Espacio De Silencio
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1 El Espacio Del Silencio Un cúmulo de circunstancias favorables tuvieron que ver con que Andreia Sanha y Vernón Adri se conocieran. Todavía en medio de un enorme atasco a los dos se les ocurrió dejar sus coches aparcados uno al lado del otro en el mismo instante, y seguir andando hasta sus respectivas ocupaciones. La circunstancia que favoreció que se reconocieran fue la foto que Vernón llevaba de su mujer, Erika Vernstein, pegada sobre el cenicero y el aire del salpicadero de su Toyota, y la propicia mirada de Andreia y sobre todo, su sonrisa que simplificó, a su vez, que él se fijara en ella y tuviera esa sensación familiar de quien cree reconocer una cara pero no sabe exactamente de qué, duda, y está dispuesto a dejarlo pasar en un intento decoroso por no ser malinterpretado. La volvió a encontrar más tarde, en la misma estación de metro en la que él entró para sacar un billete que lo 2
llevara al centro de la ciudad; el mismo recorrido que ella pretendía hacer. Se situó detrás de ella con tan sólo, dos personas delante. A pesar de la cola exigua que guardaban él apenas respiró y no dejó de observar su cabello y de oler aquel perfume que también le resultaba conocido. El empleado apenas necesitaba hablar para realizar su trabajo, y la pregunta a la que más respondía cada día era, cuánto costaba el billete. Andreia rebuscó en su bolso algo de dinero suelto, casi lo vacía allí mismo, ante la mirada atónita de Vernón y otros pasajeros que iban llegando y eternizando la cola a sus espaldas. Por apenas unos céntimos tuvo que cambiar un billete, y lamentó haber sido tan inexperta en el transporte metropolitano, así que se echó a un lado y siguió recogiendo con su billete entre los labios, mientras Vernón Adri en un segundo recibía el suyo. En ese momento a ella le cayó la carpeta que llevaba prendida con el brazo bajo su sobaco y una gran cantidad de papeles se esparcieron por el suelo. Mientras Vernón intentaba ayudarla a recoger, otros salían disparados al recibir su pasaje pisando algunos de los papeles, aparentemente distraídos, aunque tenía el aspecto de una venganza por el tiempo que les había hecho perder, ¿es posible que el mundo sea tan cruel? Dijo ella entre desconcertada y divertida mientra levantaba una de las hojas de papel con la mancha de huella de zapato perfectamente definida entre las letras. El metro iba lleno de trabajadores, de los que muchos se conocía y mantenían conversaciones punzantes que apenas dejaban un segundo al sosiego. Todo aquel activo interés por temas absolutamente triviales, sólo se veía interrumpido por las paradas, que por la hora acrecentaban su actividad en una frenética y agitada imposición de cuerpos adentro y cuerpos afuera. Acostumbrado a hacer diariamente aquel trayecto en su auto, se preguntó si no hubiese sido mejor tomar un taxi, aunque eso lo hubiese privado de abrir los ojos a un mundo nuevo, un mundo de fiambreras, bolsos de ordenador, tribus urbanas, señoras muy gordas y caballeros muy secos, solitarios desconfiados y lectores concentrados y aislados del mundo con música, todo debidamente sumido en en un movimiento de roces y olores en las frenadas y las arrancadas, en las curvas y los cambios de vías, y sobre todo, en aquellos cargados de bolsos que pedían espacio para acercarse a la puerta y salir en la siguiente estación. Si hubiese tomado el taxi podría pensar en Jess Traven y su pretensión de abandonar a su familia por una chica muy joven; demasiado joven tal vez. Podría haber pensado en su hija y el niño que esperaba; eso le iba a complicar mucho las cosas en los próximos años, y sobre todo, podría haber pensado en su aniversario de boda y la necesidad inminente de encontrar un momento para comprarle un regalo a Erika. Durante un momento intentó aceptar que aquel vagón lo tenía prisionero de sí mismo y otros pensamientos que no eran los suyos, y resignarse a la idea de que, en cierto modo, aquel iba a ser un día perdido. En el momento que la acción relatada tenía lugar, en la ciudad en la que se desarrolla, una gran celebración se anunciaba hacia mediodía. Se trataba de la vuelta a casa de los gimnastas secuestrados en competición atlética en el extranjero, lo que después de una declaración unilateral de hostilidades hacia un país vecino, aquel en el que se había celebrado el encuentro de variadas y, algunas poco convencionales disciplinas deportivas, podía desencadenar una guerra. Aquel acontecimiento tenía en vilo el ardor patriótico de todo el país, y las calles se llenarían de banderas y ríos de enfervorecidos ciudadanos que deseaban resarcirse de la humillación que habían sentido, al ver escenas en las pantallas de sus televisiones del maltrato al que habían sido sometidos los atletas. A pesar de que Vernón había sentido la misma frustración que el resto de sus compatriotas, como tantos otros, aquella mañana debía asistir a su trabajo, y no podría pensar hasta mediodía en como estar compartiendo con algunos otros miembros de la oficina, la tremenda marea de cuerpos que se esperaba en la calle. A su forma de ver, y entre todas las posibles conjeturas a las que algunos sometían aquella demostración de afecto por los deportistas, pero también de apoyo al gobierno en su discurso militar, la emoción de todos los actos programados tendría que terminar de convencer a los indecisos de que la franja de tierra en disputa debía ser motivo suficiente para liberar a su ejercito de sus cuarteles y enviarlos al frente. Sólo con el paso de los años comprendería que los hombres que creen que pueden controlar a la bestia que vive dentro de cada guerra, son unos locos. Ya de anciano recordaría aquel momento de su vida, y como se había dejado llevar por las 3
emociones colectivas de la insondable masa que aquella tarde salió a la calle, de la manifestación de cuerpos que pedían, “liberar al monstruo, liberar al monstruo”, “guerra, guerra”. De ninguna manera aquel acontecimiento hubiese parecido tan extraordinario, si las fuerzas políticas y militares que gobernaban, no se hubiesen puesto de acuerdo para, desde primera hora, cerrar calles, desviar el tráfico, revisar el alcantarillado en un alarde de seguridad y montar un desfile patético de autos negros blindados, policías y soldados de diferentes cuerpos, a los que ya se veía esperando en algunas calles reservadas para el acontecimiento. Aunque nadie se atreviera a protestar públicamente, resultaba notorio las molestias que estaban causando al intentar exacerbar los sentimientos que justificaran su última decisión al respecto -al menos hasta el momento, o hasta que la dictadura dejara de encarcelar y multar a críticos y disidentes- y había muchos, entre los que debían acudir al trabajo puntuales en un día semejante era muy necesario, que se esforzaban por sortear todas las medidas que parecían destinadas a impedirlo. Hacia el final del trayecto en metro volvió a ver la cabeza de rubia de rubia larguirucha de Andreia Sanha asomar entre hombres bajitos, que se iban moviendo para permitirle acercarse a la puerta. Se encontraban en la parada más céntrica, y esta vez no fue casualidad que él también decidiera bajar y hablarle. Ni de lejos podía parecer una acción fuera de lo normal, poco habitual o forzada, si sabía expresarse con la convicción del que no pretende ventajas ulteriores, o lo que era lo mismo, no aspirar a más que saciar la curiosidad que le había provocado que aquella cara le resultara tan familiar. Las noticias habían informado toda la tarde anterior y toda la mañana; lo habían hecho a conciencia pero apenas lo había tenido en cuenta. Habían acertado sobre el impacto que iba a tener en el desarrollo de la vida corriente, o al menos lo habían inducido con su canción infantil para aprenderse los primeros números. El metro estaba lleno, la calle atascada, algunos se habían quedado en casa, otros habían tomado rutas alternativas, los signos del acontecimiento que se fraguaba dejaban claro que a nadie le podría ser indiferente. El día era de nubes y claros pero no amenazaba lluvia, y al salir a la calle volvió a ver la cabellera de Andreia con una halo coronando el pelo amarillento como si el tinte pudiera producir semejante efecto. Después de todo, ¿quién podía negar que los tintes rubios no tuvieran un efecto espejo y enviaran leves reflejos? Tal vez no todos lo notaban, no habría que fijarse para apreciarlo, o también podía ser el resultado de su imaginación desbordante, pero de lo que estaba seguro era que a él le agradaban los cabellos teñidos con misma maniática sensación que a otros le producían los cabellos naturales. El aire rasposo culminaba unas semanas sin llover y al caminar por la calle se daba cuenta de que de eso tampoco podría escapar. Quiso culpar a la mala calidad calidad del aire por su dificultad al respirar. Por primera vez desde hacía mucho tiempo necesitaba andar tanto sin pararse a descansar. Necesitaba hacer el trayecto en un tiempo record si quería llegar a tiempo y ya no era el joven deportista de otro tiempo. Sentía que los pulmones se habían hecho pequeños en aquellos años de necesitar el auto para todo absolutamente, los sentía llenarse de aire insuficiente y como se le ablandaba el estómago. Andreia, por su parte, no parecía dar señales de fatiga, seguía en su misma dirección un poco más adelante, y la perdería si al llegar al puente no lo cruzaba y seguía paralela al río. El juego continuaba ella avanzaba a buen paso, y él intentaba mantener el rumbo para seguir observándola. Miró su reloj, no iban mal de tiempo, si seguían así llegarían al centro de la ciudad a la hora habitual, y eso suponía que podría repetir esa carrera en otras ocasiones en las que necesitara despejarse, dejar atrás una semana en la que hubiese comido demasiado o simplemente, algún problema mecánico en su auto lo forzara a ello. Casi podía sentir los latidos de su corazón en el cuello, pero estaba dispuesto a correr ese riesgo, nadie se moría por un paseo semejante, no era un maratón ni tampoco era un viejo, o al menos intentaba convencerse también de eso. Obviamente, Andreia debía tener diez o quince años menos que él, eso le otorgaría una ventaja si decidía forzar el ritmo. Pero, ¿por qué iba a hacer una cosa así? Si el iba cumpliendo sus horarios a ella debía pasarle lo mismo y por lo tanto, aunque consultaba su reloj con frecuencia, no debería apurar el paso. Durante su viaje en el metro se había sentido adormecido, eso podía ser porque tenía un sueño ligero, había despertado varías 4
veces durante la noche y su descanso había sido tan relativo como un café blanquecino que le habían puesto en el bar antes de salir.
2 Magia Invisible, Relativa, Sin Cuerpo Soportable en la distancia, el escozor de de los ojos y la garganta le hizo desear una fuente de agua. Un poco alejado de su camino vio un parque, no había niños y sólo algún distraído deportista corría alrededor, o un hombre paseaba un perro que se había puesto a ladrar sin motivo aparente, allí había un surtidor y se sintió tentado de abandonar su carrera por unos minutos y tomar un descanso en aquel lugar. No parecía buena idea, no tanto porque perdería definitivamente la estela de la chica rubia, como por el tiempo y esfuerzo añadido que supondría volver a su carrera matutina. Además, estaba seguro de encontrar algún otro surtidor si no se separaba de su camino. Los tejados gélidos de la escarcha de aquella hora de la mañana empiezaban a despertar al primer sol del día provocando emanaciones neblinosas, sucias corrientes de vapor que se mezclaban con el humo de las chimeneas. Todavía sofocado por el vivo paso que se había impuesto iba dejando atrás el terrible enfrentamiento de otros atascos desconocidos con los que se iba encontrando a ambos lado de la avenida. No podía esperar que su mujer creyera el relato tan loco de aquella mañana, pero todo aquel trajín de cabeza sin freno estaba sucediendo. Ni siquiera estaba seguro de contarle lo de la chica con la que el destino hacía encontrarse una y otra vez en su misma dirección y a la que había terminado por seguir en la obsesiva creencia de que si la volvía a ver de frente, cara a cara, recordaría de qué la conocía. Su propósito no era otro, sin embargo, cualquiera que hubiese observado su proceder en aquella última media hora, hubiese creído que sus pretensiones tenían algo de secreto y dañino. Las consecuencias podían ser terribles si la chicas se sintiera acosada, si simplemente se acercara a hablar con ella y se pusiera a gritar de una histeria injustificada. Pero no, no debía contarle a Erika nada de de aquel estúpido juego que jugaba aquella mañana, nada más que había dejado aparcado el coche por el atasco y se había ido andando al trabajo. Tal vez estaba menospreciando a su esposa, presuponiendo una malicia al respecto que no tenía, tal vez ella, como en otras ocasiones se riera de las cosas que le pasaban y que nadie más parecía compartir, porque nadie se alejaba tanto de sus quehaceres, nadie se dispersaba ni se distraía dejando volar la imaginación como el lo hacía, y Erika no parecía dispuesta a tomar en serio sus distracciones. De cualquier forma, prefería no correr riesgos esta vez, y librarse de un enfado de silencio, uno de aquellos enfados que conocía de las mujeres cuando se limitan a ignorar a sus parejas durante un par de días en los que apenas le dirigían la palabra, y como castigo podía no estar mal, pero él no había hecho nada por lo que debiera ser castigado, se decía mientras apuraba una vez más el paso dispuesto a no perder la cabellera rubia en el siguiente cruce. En realidad, el temor a ser descubierto ya era señal de su sentir culpable, aún en el caso de una sosegada inspección nocturna a cada una de sus palabras; en ocasiones el resultado de un juicio no es por tus culpas, sino por como te hacen sentir. Consideraba muy inapropiado tener secretos con su mujer, cuando sabía que casi todos sus amigos y conocidos no sólo los tenían, sino que les mentían deliberadamente sin ningún tipo de complejo por ello. Hubiera sido un milagro llegar a alcanzar a la chica rubia, que por aquel momento ya lo había convencido de su condición de atleta. 5
En un momento en el que creía sentirse más fuerte, un río de cuerpos lo abordó desde una calle paralela. Dedujo que se trataba de los trabajadores de la fábrica conservera. Se interpusieron entre él y Andreia sin que pudiera hacer nada para poder mirar en la distancia hacia donde se dirigía en el siguiente cruce de caminos. Comprendió que había llegado el momento decisivo de la separación, la iba a perder irremediablemente a menos que echara a correr, y eso era imposible intentando avanzar a contracorriente de todos aquellos impetuosos trabajadores. Alguno lo empujo y se quejó, pero no con la suficiente contundencia porque nada bueno podía salir de enfadar a uno de ellos. Se rieron de él y siguió su camino. Entonces, como una visión fugaz, sin apenas haber convocado a la memoria recordó su nombre, Andreia, y que la había conocido acompañada de un amigo de Jess Traven, que él a su vez había visto un par de veces y con el que se había detenido unos minutos en alguna parte. En aquella ocasión se la habían presentado, pero apenas había cruzado con ella un saludo y cada uno había seguido por su lado. Seguro de haber recuperado una parte de sí mismo, el desasosiego que le hacía seguirla desapareció, se detuvo, dejó pasar a unos cuantos más de aquellos obreros que ya iban tarde a su trabajo, y seguro de ya no verla cuando alcanzara el cruce siguió a paso mucho más relajado. Miró el reloj, había desaparecido la angustia, estaba cerca de su destino y aún tendría tiempo de detenerse a comprar tabaco en el bar de abajo, antes de subir a la oficina. La imperceptible sensación de haber recuperado algo no parecía una influencia notable en sus actos o en la forma en la que se condujo desde entonces, pero parecía conforme con todo. Si le hubieran dicho que le iban a quitar la cartera y el reloj hubiese sonreído y lo hubiese aceptado. No podía creer que Jess le fuera a costar tanto acordarse de Andreia. Ni siquiera podía pedirle que creyera que la había visto y que sus caminos se habían cruzado toda la mañana. En realidad, Jess había discutido con su mujer y tenía sus propias inquietudes, algunas de ellas lo llevaban a un callejón sin salida. El asunto de dejar a la familia por una chica joven empezaba a ser más corriente de lo que todos estaban dispuestos a reconocer. En un relato sucinto y muy alejado de cualquier floritura, Jess le contó como estaban las cosas en casa, y lo sometido a tensión que aquello lo ponía. Aún así, Vernón Adri continuó acosándolo acerca de lo que le importaba, y eso era obtener información sobre Andreia. Se la describió intentando ser preciso y eludiendo los cambios más recientes que observara en ella y, a su vez, intentando ser fiel a la imagen que guardaba del primer encuentro, tal vez eso fuera suficiente para que Jess conectara con ese recuerdo. La consecuencia de todo aquello fue que un coordinador les llamara la atención por su pérdida de tiempo y les instara a volver al trabajo. Podían hablar pero en su tiempo de descanso, así que un par de horas más tarde tomando un café en la máquina del pasillo, Vernón lo asaltó incansable con el mismo tema, pero consciente de que Jess empezaba a hartarse la enigmática Andreia y de que se le estaba empezando a poner una mirada de distante extrañeza. Es difícil, conociendo el carácter reservado de Vernón, conocer cuánto le estaba costando hacer aquellas preguntas, lo fuera de sí y extraño que debía sentirse obstaculizando cualquier movimiento o mirada que pudiera distraer a su amigo. Por un momento tuvo la impresión de no ser él, y de actuar bajo el influjo de una fuerza sobrenatural,y de hecho, a la curiosidad que deriva en pasión, se la puede identificar de tal modo. Durante menos de un segundo los dos pudieron pensar la misma cosa, todo aquello era demasiado extraño introducido, así repentinamente, en la conducta habitual, pausada y controlada de Vernón. Jess dio un respingo y como golpeado por un resorte se movió un paso atrás cambiando de conversación. Entonces respondió a la pregunta de ¿cómo va lo tuyo?, que le hizo su amigo. Ensombreció su gesto para decir que seguía pensando en empezar una nueva vida al lado de aquella joven a la que nadie conocía más que de verla a su lado, de acompañarlo hasta la puerta o recogerlo sin bajar del coche. Él había preferido no presentársela a nadie, y eso parecía comprensible. Y antes de que aquella expresión de cansancio terminara por hacerse del todo sombría, le dijo, sin dejar de pensar en sus propias tentaciones, que Andreia estaba casada, que trabajaba dos calles más abajo y que si le gustaba, estaba perdiendo el tiempo, a ella no le gustaban los extraños que se inmiscuían en sus cosas. Vernón tuvo la buena idea de adelantar trabajo para poder salir un poco antes y así intentar 6
librarse de la marea humana que se esperaba esa mañana. Apenas terminaba algún informe, registro o memorandum, pasaba a archivar fichas de nuevos clientes, a separar aquellos asuntos ya concluidos o que pasaran a otra oficina y a hacer llamadas por teléfono para responder a quejas y sugerencias. En tal día era necesario reflexionar, o pararse con clientes indecisos, tenía mucho que hacer y quería acabar cuanto antes. Jess hablaba con algunos compañeros intentando distraerse y le hizo algunas señales para que se acercara, pero no le hizo caso y siguió a lo suyo. Todo aquello encajaba en la dinámica normal de la oficina, y también, que el encargado llegara por sorpresa y todos recordaran que tenían algo pendiente que hacer en otra parte. Se trataba de conservar la dignidad del trabajador activo sin darle tiempo a la menor queja, pero lo que se desprendía de que aquel movimiento repetido era que “cuando el gato llega, las palomas salen corriendo”. Sin duda había visitas que hacer en la calle, y el único que se quedó en la oficina fue Vernón, lo que le valió que los paquetes de nuevos clientes que el encargado traía debajo del brazo se lo endosara a él. Hasta el momento en que aquella mano peluda y decidida no dejó aquellos papeles sobre su mesa, justo encima del trabajo que estaba realizando en aquel momento, albergó la esperanza de que al fin, un día tan especial como aquel en que todo el mundo se sentía hermanado en la desgracia de una posible guerra, a aquel hombre sin amigos, la piedad le hubiese tocado al fin su mezquino corazón. Hacia el final de aquella terrible mañana comprendió que no iba a poder salir a su hora, que de ninguna manera manera iba a poder evitar los atascos y que debería llamar a casa para a visar que comería algo por el camino y que no lo esperaran. Se encontraba absolutamente solo en la oficina -al menos en lo que a sus compañeros de trabajo se refería-, todos se había ido ausentando sin decir que ese día ya no volverían y cuando se quiso dar cuenta, la señora de la limpieza rondaba a su alrededor incómoda porque no podía esperar de él que no se levantara y le pisara el suelo húmedo. Todas las puertas lo invitaban a irse, y pasaba con mucho del un horario racional, así que a pesar del enfado que suponía de su jefe, dejó la parte del trabajo acabado sobre su mesa y el resto lo guardó para acabarlo al día siguiente. Se asomó a la ventana con aire distraído u cuando menos lo esperaba vio cruzar entre la multitud, a Andreia, decidida, con la cabeza alta y los tacones sin freno. Se preguntó si se habría detenido desde la mañana, si se habría sentado a recuperar fuerzas en alguna parte, o si no había dejado de jugar desde entonces a dejarse perseguir por otros hombres que creían conocerla. Nada había sido programado, sin querelo, cuando creía que no la volvería a ver, ella estaba otra vez en el punto de hacerle sentir que eran demasiadas casualidades para una mañana, y como un adolescente se vio en la linea exacta de su destino. De pronto, cogió sus cosas y salió a la calle como alma que lleva el diablo, dispuesto esta vez a detenerse a su lado y hablar con ella. Por fortuna la calle que transitaba no era muy grande y estaba convencido de poder alcanzarla. Todo el mundo cerraba sus negocios, los autos aparcaban ante la posibilidad de avanzar, y se veían banderas exaltando el sentimiento nacional que les haría recuperar el orgullo perdido, eso sí, poniendo muchas vidas humanas encima de la mesa para ello. Después de varios intentos en calles adyacentes, de pasar a la altura de gentes con ropas extravagantes y músicos que había visto a su lado, llegó a la Plaza de la Feria, lugar en el que se reunían muchos manifestantes antes de salir para la gran avenida en la que harían su aparición los héroes deportistas liberados de su secuestro. Se incorporó al medio de la calzada por parecerle que por allí podría avanzar más rápido, pero los cuerpos empezaban a estar tan cerca los unos de los otros que apenas dejaban sitio para avanzar a otro ritmo que al de la masa misma. Sin más motivo para semejante hostigamiento que el deseo de encontrarla en medio de aquel descomunal ruido de cabezas parlantes marchando incansables, tuvo que armarse de paciencia mientras buscaba un lugar elevado para poder mirar a la multitud y reconocerla. Un momento antes, mientras caminaba entre la gente, se consideró muy atrevido por su forma de enfrentar sus urgencias contra los cuerpos que lo hacían tropezar. Nadie le prestaba atención hasta que los empujaba para hacer un pequeño hueco y poder avanzar. Del mismo modo que otros parecían disfrutar en su lentitud, disminuyendo la presión de la marcha en franca conversación con otros, él intentaba lo contrario. Nadie daba señal de impaciencia salvo Vernón, 7
porque todos conocían el funcionamiento de aquel cuerpo de miles de patas, cada uno en su lugar, todos llegarían al final. Después de una mañana de trabajo estaba mucho más cansado de lo que había pensado, y empezó a sudar. Entonces decidió que el mejor sitio al que subirse era una farola, y así lo hizo. Sus piernas enflaquecidas por la edad, no le facilitaron la maniobra, pero era hombre terco, y conservaba algunos trucos que aprendiera en su juventud de montañero para escalar a lugares peores. Se puso cómodo, alrededor brillaban todas aquellas cabezas esparcidas bajo un sol que se abría paso entre las nubes. Intentó establecer que su fatiga se hacía más pronunciada porque muchos de aquellos seres a su alrededor habían descansado ese día, se habían levantado de cama y habían afrontado la jornada como una festividad. Por increíble que parezca, toda aquella vitalidad alrededor, lo hacía sentirse aún más derrotado que después de una dura jornada de trabajo. Se le enredaron los pies con los brazos de un tipo que también se abrazaba para subir a la farola, por fortuna desistió al ver la decisión con la que Vernón se aplicaba en hacerlo. Ya no era la misma persona, ya no pensaba con claridad y estaba haciendo cosas que nadie esperaría de él. Algunas voces y gritos alejados empezaban a diluirse en la distancia. No muy lejos de allí, en las operaciones de propaganda, unos operarios colocaban un gran cartel sobre la fachada de un edificio, Se trataba de la foto del presidente animando a todos a no ceder ante el “chantaje del terror” -este era un término-cliché que se había repetido mucho los últimos días y que posiblemente volvería a ser repetido al terminar la manifestación frente al palacio presidencial-. En aquel momento ocurrió un accidente inocente, como suelen suceder la mayoría de los accidente. Uno de los chicos que intentaba elevar el cartel, calculó más sus fuerzas y sobrevaloró el andamio sobre el que se encontraba. Se vino abajo con un grito y desde donde se encontraba, Vernón pudo ver que intentaban sacarlo hasta un lugar en el que pudiera llegar un ambulancia. Solamente los que estaban más cerca al lugar del suceso, y otros como él situados en sitios elevados, se dieron cuenta de lo que había sucedido. Los que estaban al pie de la farola habían oído el grito y preguntaban que había pasado, pero dejaron de hacerlo y volvieron a sus conversaciones al no obtener respuesta. El suceso ocurrió en el momento en que todos se ponían en marcha, y él como testigo, evitó escandalizar a otros o dejarse llevar por los nervios. En cualquier caso, el motivo que lo llevó a subir a la farola no había dado un resultado satisfactorio, y volvió a dar por perdida a la joven Andreia. Desde su punto de vista, muchas de las interpretaciones que se harían posteriormente sobre el accidente en las noticias iban a ser exageradas. Constituía una oportunidad política tener un nuevo héroe en una jornada así, pero lo cierto es que las condiciones en que habían trabajado aquellos publicistas habían sido de riesgo, posiblemente, de mucho más riesgo del que él mismo había corrido subido y apenas asido a los brazos de su farola. Todas las cabezas, vistas desde suposición, le parecían iguales. El rumor consistente e la multitud lo intranquilizaba, del mismo modo que algunas voces que de repente se elevaban buscando la aprobación del resto a alguna consigna patriótica. Las manos empezaban a dar síntomas de adormecimiento, y necesitó aún algún tiempo para descubrir una cámara de televisión que lo estaba grabando. Supuso que había estado allí desde el principio, que habían visto también al hombre caer, y desde una altura superior a la suya, un balcón que alguien les había alquilado para la ocasión, hacían barridos sobre la multitud, pero siempre parecían volver a la farola. Se dijo que, tal vez, un par de periodistas avispados estaban haciendo todo tipo de bromas sobre él y no le agradó la idea. Los contornos de la plaza se habían cubiertos de camionetas con focos que acompañaban la marcha de la manifestación y que posiblemente se encenderían al llegar a su destino a una hora en la que la luz del día empezara a declinar, buscando una vez más, un efecto que tocara los admirables e inocentes sentimientos de un pueblo necesitado de alguna alegría militar. Parece que las heroicidades levantan el ánimo de la población, a la que no gustaban los mandatarios del momento llamar “Pueblo”, y no sólo el ánimo, sino el orgullo de creerse poderosos, cuando, bajo un punto de vista puramente militar, o de ejércitos modernos, no lo eran en absoluto. Lo que lo tenía subido a aquella farola no era tanto el deseo que la chica inspiraba en él, como la necesidad de escapar por unas horas de su propia vida. Precisamente en aquel momento, nada parecía haber ido como habría sido de esperar unos años antes, y aún conociendo que alguna gente 8
amaba profundamente sus rutinas, y que los que escapaban de ellas habían demostrado un nivel frustrado de desarrollo personal, tenía que asumir aquel vértigo que lo llevaba a hacer una cosa tan extraña. De forma confusa alcanza a admitir que su forma de proceder era caótica y signo de un fracaso, pero no podía hacer nada por evitarlo, algo parecido a la intranquilidad lo dominaba.
