El Trote Encendido
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1 Al Trote Encendido El resplandor de la noche dejaba claro que las nubes eran desiguales. Por primera vez después de un día muy largo hubiesen visto un trocito de cielo si no se hubiese hecho de noche tan de repente, una noche chocolate, negra y fría como el invierno pasado, y que no ayudaba. ¿Seguía abril brillando su luna después de un día de lluvia lenta y aburrida? Juani buscó unas mantas por las habitaciones mientras Louis intentaba encender la vieja cocina con un poco de leña que no parecía tan nueva. Ramis y Packard desempacaban algo de ropa y platos de plástico para la cena; todo muy a propósito para poder pasar aquel primer momento con cierta comodidad. Clark y Tears salieron a inspeccionar la zona con sus linternas -pronto se iban a dar cuenta de que apenas le servían para algo y que no había sido la mejor de las ideas-, aunque sus compañeros, más que una inspección del lugar, pensaron que se trataba de un paseo romántico. Aparentemente, la decisión de salir hacia la vieja casa familiar de Louis, fue de él mismo, con todo el derecho a desempolvar el silencio inmóvil pero no inaccesible de los últimos cien años. Derecho a deshojar la poco calculable belleza de lo que permanece para dejarse maltratar por el paso diminuto de cada segundo; con toda su violencia. Siempre hay algo de susto al contemplar el efecto causado, el indiscutible pospuesto final, que acontecería con el derrumbe del tejado y las riadas desbordando las ventanas. Desde tal punto, la emoción de volver para desafiar los ruidos nocturnos de roedores e insectos, no parecía haber sido tomada en cuenta por Louis cuando les ofreció semejante aventura a sus alumnos. Dado que el miedo de cada uno es materia reservada, no pudo imaginar como se lo tomarían una vez allí, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás, no encontrarían el camino de vuelta en plena noche, y tendrían que decidir como cubrir las camas si querían echarse sobre ellas y dormir sobre todo lo muerto que alguna vez había habitado sus colchones. Juani pasó sus manos por la espalda de Louis para acomodarle una manta sobre los hombros, lo que no era lo mejor para cocinar, agradeció el gesto e intentó aguantar con ella puesta. Ese tipo de afectuosos mensajes por medio de ligeros apretones en los brazos, en los hombros o en el cuello, no eran inusuales en ellos. Era como una confirmación de la amistad, una forma de decirse, estamos aquí y somos reales, podemos tocarnos, somos algo más que buenos sentimientos los unos con los otros. Existía, incidiendo en los términos de su amistad o en los de la ternura que lo unía a Juani, que Louis hubiese pensado que pasar unos días en aquella vieja casa, sin más luz que sus linternas y sin más agua potable que la del pozo, podría convertir la necesidad de estar unidos y las pequeñas diferencias que siempre se arrastran, en una oportunidad de ser mejores. Era cuestión de prestar atención a las incomodidades de cada uno y apoyarse en las limitaciones, pero sin pasarse en la actitud; de la ayuda sin ponerse a la altura tampoco ha salido nunca nada bueno. Esa era la intención, pero por desgracia, la inspiradora casa que lo había llevado a concebir un plan con tan buenos sentimientos, estaba más deteriorada de lo que pensaba. Es más, solemos recordar los espacios de nuestra infancia en unas medidas que no parecen reales al volver sobre ellas ya de adultos, lo cual, en si mismo, resulta incapaz de aportarnos el sosiego que buscamos, al enfrentarnos con un pasado al que nos gustaría volver, pero en los términos que tenemos en la memoria. Para Louis, el experimento que proponía, aún después de la fatiga propia de un largo viaje y de llegar a un lugar inhóspito, a pesar de las tensiones que se produjeran entre los chicos durante el viaje -esto ya era mucho más habitual-, no carecía del interés inicial, y ni un ápice del ánimo que lo había 3
llevado hasta allí se había quedado en aquellas primeras contrariedades. Después de todo, ¿no eran contrariedades lo que necesitaba para poner en marcha su teoría de que la adversidad nos hace mejores y tiende a unirnos y salvar nuestras diferencias? Para Louis, volver a rememorar las viejas jornadas de pesca con su padre tenía un significado aparte, eso también lo había animado a volver allí, pero no desmerecía el motivo original. De niño, dormía en la caravana, pero recordaba perfectamente que correr por la casa y revolverlo todo era una de sus aficiones preferidas, hasta que su padre un buen día y sin que conociera un motivo para ello, echó la llave y dijo que ya estaba bien y que ya estaba todo visto allí. Con la perspectiva del tiempo, teniendo en cuenta los recuerdos de infancia que a su vez su padre tuviera entonces, cabía la posibilidad de que pensara que estaban profanando la memoria de sus ancestros, y por muy loca que le pareciera esta idea, Louis así lo había interiorizado y lo mantenía firmemente grabado entre todo lo demás relacionado con la casa. Seguro que nada podría ser tan vulnerable, ni siquiera la memoria y el respeto debido. De tanto que los ciudadanos más respetables se empeñan en glorificar a los grandes próceres que en otro tiempo fuero, terminan por crear un rechazo hacia los homenajes, los monumentos y las misas pagadas en su recuerdo. Algo así pasaba con los chicos que acompañaban a Louis, por eso sabía que sería un error contarles de la historia familiar y de como el abuelo se las había arreglado para montar aquella casa en un lugar tan alejado de todo y como había sobrevivido vendiendo madera. Incluso le habría parecido muy poco acertado que ellos pudieran llegar a pensar que los había llevado hasta, sin apenas posibilidad de moverse sin perderse, para tenerlos atados a él y así dedicarse a darles lecciones acerca de los valores del pasado que se estaban perdiendo y de los grandes logros de aquellos primeros hombre establecidos en el pueblo y sus alrededores. Eso quedaba totalmente fuera de lugar, pero además, no tenía mucho que ver con su forma de proceder, sus alumnos lo sabían porque lo conocían y hasta ahí sabían que podían fiarse de su buen juicio. Louis puso al fuego unas salchichas e iba dando indicaciones para que dispusieran papeles de periódico sobre la mesa a modo de mantel, y se fueran sentando sin esperar por Clark ni Tears porque no sabían lo que podían tardar. Felizmente abrieron unas latas de pescado y lo tomaron frío, y alguien encontró el abridor que llevaban un rato buscando para descorchar unas botellas de vino. Se sentaron o se apoyaron por donde pudieron, confiando en que por la mañana les quedaría más claro si podían fiarse de las patas de aquellas sillas viejas. Hicieron algunos comentarios despectivos sobre la casa porque esperaban otra cosa, pero Louis no hizo caso. La noche era de un silencio que en otras circunstancias les hubiese parecido sobrecogedor, pero se lo estaban tomando con buen humor, y era agradable pensar que al menos, podrían enfrentarse al resto de la noche con el estómago lleno y la moral alta. Oyeron el ruido de la moto de Clark, e hizo un golpe seco al detenerse seguido de una maldición. Posiblemente se había golpeado con la escalera del porche al apagar la luz de la moto. Después entraron abriendo la puerta con dificultad y se unieron al grupo. Tears estaba muy nerviosa, sobre sus cabezas la ropa que habían puesto a secar sus compañeros, no dejaba de gotear, avanzaron. El pelo rubio se le pegaba a la cara, y parecía haber envejecido de golpe. Era la más joven de todos ellos, y debería de recuperar fuerzas con facilidad, pero algo había sucedido en su corta excursión hasta el río. Recorrió la cocina con los ojos, escrutó cada sombra y cada mueble, y finalmente la mesa y las caras de los otros que no habían dejado de comer a pesar de su irrupción, tal vez por esperada. Sin que se le notara, cruzó una mirada de inquietud con Packard, se acercó a la mesa, le hicieron un sitio y le sirvieron un vaso de vino. Conversaron mientras duraron las viandas, y cuando se sintieron más relajados empezaron a reír y contar anécdotas graciosas de todo tipo, de lo más inverosímil y de lo más cotidiano. Juani dejó de desconfiar de las sillas viejas y se sentó estirando las piernas sin miedo. La miraron con incredulidad pero Packard hizo lo propio. La leña ardía en la chimenea de la cocina sobre cenizas y brasas rojas de un tiempo anterior, y les pareció que arreciaba la lluvia, pero ya no les importó porque no iban a salir, a menos que el baño estuviera atascado, o que no hubiera suficiente agua en las garrafas de plástico que habían llevado hasta allí. El viento apenas era una leve corriente, pero volverían a sentirlo si abrían la puerta, aunque sólo fuera para ventilar. Nadie iba a hacer algo así, 4
