el conflicto de lo frágil

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El conflicto de lo frรกgil


1 El conflicto de lo frágil Puede que la vida pase ante nuestros ojos sin sacarle el partido que esperábamos, tal vez nos hayamos quedado dormidos para algunas cosas importantes y luego, como en una cadena, nos encontremos cómodos dentro de nuestras limitaciones. Una cosa lleva a otra, se empieza aceptando los márgenes y por algún perezoso motivo, todo nos parece suficiente. Algo así le pasaba a Glue Antías, por algún motivo se veía una persona aburrida, sin conversación inteligente, sin chispa, sin posibilidad de sorprender ni de impresionar, sin embargo, con la llegada de aquella navidad tan esperada, todo pareció cambiar en algún modo. Para mucha gente recién llegada de vacaciones, el invierno no es una parte del año que desearan mantener en el calendario. A pesar del tiempo desapacible, Glue se puso el abrigo y se dirigió a la estación de tren para recibir a su mejor amigo, al que hacía mucho que no veía y que llegaba del extranjero. Había sido un día difícil intentando ponerlo todo en orden para que su amigo, con el que iba a compartir el piso por un tiempo, se sintiera cómodo. Había ordenado y limpiado, había llenado la nevera y había sacado su bicicleta estática de la pequeña habitación que iba a ocupar. Cuando se aproximaba la hora de llegada del tren creyó que se ahogaba, pero le dio tiempo a hacer compras antes de salir para la estación. Una espesa niebla lo cubría todo, esperó un taxi delante del portal y se le quedaron los pies fríos. Se abrochó el abrigo hasta el cuello y tuvo que sacar un pañuelo de papel en varias ocasiones para sonarse un incómodo moquillo líquido, suelto y molesto, que le ocupaba la nariz en ese momento y que amenazaba con gotear. Tenía una respiración ruidosa; era el efecto de la humedad. Con todo estaba más animada de lo que era normal en ella. Se hizo de noche de pronto, sin previo aviso y sin haberlo esperado. Mientras tanto, el taxista evitaba los baches cubiertos de agua de lluvia y seguía las luces frotándose los ojos y se ofreció para poner música navideña, sonó Frank Sinatra y Bing Crosby; Glue se encogió de hombros. Con voz trémula señalo que la persona a la que había ido a buscar estaba esperando delante de la puerta de la estación, sentada sobre su maleta y moviendo la mano alegremente. Ella pasó la punta de los dedos sobre el bao del cristal para poder verlo y el taxi se detuvo delante de aquel hombre sentado sobre su maleta. Hubiese sido más fácil aparcar en el sitio habilitado para taxistas, pero lo hicieron a pie de acera, justo delante del hombre que agitaba los brazos y haciendo esperar a otros conductores que empezaron a insultarlo. Puso la maleta en la parte de atrás y al subir al taxi dijo, “se me han quedado los pies helados. Estas preciosa Glue”. El taxista dijo que el coche no tenía calefacción pero la verdad era que no le gustaba ponerla porque le levantaba dolor de cabeza. En una esquina, unos jóvenes delante de un edificio en construcción quemaban maderas dentro de un enorme bidón oxidado. En la avenida más grande, justo en dirección al centro de la ciudad, un grupo de niños cantaban canciones navideñas delante de una tienda de juguetes, pero llevaban las ventanillas perfectamente cerradas y no podían oírlos. El taxista conocía perfectamente el camino de vuelta, era suficiente con seguir las luces de los comercios iluminados sin salir de la avenida. El taxista no dejó pasar mucho tiempo después de ver que se saludaban efusivamente para

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intervenir. Demostró ser un racista sin piedad cuando hizo un comentario despectivo sobre unas mujeres extranjeras que pedían en la puerta de un centro comercial. Dijo que deberían ir a su país porque su pobreza los hacía pobres a todos. Ni siquiera esperó respuesta ni fue tan prudente de suponer que su racismo no era compartido. Bajó la ventanilla y gritó algún tipo de insulto, todo muy incómodo y ausente de alguna profesionalidad. Acabó murmurando algo entre dientes que los pasajeros no pudieron entender. Entonces Glue se percató de un tatuaje militar en su cuello, parecía un arma y el emblema de un regimiento, se limitó a hacer un gesto a su amigo con los ojos y Sammy puso las palmas de las manos boca arriba y se encogió de hombros como un signo inconfundible de interrogación. -Cualquier día entrará uno de esos tipos en el taxi y tendré que mandarlo a su país -aseguró el chófer con desprecio depresivo. -No creo que deba preocuparse por eso, ellos no usan taxis. Pero puede echarme a mi, vengo de trabajar en un país extranjero. -Su caso es diferente. No perjudica la economía -dijo aquel hombre muy convencido-. Tendría que ver las cosas que hacen estos. Lo ensucian todo, y no les importa romper los bancos del parque para quemar la madera... ese tipo de cosas y otras mucho peores. No creería si le contara lo que he visto en esta misma avenida entre los árboles y detrás de los contenedores de basura, todo tipo de porquerías. Después de haber trabajado en el extranjero y haber sentido aquel mismo discurso allí, por seres tan despreciables como aquel, no estaba para muchos discursos. Le pidió que aparcara y que los dejara allí mismo; ya no quedaba mucho para llegar al portal de Glue y ella estuvo de acuerdo en dar un paseo. -No te preocupes -dijo ella-, estas cosas no suceden con frecuencia. Después de un largo viaje, Sammy estaba cansado, y además estaba la maleta, pero no quería seguir un minuto más en el taxi. -Supongo que tengo un aspecto desolador, no he podido afeitarme en el tren, lo que sin duda ayudaría un poco -reconoció Sammy al mirarse en un escaparate-, sin embargo tengo que decir que estoy muy contento de estar aquí y dar este pequeño paseo a tu lado. Glue tenía, al menos, veinte años más que él, pero se sentía muy coqueta y alagada. Había cosas que le consentía a Sammy que no le consentía a ningún otro hombre, y cosas que él le decía que podían sonar ordinarias pero que aceptaba sin rechistar. Puesto que Glue era su mejor amiga, él siempre estaba dispuesto a bromear y en el pasado habían tenido algo que no había durado demasiado, pero ya parecía haber concluido. -No te preocupes, ya llegamos y nadie te va a ver. -Esta noche o estoy para visitas. -Hablando de visitas, mañana en cuanto te levantes, tendremos que ir a ver a Ruhe. No sé que problema tiene con los pagos de su casa y quiere verte, ya lo sabes. Después de encontrar trabajo en el extranjero, Sammy se había enfadado con su madre, o mejor dicho, ella se había enfadado con él, o tal vez fue mutuo, ni ellos lo tenían claro en la memoria. Estuvieran un año sin hablarse, y en ese tiempo, todo lo que Ruhe llegó a saber de él fue a través de Glue, y eso él nunca lo supo. Por otra parte, al contrario de lo que muchos creen de los que trabajan fuera, apenas había ahorrado, y aunque tuviera dinero suficiente, le agradaba la idea de seguir viviendo con Glue, como había hecho en el pasado, y cuando ella se lo ofreció no tuvo dudas sobre eso. La madre de Sammy era una mujer muy conservadora y tenía su casa como un museo, lo que no favorecía que Sammy se encontrara cómodo allí, y ese era uno de los motivos de que se hubieran distanciado tanto. Después de dormir tantas horas que casi pierde la memoria, Sammy se levantó consciente de la visita que le anunciaran, no podía eludir verla a pesar de los reproches que le esperaban, pero

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además, necesitaba coger algo de ropa y unos discos viejos que quería tener a mano. Por supuesto, a todos les quedó muy claro desde el principio, que no tenia pensado instalarse en casa de su madre por muy necesitado que estuviera. Y Glue tuvo la impresión de que la señora quería seguir viviendo sola, porque en ningún momento de la conversación, por el tiempo que duró la visita, hizo alusión a ese tema, y ni siquiera quiso preguntar dónde se iba a alojar su hijo. A su edad, Sammy tampoco estaba para dar demasiadas explicaciones, y no deseaba enfadarse con su madre el primer día de su vuelta. Pero había algo importante que había detonado su regreso de forma precipitada y tenía que ver con la hipoteca de su casa. Aquella mañana, Glue le contó algunas cosas acerca de como marchaba todo, sobre las protestas de su madre por sentirse sola -cuando todos sabían que no deseaba, ni soportaba, compartir su vida con nadie., las quejas por la falta de atención y lo difícil que se hacía el día a día, cuando las piernas fallaban para cosas tan simples como hacer la compra, los problemas con los vecinos y como estaba cambiando el barrio al volverse más peligroso, al menos a sus ojos, los problemas de salud y lo poco que le gustaba su médico, la preocupación ante una anunciada bajada de pensiones, y mientras Glue le relataba algunas de las conversaciones de los últimos meses con Ruhe, en su paseo matinal se iban acercando a la casa de la señora. Sammy parecía aburrido, no estaba precisamente deseoso de aquel tipo de conversaciones que, por otra parte, parecían ineludibles. No le desagradaba como actuaba y pensaba Glue al respecto, sino que comprendía perfectamente sus preocupaciones, e incluso después de haberla escuchado con atención durante más tiempo del que hubiese imaginado, permanecía en silencio dispuesto para todo tipo de analisis al respecto. Glue lo miraba y comprendía su preocupación y que no quisiera hablar de ello, por eso se cayó y caminaron el tramo final de la calle, en silencio. Después de su salida al extranjero, por primera vez, Ruhe y Glue parecieron congeniar, y Ruhe utilizó a la amiga de su hijo para seguir en contacto con él y saber como le iba. Estaba convencida de que nada podría sacarlo de aquella cárcel de convicciones que lo llevaran tan lejos y que debía comprobar por sí mismo que no se trataba de ningún triunfo aceptar aquel cambio tan radical. A Glue le gustaba recibir sus cartas porque no le gustaba usar el teléfono, era agradable que se confesara sobre el papel de un modo que no haría en persona o usando su propia voz, incluso tipos de gran formación académica eran incapaces de expresarse con semejante frescura; ella lo sabía porque había trabajado durante un tiempo para una editorial de libros de texto, y eso la había marcado para siempre. A pesar de la corrupción sistemática de algunos escritores, y de la influencia que sobre ella marcaran al leer sus novelas con la avidez en que lo hacía, no podía dejar de reconocer que las cartas de Sammy tenían una humanidad y una conexión con su realidad que las volvían mucho más interesantes que cualquier ficción. Y aquello había sucedido durante dos años de rutinas irrenunciables, además de las inseparables visitas de su madre para saber más de él y que le contara en que se había metido, como le iba en cada momento, o sus últimas amistades. Le gustaba escuchar a Glue desarrollando las ideas de sus cartas sin que él llegase a imaginar en ningún momento que aquellos encuentros se producían, sobre todo porque nunca esperaría de la soberbia religiosa de su madre, que se rebajara a salir de su “refugio nuclear” e interesarse por su vida, teniendo que, para ello, en cierto modo mendigar un poco de información de una mujer a la que apenas conocía. Ruhe les contó los pormenores de sus problemas económicos hasta donde ella entendía. A Sammy le sorprendía ver como se expresaba y las reacciones de su amiga ante aquella avalancha de palabras con virtuosas pretensiones, incluso ella misma se había visto alguna vez intentando expresarse mejor de lo que su fluidez lo hacía posible, pero conocía sus límites y eso no sucedía con frecuencia. Ruhe estuvo muy agradecida por su interés, tal vez en exceso, y eso llevó a Sammy a acortar su visita, mientras su madre se deshacía en en elogios y agradecimientos, lo nunca antes visto. A partir de aquel momento se vieron comprometidos en la solución del problema, porque si algo era evidente, eso era que Ruhe, por si misma no sabría salir de aquel atolladero y que a la vuelta de unos meses, el

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banco se quedaría con su casa. Desde entonces, Sammy se decidió a visitar a algunos parientes para intentar juntar el dinero que le hacía falta, y entre ellos estaba su hermano Filipo, al que no veía hacía tiempo, el angustioso tío Feodor, hermano de su madre, y la tía segunda Karina, prima de su madre, sobre la que recaían muchas esperanzas porque era una persona lo que se dice “con posibles”. Fue tan rápido en pensar y organizar algunas de visitas que le dio a su propósito un sesgo casi religioso, tenía que pedir sin poder asegurar a los que le ayudaran que algún día podría devolverles el dinero. Se trataba entonces de una situación de caridad, y eso le llevó, a ojos de todos, a aceptar a regañadientes que el cura jesuita de la parroquia, Smithy Leblanque, amigo de su madre desde hacía muchos años, también podría echarle una mano,. Mientras vivía en el extranjero, la madre de Sammy había tenido episodios de falta de memoria, llegando a perderse en medio de la ciudad en días de lluvia pesada y eso había sido un motivo más para precipitar su vuelta, aunque nunca lo reconocería. Tenía todos los achaques de una mujer mayor y al salir de un comercio de ropa en el que había pretendido, sin conseguirlo, comprar un impermeable, se vio en la calle sin saber donde se encontraba y sin ser capaz de volver a su casa. Las chicas de la tienda le llamaron un taxi y la ayudaron a recordar su dirección, cuando por fin pudo encontrar sus llaves y entrar, se sentó en un sillón y se mantuvo allí sentada sin moverse durante, al menos, una hora, el tiempo que le llevó recuperar se de aquel episodio que ella atribuyó a falta de riego. “Me quedé sin sangre en la cabeza” repetía cuando contaba lo que le había pasado, sin dar la oportunidad a ningún médico de decir otra cosa. Tal vez la causa más notable de sus dolores de rodillas y cambios de ánimo, debería haberlas buscado en su edad, pero estaba convencida de que necesitaba moverse con frecuencia porque su corazón no movía la sangre de forma conveniente, lo que si así fuera, en todo caso también requeriría de dejarse analizar y reconocer que era una mujer de edad avanzada. Uno de los vecinos de la señora Ruhe, tenía una antigua pendencia con Sammy desde que era un estudiante, y aquel día lo vio entrar de vuelta a la casa de su madre, después de perderlo de vista durante años. Siendo muy joven, Sammy no había sido siempre un chico modelo, aquel hombre lo acusaba de pasar por su propiedad con frecuencia molestando a su perro, lo cierto era que para llegar a la boca del metro por allí se ahorraba unos minutos de oro cuando iba tarde para el instituto. Y como discutieran insultándose, aquello terminara en una tremenda pelea en la que aquel modélico ciudadano rompiera un dedo y le quedara torcido para siempre. Todo había sido muy sórdido y violento, pero lo que más le molestara al vecino de los Ruhe, fueron los insultos proferidos por el muchacho, al que consideraba de una clase inferior; sin embargo, la venganza tan ansiada por él iba a tardar en llegar. Había creído que no lo volvería a ver y no podría cumplir su promesa de hacerle todo el mal deseable, pero cuando aquella tarde vio a Sammy entrar en casa de su madre, se apostó detrás de un árbol para salir a su encuentro. Era un tipo que solía vestir con ropa caqui como si se tratara de un militar retirado, lo que todos pensaban que era bastante probable, o eso o como si buscara en un aspecto marcial una pretendida hombría. Cuando lo vio, Sammy intentó recordar todo lo malo que hubiera entre ellos, y supuso que seguía siendo el mismo mezquino al que no soportaba porque nunca se había interesado por nadie y le había dado la espalda a los que lo habían necesitado, nunca había simpatizado con ninguna causa que ayudara al planeta, a los pobres, a los sin techo, ni nada parecido, muy al contrario se había manifestado beligerante con los inmigrantes y los músicos callejeros como si esos dos grupos humanos fueran sus enemigos principales, en resumen, un ser despreciable al que no podía ver. En un minuto volvió a construir la imagen que se había hecho de él desde su infancia para ser consciente de aquello ante lo que se encontraba, un tipo egoísta que celebraba las fiestas nacionales y patrióticas izando su bandera en el jardín y soltaba a su pastor alemán para que los repartidores de publicidad no llegaran hasta su puerta. Le dijo a Glue que fuera delante y lo esperara en la boca del metro, y cuando hubo desaparecido, salió pavoneándose delante de aquel individuo a sabiendas de que era la peor provocación que le podía hacer, más que un gesto

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obsceno o un insulto. Creyó verlo detrás de las cortinas de la planta baja, con la puerta principal abierta y a través de en una rendija, se movía y parecía seguirlo a cada paso de tal manera que, en un momento, vio con claridad aquella cabeza engominada girar sobre los ojos rojos de ira. Sammy se movió para mirarlo mejor, y en ese momento, El señor patriota hizo un gesto con la uña de su dedo pulgar alrededor del cuello, y Sammy sólo lo pudo interpretar de una manera, ¿aquel tipo deseaba su muerte?, pero no se atrevía a salir de sus casa en su busca y eso le pareció muy cobarde; digamos que quería hacerle el mayor daño posible pero sin que nadie lo notara, ¡menudo personaje! Le sonrió y siguió para reunirse con Glue. -Todo el mundo parece empeñado en mostrarme cual es mi lugar, pero si yo no lo sé, ¿cómo lo van a saber otras personas? -dijo Sammy mientras veía a través de una ventanilla como el metro entraba en una nueva estación y reducía su marcha- ¿Hace mucho que sabes lo de Ruhe? -He tenido contacto con ella, pero no te quise preocupar con sus cosas hasta que no fuera totalmente necesario. -Me lo ocultaste. -No te lo tomes así, fue sólo que no quise preocuparte. Tenías tus sueños puestos en que todo saliera bien allí y me contabas de tus nuevos trabajos. En aquel momento no hubiese sido lo mejor alarmarte y crearte una inseguridad sobre tus planes, que al fin son lo que nos mantiene en marcha, sin sueños no somos nada. No fue una ocultación en toda regla, por así decirlo. -Fue premeditado. -¿Por qué haces conjeturas acerca de las intenciones que no conoces? Vuelve a la tierra, estás molesto, nada ha sido tan malo estando tú tan lejos. Lo importante ahora es solucionar el problema. Además, no va a ser fácil, la gente que conocías ha seguido con sus vidas, has pasado años sin verlos. No puedes llegar ahora como si nada hubiese pasado apelando a los viejos sentimientos y lazos que se han debilitado. En aquel tiempo el metro había contratado guardias de seguridad que estaban por todas partes y que perseguían a los que pasaban el día dando vueltas o buscaban donde dormir, a los que pedían en las puertas de entrada, a los que vendían relojes, anillos o pulseras de segunda mano que no eran de oro, a los carteristas y a los jóvenes que habían bebido y que se divertían molestando a los solitarios. Tal vez se pudiera justificar la necesidad de tanta seguridad, pero a Sammy no le gustó aquel cambio. Él ni siquiera quería recordar que en otro tiempo había corrido por aquellos pasillos y había cambiado de vagón sólo por divertirse jugando a esconderse de sus amigos, porque no iban al metro sólo por diversión, pasaban allí dentro también horas aburridas fumándose las clases. Glue intentó explicarle que la crisis lo había cambiado todo y que la sociedad control estaba en marcha, a pesar de que algunas cámaras de vigilancia habían sido golpeadas o pintadas con espray. Lo dijo sin expresar el desprecio que sentía por los que lo querían tener todo controlado, porque la vida normal de las personas, la que debía realizarse necesariamente al salir de sus casas, para ella también formaba parte de su intimidad y aunque nadie lo compartiera, debía ser respetada. Glue conocía la sonrisa falsa de los políticos cuando intentaban convencerlos de la necesidad de aquellos cambios, la falta de sensibilidad dramática con los que habían perdido la posibilidad de llevar una vida normal e integrarse en el sistema, y eran acorralados y perseguidos para que se movieran a otros sitios en los que fueran menos visibles. Entonces salieron del vagón, anduvieron por un túnel largo y estrecho y se confundieron con gente trabajadora que apuraba el paso subiendo una escalera interminable que los llevaba al exterior, justo el centro de la ciudad, en una plaza de centros comerciales y boutiques. Sammy controlaba su paso y la dejaba ir adelante o se ponía a su altura, pero no quería que pareciera que le pedía más energía ni vitalidad. En otro tiempo le desesperaba que fuera tan lenta, la miraba y se lo decía esperando una respuesta airada. Tras una relación como la que ellos tuvieran, y a pesar de haber renunciado a seguir comprometidos sentimentalmente, había llegado a entender que debía hacer eso, o esperar o ponerse a su paso, pero no molestarla con sus exigencias. Al final lo

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había entendido y se había convencido de que si seguían siendo tan buenos amigos, era porque había renunciado a sus exigencias. Creía en ella porque nunca había dejado de ayudarlo, y la diferencia de edad, sin embargo no hacía que viera esa ayuda como la de una madre o una hermana, era una mujer y hacía esfuerzos para no verla con deseo, tal y como hiciera en otro tiempo. Ella notaba esa dedicación y resistencia, y también lo apreciaba por eso. Todas las mujeres aprecian que los hombres que las desean sean capaces de renunciar a sus aspiraciones a cambio de ser sus amigos. Él era joven y atractivo, compartía con ella sus más íntimos pensamientos, hablaban de todo con una libertad difícil de encontrar y entender sin ser pareja, ella lo valora, ¿qué más podía desear? Tal vez no fuera a durar para siempre en aquellos términos, pero vivía el momento, y era muy apreciable poder vivir y sentirse pendiente de su atención. Filipo vivía en las afueras, y sólo se acercaba a la ciudad a menos que fuera imprescindible, por eso deberían haber decido visitarlo más adelante, sin embargo, fue la primera elección y se fueron moviendo hasta la estación de autobuses de cercanías, para poder visitarlo. Era un tipo rudo, poco convencional, casado con una mujer físicamente flexible y alta, que había sido gimnasta en su juventud y tal vez ese era el rasgo más sobresaliente y todo lo que a Sammy se le ocurría poder decir de ella, mientras le daba un poco de conversación a Glue de camino para su casa. Su hermano también había sido deportista, en la universidad era de los mejores en lucha greco-romana y lucha libre, y eso le había granjeado mucho respeto: ser respetado en un ambiente tan competitivo no era fácil y había sido muy importante para él. 2 Los amigos del silencio Mientras él hablaba, ella recordaba un episodio que tuviera con su exmarido no hacía más de una semana. Había aparecido después de dos años de no saber nada de él y como no tenían hijos, le resultaba totalmente innecesario saber como le iba, y mucho menos escuchar sus quejas. Él apareció de pronto sin previo aviso, timbró y al abrir la puerta allí estaba, con aquel aspecto deplorable y una voz triste que no conducía a nada bueno. Se trataba de una presencia lastimera y poco deseada en aquellos términos. Lo dejó pasar y tomaron café, pero no entendió la visita hasta que empezó a quejarse. Estaba pasando por un mal momento, deprimido y sin saber que iba a ser de su vida. Glue ya no tenia nada que ver en eso, hacía cinco años que se separaran pero intentaba no tratarlo como a un desconocido. Aunque nunca se lo dijo, le notaba que la culpaba de la ruptura y eso era motivo suficiente para desear “sacárselo de encima”, pero era una mujer paciente y los años le habían enseñado a ser condescendiente, lo que resultaba muy conveniente en esos casos, aunque la pusiera en una situación de falsa superioridad que no le gustaba a nadie. Además, ella sabía que todo aquel resentimiento llegaba de una mal entendida veneración. Siempre había tenido una elevada opinión de su belleza, la miraba como el resultado estético de todas las mujeres que había deseado, un compendio de todos los modelos televisivos y de las revistas que compraba, y al perderla, todo lo físico de su relación lo llevó a aquella amargura que mostraba mientras sorbía de la taza que ella le había puesto delante de los ojos para que cogiera. De entre las relaciones que se rompen por diferentes motivos, de las que no se superan, las peores son aquellas en las que una de las partes, veneraba a la otra con auténtico amor estético y en las que, a su vez, se había olvidado de la entrega y las nuevas necesidades. Se conocieran en un viaje a la playa, un verano en el que todo el mundo parecía escapar de su