3 Arrancado, Hallado, Permitido De ninguna manera parecía dispuesto a renunciar a su búsqueda, que no cacería (como lo llamaría Jess), sino fuera porque al descender de su posición y tocar de nuevo tierra con los pies se dio de bruces con su hija Mariña y sus amigos. Lo primero que pensó fue que uno de aquellos muchachos debía ser el padre del bebé en camino, pero, además de una mirada inquisitorial a cada uno de ellos, no pudo hacer mucho más por adivinar cual. Hubiera sido poco pedir que su hija tuviera la deferencia de presentárselo, pero la conocía bien y sabía que no lo iba a hacer, especialmente cuando había manifestado su intención de seguir adelante con su embarazo ella sola, sin hombres que la complicaran. A pesar de todos los esfuerzos que hicieron él y su mujer para que ella les presentara al muchacho, todo fue inútil. No pretendían unirlos en una relación, no querían interferir en algo que dependía de sus propios sentimientos, pero sí, darle un padre físico al niño para que en un futuro no tuviera que avergonzarse de vivir cada día deseando conocerlo, una carencia dolorosa, sin duda. Al contrario de lo que hubiese supuesto, pensando en aquel concreto problema familiar, no fue él, el que preguntó primero, sino que su hija se le adelantó muy contrariada por su conducta, la que lo sometió a un rápido interrogatorio de extrañeza. Posiblemente, lo último que hubiese imaginado en el mundo sería encontrar a su padre subido a una farola, y menos aún que le respondiera con balbuceos e incapaz de articular una idea coherente. Por la forma en que lo miraba su hija tuvo la impresión de que ella creyó que estaba mareado, pero no hizo la incómoda pregunta que los hijos hacen en casos similares, “¿papá, has bebido?”, y eso fue un alivio. Había ya pasado lo peor de su encuentro, las cuestiones iniciales, sin embargo, mantenían en el aire la duda principal, ¿qué hacía él allí? Y la respuesta más lógica era que estaba celebrando la vuelta de los atletas, tal y como hacían todos. Pero, no deseaba excusarse, ni inventarse nada, dijo que había tenido una mañana complicada y que ya le contaría en casa, y en ese momento su mano resbaló en el bolsillo de su chaqueta buscando un cigarrillo, lo encendió e inspiró con ganas. Durante un momento miró a la gente distraído, y los jóvenes seguían allí, sin moverse, mirándolo, tal y como creían que debían actuar para cumplir con lo que se esperaba de ellos aunque estuviesen deseando deshacerse de él. Entonces se despidió deseándoles que pasaran un buen día, y se alejó buscando los callejones más cercanos para no volver a verlos y alejarse de la multitud. Desafortunadamente, al decidir volver a su auto y olvidar a Andreia definitivamente, se percató de que le iba a resultar imposible encontrar un medio de transporte desde allí, todo estaba bloqueado en superficie, y e Metro abarrotado, además, no podría llegar a su destino sin volver a atravesar aquella marea humana. Sopesó cada una de sus posibilidades y decidió que era mejor ir dando un rodeo y que ya buscaría algún lugar apropiado para pasar al otro lado del río. En la forma en que consideramos nuestros impulsos, intentamos desembarazarnos los aquello que nos resulta incómodo o vergonzoso, queremos olvidar que o nos convertimos en uno de esos seres odiosos, autocontrolados y reprimidos, o tendremos que aceptar que el deseo viva libre dentro de nosotros. Incapaces en algún momento de reducir a semejante “animal”, experimentamos todo tipo de pequeños trucos para, al menos, reducir el efecto que causa sobre nosotros. E involuntariamente, 9
en el caso de Vernón, perseguir a su deseo hasta caer casi exhausto, iba a terminar por convencerlo de que no valía la pena haber llegado hasta allí. No era de una estirpe de gran fuerza física, ni de una constitución inquebrantable de la que pudiera decir que debiera a la soberbia salud de sus progenitores, pero aún en las peores condiciones, era capaz de sacar un último gramo de energía que le permitiese acabar algún esfuerzo continuado al que se sometiera por uno u otro motivo. Se sentó en uno de los bancos de piedra de un pequeño parque porque ese último afán que podía añadir a su esfuerzo ya lo había cumplido con creces ese día. Miró a lo lejos el característico humo de los petardos, las explosiones controladas, campanas y gritos, todo parecía flotar en el mediodía. La densidad de esas horas, de la masa apasionada y de su propia boca, pastosa como un caramelo podrido le hicieron beber en la fuente. Emprendió de nuevo su camino de vuelta al auto, entre callejuelas en las que no había estado nunca. No recordaba haberlo dejado tan lejos, sin duda, el trecho recorrido en Metro había sido mayor de lo que creía. Intentó por todos los medios no perder la noción del espacio, y no separarse tanto de su primera dirección como hubiese deseado; la multitudes le producían un fuerte desasosiego y no quería volver a verse encerrado entre miles de cuerpos que lo harían avanzar bajo condiciones muy estrictas de participación. Alrededor de media hora más tarde, había cruzado la manifestación y el puente sobre el río entre gritos patrióticos y gestos de indignada amenaza. Crecía en su asombro a medida que se alejaba, porque la sorpresa de haber visto mucha gente armada lo terminaba de convencer de que la vuelta a casa debía realizarse sin demoras. La exultante sensación de que podía unirse a aquel grupo se fue apagando, la emoción que generan los sentimientos compartidos por tantas almas, fue dejando paso a una nueva ruta de parques y plazas, y al fin vio su auto a lo lejos. Respirando por la boca y las sangre a punto de reventar las venas en sus sienes, extenuado por el esfuerzo realizado, comprobó que el coche de Andreia seguía aparcado delante del suyo. Y por esas casualidades de la vida, que insisten en una determinada solución, tuvo la misma idea que ella, entrar a tomar una cerveza en el único bar abierto que había visto desde que saliera de la oficina. A través de la gran ventana gris de un sol que se había decidido a salir con fuerza, lo invadía todo. La imagen de Andreia, ligeramente recostada sobre la barra, atraía por completo su atención. Apenas un par de clientes más se hacían los distraídos en una mesa, y el dueño que hacía que limpiaba mientras le respondía a sus preguntas. “No, no soy mucho de celebraciones. Hemos quedado aquí cuatro pelagatos”, le dijo a Vernón justo antes de que éste se acercara a Andreia para saludarla. Le dijo que era amigo de Jess, lo que no sabía si era la mejor señal para una presentación, pero también que se habían conocido fugazmente en otra ocasión, y que l recordaba perfectamente. Ella, al contrario, dijo no recordarlo en absoluto. Un silencio flotó indomable, mientras el corazón de Vernón se aceleraba. Palpitante en el pecho como un morador independiente, con sus propios pensamientos, prejuicios, impurezas y vergüenzas, aquel corazón le preguntaba si debía abandonar en ese momento, aunque, en la reacción de su piel se anunciaba que deseaba insistir hasta hacer el más espantoso ridículo.
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1 Acerca De Un Admirable Subsistir Se pertenecían como se pertenecen las ideas, apoyándose o incapaces de encajar, pero incrédulos y hastiados como las palabras de un discurso. No se entusiasmaban con cada nueva carta, ni se tenían como enamorados sin conciencia, pero a ratos y de permiso, se les veía juntos. Y cuando se consolaban no hablaban de la guerra sino del futuro, porque para él, la guerra había sido cosa de apenas unos meses y unos cuantos tiros antes del armisticio. “Llego tarde a todo”, solía decir a su vuelta. La madre de Srina tenía la costumbre de entrar en su habitación como un inesperado vendaval, y hasta para decirle alguna cosa sin importancia, hacía eso. Lo habían hablado alguna vez, pero no se daba por enterada, o tal vez, entraba en un estado de confusión difícil de entender para los que tenían facilidad de comunicación y no sólo hablaban, sino que también escuchaban. Así conoció a Raamírez, abrió la puerta de golpe y allí estaba aquel chico, con su uniforme militar y un macuto que debía pesar más que él, al pie de la silla en la que se encontraba sentado. No dijo nada al principio, hizo como que se le había olvidado el motivo de entrar de aquella manera tan ruda, y después saludó al chico con unas palabras acerca de lo horrible de la guerra y salió disparada para el trabajo. A primera vista, la madre de Srina, complacía, en principio, a los que gustaban de ver fuertes complexiones, cuerpos magros pero contenidos, el cuerpo de una mujer enérgica y carnosa como parte de cualquier otro merecido reconocimiento. No parecía capaz de exagerar en eso, era, en todo, una exquisita naturalidad de formas y gestos, porque dejarse llevar con moderación por los apetitos y todo lo que se derivaba de tal actitud en la vida, sólo podía verse como virtud. Si sabía que no era del tipo de persona y cuerpo que pasaba desapercibido, entonces tenía que vivir en la contención, porque nadie en su sano juicio aceptaría más que llenarse de orgullo de la sorpresa generada a su paso. Era decidida y capaz, pero también inteligente. De lo último que recordarían de ella sería acerca de esa combinación de inteligencia sometida a la energía que generaba tanta atracción en hombres y mujeres, y de la sencillez con que lo asumía. Insistía la madre en convencerla de evitarse males mayores, e intentaba explicar con ejemplos y detalles que el mundo era cruel, y que tal y como parecía, a ella no le había ido demasiado bien. La vida, según ella, no daba oportunidades pero ofrecía desafíos a cada momento, y añadía que los jóvenes podían equivocarse porque disponían de tiempo de rectificar, pero ella ya no. Debía intentar convencerla de no ponérselo fácil a la vida, que tal y como se le iban a poner las cosas todo tendía a empeorar con el tiempo y los caminos se cerraban para los pusilánimes. La vida es un abuso, decía consternada, los malos tiempos siempre llegan hasta para los que nadan en la abundancia. Y cada vez que repetía su discurso ponía dos ejemplos cinematográficos, dos de sus películas favoritas, “Esplendo en la hierba” y “La gata sobre el tejado de zinc”. Había algo en aquellas películas con las que pretendía ilustrar su discurso, y tal vez fueran los padres fracasados cuando se creían en la cima de su éxito. Y ese resentimiento femenino también se manifestaba contra el patriarcado, a pesar de que Srina no se lo tomaba demasiado en serio. “No dependas de nadie”, y añadía, “la vida te va a pedir cuentas, aprovecha el tiempo”. Después la muchacha salía corriendo, y la emprendía con Raamírez que no comprendía su enfado. Lo insultaba, todo lo que hiciera o dijera le parecía mal, y 11
se sentía traicionada, y sólo se calmaba cuando al final le confesaba, “mi madre odia a los hombres”. Eve cantaba en el coro de la iglesia y se tomaba los ensayos muy en serio. Tal y como Srina lo veía, después de tanta dedicación debería haber despuntado como una excelente voz hacía algún tiempo, sin embargo, ella se mantenía entre las otras voces sin ningún interés por destacar. No resultaba tan relevante su excelente voz como su imagen desbordante, eso estaba claro, pero su forma de ser la hacía conducirse como si no se enterarse de algunas cosas le pudieran parecer más o menos vulgares, así que no solía ponerse condiciones al arreglarse sólo porque hubiese notado algunas miradas de más ese día. El comandante Jeremita tenía buen oído para las voces nuevas y se permitía hacerle sugerencias a Jones, el director del coro acerca de tal o cual voz, que ocasionaba algún disturbio en tal o cual parte de según que pieza. Y además de buen oído tenía una vista excelente a pesar de sus años, lo que lo llevaba a acercase para charlar e invitar a Eve siempre que podía. Cada vez que él encontraba que alguna voz no funcionaba conforme a lo esperaba iba corriendo a contárselo al director, y ya de paso que subía al lugar desde donde se ejercitaban, aprovechaba para continuar sus comentarios con la madre de Srina. Durante aquel tiempo de juventud, Srina tenía mucho tiempo libre, no sólo por su rechazo a los estudios, a tomárselos en serio y dedicarle la atención necesaria, sino también por las muchas ocupaciones de su madre que parecía confiar lo suficiente en ella para dejarla sola en casa durante muchas horas. En el límite de sus fuerzas las distracciones llegaban cuando salía de aquellas cuatro paredes de su cuarto. El número de jóvenes que se interesaban por ella, además de Raamírez, era limitado, y ninguno la atraía demasiado, por su constitución, demasiado obesos o demasiado flacos, de pieles desiguales, abruptas, aceitosas, cubiertas de granos o sudorosas. Y a pesar de todo el interés mostrado, de la dulzura y alegría que pretendían obsequiar, esa misma gratuidad, aquellas incipientes barbas mal afeitadas y aquellos pelos cubiertos de grasa, la ponían a la defensiva. En ocasiones, en la soledad de su habitación la había atacado una dulzura melancólica hasta hacerlo llorar, y eso no era propio de ella siempre dura y áspera como un zarzal. Había que estar muy en el límite de la atracción física, para tener la paciencia que Raamírez tenía con ella. Para reconocerle algún valor añadido, además de la insensible fuerza que ponía en rechazar a los pocos chicos que se interesaban por ella. Tal vez, la magia que lo cautivaba tenía que ver con ese rechazo que sabía que en cualquier momento podía llegar, sin percibir más distancia que la que la contracción de sus pupilas le permitía. Nadie debería asombrarse ya de que existan este tipo de jóvenes en los que reside un atractivo tan sólo sostenido por sus rechazos. No disimulaba ni intentaba ningún tipo de comprensión ni moderación, todo lo que le molestaba estaba en guerra con sus entrañas, y solía decir, “no soporto esto” o “no soporto aquello”, y creer que eso la mantenía pura frente a un mundo que había hecho demasiadas concesiones a la impureza. Y, debemos decirlo, las aproximaciones sexuales eran para ella tan transitorias que necesitaba lavarse a fondo después de cada uno de aquellos roces y penetraciones. Eve desconocía por completo estos extremos acerca de la íntima naturaleza de la piel y la carne de su hija, y, al menos lo parecía, prefería que todo siguiera siendo así. Pero no debemos pensar que todos fuimos una vez así, cada uno lo sabe, nuestras posibilidades de entregarnos al estremecimiento sensual, nuestras exploraciones y aprendizajes ha sido posiblemente diferente del de Srina, y también diferentes de todos los demás. ¿Por qué no pensar en vidas diferenciadas como lo son cada una de las facciones de nuestra cara? Después de todo, las historias se construyen basándose en estas diferencias, a veces sorprendentes y a veces nos resultan familiares, pero no iguales. Y cuando Srina hiere a sus admiradores con su indiferencia, con su gesto duro y, cuando se expone en el límite de la crueldad, con sus desprecios, lo hace con una habilidad diferente a otras chicas que se sienten igual de molestas con el mundo y el rol que les dedica. Los temores de Eve eran fundados e iban dirigidos en lo que se refería a las travesuras de su hija, 12
si así las queremos llamar. Srina, si bien tenía unos horarios irregulares, guardaba las formas y no se ausentaba de noche de la casa, eso complacía a su madre que a pesar de todos los quebraderos de cabeza que le daba, la seguía considerando una chica responsable. Esto unido a que la acompañaba los domingos al servicio religioso era suficiente para seguir permitiendo aquella vida de aparente estudio, pero que en realidad iba perdiendo sentido. En el fondo de sus pensamientos, Srina no quería hacer daño a nadie, no pretendía hacer lo que no debiera o desafiar la forma de vida en la que había crecido, sus reacciones eran por pura asfixia y en eso tampoco era tan diferente a las otras chicas. Pertenecía pues a una generación de padres que harían cualquier cosa por sus hijos, y que creían que luchar hasta la extenuación por ellos los convertía en mejores personas. Eve creía que era su obligación mantener su trabajo como cocinera en el restaurante en el que trabajaba, el mejor de de sus destinos laborales de los últimos años, y eso la hacía esforzarse al máximo y ser competitiva. ¿Qué podía saber su hija de todos los desvelos que le había provocado desde que naciera? De la última época en que sus padres vivieran juntos, a pesar de las discusiones, guardaba algunos recuerdos agradables. Recuerdos sobre que con el tiempo iban perdiendo el sentido que les había querido dar. Eve durante años intentó convencerla de que lo tenía idealizado, y de que los hombres no siempre tienen motivos admirables para comportarse con un mínimo de responsabilidad. Él había trabajado mucho para darles una posición, de hecho apenas lo veían porque pasaba más tiempo en la oficina que en su propia casa y eso no era tan admirable como parecía. Había logrado darle a su familia “una posición” y Srina por aquel tiempo se había sentido elevada por encima de sus compañeras de clase. Entonces no era nada más que una niña de séis o siete años, pero ya era capaz de entender esas cosas. El desafío de Eve había estado en convencer a Srina de que los desvelos de su padre no habían sido motivados por su familia, y que eso había quedado demostrado cuando las abandonó, sino que, todo aquel monumental esfuerzo había consistido en demostrarse sí mismo y al mundo de que era capaz de afrontar empresas de forma que otros no podían ni imaginar. Estuvieron juntos disfrutando de aquella “posición” durante unos años en los que compraron una casa, un coche caro y salieron de vacaciones a los sitios más caros, y Eve empezó a sospechar que existía una forma de megalomanía asequible a los dedicados y esforzados trabajadores. Ella lo acompañaba en sus delirios y él fumaba puros, se compraba ropa elegante y hablaba como un emperador capaz de las más grandes conquistas. Tal vez nunca antes lo había escuchado, pero cuando él empezó a hablar de sus proyectos, de sus sueños de grandeza y de sus aspiraciones multinacionales, Eve comprendió que no había sitio para ellas en ese maremagnum de ilusiones desbordadas ni en su corazón. Srina algunos años más tarde, al fin entendió a lo que se refería su madre, y por qué la separación se había producido en los términos de totalidad que a él y a su orgullo le llevaron a no volver a verlas jamás. Srina lo había pasado muy mal, durante los primeros años había creído que nadie podía ponerse en su piel y sufrir como ella lo había hecho. Pero salió adelante, aprendió a mentir y a hacer como que nada le importaba, cuando en realidad no hacía otra cosa que representar el papel más brillante al que jamás una actriz se haya enfrentado. Otras compañeras suyas tenían otro tipo de problemas la mayoría tenían que ver con sus miedos a las primeras relaciones amorosas y sus derivadas, el enfrentamiento con sus padre, el desamor, los embarazos no deseados..., pero Srina no solía hablar de ese tipo de cosas porque lo que le preocupaba era volver a casa con el vacío que provocara la huida de su padre, sentarse frente a su madre y sentirse como dos mujeres tristes y rechazadas. Había también en la reacción de familia rota a dos, un encierro de palabras, una abundancia de silencios que le conferían una nueva personalidad. El énfasis que las chicas con problemas ponen en los silencios lo deben de interpretar como una forma de castigar al mundo, sin embargo, Eve aprendió a convivir con ese bajo nivel de comunicación, y hasta podríamos decir que apreciaba aquella casa malamente habitada con ruidos de aparatos pero pocas voces. Raamírez le dijo que se iba al otro lado del mundo un día antes de partir. Por lo que sabemos, debido a la falta de confianza que le merece su relación con Srina no lo hizo antes. Algunas discusiones se habían producido el último mes, y no sabía si el hilo que aún los mantenía en 13
