leer sólo a algunos trabajadores para conocer su opinión y tomar decisiones. No entendió por qué Marieta se lo daba a leer a él, que al fin y al cabo era un perfecto extraño y un novato, en casi todos los sentidos. En los meses que pasaron desde que rompió con Mia y se instaló definitivamente en su nueva casa creyó comprender algunas otras cosas. Su actitud había cambiado y se mostraba animado a seguir prosperando, si es que a encontrar un trabajo y permanecer en él, se le pudiera llamar prosperar, como sacándolo de una normalidad. Se empezó a oír el descontento en las calles, con grandes 8


movilizaciones e inestabilidad política,justo en el momento que a él parecía no irle peor. Aunque el diagnóstico para los meses, incluso los años siguientes eran de cierres de fábricas, parados recorriendo las calles y campesinos acudiendo a las puertas del parlamento para pedir mejoras en las condiciones de vida, sistemáticamente los gobiernos se sucedían sin capacidad de dar una sola solución a tanto desatino económico. Aunque las figuras más relevantes de la vida pública prometían que todo iba a cambiar de forma inminente, los resultados que reflejaban todos los medidores decían lo contrario, y ya empezaba a no ser noticia que el tiempo pasaba sin cambio alguno. Existe una forma de confiada inocencia en los ciudadanos que parece animar a estos personajes a salir en los medios haciendo declaraciones que resultarían imposibles de probar para cualquiera, prometiendo soluciones imposibles o erigiéndose en profetas de un mundo mejor. Mientras tanto las líneas de escalas, encuestas, diagramas de parados y población activa, medias comparadas y extractos corregidos de posibilidades y repuntes, hacen su parte abrumando de inexactitudes las primeras páginas de los periódicos. Una de las razones que llevó a Roimar a formar parte de los movimientos de protesta fue precisamente el terror cerval a perder el trabajo que tanto había deseado. Por su parte no escatimaba esfuerzos y sabía que en el muelle en el que realizaba su servicio era difícil que se manifestara la crisis de una forma virulenta. Como era de esperar se produjeron choques entre policías y manifestantes, y recompusieron el gobierno una vez más. La situación era extremadamente delicada y hubo movimientos paramilitares que nadie esperaba, y cuando los primeros líderes obreros empezaron a desaparecer se agravaron los desordenes. Lo que hacía tan evidente su cambio era la aterradora sensación de no poder equivocarse, y entonces, llevarlo a convertirse en un ser expuesto, débil, huidizo y vulnerable. Aún en el caso de ser parte de un malentendido, capaz de encontrar una excusa razonable, ya nunca sería capaz de desprenderse de esos nuevos miedos, o al menos, eso creía. No podía entregar la construcción de su espíritu cambiante a los cambios que la vida le pudiera deparar, el sentido de la justicia estaba pues en juego, y no podía decir “es cuestión de tiempo”. Estaba dotado para discernir lo que era justo de lo que no, y tomar decisiones era lo único que lo podía salvar de la indiferencia. Decisiones que lo cambiaran, que lo condujeran y finalmente que formaran su criterio. En un momento en el que Faber Castriño quiso celebrar la buena marcha de sus negocios, y tal vez confraternizar con los trabajadores, organizó una cena en la que pagaba una parte importante de cada plato, y asumiendo el deseo de que los de más edad quisieran llevar a sus mujeres, aceptó que cada uno pudiera llevar un acompañante. A Rimar no se le ocurrió otra cosa que invitar a Rudy que estuvo feliz de poder entrar en los vericuetos del muelle y sus gentes. El anfitrión, dirigió la noche a su antojo sin que nadie le llevara la contraria. Demostraba sin reparos que casi todos los que estaban allí le debían algo, y eso era así aunque algunos no lo supieran. Con argumentos suficientes estableció por donde podían discurrir las conversaciones, si bien en los pequeños grupos cada uno hablaba de lo que quería y eso le era ajeno. Así que muy a su pesar algunos empezaron a hablar de política y de la necesidad de empoderar a los sindicatos para que los defendieran. En aquel momento en que millones de parados empezaban a pasar a la acción manifestándose en las calles, Castriño seguía ajeno a todo y deseaba que todos hicieran lo mismo, porque esos problemas, según aseguraba, nunca les tocarían