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ciudad para situarse cerca del mar. Glue iba con una amiga y él viajaba solo, pero compartían agencia y la coincidencia de fechas les hacía compartir el tren, la piscina y también se sentaban juntos para comer y cenar en el restaurante del hotel. Ella, desde el principio había interpretado sus impulsos equivocadamente, y había creído que se inclinaba por los encantos de su amiga, más joven y mejor formada. Sin embargo, cuando volvieron a su ciudad, después de tomar el sol juntos, pasear a la luz de la luna e ir de compras por los centros comerciales del centro, se sentían tan unidos que ya no dejaron de llamarse y comenzaron un tórrido romance que culminaría en una ceremonia civil de matrimonio. Él parecía tan enamorado que cualquier muestra de afecto lo interpretaba como una revelación de amor eterno. Todo aquel derroche de amor lo recordaba con sorprendentes detalles para convencerla de que la había tomado siempre en serio, mientras ella miraba el reloj y sopesaba la posibilidad de cambiar de domicilio para forzarlo a “pasar página” y le permitiera también a ella, descansar de sus depresiones. No estaba segura de que no fuera a aparecer en cualquier momento mientras Sammy estaba en casa, lo que sería incomodo, y tendría que darle alguna excusa para no recibirlo, pero ya le estaba empezando a molestar que recurriera a los buenos momentos pasados para seguir reclamando un poco de atención. “Al menos podemos seguir siendo amigos”, le decía sin esperar respuesta y ella lo miraba suspirando. Sammy parecía empeñado en desafiar la autoridad desde muy joven. Esta vez los detuvo un policía para pedirles la documentación porque se acababa de producir un atraco en una sucursal bancaria no muy lejos del lugar en el que se encontraban. Llevaba prisa y no estaba de humor. -¿Tenemos aspecto de delincuentes? -le soltó al policía que, posiblemente sólo buscaba justificar su presencia en aquel lugar, sobre todo cuando sus superiores pasaban en un coche que se deslazaba lentamente. -Se trata de un urgencia, debería ser usted un poco más amable y colaborar -le respondió mirando su carnet de identidad y sin apreciar la cara de indignado que le ponía Sammy. Al cabo de unos minutos, seguían su camino en dirección a la casa de Filipo. Glue lo miraba sorprendida. -Si sigues tratando así a los policías, vamos a tener un problema. -Es superior a mi, lo siento. Lo que antes era una reacción inconsciente, en los últimos años se ha convertido en rabia hacia el orden establecido, y sobre todo a los “perros” que lo guardan. Resultaba muy convincente en el papel del resentido al que la sociedad sólo le había dado golpes, el papel de humillado al que no le habían dejado otra salida. Al hablar de la policía todo en el él era grave y trascendente, no admitía bromas con eso, nunca le habían hecho ningún bien, y posiblemente se guardaba para él alguna escena de juventud en la que no había salido bien parado. En aquellos años, las manifestaciones estudiantiles se habían multiplicado y en alguna ocasión había pasado la noche en la comisaria en espera de poder declarar, lo que aquella noche sucedió, le dijeron o le hicieron, o lo que pasó por su cabeza, nunca nadie lo sabría. Glue ya conocía ese resentimiento de antes, pero no le restaba ni un gramo del aprecio que le tenía, si su relación sentimental, una vez no había funcionado, había sido por otros motivos más personales. Ella había decidido frenar su romance en el momento más excitante y en el que Sammy estaba más motivado, no había sido muy delicada en eso, pero entonces no deseaba que él pudiera aferrarse más a aquella relación y su pasión parecía no tener freno y ser creciente. No le resultó extraño entonces que decidiera separar sus caminos buscando trabajo en el extranjero. Él creía que la diferencia de edad había influido en aquella decisión de ruptura. Era como si Glue pudiera imaginarlos a los dos unos años después y que la imagen que sacara de su imaginación fuera sórdida y dolorosa, no había futuro en cruzar la barrera de los sentimientos cuando se entra en esa edad en la que ya no hay razón para grandes romances que se alarguen en el tiempo. -Eres encantador, no puedo ver nada malo en ti a pesar del rencor que expresaban tus ojos al ver al guardia directamente -le dijo-. Tú siempre fuiste muy comprensivo con mis rarezas y eso lo valoro.

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Me hizo muy feliz que siguieras contando conmigo a pesar de todo lo pasado. Creo que se me nota que deseo ser merecedora de la confianza que me demuestras y que te sientas cómodo. Otros hombres en una situación similar a la tuya, hubiesen puesto una distancia entre los dos, y no me refiero físicamente, que eso sí que lo hiciste. Cuando nos conocimos tu eras muy influenciable y te excitabas con facilidad, tuvimos nuestra historia y lo recuerdo con ternura, debemos quedarnos con eso. La casa de Filipo estaba cada vez más cerca y no había espacio para una conversación larga ni tratar el tema en profundidad, tal vez por eso ella decidió decir aquello, sin dejarle mucho margen para la respuesta. -Recuerdas a Glue -le dijo Sammy a su hermano mientras ella le ofrecía la mano para que él se la estrechara-. Es mi mejor amiga. -Recuerdo que erais más que amigos. -Somos sólo buenos amigos. -Esta bien -concluyó Filipo y los dejó pasar abriendo la puerta de una enorme casa que parecía un museo, “¿quién es?”, se oyó la voz de Andreia desde la cocina, a lo que el marido respondió, “es mi hermano, tenemos visita”. Y se sentaron en unos enormes sillones blancos en el salón. Andreia se acercó a saludarlo intrigada por una visita que no sucedía con frecuencia. No ocultaba que estaba preocupada por la alfombra que había mandado recientemente a la tintorería y les veía los zapatos con descaro porque quería saber si estaban lo suficientemente limpios para que siguieran allí sentados, además, no veía razón para no poder realizar aquella entrevista en la cocina. Con la excusa de tomar un café los fue llevando a la cocina y allí sentados comenzó una reunión en la que Sammy fue muy directo y les explicó la difícil situación económica que pasaba su madre. Andreia los observaba como se observa a los extraños porque, verdaderamente, nunca había tenido oportunidad de estrechar lazos familiares con el hermano de su marido, ni siquiera con la madre de su marido ni con ningún otro miembro de su familia. Había en ella esa frialdad que convierte a la gente muy comedida y pretendidamente educada, en actores gesticulantes con un enorme vacío sobre sus hombros. -¿Recuerdas el día de nuestra boda? -preguntó Filipo desde sus casi dos metros de altura mientras permanecía en pie-. Estuvimos viendo las fotos recientemente, y hablando de ti. Andreia, no sabía que habías estado trabajando en el extranjero y me extrañó que volvieras tan pronto. -No tenía pensado hacerlo aún, pero creí que debía volver ahora. En cualquier caso, nunca está del todo descartado volver a intentarlo. ¿Cuánto tiempo hace que no ves a Ruhe? -No nos llevamos bien, tú lo sabes. Nunca nos llevamos bien. No la veo desde antes de tu partida. -Tú madre es una mujer muy difícil Sammy -intervino Andreia sin obtener demasiada atención. -¿Nunca te habló de sus problemas? Está a punto de perder su casa -advirtió-. Supongo que todo lo que está sucediendo es más importante que esa falta de entendimiento, o lo que sea que rige vuestra relación. Tiene un carácter muy fuerte, yo también he tenido ocasión de comprobarlo, pero sigo visitándola, tal vez crea que es una obligación. No sé. -No te voy a decir que fuiste su preferido, porque también tuviste tus diferencias con ella en el pasado. Es como si no le gustaran sus propios hijos. Nunca procuró que nos sintiéramos cómodos en su propia casa y no nos demostraba ninguna simpatía, nada especial que pudiera promover un acercamiento. Yo siempre fui muy emocional y me dolía especialmente. Pero supongo que no estamos aquí para juzgarla, en los peores momentos siempre surgen los reproches. -He hecho un cálculo y pensado en quién estaría dispuesto a ayudarla. Poniendo todos un poco de nuestra parte... -Nosotros también necesitamos el dinero -intervino Andreia de nuevo-. Debería de haber llevado la cuenta de sus gastos. -En cualquier caso no se trata de de lo que pudo hacer o de cómo va a responsabilizarse en el

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futuro de sus gastos, que de eso también hablaremos más adelante. Ahora hay que salvar la casa de las garras de los bancos. -Hace mucho que la gente ya no piensa así. Cada uno debe llevar su carga, Cuando murió mi madre mi situación también fue difícil, dejó deudas y cargas que tuve que asumir. Nadie me ayudó entonces -advirtió Andreía que parecía no estar dispuesta a ayudar-. Nadie vino a preguntarme lo qué necesitaba. -Debo parecer un tonto mendigando un poco de ayuda, pero es mi madre, y es la madre de Filipo -estuvo a punto de decirle a Andria que se callara, pero se mordió la lengua. Después de que Filipo se casara habían pasado diez años, y era la segunda vez que estaba en su casa y la primera había sido el día de la boda, ni siquiera una visita formal. Por supuesto, era evidente para todos que aquella visita no se produciría si no considerara realmente importante el motivo que lo había llevado hasta allí. -Creo que no podremos ayudarte esta vez. Ahora si no os importa voy a cambiarme de ropa, íbamos a salir justo en el momento que habéis llegado. No debemos suspender nuestro paseo de la tarde, es una cuestión de salud. Cuando estés libre ven a ayudarme a poner las zapatillas -concluyó despidiéndose. Los dos hermanos se miraron sin saber que decir mientras Andreia se alejaba. Sammy era el más fuerte de los dos, aunque su apariencia física era menuda. En el momento que había entrado por la puerta, una enorme simpatía los recorrió, como si durante mucho hubiesen estado echando de menos verse y no lo hubiesen hecho sin un motivo reconocido. Sammy miró por encima del hombro de Filipo y suspiró. -Es mejor que nos vayamos. Al menos lo hemos intentado. -Un momento -dijo Filipo mientras se dirigía a la mesa para extenderle un cheque-. Ella no tiene por qué saberlo. Nunca. -Siento haberte manchado la alfombra -dijo Sammy con cinismo. -Ella tiene la casa como si fuera su museo, yo sólo me dejo llevar. Un momento antes de la reacción decidida de su hermano, la desolación que sintió Sammy estuvo a punto de hacerle decir algo de lo que sin duda se iba a arrepentir, pero se contuvo y fue lo mejor. Filipo les llamó un taxi, les ofreció unos pasteles que él mismo había hecho el día anterior y les abrazó antes de despedirse desde el porche. Ya nadie recordaba una despedida tan formal porque los tiempos iban cambiando y todo el mundo decía “ciao” en un sucio italiano que se sacaba a los malos vecinos de encima. Ni siquiera al salir para el extranjero había besado o abrazado a nadie. Era una costumbre en desuso, pero Sammy creyó que debía mantenerse en la familia, al menos después de lo reconfortante que le resultó después de aquel momento. “Empieza a no quedar nada de la formalidad de los viejos afectos”, le dijo a Glue mientras subían al taxi y se dirigían al centro, el lugar donde vivía el extraño tío Feodor, funámbulo en su juventud y pensionista a tiempo completo después de los sesenta. Su imagen, después de tanto años, podía haber cambiado. Ni siquiera estaba seguro de poder reconocerlo o de que sus tío lo reconociera a él. No sabía si andaba bien de memoria a su edad, o si estaba tan demacrado y sordo y que su visita no resultara inútil. Le gustaría encontrarlo como lo recordaba, siempre dispuesto a desafiar las normas, cuestionando las prohibiciones y el orden establecido, viviendo fuera de lo políticamente correcto, en lugar de un hombre anciano, apergaminado y derrotado, tal y como lo imaginaba después de lo que su madre le contara de él y lo mal que se encontraba en los últimos tiempos. Cuando e visita a un anciano al que no has visto en diez o quince años, lo cierto es que no sabes si las persona que te vas a encontrar es la misma que una vez conocieras. La vida le arrebata la fuerzas, las ilusiones, los sueños, el futuro y la posibilidad interacción con lo que les rodea, aunque sólo sean los muebles de su habitación y los familiares más inmediatos. En tales casos, suelen transmitir una imagen dolorosa para el que ya haya pasado por la

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situación de vivir y ver consumirse a un anciano día a día, y no poder hacer nada por evitarlo. Feodor siempre había sido un buen hombre y comunicativo, y a pesar de eso, Sammy había perdido todo contacto con él, pero sabía que su madre lo había visitado en ocasiones señaladas para ambos, posiblemente difuntos, navidad y su cumpleaños, y como era habitual en ella apareciendo sin avisar primero, ni una llamada de teléfono, tal y como Sammy y Glue estaban dispuesto a hacer ahora. La imaginación de Sammy lo llevó a pensar en un hombre que ya no se levantaba de cama, en su último momento, respirando con dificultad, sacándose las flemas con pañuelos de papel y pidiendo que lo ayudaran a levantarse para poder orinar en una palangana. Sin embargo nada era tan grave, ni de lejos. Feodor conservaba su capacidad de levantarse cada día y salir a la calle si lo deseaba, podía vestirse, asearse y hacerse algo de comer, si lo deseaba, aunque contaba con la ayuda de una señorita que le mandaban los servicios sociales y que le hacía la compra cuando se lo pedía. A pesar de esa buena expectativa, tal y como les contó la portera antes de que pudieran pasar al ascensor, Feodor había ido a urgencias porque se había golpeado un dedo con un martillo intentando poner una cuadro. Ella misma le había llamado a un taxi y le había escuchado maldecir un par de veces al gobierno de la nación porque le habían congelado la pensión en los últimos días. Aquel inconveniente convertía su pretensión en un mero accidente. Pedirle ayuda a quien también la necesitaba era demasiado hasta para Sammy, había empezado a compadecerse del anciano antes, ni siquiera, de ver como se encontraba, y sobre todo tener en cuenta, que acudía a él cuando necesitaba ayuda sin haberlo hecho antes y en tantas ocasiones como hubiese sido necesario preocuparse por como le iban las cosas. Sammy se había alejado de todo, se había encasillado a sí mismo como un ser poco tratable, y eso no funcionaba cuando intentaba volver de su retiro emocional. En ese momento de su vida, muchos lo habían considerado un fugitivo de la realidad y otros, familiares y viejos amigos, ni siquiera sabían si seguía con vida (pero como siempre había sido considera como un ser extraño y difícil de entender, pues ya no sorprendía). Sammy, era consciente de ello, en los últimos diez años se había convertido en una sombra. Aunque llevaban una mañana ajetreada, estaban cansados y no habían comido nada en las últimas horas, decidieron ir hasta el hospital central y probar a mirar en urgencias. Hubo suerte y allí lo encontraron, saliendo con un dedo vendado y cubierto de esparadrapo. Feodor lo reconoció enseguida y cuando Sammy le habló, no pudo por menos que darle dos besos, como hacía cuando era un niño y como si a sus ojos aún no hubiese crecido. La sorpresa de verlo tan fuerte y animado, fue suficiente para que Sammy se encontrara mejor, pues de camino para el hospital había estado preocupado por como lo pudiera encontrar. Y en ese momento, después de charlar un rato, hubo tiempo para interesarse por otros familiares, por la madre de Sammy y él le señalara que estabs bien de todo, pero que pasaba por apuros económicos. Feodor nunca se había casado y sus parientes consideraban que debido a esto tenía mucho dinero ahorrado. A Sammy le molestaba especialmente pedirle dinero a un anciano porque no sabía si le podía hacer falta en el futuro, pero le dijo que llamara Ruhe, que hablaran de sus dificultades y que la ayudara en lo que pudiera. No quiso aceptar en este caso, ser portador de dinero. Aún más, le hicieron la compra en el súper y le llenó el congelador sin aceptar que pagara la cuenta. Aquella visita sirvió sobre todo, para reencontrarse con su realidad, la de sus mayores y lo apartados que los tenía. En aquella acción de llevarle la compra de una semana a casa, hubo algo de remordimiento no dejaba de frotarse las manos con nerviosismo evidente. Que para mucha gente fuera normal permitir que la gente mayor viviera sola aunque no tuviera familia directa, como mujer o hijos que lo visitaran, para Sammy no excusaba no haber pasado antes a charlar un rato con Feodor, y eso no hacía más que rechazar una sociedad que considera un estorbo a los ancianos y que pronto lo haría con los hijos. “Los afectos no están de moda”, le dijo a Glue mientras se despedían. Por supuesto, seguía preocupado por obtener el dinero necesario que detuviera el desahucio de Ruhe, pero durante el tiempo que habían pasado comiendo con Feodor y después, en el súper y

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ordenando la compra en las alacenas de su piso, lo olvidó por un instante. Durante la comida, Feodor manifestó “no sé por qué me has traído aquí, no me gustan estos sitios. Siempre como en casa”, y lo comprendió cuando el camarero puso mala cara porque tardaba no se decidía por ningún plató y lo estaba retrasando en otros pedidos. Casi crea un conflicto violento. “Haga usted el favor de no volver a esta mesa y mande a otra persona, no creo que pueda llegar a entenderme”, le dijo. Y se levantó a punto de irse, lo que hubiese sucedido si no fuera por la rápida intervención de Glue que lo ayudó a sentarse y lo calmó, “no se preocupe, nosotros le pediremos lo que quiere, si nos dice lo que desea, ¿pescado?, Vale pescado. Todo está bien”. Era un hombre de convicciones puras, de irrrevocables decisiones y dañado por la forma tan rápida y radical en la que le había resultado envejecer, y a pesar de eso, se dejó mimar por la dulzura de Glue. Para él, ya no se trataba de ser el desconocido solitario que le gustaba, aquel al que siempre había aspirado. De pronto se mostraba con una fuerza que quería colaborar, ser tenido en cuenta y olvidarse de si mismo. Parecía que a su edad, lo más importante era la opinión que pudiera tener de sus propios actos, estar orgulloso de de ser quien era, y al tiempo esperaba mucho también de los demás, quizás demasiado en el mundo en el que aún se desenvolvería unos cuantos años más. De nuevo, Sammy estaba animado, su segunda visita le había reportado una gran satisfacción, además del compromiso de Feodor, se trataba de conocerlo mejor, de apreciar su punto de vista acerca de las cosas del mundo y volver sobre su parte más humana y sociable. Los tres habían disfrutado de aquella comida. Hacía mucho que Glue no veía reír a Sammy como lo hizo entonces, y posiblemente no volvería a suceder en mucho tiempo. No cabía duda al respecto, podía haber otro tipo de diversiones más primitivas, la diversión de las fiestas a las que habían estado yendo los últimos años había sido más explícita y entregada, pero escuchar las bromas con los que se arrancó Feodor, eso había sido tan magnífico como inesperado. El espectáculo animado de Feodor contando chistes verdes era algo totalmente nuevo e inesperado para su sobrino, que lo recordaba como un hombre regio y serio; en algún momento había cambiado y nadie se había enterado. Hasta el nuevo camarero que les pusieron parecía divertirse con el anciano y no reprimía su risa si se encontraba cerca de la mesa y los demás también reían. “Fue una comida magnífica, gracias por todo Feodor” le había dicho Sammy mientras rememoraban los mejores momentos sentados en las rígidas sillas de la cocina de su piso. Aquel día todos alrededor de Sammy empezaban a estar un poco más felices... todos menos Fachisti, el vecino de su madre que se apostaba en la calle detrás de una farola demasiado estrecha para evitar que su prominente estómago no se viera. Sammy se percató enseguida de su presencia, ¿era posible que aquel tipo los hubiese seguido hasta allí durante horas y hubiese esperado pacientemente a que salieran por aquella puerta? Al menos eso denunciaban las colillas de bisontes a sus pies. Sammy no era capaz de explicarse una cosa así. De nuevo, le pidió a Glue que se adelantara, le escribió una dirección en un papel y le dijo que se encontrarían allí en una hora. Se trataba de un taller de automóvil, pertenecía a la prima de su madre Karina, y Sammy había llevado su coche allí cuando aún no se había quedado sin él por no poder pagar los gastos. Sammy sabía que intentar hablar con tipos como Fachisti no daba resultado, y por lo que parecía sus intenciones no eran las mejores, así que esperó a que Glue desapareciera al girar en otra calle y a continuación lo abordó. -¿Qué quieres? ¿Por qué me sigues? -¡Aparta! -respondió Fachisti, que al verse descubierto intentó crear una atmósfera adecuada a sus deseos, con una teatralidad inesperada-. ¡Socorro, este hombre quiere agredirme! -dijo cogiéndolo por la maga de su gabardina, exhibiendo el dedo que Sammy le había roto años atrás, rígido torcido como un garfio. Tal vez todo aquello se trataba de un intento muy poco inteligente de poner a los transeúntes de su parte antes de comenzar una pelea. “El me golpeó primero”, decía mientras levantaba su su puño. O