comunicación soportaría una noticia semejante, así que decidió sorprenderla a “toro pasado”. Comunicar algo de este modo, ejerce la fuerza de lo inevitable y predispone al que escucha hacía la comprensión y la aceptación. Algunos creerán que hacer así las cosas era la mejor forma de pegarle un tiro de gracia a lo que quedaba de su relación, pero Raamírez creyó que era la mejor forma de evitar una nueva discusión, aunque se pasó todo el viaje en el barco hacia tierras extrañas pensando en ello, y más preocupado por lo que dejaba atrás que por lo que se iba a encontrar cuando desembarcara. No debemos darle más vueltas a la forma de actuar de Raamírez, ni traer a cuenta nuevas interpretaciones de sus carencias emocionales o de sus delirios, porque simplemente a veces actuaba por impulsos y sin conocer sus motivos. En relación de los motivos que lo llevaron a enrolarse, baste decir que no todos ellos tuvieron un origen en su necesidad de tomar distancia con todo lo que en su vida se desmoronaba. Tal vez, en su forma de entender el patriotismo estaba empujándo el miedo a quedarse atrás, a no decidir a tiempo y parecer un cobarde, pero eso tampoco lo sabremos. En ausencia del chico Srina disponía de mucho más tiempo y eso llegó a preocupar a su madre, que en ese momento intentó convencerla para que hiciera algunas tareas en casa y algunos recados fuera de ella. Pero los sueños de Srina estaban tan lejos de todo eso como de la posibilidad de cumplirlos algún día, y si sus caprichos la hacían un día intentar aprender a tocar el piano, renunciaba en pocos días, al poco tiempo la hacían ponerse ropa de su abuela y pasearse como una actriz por las cafés alrededor del teatro, donde los actores solían tomar un reconstituyente después de actuar. Todos esos cambios significaban algo, pero, de forma más específica, lo de pasearse afectadamente como los actores era casi tan poco enriquecedor como la forma en la que se lucían los burgueses. Intentar parecer lo que no se es, es ese punto donde empiezan nuestros sueños y sólo prescindiendo de toda presunción y poniéndose manos a la obra podremos mantenerlos. Creo que está demasiado extendida la creencia de superioridad de que, los que no aspiran a un estatus superior son unos fracasados, y por eso son tantos los que viven por encima de sus posibilidades, los que lo hacen de las apariencias o los que se creen señoritos sinceramente y se comportan como patéticos aspirantes a la nada. Como suele suceder en estos casos, la falta de previsión de Eve la llevó aceptar ser cortejada por otros hombres algún tiempo después de su divorcio. No había pensado que entrar en otra relación estuviera a su alcance, así que salía ocasionalmente con hombres sin compromisos y de intachable trayectoria, con el único fin de pasar el rato. No se fiaba de ninguno de ellos, pero al menos se conocía a sí misma, sabía que soportaría la presión, y eso era suficiente. Quería al menos disfrutar de los años que le quedaban de madurez independiente sin encerrarse en casa, sin dejar de saber lo que hacía la gente que se divertía los fines de semana y cuales eran sus costumbres y sus conversaciones, lo que hasta ese momento había sido un misterio para ella acostumbrada a una vida más familiar. En eso, su hija fue mucho más comprensiva de lo que había imaginado, y llegó a la conclusión de que también le agradaba la idea de que algún sábado por la noche quedara la casa sólo para ella. Pero apenas un año después supo que su madre se había prometido con un hombre mucho mayor, y eso ya no le gustó tanto, aunque debemos ser justos con ella y decir que todas reticencias se desvanecieron cuando conoció a Trevor, porque le pareció muy adecuado para su madre y porque era el tipo de persona que encajaba perfectamente en sus vidas.
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2 Falsa Sensación De Seguridad Antes de instalarse su nueva casa, Eve quiso saber que iban a estar cómodas y vivir con la necesaria libertad a pesar de la entrega que supone cada nuevo compromiso. Apenas habían transcurrido unos meses de su estancia en la casa de Trevor que las dos empezaron a echar de menos pequeñas cosas y caras de su viejo barrio. Lo cierto es que se habían dado tanta prisa en mudarse que apenas nadie lo notó hasta que las echaron en falta y eso debió suceder bastante tiempo después. Los cambios que tuvo que hacer Trevor para instalarlas le parecieron de lo más natural y adecuado, y no le molestó en absoluto que Eve pareciera tener tan claro lo que quería. Poco a poco, la relación iba ganando en confianza, e incluso le compró un perro labrador a su hijastra (en realidad era una perra y la llamaron Monique); eso contribuyó a que se sintiera más cómoda, pero Trevor fue la única relación de su madre con la que nunca se sintió a disgusto, y también la única con la que se siguió relacionando incluso cuando pasados unos años la pareja decidió separa sus destinos. Concluyendo, con la opinión que su madre tenía de los hombres vivir con Trevor fue una oportunidad para cambiar algunos patrones de pensamiento muy incómodos para la hija y que no deseaba heredar. Para ella, que necesitaba un margen en el que poder escribir sus sueños, todos los misterios podían ser reconocidos, o al menos desinflados de puro desinterés. Todo el mundo hace planes, pero la juventud lo necesita como se necesita el agua para la vida. La vitalidad que en ellos se manifiesta con la efusión volcánica de dolores y aspiraciones, llevan consigo la necesidad de poder probarse que merecen todo el interés que reclaman. La mudanza se realizó en tiempo record, con eficacia y sin pensar que podía no ser definitiva. Todos ayudaron y se daban aliento como hacen los equipos del deporte nacional en la televisión. Faltó poco para que Trevor renunciara al equipo contratado y los mandara con su furgoneta de vuelta antes de tiempo y antes de terminar el trabajo. También descubrieron lo fisgones que pueden ser algunos vecinos, o al menos para Srina era un descubrimiento; los adultos ya conocen estos extremos de la inquietud humana. Desde la casa de al lado los miraban descargar sus cosas sin perder detalle y eso le pareció que era entrar en su intimidad porque hubo algo de descaro en aquella posición detrás de un muro infranqueable, de comidillas y comentarios. Trevor les espetó que no se trataba de un pase de modelos y el vecino más próximo, ofendido y indefenso. al fin, se metió para dentro de su casa y echo la persiana de la ventana que daba al patio. Como las mudanzas no son una condición menor, o lo van a ser, en la convivencia que debe armonizar costumbres. Posiblemente aquellos vecinos hubiesen buscado todo tipo de informes, hubiesen intentado acudir al vecindario del que procedían aquellas personas, e incluso, según creían, deberían exigir un certificado de buena conducta para mudarse a un barrio tan selectivo. Pero, después de todo la mudanza lo era sólo en parte y deberíamos mejor llamarle acoplamiento, porque Trevor, el propietario de la vivienda no se iba, seguiría viviendo allí para establecer que nada cambiaría tanto, y eso lo cambiaba todo. En tales circunstancia se acababan las exigencias vecinales, y si alguien tenía alguna crítica que hacer, también se la harían a él, y por eso algunos tuvieron que morderse la lengua y acudir para dar la bienvenida algunos días después, armados de flores y pasteles. La acogida estaba servida y eso tampoco lo olvidaría Srina en el futuro, lo que se uniría a otros buenos recuerdos que guardaría de Trevor. Aquella fue una etapa sin sobresaltos, eso también debía atribuirlo al carácter de Trevor, que se ponía nervioso con facilidad con asuntos de tráfico, pero a ellas las consentía mucho. Por la calidad 15
de sus recuerdos, sabía que además de todo lo bueno que les ofreció, a ella le ayudó a pensar sin exagerar, lo que, conociéndola, ya era mucho. Por un tiempo le dejó de doler la espalda, lo que se le había presentado como su condena particular y se levantaba por las mañanas sin dificultad, y me atrevo a decir que con cierto optimismo. Era apenas una niña entonces y aún no había conocido a Raamírez, pero ya se entregaba a todo tipo de conjeturas acerca de su futuro y si algún día podría llegar a ser miembro en el coro de la iglesia como su madre. Fue sometida a algunas pruebas de oído y durante un tiempo asistió a clase de música pero le aburrió y lo dejó sin miramientos. Era como si cada vez que veía en alguien alguna actitud, afinidad o afición que le parecieran admirable, ella también quisiera tomar partido. Y lo intentaba, probó con los coches, con la pintura, con el coro, quiso ser actriz y poeta, y todo ello sin demasiado convencimiento. Era, sobre todas las cosas, su energía dirigida a la necesidad de querer ser algo la que la hacía saltar de una cosa a otra, pero renunciaba sin miramientos en cuanto comprendía que en cada una de ellas se le exigía un cierto esfuerzo y compromiso. La vida a su edad de entonces, formaba parte de un proyecto general que ni apreciaba, que no se paraba un segundo. Cada voz, cada expresión era analizado en su cabecita de forma inconsciente pero eficaz. Imitaba lo que le gustaba de los mayores, pero rechazaba sin enmiendas a aquellos que no le gustaban. Alrededor de la casa de Trevor y de su garaje, donde pasaba la mayor parte de su tiempo, el mundo giraba con placidez y siempre lo recordaría así. Se sentaba en el patín de la entrada viendo entrar y salir mecánicos que le ayudaban al nuevo marido de su madre, a montar un coche viejo. Allí pasaba muchas horas dejándose acariciar por el sol en otoño, y comiendo helados en verano. Aislada del mundo, como suele suceder a las hijas únicas que además se empeñan en su timidez, repentinamente, de un salto, abrazaba a Monic y jugaba con ella dando pequeños gritos, riendo y empujándola entre ladridos y caídas. Su madre nunca pudo explicarle los motivos que la llevaron a separarse de aquel hombre tan bueno y paciente. Los adultos sabemos que la paciencia puede llegar a ser insoportable en las personas que queremos si esperamos de ellas una reacción, pero esa estabilidad era todo lo que Srina pedía. Pasaron un pocos años maravillosos; pocos. Eve empezó a preguntarse con cierta frecuencia como iban a volver a su vida sólo de dos. El mundo nunca lo pone fácil, pero no se sentía integrada en la vida de su pareja. Trevor ni se daba cuenta, seguía con sus aficiones y viajes, y no creía que desatendiese ninguna de sus necesidades, pero obviamente no era así. Sin embargo, el día que llegó a saber lo que realmente pensaba Eve, se sintió tranquilizado de algún modo, porque ella había tenido reacciones bruscas con él antes de aquel momento, que no le habían parecido, por decirlo de algún modo, correctas. Eve, finalmente intentó explicarle sus motivos, pero no los entendió del todo. Para Trevor, ella no era feliz, y eso era suficiente, no había que darle más vueltas ni ponerse dramáticos. De vuelta a su antigua vida monótona de paseos inesperados, tardes de coro y cocina ligera, Srina conoció a Raamírez cuando su cuerpo había terminado de formarse y en ella subsistía la llamada de todo lo desconocido. Él le preguntó si podía acompañarla a casa y ella estuvo conforme, porque lo conocía discretamente y se lo habían presentado, pero es cierto que hasta que empezaron aquellos retornos desde el instituto, apenas habían hablado. Ella no tenía prisa por llegar porque a esa hora Eve salía a hacer visitas, y no le gustaba estar tan temprano sola en casa. Regateaba la última conversación los dos parados en la esquina en la que debían separarse, daba igual el tema de sus animados circunloquios, al final se tiraban entre quince y veinte minutos, un día y otro, pegados a un semáforo que estuvo a punto de adoptarlos. Ignoraban los verdaderos motivos que los llevaban a estar juntos y si había en ello o no una atracción física -posiblemente el deseo es la fuerza más constante y capaz, pero el inconsciente no siempre lo reconoce como motor de nuestras decisiones-. Tuvieron que pensar, al menos al principio, que si tenían que volver a casa acompañados, aquella debía ser una buena idea y mejor hacerlo con un compañero de estudios. La rutina escolar se produjo durante un par de años en los que avanzaron en su amistad, y además de los escarceos eróticos a los que se iban entregando, 16
ambos pensaban con cierta ecuanimidad que su postura ante el romanticismo era fría y equilibrada, lo que les ofrecía entrar a valorarse sin espejismos. Después de cientos de discusiones, interpretaciones, malentendidos, de llevarse la contraria a capricho y de histerias considerable que imposibilitaban ponerse de acuerdo, podían decir que habían entrado en el estado de confianza que dos jóvenes de clase social parecida necesitan para sentirse como amigos muy unidos. De haber sido uno de los dos, un buen estudiante con pretensiones burguesas, posiblemente se dedicaría a jugar esperando un partido mejor, pero ese no era su caso, por sus expedientes académicos se iban a convertir a dos preciosos mediocres sin ambiciones, y por sus vidas familiares sin la posibilidad de brillantez de la que otros alumnos presumían, se podía decir que iban a necesitar apoyo mutuo durante mucho más tiempo del que cabía imaginar. En algún momento impreciso de sus dilatados paseos Srina debió invitar al chico a subir a su apartamento, que en realidad lo era de su madre. Después de algunos preliminares que ella había imaginado en su soledad de otras tardes, lo haría pasar hasta su habitación para dar forma a los rituales eróticos de juventud, sin olvidar que disponían de apenas una hora antes de que Eve se pasara por casa para arreglarse y salir a sus clases de canto y oración. Al principio fue muy divertido, y aquellos encuentros se multiplicaron sin dar cuenta a nadie del motivo de sus ausencias al instituto, ni porque cuando uno faltaba la otra también lo hacía. Pero con el tiempo aquello empezó a no ser igual de estimulante, y pasaron a espaciar sus encuentros. Srina, por algún motivo que no comprendía, al mirarse al espejo se encontraba más ordinaria y menos excitante que nunca. Ella que siempre había luchado por establecer alguna diferencia que la destacara entre las otras chicas, ahora se encontraba con que nada de eso era real, y que hacía las mismas cosas y se movía por los mismos estímulos. Perdía fuerza a pesar de su juventud, su constitución se sometía a los pastelitos que la engordaban, sus pechos se desinflaban y había manchas en su cara que no eran acné y que no sabía como atacar. El amor había tocado techo, ya no había nuevos retos ni versos, y los primeros largos encuentros en el parque ya no les satisfacían. No podían volver a lo de antes, a las charlas sin sentido y soportar los caprichos y los enfados sin darles mayor importancia, y tampoco podían seguir adelante, porque no había una respuesta en las fuerzas del destino. Los dos empezaron a sentir que necesitaban cambiar algunas cosas que les produjera una sacudida emocional. Bajo esa perspectiva él encontró una propaganda en una revista para alistarse y lo peor de todo es que las condiciones no parecían malas. Una oportunidad para hacer dinero rápido, estar en la guerra dos o tres años y volverse con una buena cantidad ahorrada. Con suerte estaría en la reserva y apenas pisaría el frente. Había algo más, y eso era su orgullo, no podía estar más tiempo pensando que no era nadie. Las últimas semanas antes de partir para aquel país extranjero y después de tres meses de academia, todo se iba volviendo más y más triste. El tiempo que pasó lejos de su país, Raamirez sobrevivió no sólo a las incomodidades propias de las marchas y las noches a la intemperie en mitad de las selvas y de desiertos, se trataba de necesitar menos que ninguno, hacer un aliado de la escasez y conservar las pocas fuerzas que le permitía la actividad incesante de avanzar y retroceder. En el campamento ocupaban barracones con una letrina en cada uno de ellos y escasas provisiones si la logística no estaba a tiempo. Todo lo que le que le rodeaba parecía creado para animarlos a la depresión, la vegetación, los pequeños insectos venenosos y las infecciones. Cualquier deseo estaba prohibido, no se podía ansiar otra cosa que sobrevivir y la comida era insulsa a propósito -o con el propósito de disponer de un placer que los distrajera de su deber, no podían concebir otra interpretación-. No existía la alegría y la risa era impostada, pero había momentos de consuelo cuando hablaban entre ellos, cuando recibían correo o algo de licor. Todo lo que podemos registrar como guerra y forma de vida de los soldados no es nada nuevo, las privaciones suelen ser las mismas o parecidas, el horror sistemático y los heroísmos escasos o casuales. En una primera aproximación, visto desde la comodidad del primer mundo, no parecen existir esos momentos de calidad entre camaradas, esa amistad a prueba de contradicciones, y esa entrega que al volver sobrevive a la condición social de cada uno, y sin embargo, existe. Si dos 17
soldados en el frente sobreviven al apoyarse, nada romperá ese hilo de comunicación en el retorno, ni siquiera que uno duerma en la calle y el otro en un palacio. Hay una extraordinaria espiritualidad en arriesgar la vida en grupo, y marca sobre el hombre un peso excesivo de concordia que ya sólo esa misma muerte, algún día se encargará de detener. La desolación que representan los recuerdos de los cuerpos mutilados, la amenaza real de muerte en bombardeos que duran días o la frialdad de matar a un enemigo desarmado a sangre fría, sin duda debe de permanecer en los sueños de por vida, y sólo ser entendido por otro hombre que haya tenido las mismas experiencias. El cambio se produjo en Raamírez, nadie que lo conociera lo podría negar, y Srina lo notó especialmente. Por una parte admiraba sus recientes silencios, su alma torturada, y la madurez triste en un cuerpo tan joven, por otra parte, la asustaba. Cada vez que el soldado ya retirado evocaba los peores momentos de aquel terrible destino, con clara exactitud se representaban ante sus ojos escenas que lo privaban de toda alegría y sosiego. Compartir algunas horas con Eve, salir de casa y pasar por el parque en que otro tiempo se fumaban las clases, lo aliviaba. Cuando lo invadían los fantasmas la llamaba y ella siempre estaba. Cuando partió tenía una idea muy superficial de lo que se iba a encontrar en el otro lado del mundo, sabía que iba a ser duro, pero imposible calcular hasta que punto le iba a afectar. Por fortuna su enganche de cuatro años duró apenas la mitad porque el armisticio se produjo antes de lo que todos habían calculado. A diferencia de otras chicas, Srina creyó una suerte quedarse en estado; iba orgullosa y segura, con paso firme por la calle en cuanto lo supo, pero aún le faltaba algún tiempo para que se le notara. Un agrado incontenible, casi como una venganza la lleva a decírselo a su madre sin preparación alguna, soltándoselo como si fuera lo normal, lo que se había estado esperando de ella durante mucho tiempo. Peculiarmente maquillada, con ojos ennegrecidos, cara sonrosada y preparada para sus visitas matinales, Eve no sale de su asombro, le hace preguntas, quiere saber todos los pormenores y lo que piensa hacer. Está muy claro, Srina quiere tener a su bebé y si su madre no puede ayudarla tendrá que acudir a la asistencia social. El cabello encanecido por una vida sin suerte, no vacila en gritar, en desesperarse, en preguntar, “¿qué va a ser de nosotras ahora?” La insistencia de sus preguntas no parecen impresionar a su hija, pero ya ha dejado de disfrutar con la noticia y la sorpresa que deseaba y que nunca pensó que llegara a causar ese efecto en Eve.