aunque Louis señaló que era conveniente renovar el aire. La sobremesa no duró demasiado, el tiempo necesario de cantar unas canciones a coro, y bostezar sin complejos entre un estiramiento y otro. Sin la menor duda, en la importancia que queramos darle a nuestras vidas, tendremos alguna vez que aceptar la huella que dejan nuestros dramas. Determinado a olvidar la reciente muerte de su madre Packard tomaba parte del buen humor general. El mejor sentido que podía darle a la impresión causada en su interior, la determinante huella, se acomodaba al mundo que seguía girando a pesar de todo. Esa impresión iría mitigando su dolor, pero se presentaba con la intención de transcender a pesar de todos los cambios a los que se tuviera que someter, por su propio deseo o por cumplimiento de su deber. Pensaba que eran muy considerados, que intentaban distraerlo y pasaban por encima de cualquier mal recuerdo con el propósito de seguir adelante, de poner un punto en el horizonte y dirigirse hacia él como lo único que importa. Así debía opinar Louis que llenaba de actividad, y sin decir palabra proponía la misma actividad para todos. Aún estaba reciente el entierro, y el dolor era limpio como el filo de una espada, que no podía sentir otra cosa más que comprensión. Era por ese motivo que incluso en Tears, con la que había tenido sus más y sus menos, y ahora en brazos de su mejor amigo, le parecía más comprensiva que nunca. Nadie juzga a los que sufren si lo pueden evitar, estaban decididos también a perdonar y su última pelea con Clark parecía un mal sueño, pero de momento no le apetecía hablarle. Al volver del baño en dirección a la cocina, Tears se cruzó con Ramis y escondió la cara porque no quería que notara que había estado llorando, pero no sirvió de mucho porque todos se dieron cuenta cuando se sentó cerca de una linterna. Entonces le preguntaron que le pasaba, y no dejaron de insistir hasta que confesó que habían encontrado un perro muerto a la orilla del río, que últimamente estaba muy sensible y que eso había precipitado su llanto, pero se encontraba bien. Clark confirmó lo del perro y no sería tan raro si no no hubiesen asegurado que no hacía mucho que estaba allí, que era un perro pequeño, un animal doméstico de compañía, de los que se tienen dentro de casa, y que conservaba la correa al cuello. “¿No estábamos tan lejos de todo?”, añadió Clark dirigiéndose a Louis. Habían llegado a ser tan naturalmente... más compañeros que amigos en sus años de estudios, que sentían que les faltaban las vivencias de hermandad que tuvieran con los amigos de infancia. Se preguntaban lo que significan los unos para los otros, y ninguno de ellos deseaba una respuesta definitiva, porque confiaban en mejorarlo todo con el tiempo. Sin respuestas de momento, era lo más apropiado para propagar una mejoría en sus relaciones si alguno de ellos la observaba y llegaba a interpretarla. Tampoco se preguntaban si tenían un objetivo de cada uno, lo que llevaría a una segunda parte en la cuestión, ¿tenían ambiciones compartidas o se limitaban a pasar sus años de juventud lo mejor posible? Y además, cuando estaban más tranquilos aceptaban que lo más sensato era quitarle importancia a las diferencias e intentar controlar las discusiones, lo que a su edad era difícil; la juventud es una olla a presión cocinando pasiones, deseos reprimidos y químicas antipatías. Juani repartió mantas y Louis habitaciones, todos estuvieron conformes; eso también fue una novedad. Se fueron a dormir -Las mantas no servían más que para ponerlas sobre los colchones, si hubiesen sido alfombras también las hubiesen cogido. Esa noche antes de acostarse, Packard intentó consolar a su chica que lo miraba con ojos húmedos al acomodar su saco de dormir y su manta. Se reprochaba no haber hablado claramente de sus miedos y las incoherencias que encontraba en Louis. Quizás se habían dejado convencer demasiado pronto para hacer aquel viaje, y lo que aún era peor, sin hacer suficientes preguntas. Le prometió que hablaría con él, porque aquel no era el lugar solitario y alejado que les había hecho imaginar. Su voz vibraba de un consuelo que necesitaba excusas, o culpar a alguien, o terminar de encontrar errores. Se extendió en sus reproches hacia el profesor, pero no terminaba de ser conciso y ella terminó por dejar claro que no había para tanto, que sólo se trataba de un perro muerto. Lentamente Juani dejó caer su cabeza sobre el hombre de Louis. La boca estaba tan cerca de su 5
cara que podía sentir el aliento. De pronto Louis la miró y se giró con la excusa de hacer llegar el saco hasta su mentón, pero en realidad quería hablar y sus ojos quedaron frente a frente. “Me desprecio cuando me creo capaz de manejar situaciones y personas; se que no deseo ser uno de esos tipos ladinos que juegan con todos. Tampoco me enorgullezco de poner la oreja en conversaciones privadas, en aprovecharme de mi posición para saber cosas íntimas de mis alumnos cada vez que tienen una crisis y necesitan alguien de confianza con quien hablar. Debería poner más atención en cumplir con mis deberes como docente y dejar estos juegos de intentar reformar a chicos que no desean ningún cambio en sus vidas, porque están a la defensiva. Rechazo todo lo que de mi saben que les va a fallar un día. Me repugna creer que soy calculador y taimado, y que creo que eso me da la superioridad necesaria para tenerlo todo controlado.” Ella se sentía a gusto y segura a su lado y no pensaba en el futuro, y le respondió con un beso porque así evitaba que siguiera hablando. Quería dormir y sabía que si decía cualquier cosa él volvería a analizarlo todo desde el principio, así que lo besó y cerró los ojos. De nuevo en la vieja casa, participando de algún efecto balsámico que nadie sabía con certeza. Compartiendo todo lo que les hacía mal, al menos en sus efectos más obvios. Había que hacer algo, no valían las excusas, y a Louis no se le ocurrió otra cosa mejor, de hecho, le pareció la mejor cosa. Con decisión compartió la ilusión que le producía con sus alumnos más problemáticos, que eran aquellos con los que pasaba más tiempo, y estuvieron de acuerdo en salir de excursión sin saber muy bien a donde, y en que condiciones. Para Ramis y Packard todo era más relativo que para el resto, Hubiesen preferido haber llevado una tienda y acampar a campo abierto, pero la idea de aventura de los otros parecía ir pareja a la de la comodidad, si estar en una casa medio derrumbada, llena de humedad y, posiblemente, de todo tipo insectos, tal vez culebras y roedores era en algo cómodo. Los defensores de las casas viejas tienen un poder mágico sobre quienes las visitan, parecían dispuestos a defender que todo podía ser maravilloso, según como se viera. Podían discutir y modificar sus impresiones, pero no permitirían que se descartara, no hacía falta entrar a discutir algo tan obvio, y Ramis jamás había ganado una discusión al profesor y su colaborador y defensor más cercano, el incombustible Clark. “Tanto hablar de ir a un sitio retirado donde nadie había pisado en años, y ahora resultaba que no era así, decepcionante, como tantas otras cosas.” Quienes vieran esta excursión como una forma gastar tiempo de ocio posiblemente no alcanzarán a imaginar que tipo de chicos problemáticos se movían en el colegio, y como se les tenía sujetos a todo tipo de actividades para intentar exacerbar su imaginación hacia patrones realizables. Dicho de otro modo, los profesores creían muy importante que aprendieran a moverse con libertad para evitar otros conflictos. Ramis hizo sus objeciones, sus críticas al plan, a la casa y cualquier tipo de actividad que en aquel lugar se pudiese llevar a cabo. No consiguió apoyo en su protesta, aunque los otros creían igualmente que nada había sido lo que esperaban. Aquello le hizo sentirse estúpido, como si todos disfrutaran viéndolo decir lo que pensaba y enojarse sin remedio. En otro tiempo se le había ocurrido tomar parte en una carrera ilegal de autos, el coche se lo cogió a su padre y no tenía permiso de conducir, pero como la carrera duraba apenas lo que tardaba en pasar la noche, lo mismo creyó que podría devolverlo al garaje al amanecer. Hizo su inscripción y se dispuso a dar dos vueltas a la ciudad sin respetar señales ni semáforos, el que lo hiciera en menos tiempo se llevaría el premio. Iba solo, la radio lo distraía y la apagó en cuanto empezó a rodar. Quizás nunca creyó en si mismo hasta el punto de considerarse un ganador, afrontaba la sensación de tener el volante en sus manos como un experto piloto, y no se trataba más que de un niño asustado. Las voces de su cerebro desaparecieron en cuanto se unió a la circunvalación y supo que no tenía una sola posibilidad porque no era capaz de poner el coche a gran velocidad y controlarlo sin que se le fuera en las curvas. Después del accidente llegó un coche de policía en un momento, tardaron menos de un minuto, como si estuvieran esperando que sucediera. Lo llevaron a su casa y su padre no podía creer que alguien llamara al timbre a esa hora de la madrugada, abrió en slip y camiseta, y se deshizo de la policía lo antes que pudo. La versión era la misma que la del hijo, y como el coche 6
destrozado era suyo, dejaron a Ramis en su casa. Al día siguiente lo internó en el colegio y allí conoció a Louis y al resto, no fue tan mala idea.