a ellos. Molestaba a algunos por sus aires de superioridad y desprecio del problema general que estaba llevando al país a la ruina. La seguridad indolente con que se sacudía el desastre nacional no llegaba a los comensales con indiferencia, pero no querían enfadarlo, pues conocían sus delirios furibundos, y hacían como que no lo entendían. Rudy miraba a Castriño sin poder relacionar su discurso con el chico del colegio que conociera. “Este hombre vive en su burbuja”, dijo en un desahogo. Naturalmente a su alrededor todos estaban de acuerdo con él, y le sonreían pero al no conocerlo, ni serle familiar su cara, guardaban silencio. “No se deben hacer caso de los discursos, no los creen ni las embriagadas cabezas que los crean” respondió Roimar con la resolución del que pretende demostrar su criterio pero no avanzar por un camino tortuoso. Entonces, sin que estuviera preparado para ello, Marieta se sentó a su lado. Precisamente había 9


estado hablando con ella no hacía mucho, e intentaba convencerlo para que la acompañara a una visita que tenía que hacer a un antiguo empleado ya jubilado, del que sabía que estaba enfermo. “De ninguna otra forma podemos señalar a la política de este gobierno más que de disparatada”, Rudy seguía metiendo el dedo en la llaga, “El componente humano es la mejor herramienta de una sociedad para salir adelante y superar todas las contrariedades, y este gobierno desprecia a sus gentes”. Algunos miraban a Castriño temiendo que lo hubiese oído y empezaban a sentirse incómodos con Rudy, pero el salón era amplio, y aún sin estar del todo de acuerdo con su jefe que soltaba su soflama por su parte, lo aplaudían servilmente. Lo que podríamos resumir como una postura cínica pero inteligente ante el miedo de enfrentarse al monstruo, creían que no había nada de malo en refugiarse en él aún sabiendo que se comía a otros, que si eran desconocidos no importaban tanto como su propio bienestar. Durante el tiempo que duró la cena, Marieta no dejó de hacer halagos a Roimar y de aprovechar cualquier excusa para arrimar su cuerpo a él, como si todo lo cerca que pudiera sentirlo le pareciera insuficiente. Los dos se retiraron antes de que terminara el evento porque ella se lo pidió y Rudy tuvo que volverse solo a su casa, lo que no le importó porque lo pasó realmente bien. También supieron unos días después que Castriño estuvo preguntando por ella y que la buscó dentro y fuera, hasta que se dio por vencido y volvió a su mesa. Lo cierto es que cuando Marieta le pidió que la acompañara a casa dando un paseo, el no lo dudó, porque no podía encontrar mejor forma de acabar aquella noche. Tal vez creyera que se trataba de una mujer con suficientes posibilidades, solvente en admiradores, y por tanto difícil de alcanzar; ¿pero acaso no eran esos desafíos los que hacían que el amor valiera la pena? -Querido amigo -así le llamó Marieta como si hubiese estado preparando su discurso, y pensando como dirigirse a él en los términos más adecuados-, no tengo costumbre de contar fantasías, de argumentar invenciones o enredar madejas sin sentido. Las divagaciones no son mi entretenimiento y me gusta ser franca en lo que respecta a mis intenciones. Si digo que esa relación que todos me atribuyen con Faber Castriño, existió pero ya es cosa del pasado, que lo quise y me ha hecho sufrir como nunca había sufrido. Las mujeres amamos resistiéndonos a la entrega y las que no lo hacemos, terminamos en circunstancias tan desagradables que no se deben contar. Si en algún país hoy en día se ejerce una violencia mayor sobre las mujeres, es éste. Y no me refiero a la violencia física, sino a la forma en que los medios tratan esos casos. En ocasiones creo que se ponen de parte del maltratador. Las mujeres solas no vamos a poder cambiar esta mentalidad de posesión que los hombres tienen y que les viene de tan antiguo. ¿No dices nada? ¿Qué opinas? -Que si las mujeres fueran un animal en vías de extinción ya estaríais protegidas, y que es un tema cultural. Tienes razón en eso del hombre como exponente de la brutalidad que convierte a la mujer en parte de su hacienda. -Pues sí, sabía que estarías de acuerdo conmigo. Por favor, nada me molestaría más que ser malinterpretada, algunas mujeres que hemos sufrido las peores experiencias no odiamos a los hombres, les tenemos miedo. -¿Tú me temes? -A ti no, por supuesto, si no no te hubiera pedido que me llevaras a casa -le hablaba con una cercanía que lo seducía, lo desarmaba, y reconocería cualquier cosa que ella propusiera por no llevarle la contraria en un momento así, y eso no decía mucho de él. Pero estaba como hinoptizado, y no podía dejar de escucharla-. La audacia de las mujeres en estos tiempos ha llegado a ser notable, sin duda. Los miedos son de todo tipo, no sólo a la violencia de macho. Miedo a fracasar, a la burla, miedo a vivir, a la soledad, al abandono, al desamparo, al dolor, a la locura, a la tortura psicológica, ¿lo comprendes? ¿irás a la manifestación? 10