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tal vez, estaba pensando en que si era acusado tendría más posibilidades en un juicio de ser considerado la víctima; todo lo que se le ocurría a Sammy pensar acerca de su proceder, era de una pobre moral de hombre vencido por la vida en busca de un enemigo real que lo hiciera sentirse capaz de nuevo. Sammy cogió su brazo con fuerza y le pidió que se fuera sin problemas, no estaba en su idea rogar porque la paz del mundo empezara allí en aquel momento. Algunos vecinos empezaban a detenerse y observar la disputa. Sammy lo miraba con el ceño fruncido pero guardando la serenidad. No deseaba que nadie interviniera, pero la diferencia de edad era significativa y no quería que aquello pudiera desmandarse. Empezó a enojarse, y cuando perdió la paciencia lo empujó y lo tiró sobre un charco de lluvia sucia de invierno. Salió corriendo con la seguridad de que no podría seguirlo esta vez, mientras Fachisti gritaba, “¿lo han visto, lo han visto? Me ha agredido, ha sido él, me ha agredido”. Estaba intentando llamar la atención lo más posible y sólo conseguía que algunos se rieran de él mientras maldecía entre diente y juraba, “ya te cogeré bastardo, ya te cogeré”. Fachisti procedía de un tiempo de niños sin padre, hijos de la guerra y el desamparo, y aunque él no fuera uno de ellos, había crecido en aquel habiente en el que todo se reducía a la defensa de la patria y el orgullo por los caídos. Crecían convencidos de sus posibilidades y ocultando sus debilidades, eso era un bien precioso para ellos, al mismo nivel de sus más íntimos, inconfesables deseos, pero al mismo tiempo, se volvían pendencieros y violentos. Era por todo esto que Fachisti no sólo estaba dolido por su dedo roto, por los insultos y arrogancia de Sammy, se trataba de aquella necesidad de orden miliciano y de enseñarle cual era su sitio; se consideraba llamado a enseñarle a cada uno cual era su lugar y a los que sacaban su cabeza por encima de la raya que lo definía, había que cortársela -metafóricamente hablando, claro está, si bien en el caso de Sammy, ya nadie sabía...-. El día se había presentado difícil pero prometedor. Quedaba una buena tarde para pasar por el taller de la tía Karina. Todo el mundo parecía feliz, era como si algo sucediera que animara a ello, como si las tormentas solares hubieran cedido y eso pudiera hacerles sentir un bienestar inesperado. Sammy no sabía nada de tormentas solares, pero tenía la firme convicción de que eran las culpables de sus migrañas, así que cuando entró en el taller, acompañado por Glue, pensó que a su tía le pasaba lo mismo, porque lo recibió con una enorme sonrisa y dándole besos hasta que manchó sus mejillas de grasa. De ningún otro modo podría explicarse aquel buen humor y la apariencia juvenil y vibrante de su rostro. Era posible que se debiera sólo a su alimentación a base de fruta, avena y compuestos naturales de todo tipo, pero además, a su estructura física embutida en aquel sucio mono de trabajo y portando en una mano una llave inglesa, nadie adivinaría su edad. Fue una suerte que llegaran en aquel momento, el día en que Karina se acababa de reincorporar de su viaje de novios, se acababa de casar por cuarta vez y no la hubiesen encontrado un día antes. Podría haber terminado sus días dedicada a atender su negocio, sin ninguna otra distracción, pero era una mujer inquieta y de imaginación sin límites. No había nada de delirante en un matrimonio a la tercera edad, ni siquiera esperó que se extrañaran cuando les presentó a su marido, que salió detrás del motor de un Volkswagen, sucio y feliz, como era de esperar de un recién casado. Aquel muchacho al que Karina llevaba alrededor de cuarenta años estaba preparado para enfrentarse a las miradas de extrañeza de todos los amigos de su nueva mujer, sobre todo porque había crecido en un barrio marginal y había convivido con el rechazo toda su vida. Poseía ese nervio mezclado con una sonrisa poco natural que avisaba de no bromear a menos que se estuviera seguro de no ofender, así que lo saludaron y exhibieron una sonrisa sin entrar en preguntas incómodas. Tan sólo una pequeña oportunidad al quedarse tarde y solos en el taller una noche de primavera, hizo saltar la chispa de la pasión desenfrenada de los dos. Sammy apretaba los dientes imaginando a su tía sentada sobre aquellas llaves fijas y manchándose el trasero mientras intentaba besar a aquel joven atlético que la cogía en peso como si se tratara de una jovencita de veinte años. Cuando Karina supo que era exactamente lo que quería y esperaba de aquella situación decidió no demorarlo más y en apenas un par de meses estaban casado y viviendo juntos, todo un récord a los ojos de Sammy. Aquella situación hizo

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recapacitar a Glue y llevarla a reconocer íntimamente, que había sido muy tonta al dejar marchar a Sammy por su diferencia de edad, cuando delante tenía un caso mucho más radical ejecutado sin complejos y con la valentía necesaria al enfrentarse a los estereotipos sociales. Ella le llevaba veinte años a Sammy pero nadie se daría cuenta si no fuera por la forma tan formal en que ella trataba todos los temas de conversación, con él y con extraños, era la mujer de otro tiempo y lo sabía. Glue no había llegado directamente al taller, lo había buscado y había dado unas vueltas por el lugar. Había llegado tarde y no era la primera vez que le pasaba, buscaba una dirección y daba vueltas pasando varias veces por el mismo sitio sin terminar de situarse o saber donde se encontraba, y eso incluso le había pasado en lugares que conocía desde hacía mucho tiempo. En una calle aledaña, cerca de una parada de taxi vio pasar a lo lejos a Sammy y lo siguió hasta allí. Tampoco se encontraba muy despejada a esas horas de la tarde y arrastraba ligeramente lo pies, lo que era una señal de su cansancio. Entonces recordó que en el colegio le llamaban “la tardona” y fiel a su apodo, una vez que supo del lugar al que se dirigía, dio media vuelta sin ser vista y paró en una cafetería a tomar un café. No fueron más de cinco minutos, pero “la tardona” fue fiel a su apelativo, tan doloroso en otro tiempo. Glue seguía enamorada de él y sabía que todo aquello debería haber terminado mucho antes, pero parecía tener un imán para sus ex. Podría haber acabado mal, tal y como hacen otras parejas para no volver a verse nunca más, ponen una barrera de rencor que les hace vivir de espaldas a los buenos recuerdos y sólo tener en cuenta los sinsabores de sus amores pasados. Desempeñaba su papel con absoluta fidelidad, pero en el caso de Sammy iba más allá, una espina le había quedado clavada en el corazón y no podía dejar de mirarlo con aquella ternura. Se decía que no habría nada de malo en volver, pues el amor es lo único que lo justifica todo, y le daba mil vueltas y terminaba una y otra vez por contenerse y disimular. No hay nada de lógica en el amor, se va cargando sin motivo alguno y de pronto se desata contra todo pronóstico, nadie podía haberlo imaginado se dicen los contendientes de tan desigual enfrentamiento de posibilidades. “No pretendía impresionarte”, le decía con frecuencia Sammy, y ella sabía que era así, pero la seducía sin remedio ni piedad y se había dejado llevar hasta que decidió que no podrían aguantar demasiado. La diferencia de edad es una condición insuperable para alguna gente, sin embargo, en el caso de Karina, parecía justificarlo todo. “No tengo tiempo que perder, la vida pasa”, se decía mientras seducía a su marido cada noche. Había días en los que Glue escapaba de casa para ver a Sammy a escondidas. Yerry Soyoku no se enteraba de nada porque no le notaba aquel brillo en los ojos, ella tomaba la puerta y no volvía hasta un par de horas más tarde. En esos casos, al llegar a casa le daba una excusa cualquiera y el se concentraba viendo el fútbol en la televisión, o simplemente lo encontraba durmiendo a pierna suelta. En aquellos días, Sammy trabajaba en una cafetería pero nunca lo visitaba allí, quedaban en algún parque o en otra cafetería, pero nunca cerca de aquella en la que él trabajaba. Él era muy conocido por su trabajo, ponía cafés a media ciudad, y la otra media pasaba por delante del escaparate mirando hacia adentro. Tan sólo en una ocasión en el que no la esperaba, estuvo dando vueltas a la manzana hasta que lo vio salir. Otro de los camareros que la vio pasar varias veces por delante de la puerta, le dijo que pasara que la invitaba, pero no le hizo caso, ni siquiera se molestó en responder. Le hacía falta dinero y Sammy se lo prestó, se la encontró en la calle, sin saber que llevaba allí un buen rato esperando. Yerry Soyoku nunca supo de donde sacó el dinero, le dijo que lo tenia ahorrado y él se lo creyó... Al menos pudieron pagar el alquiler y la luz. Más tarde, después de su separación, murió el padre de Glue y ella recibió una inesperada herencia; suficiente para no volver a tener que pedir dinero para pagar el alquiler. ¿Qué podía haberle parecido más chocante que haber recibido su herencia un día después de pedirle el préstamo a Sammy? Sobre todo si tenemos en cuenta que se sintió tan agradecida y sensible, que aquella fue la primera noche que se acostó con él. No fue nada romántico, lo acompañó a su apartamento y en menos de una hora había vuelto a casa y le había hecho una tortilla francesa con jamón a Yerry. No solía hacerle la cena, pero aquella noche se sentía

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tan feliz y tan culpable a la vez, que creyó que era lo menos que podía hacer por él. Volvió a ver a Sammy justo delante del taller, entre coches rotos o desvencijados, había dado una vuelta buscando a Glue y cuando la vio ya no esperaron para entrar. Karina era una mujer agradable y muy habladora. Cuando pasaron a la oficina se sentaron en un sillón que se hacía cama y se sentaron en él mientras Karina lo hizo en una silla delante de la mesa llena de facturas y fotos viejas. -El sillón está un poco hundido, Toni vivió aquí muchos años antes de casarnos -dijo refiriéndose a otro marido que tuviera un par de años antes y como no la entendieron tuvo que aclarar que los hombres iban y venían en su vida como un carrusel, pero que ya se encontraba un poco cansada de jugar con ellos y su actual marido iba a ser el definitivo-, no es un barrio muy seguro y me hacía falta un vigilante, así que nos pareció buena idea. Al fondo de la oficina había un pequeño retrete con lavabo y una puerta sucia; Sammy aprovechó para ir a orinar, pero puso mucho cuidado al coger el pomo redondo porque estaba manchado de aceite. -No tiene cierre cariño, pero no te preocupes, nosotras cuidamos de que nadie se meta contigo -le dijo la tía Karina girando la cabeza en su dirección-. Me quedé embarazada al mismo tiempo que mi hermana de Sammy, y tuve que abortar, si no fuera así ahora tendría un hijo de su misma edad y hubiesen crecido juntos. -¿No volvió a intentarlo? -preguntó Glue sabiendo que tocaba un tema delicado. -No, nunca más quise quedar embarazada. Durante el primer matrimonio, mientras estaba en estado, mi primer marido se lo pasó en el bar. Nunca volví a conocer otro hombre tan egoísta como aquel, ni los que me duraron apenas unos meses. Los hombres de hoy en día se han vuelto muy flojos. Tu y Sammy... ¿Sois pareja? -preguntó. -Lo fuimos durante un tiempo y no nos iba mal. No me preguntes por qué lo dejamos, no existió ningún motivo grave. Fue una decisión caprichosa por mi parte, y como el se lo tomó con normalidad... Seguimos muy unidos. -No quiero agobiarte con esto pero, ¿vais a volver? Curiosidad familiar, ya sabes. -No lo sé, estuvo en el extranjero, desde su vuelta estamos como amigos, pero creo que aún nos agrada estar juntos. En ese momento, Sammy salió del lavabo subiendo la cremallera de su pantalón y metiéndose la camisa por dentro. -Está bien, una cosa menos que hacer en el día de hoy -dijo. Karina encendió la luz, se trataba de un fluorescente que daba una luz blanca y poderosa para un espacio tan pequeño y los tres parecieron palidecer. Karina era tal y como Sammy la recordaba, una mujer que no le daba demasiadas vueltas a las contrariedades, si no tenían solución, pues no tenían solución, y pasaba a otra cosa. Una máquina retumba al fondo, pero podían conversar sin demasiados problemas. Como si Sammy no deseara dejar para el último momento el motivo de su visita, explicó a la hermana de su madre que a pesar de irle bien en todo lo demás, Ruhe tenía un problema con el banco y que como todo el mundo sabe, los banqueros no tienen piedad. Inexplicablemente, Sammy era de ese tipo de hombres que no terminaban nunca de crecer, delgados, rasgos faciales poco pronunciados, ojos grandes y peinándose con un casi ridículo flequillo. Empezó a notar que Glue aún se sentía atraída por él por la forma en la que lo miraba mientras hablaba con su tía. Sin embargo, conocía bien a Glue y sabía que nunca se dejaba llevar por un deseo espontáneo, que le daba varias vueltas a todas las cosas y si eso era así, no había forma de saber que lugar ocupaba en sus pensamientos, o dicho de otra forma, en que vuelta iba si estaba pensando en él. Hablaron un rato largo de Ruhe en aquella oficina, Karina contó algunos recuerdos graciosos que tenía de ella y trataron de analizar aquella despreocupación por todo lo material, y la ausencia total de capacidad para organizar sus gastos y sus cuentas. Excepto por ir cada mes a cobrar su pensión, lo que le llevaba buena parte de la mañana en la cola del banco, el resto pensaba que se pagaba solo.

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No se trataba de ninguna manera de mala intención, ella se gastaba su dinero olvidando los gastos contraídos previamente y eso le traía muchos problemas. -Tu madre es un ser maravilloso. Un día le dije que era la mejor hermana del mundo, y lo sigo pensando -empezó Karina-. En aquel tiempo todo lo que yo pudiera decirle era poco, acababa de divorciarme de mi segundo marido y me consoló como si yo fuera su hija. Yo creía en ella sobre todas las cosas, si me permitís la expresión, como los católicos creen en su dios. lo dicen mucho, “sobre todas las cosas”. Nunca nos peleamos, ¿cómo no iba yo a ayudarla? Pasaré a hablar con ella y veré lo que puedo hacer, os dejaré allí el dinero, pero si no sois capaces de juntar el resto, decírmelo. Por desgracia, el dinero lo es todo, y por suerte, en este momento tengo suficiente. Entre todos la ayudaremos y saldrá de sus problemas con los bancos. Karina se emocionó, de pronto convertía sus obligaciones en la oportunidad de sentirse cerca y aproximarse a su madre, tenía que poner todo de si para estar tan cerca de su hermana como lo estuviera en otro tiempo. Pero en ese momento, aunque sólo fuese una anciana sin demasiadas preocupaciones, ya no podía dejar de pensar en el tiempo perdido. Ya no podía considerar que su matrimonio y su reciente joven marido, fuera lo primero, ni aunque eso afectara a esa pasión que nacía entre los dos, ni aunque tuviese que divorciarse de nuevo. Su marido tendría que aceptar que compartiese sus amor y los momentos que pasara con él, con las ausencias que ya adivinaba que serían muchas, por visitar a la hermana que tanto quería y que había dejado de ver por pura costumbre. Así iban afectando a todos, las visitas que Sammy iba realizando. No hacía tanto tiempo de su separación, si se veía con ternura y, aunque no acostumbrara a lamentarse de sus errores, Cada vez que Glue miraba a Sammy, todas sus emociones se ponían a funcionar reconociendo ese extremo. Haberlo perdido de vista el tiempo que estuviera fuera no había dejado de encender sus pasiones, cada una de sus cartas por anodinas que fueran, excitaba de nuevo su interés por volver a verlo y ese momento había llegado. Y ahora, aunque seguía sintiéndose preparada para lo que tuviera que venir, incluido el desenfreno sexual que en otro tiempo vivieran, todo había sucedido tan deprisa y estaban tan sumergidos en solucionar aquel lío, que apenas le quedaba tiempo para pensar en plantear otra cosa. La solución al problema avanzaba rápidamente, estaban satisfechos con el resultado, parecía que reunirían la cantidad sin mayores contratiempos y ya sólo les quedaba visitar al cura jesuita Smithy Lablanque. Sammy lo conocía de antes y concertó una cita por teléfono, pero no lo visitarían hasta el día siguiente. Lo que no podían imaginar es que el vecino de la señora Ruhe, Fachisti el incansable, estaba tan irritado que no paró un momento de intentar tener algún dato que lo condujera hasta él, y antes de que su llamada se produjera, ya había pasado por la vicaría para preguntar por el domicilio de su humillante rival. Como si su pasado de servidor patriótico le otorgara un valor especial, o como si su imagen de ciudadano ejemplar fuera más apreciado delante de Smithy y su predicamento, que en las oficinas municipales, consiguió que el cura soportara su excitación y algunas palabras malsonante mientras le hablaba y preguntaba sobre los Ruhe, y más concretamente sobre Sammy y su paradero. “Es necesario que lo encuentre, ese muchacho es un veneno para nuestra sociedad”, y cuando decía sociedad se refería al orden políticamente correcto y a la necesidad de que los “ciudadanos de bien” hicieran todo lo necesario por hacer cumplir las leyes. Aquella tarde, justo antes de entrar en el metropolitano, Sammy quiso volver a visitar a su madre para tranquilizarla y Glue dijo que haría unas compras y que se verían después en el psio. Pero aunque pasó la tarde a paso firme de un lugar a otro porque deseaba llegar a casa antes que él, lo cierto es que se enredó viendo vestidos en boutiques y Sammy tuvo que esperar por ella en la puerta porque aún no le había dado una llave. Subieron en silencio la escalera como si fuera una obligación mantener aquella vitalidad que los había llevado todo el día, y ahí también fue ella la que demostró estar más acostumbrada, y más en forma a pesar de los años. Hubiese sido mucho mejor llegar antes y preparar algo de comer, se sentía culpable por tenerlo en la puerta con ese frío, en la noche que

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acababa de caer. A veces pasa que nuestra vida entra en bucle anodino del que no podemos salir, la rutina seca todos nuestros sueños y nos limitamos a vivir, aceptamos respirar como mal menor. De pronto todo cambia, y en un sólo día suceden más cosas de las que podemos asimilar, renace la sorpresa; esto era lo que le acababa de pasar a Sammy y se sentía feliz de que así fuera. Cuando la historia de nuestra vida se renueva y todo vuelve a suceder, reaccionamos con la oportunidad de conocernos a nosotros mismos. Inexplicablemente, en los momentos más duros todo se pone a prueba y eso parece llevarnos a comprender como funciona el universo -o como no funciona si admitimos su parte más destructiva-, y lo que tiene que ver con nuestras vidas. Pero no había sucedido nada tan malo ni radical, inexplicablemente el rato que esperó delante del portal a que Glue volviera de sus recados, fue muy revelador. Estaba especialmente a gusto a su vuelta, y empezó a menospreciar el país extranjero que lo había acogido y con el que, si embargo, no había congeniado. En aquellos minutos de demora, creyó que todo podría volver a ser como antes, pero su forma de renunciar y de aceptarlo, cuando Glue había querido romper, le hacía tener dudas de lo que sentía acerca de ella. Posiblemente, no fuera amor. Descubrir esto lo enfrentó con sus sentimientos y emociones, ¿era posible que fuese un tipo tan enrevesado y poco de fiar? Ella siempre lo excusaba, después de todo no se creía mejor que él. Cada vez que él se había cuestionado a si mismo en voz alta, Glue lo había defendido hasta convencerlo de que el mero hecho de hacer autocrítica quería decir que era bueno; mejor que la mayoría de la gente. Incluso aquella tarde, en la que apenas habían tenido tiempo de hablar, Glue había aprovechado una oportunidad en el metro para decirle que aquello que estaba haciendo era digno de un buen hijo, y que lo valoraba. Ella sabía que tenía sus debilidades, que a veces bebía más de la cuenta o que había frecuentado a una mujerzuela a la que había conocido en plena calle, sabía que le costaba enamorarse aunque lo fingiera y que se creía el hombre más egoísta del mundo aunque no lo era en absoluto, y menos mal que no aspiraba a ser perfecto como algunos repeinados a los que había conocido en otro tiempo. Era suficiente para ella, o lo era todo, según como se mirase; no quería renunciar a él, pero no sabía si podría retenerlo sin comprometerlo de nuevo. Por muy nervioso y activo que fuera, en lo que tenía que ver con ella sabía contenerse y ser paciente, y eso era más de lo que necesitaba para empezar una nueva etapa, que, al fin, era lo que parecía que estaba sucediendo. De camino a casa, una vecina la paró para indicarle que como cada año, asociación del barrio haría una fiesta navideña una semana antes de navidad y que estaba invitada. Aquellas fiestas, ya lo había podido comprobar en años anteriores, no eran exactamente fiestas burguesas. Su esencia era popular, con vasos y plato de plástico, dulces caseros y vino y sidra barata. Todos acababan bastante perjudicados al final, cantando agotados y contándose problemas personales en un momento en el que sólo le iba a servir de desahogo y que a la mañana siguiente seguirían estando ahí. El problema de esas fiestas, según Glue lo veía, era que a pesar de no tener criados para poner la mesa, lo que se solía hacer en la sala de juntas de la asociación de vecinos, algunas mujeres que trabajaban en la fábrica de conserva, se empeñaban en ponerse sus abrigos de pieles y sus joyas, porque era una de las pocas ocasiones que podían hacerlo en todo el año. Hubiese reaccionado violentamente por la falta de comprensión que esa actitud destilaba con otros que no tenían la misma suerte, pero sobre todo, a Glue, aquellos que intentaban parecer lo que no eran, le parecían extremadamente ridículos. La imaginación se le ponía a cien, y aunque en la fábrica de conservas pagaban bien, sabía que muchas de las casas de aquellos nuevos ricos asalariados -por así llamarles, si después de todo era lo que ellos pretendían-, eran casas húmedas y viejas como las otras casas sociales que habían dado vida al barrio desde siempre, y que por mucho empeño que pusieran en ello, tendrían que utilizar sus abrigos para estar en casa y no pasar frío. No era una pensamiento deseable, ella nunca había pensado en una masa de gente toda igual y los que se salían de la norma daban un colorido kitch al total que era muy deseable, sobre todo para artistas visuales como los pintores o los fotógrafos.