3 La Insistencia Humana Fue un momento muy tenso. Srina se preguntaba qué podía hacer para aliviar el dolor que estaba causando a todos, también a Raamírez con el que había discutido y al que hacía tiempo que no veía. Su madre intentaba seguir con su vida, atender todas sus habituales ocupaciones porque si se dejaba afectar se metería en la cama y no se levantaría hasta que Srina lo hubiese solucionado por sí misma, o al menos eso le había dicho. La muchacha recordó todo lo que la unía a Trevor y por alguna razón desconocida pensó que podría ayudarla. No dijo al viejo que estaba embarazada, pero le pidió pasar una temporada en su casa, mientras ponía su cabeza en orden; algo así como una vacaciones pero sin moverse de su casa más que unas cuadras. Trevor, tal y como lo recordaba, se tomaba con pasión todo lo que hacía y por eso no podía comprometerlo en sus problemas. Él tenía sus propios problemas, como a todo el mundo le pasa, pero tenía la solvencia necesaria para ir 18
solucionándolos sin escandalizar, a veces, sin que nadie notara sus maniobras para poner las cosas en orden. Durante los días que pasó en casa de Trevor su madre no dejó de llamarla para que volviera a casa, y allí conoció a un tipo, al parecer enfermero y amigo de Trevor que la invitó a comer. Además le pidieron que concurriera con ellos a la exposición de autos antiguos vestida años veinte, y todo fue muy divertido. Hizo las paces con Raamírez y todo parecía que iba solucionándose cuando llegó lo de su insomnio. Había empezado a pensar que sólo estaba en paz cuando estaba en situaciones extrañas y que no podía controlar. También creyó que de todas las posibles enfermedades de la mente que no permitían dormir a la gente; la de ella tenía que ver con la opinión que su inconsciente tenía de sus rarezas, de la chica que actuaba y, a veces, no sabía por qué hacía algunas cosas. El inconsciente no aceptaba algunas cosas que hacía o había hecho en el pasado, porque sus valores la hacían criticarlo en otras personas pero era indulgente si se trataba de sí misma. Tampoco podía ponerse violenta con el inconsciente, o intentar intimidarlo con amenazas tal como hacía con algunas personas, eso con él no servía. No había un fondo destructivo en su conducta. Parecía capaz de complicar la vida de todas las personas que la querían pero no era así, sabía detenerse a tiempo, humillarse, pedir perdón si era preciso. Llevaba algunas marcas perennes de un dolor antiguo que era incapaz de superar, pero no iba a volver a complicarse la vida por eso. A los oídos de su madre nunca había llegado una queja más grave que su falta de interés por los estudios. En su estimada conducta, la madre, no podía por menos que dedicarle algunas críticas, censuras y correcciones a la de su hija. Por lo pronto había provocado su huida, pero no duró mucho. El resto del mundo, por su parte, era muy libre de creerse al margen de tantas inseguridades, pero lo cierto es que en aquel barrio de tradición católica, todos estaban con un pie en la beneficencia. Los callejones lóbregos conteniendo la basura de los comercios el fin de semana, los pequeños edificios de tres plantas de fachada de ladrillo y sin ascensor era como un emblema de precariedad, las ventanas de las plantas bajas enrejadas pero cubiertas de macetas con plantas de perejil y hierbabuena, las papeleras desfondadas y los jóvenes cantando en grupo en las escaleras de los edificios oficiales, eran otro signo del consentimiento que las autoridades tenía con los vecinos, y en tales circunstancias, que una muchacha a punto de cumplir los dieciocho se quedara en estado no era ninguna novedad para los que no cabían en el sermón del domingo. Los barrios populares son cuestiones de costumbres, y sólo saber introducirse y serpentear en esas costumbres sirve de consuelo. El que nunca haya vivido en uno de ellos, habitado su mugre y los intentos por el equilibrio de las damas mayores, la ropa de domingo con zapatos de semana y la política del clero, podrá nunca imaginar sus evasiones. Hay militares que se redimen con exiguos retiros de su soltería alcohólica de última hora, sin experimentar vergüenza alguna por su terrible destino. Son, entonces, gentes como las demás, aunque se hayan pasado la vida intentando reconducir y reprimir sus fronteras y sus vicios. Deberíamos imaginar a sus propios barrenderos deslizando unas monedas en el bar más deprimido para tomar una cerveza antes de retomar la tarea, enfermeras conscientes de su tuberculosis soñando con un clima más aceptable, y, con frecuencia, prostitutas volviendo a casa después de haber colocado los peores instintos en otros barrios más afortunados porque en el suyo nadie paga una tarifa con la que poder subsistir. A Raamírez ni siquiera le va a quedar una pensión por sus secuelas psicológicas, por los gritos a media noche y por el insomnio. Cuando Eve salió de casa tomó una dirección prefijada, un itinerario repetido en otras ocasiones por otros motivos pero igual de ineludibles. El hospital estaba cerca y a buen ritmo no tardaría más de cinco minutos en ponerse allí; no había necesidad de tomar un taxi. Tropezó en cuanto puso el pie en la calle, y estuvo a punto de ir al suelo, eso le hizo ser más prudente y pensó que si quería conocer a su nieto esa tarde debería conservar su integridad física. La acompañaba Trevor, que de alguna forma se enteró de que la chica había entrado en el hospital por su propio pie, y por su propia decisión. Posiblemente lo llamó ella misma, y él se puso en contacto con Eve porque no quería resultar un intruso. A Eve le pareció que había envejecido mucho en los últimos años, como si después de una edad en cada año se envejeciese por cuatro, o alguna cosa parecida. Tenía el 19
cabello completamente encanecido, y el cuello y el estómago se habían desmadrado dándole un aspecto de rana que no recordaba. En realidad no hacía falta comprobarlo de forma tan directa porque ella había imaginado que algo así había sucedido en el tiempo en que no lo había visto. Observó que Trevor se rascaba el brazo con fruición, justo sobre una cicatriz que nunca antes le había visto, “de un accidente”, dijo él. Todo había pasado muy rápido desde que Srina le dijo lo de su embarazo. De tal modo que ahora se encontraba rogándole que se dejara ayudar, y sobre sus hombros un buen montón de errores cometidos que pesaban como la peor de las conciencias. Y de pronto estaban en una habitación de hospital, tan igual a otras, un lugar que conocían de otras veces y al que posiblemente volverían a lo largo de lo que les quedaría con vida. Ya era una hora avanzada y Raamírez también estaba allí. El bebé dormía en su cuna y nadie quería molestarlo pero se iban turnando para echar un vistazo. Desde la ventana se veía el otro lado de la calle en el que algunos grupos esperaban noticias, por lo que Eve pensó que debía haber alguna persona importante en una de las habitaciones, tal vez de otro piso porque no se moviliza tanta gente por una nueva vida, sin embargo, sí era posible que alguien estuviera en peligro de muerte. ¿Si un año antes le hubiesen dicho que iba a ser abuela tan pronto no lo hubiese creído? Intentó comportarse como una madre comprensiva y no invadir el espacio de los jóvenes, no hacer preguntas incómodas ni agobiarlos como una presencia exigente, pero le gustaría quedarse esa noche acompañando a su hija, y eso tendrían que hablarlo. Ya no era ella la que planeaba su vida, las cosas sucedían, llegaban sin aviso, el destino iba por libre y no podía hacer otra cosa que aceptarlo. Tal vez se trató de todo lo que rodea a un hecho preciso en la vida de una muchacha, el momento en que desde su iniciativa decidió que era ya bastante mayor para dejarse acompañar a casa desde el instituto por un compañero de su misma clase. Es posible que eso partiera de una proposición inesperada, pero fue ella la que tomó todas las decisiones, la que supo lo que ocurriría antes que nadie, y la que al fin condujo la historia de su vida, transitando por las despedidas en al estación a su novio soldado, el día en que, al fin, le permitió entrar en casa en ausencia de su madre y la incomprensible ausencia de de perversión en todo ello. Simultáneamente, un empleado del hospital que conocía a Trevor le hizo un visita en la habitación, y le contó algunas historias que la hicieron reír mientras unas auxiliares lavaban al bebe sin apenas tocarlo. Tuvo la buena ocurrencia de no hacerle demasiado caso, a pesar de que a esas alturas Raamirez ya tenía otra chica y un empleo en otra parte de la ciudad. No había margen para más emociones, se planteaba un año de aislamiento, aunque no pasaría de los tres meses.
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1 La Respuesta Del Deseo Hacía mucho tiempo que no se sentía tan convencido de sus posibilidades. Desde que llegara a la gran ciudad había pasado por todo tipo de dificultades e incomprensibles desafíos. Todo era demasiado nuevo y desconocido para sintonizar a la primera de cambio. Había dejado curriculums en todas las fábricas portuarias, en los almacenes textiles, en empresas de transporte y en una fábrica de piezas para máquinas elevadoras, y no había recibido respuesta de ninguna de ellas. Hizo algunas llamadas de teléfono, pero lo tenían interminablemente esperando y le suponía un gasto adicional que no podía asumir, así que volvió a visitar aquellos lugares por segunda vez para preguntar si habían llegado los informes al departamento de personal o si había alguna respuesta para él, y una de aquellas chicas oficinistas que se ocupaban de la recepción y la centralita tuvo a bien decirle que tenían la plantilla al completo y no necesitaban a nadie. En algún momento que creyó haber iniciado un camino equivocado, acudió a una oficina de contratación dependiente del concejo. Le ofrecieron nuevas direcciones y revisaron sus curriculms haciéndole algunas indicaciones que los harían más efectivos en su propósito de impresionar, pero sobre todo de encajar en los lugares a los que iba a pedir trabajo. Esta vez sí, obtuvo respuesta, e incluso le hicieron alguna entrevista, pero nadie sabía exactamente como hacerlo encajar en sus planes. Tres meses después de llegar a la ciudad aún no tenía trabajo, le daban taquicardias, se le había puesto una tos nerviosa, por así decirlo, y apenas descansaba por las noches. Nada le salía conforme a lo esperado, así que Airtorm pensó que a esas alturas debía empezar a sospechar que otros como él se había visto en la misma situación y que aquello podía durar aún algún tiempo. Probablemente en ese momento tomo la decisión de tomárselo con calma, porque de seguir al mismo ritmo terminaría por enloquecer, o algo peor, sentirse fracasado. Fue en ese momento de transición en el que se encontraba, en el que un día encontró un mensaje en el buzón de voz de su teléfono. Le llegó de forma tan inesperada como incomprensible. Se trataba de los padres de una antigua novia; que ya no lo era, pero con la que guardaba una fuerte amistad. Lo invitaban a cenar y deseaban saber de él, pero Jennie, así se llamaba la chica, no estaría porque se había ido a estudiar al extranjero, ¿extraño? Cada plato fue llegando en su justo momento, de forma metódica y ordenada, en su punto de cocina y de calor. El padre de Jennie aclaró que, tenían ganas de verlo después de tanto tiempo, pero que, en realidad, había sido su hija la que había terminado de animarlo para que lo llamara. Airtorm pensó que aquello no tenía demasiado sentido, o al menos él no se lo encontraba, y lo había estado pensando desde que recibiera la invitación, pero estaba hambriento y eso era un punto importante a tener en cuenta para no rechazar tanta amabilidad. Después de que su marido se explicó convenientemente, la señora Sofita tomó el mando y el curso de los acontecimientos, y todo empezó a girar alrededor de Jennie, de sus virtudes, anécdotas y cualidades para defenderse en un país extraño. Él ya conocía muchas de aquellas historias, pero no dijo nada, no intentó corregirla si se 21
desviaba, ni añadió ninguna cosa con la intención de, al fin, poder abrir la boca. Hubo algunos largos silencios, sobre todo mientras los camareros inclinaban sus bandejas sobre ellos para servirlos. Probablemente todos estaban seguros de que aquella reunión tenía que salir conforme a lo esperado y así fue, no hubo sorpresas, nadie dijo nada que no conviniera y los deseos de Jennie, que parecía ejercer una influencia brutal sobre sus padres, fueron cumplidos. Hacia el principio del mes de Noviembre, se había acostumbrado a deambular por calles que apenas conocía. Posiblemente se encontraba en una calle de comercios porque lo había atraído el bullicio y las luces de esa hora dela tarde en que todo se ilumina. Iba sin prisa, y se detenía si era preciso porque algo le había gustado en uno de los escaparates, o simplemente por alguna escena que le había llamado la atención a través de ellos. Le hubiese gustado comprar un regalo para Jennie. Ella siempre se había portado muy bien con él y se sentía en deuda. Si reconocía la puerta de algún lugar en el que había solicitado trabajo, se quedaba mirando furtivamente y fruncía el ceño, como si le hubiesen causado algún perjuicio por no contestar a sus demandas; eso era lo más habitual. Los burgueses habituales iban cargados con bolsas de plástico y regalos envueltos en papel regalo, todo era muy consecuente con aquellas fechas, y conveniente para distraer sus vidas tan comprometidas; pero él no podía juzgarlos por eso. Algunas familias que se conocían de muchos años, o las que eran familiares, se encontraban en ese acopio navideño de figuritas de mazapán, angelitos de plástico para el árbol, juguetes y algún vino selecto que pondrían a buen recaudo hasta las fechas más señaladas. Se daban besos y abrazos y se detenían para preguntar por los ausentes, rogando encarecidamente que les dieran recuerdos y deseando volver a verse antes de año nuevo. Todo cerraba a esas horas, menos los comercios y las cafeterías que ampliaban sus horarios. Volvió a intentar establecer un punto de cordura en su pensamiento y reconocer su disgusto por aquella escena. Sin habérselo propuesto había dirigido sus pasos hacia allí y parecía disfrutar con el espectáculo, y era por esto que no podía renovar sus habituales críticas a una clase social y una forma de vida tan excluyente. Además, en un pasado no muy lejano, siendo niño, había asistido a un espectáculo similar, y del mismo modo se había dejado seducir por aquellas luces de colores, olvidando que en su casa no podían poner la calefacción porque no les alcanzaba el sueldo de su padre, y que al volver tendría que ponerse varias capas de ropa seca antes de irse a la cama. Una mujer cargada apenas con un pequeño regalo, posiblemente para su marido, aparece en la puerta de un centro comercial de cinco plantas, de los más grandes. Camina distraída y es obvio que ha ido al peluquero, le resulta conocida y, al mismo tiempo, sin que las dos cosas tuvieran que estar imposiblemente relacionadas, la relaciona con alguna amiga de su infancia, pero no es posible que lo haya superado hasta casi doblarle la edad. Sin esperar un minuto más, se decide y se dirige hacia ella sin la esperanza de encontrarla de nuevo a través de todos aquellos cuerpos embutidos en sus abrigos y algunos con sus paraguas abiertos. Se trata de la señora Sofita, y como si su vida estuviera de alguna forma relacionada con aquella familia se ofrece a ayudarla, ella lo mira con piedad y accede, pero él presiente en aquel momento que hubiese preferido seguir sola, que se siente decaída por algún motivo desconocido, o tal vez sólo sea cansancio. Existe una obligación en las forma que ninguno de los dos está dispuesto a vulnerar; el se ha ofrecido a ayudarla y ella a aceptado y ya nadie podrá cambiar eso sin una razón muy poderosa. Había una parada de taxis en los alrededores, pero no tan cerca como sería de desear y tuvieron que hacer una pausa en la puerta de un hotel, allí no soplaba tanto el viento y estaba iluminado, pero el portero no dejaba de mirarlos. Supuso que aquel hombre, en cualquier momento, les preguntaría si deseaban entrar, pero no lo hizo. Ese momento les sirvió para cruzar alguna pequeña conversación y permanecer tan juntos que casi se tocaron, y fue por eso que Sofita apreció su delgadez y se refirió a ella como una enfermedad. Tuvo que aclarar que no se encontraba enfermo, ni débil, ni nada parecido pero estaba adelgazando y que eso no era tan extraño en él. Ella insistió sobre ese tema sin ni siquiera esperar respuesta y a él le pareció de una presión y una curiosidad innecesaria. En aquel momento sintió la gana de salir corriendo, de abandonarla allí mismo con su curiosidad y sus paquetes e inventarse una urgencia que había olvidado durante un momento y lo obligaba a salir corriendo sin demora; tal vez una 22
reunión de trabajo o alguna entrevista con su casera. En aquel momento de aproximación a una persona que conocía pero no lo suficiente, toda precaución le parecía poca y cualquier forma en la que actuara, insegura. Era la misma inseguridad de cuando lo abordaba un desconocido por la calle con alguna historia increíble que no sabía a donde lo llevaba. Así se sentía, como si acabase de perder la iniciativa y estuviera al albur de otras impresiones diferentes a las suyas. Si al verla en la distancia le había parecido una mujer elegante, distinguida y de una belleza incontenible, lo cierto es que después de un breve paseo, lo ha hecho sentir tan centrado en sus propios problemas que le ha empezado a parecer vulgar y aburrida. Sofita conoció al señor Airtorm en una gran fiesta de sociedad que sus padres organizaron cuando ella estaba de lleno regocijándose en su adolescencia. Los dos habían nacido en aquella ciudad y estudiaron en el mismo colegio durante años. Habían realizado juntos los viajes al extranjero que demandaban sus estudios y en ese tiempo decidieron como iba a ser su vida, a lo que se iban a dedicar, cuantos hijos iban a tener y como iba a ser su casa, pero al señor Airtorm la vida le deparaba heredar la fabrica de calzado de su padre, y a ella dedicarse a esa ocupación de las damas sin otros intereses más importantes que ser las esposas modelos de sus maridos. Cuando menos lo esperaban les había llegado Jennie, y desde entonces su vida se había encerrado en las cuatro paredes de su casa sin que nadie le pusiera remedio. No era una mujer frágil pero a todo el mundo se lo parecía, y tal vez, ese fue el motivo por el que accedió a acompañarla a casa. El tiempo que duró el trayecto en el taxi se lo pasó pensando en cual podía ser el motivo por el que hubiese visto a aquella mujer, en una ciudad tan grande, dos veces en tan poco tiempo, y poco después cuando llegaron a su apartamento y ella se empeñó en hacerle algo de comer, por qué cuando la veía, acababa siendo invitado a comer. El trayecto en taxi fue corto y lo pasó en silencio, salió el primero y esperó mientras ella buscaba su cartera en el bolso. Los dejó justo enfrente de un enorme edificio de piedra y delante de la enorme puerta pintada de rojo, y gruesos barrotes delante de dos tiras de cristal vertical en cada hoja. Se removió con eficacia para recomponer el equilibrio de los paquetes y subir cuatro peldaños antes de apartarse para que ella pudiera introducir la llave y girarla con decisión, con un “vamos”, que le sonó como una orden; no dijo nada, aunque le hubiese gustado decir, “de acurdo, pero sin prisas”. Desde luego era evidente que ella empezaba a sentirse en un terreno que dominaba, pero rara vez se veía en una situación tan embarazosa. Si hubiese tenido el sentido del decoro tan desarrollado como otras vecinas esperaban de ella, le hubiese dicho que dejara los paquetes en el portal y lo hubiese despedido allí mismo. Al esperar el ascensor se cruzaron con un matrimonio mayor que ella conocía, y que la saludó con una sonrisa poco sincera, la mujer se quedó mirando a Sismic mientras se alejaba, y él le hubiese sacado la lengua pero se contuvo. Se mudaron de la gran casa familiar del padre de Airtorm al edificio de apartamentos porque quedaba muy cerca de la fábrica de calzado, y además, porque a Sofita la vida en las afueras se le hizo muy solitaria cuando Jennie empezó a viajar por sus estudios. Sismic sólo había estado tres o cuatro veces en aquella gran casa y había sido más que suficiente. No se encontraba cómodo allí, rodeado de tanta tierra dedicada a producir unicamente césped, y sin más distracción que admirar la decoración más cara de todos los alrededores. Pero como en aquel entonces el era aún unos años más joven, era vecino e iba a la misma escuela que Jennie, había sido muy bien aceptado por sus padres. El tiempo pasaba inevitablemente, y todo su cuerpo temblaba sólo con pensar que en algún momento volvería a ver a Jennie, que estaría hecha una mujer y que posiblemente sus nuevas costumbres y su visión internacional del mundo, apenas le permitirá reconocer en él los valores de antaño. La señora Sofita le puso la mano sobre el hombre para indicarle que pusiera las cosas sobre la mesa de la cocina y que la esperara allí porque se iba a poner un poco más cómoda. Él sintió aquella mano áspera rugosa y perfumada como la de una anciana de cierto peso, y nada era así, porque era una mujer esbelta. Se trató más de una caricia que apenas le tocó el cuello, y era una mano dulce y delicada, nadie comprendería ese sobresalto a menos que entrara en el corazón de sus miedos. 23
