El asequible placer del baile

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El Asequible Placer Del Baile

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1 El Asequible Placer Del Baile Doy por supuesto que a todo el mundo le gusta leer primero las noticias locales, que rescatan del periódico las más cercanas a ellos como miembros de una sociedad viva, de una asociación para la seguridad de sus familias, e incluso para descubrir allí, lo más sofocante de sus barrios. No cabe la menor duda de que una buena polémica entre amigos o compañeros de trabajo, tiene que ver con esas noticias que los atañe a todos. Sólo un extranjero despistado pasaría por ellas inadvertidamente. He visto con mis propios ojos, crear discusiones que casi acaban en violencia, porque alguien, sin ánimo de causar ningún mal, se dedicó a leer las noticias locales en voz alta. Pero también he visto como se indignaban todos de acuerdo contra una nueva medida del alcalde, o como se compadecían de las víctimas de un accidente que tal vez eran vecinas y de algunas conocidas. Ni siquiera en el caso de uno de esos días en que paran las rotativas por causa de huelga o una festividad muy señalada, la gente puede pasar sin novedades, vivir ajenos a todo, o dejarse llevar por las horas. El anuncio de un día sin periódicos los hace concebir otros planes en los que, sin duda, se encontrarán con otros que como ellos buscan confrontar datos sobre lo que ya conocen, Por una parte, dejan poco espacio a la sorpresa, pero por otra, la posibilidad de descubrir lo que se les había podido pasar por alto resultaba más emocionante, aún si cabe, que avanzar en las novedades. Barcos que tocaban puertos cargados de turistas, un narcotraficante apresado, o la visita a la ciudad de un presidente de gobierno extranjero, eran distracciones suficiente para pasar aquellos días neutros y aburridos especulando con nuevas posibilidades de desarrollo. Era frecuente tener esas distracciones y no resultaba cómodo tener que guardar silencio cuando alguien bien informado exponía con brillantez los pormenores de una “última hora”. En ese momento no se puede contrastar lo que se escucha con los propios papeles en los que fue expuesta al público, y siempre se le da más importancia a lo que nos cuenta el periódico, pero a pesar de asumir con desconfianza la interpretación que el sujeto en cuestión nos pueda dar, nos emplazamos a nosotros mismos para, más tarde, poder comprobar con nuestros propios ojos, cuanto en el pasional afán con el que contamos algo, nos apartamos de la línea editorial. Sólo una mente despierta y una personalidad con un criterio definido puede encontrar que también los periódicos son tendenciosos y manipuladores, pero mientras ese momento llega en la ausencia de poder crítico de los vecinos, el respeto que le merece la tinta sobre a voz humana, sólo es comparable al que otorga un premio oficial reconocido por autoridades sobre el que ofrecen las capas populares con su atención y entrega (este último mucho más importante). No es mi intención, estimados lectores, realizar una pormenorizada investigación de las necesidades de información de las clases populares -al fin, en las que me he movido toda mi vida y de las que sé que no somos muy exigentes al principio-, pero es posible que me sirva de ello para llegar al comienzo que deseo para esta nueva historia. Claramente quiero establecer los márgenes de lo que conozco porque, sin duda, las clases altas satisfacen su curiosidad con otras fuentes, y no con los periódicos de los bares. Además, aquí me encuentro escribiendo desde la posición en la vida en 2


la que me encuentro más cómodo, la de quien huye de lo sofisticado y ostentoso. Estoy pues, placenteramente enjaulado en las formas sin pretensiones ni audaces grandezas de los barrios populares; la mejor de las jaulas. En las ocasiones en que el señor Plumb podía bajar al bar a leer la prensa solía tomarse una cerveza bien fría con unas almendras, y eso en primavera era suficiente para mantener el estómago a raya hasta mediodía, lo cual era una condición irrenunciable, entre otras, que el médico le había propuesto para mejorar su salud. La camarera, Ritta, solía estar de buen humor a esas horas debido al buen tiempo (no importaba si llovía) y la buena compañía, según decía, pero, en realidad, parecía más acertado pensar que era debido a las botellas de ginebra que se vaciaba a escondidas. En ese tiempo era aún una mujer esbelta, que aún no empezaba a perder la figura, bien que eso no parecía tan malo cuando