-Allí estaré si nada se tuerce. Espero que no me cambien el turno para evitar que asista, ya sabes como funcionan estas cosas. En su nuevo trabajo no le iba tan mal como había pensado que sucedería, existía una estrecha circunstancia de camaradería día a día en el trato con sus compañeros. Eso lo convencía de que debía tomárselo en serio, y no como en otras ocasiones que no sintiéndose a gusto, por pura negligencia había ido dejando de cumplir con sus obligaciones hasta que al final terminaba por abandonar. Al parecer, así lo había comentado con Rudy y con otros amigos, podría permanecer allí indefinidamente porque tener su mente ocupada le sentaba muy bien, es decir, había notado un equilibrio y tranquilidad en si mismo que le venía haciendo falta. Seguramente había puesto mucho de su parte para que eso fuera así, pero no sabía que parte de influencia en ello tenía su interés por Marieta, y eso no lo dejaba entrever. Cuando le hablaba a sus amigos de su nuevo trabajo, le contaba todo tipo de aspectos positivos que se había encontrado allí, de los tiempos de ocio compartidos con los compañeros, de los días de paga y de las anécdotas hilarantes que allí compartía y que sin duda generaban todos los trabajos al aire libre cuando el ambiente era animado y bromista, pero nunca les habló de Marieta. Es curioso, era la primera vez que le sucedía esto, era como si sintiera un respeto reverencial por ella, ni siquiera con Mia su novia más seria y que creyó definitiva, le había pasado algo así. No le parecía adecuado confesar su atracción por Marieta como la peor de sus debilidades, ni que, una vez, después de aquella cena en la que ella había decidido y así lo afirmó, terminar su relación con el jefe de ambos, habían marchado juntos en una manifestación, habían corrido delante la policía y habían terminado paseando toda la noche por el parque de acebos. Como habría de contarles que no podía concebir mayor dicho que pasar con ella por terribles dificultades que los habían llevado a esconderse durante horas en un zaguán llenos de mugre, y ruidos de ratas royendo la madera de los entre-techos. En tal caso no faltaría quien la pusiera en cuestión, y le reprochara la facilidad de la entrega. Por eso era mejor callar y no ponerse a merced de la desconfianza, ni permitirles a ellos, por muy amigos que fueran que pusieran en duda tan maravillosos y peligrosos momentos. No podía reaccionar contra aquella amarga dulzura que se manifestaba en cada nuevo capítulo del comienzo compartido de sus aventuras. Todos los conflictos sociales tienen claros culpables, los represores, que intentando desviar esa claridad suelen culpar al pueblo desde los púlpitos. En todas las revoluciones que el mundo ha conocido ha sido así, y eso equivale a tanto como decir que aquellos mandatarios que sucumbieron a la violencia del pueblo se merecieron lo que les ocurrió. En su caso, Roimar asistió a aquellos acontecimientos como algo más que un mero invitado, él creía sinceramente que algunas cosas debían cambiar, y que algunos de aquellos seres patéticos que los gobernaban debían ser enviados a sus casas con la vergüenza de haber sido suspendidos por el pueblo. El número de heridos por los enfrentamientos con las “fuerzas del orden” iba en aumento, aunque en sus discursos los responsables directos de los mandos ejecutivos, intentaban aparentar total normalidad. Sin embargo, y aún ejerciendo la presión que creyeron necesaria sobre los medios, el descontento era creciente y la legitimidad de los elegidos, cuando se habían presentado como candidato único, era más que dudosa. Con los conceptos modernos que manejaban nuestros jóvenes, acerca de los desafíos de la vida, y además, lo poco que dura, es posible aceptar que muchos