Ese grito ya no retrocede

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Ese Grito Ya No Retrocede

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1 Ese Grito Ya No Retrocede En la misma noche de los disturbios, Jeremías consiguió que Lourditas se quedara a pasar la noche. Ella se había resistido hábilmente hasta entonces pero esa resistencia había durado demasiado y era el momento de tomar una decisión, si quería seguir adelante con su relación debía pasar al siguiente nivel como si de un juego se tratara. Acababa de perder todo su dinero apostando en las quinielas y no iba a poder pagar el alquiler, pero no era la primera vez que le pasaba y eso no influyó en su decisión, si bien en una semana se había mudado al piso de su amigo. En la calle había luces de los ruidosos coches de la policía que exhibían su fortaleza dejando sonar sus alarmas, también había ruido de cristales rotos y carreras, pero a ellos, en su amor incipiente, les parecían fuegos de artificio. Apenas una hora después los enfrentamientos habían terminado y sólo quedaban un par de furgones y un grupo pequeño de muchachos a los que no iban a dejar ir antes de identificarlos. La disputa por la calle nunca terminaba ahí, más tarde o más temprano las peticiones de libertad tendrían de nuevo que ser reprimidas, pero aquel control le daba al orden establecido una sensación de poder controlar cualquier cosa. También era cierto que los cristales de los escaparates pintados con frases más o menos ingeniosas y la difusión de algunos enfrentamientos en el telediario del mediodía, hacían dudar del resultado inocuo de la solución política dada. En ese contexto, se levantaron de la cama para hacer café, y a continuación Lourditas manifestó su deseo de salir a dar un paseo; creo que él en ese momento le hubiese concedido la luna si se la hubiese pedido. A pesar a su vida caótica, Lourditas estaba considerada entre sus conocidos y amigos, y también algunos compañeros de la facultad que aún conservaba, como una persona extremadamente inteligente. Hacía más de un año que no veía a sus padres porque volver al barrio de la infancia suponía un trastorno considerable. La última vez que había estado allí no había sido una experiencia agradable, casi nunca lo era. Hacía aquel viaje al extrarradio porque se sentía obligada, pero se lo pasaba en su habitación con los recuerdos adolescentes, porque no había nada más que le interesara realmente, y mucho menos encontrarse con algunas personas que la juzgaban sin remedio. Aprovechaba en esas ocasiones para releer sus viejos libros, algunos ensayos y novelas de autores latinoamericanos, y biografías de estrellas del rock. Pese a los sinsabores pasados en la escuela secundaria, no era tan extraño en las chicas de su edad en aquel momento, adaptarse al castigo social que suponían las familias rotas, sin trabajo y resignadas al fracaso y en eso había tenido suerte. En tal situación podríamos convenir que a pesar de sus limitaciones, había sido admirable su valentía al moverse en busca de mejorar sus posibilidades. Debemos añadir a esto, que tampoco corría riesgos innecesarios y que pocos de sus amigos lo sabían pero uno de los entretenimientos de su infancia y posterior adolescencia fue acudir a diario al gimnasio municipal para aprender un arte de defensa oriental, y que todo lo que eso pudiera tener de sofisticado para algunos chicos, para ella había sido una forma simple y cómoda de hacer deporte y adquirir flexibilidad. Quiero decir que nunca lo había visto como una defensa o un arma, simplemente como un entretenimiento, algo saludable y un desafío físico, no era en ningún 2


caso una chica agresiva. Nada de su primaria etapa escolar tendría tanta importancia si no fuera por sus trofeos. Había algo desafiante en la visión de su habitación de infancia cada vez que entraba en ella y se quedaba mirando todos aquellos trofeos sobre las estanterías, que por otro lado, daban mucho trabajo a su madre en su tendencia natural a cubrirse de polvo en poco tiempo. En ocasiones tomaba uno de ellos entre sus manos y lo observaba añorando un tiempo que no iba a volver, y no volvía a la realidad hasta que con mucho cuidado lo devolvía a su lugar entre todos los demás. Si uno de aquellos objetos hubiese desaparecido, el vacío dejado en una de aquellas hileras superpuestas habría roto el equilibrio constante que se esperaba de aquel orden minuciosamente planificado por una joven que en aquel tiempo había disfrutado de la competición y de sus triunfos. No hacía mucho, en su última visita, su madre le había dicho que ya no podía ocuparse de la limpieza de la habitación como en otros tiempos y que sería conveniente guardar algunos de aquellos objetos y llevarlos al trastero. Esta observación aparentemente inocente, pretendía llamar la atención de Lourditas sobre el paso del tiempo y de como la vejez avanzaba sobre sus padres, y no le hubiese dado mayor importancia si antes de despedirse también su padre hubiese incidido sobre la necesidad de que aligerara su habitación. En un sentido antiguo podría pensar que querían disponer de su habitación para que alguien viviera en ella, tal vez un cuidador, un familiar o una asistenta que les ayudara con las cosas de la casa. Todo le resultó muy confuso y llenó sus pensamientos de dudas en el viaje de vuelta. Damian, el padre de Lourditas, había sido durante años un buen amigo de Jeremías, y conocía profundamente las fobias de su hija, por eso le costaba creer que pudieran estar juntos. La lectura inmoral de sus actos, el secreto que habían mantenido durante todo un año, y lo poco que les habían durado las relaciones anteriores, desmontaba cualquier argumento a favor. Semejante situación empezaba a ser bastante habitual en la vida social de la ciudad, los separados de cierta edad ponían toda su energía en seducir muchachas jóvenes y en muchas ocasiones se trataba de familiares o hijas de sus amigos. Era tan grande el desprecio general por los aspectos culturales que iban contra la libertad de amar, que ya nadie podía menos que sentir simpatía por la pareja, por el tiempo limitado que sabían que iba a durar su relación. Aspirar a relaciones de largo alcance, o hacer proyectos que llevarían una vida entera, ya no gozaba de la admiración que supusiera en el pasado. Todavía, en el contexto histórico que se movían, la fidelidad era importante, de hecho, había cobrado relevancia desde que la gente había empezado a tomarse en serio las nuevas y terribles enfermedades de trasmisión sexual. Era por esto que el habitual pesimismo del padre de la muchacha se veía relegado a un segundo plano al enfrentarse a su desarrollo emocional. Había sido tratada como una adulta desde que recordaba, como si nunca hubiese tenido una infancia, y por otra parte, Jeremías siempre iba a ser mejor que algunos jóvenes libertinos con los que ella se relacionaba. Cuando amaba, a Lourditas la sangre le subía a la cara, y como si se sintiera azorada, las mejillas enrojecían, las aletas de la nariz se desplegaban como las alas de una gaviota, fruncía el ceño y en el momento de mayor excitación apretaba los labios como si le preocupara sentir lo que estaba sintiendo. Nunca abría la boca con los gestos lascivos que Jeremías había visto en algunas revistas, eso tampoco le permitía exhibir sus dientes blancos, aunque pare ser del todo honestos, una vez concluido el momento del éxtasis solía sonreír dulcemente, casi con vergüenza. La expresión de su cara recuperaba la naturalidad con más rapidez de lo que a él le hubiese gustado, pero cuando se estiraba el pelo, aún montada sobre él en su postura preferida, su cuello era pura pura poesía y sobre eso no había demasiado que decir, simplemente recrearse en la imagen que representaba sin molestarla. Cuando cerró la fábrica, Lourditas decidió que no iban a tener hijos, al menos hasta que su situación económica estuviera resuelta, lo que podía emplazar esa decisión a mantenerse durante años. Aquel día salió de casa con sus mallas, listas para una larga carrera. Como corredora no era muy buena, pero tenía resistencia y le gustaba el aire de la mañana en la cara. Las zapatillas estaban 3