la apretaba dentro de sus ropas y sus gomas interiores, lo que llamaba la atención de Plumb favorablemente, y aunque ignoro en que medida pudo ser la influencia que lo hacía pasar la mañana en aquel bar y no en cualquier otro de los tres que había en la calle. Tal vez también a él le sucedía y era debido al buen tiempo tiempo y la buena compañía, si me permiten la ironía. Él ansiaba pasar desapercibido, un poco de tranquilidad para poder leer sin ser distraído y cada día, una vez más, ella intentaba una conversación a la que nadie prestaba atención. Un día, Plumb recopiló todos los periódicos atrasados, por fortuna se habían olvidado de tirarlos y se los pidió para llevarlos a su casa. Cuando la respuesta fue afirmativa, se levantó y buscó por todas partes porque los que estaban encima del mostrados amontonados no le parecían suficientes. Hasta leyó aquellas hojas que habían sido arrancadas para tapas las manchas del suelo. Tal vez buscaba una noticia en concreto, pero no por eso su imagen dejaba de ser grotesca, inclinado hacia adelante, casi tocándose los pies con las manos y esforzándose hasta enrojecer. Desde entonces, a final de semana, lograba algún premio en papel y como eso le hacía sentirse en deuda con Ritta, empezó a escuchar sus conversaciones y a responder con cierta coherencia a algunas locas ideas que tenía, hasta que al cabo de un par de meses, tenía tantos periódicos que arrastró su pierna dolorida con el bastón hasta casa y dejó de bajar al bar. Hay luchas que no se manifiestan como tal, pero se perpetúan bajo la piel, luchas con uno mismo o con otros que nos llenan de tensión pero sólo nos desangran por dentro, en mitad de una sensible contradicción. De pronto no pudo resistir más toda la elocuencia nerviosa de Ritta y se encerró durante un tiempo. Durante muchos días estuvo leyendo los periódicos atrasados, creyendo que era la excusa perfecta para su huida, pero cuando ya sólo leía párrafos repetidos seguía sin salir, arrugado y con el congelador casi vacío. Le dolía interiormente no poder soportarlo, pero también, ser como había aprendido a ser; la culpa le pertenecía también en eso. Cuando por fin consiguió volver a los periódicos, encontró una página que no había visto, se había doblado y pegado debajo de otra y como estaba sucia y arrugada apenas la había tenido en las manos. Si algo le permitió aún pasar unos días más encerrado, sólo pudo ser encontrar la noticia del baile de primavera para ancianos en el liceo marítimo y desatar la imaginación acerca de lo que podía suponer. Una fantástica oportunidad de volver a ver a un amor de juventud, pasar a su lado varias veces por ver si lo reconocía y finalmente, invitarla a bailar. Se decía a sí mismo que aquello lo había soñado un millón de veces y que había sido muy cobarde por no atreverse a ello. Mejor sería visitarla en la residencia, en la que se había instalado desde la muerte de su marido, pero no, en vez de seguir ofreciéndose excusas para no hacerlo, su plan era el baile de primavera y debía asistir, convencido de sus posibilidades, arreglado como un maniquí y oliendo a perfume. Temía la indiferencia o estar tan viejo que nadie lo reconociera, hacía años que no iba al liceo, aunque ya en otras ocasiones se había sentido tentado de hacerlo. No había sido posible reunir tanto coraje, pero era su última oportunidad, porque las piernas ya no le respondían como la habían hecho hasta entonces. Tan pronto como tomó su decisión, separó la hoja de periódico del resto y la pegó en la pared de la cocina, al lado del calendario en el que marcó en rojo el día del baile. No se trata de remover viejas confesiones que nunca se llegaron a hacer, se dijo, las cartas debían seguir boca abajo hasta el final del juego. 3


Afuera brillaba el sol y una gaviota pasó volando tan cerca de la ventana que creyó que la golpearía. Tuvo que formarse otro atasco en la calle porque las bocinas resonaban sin un descanso. Imaginó a Filomena sentada en la cafetería del liceo y al él mismo de pie delante de su silla, después de unos segundos de profunda respiración le habló al aire como si se tratara de ella. “Si hoy nos encontramos, si la vida no nos ha querido separar definitivamente, debemos ser el objeto de una nueva broma del destino. No temas, no soy tan malo como creíste en otro tiempo, ni siquiera estoy tan loco. En el espacio que hemos dejado a nuestros sueños, de nuevo nos encontramos. Una vez nos elegimos, durante demasiado tiempo aceptamos una imposición que nos separó, pero ya nada nos puede dañar ahora, ni a