de ellos creyeran que no existía un deber y un placer más elevado, que el que enlazaba el amor y la revolución. Constantemente las parejas revolucionarias hacían alusión a la libertad plena, tanto de hombres como mujeres, a este respecto. Y la tolerancia era grande cuando conseguían desprenderse de antiguos patrones culturales, pero, para ser sinceros, en el caso de Roimar no era así, y no conseguía verla con el desapego que se le suponía. No conseguiría imaginar de ninguna de las maneras que podría encontrarla amando a otro sin que eso le importara. Tal vez en ese caso se retiraría, vencido, dolido y en silencio, pero seguro, que si llegaba a suceder, le importaría. 11


4 La Consistencia Envidiable No fue la última vez en la historia de aquel país, o de cualquier otro, en la que se intentara justificar la represión por los hombres que se decían de orden y reserva del sentido patriótico. Invocaban el orden como única excusa para todo el despliegue de fuerzas que se produjo, y eso sacaba aún más ciudadanos a la calle. El drama del político que se manifestaba inútil e incapaz de crear empleo y que se dedicaba a retirar las ayudas sociales, enervaba al pueblo. Para un político insensible, alejado de la realidad, la insistencia de la protesta sólo era una molestia que se debía extirpar a cualquier costo. No tardó mucho Roimar en darse cuenta de que se estaba metiendo en un buen lío, y que Castriño aunque nunca lo confesaría pertenecía a ese grupo de patriotas que lo querían todo bien atado. Su mirada severa se paró sobre él una tarde de poco trabajo, y le dijo que dejara la máquina y que en unos minutos lo vería en la oficina. Allí recibió algunas recriminaciones sobre la forma en la que hacía su trabajo, y por lo que parecía todo iba mucho peor de lo que pensaba. Parecía condenado de antemano, y serían inútiles las explicaciones porque algunas de sus acusaciones eran ridículas. Faber Castriño no sólo estaba enojado también parecía nervioso por la forma en que se retorcía los dedos entrelazados de ambas manos. Ante el primer intento de reacción, y después soportar la mirada incrédula de Riomar adopta una postura fría y una mirada congeladora. Cuanto más lo pensaba, menos lo entendía. Y posiblemente no era tan difícil, pues ya habían llegado a los oídos del director del muelle de exportaciones, que Roimar se veía fuera de la empresa con Marieta. Golpeó la mesa con la mano abierta y se puso de pie amenazadoramente. -¡Ni una palabra! Me doy perfecta cuenta de algunas cosas han estado sucediendo a mi espalda. ¿Cómo puede un ser caer tan bajo? ¿Cómo se puede ser tan desagradecido? Estoy seguro que será capaz de elaborar un cuidado castillo de naipes, lleno de casualidades, mentiras y disculpas. No consiento los romances aquí, van en detrimento del rendimiento y de los resultados. No es la primera vez que sucede. Roimar empezaba a comprender por donde iban las cosas, y el color que estaban tomando no era el más conveniente. Se trataba del rojo de la sangre indignada. Lo miraba sin ser capaz de responder con coherencia. -No fue suficiente divertirse con ella sabiéndolo todo, sino que necesitaba airearlo para que todos lo supieran y se rieran a gusto. Como ve no me ando con ambigüedades, no soy de esa calaña. Debería haber calculado que esto sucedería y haberlo tenido vigilado, no podemos fiarnos de los nuevos. Usted pensará que con que ella se ofreciera eso significaba más que suficiente, pero hay muchas más cosas en juego. Me repugna lo que ha hecho. Se muy bien lo que les pasa a los jóvenes. Creen que lo merecen todo, y ahora estará sintiendo lástima de este viejo que es incapaz de retener a su lado a la mujer que ama. Por un momento, Roimar creyó que iba a explotar, vio como su boca se llenaba de espuma y que lo golpearía sin remedio. Ha gritado y pateado una silla, y todo sin dejar de verlo a los ojos, con los 12