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Siempre había huido de lo convencional, pero la reunión vecinal de navidad del barrio, la superaba. “¡Es absurdo comer turrón barato en platos de plástico con abrigos de pieles, y eso sería lo de menos, pero cuando se arrancan con los villancicos no lo soporto!”, pensaba cuando ya podía ver a lo lejos la figura de Sammy esperando y fumando un pitillo delante de la puerta. Se detuvo para lamentar su retraso y buscar las llaves en su bolso, llevaba algunas bolsas y él la ayudó. Parecía cansada, no era extraño, pero también decaída y tuvo dudas acerca de si sería más serio de lo que parecía. En un hilo de voz le dijo que había llamado a Soyoku, su exmarido y le explicó la razón, él la había estado buscando y quería hablar con ella; también le contó que una vecina le dijera que se pasara toda la tarde esperándola delante de aquella misma puerta. Y a continuación le soltó que podía encerrarse en su habitación y que no tenía que soportar sus elucubraciones si no lo deseaba. Después de mirar la cara que le puso a ese comentario, añadió que si lo deseaba podía estar con ellos, nadie se molestaría por eso. Añadió que tenía días en los que se ponía muy pesado y que no se hacía responsable de nada. Imposible entender lo que quería decir con “pesado”, o a donde llegaba el significado de esa palabra. Es se trataba de temer que tramara algún discurso en su contra; tal vez no supiera que él se encontraba allí, pero Sammy prefería estar un rato con ellos y ver como se desenvolvían. No sabía si eran celos, y se repetía que no estaba enamorado, pero cuanto más lo hacía, más crecía su interés por aquella reunión. Todos tenemos al menos dos formas de enfrentarnos a los contratiempos, uno más pausado y reflexivo y otro más visceral y desafiante. Glue solía exhibir su paciencia por encima de todo, pero su lado más primitivo existía aunque permaneciera mucho más tiempo oculto. No le resultaba fácil superar el día siguiente a una fuerte discusión, se le quedaba mal cuerpo y todo era peor cuanto más apreciaba a la persona con la que había discutido. Eso tal vez se debía a que le daba un sentido trascendente a todo. Sabía que mucha gente ni se acuerda de las discusiones al día siguiente, pero ella seguía dándole vueltas al día en que le había dicho a Soyoku que todo había terminado, o también, al día en que le había dicho a Sammy que podían seguir viviendo juntos pero debían acabar con la parte sentimental. “Con diez años más no estaré segura de poder retenerte, por eso prefiero dejarlo ahora, ¿es tan difícil de entender?”, le había resumido gritando. Además de aquello, estaba su necesidad de sentirse ocupada y desear volver a trabajar en alguna cosa. Después de eso, él había buscado trabajo en el extranjero, y, aunque habían seguido en contacto, nunca se había arrepentido tanto de haber sido tan directa.

3 Los años no condenan Sammy enseguida observó que Soyoku era u tipo bastante anodino y que no tenía mucho interés en salir adelante en la vida. No tenía trabajo pero tampoco parecía demasiado interesado en buscar uno, pertenecía a ese tipo de hombres que caen de pronto en una desidia galopante que los va consumiendo. Aquella noche no se sinceró con Glue porque él estaba delante pero se quejó de que todo lo iba mal y que intentaba salir adelante como podía. No era fácil mantener una conversación equilibrada con un hombre así, en absoluto, y aún más, si de Sammy dependiera “no le daría tanta bola”. Se enrollaba en sus cosas como una serpiente moribunda. Pero allí estaba, compartiendo la noche de cháchara con Glue y su ex, no iba a renunciar de pronto después de saber lo que se cocía allí, como si estuviera tutelando sus decisiones. Pero había que echarle paciencia para asumir

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aquellas dos horas que duró la reunión. Casi tuvieron que ponerle su abrigo en la mano y hacerle ver que era tarde y estaban cansados. Así las cosas, Sammy volvió a sentir que Glue lo miraba cuando creía que él no se daba cuenta, lo observaba con ensoñación como si lo situara en otro entorno para hacerse una idea de como funcionaría allí, tal vez en zapatillas, fumando una pipa y leyendo el periódico, ¿sería eso posible? ¿Podría ella llegar a imaginar cosas semejantes? Fue en ese momento, un minuto antes de irse a dormir, que ella se mostró más dulce de lo que recordaba y bajó todas sus defensas para agredecerle que hubiese estado en la reunión y hubiese conocido a Soyoku. Perecía tener un profundo sentimiento, un afecto inesperado e inspirado en aquella presencia, que al fin, a él no le había parecido para tanto. Entonces ella lo besó en la mejilla mientras le acariciaba la otra mejilla con la mano y se fueron a dormir. Esa noche, sin saber de donde le vino, como si se hubiese tratado de una imposición del sueño, o aún peor, de su propia imaginación, se le vino desearla como no lo había hecho desde su separación. No tenía la fuerza suficiente para resistirse a un sueño, pero si podría hacerlo si pasada la noche, con el nuevo día el desafío de la realidad lo buscaba en su principiante somnolencia. Se levantó a media noche y estuvo leyendo hasta que la primera luz del día entró por la ventana, se comió una chocolatina que había guardado de su gabardina y se entretuvo mirando desde la ventana, a los taxistas ir tomando posiciones en la parada. Evitó pensar en Glue y se centró en el cura Smithy Lablanque, del que no tenía demasiadas referencias, aunque lo había visto algunas veces de veces. Si su madre había sido tan generosa con él como recordaba, justo era que él le devolviera una parte de esa generosidad en un momento tan difícil. De haber sabido que pensaba así, su tía Karina le hubiese dicho lacónicamente, “tu no conoces a los curas”, y no la hubiese sacado de ahí, pero hubiese sido una advertencia suficiente. Se volvió a meter en la cama intentando dormir una hora más, pero cuando se levantó eran más de las diez de la mañana y Glue había salido y había comprado bollos, la casa olía a café recién hecho y estaba sentada leyendo el periódico del día, perfectamente arreglada y lista para lo que el día le pudiera deparar. -Me casé con un inconformista -dijo Glue mientras él se servía un café-. ¿Cómo pude vivir sin darme cuenta? -Lo querías, eso suele volvernos muy ciegos. Además, estabas demasiado cerca y no tenías perspectiva. Tal vez conmigo te pasó lo mismo y aún no te has dado cuenta... -No digas eso. La única culpable de nuestra rotura fui yo, tu te portaste con mucha elegancia. Nadie sabe lo que me pasó por la cabeza, ni yo misma lo sé -lo interrumpió porque no deseaba que pensara libremente al respecto y pudiera hacerse una idea equivocada. Le temía a su imaginación, y tal vez, temía que pudiera acertar porque se avergonzaba de sentirse tan mayor y nunca se lo había dicho, pero empezaba a estar claro-. Es posible que temiera que encontraras otra mejor, pero sigues aquí. -Sí, pero sigo aquí -él, de nuevo, no era del todo sincero. Se había escrito con Adelaida, una chica durante algún tiempo, y estaba deseando verla, pero de eso no iba a decirle nada. Al fin y al cabo, cuando empezó a escribirse con aquella otra mujer, ellos ya no eran pareja. Sin embargo, al observar ahora sus reacciones, sus miradas y sobre todo, la dulzura con que lo había besado la noche anterior, empezaba a creer que se había precipitado. Alrededor de la parroquia había casas importantes, grandes, soleadas y bien construidas, todo lo que una parroquia necesita para sobrevivir con donaciones. Recorrieron aquel lugar en el que Sammy había estado otras veces acompañando a su madre, pero de eso hacía mucho. Se preguntó si el motivo de sus desencuentros se debiera a una visión tan diferentes de la religión, la políticas migratorias, los rechazos políticos, la disciplina y otros dogmas en los que ella parecía inamovible. Smithy Lablanque los estaba esperando y sin saber de qué se trataba el asunto que los convocaba, y después de su conversación del día anterior con Fachisti, no se sentía muy receptivo. Pero como es sabido, la falsa amabilidad de los curas es notables, aunque desde el principio tengan muy claro que

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no te ayudarán les pidas lo que les pidas. También cabía la posibilidad de que Sammy quisiera hacer un descargo de conciencia, en cuyo caso lo escucharía en confesión y a continuación le mandaría rezar diez ave Marías y cinco padrenuestros, hasta ahí si que podía llegar. Glue comentó acerca de los hombres encorbatados y trajeados que subían a sus grandes coches de marca sin apenas dejar sitio para pasar, al cruzarse con ellos. Dieron una vuelta por el barrio porque la arquitectura era sobresaliente y eso demostraba un fuerte talento artístico, pero no tenía necesariamente nada que ver con los burgueses que las ocupaban. Las casas de los irlandeses estaban especialmente engalanadas para navidad porque nadie era más religioso que ellos, decían, y lo querían demostrar al aproximarse la navidad. Era en los paseos, Sammy lo recordaba de siempre, cuando Glue lo escuchaba con más atención, lo dejaba soltar todo lo que tuviera que decir, incluso lo que se le ocurriera en el momento, sin interrumpirlo. Se ponía en modo “stand by”, sin correcciones, sin añadir nada, sin contraindicaciones. Se sentaron en el banco de piedra delante de la iglesia para tomar aire antes de entrar y allí el le contó que hubo un tiempo en que su madre iba a misa con frecuencia, y que se había sentado en aquel banco alguna vez, esperando para llevarla a casa. Smithy Lablanque salió de la iglesia y se acercó para hablar con ellos, por algún motivo supo que se trataba de la cita concertada el día anterior. Es difícil saber cuando un cura te engaña, sus pensamientos están protegidos como se protegen las contraseñas. No hay síntomas ni señales que los delaten, porque incluso en el caso de que no tengan nada que ocultar sin sin mostrar emociones y con esa voz de no haber roto un plato en su vida. Sammy sabía como eran ese tipo de personas, había conocido algunas de ellas y no todos eran curas, claro está. No le hizo falta preguntar como iba la madre de Sammy con su vida, porque él voluntariamente le contó todo creyendo que él los ayudaría. La verdad era que no había sido idea suya y que su madre le sugirió que hablara con él porque ayudaba a mucha gente. Seguramente ayudaba a los más pobres que se acercaban a la parroquia dándoles un bocadillo alguna vez, pero por su silencio, no hizo falta mucho más, Sammy comprendió enseguida que no les iba a ayudar. Aquel cura que pasaba de los sesenta parecía demasiado apuesto y preocupado de su imagen para ser lo que se esperaba de él. El ridículo pelo, completamente blanco y peina hacia atrás como algunas estrellas de Hollywood lo hacían e los años cincuenta, le daba una aspecto que no deseaba pasar desapercibido, además estaba aquella piel tersa bajo la que se adivinaban las cremas antiarrugas, y para terminar, los dos enormes anillos de oro, uno con un cristo y otro con una virgen, todo muy adecuado. Posiblemente no había un ápice de grasa en su cuerpo, o así lo anunciaba aquella piel de buena calidad que sólo se daba en gente que cuidaba su alimentación hasta el extremo. Como todos los hombres, puesto en fila esperando un pelotón de fusilamiento, encorvado por el miedo, con la cabeza rapada y desnudo, parecería menos que un perro callejero, pero allí delante, perfectamente estirado y cambiando su ropa interior cada día, su aspecto era poderoso sin necesitar más que hablar en un hilo de voz de falsa compasión. Glue lo miraba como si estuviera viviendo una alucinación. No fue una conmoción cuando el cura de la forma más educada, pero sin dar una excusa, rechazó ayudar. Se limitó a decir que la iglesia no entraba en ese tipo de problemas. No tardaron más de un cuarto de hora en terminar la reunión. Para terminar el abrió un cajón y les dio un rosario pidiéndoles que se lo hicieran llegar a Ruhe, y a ellos les dio unos calendario con San Lorenzo pidiendo que le dieran la vuelta a la parrilla. La madre de Sammy ya no iba a esa iglesia, tenía otra más cerca de su casa. Años atrás, había sido chocante verla pasar delante de sus vecinos y no entrar con ellos en misa, para darse una caminata y acudir al sermón de Smithy. Tal vez se había tratado de un enamoramiento, los curas suelen ser hombres bastante coquetos, y con frecuencia algunas, y otros jovencitos, mujeres se enamoran de su pretendida espiritualidad, pero nunca lo confiesan. Si eso sucedió, ella supo mantener las distancias y nunca dio motivos para las habladurías, sin embargo, había que reconocer que era muy extraña y fatigosa, aquella conducta. Cuando volvía a casa, aún tenía tiempo de leer la biblia y hacerle algunas

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apreciaciones acerca del sermón del día a Sammy. Recitaba con fuerza en la voz y emoción disimulada, algunos pasajes de la traición de judas con frecuencia, que era la parte de la historia de Jesús que más le gustaba. “El nuevo testamento es la historia de una traición”, repetía, “todo lo que sucede es una preparación para ese momento”, matizaba con su alma de poeta. Por supuesto, Ruhe no podía adivinar cuánto molestaba a Sammy aquella conducta, y continuaba comentando acerca del cura y las conversaciones que tenía con él, hasta que conseguía que Sammy saliera de casa con la excusa de ver a algunos amigos con los que había quedado. Parecía como si los curas se pasaran la vida esperando los momentos de debilidad de la gente inocente, para meterles un rosario en la mano; lo que no podían sospechar era que después de la visita de Fachisti, había hablado con algunas vecinas de confianza y les había preguntado por la inclinación política de la señor Ruhe. Podía estar tranquilo, ella no era una comunista. Otra cosa, sin embargo, que no pudo aclarar fue por qué su hijo nunca la había acompañado a misa, y eso le hizo albergar muchas dudas acerca de él. Después de todo, las sospechas de Fachisti podían ser ciertas y que quería que aquella reunión se alargara más de lo necesario. Por algo de lo que el cura dijo, Sammy se dio cuenta de que había estado preguntando por su familia en el vecindario. En lo traidor que puede ser un cura era en lo único que podía pensar en esos momentos, en como habían vendido a muchos resistentes durante la guerra. Acudían a ellos pidiendo ayuda y protección, y los hacían hablar y hablar hasta que sabían donde se escondían, entonces se lo decían a las autoridades; ha pasado en muchas partes del mundo. Todo muy callado, muy discreto, sin que nadie lo supiera, en conversaciones a puerta cerrada. Pero del mismo modo que se sintió deprimido por la entrevista con el falso galán de alzacuello, en un minuto, Sammy se sintió eufórico cuando Glue le dijo que también quería ayudar y que tenía suficiente ahorrado para aportar lo que faltaba. -Ya has hecho suficiente. Creo que si mi tía se estira como espero, no hará falta más -le dijo con un tono de indudable agradecimiento. -¿Suficiente? ¿Tan pronto? -preguntó ella que no conocía las cuentas que él llevaba escritas en una simple hoja cuadriculada. Sabía que la cantidad no era tan preocupante después de todo, pero aún así su expresión de sincero compromiso invocaba que alguien le permitiera ser parte de aquella familia que acababa de conocer y le resultaba tan cercana. También tenía la esperanza de que Sammy estuviera siempre cerca de ella, y quería establecer los cánones de una nueva relación. -¡Por supuesto, lo hemos conseguido! -respondió mostrando su dentadura tan amplia como era en un gesto de satisfacción. De ninguna manera se le habría ocurrido pensar que pudiera ser de otra manera, pero no tan rápido -. Todo está aquí, en este papel. En realidad el cura era una excusa para poder decirle a mi madre que le había pedido ayuda, y porque ella quería que lo hiciéramos, pero desde el principio sabía que iba a decir que no. Creo que todo lo que ella quería era saber de él, y voy a tener que decirle que sigue siendo el mismo encantador de serpientes del pasado. Glue lo miró intrigada, pero no creía que las palabras de Sammy ocultaran nada grave. Tal vez aún le faltaba algo de dinero, pero él sabía como conseguirlo sin implicarla. Por supuesto, él siempre había intentado buscar lo mejor para todos, era de ese tipo de hombres que tiene su propia idea de como han de levar las cosas, sin dar demasiadas explicaciones. Era el momento de irse, Glue y él estaban a punto de abandonar la sacristía, donde habían sido atendidos. El cura hacía que había salido y cuando Glue se asomó detrás de los visillos para verlo, pudo comprobar hasta había llegado animándolos en la falsedad de sus palabras. Allí estaba, en el jardín exterior saludando a Fachisti y a sus tres amigos, “los guardianes de la moral”. Les señalaba hacia la ventana desde donde ella miraba. Llamó a Sammy y el profirió una terrible maldición que resonó en los cimientos del infierno, un súbito acento de instintiva rabia por no haber previsto aquella crueldad. Debían demostrar su ingenio y envitar enfrentarse a aquella fuerza bruta que no buscaba nada

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bueno. -Uno de ellos lleva gafas oscuras, tal vez para no ser reconocido, y otro se ha puesto guantes. Los de los guantes ya lo he visto antes en los guardias de seguridad de los centros comerciales, se los ponen cuando va a haber follón, pero con este frío cualquiera podría pensar que no es por eso -afirmó Sammy. -Podemos llamar a la policía -dijoGlue. -No. Prefiero que no. Tengo multas pendientes y casi prefiero vérmelas con éstos. Al principio creyó que Glue no estaba preparada para salir corriendo, pensó que no debería haberla metido en aquello, sin aclarar el peligro que corría, visto lo persistente que podía se Fachisti, pero lo cierto es que ni él mismo había imaginado que se lo encontraría allí. Vio la expresión de emoción frente al riesgo de Glue y comprendió que se sentía nerviosa pero viva a la vez, y que de alguna forma que nadie entendería, estaba disfrutando frente a aquel peligro. Los ojos dulces y castaños lo miraban con confianza, asegurando que de él dependía salir de aquel laberinto y que sólo él podía darle solución. -Los haré correr detrás de mi. No te preocupes. Espera a que desaparezcan, a la izquierda en la siguiente calle hay una parada de taxis. No te detengas hasta que estés dentro y vuelve a casa. Aquella mañana fue la más sofocante que recordaba en los últimos años. Sammy tuvo que saltar la verja de hierro con puntas de lanza, se le enganchó el abrigo y tuvo que deshacerse de él. Al actuar así, buscaba huir, pero también poner a prueba a sus perseguidores, porque conocía sus condiciones físicas que sabía que eran buenas, pero no las de ellos. Tanto de una forma emocional, como desde la más irreflexiva de sus decisiones, tener a aquellos tipos corriendo detrás era más peligroso de lo necesario, pero no podía hacer otra cosa, dejar de correr era el desastre. Entró en un centro comercial y ellos lo hicieron detrás. Él chocaba con algún cliente, pero ellos, al correr en grupo parecían dispuestos a chocar con todos, carritos y stand promocionales. Eso le proporcionó alguna ventaja. Uno de sus perseguidores se estampó contra una puerta de cristal y se levantó sangrando por la nariz. Glue le había dado las llaves y eso era un nuevo compromiso, aunque no una relación sentimental; así lo veía. Cuando consiguió despistar a los nazis, se dirigió a casa de Glue y en la puerta del portal miró la llave y la agitó mientras la miraba pensando que al menos aquello marcaba una nueva diferencia. Nadie conocía donde estaba, ni siquiera Smithy Lablanque y su tropa de fisgonas dispuestas a darle la más delicada información -Sammy había hecho un examen para entrar a estudiar en un taller profesional años atrás. Era un lugar dependiente de las subvenciones eclesiásticas. Le había salido relativamente bien, y cuando ya creyó tener su plaza le habían llamado diciendo que otro compromiso previo lo hacía imposible. Siempre creyó que los curas habían pedido informes en el vencindario- “Funcionan así”, se decía sentado en las escalera mientras cogía fuerzas para subir y acabar su carrera matutina. Su paradero era totalmente secreto, y ni su madre, a pesar de su contacto con Glue en el pasado, sabía donde vivía. Eran cómplices una vez más y Glue quiso celebrarlo. Era su forma de soltar la tensión de los últimos días, descongeló medio pollo en el microondas y lo puso al horno, después el se divirtió contando como resbalaban aquellos tipos en el suelo recién fregado del centro comercial y sobre todo, bebieron vino, una botella de vino siciliano que ella guardaba en una vitrina como quien guarda un santo en un altar. Se lo comieron todo, y lo acompañaron con puré de patata y tomates. Al acabar quedaron como en un estado de inconsciencia y se sentaron juntos en un sillón del que lo único que sobresalía eran sus dos panzas llenas a reventar. Fue entonces cuando observó que ella, de nuevo, lo miraba atentamente. -Quiero que te quedes -le dijo frotándose la frente con fatiga-. Quiero decir de forma indefinida. -Bueno, si eso es lo que quieres... Por fortuna no tengo otros planes, no he reservado nada en ninguna otra parte. No soy un gran tipo, pero me gusta dejar las cosas claras, no tengo a donde ir y me vendrá bien por un tiempo, después ya veremos.