tan gastadas que empezaban a dar síntomas de flojedad, lo que le hacía pensar que en cualquier ocasión tendría que volver a casa con un pie descalzo porque se hubiera roto del todo. No iba demasiado deprisa y apenas había paseantes un sábado a aquellas horas. Tal vez hubiese llorado si ella fuera de llorar, pero prefirió salir a correr y así quemar la rabia contenida que la embargaba. Estaba más sensible que de costumbre, y apretaba los labios intentando sacar de sí los pensamientos que la entristecían. No había hablado de ello con Jeremías y no deseaba hacerlo de momento, pero su decisión era firme; nada de hijos. Naturalmente, esperaba recuperar el tono antes de mediodía, ya le había pasado otras veces sentirse así de mal, y sabía que era capaz de recuperarse rápidamente sin que nadie notara cómo se encontraba. En algunos sitios de la pista que recorría una linea de árboles, las raíces habían levantado el pavimento y las losetas eran desiguales, algunas fracturadas había que saltarlas para no tropezar y caerse. Su cuerpo respondía con juventud y energía, al menos de eso no podía quejarse, pues era mucho más de lo que mucha gente tenía. No le gustaba pasar cerca del lago porque las miasmas producían un olor desagradable y cuando lo hacía pasaba mala tarde, como si todos lo virus de la ciudad se concentraran allí; posiblemente se trataba de alguna estúpida superstición pero cuando ya llegaba a aquel punto dio la vuelta. La primera noche que se quedó a dormir en casa de Jeremías, en la calle los trabajadores de la fábrica quemaban contenedores de basura, y el humo era de un olor desagradable. Aquel olor lo inundaba todo y, más tarde, cuando el ruido de las carreras terminó, aún sofocados por calor de las sábanas salieron a la calle y se alejaron de aquellas ventanas cerradas que no impedían la entrada del humo pero llenaban la casa de un calor asfixiante. La primera noche que entró en el apartamento de Jeremías creyó que el color de las paredes era tan oscuro como cualquier cosa que pudiera pasar por su cabeza sin intención de ser descubierta. Los noticieros habían dicho que se esperaban unos días de calor extremo y él no tenía aire acondicionado, pero al menos había un ventilador en el salón que enchufó en la habitación mientras ella se desnudaba. Más allá de la habitación estaba la cocina, con cacharros apilados, en equilibrio, esperando la ocasión para organizar una gran escandalera. Estaban contentos por cuanto les había sucedido y ella especialmente, parecía sentirse llena de excitación y alegría. En aquel momento era Lourdes la que mandaba, la que con su gana de jugar lo llevaba de la mano y salía corriendo para que él corriera tras ella. Tenía la complaciente felicidad de los que necesitan compartir su risa, ampliar su gozo en otros cuerpos como en vasos comunicantes. No se iba a sentir colmada hasta que él lo entendiera y se volviera tan loco como ella, así que terminaron luchando en el parque, una disciplina en la que ella llevaba las de ganar. Empezó apoyando una de sus piernas sobre un árbol y apoyando su cabeza cerca de su pie. No intentaba impresionarlo pero su flexibilidad era la de una muñeca de goma. Después le habló de las disciplinas orientales y de su deseo de viajar algún día a china, nada menos. Jeremías ya tenía que haber supuesto que ella tenía planes para sí misma desde mucho antes de conocerlo y que sus sueños no entraban en la negociación como materia a la que se renuncia sin luchar. Volvieron a correr, a luchar, a abrazarse y a rodar sobre la hierba del parque. Y todo esto ocurría porque él, mucho mayor que ella, resultaba especialmente influenciable e inclinado a sus locuras. En un momento así, cualquier cosa que ella dijera o hiciera, sólo podía parecer maravillosa, el delirio se sirve acompañado de sueños que nunca se cumplirán cuando dos amores recientes se reencuentran. Algún tiempo después, entre la rutina y la búsqueda de estabilidad, podían decir que habían conseguido un grado de entendimiento que no desaparecería. Lo cierto es que en esos casos se pueden alegar otras dificultades, incluso poner freno a la expresión y buscar la dificultad voluntariamente para eludir ese hilo de comunicación. Al menos, entre las formas de liberar la tensión necesaria para una ruptura, nadie es capaz de hacer creer a su beligerante pareja, que la forma en la que una vez se entendieron no existía nada más que ficción. En definitiva, las dificultades iban creciendo, pero seguían hablando de sus problemas como si eso les fuese a ayudar; y hay mucha gente que lo piensa, incluidos unos cuantos psicólogos. Se trató pues, analizado con un tiempo de convivencia, de una relación con altibajos, con momentos de dulzura y juegos 4


apasionados, pero también con momentos de depresión y profunda decepción. Al despertar una mañana, Lourditas comprobó que una vez más, Jeremías se había levantado temprano y había salido en busca de trabajo. Antes de irse había bajado al portal y había subido la correspondencia, eso le hizo pensar que estaba esperando la contestación de alguna solicitud a una gran empresa multinacional. Ninguna carta, pero entre las facturas había una propaganda para viajar a las playas paradisíacas de América del Sur. Las fotografías a todo color parecían haber sido hechas con la intención de convencer de la tranquilidad y soledad que se puede vivir en aquellas puestas de sol paradisíacas. Hacía el final de la mañana había vuelto a ver aquellas fotos una y otra vez y había dejado volar la imaginación como si se encontrara en aquellos lugares. Sintió tristeza por su vida malgastada y pensó que a pesar de su juventud, nada cambiaría y que lo único que le quedaba por hacer en la vida era aceptarlo. Como Jeremías no andaba cerca para molestarla con sus preguntas inquisidoras, no evitó mostrar su aflicción llegando al punto de las lágrimas. Apenas consiguió recomponer su gesto para mediodía, y aún después de que él regresara y se dedicara a rebuscar inquieto alguna documentación extraviada, ella seguía viéndose a sí misma corriendo desnuda por aquellas playas y zambulléndose en un más violento y cristalino. En un momento llamaron a la puerta y al abrir, Lourdes contempló la imagen de una mujer que pide para sus hijos porque no puede pagar las facturas de la luz y el agua y puede ser desahuciada. Le dip algo de dinero dudando si se trataba de un engaño y sin preguntarse cuánto dinero se puede hacer al cabo del día con un argumento semejante. Al volver al sillón de la sala, lloró. Jeremías no podía entender lo que le pasaba. Se acercó moviéndose con precaución, lentamente, compadeciéndose de un dolor evidente del que le gustaría saber más. Ella no acertaba a explicarse pero era consciente de que no sería justo culpar a su pareja enteramente de su malestar. Durante tres años vivieron la relación lo mejor que pudieron, no fue fácil, él encontró otro trabajo pero parecía incapaz de resistir al desaliento. En el momento en que la relación tocaba a su fin ella legaba a casa cada tarde y se sentía tan deprimida que podría gritar. Se recostaba sobre la cama e intentaba recordar el último momento en el que habían sido felices. Perseguía aquel momento en la distancia como si fuera lo único que pudiera calmarla. Se trataba de un enlace natural entre la felicidad perdida y un presente dudoso. No podemos pensar que nosotros mismas no hayamos, alguna vez, distraído nuestra imaginación en busca de pensamientos positivos como único medio de eludir el presente y sus preocupaciones. Posiblemente lo hacemos con más frecuencia de lo que reconoceremos, incluso en muchas ocasiones de forma inconsciente. Entonces el ya había dejado de moverse a su alrededor preocupado por lo que le pudiera pasar, e intentaba evadirse saliendo o encendiendo el televisor hasta muy tarde, acostándose cuando Lourdes ya se había quedado dormida, o simplemente quedándose dormido en el sofá.