suyos enrojecidos. Toda esa furia le hace respirar profundamente, mira al suelo e intenta controlarse. Poco a poco, sus manos van dejando de temblar, intenta respirar con normalidad. Arrastra una silla y se sienta. Deja caer el mentón sobre el pecho y se queda sin sangre en las manos y en la cara. -¡Váyase ahora! -¿Estoy despedido? -No, aún no. No es del todo culpa suya. ¡Salga de la oficina! Los días se hacían más largos y la primavera empujaba con fuerza, pero después de unos días de sol constante y agradecido, volvía una semana de lluvias. La temperatura tampoco tenía bajadas definitivas y se producía ese efecto de desorientación justo antes de salir. La intensidad con la que se había propuesto vivir en maquinista le hacía apreciar todos los cambios en el cielo como parte definitiva de su existencia. Y cuando en su primera juventud había explotado como la primavera nada le había puesto en guardia contra su imprudencia, ni tampoco nadie lo había acompañado después de los errores cometidos; eso era una constante en su vida que ya no era tan joven ni inexperta. Era sobre todo la ausencia de planes, la falta de convicción acerca de su futuro y el lugar al que se dirigía, lo que lo llevaba a actuar sin reflexionar sobre la conveniencia de esos actos. Y todos los indicios que conocemos y que circulaban alrededor de cada paso dado los que nos ponen expresamente sobreaviso del drama al que estaba abocado, pero sobre todo habían sido sus interlocutores más comprometidos y exigentes los que lo habían marcado para ser el candidato a todas las desgracias. Llamaba la atención por lo ilocalizable que había estado y lo inalcanzable que se había vuelto en los últimos tiempos para sus amigos, y debemos observar que si eso se debía a la pasión por Marieta, que lo empezaba a dominar, ni que lo viéramos muy lejos, eso le convenia. La vida, según creía se le estaba volviendo fabulosamente arriesgada pero soportable, y su amor revolucionario no podía escamotear la valentía que se le exigía. Se amaron en los portales, se ocultaron en los váteres de los bares, se escurrieron de la seguridad llegando a su casa en la que se encerraban por días. Empezó a pasar con frecuencia por su casa, donde pasaba toda la noche. La cama de Marieta era grande y los acogía a los dos con suficiente comodidad y tanta suficiencia lo convencía de la conveniencia de no precipitarse en cambiar nada en un corto espacio de tiempo. Ella aprovechaba para contarle los más antiguos secretos del muelle y los trabajos que allí se desempeñaban, y gradualmente él se fue dando cuenta de que tal vez no era buena idea salir con una chica que trabajaba en el mismo sitio y se empeñaba en seguir hablando de su trabajo el resto del tiempo. Pero esto suele suceder y la mayoría de las parejas en esta situación lo sobrellevan con paciencia y armonía. Una noche en medio de una de sus anécdotas, guardó un largo silencio y de un salto aseguró que ya estaba bien de aquello, y que o salían a tomar algo se volvería loca. Eran las tres de la madrugada y Roimar estaba agotado, pero Marieta había estado bebiendo vino de oporto, y parecía bastante mareada. Ella insistió asegurando que no le quedaba ni una gota de licor en casa, lo que no era cierto. Aquella noche estaría llena de incidencias graciosas y la hubiesen podido recordar como una más de aquellas en las que habían paseado su amor bajo las estrellas, si no fuera porque en un momento Marieta se puso a devolver, y a él le dolía la cabeza y tenía un frío atroz. No fue uno de sus mejores momentos. Gloriosamente la belleza retocada de Marieta se manifestaba cada día detrás de su ventanilla. Muchos eran los que admiraban, haciendo comentarios graciosos sobre sus formas redondas, pero también altivas. Algunos aprovechaban para entregar papeleo innecesario y pasar un rato bajo techo, y lo que empezaba a parecer exagerado, que lo días de lluvia, otros pasaran por el edificio de 13


oficinas para ofrecerse a hacer recados. Los comentarios eran más atrevidos desde que empezó a correr el rumor de que ya no salía con el jefe, y a Riomar le tenía mucho respeto. Y luego había los que a pesar de saber que ella solía verse con él después de trabajo, se atrevían a un divertido cortejo que se tomaba con humor. Por supuesto no se toma a ninguno de los trabajadores más atrevidos en serio, nunca los mira a los ojos, y sabe cambiarles de conversación sin que apenas se den cuenta. Sabe que, en cierto modo, se comportan así con porque es una forma de demostrar que le tienen muy poco respeto y eso los hace sentirse importantes, pero se lo consiente, y más tarde, cuando comenta cada uno de aquellos absurdos casos con Roimar, se ríe de ellos. A él no le parece muy correcto, pero siempre lo toma por sorpresa con aquellas historias. “¿Qué pretende?” Se pregunta, “¿Darme celos?” Después sus pensamientos