Él parecía saber que detrás de la aparente frialdad del apartamento existía una vida, que durante un tiempo repetido, al cabo de los años se volvía inexorable rutina, y que nunca se sabe del todo si eso nos hace tanto mal como creemos. Siempre es lo mismo, en cualquier otro lugar hay un descontento parcial muy parecido a éste, aceptando las condiciones en las que nos vamos metiendo, paso a paso, como en un túnel. Admitamos que, en realidad, la rutina nos salva de nosotros mismos, y que respirar a pleno pulmón, no puede ser como figuramos que el aire puede llegar a quemar y que no estamos preparados para prescindir de una vida que se ha construido como un mecano, tal vez deforme, tal vez le faltan algunas piezas, pero resiste. Admitamos que momentos tan libres como el que Sismic estaba viviendo ha habido pocos, y, en todo caso, habrá sucedido a una edad a la que él representa en estas letras. Más tarde, la vida nos va abrazando de compromisos, resoluciones y deseos que se nos cumplen pero que tienen sus contrapartidas. Para que todo sucediera así, tendría que no encontrar aquel trabajo que tanto deseaba, y que le daría dinero e independencia, pero en el que tendría que aceptar una forma ordenada de vida, y sobre todo, una reputación. Es posible que, durante un tiempo, aquello le hiciera feliz, pero debería dar cuenta de todos sus actos ante la sociedad, ante sus compañeros, vecinos, jefes, familia y policía; todos lo estarían observando para concluir si era merecedor de entrar en el club de “los mejores hombres, los que sirven al bien común”. Como le ocurría a otros muchachos de su edad, con sus estudios terminados y dispuestos a aceptar el reto de su impotencia ante el desamparo social, se sentía como un verdadero anarquista, rechazado por todos y dispuesto a poner en cuestión que la estructura que le permitía sobrevivir, no fuera, en realidad, un montón acrobático de privilegios que se cerraba en sí mismo y buscaba perpetuarse. Sismic se acercó a un frutero que tenía de todo menos fruta. A toda prisa empezó a curiosear entre las cosas que allí había, un reloj de señora parado en las tres de la tarde, un bolígrafo un pequeño cuaderno de notas, un transistor, una lupa -supuso que la utilizaba alguien que no quería reconocer que su presbicia había pasado todos los limites imaginables-, una cartera y medicamentos. Abrió la cartera, miró varias veces al salón a través de la puerta de la cocina; todo estaba en silencio. Se le ocurrió que cualquier otro, pasando por sus mismas necesidades se metería la cartera en el bolsillo, pero no él, sólo estaba curioseando. Se giró para aprovechar la luz de la ventana y ver con claridad. Una foto de Jennie con cinco o seis años estaba prendida en el bolsillo de plástico transparente pero, si la cartera era de Sofita, no había ninguna del señor Airtorm y eso le pareció curioso. Desde luego no quería decir nada, pero le hubiese parecido muy dulce que así hubiese sido. Había algunos dos tickets de la compra, documentación, un recibo de la luz y una tarjeta de crédito; nada de dinero. No había perdido de vista a la señora sofita desde que entraran , y no se había acercado al frutero, así que pensó que tenía que tener otra cartera con la que había pagado los paquetes que le había ayudado a transportar. Dejó todo en su sitio con cuidado y se sentó en la mesa intentando distraerse con un magazine dominical de algún periódico local. El apartamento de Sofita era un lugar tranquilo, silencioso, detenido en el tiempo. El año pasaba muy lento entre sus cuatro paredes y no solían tener visitas hasta el periodo previo a la navidad, en la que algunos parientes parecían acordarse de ellos y cumplían con un intercambio de formalidades de las que ellos también participaban activamente. Para cuando oyó que ella volvía apanas habían pasado unos minutos pero la había parecido un siglo. Sofita tenía un andar cadencioso y abandonado que hacía vibrar su bata hasta dejar sus piernas al aire, lo que recompuso en un momento mostrando un pudor que él ya le adivinaba. En ese momento intentó adivinar si, como comprometida burguesa, habría tenido algún amante o alguna distracción sin que su marido lo llegase a saber. Se movió en el salón y después en la cocina, sin apenas mirar a Sismic. Era imposible hacerse la distraída pero le hablaba sin mirarlo. Él se quiso levantar al verla llegar pero se lo impidió y le pidió que siguiera sentado que le iba a preparar algo de comer, y él obedeció. Ella intentaba que fuera un momento distendido y hablaba mientras lo preparaba todo, él por su parte parecía paralizado, reprogramando cada detalle, cada signo o señal que pudiera indicarle de qué iba todo aquello. Ponía todo su empeño en aceptar tanta amabilidad y aceptar las antenciones de 24
Sofita sin poder ofrecerle a cambio una sonrisa. Sus ejercicios de interpretación no le iban a servir esta vez, y se dedicó a buscar en su pasado alguna ocasión en la que se hubiese visto en términos semejantes. Él sólo se había metido en una interpretación de cortesía de la que no era capaz de salir, y en la que debería seguir hasta que ella decidiera que era suficiente, que había concluido, que le había dado todo lo que le podía dar y que el chico necesitaba. Pero ni siquiera por un momento sintió lástima de él, a pesar de verlo tan delgado y con cara de no entender nada. Ella tenía la situación dominada, y era muy consciente de que haberse puesto un albornoz bajo el cual no se adivinaba más que su ropa interior había sido una provocación porque, a su edad, Sismic estaba cargado de todos los deseos, pasiones y líquidos necesarios para que su cabeza en un momento semejante estuviera a un par de grados de la ebullición. Semejantes razonamientos los mantenía en un segundo plano, lo importante ahora, pensaba ella, era darle de comer y hacer su aportación a toda la energía que el mundo necesitaba. No había una incompatibilidad en encenderlo explosivamente, tal y como se enciende un charco de gasolina y alimentarlo como si se tratara de su propio hijo. Él seguía con su ejercicio evocando cada vez en el pasado que alguna mujer madura lo había mirado fijamente a los ojos, le había tomado una mano sin previo aviso o se le había acercado tanto que le hiciera perder el equilibrio sin una razón objetiva para ello. Tal vez, en su mundo, se trataba de una idea horrible a la que no quería enfrentarse, pero ella parecía mirarlo con indulgencia y eso aún lo empeoraba todo. Por un breve instante pareció comprender que si el señor Airstorm llegaba en aquel momento le iba a ser muy difícil explicar todo aquello, que hacía allí, por qué se estaba comiendo su comida y por qué su mujer cocinaba para él en albornoz y zapatillas. Estaba tan confundido que no se atrevía a mover, parecía una estatua de piedra, incapaz de rascarse, de buscar cualquier cosa en los bolsillos, de recomponerse sobre su asiento para ponerse más cómodo, y aunque estuvo tentado de toser levemente, no lo hizo. Nos vamos haciendo una idea de lo débil que se mostraba Sismic ante la presencia femenina de una mujer madura y segura de sí misma. Visto así, daba la impresión de ser capaz de todas las torpezas imaginables en estas situaciones, tal vez por falta de experiencia. Era la imagen del hombre débil, fácilmente manipulable, demasiado delicado, sin oposición, dejándose influir sin dar muestra de la más leve oposición, y permitiendo que se notara en cada movimiento o gesto su inquietud, inseguridad y flojedad de carácter. Habría traspasado los límites del modelo de hombre pusilánime con el que había convivido durante años en la presencia activa de su padre. Pero, si somos del todo objetivos, había pasado por momentos de dificultad que harían desangrar a muchos que parecían los más fuertes, y sólo si se encontraba realmente en aprietos descubriría esa parte de rabia que aún anidaba en él. Tenía la absoluta certeza de que la había estado oyendo hablar de algún tema que debía interesarle, pero al que no había podido dar la atención debida. Posiblemente se trataba de algo que lo enfrentaba a sí mismo y que ella exponía con la superioridad que se esperaba de su clase. Por lo pronto, descubría que detrás de su falsa familiaridad ejercía un pontificado que marcaba las distancias, actuaba defendiendo el amor al prójimo pero dejaba claro que la burguesía cuando actúa por compasión espera un poco de respeto a cambio. Ya que ella se aferraba a su condición primera, además de tener que explicar porque actuaba como actuaba, tendría que dejarse de remilgos si alguna vez deseaba o necesitaba que Sismic se sintiera un poco más confiado. Él siguió sentado mirándola a la espalda mientras ella cortaba unas rebanadas de pan y terminaba de poner en el plato lo que había cocinado, y en ese delicado momento momento de visión periférica, ya había aceptado con resignación huidiza que debía comer hasta las últimas migas, sólo por satisfacerla. No podía sentirse orgulloso por como estaban sucediendo las cosas, pero tampoco podía sentirse culpable de nada porque no había nada de lo que avergonzarse, si no traemos a cuenta algunos pensamientos indecorosos que iban y venían sin control. Sofita parecía ajena a todo, pero, ¿cómo saberlo...? La tarde fluía como un líquido templado, aceptado y mantenido. Le puso un vaso con vino blanco y eso tampoco era precisamente como para atormentarse, así que se lo bebía en apenas un par de tragos. En todo aquello había una ausencia total humor que no facilitaba en nada aflojar 25
toda aquella tensión, pero no estaba seguro de entender cualquier broma que ella le hiciera, y tal vez no se reiría o lo haría escandalosamente, como un artificio del que no tiene gana de hacer algo pero lo hace. A veces, el alma se empeña en nuevas arribadas, pasando por anhelos que creíamos olvidados. Nuestro pecho se llena entonces de tesoros y rebela frente a cualquier inconveniencia. Nos creemos en tales momentos el nido permanente, la flor del día capaz de un amor inmortal. Distinguimos las estrellas con una luz que nunca antes habíamos alcanzado y removemos nuestros cimientos en busca del definitivo consuelo. El discurso de Sofita iba cambiando por momentos, y se sentó a su lado mientras lo veía comer y le contaba de un sobrino que había tenido y al que, al parecer se parecía mucho. Seguramente no entraba en sus planes hablar de su sobrino desaparecido, pero acepta el reto de escucharla mientras mastica y levanta los ojos del plato para mirarla. Aquel sobrino había pasado mucho tiempo con ella en ausencia de su madre, y se había disputado el amor que le profesaba como si se tratara de su madre verdaderamente. Su ternura podía mostrarse como real en cualquier momento con cualquiera que lo mereciera y no se trataría de un falso sentimiento según dijo. Además, y por lo que parecía, Sismic no sólo se parecía a aquel sobrino, hijo de una hermana, al que había cuidado durante un tiempo, sino que le inspiraba sentimientos parecidos. ¿La estaría seduciendo realmente, como parecía, o todo se trataría de un juego estúpido y sin continuidad? No era posible..., si apenas había abierto la boca. Tal vez debería invertir aquella idea, y el seducido fuera él. Ella lo miró largamente esperando su respuesta, pero seguía sin saber que responder, y mojó el pan en la salsa del tocino y el huevo derramado llevándoselo a la boca mientras ella intentaba recomponer el faldón del albornoz que había dejado las piernas al aire cuando las cruzó. Así que ésta era la madre Jennie, la persona que había visto tantas veces, pero siempre en valores tan breves como un “hasta otro momento”. De pronto tomaba forma delante de él en todo su esplendor y decadencia. Ni siquiera la noche en que habían cenado con el señor Sr Airtorm se había quitado la máscara, y ahora, por algún incomprensible motivo para Sismic la veía tal y como era, sin maquillaje, sin ropa de calle, sin artificios y expresándose tal y como era, con acento del sur y comiéndose la mitad de las palabras. Casi podía oler su aliento, si se acercara un poco más notaría que sudaba mucho porque desde hacía unos años no era capaz de controlarlo. Posiblemente su vida no era la más adecuada para seguir controlando su figura, y había empezado a engordar y desesperarse porque le habían dado unas pastillas que la hacía ir al baño con frecuencia y no eliminaban aquel sudor insoportable, al contrario. En su cabeza seguían amontonándose ideas, críticas, agradecimientos, súplicas y deseos inconfesables, eso la hacía verla como una diosa, una mezcla de fragancias del baño, de gel de frutas, de colonia y tabaco, y de los vapores que su cuerpo intentaba eludir sin conseguirlo. En un momento, sin previo aviso, sus pezones empezaron a manifestarse duros y puntiagudos bajo el albornoz, lo que le hizo adivinar que no llevaba ni un sujetador, y eso lo puso aún más nervioso.
2 Asomos Y Maneras La cafetería Denys, era un lugar conocido por la hija de Sofita. La Navidad estaba cerca y eso la convertía en un lugar muy frecuentado porque allí cerca había un vivero con todo tipo de plantas, 26
flores y arbustos y en aquella época todo el mundo parecía ir allí a comprar su arbolito de Nöel. Había pasado suficiente tiempo desde su encuentro con Sofita, tres semanas al menos (tal vez algo más de un mes), y eso le permitía olvidar los pormenores más estrechos y mezquinos de aquel encuentro, y afrentarse a Jennie sin mencionarlo siquiera. En las semanas previas a la navidad solía hacer una visita a sus padres, del mismo modo que Jennie estaba haciendo en su regreso, pero ese año no parecía inclinado a ello, porque aún no había encontrado trabajo y no quería gastarse el poco dinero de su asignación estatal, y el que su propios padres le mandaban, en un viaje y en regalos. Para cuando llegó su café el lugar empezaba a estar demasiado lleno y él ligeramente incómodo, y la chica aún no había llegado. La respiración se volvía cansada, pero eso lo atribuía al largo paseo desde su habitación en el centro, y no tanto al humo o a las ventanas cerradas. Al fin se abrió la puerta y pudo ver a Jennie acercarse a su mesa con un abrigo rojo cerrado con un cinturón en nudo de la misma tela, encogiendo los hombros y sin demasiada dificultad en sortear a otros cuerpos. Se levantó observándola y moviendo una mano que a ella la hizo sonreír, en ese preciso instante él se preguntó, cómo podía ser de una belleza tan sospechosa y no haberse dado cuenta unos años atrás. Ella seguía actuando con la misma altiva normalidad de siempre, lo que él en otro tiempo había atribuido a que dentro de sus propios problemas era una muestra de piedad con él mundo, cuando ya había aceptado que por su parte viviría poco. También, en otra ocasión había creído que aquella actitud se debía a que ella necesitaba comprensión y que la quisieran, a pesar de todo, y por eso se comportaba con el mundo, por muy graves que fueran sus pecados, con absoluta condescendencia. Y entre unos pensamientos y otros, entre interpretaciones y análisis varios, había “estado a su lado” durante unos años en los que no todo había sido tan hermoso. Él, a pesar de todo lo pasado juntos, seguía sin conocerla, y ella seguía avanzando hacia a su mesa, intentando sonreírse mutuamente. Así fue su reencuentro, con unos besos rápidos y una transición sin demasiadas emociones antes de sentarse. No habría sido difícil imaginar una momento así, predecir como iba a suceder, las perspectivas de los cuerpos en medio del café y la actitud sonriente y desafiante, si eso fue posible, en los ojos de Jennie. Después de un tiempo de decirse como se veían y contarse las últimas novedades más superficiales, decidieron salir a dar un paseo y así lo hicieron. Se conocía los suficiente, y sobre todo, él la conocía a ella con la suficiente profundidad para dejar a un lado antiguas confusiones. Eso, en casos parecidos, no suele ser suficiente para que los espíritus se sientan inquietos y desamparados. Como ella solía decir, “sus contradicciones nadie las entendía y ella misma no era capaz de situarlas más que en el transcurso ocasional de una vida de la que no se consideraba completamente dueña”. La antipatía por aquellos que no hacían nada por comprenderla era natural en Jennie, no con respecto a su abandonado aspecto de hija rebelde, sino, solamente, a su parte de dolor íntimo, el que debe pertenecernos a todos y debemos suponer en los demás. Por supuesto que no todo el mundo tendría que conocer la inclinación de Jennie a todo tipo de adicciones, pero aquellos que las conocían, según su forma de pensar, deberían estar obligados a suponer que había profundas razones que la llevaban a ello. No se trataba unicamente del rechazo o las decepciones que iba acumulando como quien colecciona records, tampoco se trataba unicamente de ella y sus marcas, se trataba, en último término, de las reacciones sociales como el resultado de los elementos culturales que nos dan forma. La rectitud moral, no era más que arte de la hipócrita resolución que tanto la dañaba, y que si no hubiese sido por su discreción la hubiese degradado en cualquier evento, escuela, fiesta, casa de familiares o amigos, trabajo, en el que la conocieran. Daba igual si quienes practicaban con ella esa degradación social eran indeseables que pegaban a sus mujeres y a sus hijos, si eran puteros, si habían dejado a sus padres en la calle para vender un apartamento, si se habían casado sin amor, si se habían divorciado y no habían querido volver a ver a sus hijos, o si habían maltratado a un sin techo sólo porque se les había acercado a pedirles limosna, la piedad no es cuestión que los poderosos puedan poner en práctica, y todos ellos se considerarán siempre con derecho a despreciar a todos los que no tienen suficiente fuerza para enfrentarse a ellos. Nadie ignora que la brutalidad forma parte de la existencia, y que con seres que se ponen a sí mismos en lo 27
más alto de la sociedad no se puede razonar más que con argumentos de fuerza, y no me refiero sólo a la violencia física. En realidad, para habérselas con semejante vergüenza en su carrera burguesa, los padres de Jennie la habían mandado a un centro de desintoxicación al extranjero, y no al colegio que le permitiera completar sus estudios. Haría falta un término para denominar a eso, decir, falta de amor y compromiso, no sería suficiente. Precisamente en aquel reencuentro, ella, como tenía por costumbre, fue todo lo sincera de lo que era capaz, y le reveló este extremo, y también, que no había tenido nada que ver en que sus padres lo hubiesen llamado para cenar. Cuando las cosas suceden así, se puede entrar en todo tipo de conjeturas, y lo primero que Sismic pensó, fue que se preocupaban por su hija, y veían en él el equilibrio que Jennie necesitaba. Podría arrogarse legítimamente el derecho a ser considerado su mejor amigo, pero no quería caer en el egocentrismo y equivocarse también, al imaginar que era tan importante. Recordaban haber estado en aquel mismo parque, cerca de aquella misma fuente, en otra ocasión: Discuten acerca de lo que recuerdan; deben estar equivocados en algunas de sus impresiones. Se proponen dejarse llevar por su instinto, y él dice que si cruzan el puente, al otro lado encontrarán un anfiteatro de grandes escalones de piedra en el que podrán sentarse. Una gran serenidad se apodera de ellos, no sería tan grave perderse, esperar a la noche y llegar tarde a cualquier cosa que tuvieran que hacer después. Cada vez que se encontraba al lado de Jennie le sucedía que perdía la noción del tiempo y siempre terminaban corriendo por los parques, bebiendo vino y sólo Dios sabe, tomando qué más de pastillas y hierba adulterada. Se sentían absolutos dueños de sus vidas y no deseaban que aquel momento pasara, no quería tener que ir a otra parte, que anocheciera o hiciera un frío helador. ¿Es el ocaso lo que les provoca esas sensaciones? ¿Su locura? ¿El vino? Sismic quería creer que empezaba a dedicar su vida buscando resultados, que se había movido en serio esta vez, buscando trabajo. Estaba recuperando la estima por sí mismo aunque de momento ese cambio no hubiese dado resultados precisos. Ya no creía que el ocio era el objeto de su vida, sino que al contrario, había concluido que lo llevaba a un callejón sin salida. Desafortunadamente, pretendió hablar de eso con Jennie, y ella a pesar de la neblina que cubría sus ojos, le respondió de una forma bastante sarcástica, como si sintiera que eso quería decir que terminaría por abandonarla del todo. A veces, para algunos seres, pasar meses separados, a miles de kilómetros de distancia, sin verse, sin escribirse, sin una llamada telefónica, no quiere decir “pasar página”, y ese había sido su caso en los últimos tiempos. Cuando Sismic quiso que ella se explicara, y que sometiera su desagrado a juicio, ella respondió que las chicas hay cosas que no dicen pero que para ellas son las más importantes, que a veces, saben que “algo” no pueden ser, que no hay ni una oportunidad de triunfo en sus anhelos, pero mantener las cosas como están, procurar que nadie cambie, les ofrece su mayor felicidad. Como él nunca había sido bueno escuchando a las mujeres y las mujeres lo habían tomado siempre por un simple al que tratar con monosílabos, tampoco se había esforzado y había preferido centrar su atención en otras facetas de la existencia, entre las que se encontraba su afición por las películas extranjeras subtituladas, los libros de poesía y los paseos por el parque. Nunca habría pensado de Jennie que lo tomara tan poco en serio como las chicas antes mencionadas, pero sin duda ella había sido una excepción, y después de todo, en aquel amor sin tocarse que sentían, en aquella devoción intelectual que les permitía devorarse sin ponerse un diente encima, se habían considerado siempre inseparables, y ella mucho más necesitada de sus atenciones, que todo lo que él pudiera imaginar. Al día siguiente se volvieron a ver. Él pasó la resaca lo mejor que pudo, ya no se acordaba como era, y se tomó dos aspirinas pero eso nunca le ayudó. Recordó lo que había sucedido la tarde anterior y se dijo que con Jennie era imposible caer en la melancolía, al menos ella si lo hacía buscaba los momentos de soledad, porque no la recordaba como una chica triste o lánguida, en ningún caso. No le costaba adaptarse a su intensidad, sin embargo, sabía que no le era posible seguir el ritmo que ella imprimía si se encadenaban varios días seguidos. Se reprochó haberla animado a verse ese día, pero habían pasado muchos meses sin verla y quería tener un poco más de toda 28