2 El Principio Del Río Louis descubrió a los vecinos en cuanto se hizo de día. Se trataba de un ingeniero Inglés que había construido su casa al otro lado del río. Eso no convertía al lugar en algo diferente, ni en una colonia de turistas como habían llegado a pensar, sólo se trataba de que tenían unos vecinos, y no se iban a quedar tanto tiempo. Por algún extraño motivo en el buzón había restos de propaganda de una hamburguesería, eso lo llevó a imaginar que ellos le pedían comida en ese lugar, que se la servían en la puerta y que solían dejar propaganda en las casas de los vecinos al entregar el pedido. El profesor se sintió culpable al ver el chalet iluminado por el sol de un nuevo día, estaba solo, había salido a pasear y comprobar que todo había cambiado desde la última vez. No era que hubiera perdido el sentido, simplemente debería haber tenido en cuenta el paso del tiempo, y observar que en un razonamiento coherente era muy obtuso haber deseado encontrarlo todo igual que en su infancia. Anteriormente le había pasado que estaba tan cómodo en como marchaba su vida que no esperaba cambios, y eso era muy poco inteligente por su parte. Aquella mañana, viendo la casa de la otra orilla del río, por algún motivo inconfesable, el ánimo se le vino abajo. Tal vez seguir teniendo la vieja casa ya no tenía mucho sentido. La realidad no se resistía al análisis, el cambio no era pasar de la casa solitaria, a la casa con vecinos, se trataba de un sentimiento de fracaso. En un momento así, se justificó pensando que después de una edad, ¿cuando ya lo material no nos llena, todos somos unos fracasados? Los muros de la nueva casa se alzaban sólidos y grises, sin una grieta, sin un error. Las nubes se desplazaban rápidas y bajas, y las sombras duraban poco. De seguir mucho rato allí parado empezaría a pensar que le hacía falta una gorra con una buena visera. A esa hora de la mañana los pajarillos cantaban desaforadamente, echaban sus trinos al aire y se respondían entregándose. La hierba estaba aún húmeda y la caminata había terminado por empapar sus zapatillas deportivas hasta sentir la humedad en los calcetines. De noche habían oído soplar el viento entre la fronda de los árboles más cercanos, y si la luna había salido a ratos, posiblemente había vuelto a llover poco antes del amanecer; era posible que hubiese oído a las chicas dar pequeños gritos de miedo, asustadas por el temporal pero también por saberse aisladas de todo. No le había dado importancia, se había subido el saco por encima de la cabeza y había seguido durmiendo. Desde que no iba de camping, había olvidado lo negra e indiferente que se mostraba la noche, lo tenebrosa que podía ser cuando el silencio lo llenaba todo. Y aquel temblor de hojas se rompía de nuevo a la orilla embarrada en la que se había metido, sin dejar de mirar a la casa y embarcadero. Oyó a los chicos que se habían levantado y jugaban dando voces sin sentido. Las ventanas no permitían apreciar movimiento en el interior. Miraba fijamente en aquella dirección, casi con descaro, con las manos en los bolsillos del pantalón y encogiéndose de hombros. No podía decir que no espiaba a los vecinos, ni excusarse en la insana curiosidad de excursionista. Nadie podía decir que miraba escondido detrás de un árbol. No se sentía un furtivo, sencillamente había bajado hasta el río, y se había quedado sorprendido mirando a la casa, nada más que eso. Había una embarcación y un muelle nuevo de piedra delante de la casa. Unos postes de cemento 7
sujetaban una linternas que seguían encendidas a pesar de que la luz del día ya era plena. Imaginó que el espacio libre y pavimentado a continuación de la rampa, estaba destinado a sacar la embarcación y dejarla allí mismo cuando el río venía crecido. El río es traidor, y los remolinos parecían inofensivos pero eran capaces de comerse a cualquier hombre por fuerte fuera y por muy bien que nadara. Eso lo sabía bien, porque de niño su abuelo le había prohibido acercarse al río sin la compañía de un adulto, y habían observado esa prohibición escrupulosamente cada vez que había pasado allí sus vacaciones. Sentía una ligera melancolía, que sabía que iría a más si le daba oportunidad. Aún no estaba preparado para dar rienda suelta a las emociones, cerró los ojos y se los frotó con cansancio. Volvió a mirar la gran casa de los vecinos y parpadeó incrédulo. Le hubiese hecho una reverencia de haber sabido que alguien lo miraba desde una de las ventanas, pero se dio la vuelta de un brinco y se alejó torpemente. Juani llegó caminando para encontrarse con él, vio por primera vez el agua del rio con pequeños espejuelos brillantes, llevaba una chaqueta bajo el brazo y se la hubiese ofrecido, pero la dejó caer al suelo para llegar corriendo sobre él y arrojarse a sus brazos. “¿Por qué saliste sin avisarme? Te estuve buscando por la casa.” Le pidió que la esperara porque se iba a lavar, así que dio la vuelta y se sentó sobre una roca mientras Juani se desnudaba y se metía hasta la cintura con una pastilla de jabón en la mano. No era la primera vez que la veía desnuda, de hecho, parecía que ella aprovechaba cualquier situación para provocarlo. Y lo cierto, es que lo conseguía, no era fácil controlarse. El pelo de su pubis caracoleaba haciendo dibujos que exacerbaban su imaginación y sus pechos tenían unos pezones firmes y abultados de los que parecía sentirse muy orgullosa. Era incapaz de controlar sus abrazos, sus besos, sus manos y sus roces aparentemente inocentes, y en ocasiones se preguntaba, ¿por qué hacia las cosas como las hacía y por qué le consentía tanto? Mientras se frotaba los brazos le hablaba y le hacía ver que no había dormido porque la cama cojeaba y cada vez que intentaba darse la vuelta se desequilibraba sobre una de sus patas, Le preguntó si él no lo había notado y le respondió que no. Ella se reafirmó en sus impresiones, dándole un valor que no aceptaba dudas, y que podría ser debido a que esa pata de la cama estuviera a punto de desprenderse, y que de ser así no convenía que les pasara en mitad de la noche. Había cosas insignificantes a las que Juani le daba dimensión de guerra nuclear, y lo hacía con absoluta inocencia. También estaba lo de los ruidos de pequeños animales desplazándose entre los cascotes del suelo. Frente a lo último no podía hacer mucho pero esa misma mañana ella lo condujo hasta la pata que creía que fallaba, y él se dispuso a asegurarla con unos clavos. Con la luz del día observó sobre la cama un tapiz que apenas recordaba. Era la figura de un tigre, bordado en rojo y blanco, pero tan sucio que los colores apenas se distinguían del color marrón amarillo de la mujer que devoraba, o de los verdes de la vegetación, o de los violetas de las montañas. Visto desde el pie de la cama, costaba creer que siguiera clavado a la pared, e imaginaba a los roedores subiendo por él, agarrándose con sus uñas a la gruesa tela de hilo superpuesto. Ramis se detuvo delante de él, y le sujetó la estructura de la cama mientras metía uno de los clavos a golpes, y le dijo que bajarían al río a lavarse y luego irían a dar una vuelta por el bosque que se veía desde la ventana. Le preguntó si los acompañaría y le dijo que no. Unos minutos más tarde los oía gritar en el agua, de juegos y saltos. Los imaginó tirándose el jabón y sumergiéndose en su busca, haciendo una guerra de toallas, y buscando los momentos de sol para secarse antes de ponerse la ropa. Packard estuvo viendo la superficie arrugada del agua, como si fuera sensible al frío primaveral, y después, encontró al perro muerto y también lo observó con curiosidad, pero no podía creer que le hubiese causado una impresión tan profunda en Tears. Ni siquiera un niño, por muy joven que fuera se hubiera sentido tan afectado. “No creo que fuera por el perro”, le dijo a Ramis, “creo que discutieron”. No quiso decir que tal vez Clark quiso sobrepasarse con ella, pero lo pensó. Era uno de esos meses inconstantes, de nubes tristes, de ni una cosa ni otra, derrumbando a los valientes. Cuando dejó de oír los gritos ya había terminado de clavar la cama, y Juani parecía satisfecha sentada sobre sus rodillas mientras tomaban el segundo café. Los chicos se habrían 8