dan un giro más, y cree que contárselo es una forma de reafirmar y estrechar su relación. En la cabeza de aquella mujer, ofrecerle la posibilidad de reírse de sus adversarios y ganarles en todo, tenía que ser un motivo de felicidad para él, pero no era así. Una mañana que Roimar llegó temprano vio una ambulancia y unos coches de policía en el muelle. No le dejaron acercarse y se fue a cambiar de ropa. En las taquillas estaban comentando lo sucedido. Un trabajador había muerto ahogado allí mismo unos años atrás, y ahora en el mismo sitio había aparecido el cuerpo de Orduña, el delgado sindical. Esta triste coincidencia hacía que todos aventuraran todo tipo de posibilidades y locas conjeturas. Pero nadie alzaba la voz, el ánimo era de respeto y cansancio. Unos días antes todos se habían reunido en una asamblea en la que se había acordado ir a la huelga, y sabían que traería problemas pero no imaginaban que podía verse interrumpida por semejante desgracia. Todo se fue complicando a lo largo del día, Castriño apareció para amenazarlos y despareció el resto del día. Nadie lo volvió a ver, pero los que lo conocían afirmaban que no podía andar muy lejos. Cuando esperaban para poder entrar en el almacén de máquinas, vieron pasar la camilla con el cuerpo cubierto con una sábana blanca como la nieve. Aquello les tocaba demasiado de cerca, y no podrían seguir comportándose como si las cosas que pasaban no fueran con ellos. Se volvieron a reunir aquella misma tarde y decidieron seguir adelante con las acciones que habían acordado y mantener la convocatoria de huelga. Roimar no estaba dispuesto a quedar al margen de todo aquello, así que trató de olvidar las amenazas que Castriño le habían dirigido, porque sabía que no tenían nada que ver que las exigencias sindicales por el convenio colectivo, pero también se podía llegar a la conclusión de que las dos cosas irían unidas en la cabeza de su jefe cada vez que lo mirara con aquellos ojos que eran puro reproche. Según Rudy, la idea que se estaban haciendo de las posibilidades de un cambio político eran muy improbables, pero había que intentarlo. De todo lo que se desprendía de la inestabilidad social, en ocasiones creían que el mismo gobierno los animaba para poder justificar la represión más bruta, y eso parecía tan transparente a sus ojos, como confusión sembraban todas las declaraciones de personajes públicos en los medios. También aseguraba a su amigo, que para una “mente clarividente como la suya” -no era modesto en eso-, estaba muy diferenciada la mala intención de los poderes económicos y el perverso seguimiento que les hacían los ministros de un gobierno sin moral. Y así, entre los consejos de su amigo, la información que Marieta le pasaba del sindicato, las reuniones y asambleas con compañeros y todo lo que se hablaba en las manifestaciones, se iba componiendo una idea de cual era su lugar en el mundo. Había vivido hasta entonces apropiándose de una idea de supervivencia, y por su parte esa había sido la única manera hasta que empezó a interesarse por las cosas que pasaban en el mundo, y como por efecto de una extraña droga todo empezó a cambiar en su cabeza y en la forma en la que ordenaba sus ideas. No obstante lo que más le había impresionado de ese cambio era que, muy lejos de considerarse un aprendiz, un invitado o un novato, Roimar se creía seriamente comprometido y en conciencia, con los derechos de las personas y un Estado a su servicio. La legitimidad de las manifestaciones iba creciendo, al mismo tiempo que los motivos de la represión empezaban a ponerse en cuestión. Llegaba un tiempo electoral que anunciaba un cambio, y por primera vez en un descontento que duraba años, empezaban a notarse buenas sensaciones y el optimismo hacía permanecer a los trabajadores firmes en sus filas. 14