aquella energía que expelía y que levantaba el ánimo a todos los que la rodeaban. Tenía la impresión de que se aceptaban con tanta naturalidad que habrían encajado finalmente si hubieran seguido con su relación íntima, pero en algún momento, debemos decirlo, le dio miedo. No podía, no debía seguir alimentando aquel deseo, a pesar de toda la atracción que indudablemente ejercía sobre él. Resulta interesante constatar que Sismic no sospechó que los pasos dados por los padres de Jennie, en realidad, eran el resultado de la preocupación y los desvelos por su hija. Él, que solía jactarse de su agudeza a la hora de relacionar aspectos de la vida que a otros... les quedaban colgando, por así decirlo, esta vez no había podido imaginar que fuera una pieza tan importante en el laberinto de Jennie. Su ego podía haber funcionado lo mismo, si hubiera aceptado que tenían una alta opinión de él y que lo consideraban hasta sanador. Sin embargo, Sismic debió pensar que su encanto personal era suficiente para tanta amabilidad, así de equivocado había estado. En su forma de pensar, todo lo que estaba sucediendo era asumible, nada que ya no hubiera hecho en el pasado, y nada que no estuviera dispuesto a hacer con agrado. No le habían pedido nada, sólo habían permanecido en contacto con aquel chico que los padres habían considerado una buena influencia. Aquella tarde, Jennie se empeñó en hablar de lo que le gustaba, de como había disfrutado en el extranjero y de las amistadas que había hecho allí, y que no le permitieron avanzar en su poco profundo interés de dejar de meterse al cuerpo sustancias químicas. Sismic hubiese deseado salir corriendo, no le gustaba si se iba a poner en plan, musa de los estupefacientes. Ella no solía hacer eso, no la recordaba hablando abiertamente de sus adiciones, y mucho menos, presumiendo de ellas, que al fin le causaban tantos problemas. Estaba tan desconcertado que apenas podía mirarla sin mostrar su contrariedad. Se quedó en silencio, aguantando su enfado y mirando al infinito, mientras ella se despachaba a gusto con sus historia de amigos, drogas y borracheras, en un país extranjero que le proporcionó de todo menos equilibrio, y en el que se las había arreglado para ocultar sus fiestas a la atención de los médicos que la trataban. No podía haber previsto un discurso semejante, y era incapaz de establecer la intención del mismo. Ella, entonces le confesó que había hecho algunas cosas allí sin tomar precauciones, y él no supo si se refería a agujas o penes, en cualquier caso, “las dos opciones solían tener un premio más que dudoso”, pensó cínicamente. Comprendió que con aquella confesión, una vez más, Jennie intentaba comprometerlo, obligarlo a entrar de lleno en su vida, atarlo, o en su caso, y sólo si él tomaba esa decisión, abrirle la puerta y permitirle que huyera cobardemente ante los problemas, algo de lo que él, en aquel momento, estaba muy cerca de hacer. Se apresuró aquella tarde a instalarse en un banco del parque y ella le siguió, que por sentirse ausente de toda normalidad y conciencia, no podía pensar en nada más que sus confesiones. Por hallarse tan concentrada apenas se percató de aquella afición al aire libre, cuando ella hubiese preferido pasar la tarde en la habitación de Sismic o en un bar. Así se iba enterando el antiguo novio, de todos los detalles de aquel año temerario, de los nombres de los amigos y amigas de Jennie, de sus vicios, de sus aventuras, gustos y anécdotas sin sentido. Ni siquiera se había arreglado especialmente para aquella ocasión que parecía llevar tan pensada, ¿acaso buscaba contrariarlo y que no deseara volver a verla? Orgullosamente había acudido a su cita con la desgana del que se vistió a correr y salió de casa sin lavarse la cara, por eso, mientras seguía hablando se frotaba los ojos como si le picaran furiosamente o estuvieran a punto de pegarse sus párpados. Le pidió colirio, ¿qué clase de persona cree que todo el mundo suele llevar colirio en el bolsillo? Todos aquellos nombres extranjeros y sus imágenes asociadas, daban vuelta en la cabeza de Sismic y lo ocupaban nerviosamente mientras volvía a su habitación aquella noche. Intentaba parecer fuerte, después de todo, ella ya no debía significar nada tan personal que pudiera evitar toda emoción, pero no era así. Entre las costumbres que había adoptado en su nueva vida en la gran ciudad, estaba la de encerrarse por días en su cuarto; esto había empezado a suceder al sentirse vencido por no encontrar trabajo. De pronto se sentaba en un gran sillón que tenía, o se echaba sobre la cama, y leía novelas baratas como si nada más importara en el mundo. Fue por eso por lo que se sintió tan a gusto 29
cuando al día siguiente no se levantó en toda la mañana, ni se vistió en todo el día. La portera era la dueña de algunas de aquellas habitaciones que alquilaba, y fue dos días más tarde cuando oyó su voz, posiblemente en el rellano de la escalera, o en el otro extremo de habitaciones, el pasillo que se abría al lado contrario. Se acercaba a su puerta acompañada de alguien con quien no dejaba de hablar. Los vio a través de la mirilla sin alcanzar a reconocer al hombre detrás de ella. La señora Ressi afirmaba que no lo había visto en unos días, pero que era posible que estuviera la habitación. La calefacción bajaba de intensidad a esa hora de la mañana, porque la apagaban y se iba descomponiendo y diluyendo el calor de la noche entre las paredes de todos los inquilinos, lo que fue una suerte porque pudo abrir la puerta ya vestido y con unas cuantas capas de ropa encima. Parecía un esquimal, con sus botas de piel y sus hombros sin apenas movimiento, pero al menos no se había puesto el gorro que le tapaba las orejas, pero a veces lo hacía y hubiese sido un poco chocante, si no se trataba de vendedores, abrir con él puesto. La atmósfera no era agradable, no había bajado la basura al contenedor y sabía que aunque él ya no lo notaba, el olor era muy fuerte al entrar de la calle. Es posible que algunas personas a las que conocemos levemente, tal y como le pasaba con el padre de Jennie, nos hagan sentir cohibidos, nos inspiren algún tipo de desconocido temor, o quizá mejor debería llamarle prudencia, incluso cuando no están presentes y se trata sólo de una reflexión en la que se cruzan por motivos de los que se podría perfectamente prescindir. Esa prudencia de la que hablo, lo llevó a permitirle pasar, mientras que sabía que a muchos que aparecieran sin una invitación previa les diría que lo esperaran en el bar de al lado, que sólo se encontraba a dos portales del suyo. Despidió a la señora Ressi con un , “seguro que tendrá mucho que hacer”, que sonó como una amenaza, porque había actuado como una fisgona, y no había perdido detalle de sus reacciones mientras recibía e intercambiaba las primeras palabras con Airtorm. Desde luego. Hubiese sido más fácil haberlo hecho esperar en la portería y llamarlo por el telefonillo que tenía encima de su mesa, pero entonces no se habría enterado de gran cosa. “Ahí lo tiene, sin duda es él”, repuso la señora haciendo un gesto de superioridad con la barbilla y alejándose con decisión. Airtorm parecía lleno de paciencia, a un gesto de Sismic dio un paso al frente y cerró la puerta tras de sí, sin ni siquiera sacar una de sus manos del bolsillo de su abrigo. Seguidamente carraspeó y y se frotó la barbilla, miró a a su alrededor, observó una silla al pie de una mesa, pero siguió en pie hasta que el muchacho le indicó que se sentara. Sismic, mientras esto sucedía lo miraba de reojo e intentaba darle forma a la cama, que, por el día, también servía de sillón. Preguntó si quería café y Airtorm contestó que no, aún así puso la cafetera al fuego en una pequeña cocina eléctrica al lado de la ventana. Después se sentó en la cama, y por primera vez se miraron el uno al otro sin que nada pudiera distraerlos de semejante impresión. Era como si Sismic estuviera ansioso por saber lo que había llevado a aquel hombre hasta allí, pero también como si Airtorm se estuviera preguntando lo mismo. En ocasiones parecidas era capaz de simular una rudeza que no poseía por naturaleza, pero además, estaba seguro que Airtorm podía ser aún mucho más rudo que él mismo. Se miraban esperando que uno de los dos hiciera alguna pregunta, pero sin prisa, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Airtorm sabía que Sismic se había tomado muy en serio lo de buscar trabajo, y eso tenía que ver con el motivo de su visita. Le había seguido los pasos desde que fuera novio de su hija en el colegio de las afueras al que la mandaba, y si había algo que tenía claro acerca de él, era que su transformación siempre había obedecido a nobles propósitos, y, si bien no había avanzado mucho, le satisfacía verlo luchar sin desfallecer. Airtorm le ofreció un paquete que tenía sobre las rodillas, indicando que se lo mandaba Sofita, pero que no lo abriera inmediatamente, que sólo se trataba de embutidos y queso. Se daba cuenta de que debía tener un aspecto deplorable, y que lo veían débil y mal alimentado, pero el se sentía con las fuerzas necesarias. Permaneció mirando el paquete recibido entre sus manos hasta que se decidió a ponerlo sobre la cama, a su lado. Entonces Airtorm se decidió a hablar del motivo de su visita y él le presto una atención académica. Por lo que parecía, en la fábrica de calzado había quedado un puesto como operario de máquinas, nada difícil o 30
que necesitara una formación específica, y le gustaría que él accediera a ese puesto. Debía incorporarse inmediatamente, es decir, al día siguiente lo más tardar, y los honorarios serían los habituales sin tener en cuanta la antigüedad, lo que supondría que algunos compañeros cobraran un poco más que él. No había mala intención en Airtorm, de eso estaba seguro, pero tal vez no contara si tenía otros planes para él, en espera de un momento mejor. Se había puesto un poco nervioso pero aceptó el trabajo mientras se ponía una taza de café. Se sentó de nuevo en la cama, esta vez encogiendo los pies, en una postura inconscientemente ridícula y poco operativa si deseara levantarse con algún tipo de prisa. En realidad, Airtorm llevaba en la cabeza las mismas preocupaciones de siempre por su hija, y le hubiese gustado decir que ella ya no viajaría más, y que si él se comprometía a llamarla y estar con ella, aunque fuese como buenos amigos eso le complacería mucho. Sin embargo, le pareció demasiado, y le sonaba como que condicionaba el trabajo a su amistad, así que no dijo nada de esto, pero quizás lo dio por sentado. De todo ella, además, se hubiese desprendido una intención de controlarlo y acabar con cualquier cosa que lo pudiera distraer de su cometido, incluidas nuevas amistades. No podía plantear las cosas de ese modo, lo tenía claro, pero si a sus oídos llegaba que se torcía en sus diversiones, que se convertía en un tipo de persona que no era o que se aficionaba al mismo tipo de sustancias que su hija, tendría que despedirlo fulminantemente. Por lo pronto, sabía que era la única persona de la que podía echar mano en situación tan difícil, y no podía ponerse muy estricto, así que dio por bueno el trato con el chico y deseando que todo saliera como esperaba, se despidió. Para los padres de Jennie, nada era fácil, sufrían, se exasperaban, intentaban ayudarla, pero sin éxito, y además tenían cada uno de ellos, una vida que atender, la suya propia. Sismic hubiera preguntado por Sofita pero se sintió intimidado. Ella dedicaba su vida al cuidado de la casa y salir de compras, lo que no podemos decir que para una burguesa fuese exactamente ocio, porque procuraba estar ocupada y eludía los cines, los teatros y otras distracciones parecidas. Desafortunadamente, Airtorm no parecía muy conforme con su situación familiar, y habían hablado de divorcio en más de una ocasión, pero sin tomarlo demasiado en serio. Aquella vez nadie hubiese entendido que el matrimonio hubiese acudido en estrecha armonía al domicilio del chico, al fin y al cabo era una oferta profesional en la fábrica de calzado, o eso parecía. Sin embargo, cuando abrió el paquete encontró una nota que le pedía acudir un día concreto a una hora precisa a su apartamento, y a Sismic le hubiese gustado complacerla pero ese día ya estaría trabajando. Como no era más que un aprendiz y la producción había tenido un parón debido a una horrible tormenta de nieve que tenía dos camiones de calzado parados en mitad de la autopista, llegado el momento, alguien le dijo que tenía el día libre y no entendía nada. No le gustaba mucho la idea de que las cosas sucedieran así, como si el universo se entretuviera en complicarle la vida, pero ya no podría buscar excusas y con el tiempo justo, aceptó que tenía un compromiso con la mujer de su jefe y para allí se fue. Pero, cuando ya estaba a punto de entrar en el portal, se tomó un minuto para pensar y decidió que nada podía ocurrir de una forma tan sórdida, que se trataba de su vida y sus propias decisiones, así que dio media vuelta y se fue a comer a una cafetería cerca que no estaba muy lejos de allí. A diferencia de otros jóvenes con parecidas preocupaciones, cuando la vida lo sometía a presión, se mostraba decidido y eso se trasladaba a su forma de andar, como si esa iniciativa bien ponderada pudiera ayudarlo contra todos los males que lo acechaban. Apenas realiza el trayecto a casa en unos minutos, sin parar a tomar aire. Cruza la portería sin permitir que la señora Ressi se percate de su presencia hasta que ya está demasiado lejos de su influencia, subiendo las escaleras y finalmente, entrando en su habitación con baño. Es necesario reseñar que lo llevaba esperando todo el día porque quería hablarle de algunos pagos atrasados, y que ahora que ella sabe que ha empezado a trabajar no le permitirá seguir alargando. Eso la hizo subir a su habitación y llamar a la puerta. Todo quedó aclarado, menos cómo supo la señora Ressi lo de su trabajo, o se trataba sólo de una suposición. En su nuevo trabajo, Sismic tenía un compañero con el que enseguida hizo “buenas migas”. Es interesante darse cuenta de que los trabajos puramente físicos, o de manipulación mecánica, si no son de precisión, permiten hablar, pensar en otras cosas, o dejar volar la 31
imaginación a lugares que la máquina que tienes entre manos nunca soñaría. De ningún modo se atrevería a desafiar la autoridad de Airtorm, pero en momentos de descuido, o cuando salía por motivos personales, procuraba hacer preguntas a Oskar que lo iba poniendo al día de las ultimas novedades. Trabajar en la fábrica de calzado del señor Airtorm le hizo pensar más en él. Su aspecto exterior era el que se podía esperar de un ejecutivo, chaqueta americana, pantalones con bolsillos a lados y camisa por dentro, bien cerrado con un cinturón de piel; en invierno solía poner un abrigo sobre la americana que le legaba hasta las rodillas. Todo en él sonaba a uniformidad, y rara vez aportaba novedades a su atuendo. Los zapatos, como es de esperar eran de la gama más alta de los que él mismo fabricaba, y casi siempre de color negro. A primera vista, no producía una gran impresión, de hecho, creo que podríamos decir que era un hombre bastante vulgar. Pero cuando se le empezaba a conocer uno reparaba en sus ojos y en su mirada, y había algo de tensión y concentración en ella que incomodaba. Una vez en la empresa, Sismic encontró que era mucho más inaccesible de lo que había creído, y lo agradeció porque no deseaba hablar con él a cada momento, de hecho, como en el futuro descubriría, podían pasar semanas sin que cruzaran una palabra. Me refiero, por supuesto a la vida laboral, otra cosa, como veremos es lo que sucedía cuando el tiempo libre les permitía tener una vida. De esos primeros días en su nuevo trabajo, recordaría toda la vida lo torpe que se encontró y la pobre opinión que tenía de sí mismo por no ser capaz de hacer las cosas al nivel de sus compañeros. Su cara adquirió por aquel tiempo una expresión de despiste que le duró aún muchos meses, y ni siquiera la voluntad explicita de acabar con ello y parecer más desenvuelto, fue capaz de retraer aquellos gestos de no entender, a veces impotencia, dudas y vacilaciones. Poco antes de navidad recibió una llamada de Jennie, estaba muy alarmada, la primera crisis grave del matrimonio se había desencadenado y el señor Airtom se había ido a vivir a un hotel. Necesitaba quedar con él para desahogarse, y en cuanto tuvo ocasión se refirió a lo acontecido como: una terrible incomodidad para todos. Pero, sobre todo, era ese tipo de cosas, según dijo, que la hacían sentir insegura y que le hundían en sus fracasos. Recordó algunos pasajes de su infancia, e intentó convencer a Sismic de que sus padres no siempre habían sido así, pero eso no hacía falta. Todavía podía recordar y hacerle sentir que había habido un tiempo en que los dos habían luchado por darle forma a la familia y que ella había sido muy afortunada de ver a sus padres tan unidos. No sabía exactamente como se había ido esfumando toda aquella cómplice felicidad, todo el esfuerzo que le parecía tan grandioso contra su debilidad infantil. En su infancia, Jennie había admirado mucho a su padre, y en absoluto estaba dispuesta a creer que eran culpa de su madre las crisis de la pareja. “Esas cosas pasan”, le dijo. “Tal vez no se merezcan haber tenido una hija tan fuera de sus esquemas”, añadía. La decisión de la separación había sido del señor Airtorm. A Sofita no le había dado igual pero se había mantenido en silencio, sin hacer nada por evitarlo, sin pedirle siquiera que se lo pensara unos días. Ninguno de los dos parecía desmerecerse, en realidad, estaban hechos el uno para el otro, no había motivo para tanta alarma. Naturalmente, Airtorm no podía acusar de nada especialmente grave a su mujer, sobre todo, si tenemos en cuenta que el mismo organizada fiestas a las que ella no estaba invitada, y de las que volvía de madrugada, sin dar ningún tipo de explicación. Por la forma de hablar de Jennie, parecía entender que reprobaba la actitud de su padre, y lo culpaba de todos los males de la familia, si bien hasta aquel momento, mientras la unidad familiar había continuado a pesar de todo, no había podido hablar con tanta franqueza de ello absolutamente con nadie. Ella estaba viviendo en la casa de los padres, o dela madre si se quiere, a partir de este momento. De todas formas no debemos adelantar acontecimientos porque Airtorm volvió a cada en apenas una semana. Pero ese tiempo fue duro para las dos, y la casa se volvió un lugar demasiado hostil. No quería acentuar la crisis con sus quejar, pero no estaba cómodo. De tal manera, que no dijo nada, pero ya estaba buscando un lugar al que poder mudarse, si no fuera porque el retorno del padre no se hizo esperar. Resultó curioso que en todo aquel episodio, Jennie se manifestó en favor de su madre, pero cuando se vio viviendo con ella, las dos solas, inmediatamente valoró la oportunidad de 32
ir a vivir a otra parte. Sismic pensaba que muy posiblemente no había valorado la diferencia de clase entre él y Jennie. Nunca lo había hecho, porque como compañeros de estudios se habían entendido desde el principio sin valorar nada que ocurriese fuera de tal condición. No es que fuera un muchacho irrespetuoso, o desafiante por naturaleza, pero empezaba a cansarle todo lo que acontecía desde el punto de vista burgués. Y no es que no conociera otras personas de buena posición, en su pueblo también había ricos, pero los veía pasar de lejos, y no daban la impresión de estar metidos en problemas que parecía caprichos. Por otra parte estaba aquello de intentar valorar las reacciones de gente de edad tan avanzada y que llevaban la vida tan vivida, ¿qué sabía él de los motivos de aquella gente para actuar como lo hacían? Aún en el peor de los casos debía ser prudente con sus juicios, entre otras cosas, porque a él mismo no le gustaba la gente que hacía juicios con ligereza. El pretexto de la separación de los padres fue suficiente para que Jennie alquilara un bonito piso y le propusiera a Sismic que se fuera a vivir con ella; por supuesto, él pagaría una parte del alquiler. La situación no iba a ser tan sorprendente porque ellos ya habían vivido juntos en el pasado por cortos espacios de tiempo. Sismic ni se lo pensó, por una parte era la forma de llevar una vida más ordenada en un ambiente más elevado, el que posiblemente él creía que merecía. Pero también estaba la posibilidad de perder de vista a la señora Ressi, sus exigencias y su curiosidad insana. No se trataba de ninguna imprudencia, y era consciente de que podría haber sorpresas en el futuro, tratándose de Jennie, todo podía ser, pero sólo se trataba de vivir allí, no de casarse con ella. Tampoco debía quitarle tanta importancia que lo convirtiera en un hecho insignificante: no, no se trataba de eso. Sismic estaba pasando el momento más decisivo de los últimos años, y posiblemente de su vida hasta llegar allí, y lo hacía sin demasiados referentes ni aprendizaje alguno. Podía entrever cosas que no se manifestaban abiertamente, eso formaba parte de lo que estaba viviendo, aunque se tratara de los secretos de otras personas también le afectaba. Algún día podría mirar atrás e intentar calcular si actuó con sobriedad y supo interpretar todo lo que le afectaba para no verse enredado en situaciones que nadie deseaba. Pero, hasta aquel momento no se veía complicado en nada que pudiera coartar su libertad de cambiar de amigos, de ciudad, de hábitos, de trabajo, de todo, si consideraba que se estaba enredando en algo que no deseaba. La libertad era importante, y mientras la conservara podría equivocarse y ser capaz de recomponer cualquier error, por eso se permitía actuar sin demasiadas desconfianzas; por eso y porque la gente desconfiada nunca le había gustado y no quería formar parte de semejante legión.