nadie podemos hacer daño. Todo nos está permitido.” En ese momento dejó caer los hombros e hizo un ruido extraño, como un sollozo que no arrancaba ni se convertía en llanto y supuso que ya nunca se atrevería a hablarle. Con demasiada frecuencia, la moral, la vergüenza, los prejuicios y las prohibiciones, se han opuesto a la libertad de amar, tanto en sus formas como en sus más profundos secretos íntimos. Y estos agresores del amor ajeno, no han podido ser más entusiastas en arruinar la única cosa que justifica que una vida lo deje todo y se deje perseguir. No es probable que este problema de educación religiosa y su represión se vaya a solucionar pronto, pues se han abierto todas las alarmas que convierten sus principios en combativos ejes contra de la felicidad del hombre. Y, aunque dicen que lo hacen por el bien de la humanidad, lo cierto es que arruinan la vida de muchos. Aún queda mucho por decir al respecto, sí, pero como en el caso de Filomena y Plumb, siempre quedará una última oportunidad para poder expresarse en estos términos: “aquí seguimos después de esperar una vida y ustedes no han conseguir sofocar la raíz de este incendio que nos unió por dentro.” La parte del mundo que no ha podido amar, que se ha plegado a las exigencias de dejarse atrapar en matrimonios sin amor, respalda esa idea de la crueldad y se ríen de los soñadores. Pero, Plumb no se avergonzaba de haber sentido y vivido como lo hacía. En sus sueños se aparecía Filomena como la había conocido en su juventud y también sobre eso guardaba un silencio secreto que sólo con ella compartiría. Todo se aparecía en esos sueños, sin las condiciones, las barreras y las diferencias que llevaron a los padres de su amada a entregársela a un hombre adinerado y así por el bien de las dos grandes familias cerrar un acuerdo de prosperidad. Durante años, había deseado verse liberado del peso de su pobreza, lo había intentado de todas las maneras, la había esperado a la puerta de la biblioteca, la había espiado a través de las ventanas de su casa y le había preguntado por ella la sirvienta que terminó por confesárselo a su marido se montó un gran lío que todos en el barrio recuerdan -fue, sin duda, una imprudencia que le pudo costar muy caro-. No podía ser quien no era, no podía, sobre todo dejar de ser pobre y, no podía, transformarse para sustituir al marido muerto en aquella solitaria viudedad que duró años. Pero, permanecieron en la misma calle, a pesar de los acontecimientos que cambiaban el mundo, la ciudad y sus propias casas. Eso fue suficiente para hacerlo hacerlo feliz y seguir llenando su imaginación de momentos imposibles que creyó vivir en realidad. Una vez más, no importaba el pasado. No hacía tanto se reprochaba por dejar pasar la vida sin haber hecho lo suficiente por cambiar las cosas, en cierto modo se había traicionado a sí mismo al no buscar una solución mejor que dejar pasar los años. Ahora tenía delante su gran oportunidad, ella sabía que la vida era corta y que a los dos les quedaba poco por vivir, ante eso todos los obstáculos culturales importan menos, tampoco las ambiciones son tan grandiosas, ¿cómo desaprovechar la oportunidad de volver a verse y sentirse tan cerca como una vez en sus recuerdos? Era, por lo que podemos saber, un hombre que había pasado con mucho la edad de la jubilación y que había vivido toda su vida en aquel apartamento del barrio de la quincallería. Su afición a los paseos matutinos empezaba a verse arriesgada por debilidad en las piernas y dolores en la espalda, de lo cual, entiendo, nada sabía con certeza porque prefería los remedios caseros a la visita a su médico. Era también conocido por una vieja afición al baile, y cualquiera podía referir las excelentes demostraciones que había hecho en los concursos que en el centro cultural se celebraran hacía algunos años -de todo ello guardaba el recuerdo con forma de medallas en un cajón de la 4