2 Excéntrica Vida Líquida Lourdes desapareció. Se fue al extranjero sin despedirse pero se supo que viajaba sin rumbo fijo por las cartas que le mandaba a sus padres. Estaba dispuesta a enfrentarse al mundo por su libertad, según su forma de pensar, sacrificada esos últimos años por un amor que no conducía a ninguna parte. A todos sus amigos y familiares les resultó una justificación muy pobre, pero a ninguno de ellos les pareció que Jeremías no pudiera encajar algo así, había jugado un juego peligroso y había 5


perdido, así eran las cosas. Todo estaba viciado de un sentido práctico en esos tiempos y hasta los adolescentes, siempre con sus exigencias de integridad, parecían comprender y aceptar, que los amores van y vienen sin dar excusas. En sus viajes (mayormente en tren), Lourdes aprendió a valorar el paisaje como no lo había hecho antes, a emocionarse mientras los ocres, marrones y amarillos pasaban delante de su ventanilla sin permitirle apartar sus ojos de ellos durante kilómetros. Los arbustos rezumaban naturaleza y las aves salían volando a su paso. Los atardeceres también le producían una desinteresada melancolía, una sensación de desamparo y amor por los viejos tiempos que parecía poder con todo. Estaba aprendiendo a formar parte de un nuevo escenario, y en ese aprendizaje comprobó que su inquietud de los últimos años iba desapareciendo. Ya no pretendía demostrar nada, ya no quería establecerse ni competir en una sociedad desigual. Había sido mucho más que un presentimiento o un rechazo por lo que suponía que quedaba por llegar. Se trataba de la certeza de sus propias fobias: La ausencia de total de romanticismo puede ser causa de desesperanza en algunas personas, y posiblemente Lourdes era una de ellas. El piso se hizo grande, oscuro y silencioso. Demasiado el vacía que expresaba y que Jeremías ya conocía de otros tiempos. Se acostaba en el sillón y al poner la cara sobre los cojines le parecía recuperar su olor. La madre de Lourdes era una señora, encantadora, amable y comprensiva, así que decidió dedicarle el tiempo necesario en la primera visita, pero cuando una vez al mes visitaba a Damian ella desaparecía y en ocasiones partía sin despedirse porque nadie sabía donde andaba. Ella había escrito a sus padres para decirles que se encontraba bien y que estaba de viaje sin destino fijo, pero que seguiría en contacto, sin embargo no daba una dirección en la que pudiera ser encontrada. Como Damian suponía que ella se sentiría traicionada si le contaba a Jeremías particularidades de aquellas cartas, que por otra parte no eran frecuentes, se limitó a decirle que se encontraba bien, y entonces pasaban a hablar de la fábrica, de fútbol y de la crisis, como dos viejos amigos que al fin era la excusa perfecta para seguir viéndose. Sin duda, si Damian se preguntara por los motivos de aquellas visitas, se equivocaría en su respuesta. Cuando el tiempo era inmejorable para las actividades al aire libre, aparecía Jeremías con su charlatanería infinita, y si el tiempo era lluvioso, incluso de tormenta, y todo el mundo prefería quedarse en casa holgazaneando, aparecía él, esperando dar conversación a su buen y paciente amigo. Se sentaban en la terraza cerrada y tomaban licor y galletas. Aquella galería acristalada había sido pintada en un amarillo chillón que resultaba muy incómodo, y Damian aprovechaba cada encuentro para resaltar que no había quedado contento con el resultado, pero a Jeremías no le importaba lo más mínimo. Era consciente que, sobre una de aquellas estanterías, en algún momento de sus visitas familiares del pasado, había visto fotos de Lourdes que alguien había retirado a lugares que a él ya no le eran accesibles. Ponían la radio y en ocasiones, juntos escuchaban partidos de fútbol, resultados electorales o los partes meteorológicos, esas eran algunas de sus aficiones. Eran capaces de tramar salidas a escondidas para que la madre de Lourdes ni siquiera pudiera verlos -parecía que había manifestado su molestia por las visitas alguna vez-. Entonces iban al bar y bebían cerveza. Sus peores costumbres se estaban convirtiendo en sus mejores diversiones, sin que, en ningún momento saliera a relucir ningún tema relacionado con Lourdes, tal era el grado de respeto que los dos le tenían. Debo añadir a esto que Damian llegó a dudar de si se trataba de escrupuloso respeto, o de que su amigo hubiese empezado a olvidar su reciente amor y acudiera a las aquellas visitas como un amigo busca la compañía de otro amigo; simplemente. ¿Qué era lo que Lourditas sabía de sí misma y de lo que iba dejando atrás? Dulce y rencorosa en las mismas proporciones, capaz de las más ingeniosas propuestas y audaz hasta lo heroico, nadie se atrevería a crearle problemas. No sólo por su capacidad física y su formación en artes de lucha orientales, sino porque una mirada suya, si esa mirada era de resentimiento, era capaz de congelar el infierno. Desde luego, su último truco había sido el más estimable de su vida, desaparecer sin dejar rastro, “¡Muy bonito!” Se decía Jeremías mientras daba los pasos necesarios para olvidarla. Un vecino de Damian se unió a algunas de sus tertulias, era el hombre que le suministraba botellas de vino que traía de sus visitas al campo y que eran embotelladas por su propia familia. 6