3 Coincidentes Distancias Estaba bastante claro que Oskar no era ninguna lumbrera, la mayoría de las veces la conversación con él giraba en torno a anécdotas muy divertidas acerca de uno o de otro, pero que no conducían a parte alguna. Por lo demás no parecía mal chico, metido en su divertido mundo de evasiones. Los lunes solía llegar al trabajo contando historias increíbles del fin de semana, y tanto era así, que costaba creer que pudieran pasar tan extrañas y arriesgadas aventuras en un espacio de tiempo tan corto. Todo lo que contaba confirmaba que estaba predispuesto a que le pasaran todo tipo de cosas, que no era especialmente precavido acerca de los peligros que le acechaban, o al menos, que estaba 33
dispuesto a aceptar las consecuencias si el riesgo valía la pena. Había hecho todo lo posible por entrar en la lista del sindicato a las elecciones de empresa, pero fue rechazado porque no se lo tomaba en serio. Se inventaba un pasado de compromiso que no había existido, o en todo caso estaba muy exagerado. Tal vez era cierto que en su interior sentía el desafío obrero, pero si era así, quedó relegado a un segundo plano cuando Airtorm lo nombró empleado del mes y puso su foto en el tablón de anuncios felicitándole. Una tarde, después de terminar uno de los turnos más largos, Sismic y él fueron a tomar unas cervezas, procuraban no hablar de la empresa, pero por algún motivo, la conversación siempre volvía a ella. Como de costumbre, Oskar hacía gracias de los últimos acontecimientos y discusiones que allí se produjeran, y a pesar de estar firmemente decidido a no reírse de los compañeros, no conseguía permanecer mucho rato en esos términos. Era capaz de convertir cualquier tema importante en una vaguedad, y al mismo tiempo, intentar convertir sus opiniones en lo más importante jamás revelado por profeta alguno a los pobres mortales. Sismic lo miraba incrédulo, y lo escuchaba con paciente sonrisa, porque según pensaba como distracción era el compañero perfecto. Oskar se distrajo hablando con algunos amigos mientras decidían si se iban para casa o seguían calle abajo hasta el siguiente bar. Cuando terminó la conversación iba a pedir algo más de beber, pero en lugar de eso se acercó a Sismic que había sacado su cartera para pagar las consumiciones y se había entretenido en ver una vieja foto en la que aparecía al lado de Jennie en unas vacaciones en la playa. Por algún extravagante motivo la había conservado allí después de que su noviazgo terminara, y mientras la sostenía Oskar se acercó y curioseó por encima de su hombro mientras decía, “la conozco”. Al principio de su cambio de domicilio mantuvo la discreción, de hecho, no conocía a tanta gente que necesitara una actitud especial para eso. No podía negar que estaba muy a gusto con el cambio, y que esa era la mejor razón para intentar que todo fuese como se esperaba, es decir “como la seda”. Durante el tiempo que duró la mudanza, la señora Ressi no dejó de molestarlo y echarle cosas en cara de las que nunca antes le había hablado, lo que resultaba muy sorprendente. Cosas como que había subido a chicas a la habitación cuando él sabía muy bien que eso no estaba permitido, o que había cambiado muebles o cuadros sin su permiso; todo aquello lo indignaba, pero también revelaba que lo que ella no contaba con su marcha y que lo que realemnte la molestaba era que posiblemente nadie pagaría lo que él estaba pagando por la habitación. A Jennie le resultaba conveniente su nuevo piso porque quedaba cerca de la casa de sus padres, y ella se desplazaba andando o en taxi, y no necesitaba el taxi desde allí, salvo que excepcionalmente su madre se encontrara enferma o su padre la llamara por teléfono por cualquier otra urgencia. Después de la primera semana los dos parecían encantados y acostumbrados a su nueva situación, con habitaciones separadas y compartiendo la sala de la tele, el baño y la cocina: todo muy europeo y civilizado. “¿La conoces?, pues vivimos juntos”, respondió Sismic. Mientras hablaba con Oskar, pensaba en Jennie y su oscuro secreto de colirios, pastillas para dormir, marihuana y, en el pasado, cosas bastante más fuertes. A veces cantaba una vieja canción que repetía murmurando sin que se entendiera la letra, pero lo que repetía era simple aunque ocurrente, “tu secreto vive en mi como un pasajero”. Una rara vez, caminando los dos de vuelta de una fiesta, eso había sido en los años de colegio, Jennie había visto unos gatos jugar en la puerta de una vieja casa abandonada, era de noche y no pasaba nadie por allí. Hubo una interrupción en su paseo porque quiso acercarse y tomar uno de aquellos gatos entre sus manos. Una fiel comprensión lo animaba a no hacerle advertencias cuando ella hacía cosas parecidas, a pesar de que aquellos gatos estaban tan sucios que parecían enfermos. Pero se quedó mirando en la distancia sin decir nada. Después, en casa, Sismic había pensado en ello como si le hubiese quitado una fotografía y la imagen hubiese quedado congelada en su retina. Y, todavía más tarde, cuando se dejaron de ver y ella se fue al extranjero, aquella imagen volvía recurrente con toda su dulzura. Lo mismo sucedía viendo aquella vieja foto de los dos juntos, evocaba momentos que ya no volverían. No podía culparla de nada, ni siquiera de que él tuviera que tomar aquella dolorosa decisión, ni de que ahora estuvieran de nuevo viviendo juntos; sólo que, después de cierto tiempo, necesitamos 34
poner la mente en orden, y como a él le estaba pasando, nos dedicamos a ejercicios de melancolía que no ayudan en nada. Reconocía que lo había pasado mal mientras duró la separación y durante el tiempo que Jennie desapareció de su vida, a pesar de no sentir ya atracción física por ella. Se tenía por un hombre fuerte de carácter en muchos aspectos pero no en ese, y sentirla tan lejos cuando había llegado a compartir cosas tan íntimas era como perder una hermana, de hecho se trataba de la persona más cercana en la ciudad y con la única que podía compartir ciertas cosas. ¿Cómo era que Oskar la conocía? Comoquiera que fuese, Oskar no era el tipo de persona de persona que le iba a guardar un secreto, supongo que nadie habría pensado lo contrario. Su forma de comportarse no guardaba ni el más mínimo asomo de presunción o altivez, no sería lógico para una persona que asume que su futuro depende de conservar su trabajo en la fábrica de calzado. Para entender lo que pasaba con Oskar debemos atender a su confesión, y la facilidad con la que respondió a la exigencia de Sismic. No hacía falta pensar de demasiado para entrelazar algunos puntos a partir del momento en que respondió que Airtorm le había pedido que le llevara algunas cosas a casa, y que había conocido a su mujer y a su hija. Por otra parte, no le había sorprendido ver aquella foto salir de la cartera de Sismic, porque, según afirmó, todos en la empresa sabían que había sido recomendado por el mismo jefe y lo suponían pariente o algo parecido. Fue entonces cuando Sismic entendió la actitud reticente de algunos de sus compañeros. Cuando las cosas suceden así, no se puede hacer nada por evitar la imaginación de la gente, sus desconfianzas, sus malas intenciones, o su precauciones, por muy injustificado que este todo ello. En efecto, había sido objeto de alguna forma de sabotaje emocional, por controlado que le hubiese parecido. Y como a veces, en situaciones similares, se estima que es imposible hacer cambiar las cosas, y que dar explicaciones lo estropearía todo aún más, Sismic debía empezar a proponerse seguir adelante en su trabajo sin esperar la mínima ayuda o simpatía de nadie. No intento justificar los motivos que llevaron a Sismic a sentirse profundamente enfadado y decepcionado aquella noche. Como es lógico, el mundo no giraba en torno suyo, ni mucho menos, ni se había presentado así ante Oskar, quien iba a ser el más perjudicado por su reacción. Pero su carácter, el rasgo principal de su forma de ser era la paciencia, y lo fue, lo intentó, a pesar de haber bebido y de encontrarse fatigado, pero cuando finalmente su compañero de trabajo le confesó, que también había sido invitado a cenar con la familia Airtorm la noche de nochebuena, eso ya fue demasiado. En su imaginación surgió un estúpido complot para dejarlo a un lado, cuando eso hasta ese momento no le había importado lo más mínimo. Las manos le temblaban y estaba a punto de estallar, pero se controló una vez más. Comprendía que Oskar se sentía extraordinariamente honrado por todo lo que le estaba sucediendo, pero que había sido condescendiente al decirle cosas que podría haber mantenido en secreto, aunque, tal vez lo había hecho por presumir, o por vanagloriarse de una pretendida situación de superioridad. Y cuando más vueltas le estaba dando a todo, a su situación en su nuevo trabajo y como la frialdad con la que había sido tratado, la indiferencia del señor Airtorm, el mismo que había ido hasta su habitación a pedirle que trabajara en su empresa, y el silencio de Jennie con la que convivía y la que tampoco le había hablado de algunas cosas (sobre todo, que conocía a Oskar), en ese crucial momento en que su mente empezaba a sentirse embotada, fue cuando Oskar le soltó lo de la cena de nochebuena. Parecía satisfecho, sonreía estúpidamente y hablaba inconsciente del mundo de emociones que se estaba moviendo en el interior de su amigo. Habían llegado demasiado pronto a sus diferencias, si es que la amistad necesita de un tregua en sus principios para poder consolidar su rasgos amables y capaces de comprender. A veces nos pasa que necesitamos tiempo para meditar nuestra vergüenza, y algo de vergüenza estaba sintiendo Sismic ante tantas sorpresas. Entonces, posiblemente por primera vez desde que lo conocía -posiblemente menos de un mes- lo miró fijamente a los ojos y a la cara, escrutó su fisonomía, sus gestos y los más mínimos detalles relativos a sus dientes, las arrugas de sus ojos y el pelo que crecía libre sobre sus orejas, todo le importó de repente, hasta el punto de comprender que estaba siendo retado, tal vez involuntariamente, o tan sólo desde el inconsciente, pero el desafío se podía sentir en el aire. Y la única defensa que se le ocurrió fue la 35
crítica, abusar de todos sus defectos hasta que tuvieran la relevancia insalvable de la mediocridad. Deseaba humillarlo, consciente de que se estaba comportando sin piedad, y de su boca salían calificativos innobles y que lo rebajaban a los ojos de cualquiera. Sismic se estaba degradando a sí mismo cada vez que insultaba a su amigo, aunque esos insultos llegaran desde la ironía o la fineza desapercibida del estudiante que había sido. Por un momento creyó que en realidad la culpa existía en Oskar, no sólo por presunción, sino por haberse dejado invitar a cenar por el dueño de la empresa. Repentinamente se calló, se dio la vuelta y Oskar, sin saber que decir se quedó mirando a su espalda. Era el momento de separarse. Al día siguiente, se miraron en el trabajo un par de veces pero no se hablaron. A mediodía, Sismic comió en un bar de fritangas que conocía y que le servía cuando quería algo rápido. Su plan era hacer las horas que le quedaban de tarde entre zapatos, intentando no pensar demasiado en sí mismo, pero siempre que hacía este tipo de planes no salían como esperaba. También planeó demorarse en el centro como un transeúnte más y no volver al apartamento hasta tarde. No era algo tan extraño, lo había hecho el día anterior, Jennie no entraba en lo de sus horarios, y era la mejor forma de encontrarla dormida al llegar, todo en silencio, y no tener que hablar si no le apetecía. Unos días después repitió la operación, pero esa vez hizo algunas compras porque acababan de darle la paga de Navidad y estaba deseando gastársela. Hasta una semana antes de la fecha tan señalada, consiguió darle esquinazo a Jennie, o hablar con ella de cosas sin demasiado sentido sin que se diera cuenta de su extraño proceder. Jennie, por su parte, también había tenido una fuerte discusión con su madre, y se pasó una tarde llorando sin que él llegara a enterarse. Uno de aquellos días, sin poder aplazarlo más, Jennie le preguntó si iba a volver a casa de sus padres a cenar con ellos. Él respondió que no, a lo que ella añadió que lo había hablado con su madre y que se sentirían muy a gusto si los acompañaba. En principio respondió que no era lo que había pensado, pero al día siguiente en el trabajo Airtorm lo abordó con gesto severo, y ya no pudo negarse. Considerando toda la información de la que disponía, Sismic empezó a sospechar que estaba pasando algo por alto. Con toda la suficiente altivez que le proporcionaba saberse un ser inteligente y capaz de grandes interpretaciones de los momentos vividos, se permitía acaparar cualquier posible relación con sus intereses y darle la forma que más le conviniera a sus creencia, y eso lo llevaba a fallar muchas veces. No era posible entender la dedicación que aquella familia le ofrecía ahora a Oskar, pretendiendo al mismo tiempo que él mismo estuviera en medio todo aquello como una terrible molestia. En un impulso que escapara a toda reflexión le hubiese preguntado abiertamente a su compañera de piso, pero no lo hizo y siguió dándole vueltas a la idea de que aquella cena no le convenía en absoluto pero estaba obligado a asistir. Tal vez querían presentarlo como un “limpio” rival del pasado, y si era así, eso tampoco le gustaba. Después de todo, cualquier padre está en su derecho de desear lo mejor para sus hijos, y si apelaba a sus mejores sentimientos debería dejarse llevar y facilitar que consiguieran su propósito, que posiblemente sería un largo y formal noviazgo entre Oskar y Jennie. Tenía ante él una circunstancia que, por algún desconocido motivo, cambiaba velozmente, precisamente en un momento en el que no necesitaba que así fuera y después de pasar demasiado tiempo sin que nada nuevo, en absoluto, le aconteciera. Tal vez, aquella terrible demora en encontrar un trabajo, había sido una ruina. Había malgastado mucho energía en eso, pero aún le quedaban fuerzas para rebelarse si era necesario. Todo le parecía perverso y conjurado en su contra, cuando se ponía en el peor de los casos, y justo un momento antes de recuperar el equilibrio y convencerse de que no era así. Se encontraba al borde de un nuevo giro en sus relaciones, lo presentía, lo creía venir inexorablemente, y aguardaba a pesar de que su paciencia no iba a hacer que sucediera con más lentitud de la que otros deseaban y establecían. La noche de antes de Navidad, salió para el apartamento de los Airtorm perfectamente arreglado. Jennie había pasado todo el día en casa de su madre ayudando a preparar tan señalado acontecimiento. Fue andando, y en poco tiempo dejó atrás un par de calles de casas bajas y llegó a los edificios más altos de la ciudad y la avenida financiera. Pensaba en Oskar, al que ya no deseaba 36
acusarlo de nada, mucho menos de traición. Oskar creía en sus posibilidades, era lo único malo que había hecho en todo aquel entramando de situaciones y emociones enredadas como en una tela de araña. No se dio prisa, no deseaba llegar demasiado pronto ni estaba impaciente por volver a ver a Sofita y Airtorm, juntos e interpretando aquel estúpido papel de la familia perfecta. Era una noche fría, el termómetro tenía que haber caído a niveles que se acercaban a los cero grados, lo que para la latitud en la que estaban era mucho. No hacía mucho, menos de una semana, Jennie se presentó un día en la fabrica, la jornada estaba a punto de terminar pero no se acercó a hablar con él, pero sí lo había hecho con Oskar. Después en la calle los vio salir a los dos juntos con paso decidido, como quien tiene planes y se dirige sin demoras hacia ellos. Todo empezaba a ser normal, y no podía acusar a su amiga de no querer hablar de eso cuando coincidían en el piso que compartían. Por lo demás todo era normal, y pasaban tardes cenando o viendo alguna cosa en la tele hablando de todo lo imaginable, como siempre, pero sin mencionar a Oskar: eso era así de abstracto. En una de aquellas ocasiones, sin que viniera al caso y apenas como un síntoma de culpabilidad, o como una excusa por tener una familia como la que tenía, Jennie le habló de su padre. Le dijo que la fábrica de calzado era su gran pasión y que todo lo que tenían se lo debían a su esfuerzo por mantenerla en el orden de los tiempos cambiantes. Añadió que no podía ni imaginar como se había entregado, y que eso le había llevado a desatender otros aspectos de su vida igual de importantes. Le contó sobre algunas crisis familiares por culpa de algunas mujeres que se habían cruzado en su camino, pero que todos sabían que no habían significado nada frente a la fuerza familiar y lo que representaba para él -Sismic esbozó una sonrisa cínica-. Le pidió confianza, porque era su amigo y deseaba que siguiera siéndolo. Él había tenido muchas “distracciones” pero sería capaz de cualquier cosa por su mujer y su hija. Sismic escuchaba todo aquello preguntándose, qué tenía que ver con él. Recordaba aquella declaración mientras caminaba, recordando que en aquel momento le había prometido a Jennie que acudiría a la cena, pero ya entonces empezaba a dudar de que en medio de aquel maremagnum de emociones y complicadas estrategias, su estabilidad y equilibrio se encontrara a salvo, así que empezó a plantearse en dejar aquel trabajo en cuanto pasaran las fiestas. Volver a la habitación de la señora Ressi iba a suponer tener que comerse su orgullo y pedirle disculpas, pero lo haría si era necesario. Sismic llegó al portal de los Airtorm con meridiana puntualidad, pero ya todos estaban haciendo tiempo arriba, incluida una prima de Jennie que había llegado del pueblo para la ocasión. No era posible demorarse mucho tiempo sentado en la escalera, pero no le apetecía demasiado subir, y entonces sucedió lo inesperado. Sismic miró las dos botellas de vino que llevaba para acompañar el cordero -que en ese momento estaba a punto de salir del horno, y seguía su curso de lenta preparación estrictamente vigilado por Sofita- y sin esperar un minuto más decidió abrirlas y bebérselas allí mismo. Se trataba de se vino italiano con un nombre parecido a Zitarosa, y que no lleva tapón de corcho, así que no le hizo falta más que una navaja y un minuto para empezar su degustación. Una hora más tarde ya se encontraba bastante más animado y subió las escaleras, no sin cierta dificultad. Una asistenta le abrió la puerta y ya todos estaban terminando de cenar porque el cordero no espera a nadie y hay que tomarlo recién salido del horno. La asistenta se compadeció de él y lo sujetaba para que no se cayera, mientras Sofita se levantaba para llevarlo a un sillón y dejarlo reposar su estado, del que se hicieron algunas bromas pero no se le dio mayor importancia. Siguieron cenando sin percatarse de que en la mesa delante del sillón en el que se encontraba Sismic había licores, y de allí cogió una botella de whisky y siguió bebiendo sin que nadie lo viera, menos Oskar que estaba enfrente pero no dijo nada. En algún momento, Sismic los tomó por desconocidos y estuvo a punto de levantarse para dar un discurso, pero cayó de nuevo en el sillón y todo continuó como si nada. Todos hablaban comedidamente de asuntos sin importancia, y sin duda se trataba de una conversación civilizada, pero si al día siguiente, ni siquiera un minuto después, le preguntaran a Sismic sobre algo de lo que allí se hubiese hablado no sabría decir; tal era su estado. Al final se quedó dormido, y Jennie se sentó un rato a su lado poniéndole paños húmedos en la frente. Esa fue la cena de nochebuena que paso con Jennie y sus padres, y la misma en la que Oskar 37
le pidió a Jennie que se vieran más a menudo para empezar a salir “formalmente”, tal y como todos esperaban, y Jennie le dijo que sí. Repentinamente, no de aquellos días, mientras cortaba piel de camello con una máquina del trabajo, Sismic supo que aquella relación no iba a durar, que detrás de Oskar vendrían otros, pero que Jennie no se iba a atar a ninguno. Sabía que todos en aquella familia serían amables y considerados con cada nuevo candidato, pero que todas las atenciones que les pudieran dedicar serían en vano. En realidad, toda aquella actividad les era necesaria para vivir como el aire que respiraban. Daba trabajo hacer fiestas, preparar encuentros y hablarles sin parar a aquellos chicos de los estudios y de los novios más relevantes que tuviera su hija, pero eso formaba parte del juego y lo daban por bien empleado. Las peleas entre los Airtorm continuaron pero siempre llegaba algún modo de reconciliación y casi siempre, precedida de alguna nueva invitación a un posible candidato para emparejar a su hija. De cualquier manera, Jennie seguía drogándose, divirtiéndose, saliendo por la noche hasta el amanecer y, en ocasiones, durmiendo en casa de auténticos desconocidos. Sismic siguió compartiendo apartamento con Jennie, y eso le confería a los ojos del mundo y la empresa de su padre, en la que trabajaba, el estatus de mejor amigo, y sin duda lo era. Seguía escuchándola, interpretando lo imposible, asombrándose de historias que nunca sabría si eran del todo ciertas y desafiando todas las leyes de la lógica cuando sentados en un sillón le acariciaba el pelo mientras la escuchaba. Había un agrio enfrentamiento en su interior, pero también un entregarse a momentos dulces que sólo le podían perjudicar. A cualquier hombre, semejante situación le hubiese causado un desesperante tormento, pero incomprensiblemente no a él. Oskar parecía perfilarse como el nuevo jefe de área, pero eso a Sismic no le preocupaba, había vuelto a hablar con él con cierta cordialidad y todo había vuelto a la normalidad en la fábrica, es decir, continuaban las desconfianzas, los grupos, los que querían quedar bien a costa de lo que fuera y los que estarían dispuestos a cualquier cosa violenta por llevar la razón en las discusiones más estúpidas. En aquella ciudad, desde el momento de su llegada para buscar un trabajo, apenas había observado variación alguna. Las calles eran una sobreimpresión de sí mismas con cada época del año, como un cristal que se dibujara de nieve, de hojas caídas o de veraneantes. Era un bloque de cemento adornado como un árbol de navidad, humeante, cubierto de niebla o chorreando en los días lluviosos, pero siempre en pie, como cualquier desafío dispuesto a permanecer cuando nuestros ojos hayan desaparecido de la concavidad en la que reposaron, esa vaciedad incapaz de seguir asombrándose porque la ciudad camaleón se abrió durante tantos años a ellas. Y a todo aquello se iba acostumbrado como un mal menor y necesario, dispuesto a no rendirse. Tenía ante él una tarea difícil, por una parte estaba lo de su realización personal (al fin y al cabo eso lo había llevado hasta allí), del otro mantener el secreto de Jennie. Sabía que había algo en su sangre que le impedía tener hijos, pero hubiese considerado por su parte muy mezquino y de muy mala educación, haber preguntado para saciar su curiosidad. Conocía lo que ella le había deja ver, o hasta donde había permitido traslucir su drama y eso era suficiente para interpretar tantas cosas extrañas que pasaban a su alrededor. Las crisis de ansiedad solía pasarlas en casa de su madre, y si derivaban en una depresión podían pasar semanas sin volver por el apartamento que compartían. En ocasiones un fuego sublime la hacía perder cualquier contacto con la vida terrena. Se consumía de un dolor que no era físico pero que la capacitaba para seguir adelante apoyándose en los tranquilizantes en unas ocasiones y los estimulantes en otras. Para ella, cortado el músculo del hogar futuro no había otra solución que sentirse espléndida en cada momento, aunque fuera una emoción que nacía químicamente y que al final la destruiría. Intentaba hablarle, saber lo que pensaba acerca de algunas cosas, pero la comunicación no era fácil en medio de preguntas que le parecían abstractas, y entonces no escuchaba. Ponía toda su energía en concentrarse en alguna revista, o dejar que su mente volara libre mientras los labios de Sismic se movían en busca de su respuesta. Pensaba mucho en su padre durante un tiempo, Airtorm acababa de caer enfermo y le estaban haciendo todo tipo de pruebas. En lugar de responder a 38
Sismic, empezaba a hablar de su padre con un aprecio inabarcable, rayando la admiración y el respeto, cuando hasta aquel momento no había sido así. No se trata de un amor nuevo, ni de una devoción recientemente descubierta, sobre todo porque mencionaba cosas de sus vacaciones de infancia que expresaban un antiguo registro de datos de este tipo por una memoria prodigiosa, o tal vez porque guardaba algún diario que había estado releyendo no hacía mucho. Hablaba articulando las palabras como si se hubiese dado cuenta de que habitualmente no las definía correctamente e intentara corregirlo, al menos en tan puntual e importante momento. Se esforzaba en disimular la pasión que ponía en ensalzar la figura de aquel progenitor que empezaba su lucha contra la enfermedad, pero no había distancia suficiente para que toda la emoción trasluciese como un vidrio limpio.