puesto en marcha para su paseo, y ya no los oiría hasta el mediodía. Las mejores fincas estaban valladas y cerradas como si en otro tiempo hubiesen llevado allí ganado, eran buenas en pasto, y para acceder a ellas tenían un inteligente sistema de puertas infranqueable para animales que se desplazaran sobre sus cuatro patas. Como si, uno tras otro, los propietarios se hubiesen puesto de acuerdo para ir cerrándolas con el mismo sistema. El intentó de apartarse de todo, buscar distancia con otros cuerpos, pero no valía con Juani. Siempre se encontraba acompañado, y, a veces, creía que vigilado. La soledad era un bien que echaba de menos, y cuando conseguía aislarse, echaba de menos a sus alumnos. La necesidad de escaparse de aquello sin lo que no se puede vivir, era una cuestión difícil en la que intentaba no engañarse a sí mismo, pero sin conseguirlo. Volviéndose sobre sus talones miró la labor hecha, y no dejaba de ser un apaño para contentar a chica, que terminaba su café y ahora estaba ordenando sus cosas, sacándolas y volviéndolas a meter en la mochila. Ya ninguno parecía mantener la disposición inicial a mostrar el descontento por la ruina alrededor a la que se verían sometidos durante unos días, era mejor de lo que habían creído, sobre todo si salían a caminar o a nadar al río. Una pócima indiscutible para los más nerviosos. Pero nada podía tampoco terminar de esconder las incomodidades propias de aquella situación. Quizás por eso y porque no había allí otra salida de diversión que convivir y congeniar, apenas se preocupaban de encontrar momentos ni lugares solitarios, sino que al contrario, se preocupaban de encontrarse, de moverse en grupo y permanecer unidos hasta en las conversaciones más absurdas. Acabaron asistiendo por sorpresa, a una parte de sus relaciones que no conocían, y en la que daban por buenos todos los defectos de los rivales, por muy contrarios que fueran. ¿Cómo entrar en lo que Juani tenía en la cabeza? Si sospechara que Louis tenía ese tipo de incertidumbre, dejaría de verlo como a un espíritu inalcanzable y se alejaría. Hace como que nada le importa, pero está pendiente de cada uno de los movimientos del profesor. Conoce todos sus gustos; hasta en lo más íntimo y no finge cuando cierra los ojos para besarlo. Sin embargo, se ha propuesto esperar y entretiene los días con juegos, que él no sabe hasta cuando podrá soportar. Los chicos ya debían haber llegado al bosque de olmos y arces, cerrando una tupida sombra de humedad, tal y como el profesor lo recordaba. Aquel viaje había roto algunas costumbres que Juani y Louis solían observar con cierto respeto. Se alteraban por ejemplo sus paseos y sus conversaciones, sus visitas a los amigos y dormir juntos los fines de semana -que no era norma ni firme condición, porque antes del amanecer se levantaban y él la llevaba a la casa de sus padres-. Al despertar, en aquellos tiempos que recordaba, se quedaba viéndola y tiraba de su mano con paciencia para que abandonara aquella actitud remolona, para conseguir que se levantara y tomar un café. No quería irse, ni volver a ser la niña con buenas notas en casa de sus padres, quería quedarse para siempre, y así se lo había dicho, y a pesar de eso, aún respetaban las normas, las costumbres, las diferencias y las condiciones. Para él era algo más que la chica que se echaba a su lado los sábados por la noche, o la mejor alumna que tenía, aquella inteligencia estaba llamada a grandes cosas. Se movía con sus amigos con un rumor admirado por sus resultados académicos, por sus provocaciones y su tendencia a romper las normas. Se trataba de un vínculo no absolutamente platónico que seducía especialmente a Louis. Seguramente había bajado demasiado sus defensas; las que siempre había mantenido firmes frente a las alumnas. Ni cortarse las venas, puede impedir la libertad que el destino propone. Conspiró hablándole de sus amigos, luego, se propuso como modelo para que él la dibujara con sus palabras, y para que se acostumbrara a la inmensa veneración de los amantes, aprendió a tocarlo con la medida de someros amantes. Él se enternecía de insoportable amor retenido, y pasaba en algunas ocasiones sus manos sobre sus cuerpo cuando creía que ella dormía, y la despertaba para sacarla de su casa antes de que la perdiera para siempre. Oyó el ruido de un motor, y adivinó que se trataba de la lancha del vecino. La playa era lo suficientemente amplia para detenerse cerca de la orilla sin rascar los fondos. Eso no iba a impedir que el señor Girabau no se metiera en el agua hasta las rodillas, antes de pisar tierra firme. Nunca un adulto verá su entorno con la magia y energía que la ve la juventud. Algunos lo habrán 9
olvidado pronto o habrán sido viejos prematuros siempre. Girabau se sentía molesto con los visitantes, con la ligereza que manifestaban, con sus voces y sus carreras, y era precisamente esa ligereza lo que daba el sentido a la vida que él se había dedicado a buscar desde siempre. Los jóvenes que chapoteaban y gritaban en el río le hicieron recordar que el día anterior su perro se había perdido y estuviera esperando por él hasta que se hizo de noche, estaban al otro lado y como se hacía de noche no pudo seguir esperando y se había vuelto a casa; no quería pensar que aquellos chicos lo hubieran encontrado y se lo hubieran llevado. Ese largo pensamiento le sugirió que debía levantarse de cama y volver a cruzar pero cuando llegó ya se habían ido. Mientras buscaba alguna ropa de cazador para nadar por el bosque, le dijo a su mujer que había forasteros merodeando cerca de la casa, y que cerrara y no le abriera a nadie hasta que él volviera. Se le ocurrió llevar un puñal en el cinto que solía utilizar para despellejar conejos, pero no tenía intención de amenazar a nadie con él ni nada parecido. Y ya se dirigía hacia el barco cuando su mujer salió corriendo detrás de él y le entregó su cartera, porque según solía decir, siempre hay que ir documentado y con algo de dinero encima para no meterse en líos. Quizás no fue más que una excusa para despedirse, pero como tardaba demasiado y se enredaba en hablar de cosas que venían al caso, acabó por cortarla diciendo que todo estaba muy bien pero que ya hablarían de lo que fuera a su vuelta. No sabía si no sabía escoger el momento idóneo para quitar las conversaciones acerca de cosas que le interesaban, o era todo lo contrario. Desde luego si lo que pretendía era demorar su partida, había escogido el momento idóneo. Algunas cosas suceden sin que nadie las espere, y todo aquello apenas había empezado. No podemos conservar las proporciones de los instantes más trascendentes si suceden sin previo aviso, y hay cosas que nos cambian la vida de un momento para otro, sin saber ni como nos han llegado. Hasta el momento que desembarcó y metió las piernas en el agua helada de la mañana, no se le ocurrió que iba en busca de una explicación, una exigencia, que no siempre es satisfecha, y que a veces suena como un desafío. Sorprendido por su frialdad, y por lo que parecía, sin una intención previa, pero obviamente molesto por cualquier extraña presencia, arrastró un cabo para atarlo a un tronco y comprobar que ya no había nadie, pero quedaban las señales y las huellas en la arena de otros pies que no eran los suyos. La misma huella escandalosa que sofocó a Crusoe en la isla solitaria. La imperceptible dureza de su rostro estabilizaba su vejez. Curiosamente la vejez es radical, pero no es raíz, y unos ojos ancianos pueden ser los más dulces o los más crueles. A este respecto, es interesante señalar que los ojos de Garibau mostraban una ausencia absoluta de fragilidad o desamparo. Sería que tenía la capacidad de obviar oportunamente todos sus dolores y permanecer firme a pesar de sus articulaciones, si la tensión necesaria lo exigía. Sin vacilar, se dirigió al bulto negro que reconoció a un lado del camino; era su perro, le quitó la correa y maldijo golpeando un árbol con la palma de la mano. Él sabía en ese momento, como nadie lo había sabido antes, que era capaz de odiar hasta el infinito, llevando el análisis de su encuentro al desarraigo de su precisa educación francesa, y sentirse sin la menor censura, capaz de la brutalidad más inconsciente. No conocía, porque nunca nada le había faltado, las necesidades de los que habían nacido en una clase inferior, cargados de culpas, de privaciones, de violencia y de deseos ordinarios. Y durante décadas impasible en la distancia, en la dureza de la soledad de un lugar retirado y hostil, le ha mostrado que para él ya sólo una cosa importa, el respeto por su hacienda y por los suyos. A diferencia del resto del mundo, por algún motivo que no comprendemos, Garibau había escapado de las comodidades de la civilización y del apoyo social que supone vivir en las grandes ciudades. No era un hombre tan fuerte como podía parecer, y lo había sido aún menos mientras su periodo de adaptación al medio más salvaje del bosque había durado. Nunca había conocido nada igual, y a Blanche le había costado aún más. Pero tampoco era tan obtuso para no poner los medios necesarios para que su vida se desarrollara con cierta normalidad, y como ya hemos dicho, era de buena familia, y siempre dispuso del dinero necesario para dotar la casa de las instalaciones necesaria de un espartano confort, valga la contradicción. 10