Con la idea de poder y ser capaz de enfrentarse a los nuevos retos conseguía la fuerza necesaria y renovado optimismo. Decir que no sentía que sus viejos miedos empezaban a manifestarse de nuevo no sería cierto, o que lo que había constituido el viejo sentido de la vida no seguía presente eso también sería falso. La idea se trataba de interpretar una frase que habrán escuchado otras veces pero con matices diferentes, “cuando la vida nos alcance”. Inclusive en la forma de entenderlo de algunos debería ser, “cuando la muerte nos alcance”, pero Roimar le daba un sentido diferente para intentar explicar lo que le estaba sucediendo. En demasiados aspectos de su vida la tenacidad lo había acompañado y ayudado hasta poder decir que el momento que vivía estaba relacionado con el empeño que había puesto en llegar hasta allí. Más probable que perder la juventud era aún perder las ilusiones, los planes y que todas las posibilidades de cada cosa nueva que quería hacer ya carecieran de su momento. Podría haberse planteado ser cualquier cosa, corredor de maratones, músico de jazz o navegante en alta mar, pero ya no. Esta era la nueva idea dominante, ya no había tiempo para querer ser nada nuevo, la vida le había dado alcance. Por complejo que se hubiese vuelto todo, había algo que no había cambiado y no debía cambiar, y eso era la reacción contra toda injusticia. Ya no eran las mismas cosas las que lo mantenían en pie, firme en sus desafíos. En los meses siguientes a su última conversación con Rudy, acudió con él y con Marieta a varias manifestaciones, se vieron en reuniones del sindicato y hasta coincidían en sesudas charlas de política y filosofía. El alcance al que se refiere cuando habla de que la vida cierra oportunidades, le obliga a centrarse en lo importante, y en aquel momento de su vida, nada consideraba más importante que ayudar a hacer caer un gobierno que creía que la represión era la respuesta que debía dar a las exigencias ciudadanas, y así, al mismo tiempo, oscurecer sus casos de corrupción con el ruido de los escudos y las armas contra la protesta. Las víctimas inocentes de todo ese tiempo que se vivió, marcados con la inexorable lógica de inconsciente pensamiento fascista -el mismo que subyace en los que creen que la desigualdad, y el dolor de los otros, les favorece-, se convertían de pronto en símbolo presente y material de lo que era necesario hacer. Él mismo entre otros muchos, sentía que cada nueva decisión gubernamental para dejar a grupos sociales sin asistencia sanitaria, arrojándolos a la calle sin importarles que las viviendas quedaran vacías o simplemente cerrando los comedores escolares, lo enfurecía. Y concentraba todas aquellas exigencias, en la necesidad de cambiar el gobierno, sin esperar a ver como podían superar el punto sórdido de la insensible caricatura en la que se habían convertido. En aquel mes, apenas un año después de empezar a trabajar, alguien dejó una solicitud de información de vida laboral de Roimar sobre la mesa de Marieta. La petición era por escrito, firmada por el director del muelle, y con una nota anexa en la que se le pedía a la oficinista que le comunicara que debía quedarse al terminar su trabajo para una reunión. No parecía nada extraño porque ya había sucedido otras veces y por asuntos carentes de toda importancia. En los distintos muelles del puerto el significado de las reuniones es parecido, los trabajadores y los jefes son parecidos, y las formas de disciplina también. A la hora de la pausa, Marieta acudió a la cafetería y le entregó la solicitud, después quedó con que lo vería en su casa más tarde y dijo que lo estaría esperando con ansia y curiosidad por saber de que se trataba. Desafortunadamente, Marieta tenía mucho trabajo atrasado, una montaña de documentos por clasificar y archivar, y le hubiese gustado quedarse un rato sentada a su lado, pero eso hubiese sido demasiado para todos. Con la desprendida elegancia que se esperaba se dirigió a la puerta bien erguida y sin mirar a nadie. Resultaba llamativo el respeto con que la miraban y la trataban cuando más gente podía ver, a aquellos mismos trabajadores que iban a la oficina a bromear con ella. No querían que se les notase pero todos la miraban disimuladamente a la espalda, o al menos eso parecía. Incluso los casados la miraban como hacía mucho que no miraban a sus esposas, porque ellas no les permitían bromear a escondidas, ni, por supuesto tenían un final de espalda tan apretado y redondo. Por supuesto que si ella lo hubiese deseado podría haberle mandado un recado por cualquiera, para que acudiera a la oficina a buscar sus papeles. Eso era lo que solía hacer, pero la deferencia que tenía con Roimar estaba relacionada a los ojos de todos con esos encuentros que 15