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-No te quiero tener como un amuleto. A mi también me haces falta y estoy pensando en volver a trabajar. Me ha ofrecido algo en una galería de arte. -¿Algo? -preguntó sin convicción. -Tengo una amiga que expone en su galería los cuadros de artistas que aún no son reconocidos pero pueden llegar a serlo en cualquier momento. Toda una aventura. Necesita alguien que le ayude en el proceso, y eso quiere decir hacer de todo, desde abrir la puerta, hasta ayudar a los operarios a colgar los cuadros. Me gusta creer que sería una supervisora, tendría que ver que todo estuviera bien para cuando ella le dé el visto bueno. Pero, no creo que pueda decir que voy a cobrar una gran cantidad. Suficiente para una temporada. -Pero no te hace falta... -Sería una forma de ponerme de nuevo en marcha. Creo que busco un cambio, pero sólo lo creo. No estoy segura de nada, como siempre. -Mira Glue, de eso tenemos que hablar con más detenimiento. No quiero ser la causa que cambie tu vida. Tienes tus costumbres y tu comodidad. Fue en ese momento cuando Sammy se dio perfecta cuenta de Glue era tan delicada y vulnerable como una mariposa, pero lo que le resultó aún más revelador fue derivar en su propia inseguridad. Eso le hizo sentir incómodo consigo mismo y ella nada tenía que ver con esa incomodidad, al contrario, ella representaba la seguridad que echaba de menos y no pudo negar esa verdad que lo venía carcomiendo desde su vuelta; la necesitaba. No tuvo que esforzarse para aceptar la idea inicial de quedarse una temporada. Tanto si le gustaba como si no, ella iba siempre por delante. El juego del amor y de los afectos es un castillo de naipes, sobre todo en lo que concierne a la otra persona. Uno sabe cuando parar si nota que no le va bien, pero sigue adelante y a ciegas cuando se trata del amor ajeno. Tal vez no estaba siendo cuidadoso con eso y sabía que podía causarle un gran daño si la decepcionaba, por eso, una y otra vez le repetía, “es algo provisional, aún no sé qué voy a hacer con mi futuro”, y aceptaba la dulzura de sus besos de buenas noches. En la primera visita a su madre después de volver, tal vez ella creyó que volvería a la casa familiar y lo entendió por su mirada, pero no se sentía culpable por eso. No intentaba vengarse de ella por los años de infancia en los que no había sentido su afecto, ni en los años de adolescencia en los que su frialdad lo cubrió todo, no tenía nada que ver con eso. Ella siempre había sido una mujer valiente y capaz de enfrentarse a todo, pero los años no perdonan y ya no era así. Glue se dio cuenta enseguida en aquella entrevista pero tampoco quería perderlo. Después, sólo la llamó por teléfono para decirle que casi tenía solucionado el problema de la hipoteca, ni siquiera se molestó en una segunda visita. “Ya iré, estuvimos allí hace unos días”, le dio a Glue porque necesitaba excusarse. Estaba dolida con él, había perdido toda autoridad y él actuaba de forma inconsciente. Podía haberlo notado con sólo haberla mirado alguna vez a los ojos, de haberlo hecho todo hubiese sido un poco más complicado para tomar las decisiones a las que se enfrentaba. Con sólo seguir su instinto podía seguir llevando su vida de forma independiente, después de todo siempre había aspirado a serlo, pero su madre parecía haber envejecido de pronto y empezaba a sentir que no estaba siendo justo con ella. La primera novia que Sammy tuviera era una chica apenas un par de años más joven y con cara aniñada. Llegó a casa de su madre como cada día solía hacer al salir del instituto de bachillerato, sin avisar de que la chica lo acompañaba. La chica miraba a su madre con curiosidad y la señora Ruhe abrió los ojos como si tuviera delante al mismo demonio. Aquella tarde, Sammy tenía intención de enseñarle su habitación pero Ruhe no los dejó pasar de la cocina. Les hizo unos bocadillos y se portó como si sentiera la mujer más desafortunada del mundo. Les habló del pecado y las malas ideas que se le metían a los jóvenes en la cabeza. El padre Smithy Lablanque había hablado de eso en la iglesia y había reunido a un grupo de padres que tenían a hijos en edad adolescente para mostrarles los pasos a seguir en caso que se dieran situaciones como la que acababa de experimentar. Llevó a Sammy aparte y le dijo que no volviera a llevarle chicas a casa, que eso no era apropiado. Aquel

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chico barbilampiño y sin maldad se sintió tratado con tanta desconfianza que apenas podía creer que se tratara de su madre. Ella, ignorando su presencia, empezó a hablarle a la chica de lo bueno que era su hijo y que no deseaba que ninguna pelandusca se quedara preñada para “cazarlo”, Sammy no daba crédito a sus oídos. La madre siguió para indicar que no creía conveniente que tuviera novia tan joven, pero que enseguida se veía que ella era buena chica y que no pensaba eso de ella. En sus palabras los inducía a actuar de una determinada manera, y poco más o menos, sin ser demasiado explícita, le estaba indicando a la muchacha que no lo volviera a ver fuera de las horas de estudio, mucho menos que volviera a pasar por su casa. Esa fue una conducta repetida durante años, Ruhe no quería chicas en casa, se lo repitió muchas veces hasta que cumplió los dieciocho, edad a la que el chico empezó a llevar a sus amigas a su habitación a escondidas y aprovechando la hora de la tarde en la que su madre iba a la iglesia para la cataquesis. Ruhe nunca se extrañó de encontrar la cama deshecha en aquellas ocasiones y a veces, ni siquiera entraba en su habitación. A Glue nunca la había llevado a escondidas para pasar un par de horas retozando en su habitación de juventud e infancia, cubiertas aún las paredes de posters de chicas y grupos de pop, hubiese sido algo bastante extraño después de tantos años sin vivir allí, pero en ese momento en que se puso a pensar sobre las cosas que había hecho a escondidas en la casa de su madre, recordó también aquel regusto clandestino que parecía haber perdido para siempre. Coincidiendo con la vuelta al trabajo de Glue en la galería de arte, Sammy encontró que se sentía especialmente cómodo con su nueva vida y se pasaba el día leyendo y escuchando la radio. En una ocasión, aprovechando su ausencia, rebuscó entre sus prendas de ropa más habituales, también las íntimas. No buscaba nada en especial, ni hubo en ese comportamiento nada pervertido o excitante, se trató de pura curiosidad, de la necesidad de romper las normas y quebrantar la confianza que había puesto en él, si tenía que llegar hasta esos extremos; de hecho, ni siquiera estaba seguro de que a ella le pareciera mal demostrar semejante interés por sus cosas. Aquella travesura le hizo pensar en las relaciones personales de tantas parejas, y en cuantos hombres, formalmente casados lo habían hecho alguna vez con las ropas de sus mujeres, porque él, en su más personal forma de pensar, daba por hecho que las mujeres fisgoneaban en los bolsillos de sus maridos buscando, posiblemente, algún tipo de señal de sus infidelidades. No se sentía inquieto ni aburrido por pasar tantas horas en casa, pero no deseaba salir a la calle y encontrarse con Fachisti y sus amigos; ellos no sabían donde estaba y era mejor dejar que todo se tranquilizara y volvieran a sus vidas cotidianas, aquel hombre, en algún momento, tendría que olvidar su venganza y el pago por sentirse tan ultrajado, porque al fin y al cabo, no se trataba de otra cosa. Bebía vino de Oporto, comía galletas saladas y se inclinaba cobre la ventana cerrada para ver pasar a los paseantes que entraban en el parque justo enfrente del portal. Algunos días se los pasaba en pijama y con una bata larga que le llegaba a los tobillos, no se afeitaba y se quedaba dormido en su sillón como si se tratara de un perrito de compañía. Miraba los relojes de la casa y contrastaba las horas con su reloj de pulsera para ver que el tiempo no se había detenido, o que los relojes si lo había hecho y marcaban una hora falsa tendientes a confundirlo. A pesar de la generosidad mostrada por Glue, Sammy intentaba mantener su independencia provocando pequeñas discusiones sobre temas intrascendentes. Al menos, a sus ojos era una forma de mantenerse en un plano de igualdad porque, a su vez, tal y como lo entendía, el mero hecho de depender de ella y aceptar vivir en su casa lo hacía sentirse inferior, sumiso y extremadamente dependiente (como si se tratara de un minusválido). Glue le decía que no debía verlo así, que ya habían vivido juntos antes y que no era un intruso, pero no servía de nada. Intentó explicar sus motivos para no salir y haber seguido el resultado del pago de la hipoteca por teléfono, el mismo modo que empleaba para hablar con su madre. Le contó sus enfrentamientos con Fachisti de joven, y como todo había derivado en un odio que a aquel hombre, condenado a perder, le nacía de las vísceras. Ni siquiera se trataba de un problema político, aunque parecía que había sido investigado y que Fachisti conocía su pasado en las juventudes anarquistas, lo que no dejaba de ser

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un pretexto frente a sus amigos fascistas para que lo ayudaran a perseguirlo. “A la caza del comunista”, parecía ser su lema, si bien llamaban comunista a todo el que no reconocía su bandera. Cada persona resultaba un mundo insondable y con ella se sentía bastante a gusto, pero no dejaba de pensar en Claudia. Ella le cuenta que su día a ido bien, que los últimos días había conocido a algunos artistas que querían exponer en la galería y que había vendido uno de los cuadros que tenían en una sala en la que sólo estaban aquellos en propiedad de la firma, lo que era todo un logro. Mientras las cosas fueran así de bien, todos estarían contentos, y eso era mucho más de lo que ella había pensado antes de tener felizmente a Sammy de nuevo en su vida. “Me traes suerte, mi vida se ha llenado de proyectos”. Empezaba a tener el control de la galería, Betania, la dueña, confiaba en ella y tardaba en aparecer por allí durante días, y cuando lo hacía, solía ir acompañada de alguno de sus amigos artistas. Durante aquellos primeros días, Glue sintió la necesidad de presentarle a algunos de sus nuevos amigos. Después de pasar la navidad los dos solos y sin sobresaltos, es más, cenando sin apenas brindar y acostándose temprano, ella le descubrió que había planeado celebrar una fiesta en año nuevo y que invitaría a algunos chicos de la galería, y también estaría Betania, por supuesto. Procuró no ser demasiado espontánea en su forma de expresarse, pero no había pensado en la posibilidad de que a él no le agradara la idea, ni si quiera lo había considerado. Le restó importancia al hecho de recuperar aquel sentido alocado de la vida que él conocía de otro tiempo, incluso, de pronto, las arrugas de sus ojos desaparecieron y a Sammy le pareció que se había quitado cinco o diez años de encima. Recordó que quizás, ya con anterioridad, había vivido situaciones similares, y aborrecía que ella intentara poner nervio y pasión en sus vidas, pero las cosas habían cambiado y si quería considerarse un invitado, debía ser así para todo. Decisiones tan elementales como lo que les apetecía comer o si quería que le comprara cervezas para la cena, eran compartidas con tono amable. Glue ponía una gran naturalidad en hacerlo, sobre todo porque sabía que no era un hombre al que le gustara despilfarrar ni aprovecharse de la situación. Pero aquellas fiestas que en otro tiempo se le hacían más llevaderas, resultaban en su nueva situación, un anuncio apenas tolerable, así eran las cosas. Ser el invitado de piedra cuando ella le demostraba tanta dedicación y ternura no resultaba nada fácil, y se llenaba de razones para aceptar ser tan sumiso, lo que no hacía más que exacerbar su imaginación acerca de a dónde iba a parar y cuales eran sus más ocultas pretensiones. 4 La sombra paga mañana Todo estuvo demasiado tranquilo antes del fin de año, pero se notaba la tensión. No hablaban mucho, pero si lo hacían, resultaba forzado. Ella lo había notado, él no estaría cómodo y así sucedió. Intentó bajar la presión de la fiesta orientándola a la música melódica, a algo más refinado que descolocado, al fin y al cabo eran los dos únicos tipos de fiesta que conocía. Poco alcohol (si eso era posible), música baja y mucho de charlas y conocerse. “¿No vamos a bailar?” Preguntó Betania, y Glue le explicó que tenía un vecino un poco protestón y que mejor se iban después a la discoteca. Había pequeños bocadillos de paté y queso, y todo tipo de galletas y bombones, lo necesario para que la noche se hiciera más corta. Durante aquellos primeros momentos, Sammy intentó sentirse distendido, comió algo y bebió cerveza, probó a escuchar a un tipo que le hablaba del poder de los sueños en la vida real, pero en cuanto comprendió que el tema parecía no tener fin, se distrajo mirando a una pareja que habían empezado a besarse como si no hubiera un mañana. Ya no

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escuchaba, los labios de aquel hombre se movían a una velocidad inusitada, pero no escuchaba una palabra de lo que decía. Aquel comportamiento era propio de dos adolescentes, pero el tipo era un artista maduro y la muchacha podía ser su hija, ni siquiera parecía que hubiese terminado sus estudios. De nuevo la diferencia de edad se hacía presente a su alrededor y eso le hizo pensar en Glue, ¿dónde se había metido? Miró a su alrededor con preocupación, incluso se permitió interrumpir al orador para preguntarle si la había visto, y como sólo obtuvo una mirada de interrogación y los hombros encogidos sobre su cuello por toda respuesta, se alejó y dio unos pasos en dirección a la habitación contigua. Allí el humo era denso y todo se reducía a dos parejas que se abrazaban de forma romántica, una de las mujeres era Betania. Intentaba prestar atención a todo lo que sucedía a su alrededor pero la seguía buscando, entonces se dio cuenta de alguien había salido al balcón, era otra pareja, la chica se dio la vuelta y golpeaba el cristal para que le abrieran y la dejaran entrar, estaba tiritando. No se trataba de Glue, dio media vuelta y la vio salir del cuarto de baño, estirándose la falda e intentando no caerse sobre los enormes tacones de sus zapatos nuevos. Ella no solía andar en tacones, por eso Sammy pensó que debía tratarse de una forma de parecerse a aquellos nuevos amigos de la galería de arte, o que en otro tiempo los había usado haciendo equilibrios magníficos e intentaba ser de nuevo, aquella chica que una vez había sido -sin tener en cuenta, claro está, que había engordado diez kilos y tenía diez años más. Porque suele pasar que en nuestra mente seguimos siendo como éramos años atrás y vivimos inconscientes de nuestra edad real, y eso nos da el ánimo necesario para vivir-. A Sammy, mientras la buscaba, no se le ocurrió que ella estuviera esperando el momento para “asaltarlo”. No fue buena idea buscarla y lo entendió en cuanto vio sus ojos brillando como si se hubiese vaciado una botella de bourbon o alguna otra cosa, intentaba mantener el equilibrio y estaba claro que entraba en crisis. Tenía las emociones a flor de piel, levantó los brazos y se arrojó sobre él para intentar bailar como bailan los enamorados. Posiblemente habían bailado así muchas veces antes, ella pegaba su cuerpo sobre el de él intentando introducirse en su pecho, y él la sostenía. Antes de que pudiera darse cuenta, ella había puesto su cabeza sobre su hombro y sollozaba, él la abrazó con más fuerza y la condujo hasta una de las habitaciones donde la echó sobre la cama y la dejó dormir. Tranquilizó a todos y Betania le ayudó a quitarle los zapatos, ponerle una manta por encima y hacer café. Algún tiempo después, la fiesta había decaído tanto que los invitados empezaron a marcharse para recibir el año en la calle, en el centro de la ciudad, con orquesta y confeti. -Es hora de irse. Cuidala mucho -acertó a decir Betania-. Creo que debería quedarse unos días en la cama. Obviamente lo que ha pillado es una gripe. Aquel era el tipo de diagnóstico que se le daba a las chicas cuando parecían deprimidas, nada emocional, por supuesto. Había aspirinas en algún cajón, pero a Sammy no le parecía que necesitara eso para recobrarse. Todo iba encajando, se normalizaba una relación que parecía ir más allá de una simple amistad. Sammy lo iba comprendiendo, no era que huyera de un encuentro fortuito con los fascistas, era que ella disfrutaba teniéndolo en casa, el mito de la jaula de oro. El comportamiento de ella durante aquellos días desde su llegada, las miradas, los besos, la condescendencia, acompañarlo, ayudarlo, al fin, mimarlo era lo que hacía, todo era parte de una obsesión, y él, al fin, lo iba entendiendo. La conocía, no iba a abandonar, siempre conseguía lo que quería, pero, a su favor, estaba el pasado, ya lo habían intentado y no había funcionado. Tal vez algo inestable se movía en su interior, una tormenta de emociones, que, sin embargo, no impedía que lo tratara con respeto. Se lo consultaba todo, y hasta cuando organizó la fiesta de año nuevo, lo hizo pensando en él, para animarlo en aquel inútil cautiverio. La atracción había vuelto y estaba al descubierto. ¿Era la hora de poner las cartas boza arriba? Sammy consideró que eso no ayudaría y evadió, cada vez, dar respuesta a las preguntas más comprometidas. Su respuesta era siempre la misma, “acabo de reiniciar mi vida aquí, necesito tiempo

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para entender lo que quiero”. Algunas noches, después de cenar se sentaban a hacer que veían la tele y charlaban o leían. Ella se empeñaba en contarle cosas de aquellos años perdidos, del tiempo que no estuviera y no lo había podido ver. Habían seguido unidos en cierto modo, se hablaban por teléfono y mantenían el contacto, pero todo había sido sórdido y distante. Ella parecía querer normalizar aquel tiempo de soledad y convencerlo de que no había habido nadie especial, que todas sus actividades habían sido tediosas y sin vida porque lo echaba de menos. Aún no había pasado tanto tiempo desde su vuelta, y todas aquellas historias parecían encaminadas a recuperar el tiempo perdido; Glue estaba obsesionada y él lo notaba, y aunque hacía todo lo posible por controlarse y no agobiarlo, no lo conseguía. No había sexo, pero ella parecía sentirlo tan cerca que lo comprometía. Era extraño, ninguna mujer hacía eso. Ninguna mujer que él hubiese conocido, le había hecho sentir un compromiso sin haber sexo por medio. Un día, ella quiso saber si había tenido alguna mujer en el extranjero, si se había relacionado y empezado algo que deseara retomar en algún momento. Puso tanta atención en esa pregunta y esperó la respuesta con tanta avidez que él se asustó. Lo miraba sin parpadear y se hizo un largo silencio, tal vez porque Sammy no consideraba necesario contarle cosas tan personales. No se trataba de corresponder a su entrega, porque cuando ella expusiera su parte acerca de como había vivido durante su separación, él no le había pedido que lo hiciera, es más, se había sentido incómodo escuchando sus íntimas confesiones. Respondió que no había conocido a nadie especial, pero de cualquier forma, aquellas veladas de sillón y conversación sirvieron para aproximación, después de todo el pasaba muchas horas sin hablar con nadie y, sólo por eso, ya era de agradecer. Todo cambió con el año nuevo y al terminar las fiestas. Pasó una etapa sumido en sus más profundos pensamientos y creyó que la casa se le venía encima, así que empezó a hacer salidas y paseos por la calle, dispuesto a vender cara su vida y golpear a Fachisti donde más le doliera, llegado el caso. ¡Qué cobarde he sido! Pensaba, sin comprender que había sido parte de la manipulación de Glue que lo encerraba en su comodidad. Legaron algunos panfletos publicitarios de un nuevo centro comercial con cafeterías y restaurantes que dejaron en el buzón. Las subió y se encerró en su habitación para analizar el contenido. Lo que lo atrajo de aquella publicidad fue la posibilidad de un trabajo. De hecho se trataba de una monstruosa construcción con tiendas de todo tipo, desde telefonía hasta joyerías. Se decidió a visitar el sitio que iba abriendo locales y otros en construcción esperaban su momento. Allí hacía calorcito y había música agradable, las alfombras del pasillo principal eran nuevas y mullidas, y los cuadros de las paredes tenían una luz que los alumbraba rebajando el valor absoluto de la luz fluorescente del pasillo. Le dejó su solicitud acompañada de un curriculum en todas las tiendas y se amparaba en su experiencia profesional en el extranjero. Sus oportunidades crecían a cada paso porque el lugar era enorme y detrás de cada curva y en cada nuevo piso, aparecían nuevas tiendas y cafeterías. Entre los curiosos y los clientes potenciales, descubrió a otros como él en busca de trabajo. Eran chicos jóvenes y muchas chicas también para las boutiques. En un restaurante italiano le atendió un tipo que respiraba bastante mal y concretó una entrevista para unos días después. En poco tiempo todo el mundo empezaría a conocer que el centro iba a abrir sus puertas y los más lentos en reaccionar, como él mismo, acudirían para encontrar algún puesto entre los restos de puestos aún no cubiertos o aquellos que eran abandonados demasiado pronto. Aún estaba medio dormido una mañana en la que, de forma inconsciente dirigió sus pasos hacia la calle en la que vivía Adelaida, su amiga postal. Tal vez tampoco fue premeditado pasar por allí, justo a la hora en la que ella salía para su trabajo. Era la peor hora del día para un encuentro tan poco fortuito. No le había escrito desde su llegada, no habían tenido contacto, y si ella le había mandado alguna carta debía estar perdida en algún buzón en Alemania, porque no sabía que ya no vivía allí ni conocía su nueva dirección, tan cerca de su casa. La vio pasar después de mucho demorarse, en