cocina-. De otras de sus aficiones, como leer periódicos y recortar imágenes de actrices americanas, o pintar barcos con óleo sobre lienzo, nada tan sobresaliente se podría decir. Por mucho que observara aquella hoja de periódico, sus piernas no iban responder por sí solas a las necesidades del baile, la ilusión desenfrenada que lo embargaba no le ofrecía una recuperación de sus fuerzas, no, al menos, hasta el punto de creer que se había quitado veinte años de encima. Otras veces había superado sus recaídas, mientras se miraba al espejo y ensayaba un paso disimulado arrastrando un pierna y pegándola a su bastón haciéndola girar en el aire. Así se pasó una tarde, hasta que, dolorido de pies y espalda, ya no alcanzaba a moverse con naturalidad, lo intentaba pero en un momento llegó a intentar estirarse más de lo debido y se fue al suelo con todo su cuerpo. Y allí, con la cara en el suelo, mirando las tablas y jadeando como si hubiese corrido una maratón se sintió vencido, pero no acabado, y tomó una decisión, no lo conseguiría sólo, necesitaba ayuda. No siempre es verdadero el hombre que adivinamos detrás de sus actividades, ni en todos los casos aquello que realiza con la mejor de las maestrías ha sido una disciplina escogida. Es por esto que por primera vez en muchos años, el marinero jubilado se sentía enteramente él, de nuevo, como si le fuese otorgado, a su edad, dar continuidad a su juventud truncada por la imperiosa razón de ganarse la vida. Tan atento como se había mostrado siempre con sus obligaciones y deberes en el mar, se implicaba ahora en el proceso de recuperar una parte de quien había sido, sus habilidades y su capacidad para moverse. Y por lo tanto llegaba el momento, no tanto de dejar en el olvido tantos años de marinero, pero sí de afirmarse en sus verdades, recuperar sus dos pasiones Filomena y el baile; aquello que mejor lo definía. En cuanto a la familia, se reducía a dos hijos de la mujer de la que se había separado años atrás y no querían saber nada de él, así pues tampoco les importaría, ni querrían conocer, este cambio en su vida y la alegría que nuevamente lo movía. Ninguno de ellos tenía una sola razón para desear volver a verlo. Es más, cualquier encuentro fortuito en plena calle, se resolvía con una obvia sensación de severidad en la mirada y, al tiempo, un rechazo en la tensión del gesto. Se entiende que Plumb no asumía el mundo tal y como era pues en todos los extremos de su forma de actuar se mostraba con ideas al margen. Instintivamente, como un jovencito, abordaba la pureza de sus sentimientos y la emoción de sus estrategias con un entusiasmo para el que ya no le quedaban fuerzas. Rechazaba tener una televisión o una radio, pero los periódicos eran otro tema. Todo lo que en el mundo hubiera de caótico debía ser leído y, sobre todo, nunca manifestado a través de aquellos medios que manipulaban su estado de ánimo. No era menosprecio al contrario, las imágenes y las voces, tenían el poder de hacer sentir las cosas como si las viviera uno mismo, los dramas y los llantos se instalaban en psique, y la felicidad gratuita, a continuación, se manifestaba con elementos de evasión que todos parecían asumir. Contra el juego y manipulación de las emociones sólo había una cosa, la información más seca y abstracta. Por todo ello le había parecido relevante -al menos en tal momento-, la alegría de encontrar finalmente la noticia que anunciaba el baile y las medidas que se estaban llevando a cabo para mantener aquella tradición que se estaba perdiendo. Se sentó en el suelo mirándose en el espejo de puerta de armario que llegaba hasta el suelo. Una vez más sus ojos se recorrieron como un viejo combativo o patético -según para quien-, caído pero con un rostro radiante y una sonrisa difícil de encajar en su cara. Se respondía a sí mismo con una alegría honesta -lo conseguiré-, se decía a pesar del orgullo herido. En ese instante incapaz de ningún reproche se saludaba con un gesto de conformidad, levantaba el pulgar y afirmaba -estoy listo para superar cualquier obstáculo-. Terminada esta primera etapa de su desatino, creyó que era el momento de bajar al bar y comer algo mejor que los últimos días. En medio de del caos mental que lo dominaba lo saludó Pirp. Un tipo melancólico y humorístico a la vez que sen sentó en su mesa para comer con él y saber de su vida. Plumb se arrellanó en su silla y se dispuso a una charla y una comida abundantes, pero nadie era ajeno a que había perdido mucho peso últimamente. Aunque su anterior ansiedad aún estaba en la mente de Ritta, ya se encontraba más tranquilo, como esperado realizar un plan que tuviese en su 5


cabeza y que mientras durase lo mantendría entretenido. No era extraño que su habitual inquietud se viera atenuada por ese motivo, si bien no iba a hablar directamente del baile con Pirp, al menos de momento, y dando un rodeo rememoró viejos tiempos en que los dos habían frecuentado aquel salón social. Pirp recordó un par de anécdotas de entonces y que los combinados eran muy cumplidos, y eso les hizo reír. Ritta puso unos platos de habas y pan sobre la mesa y se dirigió a él, “coma, que se está quedando en sombra de lo que fue”.