3 Una Hinchada Amargura El recuerdo de los últimos días irritaba a Louis. Era Tears, en su búsqueda de la felicidad y del amor, la que creaba aquellas tensiones. Era la que tenía más tiempo libre y la que sacaba peores notas y a la que todos escuchaban esperando para poder satisfacer sus caprichos. Era también,la única persona que Packard deseaba tener a su lado en un momento como el que le tocaba vivir. Pero una vez más, dando pruebas de su total desconsideración y egoísmo, ella había saltado de un chico a otro, enfrentándolos en sus rivalidades. Después de hablar con Louis y de haberlo acusado de matar a su perro, Girabau volvió a la playa muy enojado. Para él estaba claro que habían atropellado al perro con la misma moto que estaba aparcada delante de la vieja casa, porque había llevado un golpe y además las huellas dejadas en el barro llegaban hasta el cuerpo del animal. Lo recogió y lo llevó hasta la barca, y sólo entonces inició el trayecto de vuelta. Desde hacía unos minutos no podía pensar en nada, estaba dejándose llevar por la corriente, resistiéndose a encender el motor. Casi por sorpresa una bandada de pájaros se levaron desde la orilla escandalizando con sus graznidos. Desconfiaba del barco porque no era grande y en los ríos los barcos sin quilla son inestables y caprichosos, y aunque no esperaba que pudiera volcar, podía arrojarlo contra una roca. El perro estirado cuán largo era sobre el suelo encharcado parecía dormido. Los bancales de arena crecían sin aviso detrás de cada recodo, y tendría que remontar el río haciendo un doble viaje, y no sólo de orilla a orilla que hubiese sido lo más práctico. Los mosquitos empezaban a manifestarse por cientos, y atravesaba sus colonias agitando los brazos en su defensa. Por fortuna llevaba una remera que lo protegía del sol y de los tábanos, y se puso una gorra con una visera que le cubría los ojos para no quitársela hasta que su retorno estuviera completo. Cuando su mujer vio el perro muerto, hizo un agujero en el jardín para enterrarlo mientras él la veía desde la ventana de la cocina. Ahítos de superficiales enfrentamientos escolares, se dejaban llevar por la bondadosa inclinación a su profesor. Rechazados de antemano por otros centros, se dejaban husmear, permitían que rebuscaran en la parte psicológica del estigma por el que habían sido expulsados de otros lugares. Agobiados por su propia problemática, por ser quienes eran, terminarían por estar a gusto en la incomodidad de aquel medio, en el que descubrían también, la libertad de no sentirse juzgados. Resistían a la civilización incapaces de reaccionar con la hipocresía que se les exigía, y de la que se liberaban sin más testigos que los árboles del bosque húmedo y angosto por el que deambulaban. Unicamente en una ocasión había visto a Juani incapaz de frenarse, por así decirlo. Fue desde la ventana del claustro de profesores, desde una de las ventanas que daban a las pistas de basket. Había una voz a su espalda que le decía que había que organizar talleres para tener a los chicos más ocupados, y no fue que no le estuviera prestando atención, pero notó que algo iba a suceder y ya todos sus sentidos se concentraron en lo que sucedía en el patio. E la distancia podía notar el temblor de los contendientes. Alrededor se iba montando un círculo de mirones con la seguridad de un espectáculo que dotara sus vidas de un poco de la emoción que los libros no ofrecían. Juani confiaba en sus fuerzas, a pesar de la enormidad del hombre que tenía enfrente. Su plaza no era la mejor, y permaneció impasible, no se movió, y observó a pesar de los cuerpos que tapaban como aquella joven menuda, saltaba sobre su oponente y lo ponía en fuga. “Lamentable espectáculo”, 11
masculló. Desde entonces tuvo interés en conocerla y conciliar con ella la vida académica tal y como la sentía, y Juani aceptó su amistad sin ponerle ninguna barrera, al contrario, se abrió a Louis como no lo había hecho con nadie antes. Aunque todo eso es parte del pasado parece necesario señalar que fue entonces cuando Juani empezó a buscarlo, le ofrecía todo lo que esperaba que le pudiera gustar. Era como una indemnización por haberse fijado en ella que se tenía por tan poca cosa. A pesar de de los pequeños detalles físicos, los que tanto ensalzan los chavales en sus juegos cuando necesitan reír sin sentido alguno, Louis le prestó la debida atención, y sólo algún tiempo después supo que aquello exacerbaba aún más, si era posible, la atención que ella le dedicaba. Hasta donde la paciencia le alcanzó se presentó como un hombre disponible más allá del profesor pero sin consumar su relación con la joven, sin embargo, ella seguía esperando el momento de debilidad en que terminara por hacerle bajar aquel muro de aparente indiferencia. Abocados a una juventud degradada, Louis debía pensar que, a pesar de todo, eran capaces de sacar de ellos mismos, virtudes que los alumnos corrientes ni siquiera sabían que existía. Estaban en lucha con su entereza, y eran capaces de demostrar una fidelidad que entendían y también exigían para con ellos. El mundo les pertenecía definitivamente por su juventud, y en mayor medida que a los que nunca habían desafiado las normas y condiciones impuestas. De esa lucidez acerca de la sublevación personal, resurgía una demoledora clarividencia, que si no se torcía por defender sus emociones podía ayudarlos en su prematura madurez. El hombre que lo acusó de haber matado a su perro parecía conocer el terreno en el que se desenvolvía, y no tardó mucho en afianzarse en la idea de que se trataba del dueño de la casa de la otra orilla. Parecía creer que tenía el derecho a despacharse a gusto, y no dio pie a otra cosa que insultos y exigencias. Estaba realmente enfurecido e intentaba devolver el daño que le habían hecho colocando sus insultos como puñales, pero habría llegado más lejos aún si hubiese sido necesario. La puerta de la cocina era ta grande que una vez abierta dejaba entrar la luz hasta convertir la estancia en un enorme garaje de sombrosas luces y sombras moviéndose al ritmo de las ramas de los árboles. El mundo de la desvergüenza volvía sin previo aviso, y Louis no pudo por menos que contestar con las más sucias maldiciones que recordó. Pensaba que había sido cogido por sorpresa, y que aquel tipo no lo conocía de nada, por lo tanto su actitud no merecía prudencia. Ser comedido y poner a funcionar la inteligencia, no siempre era lo mejor. Y cuando aquel tipo “replegó velas” y dio la vuelta en dirección al rio, noto que a Juani le brillaban los ojos de orgullo por él, por su reacción primitiva. El viejo llegaría a su casa y daría su versión, sus provocaciones y la búsqueda de la humillación, pero lo cierto era que Louis le había hecho decidir que no era buena idea seguir molestándolo. El padre de Plackard era un importante hombre de negocios y no fue fácil contactar, si bien dejaron pasar un par de días, y llamaron primero a la pensión en la que vivía por ver si había vuelto a casa por su cuenta. Al otro lado del teléfono, Louis recibió una voz fría como el hielo y tuvo que dar algunas explicaciones antes de colgar. Eso no le hubiera parecido tan extraño si el concepto que tenía del padre de Plackard hubiese sido otro. Le hubiese dado explicaciones similares al padre de cualquier alumno con el que tuviera que hablar en circunstancias similares, pero aquel hombre no se había preocupado por su hijo desde que lo conocía y el interés desmedido que ahora demostraba no le sonaba muy natural. En momentos así, si no fuera por los chicos, Louis se sentiría muy solo. No era que hubiera perdido la confianza en sí mismo, pero no resultaba fácil enfrentarse a los momentos complicados, sobre todo porque estaba metido en ellos hasta las orejas. Ya había pensado en eso en otras ocasiones, y sabía que si metía la pata, lo de menos sería si uno de los chicos desaparecía, lo juzgarían por implicarse en sus vidas personales. No se iba a tratar de ninguna confusión, si querían ponerlo en entredicho, el director lo llamaría a su oficina y después de criticar sus métodos, lo suspendería hasta que supiera que hacer con él. En la llamada de teléfono que le hizo al padre de Plackard, no hubo mención alguna a lo mal que lo estaba pasando el chico por la muerte de su madre, y no le pareció que en su nueva vida recién inaugurada al lado de una bailarina 12