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dirección a la parada del autobús del colegio en el que era profesora, cargada de libros, con gafas grandes y negras, con un peinado nuevo -recientemente se había cortado el pelo y se había teñido de rubia-, le pareció que no era tan alta de como la recordaba, pero a pesar de los rasgos más duros de su cara cuadrada, era una chica joven y preciosa. -No puede ser. Tiene que haber una explicación -dijo en un susurro de increible sorpresa cuando Sammy se paró delante de ella. -Cuando yo no estoy seguro de la realidad, tiendo a tocarla. Tócame y verás que soy yo -dijo él. Ella le dio un abrazo, pero intentó ser comedida, eran buenos amigos, pero no habían pasado de esa fase. Habrían podido hacer una montañita con sus cartas, una especie de obra de arte dedicada a los que aún escribían a mano y utilizaban el servicio de correos. Al menos en eso estaban de acuerdo, escribir a mano no estaba pasado de moda. -Pero tú..., ¿no estabas en Berlín? -exclamó sin poder ocultar su excitación después de haberlo tocado y comprobar que era el mismo tipo huesudo de siempre y que los sueños no creaban imágenes tan sólidas. -Claro que estaba allí, pero surgieron algunas complicaciones con la casa de mi madre y creí que era una buena excusa para volver. Tal vez, Sammy estaba a punto de coger un catarro, no se había afeitado, no era demasiado cuidadoso consigo mismo, no se abrigaba lo suficiente, ni temía la lluvia ni pensaba que su calzado no era el adecuado para aquellos días infames. Acaba de surgir de la niebla como un fantasma pero tosía con la fuerza de un humano. Ella pensó que o había dormido en la calle o llevaba horas dando vueltas por la ciudad, y la realidad se acercaba más a la segunda hipótesis. Sammy llevaba mucho tiempo dando vueltas alrededor de la casa de Adelaida esperando el momento de encontrarse con ella. Sammy se había hecho con un teléfono y como Adelaida llevaba prisa quedaron en llamarse. Mantenía en secreto su adquisición y sólo lo encendía para hacer alguna llamada. En los días siguientes, la chica volvió a saber de él. Adelaida le gustaba, lo atraía, pero también se sentía en deuda con Glue y eso lo frenaba todo. Necesitaba repensar su vida y todo lo que lo había llevado hasta allí. A veces tenía la impresión de que las cosas que hacía no eran propias de él y guardarle ese secreto a Glue era tanto como admitir que ella nunca volvería a confiar en él si conociera a Adelaida. Glue empezó a sospechar que algo andaba mal cuando lo encontraba más animado de lo habitual. Esperaba llegar a casa de la galería y responder a sus rabietas, a su desesperación por no salir de casa, y darle todo el consuelo que él necesitara, pero no era así, él estaba cómodo por primera vez en aquella situación, como si se tratara de un puente para nuevos planes y eso la inquietó. Recapitular era un asunto que se le daba bien, pasaba horas pensando en lo que había sido su vida, sus aciertos y sus errores -los errores tenían un apartado especial y obsesivo, cuando uno de sus errores se convertía en un recuerdo recurrente, le reconcomía y se frotaba las manos con ansiedad hasta sacarse la piel-. En su pasado, de nada estaba tan seguro como de esto, lo mejor que le había pasado había sido conocer a Glue, sin embargo, y eso también formaba parte del total, en aquel momento se encontraba tan distraído que no podía decir ni saber, qué era lo que quería ni esperaba para los siguientes años de su vida. El tiempo que trabajara en Berlín había aprendido a cocinar además de poner cafés en la terraza de un hotel, pero sobre todo, aquella pereza infantil de otro tiempo se ha había quitado en París, donde su trabajo se había limitado a lavar platos. Creer que estaba listo para enfrentarse a un nuevo desafío no tenía nada que ver con su necesidad de aprovechar el tiempo, ni con que en diez años ya no tendría la misma energía, pero, tal vez necesitaba probarse que algo había aprendido en su perfil profesional, en su capacidad de trabajar muchas horas sin descansar y ganarse la confianza de sus compañeros y de su jefe, entrar de nuevo en el juego y sentirse de nuevo capaz; eso era después de todo. “He trabajado en la restauración en el extranjero”, eso fue lo primero que dijo en su entrevista de

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trabajo, y justo antes de empezar a echarse lisonjas sobre lo contentos que habían estado sus jefes con él siempre, lo que no era cierto, porque había tenido jefes tan egocéntricos que lo único que había aprendido de ellos era a soterrar la manía que les tenía y que no pudieran notarlo. Era un trabajador agradecido y se puso a prueba un par de semanas sin cobrar más que el desayuno. No sirvió de nada, la tercera semana estaba en la calle. No le contó nada de todo eso a Glue, y como trabajaba a las horas que ella no estaba en casa, se contentó con decirle que había superado sus miedos y que había empezado a salir de casa. Tampoco le contó que le había tirado el la salsa carbonara por encima a un cliente y que le había dejado la camisa echa un asco. Se había tratado de un lamentable accidente, pero le costó el puesto. En aquella ocasión se había empeñado en demostrar que era capaz de llevar cuatro platos a la vez desde la cocina hasta las mesas, utilizando tan sólo sus manos y sus antebrazos. Fue totalmente innecesario porque no había mucha gente esperando y la falta de actividad de los últimos dos meses le hizo perder práctica y tambalearse como un marinero. Por su parte, Glue seguía esforzándose por poner en marcha aquella galería de arte obsoleta. Pronto corrió la voz de que había una nueva dirección, lo que no era verdad, porque la dirección siempre había sido la misma, la de su dueña, Betania. Aquel edificio tenía más de cien años y la galería poco menos, porque ya había pertenecido a su familia cuando ella era una niña. El cambio operado al contratar a Glue no le había supuesto un especial esfuerzo, ni deseaba un vuelco en la situación de ventas o curiosos que se acercaban a ver lo cuadros sólo por dar un paseo. Algunos pensaron que Glue intentaba modernizar la sala, pero que Betania desde el principio le había puesto en calro que no deseaba cambiar el estilo “antiguo” de la misma. “Quiero que mis amigos la sigan reconociendo y se sientan cómodos en ella”, había dicho. A Glue le empezó a quedar claro que nada iba a ser como había imaginado, un par de meses después de tener las llaves y abrir todos los días. La llenó de asombró la cordialidad con la que la trataba Betania a pesar de desechar cada nueva idea que le proponía. ¿Tendría que acostumbrarse a ser un simple florero? La misma semana en la que empezó a sentirse derrotada por cada negativa de Betania a cambiar algunas cosas de sitio, empezó a sospechar que las cosas con Sammy tampoco iban bien. Llegaba un poco antes a casa y en ocasiones él aún no había llegado -ella sabía que empezaba a salir, pero le costaba volver a casa, eso también estaba claro-, y en ocasiones, cuando coincidían para la cena, el se iba inmediatamente para la cama con la excusa de que estaba cansado. Su vida dejó de ser de aquel gratificante tedio del principio y todo la inquietaba, no podía soportar la idea de volver a estar sola. La deprimía saber que la vida era tan inestable, y en el caso de la gente tan vulnerable y solitaria, la vida se convertía en una hija de puta poco fiable, por así decirlo. Aquello la devolvía a la realidad y la hacía sopesar la idea de que Sammy pudiera estar planeando vivir solo, y fue entonces cuando descubrió que estaba buscando trabajo. Se obsesionó con la idea de que aquello empezaba a “desinflarse” y que si él tomaba la decisión de irse, todo se aceleraría y lo haría tan rápido que apenas le daría tiempo parpadear. Al final resultó que Sammy no había sido despedido por derrochar la salsa carbonara sobre un cliente, el propietario italiano expresándose batiendo sus brazos como molinos intentó hacerle comprender que necesitaba a alguien más rápido y menos intelectual. No hacía falta pensar tan to para hacer aquel trabajo, fue la conclusión. Los trabajos en los que no se superan los primeros quince días de prueba le hacían sentir estafado. Diez años antes se aceptaba a cualquiera para ese tipo de empleos, te daban un mandilón y te ponías a trabajar; a veces sin contrato. Pero todo iba cambiando, nadie estaba dispuesto a tener un empleado que no le gustara y con el que sabía que o no iba a congeniar. Sin embargo, Sammy no le quiso replicar, aceptó una pequeña compensación por el tiempo que había durado su nueva aventura y empezó a creer en serio eso que dicen de los italianos, que son incapaces de tomarse nada en serio si hay otros por medio. Imposible entenderlo, sobre todo, porque él no deseaba ser su socio, sólo su empleado. Dado el carácter inconformista anarquista de Sammy, cualquier relación con sus patronos debía ser exquisita, no quería poner como excusa su

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forma política de pensar, o la idea de un mundo más justo, para parecer un descontento protestón de los que en realidad ponían de manifiesto su pereza (o eso es lo que ellos dirían en tal situación). No quería que se le notara lo que pensaba de la falta de empatía de sus superiores cuando hacía falta ayuda extra, o lo que esas actitudes de “trabaja que para eso cobras”, y lo que ese tipo de cosas provocaba en su mente y las alucinaciones y terribles pensamientos que le hacían crear. No, no podía contar nada de todo aquello a Glue, ¿qué necesidad había? Si lo hiciera, todo se complicaría. Aún así, ella notaba que empezaba a perder la inicial influencia de los primeros días. Lo condicionara todo al convencerlo para que siguieran en su estrecha relación, esperando avanzar en ella. Al principio creyó que lo conseguiría, había creído que encontrar el trabajo en la galería era todo un éxito, las fiestas, volver pronto para casa y sentarse a charlas hasta la media noche, todo lo hacía por él y lo orientaba a un tiempo mejor que estaba por llegar. De ese modo, actuando de forma de rígida y calculada, le había limitado su capacidad de decisión por un tiempo, pero no podía saber que él no había dejado de pensar en Adelaida. Sin duda, el juego de Glue no era abierto, pero él tampoco había puesto todo en claro. En aquel punto, no podía culparlo por haber aceptado su hospitalidad, dando por supuesto que él no imaginaba los planes que tenía para ellos. Por más que intentara poner en evidencia lo que le importaba y hacerlo leer entre lineas, él seguía con la cabeza en otra parte, y eso sí que era cada día que pasaba, un poco más evidente. En todo caso, la conciencia de los dos parecía haber quedado a resguardo, no tanto los sentimientos. Glue estaba tan convencida de que había otra persona que cayó enferma. Tal vez no se trató más que de una simple gripe, pero la tumbó con fiebres altas y depresión. Durante aquel tiempo, Sammy se dedicó a cuidarla y olvidó a Adelaida hasta el punto de perder su número de teléfono. Fue una buena ocasión para reencontrarse y hablar de como iba pasando todo y como habían llegado hasta allí, según Glue “con su amistad indestructible”, y dicho en esos términos no parecía del agrado de Sammy. No parecía fácil que volvieran a ser pareja algún día. Él no recordaba haberla deseado desde que empezara a trabajar en la galería de arte, y creía que era debido a que al no verla pasear por la casa en ropa íntima se le hacía todo un poco más fácil. Incluso el mero hecho de salir temprano de casa, mientras él aún dormía, y no cruzarse con ella a primera hora oliendo a perfume y sin sujetador, había adormecido la atención y tensión de los primeros días. Ya no se lo diría, pero no hacía tanto, ver su ropa interior sobre la cama le causaba una gran turbación. No podría hacer que ella comprendiese que quería iniciar algo con Adelaida, a pesar de todo ese deseo reprimido sobre su persona. Y si ella lo hubiese sabido, si hubiera notado todo esa atracción adolescente, la habría llenado de orgullo, y se habría sentido poderosa, a pesar de todo. Pero eso había sido al principio y todo había cambiado.

5 El truco de los especialistas Cuando la gripe remitió y Glue volvió al trabajo, Sammy empezó desear de nuevo ver a Adelaida. La influencia de Glue no podía hacerle olvidar aquella imagen inocente con los libros en la mano, la profesora dispuesta a un nuevo día de clase totalmente entregada a su vocación. No estaba seguro de merecerla, era como una figura religiosa en su pedestal que lo hacía sentirse sucio y atrevido por sus pensamientos. De este modo, analizando sus posibilidades, lo poco que se conocía y cualquier

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relación pasada que pudiera vincularlos, procurando no ser demasiado exigente consigo mismo, llegaba una y otro vez a pensar que ella lo miraba con afecto piadoso, pero que tendría otros planes. No sólo se trataba de parecer ocurrente, de creer que podía impresionarla en un rito verbal lo más parecido a la danza animal de algunas aves en periodo de celo, si de eso dependiera, estaba seguro de podría hacer algunas piruetas más o menos fantásticas para atraer su atención. Pero no, en aquel caso, sabía que la inteligencia debía trascender y que ella acabaría aceptando a algún colega profesor al que le hacía ojitos y le hablaba directamente de los planes y proyectos en común, que le ofrecería seguridad y le adornaría la idea de una vida familiar alcanzable. Frente a eso, sus artificios de masculinidad quedaban muy relegados. Sin duda, Glue hubiese intentado interferir de algún modo poco discreto si hubiese sabido que él se disponía para un nuevo encuentro frente a la casa de Adelaida. No deseaba perjudicarlo, pero para ella había tanto en juego, que hubiera intentado encerrarlo en casa, y si no lo conseguía, lo hubiese seguido y se hubiese interpuesto entre ellos pidiéndole que se la presentara para poder juzgar por si misma la naturaleza de aquello a lo que se enfrentaba, para que él pudiese tener una noción real de su traición (si es que había traición en ello), y sobre todo, intentar hacer recapacitar a su rival y hacerla consciente de que estaba rompiéndole el corazón a otra persona. Lo de romperle el corazón a una tercera persona, puede suceder cuando una chica se dedica a jugar con un hombre al que en realidad no quiere para si. En esos casos, se rompen relaciones, se provocan peleas o se elevan depresiones que de otro modo se hubieran evitado. Pero es tan fácil para una chica guapa jugar con el hombre de otra mujer. Y Glue estaba siendo muy posesiva, porque Sammy no le era nada, nada absolutamente. Ella lo hacía suyo, pero lo cierto en ese caso había sido que él había dejado claro que lo pasado se había quedado en el pasado y que su amistad no debía confundirse con otra cosa. Un día volvía a esperar a Adelaida frente a su casa y desde entonces, la vio en varias ocasiones, tenía de nuevo su número de teléfono, que esta vez memorizó. Comprendió entonces que su separación no se debía a motivos de necesidad, si no a que sobre el amor, cuando uno cree que todo es de una manera, o al menos que puede llegar a ser como piensa, mientras no haya cama, no hay nada decidido, y aún así, a veces dura poco. Como una revelación, vio en el futuro, se vio a si mismo y Adelaida no estaba. No fue un buen día, estaba deprimida, cansado y algo decepcionado porque nada avanzaba y pasaban los meses. Desde su vuelta, nada se había movido, seguía en el punto de partida. Ni siquiera veía a su madre con frecuencia, y en las fiestas navideñas, tan sólo la había visitado un par de veces y eso porque Glue le había pedido que lo hiciera. Dentro de él empezaba a sonar un aviso que lo alarmaba y le decía, ponte en marcha, no está haciendo nada para solucionar tu vida, el amor no es tan importante. Lo entendía perfectamente, pero no podía eludir la llamada interior que lo hacía desear pasar un rato cada tarde con Adelaida. Pero si Adelaida aceptaba aquel juego inocente, en realidad no era que pensara en él de una forma tan comprometida, y se lo empezaba a notar. Se trataba de una forma de piedad, o si se prefiere, una malentendida amabilidad. Lo notaba, sabía que no tenía ninguna posibilidad con ella, y aún así la seguía llamando, poniendo a prueba su paciencia. Una de esas tardes, en un café del centro, después de que Adelaida terminara sus clases, hablaban de la posibilidad de un cambio de gobierno, porque los recortes a los funcionarios empezaban a ser muy duros. Era una conversación muy normal entre dos amigos, la cafetería estaba llena y habían conseguido una mesa retirada. La gente entraba y salía apretándose los unos con los otros, sacándose los abrigos y guardando sus paraguas, cuando en medio de aquella masa viva de hombros y cabezas, Sammy reconoció los ojos de Soyoku que lo tenían calvado con expresión torva, frotando la cara sobe una sonrisa maliciosa y guiñándole un ojo al cruzarse sus miradas. Sólo hubiese tenido que dar unos pasos para plantarse delante de él y saludarlo, pero no lo hizo, dio media vuelta y saliendo, dejando a Sammy lleno de dudas y con un mal presentimiento, ¿habría salido disparado a contarle a Glue lo que acababa de ver? A pesar de no tener muy buena opinión de él, estaba tan a

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gusto interrogando a Adelaida sobre su futuro, que permitió que una forma de bondad se adhiriera a él interviniendo entre aquellos malos pensamientos y nuevamente se distrajo totalmente sumergido en su conversación. Totalmente libre de aquellas malas ideas, su conversación se alargó más de lo previsto y cuando volvió a casa, era ya muy tarde. Debido a que ya no albergaba esperanza alguna de llegar a nada serio con Adelaida, tampoco podía sentir, como antes lo había sentido, que estaba (aún sin desearlo ni entenderlo) traicionando a Glue. No le costo mucho, a través de las ideas que Adelaida sacaba en sus conversaciones, hacerse una idea del tipo de hombre que le gustaba y que quería para construir su vida futura, esa vida futura tan burguesa y estable que deseaba. Al volver a la casa de Glue, vio la luz en la ventana y comprendió que ella ya estaba en casa. Le parecía que era una de sus aspiraciones en el pasado, llegar a casa y no encontrarla vacía, con señales de vida desde la calle. Ese era el motivo por el que a veces se distraía viendo chimeneas echando humo, la ropa a orear en primavera, o las luces de las ventanas exhibiendo las escenas del interior en plena noche. Glue le dijo que Soyoku lo había llamado y que quería verlo; no añadió nada más. Se volvió hacia ella para decirle que lo llamaría y observar su expresión; su rostro no se movió. Era un poco extraño y no quiso que lo pareciera, sólo observó que posiblemente quería charlar, pero que no hablarían de ella a sus espaldas. “¡A saber lo que te diría de mi!” Dijo Glue. Después, le recordó que iban a abrir un centro comercial y que era una buena ocasión para dejarles los curriculums, a lo que él le contestó que ya lo había hecho. Intentó predecirle el futuro, cuando afirmó que era un hombre con suerte y que no tendría problemas, y que no necesitaría volver a salir al extranjero. Un minuto después, él quiso contarle sobre su peripecia en él restaurante Italiano. Ignoraba de donde había salido semejante idea, y tuvo que morderse la lengua para no llegar a aquel grado de sinceridad que lo que pondría de manifiesto era, que lo había estado ocultando durante semanas. Ni siquiera mencionó que había pasado tiempo suficiente desde que enviara los curriculums que ya no contaba con que le respondieran, al menos esa vez y en aquel lugar. A pesar de todo lo que habían pasado juntos, de lo mucho que se apreciaban y de que no había expectativa real de que Sammy pudiese renunciar a su ayuda, una grite de silencio empezaba a abrirse entre ellos, y a manifestarse en sus conversaciones. No podía ser de otra manera, estaban en esa fase de que o daban el paso siguiente o sus conversaciones se enquistarían en lo que no debía ser dicho, no porque Sammy no tuviera la imaginación necesaria para poder manejarse entre temas superficiales con absoluta apariencia de normalidad, sino porque en su situación esas conversaciones se iban a prolongar tanto en el tiempo que se le haría insufrible su propio proceder. Un aburrimiento inquietante empezaba a invadirlo cuando se levantó y se aflojó el pantalón para empezar el ritual de irse para la cama. El proceder dentro de la normalidad lo dejaba al borde de la rutina del sueño sin un gramo de remordimiento por su insinceridad, si bien, eso debemos reconocérselo, había empezado a pensar que estaba llegado el momento de aclarar algunas cosas con Glue, aunque sabía que eso podía partirle el corazón. -Soyoku no me parece tan mal tipo después de todo -dijo Sammy-. Te tiene en un pedestal. No sé que fuerza tienes para retener a los hombres de tus vidas pasadas, en tu vida presente. -No es eso. Hubo algún amor de juventud que salió huyendo. -¿Sabes Glue? Nunca podré agradecerte lo suficiente todo lo que haces por mi. A veces presiento que no estoy siendo justo contigo. -No te entiendo. Somos amigos. De alguna forma, estamos muy unidos y confío en ti. -A eso me refiero. Me siento desbordado al no poder corresponder como tu esperas. Todo lo que haces por mi me excede. -Olvidalo, ya hemos hablado de esto antes. No te he pedido nada. Posiblemente se me nota que aún siento algo por lo nuestro, pero el amor no se mendiga -respondió ella cogiéndose el brazo derecho con la mano izquierda, tan fuerte que casi se hace daño. -¿Por qué no puedes aceptar que me sienta en deuda contigo?

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-Tu pones mucho en la vida de esta vieja solitaria, ¿y aún quieres sentirte agradecido? Lo tuyo no tiene perdón. Sammy la miró fijamente y durante un momento la recordó como había sido en sus mejores tiempos, exuberante, espontanea, decidida, capaz de atraerlo con su voz con sólo pedírselo. Y como si no viniese a cuento le dijo que había sido una gran amante, que no había sentido a ninguna mujer como a ella, y sonó como un final. Habría prescindido de todo contacto físico, pero ella se levantó y lo besó antes de irse a la cama. “Cariño, no hace falta que te sientas en deuda, esto lo hago por mi. Me voy a dormir”. Y sin más desapareció tras la puerta de su habitación, dejándola entornada para que él pudiera ver como se desnudaba. Sammy se encontraba débil, capaz de coger todas las gripes y todos los catarros. Se fatigaba al subir escaleras y sus músculos se habían vuelto fláccidos y sin el nervio necesario para una vida activa. Lo achacaba a sus situación, a la necesidad de comer poco para no seguir cogiendo peso, a la falta de ejercicio y, sobre todo, a la ausencia de los beneficios para la salud de un trabajo que lo mantuviera ocupado. Se recuperó levemente cuando decidió hacer ejercicios físicos cada día al levantarse, y se tumbaba boca abajo levantando su cuerpo apoyado en la punta de los pies, tan sólo con sus brazos, una y otra vez, hasta que ya no podía y caía derrumbado sobre la alfombra. Después salía a caminar con paso decidido y sólo dejaba de hacerlo si la lluvia era intensa, o si en la televisión anunciaban algún temporal del profundo invierno en el enero que estaba a punto de finalizar. Eso fue antes de que renunciara a dejar de ver a Adelaida, y justo después de su conversación con Soyoku, porque fue Soyoku con sus simpleza y exposición directa de lo que estaba bien y lo que no, lo que le hizo comprender que aunque él tuviera derecho a aspirar a tener su propia vida, si eso le iba a causar dolor a Glue, tendría que ser cuidadoso o renunciar definitivamente. -Glue es una mujer que va de frente, no debes esperar nada malo de ella, ni aunque tu le falles primero. Ella anda muy alborotada por tu amor -dijo Soyoku mientras se tomaba una cerveza de las grandes. -He hablado con ella y le he dicho que lo que nos une no es tan sentimental como en el pasado -respondió Sammy que nunca habría sospechado que tendría que darle explicaciones sino lo contrario, después de todo, el ser inestable era Soyoku no él. -Tal vez en otro tiempo ella pensó que separarse de ti era lo mejor, pero eso fue un error, y te lo digo yo, que nunca dejé de albergar la idea de reconciliarme con ella. Pero soy un perro sin hogar en el que nadie confía, lo sé. Me llamó cuando te fuiste para que la ayudara a organizarse, había cosas de las que quería deshacerse y cuando una separación le causa tanto dolor como le causó la tuya, se refugia en la limpieza. Pero después de aquel primer momento, seguía obsesionada, no dejaba de pensar en ti y me resultó muy chocante ver como te echaba de menos. La vida le había quitado lo que más quería y yo sólo era un hombro sobre el que dejar su angustia en forma de lágrimas. Cuando volviste, creí que eso había acabado, pero no, y te lo digo porque ella nunca te lo contaría. Es una persona sensible. -Yo también soy una persona sensible, pero sé que mostrando esa parte de mi, genero rechazos. Somos iguales, ya me había dado cuenta. -Escucha, yo soy el menos indicado para pedirle a nadie fidelidades y honestidades, no pega conmigo, pero me preocupa que la hagan sufrir, ya ha pasado lo suyo. En el caso de Glue y Sammy, se podría aplicar la frase atribuida a Lennon, “la vida es lo que sucede mientras haces otros planes”. En ambos casos la espera se convertía en una forma de estar y, aunque los dos intentaban moverse para salir de su situación, ella para consolidar su relación su relación y él buscando un trabajo que le permitiera ser independiente, lo cierto era que no se empleaban a fondo. De algún modo disfrutaban de la languidez de esperar un momento mejor. Hay que tener una naturaleza especial para no sentir la presión de la vida y rechazar las prisas del último momento. Tal vez esperar mientras haces otros planes sea la vida, y eso entroncaba con el acecho.