2 Una Puñalada De Estrellas Algún tiempo después de que Plumb volviera a su apartamento, Ritta quedó dormida sobre el mostrador y Pirp la miraba ensimismado. Había puesto la cabeza sobre sus brazos cruzados y al fin, había cerrado los ojos; a veces resoplaba y suspiraba como si fuese a moverse, parecía resbalar, pero las piernas firmes la mantenían en pie. Alguna gente, posiblemente por necesidad, aprende a dormir de pie, hablan en sueños, son incapaces de interpretar los sonidos, pero a ratos entreabren los ojos sin que nadie sepa si realmente han despertado para inmediatamente volver a caer rendidos, porque al contrario de lo que pudiera parecer, estos no son sueños ligeros. Cuando, por fin, pareció volver en sí, allí estaba Pirp mirándola con devoción, y fue necesario que le sirviera un vaso de vino y se lo pusiera delante de la nariz para que ella lo mirara y sonriera con malicia demoníaca. Su enorme cuerpo hubiese sido suficiente para hacer desistir a cualquiera de moverse, y hasta para ella fue necesario un grave acopio de valor para decidirse a una nueva tarde de idas y venidas. Así que, con el objeto de merecer cada nueva inyección de energía se puso manos a la obra y lavó los vasos del fregadero mientras hablaba con él. Resultaba evidente que Plumb estaba demasiado débil para bailar y aún así le había pedido a Ritta que le ayudara y ella estaba dispuesta aún conociendo que las fantasías del viejo nunca llegaban demasiado lejos. “Apenas puede mantenerse en pie”, le dijo a Pirp que también era condescendiente con las locuras de su amigo. Cada uno tiene la vida que le ha tocado y los que llegan a viejos se enfrentan a verdaderos retos de la mente, sin embargo, apreciaba los esfuerzos que Plumb hacía por recuperar la memoria, luchar contra la falta de riego sanguíneo y ordenar todo lo que bullía sin sentido en su cabeza. Ni la llamada desesperada de sus amigos para que llevara una vida más tranquila -tampoco era seguro que eso le fuera a beneficiar-, ni las visitas periódicas a su médico, ni los ejercicios que le habían encomendado y que no hacía, iban a salvarlo al final de no ser engullido por la enfermedad. Nadie en el mundo podía ayudarle con sus alucinaciones, pero al menos, estaban sus amigos allí para hacerle creer que todo seguía funcionando con cierta normalidad cuando ya no era así. Si tratáramos de entender la difícil situación en la que Plumb se ponía, tendríamos que llegar a la conclusión de que no era consciente del inminente peligro que se cernía sobre él. ¿Quién lo cuidaría si dejaba de depender de sí mismo? Esa era una pregunta que Ritta se hacía con frecuencia. Las dudas se manifestaban con el delicado matiz de, sobre todas las cosas, intentar no molestarlo o enfadarlo, pues sus broncas eran también conocidas; y siempre había un motivo para ellas (desde luego, Plumb no era uno de esos tipos que se enfadaban a capricho o por llamar la atención). El aprecio que sentía por su vida solitaria tenía algo de creativo en lo que, esta vez, había implicado a Ritta y a Pirp, y no era eso una dimensión menor de la fortaleza e influencia que en otro tiempo 6


demostrara, pues dentro de sus limitaciones seguía proponiendo los estímulos que lo mantenía con vida a él, y a ellos ocupados. Era un soñador en el más amplio sentido de la palabra. Poseía también, la firmeza del que cree en la gente que le rodea, porque se aferra a sus costumbres, al devenir cotidiano de sus días y a frecuentar a los mismos amigos. La creación de nuevas formas de vida, o la ampliación de sus horizontes, no era algo que pudiese poner en peligro este orden. Había movimientos inesperados en él, como en todo el mundo, como cuando se le daba por desaparecer durante días, sin que nadie pudiese saber si se encerraba en casa o si estaba de viaje, pero aún en estos casos nadie podía decir que estuviera especulando con la firmeza de sus hábitos, y era esta fidelidad con sus rutinas lo que movía a todos los que le conocían a ayudarle, sobre todo en esos momentos en que su lucidez empezaba a dar síntomas de agotamiento. Todo esto y su trato con los demás le valió a Plumb para que Ritta aceptara bailar con él e intentar hacerle recordar como debía moverse con cada tipo de música. Pusieron un aparato de altavoz de tapa sobre el mostrados y separaban las mesas y las sillas cuando cerraban el bar. En el tocadiscos ponían discos de vinilo de tangos y valses, pero cuando Plumb se iba a su casa, Ritta recogía escuchando salsa y moviéndose como si tuviera raíces latinoamericanas y sangre caribeña. Una de esas noches, una brisa soplaba templada y Ritta se dejó una ventana abierta. Su música hubiese atraído a los curiosos que se hubieran parado allí mismo a verla bailar, pero era demasiado tarde y ya todos los clientes se habían ido a sus casas. La música le parecía más animada que nunca y se había sacado la chaqueta de modo que podía sentir en el aire la primavera que se pagaba a su carne. En