contorsionista, hubiera sitio para lamentaciones de ese tipo. La indecisión mostrada en las peores circunstancias suelen complicarlo todo. Hubo momentos de confusión, de interrogatorios mal ejecutados, de desconfiadas y capciosas preguntas, y finalmente decidieron dragar el río. Sólo un minuto después de dar la orden les entró la preocupación por el vecino y la posibilidad de que hubiese abandonada la casa, pero no, abrió a la policía y más preguntas, más desconfianzas y más esperas en la vieja cocina. Intentar comprender lo que estaba sucediendo y el final dramático al que parecía abocarlos, no era plato de buen gusto. El impulso irresistible de entorpecerlo ya no valía para aquellos chicos. Los resultados no arrojaron ningún tipo de luz sobre el paradero de Plackard, y por mucho que acusaran al viejo vecino, lo cierto era que nadie mataba a un joven, lleno de energía e ilusiones, por vengar la muerte de un perro. También estaba la rivalidad con Clark, pero no quisieron hablar de eso. Lo cierto era que a Plackard todo le había salido mal en el último año, estaba sometido a una gran tensión y amargura y la idea del suicidio empezó a entrar entre todas las demás posibilidades. En cuanto a la entrevista con el director, nada bueno podía esperar de él, cualquier esperanza se volvía tóxica la sombría oficina que prácticamente habitaba desde el amanecer hasta la noche. Mientras descuartizaba, paso a paso, cada una de sus penas y sus pecados, iba aceptando cada uno de los cambios que tendría que hacer en su vida. Aceptaría su ruina si el mundo aceptara que le debía la sufrida entrega de tantos años académicos. Sólo en su aparente locura, inesperadamente sobrevenida podía considerar un privilegio enfrentarse al director cara a cara, sin miedo a decir, lo que lo sucedido, había significado para él. Los chismosos se volvían a manifestar a sus espaldas. Suelen permanecer agazapados esperando el momento idóneo para causar el daño mayor, pensó. Pero Louis ya había pasado la etapa de los que se deprimen por comentarios de algunos que le son totalmente ajenos. “Tendría que ver a la gente a ambos lados de la calle esperando presenciar como lo acribillan”: le decía Carolyn Jones a Kirk Douglas en “El último tren de Gun Hill”. Era como si cada cosa que hiciera tuviera un significado paralelo al momento vivido, así que quedarse el sábado por la noche viendo un western, no era la mejor idea. Recordó los momentos en la vieja casa, alejado del mundo, de la civilización y las mezquindades que genera, y deseó volver a estar en el río, rodeado de mosquitos y la permanente humedad cubriendo sus pulmones. Desde luego, era una opción ir a vivir en medio de la nada y envejecer sin que nadie pudiera a preciar como sus músculos, sus huesos y sus emociones se iban consumiendo. Había pecado de pueril juventud, aunque él no lo era, pero se acompañaba de jóvenes, y se resistía a creer, que al menos en sus ilusiones y preferencias había aceptado esa realidad. También en eso lo removía de arriba a abajo querer permanecer inalterable al tiempo, y sentir que se parecía a aquella casa, cubierta de la trama ruinosa de envejecer sin remedio. Por cierto que sólo venía a poner de manifiesto que por muchas vueltas que le diera, y por muchos trucos de cremas para las ojeras, la realidad terminaría por imponerse. Se caían las paredes, las columnas de piedra y la mampostería, y eso le recordaba mucho a toda la familia que se iba muriendo de vieja, los bisabuelos, los abuelos y los padres, generación tras generación. Todo indicaba que lo que tenía que suceder sucedería, que le habían caído encima veinte años en un sólo golpe. Toda aquella historia tenía los indicios de poner cada cosa en su sitio, y decidir que el paso del tiempo de nuevo volvía a poner sus condiciones. Resultaba evidente que el espectáculo debía continuar, y que lo menos que se le podía pedir al que se salía de la norma era que su sangre fuera sangre de todos. Él no era Jesucristo ni john Lennon, ni ningún otro, dispuesto a arriesgarse hasta las ultimas consecuencias por cuestionar las convenciones sociales e intentar cambiar algunas cosas que los oprimían. ¿Era ese su caso? La señora Navarrete no dejó de llamar hasta que descolgó el teléfono, pero la película había terminado, y Kirk Douglas había matado a “los malos”, pero no había conseguido ponerlos delante de un juez. Era la madre de Juani y quería hablar acerca de su hija. -Louis, querido, no hay motivo para complicarlo todo tanto. El padre de Juani hace mucho que 13
hizo las maletas y no volvimos a saber nada de él, así que ahora cuando hay que hablar con el profe de la nena, me toca a mi. Tenemos que vernos. Nadie solía llamar a las doce de la noche para concertar una cita, por eso Louis entendió que debía abandonar toda esperanza si quería darle esquinazo. Era una mujer decidida y hacía lo que debía hacer cuando quería hacerlo. A esa hora del anochecer la enervante algarabía vecinal se iba apagando, pero nada solucionaba la ola de calor que lo llenaba todo de sudor. Durante el día aún había sido peor, chorreaba agua y apenas podía tocar alguna cosa. La lavadora no paraba y aún así no creía poder tener sobre su cuerpo alguna prenda libre de aquel fenómeno que convertía su cuerpo en una fuente con olor a vinagre. Por la mañana, muy temprano, estuvo media hora sumergido en el agua de la bañera. Esperaba la visita de la señora Navarrete, y no estaba tranquilo. Ordenó un poco todo el piso, pasó la aspiradora y puso espray para las moscas, que además de acabar con aquellas molestas que se habían colado, dejaba un olor a limón que él quería atribuir a la química agradable de cualquier ambientador. Bajó corriendo a comprar la prensa y unos bollos para desayunar, fregó una pila de platos que llevaban unos días en el fregadero. Se preguntó si su invitada iría a misa antes de acudir a la cita, y de qué querría hablar. En toda la casa se notaba que se había puesto algo de su parte por agradar. Era como lo que sucede cuando un minuto antes de entrar por la puerta, alguien que había estado manteniendo una conversación, sale sin ser visto; en tal caso hay algo en el ambiente, una electricidad, una energía desconocida, una sensación que descubre su reciente presencia. Navarrete no tenía porque saber que se intentaba parecer correcto, y que se habían movido muebles por la preocupación que generaba en Louis su visita, pero cualquiera que entrara en el piso notaría aquel desvelo por causar buena impresión. Había estado esperando que los padres de Juani lo llamaran para concertar una entrevista -ella no le había dicho que estaban divorciados-, mucho antes incluso de que lo suspendieran en su trabajo. También, como podía recordar, había estado lleno de inquietud en aquellas noches que salía con ella a los bares de ambiente, porque entonces había temido encontrarse con alguien conocido que no entendiera su relación. Era por eso que le había sugerido, como si no tuviera la menor importancia, que se comportara como una alumna más. Pero sí, tenía importancia. Durante aquella rápida mañana de domingo, fue incapaz de enfrentarse a lo que tenía de símbolo, la quietud cuando todo se derrumbaba. La madre de Juani y sus reproches suponía el final de la vida que acostumbraba. Ni siquiera su tono comprensivo podría evitarlo, y tuvo que explicarle, y repetírselo lentamente, que hacía semanas que no veía a la “nena”. Lo que más le impresionó de aquella mujer fue el enorme parecido con su hija, su sistema para objetivar, resumir y llamar a las cosas por su nombre. Asumió como muy positivo que él estuviera inclinado a “pasar página”, pero por lo que le reveló, Juani la había amenazado con abandonarla y no podría evitarlo si tenía en cuenta que su mayoría de edad era inminente. La invitó a café y estuvo tan cerca mientras se lo servía que pudo oler el tipo de gel de baño que había utilizado en la ducha de la mañana, y le resultó conocido. Ella permaneció inmutable, como una diosa de piedra. -Le aseguro que no existe ninguna estrategia, ningún secreto. Juani y yo comprendemos las limitaciones de nuestra relación, nunca pensamos en llevarla a un extremo imposible. -¡Eso si que sería bueno! Es usted casi veinte años mayor que ella. -No he conocido a nadie capaz de someterse al frío diagnóstico de la razón en asuntos de amor. Y no soy tan viejo como supone.