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La naturaleza se comporta de ese modo para la supervivencia, acechan a sus víctimas pero también a sus parejas. Vendría a ser algo así como esperar por instinto, y a Glue no le quedaba más solución que esperar que Sammy comprendiera las bondades de su ofrecimiento y terminara por ceder, sin apenas darse cuenta de su presencia, si presión, imperceptiblemente observando sus movimientos y deseándolo como sólo ella lo sabía hacer. Que poco edificante era sentir como despreciaba todo lo que le ofrecía y seguir intentándolo, sin orgullo, pero deseando cada minuto perder tanta falsa humildad. Sobre todo para una mujer que nunca había sentido la tentación de creer en ningún dios, y venerar como lo hacía a un ser humano, era más de lo que nunca había creído que podía llegar a hacer. A pesar de todo, de avergonzarse e intentar olvidarlo un minuto después, se conducía en una situación de espera placentera, eso era. Cada día que ganaba era un triunfo, y todo parecía apuntar a que perdería su presa, pero seguía intentándolo, con paciencia de cazador. Nunca se sabe como acabará un lance como el que había construido, sin prisa, volviéndose lenta y cuidadosa, sin asustar a su presa. Nada podía pedirle, ni ir contra sus deseos, no había exigencias, sólo cabía esperar y vivir mientras lo hacía. Soyoku parecía necesitar hablar. Había concertado la cita porque al verlo con otra mujer en la cafetería, temía que pudiera hacerle daño a Glue, eso estaba claro. Sin embargo, en el transcurso de su conversación, encontró que era él, el que más necesitaba un poco de apoyo. Entonces le contó a Sammy algo que no había entrado en sus planes. Se quitó la chaqueta y la acomodó en el respaldo de su silla, lo que descubría al hombre menudo que era y sus hombros le parecieron a Sammy, más estrechos de lo que había pensado. -Yo fui criado de una forma muy convencional -comenzó-. Mi familia me dio todo lo que necesité, a pesar de que cuando dejé mis estudios, a los veinte, su situación económica había empeorado. Eso no fue fácil para mis padres y pactaron un matrimonio muy conveniente con la hija de una vecina que tenía una gran fortuna. Lo único que yo tenía que hacer era esperar porque la niña tenia doce años y la boda no se celebraría hasta su mayoría de edad. Te cuento esto porque creo que tiene que ver con tu relación con Glue, en cierto modo vosotros habéis pactado seguir juntos esperando un momento mejor -obviamente Yerri Soyoku se empeñaba en seguir pensando que la relación entre ellos era sentimental, pero Sammy no dijo nada y lo dejó continuar-. A aquella edad, yo era muy inquieto y no me gustaban los planes que mis padres tenían para mi. No fui capaz de esperar y lo eché todo a perder. Las deudas se comieron el dinero que mis padres tenían ahorrado y tuvieron que hacer auténticas “piruetas”, para salir adelante. Después llegaron algunos problemas de salud que prefiero no recordar, y todo empeoró. A nadie le gustan las esperas, pero no cometas el mismo error. Si sabes esperar iras entendiendo y haciendo tu vida, alrededor de ti irá tomando forma. Se miraban sin saber que decir. Habría prescindido de aquella parte de su encuentro si hubiese podido, pero ya que estaba allí, se sintió obligado a escucharlo con atención. Pero aunque no hubiese sido así, estaba seguro de que Soyoku, al que ya creía conocer desde hacía un siglo, se las hubiese ingeniado para atrapar su atención. Tal vez su historia no fuera cierta, pero tenía ese efecto que causan las historias verdaderas, nos cogen por sorpresa, nos afectan la psique y ya sólo podemos encajarlas sin saber que responder. Sammy suspiró y se quedó en silencio. Se trataba de una conversación de bar, nada tan trascendente. No cabía esperar que las cosas tomaran un tinte tan profundo, porque ni siquiera con Glue las cosas le parecían tan graves, pero se daba cuenta que no había otro tema en su vida más importante, ni nada que lo ocupara si no tenía que ver con ella. Había creído que podría hacer que las cosas no fueran así al frecuentar a Adelaida, pero había fracasado también en eso al crearse falsas esperanzas.

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6 Un largo encuentro Cada día desde el principio de diciembre, Fachisti hizo guardia en su ventana más grande, la que daba a la casa de la señora Ruhe. Organizaba veladas de radio clásica sin separarse de los visillos, merendaba viendo a la calle usaba unos prismáticos de última generación capaces de ver una sombra moverse en la noche. Había descubierto que la vecina de al lado se daba el lote cada noche en el portal, que los empleados de la limpieza fumaban mientras recogían las bolsas de residuos orgánicos y que las puestas de sol de diciembre en los mejores días eran de un rojo intenso e ininterrumpido. Muchos de sus amigos habían notado un cambio en él, ya no tenía la desesperada necesidad de llevar la razón cuando alguien entraba en discusión sobre los verdaderos motivos del ejército alemán al entrar en Polonia. En otras discusiones, no hacía tanto tiempo, era capaz de llagar a situaciones violentas sólo porque alguien llegara a afirmar que los polacos no se habían merecido aquel trato tan inhumano. Con un aplomo desacostumbrado empezó a recortar sus salidas al bar, y a llenarse de paciencia para pasar las horas en casa intentando descubrir al hijo de la señora Ruhe. “Él tendrá que volver a visitar a su madre, y yo estaré despierto para verlo”, se decía fumando sin consuelo y tomándose una taza de café tras otra para mantenerse en pie pegado a la ventana cada noche. Los coches relucían entre las líneas blancas de la avenida y las calles mojadas empezaban a arrastras las hojas muertas de los árboles. El invierno avanzaba, nadie podía hacer nada por evitarlo, si Sammy volvía a casa de su madre, tal y como su principal enemigo había señalado, él lo tendría entre sus manos y esa vez no lo dejaría escapar. Para celebrar que por fin las fiestas navideñas habían terminado y aquel derroche de aparente felicidad que tanto le molestaba, ya no se manifestaba en las calles, Fachisti empezó a beber más de lo acostumbrado y las botellas vacías de ginebra estaban por toda la habitación. En cierto modo, aquella conducta lo devolvía a sus años de adolescencia en el servicio militar, dando vivas a la bandera completamente borracho. Aquella había sido una época en la que apenas había tenido que sufrir la presencia de los revolucionarios comunistas como el hijo de la señora Ruhe. Creía firmemente en su valores, en la patria, la religión y la protección de la propiedad privada -daba igual la forma en la que la gente se hacía millonaria, la riqueza del país estaba en esos hombres que defendían el Estado Patriótico con sus fortunas-. Era poco probable que la gente normal, las familias normales en su actividad cotidiana pudieran entender sus inquietudes y que fuera capaz de sentirse tan violento y enfurecido contra aquellas personas que lo querían cambiar todo. Él había sido elegido por Dios para hacer respetar la historia y su legado de justicia militar. Era un caballero, un hombre de honor (se decía para justificar venganzas), y a su manera, casi un monje guerrero defendiendo tierra santa. Los ojos se le inyectaban en sangre cuando pensaba en esas cosas, y acechaba la llegada de Sammy convencido de que su cacería tendría éxito al final. La espera formaba parte de su naturaleza. Para mitigar el efecto de una vejez solitaria, la señora Ruhe se movía mucho en busca del calor humano, paseaba con frecuencia por los lugares en los que sabía que encontraría viejas amigas con las que saludas y con las que se paraba a hablar en plena calle, iba a a iglesia, al mercado y a la biblioteca en la que leía el periódico y por la tarde salía a tomar café a la hora de menos afluencia, justo después de comer. Aquellas idas y venidas estaban perfectamente registradas en la memoria de Fachisti. El lugar en el que Ruhe había vivido toda su vida estaba lleno de caras conocidas y otras que se echaban de menos, unas con las que había tenido más trato e incluso afecto, y otras, con las

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que se había cruzado durante años y que no significaban gran casa y a las que resolvía con un escueto movimiento de cabeza; Fachisti ni siquiera pertenecía a este último tipo de vecinos poco deseables. En toda su vida apenas había reparado en él, y no porque no lo tuviera delante. Lo había padecido como una presencia no deseada tratando de ignorarlo, salvo que estuviera en misa hablando con el cura, situación en la que le era imperativo “perdonar las ofensas”, no porque lo hiciera de corazón sino porque era lo que se esperaba de una buena cristiana. Sin embargo, en cuanto volvían a cruzarse en la calle, en el exterior de sus casas, o en los aledaños de parques y jardines, volvía a adoptar aquella postura tan digna y superior con la que le hacía entender que no deseaba dirigirse a él de ningún modo, ni que, por supuesto, el fuera tan descarado de hacerlo. Pasaban uno al lado del otro como dos perfectos desconocidos y eso ya entraba dentro de la más absoluta normalidad. Tal vez, la señora Ruhe y Fachisti, se parecían más de lo que pudieran imaginar, porque los dos tenían un concepto de la dignidad que los paralizaba. Cuando Sammy le había hablado a Glue de Fachisti para explicar aquel episodio de persecuciones frente a la casa de su madres, y después, por la ciudad y en la iglesia, le había dicho una frase que lo resumía, “a Facusiti, como mínimo hay que reconocerle su coherencia, no cambia con facilidad sus principios, sigue siendo el mismo hijo de puta asesino nacionalista de siempre”. Era muy probable que Sammy visitara a su madre después de las fiestas navideñas y Enero estaba a punto de terminar cuando le dijo a Glue que iría a verla. Ella había estado insitiendo y le dijo que si quería podría acompañarlo al salir de la galería de arte, pero que ya sería de noche. Él estuvo de acuerdo, pero no le dijo que pasaría por allí por sorpresa y la esperaría en la puerta. La galería de arte era un lugar basta grande y bien iluminado, al menos en su fachada, pero hacía frío así que extremó su puntualidad para no tener que esperar demasiado. Era normal que Glue saliera hablando con alguno de sus compañeros de trabajo, y lo hizo cogida del brazo de un tipo que reconoció de la fiesta en su casa. Ella lo besó en la mejilla cuando se despidió y eso lo turbó, aunque podía no significar nada más que una expresión de amistad. Llamaron a la señora Ruhe para avisar de que iban a visitarla y se pusieron en marcha echando columnas de humo cada vez que hablaban. Los dos parecían animados, y él ya no sentía aquel bloqueo psicológico tan parecido al miedo, cuando salía a la calle. Todo iba cambiando para bien, o al menos eso le pareció, a pesar de una nueva sospecha que, sin ser de gran relevancia, parecía inquietarlo. Se trataba de que la insistencia de Glue, intentando animarlo para que visitara a su madre, le hacía pensar que las dos estaban de algún modo conectadas a sus espaldas. Ruhe nunca había sido una madre afectuosa, lo que para un niño era una carencia y condicionaba su personalidad hasta hacerlo resentido por no poder tener lo que otros tenía; demostraciones de cariño. Ella siempre tuvo suficiente con la iglesia y sus rezos, y él se había ido distanciando sin remedio. Estaba oscuro y caía una leve lluvia, era apenas imperceptible pero se pusieron las capuchas de sus anoraks. Así, embutidos en su ropa, Fachisti sólo lo pudo reconocer por su forma de andar. Todo concernía a la actitud, que Sammy fuera un tipo liberado de viejas ataduras y represiones, a Fachisti lo encendía, lo provocaba, lo hacía sentir la necesidad de golpearlo para que entendiera que era un pobre hombre y que estaba siendo observado por otros hombres superiores. Aquel paseo por el barrio de su infancia le trajo a Sammy viejos recuerdos, carreras y travesuras con sus amigos, todos sentados sentados encima de un coche caro a la espera de que llegara su propietario para salir corriendo. Mientras pensaba en su infancia y se recreaba en las sensaciones de mojar los zapatos en los charcos de la acera, advirtió a lo lejos, que la luz del salón de la casa de su madre estaba encendida. Se sentía cubierto de la misma valentía infantil que lo llevara tantas veces a correr a través del campo de Fachisti perseguido por su perro. No podía dejar de apreciar a aquel muchacho vibrante que había sido y en cierto modo le impresionaba haberse dejado llevar por el vértigo hasta arriesgar la vida en más de una ocasión. “No sé como sobreviví a mi infancia. Hacía cosas impropias de los jóvenes. Me arriesgaba a caminar sobre los pasamanos de los puentes porque los otros lo

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hacían y nos parecía divertido”, le dijo a Glue ya cerca de la casa. Quisieron bordear la valla para no pisar el césped y terminar de mojar los zapatos. Hicieron ruido al arrastrar la puerta chirriante de la cancilla, y el perro de Fachisti -a éste no lo conocía, era de una raza de cabeza y patas grandes con ojos desorbitados- empezó a ladrar como si le fuera la vida en ello. Por su naturaleza, claramente se apreciaba que aquel animal no estaba allí para ser acariciado por los vecinos, le comería la cara o el cuello a cualquiera que se atreviera a pasar el límite de banderas de su dueño. Dispuesto a no dejarse intimidar, Sammy lo insultó. -¡Deja de ladrar hijo de puta! -le gritó. Después miró a lo alto, hacia la ventana y observó que se movía el visillo. Fachisti estaba al otro lado, analizando cada movimiento. Llamaron a la puerta -Sammy tenía llave pero no la usaron-, Ruhe abrió y entraron. La calle quedó cubierta de una penumbra fácil, apenas unas sombras anunciaban una débil luz en la farola de la parada del autobús. Todo estaba tranquilo. La madre de Sammy no era especialmente habladora, pero siempre había intentado que su hijo fuera por el buen camino, y por eso se empeñaba en darle consejos en ese sentido. Él no tenía un recuerdo demasiado preciso de como había sido su educación y de qué forma ella lo había ido moldeando con esos pequeños pero concienzudos consejos. Había una forma enérgica de darlos que había servido en el pasado para reprenderlo por las travesuras, pero eso ya no era posible porque él se resistía a visitar a una madre que lo castigaba con sus irónicos y resentidos comentarios. De tal modo, consciente de esa realidad, se medía mucho para no molestar a un hijo adulto que no guardaba buenos recuerdos de sus castigos de infancia. Ruhe pensaba en eso y en como habían cambiado también el resto de las cosas sobre las que tenía alguna autoridad en su vida. Mientras tomaba un té con un poquito de anís, se estiraba el vestido que le apretaba en la cintura cuando sonó el timbre y se dispuso a abrir. No era tan mayor como muchos pensaban por su aspecto, pero lo cierto era que cuando se levantaba de una silla hacía un sonido, como un suspiro forzado, que la ponía en marcha. La reunión familiar transcurrió conforme a lo esperado, Ruhe había pagado sus deudas y Su hermana, Karina, la visitaba con cierta frecuencia lo que había supuesto una nota agradable de afectuoso color en su vida. La gente como ella no solía tener visitas, no le gustaba, pero tampoco hacía vida social ni tenía muchas amigas, incluso, visto desde el punto de vista de Sammy, aquello era así porque no le importaba y no tenía ningún interés en cambiar esa forma de vivir. Envejecer es la clase de cosas que resulta de una larga experiencia de encuentros y desencuentros, de aprendizajes y decepciones, y que por lo tanto, se hace conforme a la idea que cada uno tiene de lo que quiere y cree que es mejor para sus costumbres más arraigadas. Se trataba pues de una mujer con una vida tan normalizada y programada que apenas se podía decir que nada escapara a su control, su conversación era nñitida y acerca de las cuatro cosas que le importaban, la subida del precio de los alimentos, los concursos televisivos y la religión como único sustento moral de la civilización europea. Por todo ello, Glue llegó a la conclusión de que era una persona triste, y procuraba no forzarla hablando sólo si tenía algo que decir que viniera al caso, de lo contrario guardaba un silencio que acompañaba con una mirada curiosa que la hacía parecer atenta a lo que Ruhe tuviera que decir. Sammy recordaba que en sus visitas siempre fumaba más que lo de costumbre, más que lo habitual y que en tal caso, un paquete no le duraba todo el día. Lo que explicaba esa forma de proceder era la ansiedad que le producía la conversación con Ruhe, si bien parecía haber bajado sus complicadas exigencias y comentarios que no llevaban a ningún sitio aunque lo pretendieran. Cuando el momento de la reunión llegaba a un estado muerto exterior, y a una terrible irritabilidad dentro de la cabeza y la presión sanguínea de Sammy, entonces intentaba salir y volver a casa sin dejar que su malestar se desbordara. Era entonces cuando cundo comprobaba que había fumado más de la cuenta y volvía a guardar el paquete en el bolsillo de su chaqueta sin sacar ningún pitillo. Intentaba evocar los mejores momentos de su infancia sin conseguirlo, y de aquellas tarde de té de su madre con sus amigas del

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coro de la iglesia, ya sólo recordaba sus desaires cuando le volvía la espalda, y le sonreían con una hipocresía difícil de encajar en su propia casa. Era entonces incapaz de restablecer el sosiego, después de dar rienda suelta a su ira contra la almohada de su habitación. Pero en aquellos tiempos aún no fumaba, entonces Ruhe no se lo permitía y mucho menos que otros fumaran dentro de la casa. Habían sido momentos difíciles y no podía controlar sus manos nerviosas, si intentaba hacer algo tan simple como pasar las hojas de sus tebeos. Por fortuna, y tal vez por no poner impedimentos a sus visitas, cuando llegaba le ponía un cenicero que guardaba en un cajón, y cuando se iba, lo lavaba inmediatamente y lo volvía a guardar porque esa visión, la mera presencia de aquel objeto de porcelana cóncava, le resultaba molesto a la vista. Después de una media hora de charloteo incesante y planes que no tenían intención de cumplir, empezaron a moverse en el sillón y a mirar su reloj. -El mes que viene podemos ir de compras -dijo Glue, y añadió-. Conozco un sitio donde ponen el mejor chocolate con churros de la ciudad, podemos pasear y ver que ponen en el cine. Sammy se había levantado y miraba por la ventana; en la calle todo estaba tranquilo y oscuro como era propio de un mes de enero en el que oscurecía tan temprano. Desde allí podía oír a Glue que intentaba animar a su madre, pero no lo conseguiría, el carácter triste de Ruhe era lo que más apreciaba de su vida. Sammy alcanzó a oír un coche que se acercaba y le pareció ver las luces de posición, pero se movía tan lentamente que apenas pudo precisar el lugar en el que se detuvo antes de quedar todo de nuevo envuelto en una quietud desoladora. -Hace un poco de frío aquí -interrumpió Sammy a las dos mujeres, y dirigiéndose a su madre con una mirada anodina-, deberías poner un poco la calefacción, ya no te vas a arruinar por eso. Entonces oyeron ladrar al perro de Fachisti, aunque sólo Ruhe era capaz de reconocer aquellos ladridos que la molestaban con frecuencia. Estuvo a punto de decir algo impropio, algo como que un día le pondría veneno en una salchicha y cantas pascuas, pero no lo hizo porque era un pensamiento que le venía con frecuencia y la alarmaba pensar así porque ella nunca se comportaría de forma semejante. Sammy le dijo a su madre que había estado buscando trabajo, entonces ello le prestó atención y lo miró interesada. “No encuentro nada que valga la pena. Hay mucha gente ofreciendo trabajos mal pagados o por horas”. Aquello la alegró porque significaba que no tenía pensado volver a trabajar al extranjero y podría verlo de vez en cuando. Sabía que él podría encontrar algo que le atrajese, pero que no quería molestarse demasiado porque se había situado en una vida cómodo al lado de Glue. En aquella visita programada, Sammy se acercó para ver la biblioteca de su madre. Siempre le habían gustado las historias de amor y pasiones románticas, lecturas piadosas, por supuesto la biblia, además de las interpreteciones religiosas y filosóficas sobre la existencia de Dios. Tenía un libro sobre la estantería de la biblioteca, “A la busca de amores paganos”, conocía aquel libro, era un libro subido de tono, con escenas eróticas fuertes y explícitas, no quiso tocarlo pero no imaginaba que Ruhe leyera cosas tan atrevidas. Entonces tomó una idea del fondo de sus recuerdos, una idea que le había rondado cuando de adolescente se decía que los curas tocaban a los chicos, y cuando las amigas de su madre lo sentaban en su regazo. Aquella idea tenía que ver con la relación entre las vidas tan encerradas de los piadosos católicos y su sexo desbocado. Era como si aceptaran los pequeños pecados, es decir no a las drogas pero sí al alcohol -algunos pueblos de los más católicos vivían en una embriaguez permanente-, y del mismo modo se mostraban muy en contra del sexo sin matrimonio o fuera del mandato de la iglesia, pero con discreción todo les estaba permitido si eran creyentes practicantes. La válvula de escape de tocamientos y otros secretos inconfesables, parecía un pecado apropiado para ellos. Ese tipo de reflexión le resultó incómoda y le dijo a Glue que era hora de irse o se les haría muy tarde para volver a casa, de noche y con aquel frío del demonio. El hecho de que Ruhe quisiera que Sammy la visitara con más frecuencia no parecía influir en los planes de la pareja. Las excusas no eran necesarias, con un “se hará lo que se pueda”, Sammy daba