Aquellas botellas se iban abriendo una tras otra en las mejores ocasiones. Cada uno aportaba algo en aquellas visitas que empezaban a parecer fiestas. La falta de control que Jeremías tenía sobre su duodeno le hacía perder gases sin control cuando se pasaba bebiendo, eso le hacía pedir disculpas reiteradamente, pero a sus nuevos amigos no parecía importarle tanto como su conversación, por eso abrían las ventanas de par en par sin darle mayor importancia a estos incidentes. Todo iba de perlas hasta que Damian empezó a discrepar con frecuencia acerca de los temas que tocaba su vecino. Como lo conocía bien era capaz de imitarlo con cierta pericia, y cuando se iba el primero se burlaba de él sin piedad gesticulando o poniendo una voz aflautada muy parecida a la del otro. Este tipo de informalidades no eran del gusto de Jeremías y tal vez ese fue uno de los motivos que lo llevó a ir tomando distancia de las etílicas reuniones del viernes noche. De nuevo pasaban cosas que irremediablemente lo cambiaban todo. Cosas que llegaban sin que nadie las viera acercarse en la distancia y lo hacían todo condenadamente difícil. Esas situaciones que te muestran la realidad para indicarte que ya cualquier excusa está de más. Mucha gente lo asume con facilidad, pensando que la vida dispone de ocasiones suficientes, de nuevas promesas y sensaciones para llenarte de ganas de vivir, y eso le iba a suceder a Jeremías. Sólo al desprenderse de aquellas visitas al padre de Lourditas, tuvo la ocasión de enamorarse de nuevo, y de creer que el amor vuelve con la misma intensidad por mucha profundidad que se haya dado en las entregas precedentes. Con Regina todo parecía fácil, y las dudas desaparecieron rápidamente. Se trataba de una compañera de su nuevo trabajo como oficinista en una empresa de aluminios, nada demasiado emocionante pero estable, al menos. Cada vez que se acordaba de Lourdes lo sentía como una traición a su nueva pareja, así que, poco a poco, también fue consiguiendo dejar aquellas imágenes del pasado a un lado. Quizás, alguien pueda imaginar que se trata de una historia corriente y que este tipo de cosas pasan todos los días. El reto de contar un hecho conocido con un mínimo de credibilidad reside en la precisión, en ser específico y adornarlo con los más pequeños detalles, sin embargo eso no es siempre posible, pero no le resta veracidad. Constatar que un hecho es real desde un relato es muy difícil, y hay escritores que son expertos en conseguir ese efecto de verosimilitud. Por mi parte no me crea ningún tipo de malestar no ser capaz de distraer al lector de lo que parece real para llevarlo al terreno que, a los que aspiramos a artistas nos gusta dominar, lo que existe puramente modelado desde nuestra imaginación. Ya que, Jeremías no pensaba, ni por lo más remoto volver a amar a Lourdes si ésta apareciera de nuevo en su vida, se propuso empezar de cero con Regina y darse una nueva oportunidad. A Regina le gustaba representar el papel de mujer inocente, pero al contrario que Lourdes, ésta era una mujer de avanzada edad y más experimentada de lo que pretendía. Ponía todo de sí para parecerse al tipo de mujer que ella creía que le podía interesar a su nuevo amor, de tal manera que llegaba a resultar cargante cuando le preguntaba sobre su ropa, su calzado, su peinado o cualquier otra cosa, ¿te gusta así? ?ésto te gusta? ¿qué te parece...? No fue fácil para ninguno de los dos acostumbrarse a la convivencia. Una vez superada esa etapa, las cosas ya sólo podían ir a mejor, se decía él con absoluta confianza. Llegar a ese grado de complicidad en el que las parejas empiezan a congeniar, se convirtió pues en su principal objetivo y entretenimiento Aunque, visto en la distancia, el esfuerzo realizado empezaba a ser odioso, al menos en pequeños detalles que son capaces de acabar con la paciencia de cualquiera, Definitivamente, dejar de pensar en Lourdes no mejoraba nada, y se lo hacia todo aún más difícil. Por unos días, después de saber que estaba en cinta, Regina olvidó decirle que había ido al médico y que los resultados eran positivos. Al tercer día sonó el teléfono, no se trataba de nadie conocido. Aquella voz no se parecía ni de lejos a la de nadie a quien pudiera ponerle cara. Preguntaron si en esa dirección habían puesto un anuncio en una revista de segunda mano para vender una cámara fotográfica. Respondió que no, pero la persona en cuestión seguía dándole vueltas al tema como si no quisiera colgar. “Extraño mundo el de las llamadas perdidas a desconocidos”, se dijo. La voz empezó a sonar con un tono de anciana y cuando comprobó que Regina estaba dispuesta a dedicarle 7


unos minutos y prestarle algo más de atención de la que se suele prestar a las llamadas fallidas, entonces le empezó a hablar de su vida y la necesidad de comprar una cámara como aquella, para que la necesitaba, el tipo de cosas que quería fotografiar y el objeto final escondido detrás de otros; tener fotos de sus nietos. Hablaba de la cámara, pero al mismo tiempo construía un mundo de anciana solitaria y su único placer en la vida, las visitas de sus nietos. Desgraciadamente, Regina no tenía todo el día, y aclaró el pormenor de que en aquel número de teléfono nadie vendía nada, las dos decidieron colgar. Fue algo revelador, inesperado, pero capaz de hacerla pensar y decidir tener su hijo. Después de aquello, aquella misma tarde se lo dijo a Jeremías, su proyecto se consolidaba, tendrían un bebé. Y seguían pasando los meses y parecía existir en la pareja un desprecio por los amores previos. El olvido era voluntario y tan enervante que no se hubiesen atrevido a preguntar. A la vez, parecían vivir en un mundo optimista acerca del futuro y las posibilidades que les ofrecía, lo que con la edad de Jeremías resultaba chocante, como mínimo. El mundo los llenaba de buenos deseos y atenciones y eran deudores de tanta felicidad. Oportunamente, en su mejor momento económico nació Jerry y una nueva cantidad de excitantes tareas ayudaron a dejar atrás cualquier vieja inquietud. Hubiera sido necesario un derrumbe, una inconmensurable tragedia para extraerlos de su mundo de pañales y biberones. En aquel estado de encantamiento, cuando Regina comenzaba uno de sus razonamientos, bien sobre noticias que había leído en la prensa o en al radio, o sobre chismes que oyera en el mercado, sus ojos cogían un brillo vengativo, pero eso no le quitaba, sin embargo, un ápice de equilibrio a su vida. Jeremías intentaba seguir el juego, que consistía en encontrarle el punto de vista más favorable para sus propias condiciones de vida a las cosas más simples y que menos tenían que ver con ellos. La voz de Regina, chillona y malhumorada, encontraba, por ejemplo, que si a los minusválidos les daban una ayuda para las sillas de ruedas, como mínimo, a ellos deberían darle una ayuda parecida para para el cochecito del bebé. Este era el nivel que la hacía abrir la boca hasta que se le veían las manchas de los empastes, y batir los brazos y las manos en el aire con desesperación como si se sintiese estafada. Creo que jamás hubiese perdonado a Jeremías si le hubiese llevado la contraria en momentos así. En las conversaciones de la pareja, tal vez debido a sus limitaciones económicas, o a que las aspiraciones de ambos eran inasumibles para un trabajador que apenas llega a final de mes, solían girar alrededor de las injusticias sociales. Para ellos, las injusticias sociales eran sus limitaciones y la burgesía a la que aspiraban y nunca conseguirían llegar. Creían descubrir un mundo al razonar acerca de todo lo caro que no le podrían dar a su hijo, los colegios privados, las vacaciones pagadas y la ropa de la calidad necesaria para poder alternar con otros niños hijos de jueces, médicos o políticos de la vida local. Debatían acerca de su propia condición de su realidad, sin reparar en que no era la ropa que pudieran comprarle a su hijo en los lugares con mejores marcas, lo que lo limitaba, sino que se trataba de su background del que ellos formaban parte irrenunciable. Empezaban centrándose en todo lo que de importante tenía para ellos vivir como lo hacían y eso los llevaba a considerar su propia elegancia como algo importante a poner en valor. Tenían fuerza suficiente para darse la razón mutuamente cuando argumentaban que si se relacionaban con gente de menos categoría perderían el “buen gusto”. Quizás se saciaban de su mediocridad pretendiendo que en los tiempos que corrían se la daba más categoría a la gente con fortuna que a aquellos con estilo y buena educación. Eran dos ridículos, sin duda. Encontraban en que defender su posición dependía de subestimar a los que consideraban menos refinados. Volvían una y otra vez sobre estos temas sin solución de continuidad. Ella intentaba ser precavida acerca de algunos hombres notables que había conocido y no traicionar algunas confidencias, pero le hubiese gustado hablar claramente para convencerlo de que eran peores que él en todo, pero más resolutivos. Estaba convencida de que si él fuera un hombre un poco más decido y despiadado con sus rivales ascendería en la jerarquía sin problemas. El arte de conversar pasaba en ellos de una velada cambiando pañales, a asumir cada pequeño 8