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-¡Por Dios, no sea ingenuo! Nadie aceptará que usted haya tenido tan buena voluntad como pretende. Está claro que su ego es más fuerte que el resto. Sus ojos se encontraron nuevamente entre el humo de sus tazas, intentando dominar el equilibrio de un agradable momento, y la tensión propia del asunto que los convocaba. Seguían arrastrando las palabras, la pesadumbre y el sentimiento de culpa, porque los dos creían haberle fallado en algo a Juani. Mientras sopesaba cada respuesta decidida se mantenía erguida, son las espalda derecha como si le hubiesen calvado una tabla entre carne y vestido. Los vecinos seguían con su fiesta mañanera, entre canciones y conversaciones a gritos en el patio. Louis se levantó y cerró la ventana. Nada parecía saciar el respeto que exigía la señora Navarrrete y poco a poco el profesor se iba entregando sin nada que ofrecer, no era nadie, ya no veía a la alumna y una promesa tampoco sería suficiente.
4 El Mundo Ya No Nos Mira Estaba acostado sobre la hierba viendo las nubes pasar. El viento golpeaba una ventana que se había dejado abierta. Era como una escena repetida que volvía sobre su vida, y sobre la vida de cualquiera porque no se puede escapar a la vida, como a las voces que nos llaman desde ninguna parte. Quizás alguien en el pasado ya vivió una vida muy parecida a la nuestra, no somos tan diferentes unos de otros, y el profesor no se movía por estímulos tan diferentes. Había vuelto a vivir en la vieja casa -eso le había llevado a realizar algunos arreglos para convertirla en un lugar habitable-, pasaran unos años en los que no recibió visitas pero no había podido olvidar nada de todo lo sucedido, la desaparición de Packard y de qué manera e afectó. El mismo viento que jugaba con su ventana había arrastrado las hojas que no se comió la tierra, y otras nuevas apuntaban con verdor alimonado. La atmósfera se volvía de una ligereza que el invierno no comprendía. El vecino de la casa del río demoraba su resentimiento pero había empezado a saludarlo con un gesto pero sin decir una palabra. Al fin al cabo, era como si en el mundo no existiera nadie más, como si todo se hubiese ido al carajo y sólo quedaran ellos, lo que los obligaría a entenderse. A veces, al principio de su regreso, temía encontrárselo en plena noche deambulando por el bosque, armado de su escopeta de cazar conejos, y su cuchillo de desollarlos e ir dejando sus pieles y sus tripas tirados en mitad del camino. Su miedo lo llevaba a vigilar sin sentido en crispadas noches de luna, temiendo a las sombras que proyectaban las ramas de los árboles en movimiento, y al fin, caía dormido cuando asomaba un nuevo día. Comprobaba todas las ventanas y las puertas, pero sabía que eso no sería suficiente si se decidían a asaltarlo. El vómito del miedo duró mucho, más de lo que hubiera deseado, hasta que se convenció de que nadie había hecho tan malos planes para él. El viejo estaba a sus cosas, no era la mejor compañía, pero dejo de creer que lo odiaba sin remedio por todo lo ocurrido, cuando, posiblemente debería ser al contrario. Por raro que pueda parecer, estar en aquel lugar, apenas renegando de su pasado y la civilización que lo traicionó, lo hacía sentirse vital, dispuesto a sobrevivir y poner el esfuerzo necesario para ello. Se consideraba un producto raro de la sociedad que en otro tiempo lo había acogido haciéndole albergar todo tipo de vanas ilusiones. En cualquier recuerdo que tuviera, hasta el más simple, encontraba una secuela dela red de emociones en la que se había visto envuelto, y de la que en un 15
momento posterior, ya libre de ataduras, le costaba poco renegar. Por otra parte estaba su negativa a relacionarse incluso con los muchachos que le habían demostrado más afecto y comprensión, y sólo con Ramis, quizá el más fuerte, aceptó tener una reunión y fue al único que le contó sus planes, y el hecho de que hubieran pasado unos años sin visitas afianzaba su idea de que podía confiar en él y que no había revelado su paredero. Era doloroso admitir que en cierto modo no había querido despedirse de Juani, pero esa era una de las condiciones que se había impuesto a sí mismo, y que había expresado delante de su madre para tranquilizarla. Y así eran las cosas, tranquilizar a la madre, tenía el significado de fallarle a la hija. Aún suponiendo que el motivo por el que hubiese vuelto allí hubiera sido el sentimiento de culpabilidad por la desaparición de Packard, eso no lo iba a devolver con vida a sus familiares. Y aunque hubiese tenido la esperanza de encontrar alguna pista sobre donde se pudiera encontrar, pasaron los años y ya nadie y tampoco él podía mantener semejante esperanza. De algún modo, después de haber reflexionado sobre sobre todo lo que podía dar sentido a seguir habitando aquellos bosques, o qué había sido lo que lo había llevado a desear todas las privaciones a las que se sometía, creyó que todo podría ser perfecto si la imagen que se presentaba en su imaginación de una Juani ya mujer independiente, sentada en la silla al otro lado de la cocina, hubiese sido real. Le había fallado a todos; también a ella, pero como seguir viviendo sin hacerlo. Los hombres parecen estar en un estado de decepción mutua permanente, los unos con los otros. Un juego de intereses de los que se creen merecedores que siempre deja a otros en la cuneta. L volvió a ver recogiendo mantas para sus compañeros, repartiéndolas para que no pasaran frío, bañándose en el río y abrazándolo con una intensidad vital de la que sólo entonces iba a ser capaz. Encontró en el río al perro que, en aquel momento sustituía al perro que había muerto. Justo donde el otro había permanecido tirado toda la noche, esperando que lo recogieran y lo enterraran. Desde donde se podía ver el barco atracado en la otra orilla, y desde, esta vez con vida, el perro miraba con melancolía y emitía un ladrido lastimero. Permaneció inmóvil un instante esperando su reacción, y como le pareciera un animal tranquilo y no se mostró agresivo, le hizo un gesto para que se acercara. Todo hubiese sido muy diferente si hubiese arrugado el morro enseñando los dientes con un gruñido, pero nada de eso sucedió, y se agachó para acariciarlo. Girabau se mostró muy conmovido por el gesto de Louis, por atender el perro y devolvérselo en cuanto tuvo ocasión. Para terminar de mostrar de demostrarle su agradecimiento volvió en otra ocasión por la casa del profesor y obsequiarlo con unos conejos recién cazados y desollados. No se trataba de una ligereza asumida por un agradecimiento que le hiciera olvidar viejas pendencias; le tenía mucho aprecio al animal y fue un gran alivio para él que se lo devolvieran con vida. “Siempre me pasa lo mismo. Se me hace noche y debo suspender la búsqueda, en cuanto el barco cruza el río, las posibilidades de volver a ver al perro con vida se cierran. En la vida de un cazador, muchos perros pasan por su vida, algunos mueren de enfermedades, otros de accidentes, otros de viejo y a otros los pierde y no los vuelve a ver. Como comprenderá, esto resume mi alarma, espero que lo comprenda y que encuentre razonable ahora esta emoción que me embarga”. Hay honor en la derrota; un honor que no entienden los emperadores. La vida es una batalla perdida de antemano, pero si aún sabiendo que vamos a perder, no luchamos, se lo pondremos demasiado fácil a la parca. Si quería saber lo que era, si era digno de su futuro, no tenía más que examinar cada uno de sus movimiento como lo hacía con los extraños. Desde el abandono de la carrera por el puesto que en sociedad se le había designado, había pasado tanto tiempo, que cuando supo que Ramis lo iba a visitar su corazón se llenó de gozo. Reaccionaba contra el fundamento de toda moral pero no contra la conducta de sus mejores gentes, ni contra las formas que tanto se había esforzado en mostrar a sus alumnos como necesarias. Se quedó un momento circunspecto, permitiéndose recapacitar acerca de lo bueno que había ofrecido y que parecía que Ramis le devolvía anunciando su visita. Hay noticias que nos sacuden, pero a veces para bien, pero en todos los casos son noticias que nos hacen creer que la vida tiene que ser algo diferente a lo que creímos; menos real. La principal 16