entre ellos se daban después del trabajo. No resulta fácil describir es estado en el que se sumió Roimar, no le había contado nada de su última entrevista con Castriño y las amenazas que había vertido sobre él, y la expectativa de una nueva reunión le hacía pensar que las cosas podían haber empeorado. Quizás sólo se trataba de nuevas condiciones del servicio, de un pedido inesperado al que habría que dedicarle un tiempo extra o, lo que parecía más lógico teniendo en cuenta que no había hecho caso a la primera advertencia y seguía viéndose con la que había sido la novia de Castriño, que le dieran la carta de despido. Pero en su personalidad inconsciente y arriesgada imaginó cosas mucho peores y no se equivocaba del todo. Esa noche, cuando ya todos habían salido cayó una lluvia fina que lo sumía todo en una humedad insoportable de la que resultaba imposible escapar, estaba dispuesto para acudir a su cita en la oficina, pero no hizo falta. Vio llegar a lo lejos a Castriño acompañado de otro hombre, ambos portando sendas palas, con cara de malas pulgas y dispuestos a consumar una nueva canallada. Bajo su impermeable, Roimar no sabía si estaba empapado de la lluvia o de sudor, y la carne estaba helada como si toda su sangre se hubiese ido muy lejos. Nadie puede imaginar como salió de aquella, por fortuna los golpes recibidos no fueron en la cabeza y cuando lo tiraron al mar no estaba inconsciente. No él mismo, unas horas después, cuando consiguió salir del agua arrastrándose marea abajo y agarrándose a las piedras del espigón, sabe como pudo llegar a casa de Marieta. Fue una historia que no contaría nunca a nadie pero que no podría olvidar por mucho que lo intentara. Cuanto más pensaba en ello más enfermo se ponía, y tardó en recuperarse algún tiempo en el que no pudo escapar de terroríficos sueños. En tales momentos ya no pensaba en luchar, ni en el sindicato, ni por supuesto en volver a ocupar su puesto de trabajo pidiendo la intermediación de la policía y de una justicia que nunca se inclinaría de su parte. Así estaban las cosas en una sociedad podrida, en la que los más altos responsables se conocían y se comunicaban con lisonjas y favores. Se habló un tiempo de aquello pero luego se olvidó, cuando todos supieron que estaba vivo y que la vida seguían para él lejos del muelle, después de que su cuerpo dejara de parecer un globo hinchado y recuperara su volumen normal. Ya no conocía a nadie, ni deseaba ver a sus antiguos compañeros, sólo Rudy llegó para llevárselo a su casa y pedirle a Marieta que no lo viera más, por su bien. Ni siquiera con el paso del tiempo, fue capaz de averiguar como fue capaz de salir de aquella situación. Tan sólo recordaba que su instinto lo llevó a dejarse conducir por la marea hasta donde sus perseguidores no podían verlo a menos que se tirara también al mar, y después se agarró por su vida en unas rocas dos el mar batió, y arrojó su cuerpo una y otra vez contra ellas, hasta que logró salir. Sin duda tuvo mucha suerte, de ninguna otra forma se puede explicar. Él y Rudy, algún tiempo después beben licor en su nueva casa pero ni eso le hará olvidar. Afortunadamente el gobierno cambió, y Rudy llega muy optimista con noticias de jueces que empiezan a dictar cárcel para corruptos y corruptores, y lo más sorprendente de todo, la policía entró en el muelle de exportaciones y se llevó detenido a Castriño. Junto a la ventana, Roimar no puede olvidar la cara de aquel hombre con sus fríos ojos y su voluntad de hacer daño sin sentir el más leve remordimiento. Tal vez e mundo siga girando después de todo, se dice. Quizá no todos se daban cuenta de lo que sucedía, o quizá no conocían le dimensión real de la podredumbre, pero siempre hay una baza que jugar, la buena gente siempre tiene sus recursos. Entonces, mira a través del cristal a aquellos ciudadanos que van y vienen a sus trabajos, de sus casas, de llevar los niños al cole, y una sonrisa cruza su cara. Brotan ahora ideas que son capaces de detener el caos, siempre hay ocasión de recomponer lo que otros se han empeñado en destruir si lo mejor de nosotros se pone en juego. Un espasmo en los labios lo conduce de vuelta al sillón, intenta pronunciar un nombre, interesarse por como le ha ido a otros, pero no le sale. Cuando por fin aquella noche se durmió, fue un sueño apacible y feliz, la fiebre y la angustia iban desapareciendo, y ya no despertó a media noche envuelto en sudor esperando ser golpeado por una pala sin dueño.

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