detalle de la competencia social entre iguales como lo más importante del mundo. Y en su delirio se les escapaba que ser competitivo es la mediocridad misma, la ordinariez más corriente, y la más soez de las posiciones ente la vida que nos espera con sus retos, enfermedades, muertes, dolores y decepciones varias. El arte de conversar en pareja depende de que ambos pertenezcan a parecidas sensibilidades y aspiraciones. Los proyectos en común dan mucho tema. El resto parecía ir todo con el ritmo que se esperaba de la vida, su hijo crecía y se fortalecía, y colmaban algunas pequeñas aspiraciones de siempre; eso contenía su descontento. Empezaron a reconocer algunas de sus equivocaciones, pero no se lo confesaron mutuamente. En una ocasión, recibieron un regalo con forma de cheque de la empresa por la dedicación de Jeremías. En esa época también recibió una llamada del padre de Lourditas, que le pedía que se pasara a visitarlo pero no se lo dijo a su mujer. Otro empleado había recibido un regalo parecido en las mismas circunstancias, poco después había sido atacado por unos desconocidos que le robaran y lo había dejado tirado dándolo por muerto en plena calle. La suerte tiene extrañas formas de manifestarse. Tal vez algo malo estaba a punto de manifestarse y debía contener toda su espontánea alegría. Habían pasado unos años sin ver a Damian, Regina se había consolidado en su papel de madre atenta y el hijo que ambos tenían en común era un mocito que decía que tenía novia porque una compañera del colegio se quedaba con sus làpices. A menudo Damian se había comportado como un auténtico padre con él y se trataba sólo del padre de su ex pareja. Su amistad se había consolidado al superar aquella dolorosa ruptura sin que ello les afectara, así que Damian le daba consejos desde el aprecio que le tenía, y lo cierto era que le habían sido muy útiles. Sobre todo en asuntos de dinero, donde poner sus ahorros o que tipo de inversiones eran tóxicas en los tiempos que corrían, había acertado, le había animado a casarse con Regina y había tenido algo que ver en la consecución de plaza en su último trabajo -que desde luego era aquel en el que había estado mejor visto-. Es posible que muchos pensaran que había algo de sumiso en su relación con Damian, también Regina, y por eso había dejado de verlo durante años; pero ahora lo llamaba por teléfono porque quería verlo y no podía dejar de atender su llamada. El lugar de la estima que le tenía seguía estando muy alto, eso era obvio. No era una persona pretenciosa acerca de las grandes amistades. Tampoco se trataba de uno de esos tipos que lo banalizan todo con grandilocuentes imágenes que pretenden llevar las cosas más allá de donde realmente están. Se trataba simplemente que a pesar de sus diferencias, había conseguido con él un grado de confianza mayor que con otras personas que conocía, y eso sólo lo daban los años. De nada sirve todo el reconocimiento si se vive ajeno a la fuente que lo alimenta. La visita que planeó minuciosamente podía no salir como esperaba y echar por tierra todos aquellos recuerdos y pensamientos, por lo tanto no tenía derecho a esperar nada extraordinario de ella. El sentido que tenía aquella llamada lo comprendería enseguida, cuando Jonas le fue presentado. Era un poco mayor que su propio hijo, Reblanq que tenía seis años. Los dos jugaron en el jardín como si se conocieran de siempre. Pero no adelantemos acontecimientos, puesto que Jeremías intentaba mantener la calma. Aún así, al intentar abrir una cerveza se pilló uno de los dedos y se hizo daño. Damian había dispuesto unas bandejas con pan, queso y aperitivos, así que los chicos llegaron corriendo para pedir algo de comer, después volvieron a sus juegos con la misma energía portando sus pequeños bocadillos. Jeremías no se creía con derecho a esperar una revelación que cambiara su vida, por eso se abstuvo de preguntar, lo que Damian se tomó con mucha elegancia. Mientras comían el queso, saltaban entre los árboles. El jardín había sido un patio en otro tiempo y había trozos de cemento aún en las esquinas que le daba un aspecto abandonado, pero que servía para jugar a la pelota. Desde la galería acristalada se notaba el calor de la tarde sobre la madera de las ventanas y la hierba seca, pero a los niños no parecía importarle. Los recuerdos que le venían a la mente al entrar en aquella casa no eran los de Damian y su mujer en familia, sino los de Lourdes en su apartamento del centro. Para Regina, todo lo que tuviera que ver con Lourdes iba a ser siempre tiempo perdido y así lo había manifestado en varias ocasiones. Jeremías no entendía como podía odiarlas tanto sin conocerla, pero parecía por la expresión de su 9


rostro, si alguna vez surgía su nombre en medio de una conversación, que al oírlo se ponía al borde de una explosión interior. Le parecía vulgar seguir hablando de ella después de tantos años, lo que no era cierto, porque apenas la mencionaban. En definitiva, era algo así como una falsa sensación o el sentido fallido de las apreciaciones que cada uno le diera a cada cosa. Si en un año, en una conversación intrascendente, el nombre de Lourdes salía a relucir una vez, a final de año Regina decía que aquello había sido demasiado y que no lo podría soportar por más tiempo si seguía sucediendo. Solía decir, sin temor a ser malinterpretada, que cualquier cosa que tuviera que ver con Lourdes estaba tan podrida que olía con sólo mencionarla, lo que le otorgaba una importancia que Jeremías no le daba. La sombra de Lourdes volvía para inundarlo todo, y lo no era para tanto. Su padre había sido compañero de Jeremías en la fábrica antes de que cerrara y procedía de una familia humilde lo mismo que su madre. No se trataba al fin de la persona exquisita que concebía la imaginación de Regina. Su singularidad se debía a su juventud no a los dones heredados como a otras chicas caprichosas de buena familia. Su abuelo había sido cartero y ese había sido el empleo más notable de los miembros de su familia. Para aquella familia, la honra de haber tenido un miembro en la función pública era recordada siempre que podían en cualquier conversación.