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por terminada la cuestión. Tendría que soportar en privado las advertencia de Glue sobre la necesidad de visitar a nuestros mayores mientras están, porque cuando desaparecen se echaría de menos esa posibilidad. Al menos no dijo nada delante de ella por no comprometerlo o meterle una presión innecesaria, y tal cosa estaba bastante relacionado con la complicidad de ambos, porque también en eso actuaban como una sólida pareja. Tracy Gallófalo era la amiguita de Fachisti. Lo mismo podía tener con él encuentros íntimos, que emborracharse juntos el fin de semana viendo documentales sobre sobre la Francia ocupada por los alemanes, que le hacía los baños. Entre ellos no había conciencia, cualquier cosa que hubiese sucedido en su pasado, por horrible que fuera, los unía aún más. Era como la pareja de Donald Sutherland en la película de Bernardo Bertolucci, “Novecento”, dispuesta a seguirlo en cualquiera de sus más fanáticas aventuras. En esa ocasión, Fachisti le dijo que se trataba de darle un susto al vecino, que hiciera como que lo iba a atropellar, y que para eso era necesario poner el coche muy revolucionado en segundos. -Ya sabes -le dijo-, a cien por hora en un segundo. Es posible que Tracy no lo entendiera del todo, pero estaba dispuesta a divertirse un rato con aquella nueva propuesta, y como Fachisti la acompañaba en el asiento del copiloto, podía seguir sus indicaciones en cada momento, así que no había problema. Fachisti habría querido hacerlo él mismo, pero pensó que si algo salía mal, y la policía intervenía, no podrían encontrar ninguna relación entre Tracy y sus vecinos. Tal vez fue un pensamiento muy rápido, y un poco tonto también, pero los reflejos nos llevan en ocasiones a movernos sin sentido, y casi todo lo que hacía Fachisti era un reflejo de alguna otra cosa. Así, en aquella calle que tan bien conocía y por la que se había movido con confianza en los últimos cuarenta años, esperaron a oscuras dentro del coche esperando que Sammy saliera y tuviera que cruzar los diez metro que lo separaban de la acera. A menos que lo hiciera corriendo, para cuando quisiera darse cuenta de su presencia tendría el coche encima, pero Tracy estaba segura de poder esquivarlo en el último momento si le daba un frenazo y el tiempo de un segundo para que él pudiera dar un salto y librarse de la colisión. Con todo pensado, planeado, estratégicamente situados y sin un ápice de emoción de ningún tipo, se dispusieron a encender el coche y dejarlo al ralentí. Era un motor alemán con las revoluciones muy bajas cuando no se tocaba el acelerador, por eso apenas se oía. Sammy, cuando se disponía a cruzar, sólo vio un coche que encendía las luces, lo que no le debió parecer extraño. Nada salió como se había planeado, Sammy no dio un saltó para evitar que lo embistieran, y cuando Tracy Gallófalo, intentó dar un volantazo para no atropellarlo, Fachisti puso su mano sobre el volante y lo bloqueó firmemente hasta que Sammy salió despedido por el aire, Glue aún estaba despidiéndose de la señora Ruhe en la puerta de su casa. En esta historia, Tracy ha tenido un papel muy importante, ha llegado para que todo cambiase, sin embargo no creo necesario entrar más a fondo en su personalidad, en lo que la unía a Fachisti desde mucho tiempo atrás, u otras consideraciones psicológicas que podrían entroncar con la historia. Lo cierto es que fue utilizada como un arma, como si hubiese sido una escopeta y Fachisti la hubiese disparado, nada más. Para una pequeña aspirante a alcanzar el nivel de ejecución de maldades de Patriotero Fachisti, lo cierto es que aquello la superó y como salieron disparados del lugar del atropello, a nadie le dio tiempo a coger la matrícula ni reconocer a los que dentro del coche se agitaban como insectos. Nunca nadie supo que Fachisti había consumado su venganza, no hubo justicia ni reparación, ni nada parecido, pero un cáncer lo barrió un año más tarde. Así se escribe la historia, con mártires de todos los colores a manos de torturadores que nunca han pagado por sus atentados contra la piedad humana. No todos los accidentes de automóvil tienen traumatismos similares, pero perder algún miembro cuando son accidentes de gravedad parece bastante corriente. En el caso de Sammy el golpe fue tan retorcido y fuerte, que perder una pierna y los dos ojos en su golpe contra el parabrisas, era algo que los médicos no habían visto antes. Glue recogió los ojos del suelo y los llevó envueltos en un pañuelo

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hasta la ambulancia, y cuando llegaron al hospital le dijeron que no podían reimplantarlo, lo que sí se hubiera podido hacer si se tratara de un dedo o una oreja. La decisión de cortar su pierna derecha se tomó por parte de los médicos sin consultar a las dos mujeres que acompañaban al hombre inconsciente. Tan sólo se trataba de una información necesaria, pero les dejaron claro que el daño era de tal relevancia que no se podía hacer otra cosa. Todo se había hecho conforme a los protocolos, los pormenores de la operación se lo dejamos a los médicos, por supuesto, como suele suceder, el enfermo fue el último en enterarse de que había perdido una pierna y se había quedado ciego. A Glue los hospitales siempre le habían parecido demasiado blancos para lo tristes que eran, pero aquel en el que se encontraban se lo pareció especialmente. Por fortuna o por desgracia, Sammy ya no podría opinar nunca al respecto. Cuando Sammy volvió en sí había empezado a llover y el ruido de la lluvia en el quicio dela ventana era de un ritmo escandaloso. Él aún no sabía que no recuperaría la vista, pero como si perder ese sentido hubiese potenciado los otros, cada gota rebotaba cien veces antes de deshacerse y pasar a formar parte de un charquito que se iba desahogando sobre la fachada del edificio. Llegó a bromear sobre eso unos días después al decirle a Gñue, pegada a su cama con absoluta fidelidad, que mientras no le quitaran aquella venda sus orejas eran un cine. Ese fue el momento más difícil porque le dio pie para descubrirle que no volvería a ver. El médico le había dicho que él mismo podía hacerlo, pero Glue no quiso y Ruhe estuvo de acuerdo. Sammy estuvo sin hablar varios días, tal vez lloraba pero si sus ojos soltaban alguna lágrima quedaba retenida en las vendas. 7 Circunloquios finales. Sammy la sentía a su lado en cada momento, era capaz de oír las páginas de un libro cada vez que avanzaba hacia la solución final de un conflicto sin resolver. A Glue, durante aquella convalecencia en el hospital, leer le sirvió de mucho, dejó temporalmente su trabajo y se pasaba las tardes haciéndole compañía en silencio, leyendo todo lo que caía en sus manos. Leía revistas, un viejo libro de Cheever, las folletos médicos de la sala de espera, y los prospectos de los medicamentos que había sobre la mesa de la habitación. La luz del día se apagaba temprano y de pronto entraba una enfermera con algo para merendar, la cena aún tardaría y a él le costó entrar en esa dinámica. Le costó porque estaba deprimido y poco dispuesto a luchar por una vida digna sin una pierna y completamente ciego. Ruhe iba y venía y se turnaron para acompañarlo, él las oía hablar pero parecía que todo lo daba igual y tardó en empezar a responder cuando le pedían que se inclinara para poder lavarlo o mover los almohadones para que estuviera más cómodo. Aquellos días fueron los peores. Apenas una o dos de las mujeres que visitaban a los enfermos en el hospital, se atrevían a llevar allí su cepillo de dientes y unas zapatillas de andar por casa, Glue era una de ellas. Ella había visto en un programa de televisión, que algunas mujeres, oficinistas y cargos ejecutivos lo hacían en sus despachos, la necesidad de programación de conductas particulares, llevaba a las grandes cadenas a cubrir reportajes como aquel, en el que, sin duda, Glue habría encajado perfectamente. Como no quería que los virus hospitalarios la acompañaran a casa, cuando por fin instalaron a Sammy en su habitación, ella lavó las zapatillas dos veces, la puso a secar en la secadora y, al terminar, las roció con colonia para bebés. Sentía una cierta repugnancia por los hospitales, pero eso no fue un impedimento para estar al lado de su antiguo amante como si aún fueran una pareja sentimentalmente unida, o como si ella así lo creyese. Así pues, intentó hacerle ver, sin llegar a decirlo de una forma

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explícita, que se encargaría de todas sus necesidades, que estaría atenta a todo lo que pudiera decir o sentir, e intentar descubrir como iban a plantear un nuevo ciclo en su amistad sin abandonarlo. En su vida cotidiana, a veces se veía condicionada y limitada en todo lo que quería comunicar con sus atenciones, y eso era debido a que había cosas que tenía que hacer y eso le impedía pasar las horas en la habitación. No quería que él pudiese tener una idea equivocada de lo que ella pensaba o de si ya no era necesario seguir teniéndolo como invitado, temía que llevado por esa confusión le pidiese que lo llevara a casa de su madre y que lo dejara allí, hasta que la anciana, o él mismo, se decidieran a morir de puro cansancio. No pocas veces la asaltó esa idean llenándola de inseguridad y temores infundados. La pierna cosida fue mejorando, y aunque una enfermera acudía para conrobar como marchaba la consolidación de sus cicatrices, era Glue la que le cambiaba las vendas y lo lavaba de de pies a cabeza con abnegada entrega. Sammy advirtió que la dulzura que Glue ponía cada vez que lo tocaba era parte de todo lo que una vez sintieran el uno por el otro, y lo aceptaba con gratitud. El sacrificio no fue en vano y él empezó a pensar en ella como un ángel salvador, pero a la vez se sentía tan vulnerable, ta indefenso y débil que no quería que se notara que había bajado todos los puentes y que ya sólo podía aceptar lo que la vida aún no le había quitado del todo. En esos primeros tanteos para equilibrar su nueva vida, el más desconcertado era Sammy. Descubrió que las mujeres, o de forma más específica, Glue, amaba con la entrega de los cuidados. Es decir, el amor y los cuidados eran para ella una misma cosa. Empezaron a conversar mientras ella cada día lo aseaba, pasaba una esponja enjabonada por todo su cuerpo, y lo secaba amorosamente. Cada vez que sus manos se posaban en su cuerpo y pasaba una toalla para secarlo, era como si lo acariciara y le estuviera diciendo al mundo, lo cuido, me pertenece. Él no sabía si se trataba de una situación definitiva, pero para poder sobrevivir frente a una situación así, intentaba no pensar en sus limitaciones, a menos que fuera para decidir nuevos trucos que le permitieran superarla. Al decir trucos, me refiero a todas las reformas que los enfermos limitados hacen a su alrededor para poder valerse, al menos en su pequeño radio de acción, sin necesidad de llamar a nadie. El tabaco a la derecha, el mechero sobre la cajetilla, el cenicero siempre limpio, a su lado. La varilla de rascarse la espalda, un pañuelo humedecido en colonia, cleenex, una pequeña de botella de agua, la radio a la derecha sobre la otra mesita y todo a su alcance con un simple movimiento de brazos, tal ves, estirando un poco el cuerpo. Este era el tipo de cosas que deseaba que ocuparan su cabeza, y sabía, cada vez que se le ocurría algo nuevo que facilitara el diario acontecer de su incapacidad, que estaba sobreviviendo. Sabía que Glue se lo tomaba como parte de su familia, no deseaba otra cosa, y le pareció que se lo tomaba como si su vida tomara sentido por cuidarlo. ¡Era todo tan frágil! La oía ir y venir por su forma de poner los pies a cada paso, reconocía aquella forma de andar, el sonido de sus pies, cantarines, apurados, resueltos. Desde luego no podía decir que fuera una forma triste de moverse, y si lo era, posiblemente tan sólo pretendía ocultar cansancio o su hastío. De nuevo se propuso ser positivo, no se trataba de una pose, ella andaba así porque era una persona alegre por naturaleza, siempre se había movido así, no era nada nuevo. La devastación de su ceguera era lo peor, nada que ver con la ausencia de una pierna, o la dificultad de mostrarse hablador y capaz de tomar las riendas, o, si lo pensaba mejor, la consecuencia de su dificultad al hablar o al querer decir alguna cosa que le sirviera para sentirse apreciado. Tal vez un incapacitado como él lo era, no podía tener un sólo pensamiento inteligente, porque todo lo que se espera de él es un lamento. ¿Es que cualquier cosa que dijera en el futuro, iba a tener siempre que estar conectada de alguna manera con sus, dolores, torpezas o impedimentos? No podía hablar de como se sentía, o si había deseado en aquellos últimos días, sencillamente, morirse. De eso no podía hablar, mucho menos de las conversaciones intrascendentes de los programas de radio, de los deportes o de la política. Eso poco importaba. Aún estaba en el proceso de lamerse la heridas, de recrearse en sus dolores, de llorar sin lágrimas y volver de su desesperación en un silencio maldito. Cada ruido era un aliado en sus circunstancias. También sabía que el silencio total no significaba

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que Glue o su propia madre, no estuvieran sentadas en la habitación observándolo, analizando cada movimiento o simplemente, dispuestas para alcanzarle lo que necesitara. A veces, podía notar su respiración, eran presencias distintas, y también, el roce de sus ropas al moverse le parecía distinto. Cuando las dos mujeres coincidían y se paraban a hablar en el salón, en la distancia, también podía oírlas. No todas sus palabras eran interpretadas con claridad, pero el sentido general de sus conversaciones quedaba más o menos descifrado. Ya no había más secretos, una pierna menos y dos ojos protésicos, eso era todo, y más que suficiente. Temblaba cuando cuando empezaban sus lamentaciones, cuando la madre se echaba a llorar para decirle a Glue que era un chico muy bueno y que no merecía aquello. A veces, necesitaba toda la tarde para recuperarse de aquellos dramas, no le hacía nada bien a su carácter, ya tan deprimido, escuchar algunas de aquellas conversaciones. Sin embargo, no dijo nada, era una fuente de información importante escucharlas, sin que ellas supieran que podía hacerlo. Hablaban con libertad, cualquier tema podía ser abordado en aquel salón del otro extremo del piso, por edificante, religioso o sórdido que fuera, cualquier tema que en el mundo sucediera, podría estar a su alcance. Si los USA soltaran una bomba atómica sobre Teheran, el sería uno de los primeros en saberlo. Le incomodaban algunos pensamientos que no podía exteriorizar. Aquel murmullo complaciente y cómplice, le hacía odiar su nueva condición de lisiado sin remedio. No era por aquellas dos mujeres que lo cuidaban, quería al meno ser justo en eso. Era un pensamiento general acerca de la gente que parecía disfrutar siendo piadosa con él, o que lo sería cada día de su vida hasta que se muriera. Y, lo que aún era peor, que no lo fueran y lo odiaran por ser una carga, porque sabía que de esos también los había. A pesar del desmedido interés por hacer que empezara a someterse a aquella situación -eso también se lo notaba-, su extraordinaria fortaleza mental empezaba a dar síntomas de fatiga, y a aceptar que ellas sabían que aquellos primeros meses iban ser importantes en cómo se relacionara en el futuro con sus carencias y, a partir de ahí con el resto del mundo. ¿Se podía ser feliz de ese modo? No tenía tanto valor como para aceptar lo contrario, jamás tiraría la toalla, se decía con desesperación; no era un suicida y tenía que encontrar la forma de desarrollar alguna actividad creativa que lo entretuviera; al menos eso era lo que le había dicho el psicólogo. Se rió sólo imaginándose así mismo construyendo figuritas de madera sin usa más que palillos y pegamento, y por fortuna pudiendo tocar sus obras para decidir cuanto de arte había dentro de la ceguera más oscura. Había casos de tipos que aprendieran a pintar con los pies, y otros que intentaban hacer música con una sordera pronunciada, pero se creía capaz de tanto. Si al menos tuviera una edad avanzado no tendría que decidir qué iba a hacer con el resto de su vida. ¡Menuda putada, todo! Glue se volvió una buena conversadora, le interesaban todos los temas con los que pudiera abrir su interés mientras lo lavaba. Un día descubrió que no le lavaba el pie que le quedaba, con suficiente frecuencia y lo hizo sentar en la cama para poder meterle el pie en una palangana con agua tibia. Tenía esa capacidad que las mujeres parecen desarrollar de cuidar amorosamente a los hombres como si fueran sus hijos, y aún en el caso de no haber nunca gestado ni de haberse preocupado por una fierbre a media noche. Observó que las uñas le habían crecido desmedidamente en aquel tiempo, y que ninguno de los dos se había preocupado por aquello, así que tomó el cortauñas y empezó la labor de recortarlas. Le avisó primero de lo que iba a hacer para que no se asustara. Cogía sus pies amorosamente, y sabía que todo lo que hacía por él no sería en vano y le parecía gratificante tenerlo en aquella habitación, porque ya no se sentía sola y otros fantasmas habían desaparecido. Soñaba con el momento de que empezara a levantarse y tenerlo a su lado en el salón, traerlo y llevarlo a la cama y hacer una vida lo más equilibrada posible, a pesar de todo el dolor que subyacería, aún cuando ese día llegara. Atrás quedaban las inseguridades, las sospechas, las infidelidades y la permanente queja de libertad. Ya ninguno de los dos podía imaginar el mantra maldito que él no se había cansado de repetir cuando le decía que no quería ser una carga, que no la quería engañar ni aprovecharse de ella, que sólo eran amigos. En lo único que Sammy podía pensar en su situación, era en sobrevivir.

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Ya no era una mujer joven, de eso habían tratado sus relaciones desde que se había comprometido a ser sólo amigos. Durante un tiempo se había empeñado en comprar ropa de adolescente, en verano no era raro verla con vestidos vaporosos, o minifaldas a cuadros con medias hasta la rodilla y coletas de lolita inconsciente, y en cierto modo lo era, inconsciente de a dónde la llevaría aquella actitud. A Sammy no le gustaba verla representando aquel rol tan confuso, y eso había sido uno de los motivos que lo llevó a buscar trabajo muy lejos de todo. Habría sido importante que él pudiera verla, ya no se comportaba así, ya no había actitud juvenil ni miradas maliciosas. De pronto, como si la tragedia lo cambiara todo, por raro que parezca, había empezado a imitar la forma de vestir y de arreglarse de Ruhe, sus abrigos oscuros, su cara muy pintada y sus botas para la lluvia, grandes y seguras. No se lo decía, no le iba a decir, he cambiado, ya no soy la jovencita alocada de los cincuenta. Gradualmente, cada imposición de este nuevo tiempo, se iba asumiendo con normalidad, la palangana con agua tibia y jabón, las esponjas, las toallas que le permitían acariciarlo sin que apenas se diera cuenta. Al cortar las uñas de su pie, tenía que tener cuidado porque salían volando y caían sobre el agua espumosa, las apartaba con cuidado y mojaba de nuevo la esponja para lavar su pie, su pierna hasta la rodilla y finalmente su ingle y sus genitales. Los conocía bien y evitaba tocarlos lentamente, sin prisas, buscando aquella turbación que tanto le gustaba. ¡Está tan asustado!, se decía Glue. Y le hablaba con un tono dulce trazando una relación de afectividad que exhibía la ternura infantil de sus primeros años de vida. Lo peinaba y lo perfumaba como si estuviera a punto de salir para el colegio, le tocaba la frente para ver si tenía fiebre y se saltaba la dieta con dulces y bollos. El médico apenas lo visitaba, todo el trabajo lo hacía una enfermera. Parecía muy satisfecho de su trabajo. Lo miraba, lo tocaba, comprobaba que las cicatrices cerraban y decía cosas como, “muy bien, muy bien, muy bien. Esto va muy bien. Hemos hecho un buen trabajo y pronto podrá levantarse con ayuda de una muleta. Ha quedado, yo diría que hasta estéticamente, tiene buen aspecto. Pocas veces he visto una cicatriz tan perfecta”. Era todo orgullo, más allá de su trabajo de cortar, de cerrar, de coser y darle amparo psicológico a los enfermos, le gustaba lo que hacía. Cada médico es diferente, cada especialidad crea una satisfacción diferente, aunque los cuerpos eran carne humana que necesitaba ayuda, y no había diferencia en que parte del cuerpo hubiera que intervenir. Daba igual si tenía que amputar una pierna de una modelo de alta costura, que la pierna de un encofrador de segunda generación. No era la imagen de un carnicero la que Glue tenía de este tipo de hombres, sabía bien que muchos pensaban que eran ángeles que salvaban muchas vidas, no ponía eso en duda, era sólo que no concebía tanta satisfacción después de arrojar toda aquella carne al cajón de pudrirse. Cuando se producían estos controles de vendas y cicatrices, ella se ponía muy cerca y lo tocaba con su mano en el hombro para que se tranquilizara, aunque previamente, cada vez, le habían dicho lo que iban a hacer antes de empezar a levantar las mantas y dejarlo boca arriba como una tortuga sin ganas de bromear. Podía percibir el olor acre de su propio cuerpo y de sus heridas, el sudor y la sangre reprimida, y le avergonzaba pensar que otros, allí delante de su exhibición anatómica pudieran sentir algún tipo de repugnancia. -No sabes como siento todo esto, pero no me voy a separar de ti si tu me quieres a tu lado -le dijo Glue una tarde lluviosa después de tomar un té con ron. Sammy intentó no escucharla y giró su cabeza sobre la almohada en dirección contraria al lugar de donde venía la voz. -No, no me rechaces. Eso sería el final para mi -le advirtió muy afectada-. Nada de esto me supera, podemos llevarlo y querernos, pero no soportaría que me rechazaras. ¿Cómo hemos de comportarnos después de todo lo que nos ha sucedido -y dijo aquello como si a ella le dolieran aquellas amputaciones tanto como a él. Sammy pensó que era una mujer muy valiente y que se merecía que la admirase. Frente a sus apuros, estaba ella allí para sostenerlo. Nadie podría resistirse a una entrega de como aquella, a

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semejante expresión de amor. De nuevo, lo hacía sentirse como un niño, capaz de moldearlo y convencerlo de los razonamientos más indebidos. -No puedo pensar en como van a ser las cosas. Sólo puedo vivir el momento para no volverme loco. -Este momento pasará Sammy, verás que podrás seguir viviendo y, en algún momento, dejar de sufrir. Te lo prometo. He hablado con el doctor, dice que has respondido con fuerza psicológica y que no te dejarás vencer. Aquella mañana, por primera vez, mientras lo limpiaba él sintió una erección y ella siguió tocándolo sin su permiso, consintiendo en su jadeo, y aquello lo hizo respirar con tanta fuerza que casi se hace daño al estremecer sus heridas. Al terminar siguió lavándolo y fue al baño, se miró en el espejo y lloró.

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