su mundo nada había salido bien el último año, se había desembarazado de un tipo violento que la trataba como si fuera un animal y había empezado a beber otra vez más de la cuenta, así que, aquel momento de evasión era un forma de festejar que tenían que llegar momentos mejores. Plumb también, como si hubiese tenido una inspiración parecida, se había ido a su casa contento con los progresos que hacía, a pesar de su pierna enferma. Y, en efecto, anunciaban unos días de calor similares a los de un día de verano, con temperaturas mucho más elevadas de lo normal y ausencia de nubes. Marky nunca la había dejado ir del todo. Le había dicho aquello de que lo echaría de menos y querría volver, sólo por hacerla dudar, pero ella encontró enseguida su verdadero yo lejos de él. En realidad, había sido él, el que se había sentido incapaz de olvidarla y la había llamado por teléfono pero Ritta le había colgado sin atender a sus razones. No había sido un asunto menor y no quería volver a verlo, pero había algo que Marky guardaba entre su orgullo y su violencia que le impedían dejarla marchar. La acechaba en la distancia, le preguntaba por ella a tipos que frecuentaban el bar y espantaba a aquellos que demostraban algún tipo de interés por Ritta. Precisamente su carácter conflictivo era de lo que presumía como si de ello fuera capaz de extraer la autoridad necesaria para vivir. Podía por lo tanto jactarse de su brutalidad como si eso le granjeara el respeto de todos, como si pudiera hacer amigos o como si fuera un signo de su hombría. A decir verdad, sus fanfarronería lo que le traía era más y más problemas, ¿cómo iba a poder Ritta seguir soportándolo? Desde luego, no era el tipo de hombre que aceptaba el destino que la vida le había deparado, pero su forma de rebeldía incluía la ausencia de toda piedad y de conseguir lo que quería a costa del dolor de cualquiera, eso no le importaba. Le alteraba que lo pudiesen confundir con un obrero o un trabajador del astillero. El hecho de no tener dinero tampoco era un impedimento en el alto concepto que tenía de sí mismo, era inmoral, egoísta y cruel, pero se creía un señor. Por lo que a él respectaba, el mundo podía dividirse en triunfadores y esclavos, pero por haber nacido en la calle no iba a aceptar que someterse fuera un honor, o un admirable proceder o algo parecido. Lo enfurecía que lo juzgaran y eso también lo había hecho Ritta con cada una de sus miradas de reproche. Aquella ventana abierta en la noche era, como cualquiera puede imaginarse, una oportunidad única para que Marky volviera a molestar a Ritta. Durante unos minutos no hizo más que interpelarla desde allí, ella apagó la música y cuando intentó cerrarla, él, de un salto, se introdujo en el bar. Durante el tiempo que siguió a ese forcejeo, se dedicó a analizar su ruptura, intentando atormentarla 7


con insultos y retorciendo cualquier idea pasada para martirizarla. A continuación sacó el tema de los viejos amores de la camarera, de lo infeliz que había sido con cada uno de ellos, intentando llegar a la conclusión de que sólo de ella era la culpa de que nada le saliera bien. Si alguna vez había creído que con un simple gesto de interés por su parte, ella volvería con él, sin duda se había equivocado. Fue entonces cuando empezó a preguntarle, qué significaba aquello del tocadiscos y lo de aquel viejo con el que, al parecer, la había estado viendo bailar oculto en las sombras de la esquina. Interiormente ya la había juzgado, y no lo dijo esa noche, pero le hubiese gustado llamarla mujerzuela y ese tipo de cosas. Se limitó a las amenazas y a contener el brazo cuando lo levantó para golpearla, ella se cubrió con los brazos esperando un golpe que, sólo la casualidad de voces en la calle, evitó que fuera descargado. Marky conocía aquel proceder porque ya lo había vivido antes, para él era la estrategia del miedo, que también le funcionaba con los chicos del puerto que le llevaban la contraria. Algunas veces, actuaciones parecidas lo había llevado a peleas de las que no siempre saliera bien parado, pero lo consideraba parte del juego de la vida. Cuando las voces en la calle pasaron, abrió la puerta y salió corriendo. Le abría gustado retenerla entre sus brazos por sentir su propia brutalidad, besarla, aún sabiendo que le producía nauseas, pero haber sentido su miedo y aquella cara sin sangre tan cerca de la suya, hubiera sido suficiente recompensa para su carácter abusador. En tales circunstancias, cabía la posibilidad de que Ritta terminara por ser golpeada por alguno de sus nuevos amantes, a los que tan mal escogía. Al parecer, como causa primera de su mala suerte con los hombres, estaba aquel defecto suyo de sentirse inclinada hacia hombres dominantes. Algunos de ustedes pensarán que con mujeres así es mejor no perder el tiempo, que preocuparse por ellas es entrar en problemas de difícil solución y, que al fin, ellas se lo han buscado. Yo no creo en esa forma de