3 Mis Amigas Las Ratas Todos creemos saber que marcharse para no volver no es como morir, aunque, a veces, nos lo parezca. Nuestro primer espacio, al que nos acostumbramos como un hogar, sólo puede ser sustituido en esa idea de amparo familiar por las propias personas que lo componen, y si se ha de vivir en viaje permanente, al menos hacerlo juntos. El desprecio que Lourdes había creído entender por la idea que acabo de traer a discusión, parece suficiente cuando uno es joven. La juventud invoca la aventura como la única magia capaz de interpretar ese tipo de vida nómada. Voluntariamente, en la comprensión casi irresistible de ver otros países, sus ciudades y sus costumbres (no como una huida) abrió los ojos cuanto pudo creyendo con absoluta fe en la compensación de semejante decisión. Eso Damian no lo diría, pero volvió y se fue algunas veces, y en todas ella iba acompañada de su bebé. Seguramente no saldría de una correcta imaginación poner en duda su sacrificio y la estima que le tenía a sus padres que formaba parte de él. Es posible que algunas cosas de la vida se nos escapen, y un día alguien nos llame para inducirnos a un determinado descubrimiento. Damian parecía decir, “piensa, no te voy a decir que es tu hijo, pero... sospéchalo”. Después de aquello, la confusión de Jeremías fue total; además, tuvo que terminar por contarle a Regina todo lo concerniente a su visita, porque Reblanq le contó primero que había hecho un nuevo amigo y en qué términos. No sabía que hacer, todas aquellas ideas y suposiciones se amontonaban en su cabeza poniéndolo en un estado de nerviosismo evidente, pero eso, lo más importante, Regina no lo supo. Quería contarle a alguien lo que le pasaba, así que una tarde fue a visitar a un viejo amigo de la infancia al que hacía algún tiempo que no veía, pero está vez fue sólo porque Reblanq y Regina se iban a hacer una compras. Saúl Osvaldo no vivía tan lejos como los padres de Regina, ni siquiera era necesario coger un tren de cercanías ni salir del centro de la ciudad. Lo mismo que él, estaba a punto de jubilarse y no salía mucho de casa, pero le avisó de su visita antes de ir para allí. 10


Al parecer iba a clavar algunas tablas en un galpón medio desvencijado por causa de las tormentas, y Jeremías se ofreció para echarle una mano y así poder hablar de las cosas de la vida que les habían pasado en los últimos tiempos; después de todo, tener buenos amigos es una forma de poner en orden todos esos pensamientos de cosas absurdas y que no sabemos donde acabar de aparcar y que revolotean libremente en nuestras cabezas. En aquella casa los niños habían crecido pero a él, lo seguían recordando como una persona alegre, dispuesta para las historias divertidas y los juegos. Esa era una imagen que había explotado sin rubor en el pasado, y ahora, en su papel de padre de familia, ya no le gustaba que lo identificaran con todo lo que de divertido aún tenía la vida. Se había apagado como una vela gastada y a punto de extinguirse, y su vitalidad se quedaba a menudo entre las cuatro paredes de su casa. Pero allí estaba, y su relación de amistad era aún sólida. Saúl Osvaldo lo miraba con sus ojos pequeños sin necesitar saber más, no eran unos de esos ojos que cuando miran interrogan, nada de eso. Sin embargo, no iba a pasar mucho tiempo sin que Jeremías le contara los pormenores de su amor con Lourditas, su posterior matrimonio y paternidad, y la reciente aparición de Jonas. La solución de su amigo era simple, “mientras nadie lo haga oficial, Jonas es el hijo de Lourdes, pero no es hijo tuyo”. Parecía que lo había tenido delante de la nariz todo ese tiempo, no obstante, no parecía contento ni convencido. Buscó una segunda opinión en un compañero de trabajo al que no hacía mucho que conocía, pero en el que creía que podía confiar, Xan Valjean. El significado de aquella reunión era expreso y el resultado, teniendo en cuenta la personalidad práctica de Xan, sólo podía ser concreto. Se trataba de un hombre capaz de defender hasta la extenuación, en cada mínimo problema, la capacidad del hombre de salir adelante por sus propios medios; todo lo contrario de un soñador, un teórico o un idealista. Los hombres de acción no necesitan demasiados motivos o razones para ponerse en marcha porque estar activos forma parte del proceso psicológicos los hace considerarse capaces de afrontar cualquier reto, dure lo que dure. Lo malo que tenía Xan era que apenas le dejaba hablar y eso contrarió a Jeremías desde el principio de la reunión. Alguna gente permanece en silencio mientras hablas sin estar escuchando, en absoluto, cualquier cosa que les digas, pero Xan, directamente interrumpía y demostraba un desprecio manifiesto por los detalles. No era la primera vez que se encontraba en esa situación con él y con otras personas, era una actitud corriente cuando no querían entrar de lleno en algún tema que les era incómodo, y parecía que para Xan, conocer la vida pasada de su amigo no era plato de buen gusto. No había sido buena idea esperar de Xan una comprensión así. “Nadie puede poner sus brazos para un reconfortante abrazo alrededor de un remordimiento”, dijo entonces. Hay razones para especular acerca de la posibilidad de que Jeremías se hubiese equivocado completamente con su amigo. En la parte de comprensión que había esperado, resultaba inexplicable su frialdad, pues había sido claro cuando le propuso aquella conversación, y como si no hubiese sido suficiente se veía dudando de sí y de todo en aquel momento. En efecto, había sido muy claro, sólo se trataba de la ajena falta de interés. La sensación de estar solo en la vida es muy dolorosa. El hecho de no encontrar a nadie en el momento decisivo en que se necesita un apoyo, convierte al mundo que te rodea en una broma. “Si al menos Reblanq fuera un adulto, podrían contar con él; eso en el supuesto de que siguieran llevándose bien en ese momento. Cuando pasaba así, por algún motivo médico desconocido (es posible que le bajaran las defensas según le decía el médico), le daban ataques de hipocondría, sentía todo tipo de dolores y decaimientos, y creía que algo grave lo perseguía. No podía evitar que aquello sucediera, no obstante, la posibilidad de comprar una botella de whisky de malta y beber hasta perder el sentido estaba también presente. Mientras permanecía la duda, el dolor lo avocaba a tirarse en su sillón y evitar el contacto con todos, también con Regina. Debemos suponer que ella no era ajena a su depresión, pero podía achacarlo a cualquier cosa, incluido al paso del tiempo, y así no tener que preguntar. Cuando se encontró mejor, se levantó y puso un LP de vinilo en el tocadiscos; se trataba de la Missa Solemnis de Beethoven, que lo relajaba a pesar de ser un ateazo convencido. De acuerdo, debía conformarse. Damian le había dicho todo lo que necesitaba saber, y no iba a 11