característica de aquel momento delataba lo duro que le estaba resultando acostumbrarse a cada nuevo derrumbamiento de la casa. Apuntalaba una pared, reparaba una ventana y descubría una nueva avería, una desagüe que se atascaba o una rama de un árbol que se derrumbaba sobre el tejado. En su ánimo no se desprendía la necesidad de recibir a Ramis con todos los honores, y cuando estuvo allí pasearon, cazaron, viajaron muchos kilómetros para llenar la despensa, y sobre todo, charlaron del pasado, de como los trataba la vida y de las pocas aspiraciones que el futuro les ofrecía. Para que nos comprendan nos rodeamos de gente a la que apreciamos y que tengan nuestras mismas necesidades, dolores parecidos y capaces de ponerse a nuestra altura. Louis lo había visto antes, los chicos conflictivos sólo se dejaban ayudar por otros que hubiesen pasado primero por lo que estaban pasando ellos. No querían la falsa emoción de adultos que utilizaban la compasión como un cuchillo. Se habían invertido los roles, y ahora era Louis el que consideraba a Ramis uno de los suyos, y capaz de ayudarlo en sus decepciones como ninguno de sus colegas profesores, cualquiera de aquellos que habían lamentado lo ocurrido con falsas lágrimas y gimiendo como roedores, podría. Al aparcar su auto delante de la casa, Ramis no esperó. Se dirigió a la cocina que era, por lo que parecía, la puerta principal, y donde esperaba encontrar a Louis. En todo momento conservó la idea de estar haciendo lo debido, pero además, le apetecía mucho rememorar los tiempos de escuela, no podía dejar de pensar en eso. Decidió que ya estaba bien de demoras, y lamentó haber dejado pasar tantos años sin dar el paso. Louis lo estaba esperando, y abrió la puerta antes de que le diera tiempo a llamar. Su vida había cambiado tanto que no quedaba ni rastro del estudiante, y se presentaba una nueva visión del hombre de éxito en que se había convertido. Se fueron dando todo tipo de respuestas, los dos preguntaban llenos de curiosidad. Las respuestas de Ramis eran las esperadas. “Nadie ha vuelto a saber de Packard. Tears se casó con un hombrecillo que presumía más de lo que valía y Clark se ha embarcado en un viaje interminable intentando dar la vuelta al mundo. A Juani no la conocerías si la vieras, es una mujer bella y segura de sí”. Puesto que la derrota es el mayor de los espectáculos, el profesor esperó la pregunta desde el primer momento, y en mitad de la aportación caótica de datos y últimas novedades que Ramis le daba, cayó como por casualidad, “¿eres feliz aquí?” Buscar el desastre en solitario le pareció la mejor formar de evitar el dejarse rescatar a capricho, y algo parecido fue lo que respondió. Pero no por ello dejaba de aspirar a un día cambiar los designios que el destino revelaba. Había cambiado y al tiempo que perdiera una parte de su orgullo, percibía que una serena profundidad era parte de aquella no-felicidad a la que debía referirse en su respuesta. No podía culpar a nadie por considerarlo el hombre más raro del mundo, si no era capaz de explicar que sentido le encontraba a renunciar a la compañía, a los afectos, a la vida en sociedad, a relacionarse con gente parecida a él, a vivir conforme a las normas que le marcaba la civilización. Nadie podía estar tan resentido como para no volver a intentarlo; no era tan viejo que no le quedara aún algún tiempo. Le chocaron a Louis algunas de las respuestas que le daba su amigo y lo atribuyó a que había crecido y había formado su carácter. Pronto descubrió que aquella forma de hablar no le era del todo desconocida, y recordó el ímpetu con el que el director lo había citado a su despacho y lo había suspendido; la misma determinación y convencimiento en la forma de expresarse. Después de unos días de conversaciones estériles, sobre hechos acaecidos mucho tiempo atrás y que ya no moverían el aspa de ningún molino, Louis aceptó los esfuerzos de deducción y el excesivo celo en interpretarlo todo. Y cuando ya empezaba a esperar una reprimenda y las conclusiones que pusieran a Ramis, por una vez, en un plano superior que su maestro, Louis empezó a preparar una cena de despedida porque había llegado el día de la partida. Y fue en ese momento final cuando el alumno recordó todo lo sucedido en los días trágicos de la desaparición de Plackard. Habló del objeto de aquella excursión, y como todos se unieron sobre la desgracia y nunca más hubo discusiones ni enfrentamientos en el grupo, como si se hubiesen conjurado contra el mal, y hermanado en la desgracia. La decisión en la forma de expresarse de Ramis volvía a ser notoria, y entonces preguntó 17
por el vecino y señaló lo poco clara que había estado su presencia en aquellos hechos. -Cuando creía que no podía soportar tanta soledad por mucho más tiempo, un día encontré su perro. Se le mueren con frecuencia. Me agradeció que se lo hubiese atendido y guardado, y me regaló unos conejos. No me gustan los cazadores. De hecho, no me gusta él, pero me pareció que poder hablar con alguien, aunque fuese alguien a quien consideraba un enemigo, era una bendición. Pero ese hombre sin sentimientos, por lo que me contó, debe tener el jardín lleno de perros muertos que enterró allí mismo. Si un día se muere y alguien compra la casa, espero que no se le ocurra cavar en el jardín, nadie puede calcular lo que puede encontrar. Louis no podía pensar indefinidamente que aquel hombre tuviera algo que ver con la desaparición de Packard. Y en otro tiempo había estado inclinado a hacer algo; algo más de lo que se esperaba de él como normal. Después supo que la mujer de Garibau también había desaparecido, y que el viejo había tomado como concubina a una muchacha extranjera a la que resultaba difícil calcular la edad y cómo había llegado hasta allí. Algún tiempo después, el profesor decide que ha sido suficiente de vida contemplativa y empieza a organizar su viaje para volver a la ciudad de la que nunca debió salir. Se afana inutilmente en justificar sus viajes, y llega a la conclusión de que los proyectos en la vida deben ser por tiempo limitado. Haber pensado que se desplazaba a vivir en la vieja casa del bosque para siempre, no hubiese ayudado en nada, sin embargo, haberlo hecho con la idea de aprovecharlo como un cambio del que tenía algo que aprender antes del siguiente, le confería un ritmo a su vida que la hacía interesante hasta para él. Pasados unos meses ya instalado en un piso diminuto del barrio latino, un día decide bajar a comer al bar de la esquina, que no es nada del otro mundo, pero le resulta cómodo. Durante el tiempo que dura su comida, escucha discutir al cocinero con la dueña, ve pasar una grupo de niños gritones y observa que se está cerrando de nubes que amenazan lluvia. Conoce bien esa hora de la tarde en la que cree comer y está merendando, en la que las temperaturas caen de golpe y amenaza lluvia y en la que se le ha hecho tarde para todo. Es cierto que no puede hacer nada por enderezar su vida como desearía, ni cambiar los errores del pasado. Entonces se acerca una pareja que acaban de recoger el niño en el cole y vuelven a casa. La cara de ella le resulta conocida; es Juani. Apenas la reconoció por su forma de andar. Él lleva un abrigo marrón y negro, un paraguas y la mochila de su hijo al hombro. Ella, una gabardina, botas altas y una bolsa de plástico de un supermercado, en el que posiblemente han hecho una parada antes de volver a casa. Sus ojos se cruzan cuando pasan delante del escaparate en el que Louis permanece como una maniquí. Louis sonríe imperceptiblemente, le ha hecho feliz verla de nuevo y verla tan equilibrada, o eso parece. Ella se hace la distraída, mira adelante y sigue andando como si nada.
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