pensar que busca justificarse, donde hay una mujer en apuros por causa de un hombre violento, no prestarle ayuda no es una opción. En el caso de Ritta, debemos tener en cuenta que ya no era capaz de distinguir la escena que acababa de vivir, de una vida en la que no sucedieran cosas similares. A muchos de nosotros nos causa repugnancia que hombres tan pagados de sí, puedan salirse con la suya y campen a sus anchas por nuestras calles, pero esa miserable actitud, deja de ser irritable para las chicas que lo sufren cuando eligieron a un hombre del que creían que les proporcionaba seguridad por su fuerza, y esa fuerza termina volviéndose en su contra. Van de un matón a otro sin remedio, sin más culpa que dejarse dominar por ellos y por la fantasía superior que vende su suficiente chulería. En uno de los bolsillos del chaquetón de Pirp solía abultar una pipa, tabaco y un boletín de apuestas. No siempre tenía dinero para jugar, por eso el boletín que renovaba cada semana, tenía un carácter fanático, según se podía deducir de la forma en que seguía los resultados de los deportes, las loterías, las carreras de caballos y las peleas de gallos. Parecía un hombre infeliz debido a su afición, puesto que nadie gana habitualmente y, los que lo hacen, se pasan la vida esperando un golpe de suerte que lo cambie todo, pero que casi nunca llega. Además, debemos preguntarnos si sobrepasar el límite de una afición desprendida, para convertir el juego en una tensión que nos haga olvidar el resto o hasta llegar a ser lo único que nos importe, no nos llevará a arruinar nuestras vidas, y él nunca hizo tal reflexión. Eso pensaban la mayoría de sus amigos, todos menos Plumb y Ritta, que se consideraban también dos causas perdidas y se complacían en su compañía. No creo que ninguno de sus vecinos, los que frecuentaban el bar o, simplemente, los que los veían en la calle, pudieran tener dudas acerca de lo unidos que estaban, o que no estuvieran dispuestos a soportar los defectos que sabían que mostraban que facilidad. Aún más difícil sería negar que Ritta podía resultar muy cargante cuando bebía, que Plumb vivía en un mundo irreal en el que implicaba a los que lo rodeaban, y que Pirp se gastaba en apuestas un dinero que no tenía y dependía, con demasiada frecuencia, de sus amigos para sobrevivir. Pirp había explorado todas las formas posibles de conseguir dinero, si bien, por su edad, ya no podía seguir en la estiva del puerto y vender pañuelos en los semáforos, no siempre alcanzaba para darle de comer. Había vivido fiel a su forma de ver el mundo, sin compartir su desigualdad, pero esperando un golpe de suerte que lo pusiera en 8


el otro lado de la balanza. Había jugado más que nadie en el mundo, y si bien en la época que narramos había tenido que echar mano más de una vez de los comedores para indigentes, había pasado también por momentos florecientes en los que se había gastado grandes cantidades invitando a todos a beber y a comer. En cierto modo, esa forma de de hacer, le había proporcionado grandes sufrimientos, pero también grandes satisfacciones, y por eso podemos decir que había sentido la vida con más intensidad que el ciudadano medio. Pero lo peor ya había pasado, ya no se emocionaba como antes, había perdido parte de su convencimiento -el que le hacía creer firmemente en que al final conseguiría el éxito-, y esa moderación le había cambiado el carácter y lo había apagado, tal vez indispuesto para los que le pudieran recordar sus ridículas aspiraciones, reírse de él o echarle en cara su desprecio por el hombre vulgar. Cuando Pirp conoció lo que le había sucedido a Ritta aquella noche, le dio un consejo definitivo, “deberías plantearte seriamente no pensar en novios nunca más”, ella se echó a llorar preguntando entre sollozos, ¿de qué vale la vida sin amor? Aquella noche, al salir del bar, abrió la puerta con cuidado, miró a través de la ranura y, por si acaso, antes de poner el cuerpo en la calle, sacó la cabeza primero para ver arriba y abajo. Estaba desierta, nadie, ni un ruido, ni un fantasma, ni un borracho olvidadizo, ni una puta despistada, nada. La noche no era mala, corría una ligera brisa que, al fin, no era tan fría. Por pura defensa, había puesto en el bolso un cuchillo, un gran cuchillo de cocina que apretaba como si de ello dependiera su vida. La imagen de la mujer caminando encogida, con medio brazo metido dentro de un bolso enorme, y el otro sobre el estómago como si le doliera, no tenía nada de natural. Cualquiera que la hubiese visto hubiese comprendido que le sucedía algo, que iba llena de terror. Hacía mucho que había dejado de creer en la buena suerte y, en todo caso, a partir de entonces, la buena suerte dependería de llevar un cuchillo en el bolso y usarlo si llegaba el momento. El baile debía seguir y una mañana Plumb llegó al bar más temprano que de costumbre. Ritta estaba pasando una escoba y un paño húmedo en las mesas de la mitad en que él solía