soltar una palabra más, de eso estaba seguro. Pero ni siquiera estaba seguro que supiera todo lo que sabía era lo que quería saber, o que sus sospechas le convinieran. Entonces empezó a correr el rumor de una nueva reducción de plantilla en su trabajo. La historia se repetía y por su poca antigüedad, si existía una lista de “prescindibles”, él debía estar en los puestos de cabeza. El ambiente en el trabajo es siempre difícil, se compran y se venden la lealtades y la presión es tal que la psicología lleva algunos a creer que el resto de su vida depende de sus aptitudes allí; horrible sí. Por su edad ya no se sentía tan alineado como otros, pero sabía que si se quedaba sin trabajo tendría que optar por una jubilación anticipada. Había mucho en juego, y se trataba de una preocupación más, pero cualquier diagnóstico iba a ser prematuro y no deseaba dar un paso en falso. Ante la duda, la abstención siempre es lo mejor, también en el sexo, se dijo sonriendo estúpidamente. Nadie iba a apoyarlo tampoco en eso. Sin embargo, parecía más animado desde que la lucha por salir adelante se volviera tan carente de cualquier piedad. En tal situación se percató de que no sólo había empezado a pensar en Lourdes con frecuencia, sino que si se sinceraba consigo mismo había gestos, movimientos, imágenes y ruidos que echaba de menos de ella. El tono de su voz era especialmente seductor y la forma en que se mordía el labio cuando no era capaz de responder a una pregunta sencilla, tan sencilla como donde había puesto sus gafas, ese tipo de cosas eran motivo de desesperanza al comprender que nunca volverían. No se atrevía a indagar en la parte de sus recuerdos más íntima y comprometedora, porque sabía que Regina eso lo notaría especialmente y ya no podría más que terminar por ceder a sus preguntas. Después de haber visto a Jean y el las facciones de su cara el vivo retrato de Lourdes, intentaba ser optimista acerca de ella y la vida que hubiese construido pues le deseaba lo mejor. Imaginarla pasando necesidades, agredida o insultada con la promiscuidad de amantes despechados, eran el tipo de cosas que se le pasaban por la cabeza en su imaginación arruinada por novelas baratas. Pero como he dicho, para hubiese sido necesario encontrarse en un momento de flojedad, y lo cierto es que necesitaba ser positivo en todo, rechazar los malos pensamientos, y si me apuran, diría que hasta recuperó una olvidada tradición creativa (pues su padre se había dedicado en algún momento de su vida a pintar cuadros al óleo y él había empezado a pintar también). Volvió a ver a Jean a escondidas, sin bajar de su coche aparcado al otro lado de la calle, desde el lugar exacto en el que se veía sin obstáculos el porche de Damian. Tal vez no se entienda fácilmente, pero ver a aquel muchacho jugar al basket en el patio, lo conmovía. De pronto, entraba en la casa y salía corriendo comiendo un enorme bocadillo. ¿Acaso su propia infancia no había sido también así? Todo era lo mismo, también lo había observado en Reblanq y otros niños que conocía, el mundo no cambiaba tanto. Justo un segundo antes de poner su coche en marcha a tenido la sensación de que él lo veía, de que se volvía inesperadamente y miraba hacia el coche. Lo interrogaba con aquellos ojos que eran los de su madre, y volvía a morder su bocadillo como si le importara un pimiento de quien se tratara. Le gustaría poder seguir tirando a canasta mientras se come su bocadillo, pero no le resulta fácil. El coche está en marcha, lo mira por última vez y se aleja. Aquella noche, en la cena, se mostró muy torpe. Se obstinaba en ayudar a Regina a mover platos y poner un mantel, cosa que habitualmente no hacían y sustituyeron esos por otros individuales de loneta. Dio vueltas sin sentido desde la cocina al salón intentando entablar una conversación con Regina, pero no acababa de arrancar de pura artificialidad. Reblanq lo observaba con curiosidad, lo seguía, no le quitaba ojo y parecía divertido. En tal situación, de encontrarse solo, sería capaz de mover el piso de arriba a abajo y dejarlo de nuevo en su sitio sin que se notara su hazaña, pero delante de Regina se sentía torpe. Nunca le había pasado antes y asumió que podía tratarse de un sentimiento de culpabilidad por no contarle lo que tenía en la cabeza. Aquella noche, se levantó de la mesa para ir a la cocina a buscar algo que se le había olvidado: entre cinco y seis veces sucedió esto. Regina no parecía darle importancia, sabía bien que no era un hombre muy espabilado, o al menos, eso es lo que ella pensaba. 12


Hubiera terminado por olvidarlo todo, por reprimir su obsesión y volver a sus problemas cotidianos, si unos meses después no ocurriera algo realmente notable. Tuvo el honor de ser invitado a unas sesiones de seguridad y defensa ciudadana que organizaba la asociación de barrios en colaboración con el ayuntamiento. Se trataba de mostrar que las mujeres podían defenderse de sus agresores si aprendían algunos trucos sencillos de artes marciales. Todo aquello requería un estado de ánimo y una atención para la que no se sentía muy preparado, pero se sentía al lado de Regina en el polideportivo del colegio al que asistía Reblanq. Desde una de las gradas, sentados como is fuesen a asistir a un partido de basket, se hubiesen comportado como serenos y formales espectadores, si él no se hubiese levantado unas cuantas veces para ir al servicio y aprovechar para comprar cerveza en el bar. La fluidez del presentador posibilitó que todo empezara en tiempo y forma y que el horario se fuera cumpliendo conforme a lo previsto. La megafonía no ayudaba mucho, pero con aquella voz cubierta de ecos y distorsiones, aquel señor anunció que una asociación de europa central les había enviado a algunas profesoras de artes orientales que estaban realizando una gran labor en aquellos barrios, y que ellas iban a hacer una demostración. Reconoció a Lourdes enseguida. Trabajaba en la seguridad, llevaba gafas de sol y un cinturón cargados de balas y una pistola. ¿Era ella? Habían pasado los años, pero la impresión era tan fuerte que tenía que tratarse de su ex pareja. Tenía que hacer algo. No podía quedarse mirando como si el mundo pudiera seguir dando vueltas a pesar de todas las intrigas que se gestaban en él. No podía esperar que Regina dijera que se aburría y decidiera volver a casa sola. Ese día parecía especialmente motivada, sonriente y feliz, y el estaba elaborando un plan que irremediablemente le iba a arruinar la salida familiar. Tal vez fue una cobardía esconderse en el baño de hombres, dejándole un mensaje a través de Reblanq: “dile a tu madre que me encontré repentinamente mal y que me fui a casa”. Era mentira, por supuesto. Regina se hubiera enojado muchísimo de haber conocido ese extremo de su personalidad, aquel que era capaz de hacer cosas semejantes. Ella podía tener todo tipo de defectos, pero siempre lo había tratado con lealtad, y además, a pesar de su madurez, hubiese tenido muy fácil conseguir a cualquier otro hombre que se propusiera. No trato de decir que debería sentirse agradecido, pero había tenido con ella una suerte que no merecía. Cuando terminó el espectáculo, por así llamarlo, él seguí encerrado en el retrete, fumando y vigilando furtivamente a través de una puerta entreabierta. Ella tendría que pasar por allí, y cuando recibió el recado se creyó culpable por haber propuesto aquella salida del “día feliz”. No se movería de allí hasta verla pasar, y eso sucedió unos minutos más tarde. Ese hubiese sido el momento correcto para sentir algún tipo de remordimiento, porque Regina legaría a casa y no lo encontraría allí. Hizo acopio de fuerzas, y revisó los pocos recuerdos de Lourdes abrazándose a él en la habitación de un edificio que se caía mientras en la calle, los sindicalistas corrían perseguidos por la policía. Sentía cierto temor por ser tan viejo que ya no tuviera derecho ni a saludarla. La vida había seguido, el globo terráqueo no había observado ningún cambio a pesar del amor perdido; seguía en su afán de dar vueltas y vueltas sin sentido. Estaba completamente vencido, entregado, sin defensas ni criterio, tantos años después y seguía creyendo que era una diosa, ¿cómo podía ser posible? La extraordinaria importancia de lo que estaba ocurriendo, residía en la observación de lo débiles que reconocía a los hombres observándose a sí mismo. No se creía con una psquis diferente a la de otros hombres, y por eso sabía que Damian lo entendería perfectamente, aunque lamentaría aquel episodio. Faltaba muy poco para que terminara el evento, todo el mundo se levantaría y sería arrastrado por los cuerpos que buscaban la salida. Debía buscar una posición privilegiada desde la que pudiese ver la pista, y la esquina en que la había descubierto nos minutos antes. Rápido, sin descanso, moviéndose entre la gente, oteando como un ave rapaz. Allí estaba, sí, era ella. Bajó corriendo y bordeó la pista. La música anunciaba el final apoteósicamente y la banda municipal salía al centro de la pista tocando, trombones, clarinetes y trompetas; un aplauso general lo llenaba todo. ¿Sería posible que albergara la idea de dejar a su mujer y a su hijo, abandonarlo todo, su vida tal y como la había estructurado, y pedirle a Lourdes que volviera con él? Y si eso ocurría y era rechazado, 13