sentarse, así que se fue a una mesa del fondo, alejado de ese ajetreo. En lo que consiguió ver de la cocina, había unas hoyas humeantes al fuego, lo que quería decir que es día habría comida casera. Algunas veces había que dar salida a comida fría del día anterior y entonces, nadie se acercaba por allí. Plumb se llevó una sorpresa que le alegró la mañana, porque, en una de las paredes, Ritta había colocado un cartel del baile del liceo, era de hacía años y lo había encontrado en el almacén, pero el creyó que era reciente y que anunciaba el acontecimiento de la primavera que acababa de llegar. Después, se sentó a oscuras y comentó lo del cartel; Ritta hizo una pausa en su tarea para ponerle un aperitivo y le dijo que tenía colores bonitos y que lo había colgado en aquella pared porque tenía una mancha de humedad; era mentira. “Cuando todo esto acabe, si Filomena acepta balar conmigo, le pediré que lo deje todo y que nos escapemos una semana entera a Madrid. ¿Tú conoces Madrid?” Ella respondió que sí y que eso sería estupendo. En todo aquello, Plumb encontraba una felicidad que hacía tiempo que no sentía. No era sólo por ver la posibilidad de que sus planes se cumplieran, de poder llevar a cabo un sueño que había imaginado y puesto en marcha con cierta eficacia, era el momento real que se le hacía más amplio y cogía aire porque su vida lo merecía. Aquel día, después de comer, bailaron con desconocida ternura. Hasta entonces, Ritta no había dado muestras de un afecto tan decidido, por así decirlo. El sólo esperaba que se cumpliera el compromiso de acompañarlo en aquella aventura para que pudiera volver a bailar, con bastón y todo. Su intención no era otra que la de impresionar a Filomena, pero aquellos momentos lo hacían recuperar la gana de vivir del mismo modo que el recuerdo de su amada lo hacía. En tal momento, necesitaba recuperar lo mejor de sí, que volviera su añorada destreza y que sus piernas respondieran. Confiaba en que si eso era así, nada podría interponerse entre él y la mujer de su vida. Ella había puesto un bolero y, consciente de sus fuerzas limitadas, no se apoyaba completamente en su hombro, pero parecía necesitar aquel melancólico roce que a veces templa nuestros cuerpos. Volvían los viejos tiempos de la complicidad y las aventuras, por eso Pirp esperó el momento para sentarse a la mesa de Plumb y contarle las últimas novedades. Había preparado el momento porque 9


conocía a su amigo y sabía que podía reaccionar con un grado de excitación difícil de controlar. “Es un monstruo y sólo quiere hacer daño”, le dijo. En este tipo de diálogos, que jamás se producen sin un grado previo de compromiso y complicidad, a Pirp le parecía que podía sentirse de nuevo importante en el lugar que uno ocupa en la amistad, lo que debe ser la mejor forma de sentirse así -además, claro está, del niño que sale al mundo convencido de las razones y atenciones que su madre le ha dedicado. Y también en eso Pirp había tenido una infancia afortunada-. Lamentablemente, los esfuerzos de Ritta por recobrar la normalidad no se iban a ver recompensados. Algún tiempo después de su mal encuentro con Marky, supo que las peores soluciones tienen que ver con las decisiones que no se toman, y que el ex-novio matón, había esperado a Plumb en la calle para amenazarlo. Nadie había podido evitar que lo empujara tirándolo al suelo porque el bastón fallaba con frecuencia y además, en aquel momento, Plumb lo había levantada para golpearlo, esa era la verdad. Marky desapareció con rapidez y a Pirp no le dio tiempo a defender a su amigo en los términos de propinar una patada al agresor, o algo parecido. Se juntó mucha gente en la calle y todos se interesaban por Plumb caído de medio lado, que, sin embargo, pudo incorporarse y comprobar que aún podía andar sin ayuda. Pirp se sintió muy intranquilo ante la posibilidad de alguna lesión, o derrame interior, que no se manifestara inmediatamente, pero por fortuna nada fue tan grave. No era extraño que Marky lo hubiese buscado para advertirlo o amenazarlo, porque en su mente obtusa no podía caber que un anciano como Plumb bailara con Ritta sin que eso significara que hubiese por medio un compromiso que a él lo dejara fuera del juego. Hacía tanto tiempo que Plumb no veía a Filomena que ya ni recordaba que se había muerto. Lo cierto, es que quizás nunca había existido, al menos en la forma en que Plumb la recordaba, quiero decir, de una forma tan idealizada -supongo que al modo en que Quijote pensaba en Dulcinea-. Definitivamente, Pirp y Ritta, Habían decidido no decirle la verdad y permitir que siguiera alimentando su sueño. Despreocuparse a su lado, de la realidad, no hacer consideraciones que a él le iban a parecer fuera de lugar, despreocuparse de o que debe ser o no, decidir que a esa edad no hay nada más importante que tener sueños y ayudarlo a perseguir su quimera. Nada más importaba.

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