¿tendría valor y falta de conciencia suficiente, para volver con Regina como si nada hubiese sucedido? Unos hombres se afanaban en mantener inútilmente a la multitud dentro de las vallas que los debían conducir a la salida. Dirigían sus brazos contra cuerpos enormes a los que apenas podían mover y eso les hacía resoplar como atletas. Nadie se iba a enfadar esa tarde, a pesar de que a algunos no les agradaba que los tocaran y mucho menos que los empujaran. Mientras fueran capaces de aguantar en ese lugar unos minutos, la densidad de la marea humana descendería significativamente y ya no haría falta tanto empeño. Los guardias se miraban, una valla fue arrastrada y cayó haciendo un grave estruendo, pero no parecía tener el propósito del desorden que se suele presuponer en estos casos. Fueron hasta allí y la levantaron. Lourdes estaba detrás, guardando la puerta que conducía a los vestuarios. Desde allí podía ver lo que sucedía y echarle una mano a sus compañeros si surgía un altercado; pero no se trataba de la final de copa de campeones, era tan solo una demostración de la comunidad de vecinos. Resultaba ridículo verse a sí mismo esperando el momento de colarse como un colegial, que lo hace por conseguir un autógrafo de su ídolo deportivo preferido. Pero su decisión era mucho más dramática, no se trataba de autógrafos, se trataba de un momento de debilidad que en su locura transitoria lo hacía comportarse como un niño. No es tan extraño si lo pensamos fríamente, al fin, de eso se trata el amor, ¿no? Dejarse llevar por la locura. Al final de la primavera, justo en el instante en que todo aquello estaba pasando sobre su vida y sobre él mismo, había otras preocupaciones que deberían tenerlo abrumado y desalentado, pero ya no era así, al menos por el tiempo que durara la excitante búsqueda. El recuerdo de un amor desigual lo llenaba todo esta vez, y no aceptaba la enseñanza de que la diferencia de edad lleva la desastre en esos casos. Los prejuicios tenían a la gente entumecía, y cuando decía la palabra “gente”, se refería a todos los que conocía en un mundo equilibrado de trabajo y responsabilidades, como había sido el suyo durante años. Se creía un optimista incorregible, pero en realidad se trataba de uno de esos soñadores que rayan la estupidez humana. La insoportable necesidad de cumplir sus sueños, sus deseos y sus esperanzas lo llevaba a vivir en un mundo de ilusiones que parecía uno de esos cuentos del unicornio rosa que leen las adolescentes. Por eso, cada palabra del final de la historia que estoy escribiendo me resulta una denuncia, un golpe a lo ridículos que nos volvemos, lo patéticos que somos si nos convertimos en viejos enamorados de mujeres mucho más jóvenes y llenas de vida que nosotros. Uno de los guardias lo vio a punto de saltar una valla y le hizo una seña mientras se acercaba a él. Adivinó sus intenciones en una fracción de segundo y cuando llegó hasta él le preguntó que pretendía, a lo que no supo responder. La situación era sorprendente, pero al guardia no debió parecerle peligroso porque se limitó a permanecer delante de la valla, obligándolo a desistir de su intento. Nadie puede imaginar lo que sintió en aquel momento, había fracasado y la única solución iba a ser intentarlo en otro lugar y en otro momento. Todo aquello tomaba un tinte oscuramente dramático en su interior. La dimensión del desastre le hacía suponer que si ella cogía el tren, o el autobús, o lo que fuera, aquella misma noche para volver al país centroeuropeo en el que vivía, no sólo no lo vería, sino que posiblemente ya nunca, él mismo, la volvería a ver. Hasta entonces había mantenido la esperanza como un pequeño hilo que mantiene suspendida una gran roca, pero ese hilo parecía haberse roto definitivamente. Aquel lugar que conservaba el olor rancio de los deportistas, el murmullo de las personas que se dirigían amontonadas hacia la puerta de salida, la perspectiva del lugar en el que se encontraba con aquel “armario” justo delante de sus ojos, incluso la idea equivocada de como todo aquello podía afectar al deseo de verla de cerca, no eran exactamente lo más propicio para la serenidad que hubiese necesitado de haberlo conseguido. No era un monstruo en busca de una salida fácil por la puerta de atrás, pero al guardia se lo había parecido, o cuanto menos, un desconocido de conducta sospechosa. Todo se volvía confuso en aquel estado inamovible de cosas. Tenía la impresión de ser el verdadero protagonista de la noche (para aquel guardia que se lo había asignado como el que se 14


asigna una tarea lo era), de haber participado como parte consciente del espectáculo e incluso de tener el poder de ser el final apoteósico que necesitaban todas las portadas de los periódicos locales al día siguiente. Por el contrario, permaneció en silencio hasta que todos salieron, sin un movimiento en falso, sin una provocación, sin creer en sus posibilidades físicas para una carrera hasta las bambalinas. “¿Conoce a Lourdes Carbian?” Le dijo entonces al tipo, “Necesitaba hablar con ella”. El otro se encogió de hombros y no respondió. Aquella noche, de vuelta a casa todo se desarrolló con la normalidad habitual; Vieron la tele, cenaron y hablaron sobre las últimas medidas económicas del gobierno y su intención de bajar la pensiones. La enseñanza esencial de todo aquello no es fue la irracionalidad del deseo o la falta de lealtad a la familia de un hombre enamorado, no existía en eso una diferencia grande de otras locuras humanas. La enseñanza importante era la fuerza que representaba Regina y su propia debilidad. Aquella noche se sintió miserable, incapaz de dar la cara e indigno de cualquier confianza. ¿Era preciso pasar por semejante experiencia para conocer ese aspecto de sí mismo? Por la mañana fue paseando hasta la empresa para conocer cómo iba lo de la reducción de plantilla de primera mano. Desde el principio estaba claro que el sindicato condenaría la decisión e intentaría movilizar a los trabajadores y él estaba más dispuesto que nunca. La corriente oficial anunciaba disposición por parte de las bases sindicales y creían poder conseguir la retirada del proyecto, o al menos hacer tanto ruido que la empresa se lo pensara la próxima vez. A mediodía fue a casa de Damian y llevó a Reblanq para que jugara con Jonas, lo que se iba a convertir en una costumbre en los meses y años siguiente. Sin embargo, nunca le diría a Reblanq que sospechaba que Jonas era su hermanastro. Cada persona actúa en la vida intentando no causar daño innecesario, pero locamente si el amor y el deseo está en juego; tal vez por eso debe desconfiar de que el amor sea siempre una cosa positiva. Los daños causados por el amor suelen llegar de un exacerbado egoísmo, un manifiesto repunte del “a mi que me importan los demás” y de nuestra falta de humanidad (aunque esto último se manifieste de forma pasajera). La pregunta bien planteada en estos términos sería: ¿Es nuestra falta de confianza en nuestras oportunidades lo que nos hace tan débiles?

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