4 Los Amores Previos Cualquier amor es siempre un antecedente, el amor previo a otros que vendrán, que durarán más o durarán menos, que serán más intensos o tal vez pasajeros, pero sólo unos pocos se recordarán con ternura. Por fortuna para Sismic, podemos decir que se movía lejos del terreno de la antipatía, pero eso lo obligaba a ser cortés, amable, educado y a cumplir con las formas que los Airtorm esperaban de él. Respecto de cualquier otro signo de libertad de su vida, tal vez tener un carácter tan determinadamente empático, en el momento que vivía lo comprometía en una vida que era del todo suya. No existen vidas completamente libres, sino vidas solitarias. Por lo tanto, en la historia que le toco vivir, debemos considerar al amigo obediente y dispuesto a ser persuadido como una víctima de sí mismo. En su caso, algo no se había cerrado del todo, y un rescoldo de su antiguo noviazgo aún humeaba. Había aceptado demasiadas condiciones, no se trataba de condiciones mencionadas o explícitamente aclaradas de antemano, pero hasta donde le era posible resistirse no incluía abandonar ese tipo de compromisos a su suerte. Los Airtorm, parecía, sin embargo, conocerlo lo suficiente para saber que no los abandonaría en momentos tan delicados. Pero, algún día, cuando todo lo peor hubiese pasado tendría que volver a pensarlo todo, a intentar saber a donde dirigía su vida y que estaba haciendo con ella en el presente. Los resultados de los análisis anunciaban una lucha despiadada y próxima contra la enfermedad, y ante semejante realidad a todos les resultaba imposible mantener la distancia. No obstante, era evidente que Sofita no se dejaba intimidar por la situación, y en esa valentía arrastraba a Jennie con la que pasaban tardes interminables haciendo compañía al enfermo. Lo que parecía resurgir de esa situación familiar, a la que por motivos difíciles de entender Sismic se había sumado, era una supuesta relación de intima confianza con la que se disponían a resistir lo que tuviese que venir. Nadie podría afirmar en el transcurso de aquellos días, que no estuvieran unidos, o que el señor Airtorm, a pesar de su depresión, no apreciara sentirse rodeado de su familia. Algunos de ustedes, sin embargo, si observaran la escena, convendrían en que el hombre enfermo no se enteraba de nada, porque pasaba las horas mirando al suelo y suspirando, obsesionado con una situación de desenlace que se preveía irremediable. En el sentido más estricto, nuestros enfermos nos padecen como parte de su enfermedad. No considero un tabú hablar de estas cosas, al contrario, lo que en ocasiones parece secreto o terreno de lo inefable, debe ser contado. Por todos los ancianos incapaces de poner en juego su senilidad y saber si pasan 39
frío, o si no están bien alimentados, debemos hablar. Seguir ausentes de las necesidades cotidianas de nuestros seres queridos no nos crea sentimiento, ponemos toda la “carne en el asador”, demostramos un alto nivel de interés por ayudarlos, pero no alcanzamos a tanto. Sismic asistía aquellas tardes a interminables conversaciones entre madre e hija, sin intervenir, incapaz de articular palabra o de acercarse al señor Airtorm. La forma más poderosa que aquellas mujeres tenían de demostrar su interés por el enfermo era solucionar todos los problemas legales, fiscales, burocráticos, citas de médicos y de actualización y revisión del pack de pompas fúnebres. Se pasaban la tarde dando por hecho la proximidad del terrible desenlace, y hablaban de todo ello como si el señor Airtorm no estuviera delante. Y así como en muchas ocasiones no somos capaces de calcular lo que nuestros enfermos pueden tener en la cabeza, sus obsesiones, su angustia y su derrota, lo dejaban con la tele encendida en la esquina opuesta del salón en la que se sentaba Sismic, sin calcular que en realidad nunca pedía nada, seguía mirando al suelo mientras en sus oídos la teletienda ofrecía zapatillas, batamantas, bastones, aparatos auditivos, ortopedias variadas o sillones que ofrecían ponerlos en posición vertical antes de desprenderse de sus cuerpos, todo tipo de extraños objetos que tenían en común hacer al hombre una vejez menos difícil. Y entonces, en medio de un drama tan común en nuestro tiempo, Sismic pareció encontrar el verdadero sentido de la existencia; nada iba a durar lo suficiente ni siquiera para él. Hubiese dado un salto para compartir con todo el mundo su revelación, “todos somos viejos prematuros”, diría exaltadamente. Y así con ese descubrimiento consolador, por todo lo que tiene de consolador saber algo nuevo, y no por lo que representaba haber descubierto algo tan sórdido, también sintió que la desesperación que compartir la inminente muerte del señor Airtorm era menor. Asumía la convicción vehemente de rebelarse contra su propio cuerpo, y se hubiese tirado contra las paredes hasta sangrar y ver su propia carne pegada a puertas, estanterías y cuadros, si eso hubiese tranquilizado al mundo, al monstruo que manifiesta con forma de enfermedad y se los estaba llevando a todos. Para terminar de darle forma a la historia de Sismic en sus aventuras de ciudad, aún después de la muerte del señor Airtorm, tenemos algunas cosas que decir que nos ayudarán a comprender. El trato recibido fue siempre como el que se dispensa a un miembro más de la familia, si bien, él sabía responder en la misma medida. Fue ahorrando paga a paga, hasta acumular una cantidad que le habría dado un independencia real, en el supuesto de que deseara cumplir un viejo sueño incumplido, el de viajar. Sin embargo, las atenciones que recibía de Jennie y su madre eran cada vez mayores, así que veía difícil poder desvincularse de ellas -sobre todo de Jennie- sin causarles un gran trastorno. Se le podrían reprochar muchas cosas al joven Sismic pero desde luego no podía existir en el mundo nadie más considerado que él, pero debemos añadir, que una gran parte de esa consideración venía dada por el miedo que le producía causar dolor a la gente que quería y a la que no quería decepcionar. Por eso está más que justificado aclarar que el día que al lado de Jennie se mudó a la gran casa para compañía de Sofita, lo hizo, en gran parte, porque había aprendido a dejarse llevar y por no contrariarlas, y eso era así aunque no viera en ello más que inconvenientes para su libertad. Deberíamos saber, en nuestro rol respectivo, el creador de esta historia y alguien (posiblemente un desconocido) que la lee, que al cultivar este tipo de aficiones se espera de nosotros que comprendamos el desprecio al que nos someten los que se sienten perdedores, los que voluntariamente abandonan cualquier espacio social en el que se les quiera colocar y poco valor que nos conceden para hacer de este mundo un lugar más habitable, tal y como ellos lo comprenden y que quizás nosotros mismos lo seamos. Jennie llevaba a cabo su venganza en eso términos, pero lo adornaba con ironías y sarcasmos a los que los comunes mortales no alcanzaban a descifrar. Para ella, cualquier cosa que saliera fuera del dolor de los enfermos y los marginados constituía un juego de falsas promesas con las que algunos solucionamos nuestros vacíos. Llenar nuestras vidas de ilusiones y sueños que no han de durar, a ella le parecía una excusa impropia, una evasión de cobardes, y una forma de evitar enfangarse en un mundo sin solución. Como una absoluta inconveniencia miraba la felicidad, y consideraba un placer de dioses ser capaz de vivir sin aspirar a 40
ella. El derecho a no aspirar a la felicidad lo consideraba inalcanzable para hombres vulgares, y acostumbrarse al dolor de saber cada día que nada dura, eso tenía que ser sólo para aquellos escogidos por un Dios del que también dudaba. En cada tímido del mundo hay alguien que pierde su libertad cada vez que abre la boca o intenta interactuar socialmente. No son capaces de esgrimir su punto de vista -recordemos que se cree que los tímidos son mucho más inteligentes que la media- sin herir el menosprecio que otros sienten por ellos, y los relegan con estrépito de sinrazones. Ponía en juego todo su valor cuando se trataba de Jennie y su familia, pero siempre terminaba por relegarse a un segundo plano y dejar que todo rodara sin intervenir. Tal vez no era un tímido en la más amplia expresión de la palabra, algunos grados de timidez son tan radicales que atentan contra su propia vida. ¿Cómo podía él intervenir en la marginalidad y el dolor de Jennie desde sus propias limitaciones? La influencia que ella sentía como positiva cuando le llegaba desde su amigo, tenía una variación de ida y vuelta, y cuando era él, el que sentía que había sido influenciado, obnubilado, y en ocasiones anulado, todo lo daba por bueno, porque así lo había aceptado; no podía culpar a nadie de sus propias decisiones. Supongamos que lo que llevaba a Sismic a actuar como lo hacía era amor. Y además, supongamos que no podía asumir su propio “cautiverio” sin recibir a cambio la sensación de estar siendo entendido; sin embargo, sobre ese intento, que así lo parecía, existía la insistente fatalidad de las señales que indicaban lo contrario. Obviamente no creía haberse precipitado cuando en el pasado renunció a una seria relación, tal y como algunos lo llaman, pero el apasionante descubrimiento de los secretos más profundos de Jennie no permitían que las cosas fueran de otra manera. Quizá entonces se había precipitado en una tormentosa decisión que apuntaba a la destrucción de cualquier afecto, pero, con el tiempo, una vez superada esa ruptura, volvían los deseos no confesados a estar presentes en la vida, que al fin, entre los dos habían decidido ordenar en conjunto, como cualquier otra pareja. ¿Por qué no? Ya deberíamos saber que los tipos de amor, de relaciones y la las formas de llevarlos a cabo son variadas y algunas imposibles: relaciones a distancia, tríos, amores prohibidos, incestos, amores platónicos, todos intentan organizarse en sus fracasos, ¿por qué en el caso de Sismic iba a ser diferente? Una tarde, después de un largo día de trabajo, Sismic podía sentir como anochecía, casi acompañar a la luz que se iba retirando en la ventana. Había comido algo que sobrara del día anterior y lo había acompañado con una cerveza, se había tirado en el sofá con la luz apagada y oyó el ruido de la llave de Jennie en la puerta con la fuerza de un disparo. Cruzó el salón sin percibir su presencia y se quitó el abrigo a oscuras, cuando él, por fin, la saludó ella se asustó y dio un salto; entonces encendió la luz y Sismic se tapó los ojos para poder mirarla a través de sus dedos. De pronto, se fija en su cara, en su expresión y las sonrosadas mejillas: Ella tiene calor, se desprende de su bufanda y de cualquier cosa que le permita sentir un poco de aire. Es una mujer fuerte, capaz de mantenerse inmóvil ante cualquier mirada por escrutadora que sea. Se ha maquillado los ojos hasta convertirlos en dos carbones, también se ha puesto un rojo intenso en los labios. Curiosamente, nunca la había visto así, con una expresión de rebeldía tan decidida, pero de ningún modo consigue evitar que él se pregunte de dónde viene, si es que le estaba permitido hacerse ese tipo de pregunta. En ese sentido, sólo consigue hacer algún comentario irónico que ella no parece captar y al que no responde, un comentario que se refiere a su fulgor persuasivo, insinuando que cuando una mujer se toma la molestia de maquillarse así es porque pretende impresionar a alguien. No podemos decir que se tratara de una escena de celos, pero se sentía molesto y agradado a la vez, porque no podía preguntar, pero por otro lado aquellos ojos lo cautivaban y no podía dejar de mirarla. Ella no se molestó por eso, y la tarde continuó sin darle más importancia, pero sin que Sismic en los días posteriores pudiera dejar de pensar en ello. Los amores que se mantienen al margen del deseo carnal reflejan la ambivalencia de la tensión por desprecio contenido, y la adoración ilimitada. Pasaron muchos años en que esta contradicción provocó todo tipo de desencuentros y reconciliaciones en su amistad. Por lo común, cualquier otro hombre hubiese perdido los nervios y huido de su casa, su trabajo, e, incluso, aquella ciudad. Pero 41
incluso, cuando Sofita murió, Sismic sintió que su amiga lo necesitaba más que nunca y permaneció aún a su lado, siendo su confidente, el hombro en el que llorar y la persona por la que podía preocuparse como si fuera de su familia. Iban juntos de vacaciones, salían a cenar, a divertirse a las discotecas de moda, y se lo contaban todo de los amores ocasionales que pasaban por sus vidas. En otro sentido, cuando los padres de Sismic murieron, Jennie lo acompañó como si fuera una hermana, y eso no podía olvidarlo a la ligera. Así que pasaban los años, y ninguno podía confesarse su amor, ni siquiera reconocerlo como tal a sus adentros. Nunca podría ser un verdadero amor, y eso iba a ser determinante. Y sin otro motivo, refiriéndose a lo sórdido que se le había vuelto todo, Sismic hizo la maleta y desapareció. Yo no puedo valorar si fue mezquino, poco justo o si se dejó llevar, pero lo cierto es que Jennie nunca lo volvió a ver. No obstante, él siguió pensando en ella hasta el día de su muerte. Ninguno de ellos supo si el otro murió antes, ni intentaron saber donde se encontraban, ni hubiesen consentido un reencuentro. Para mi no es evidente que en el amor algo como lo que acabo de relatar sea un exceso, pero supongo que cada uno tendrá su propia idea al respecto. Constantemente en el mundo el amor hace de las suyas y somete a la gente a hacer cosas que nunca creerían; o eso o pasar página y llegar a pensar que todos los amores, en realidad, si se nos da el tiempo necesario, se convierten en amores previos.
1 La Insistencia Del Tiempo Las voces parecían venir de la calle, fundidas en un interminable y chirriante escándalo de máquinas difíciles de descifrar. La imaginación no alcanzaba a tanto, podía ser una sierra, una máquina de cortar hierros en el edificio de nueva construcción, un circo que pasara por la calle o que se instalara allí cerca, un auto al que le cortaban un trozo de chapa. Y no es que Joana tuviera problemas para dejar libre su imaginación, al contrario, todas aquellas imágenes se superponían unas encima de otras cortando la respiración pero sin terminar de definir la procedencia física de aquel ruido ni poder evitar su preponderancia sobre el resto. Aquel momento informe de después de comer, se veía además pervertido por los ronquidos de su hermano Darine. Demasiado tiempo separados le había hecho olvidar, entre otras cosas, que roncaba como un oso viejo y enfermo. El viento de la tarde parecía anunciar el caos, y si en cualquier parte del mundo se producía una escena parecida, sin duda tendría que causar el mismo desasosiego en un espíritu sensible, que el que ahora causaba en la somnolencia Joana. No deberíamos dejar de señalar, aunque eso podría no tener efecto sobre el resultado de la historia que queremos contar, la insondable tristeza que a Joana le producía tener un hermano tan descuidado, en ocasiones sin asear y sucio incluso en sus palabras y pensamientos. Se esforzaba por tener recuerdos de su infancia en aquella misma casa, apresar algún instante de felicidad en el que aún estuviera su madre. Buscaba algún sentimiento acendrado como el metal caído en la fragua, incólume, capaz de hacerla sentirse limpia, purificada de todos sus 42
errores en su vida reciente. Entre aquellas sombras, el ruido de la calle no parecía dispuesto a darle un respiro hasta la hora de comer, en la que los operarios plantarían su maquinaria al sol, y desaparecerían mágicamente. Y entre brevísimos desvaríos, otras imágenes menos agradecidas y deseadas, iban y venían libremente, sin haber sido convocadas; imágenes de discusiones y portazos que ya creía haber olvidado. Con la familia, a veces pasa como con las antiguas novias, que se insiste al cabo del tiempo porque se habían olvidado los motivos por los que era imposible hacer funcionar aquella relación, se dijo. Y después de un tiempo de nuevas ilusiones, todos aquellos muros de orgullo y desencuentro volvían como si todo hubiese ocurrido el día anterior, como si los años no hubiesen pasado. Si se ilusionaba con amores pasados, como con tantas otras cosas, después de un tiempo se decía, “había olvidado los motivos de la ruptura, por eso lo volví a intentar” Por lo regular, los novios con intención de ser presentados a la familia no le duraban demasiado, y ella entonces aún pensaba que casarse no tendría por qué necesariamente que se tan malo si también podía tener amigas; aunque con el tiempo descubrió que era un pensamiento muy infantil. En su caso, la honestidad consistía en no ocultar que, en realidad, siempre había preferido las caricias de las manos femeninas, pero con el tiempo aprendió a ser un poco más discreta, también en eso. De una manera natural, podría haber llegado a la conclusión de que ponerlos alerta sobre su verdadera y nunca del todo satisfecha inclinación sexual, había sido el motivo de sus desencuentros y fracasos y de que finalmente decidiera aceptar un trabajo muy lejos del pueblo, pero, si se sinceraba consigo misma, ella nunca había deseado una vida programada para sí, nunca había pensado en serio en el matrimonio, y nunca había creído que las cosas pudieran ocurrir de forma diferente a la que ocurrieron. El amor se le representaba irrenunciable en aquellos años adolescentes que recordaba, casi siempre precedido de horas de deseo disimulado, de miradas prematuramente terminadas, de insinuaciones malentendidas y fortuitos encuentros e inesperadas caricias de afecto que ella interpretaba libremente. Durante el tiempo en que cruzó contra si misma los amores más furtivos, anhelaba el reconocimiento de su familia y de sus seres queridos, la aceptación de su necesidad de ser libre. Le hubiese gustado, en cierta medida, parecerse al resto del mundo y que todos la creyeran en armonía con sus circunstancias, pero si en algunas de sus amigas, el influjo de sus besos cambiantes las llenaba de fuerza, en su caso, a medida que el tiempo pasaba la llevaba a sentirse descubierta, y a nadie le gusta resultar tan obvio. La fachada de la casa del padre se encontraba en el centro del pueblo, delante de una enorme rotonda con otras casas alrededor, y entrando en una de sus calles, un espacio abierto que se utilizaba como pista para las fiestas patronales, cine de verano, o para acoger cualquier instalación como circos, o exposiciones. Alrededor coronado por montañas de coches viejos y electrodomésticos abandonados, una chatarrería. Si se seguía por aquella calle a poco más de dos kilómetros se encontraría el límite del pueblo, y se pasaría a una zona industrial donde salían y entraban camiones sin cesar. El alcalde era amigo del padre de Joana y desde la ventana podía verse su casa, la más grande ¡Con qué admiración y dedicación contemplaba aquella casa de niña! Imaginaba un mundo de delicados placeres burgueses, de gente que gustaba ser servida y lo aceptaba con naturalidad, y de espléndida y exquisita decoración, todo muy caro y lejos de su alcance, por supuesto. Y ahora, con el paso de los años, ella, tan irreverente, dispuesta al desafío, con ropa inadecuada para cualquier celebración religiosa o exquisitamente civil, descuidada con su maquillaje de abundancia grotesca, condenada a la crítica y la desconfianza. ¿Se trataba de la misma muchacha que había estudiado en el colegio de monjas dos calles más abajo? Volver a la casa de su infancia en sus turnos de vacaciones buscaba algo más que el reencuentro con los suyos, buscaba el alivio de la levedad pueblerina, de estar rodeada de gente que no entendía a los que corrían, como ella lo hacía en su ciudad, con cosas siempre por hacer. Asumir la trivialidad de los escasos momentos en el pueblo que justificaban haberse levantado de la cama, ahora que ya nadie se dedicaba al campo exclusivamente, obedecía a la sensación de haber comprendido que no había nada más importante cada día que recoger un pan en el horno de la 43
panadería, visitar a los parientes, desplazarse al centro de salud más cercano o acudir al servicio de correos por ver si había llegado alguna carta, y posiblemente cosas tan simples requerían de una dedicación que procuraba mantenerlas convenientemente separadas. También sabemos, y no podemos obviar en este país de cristiandad, que una de las ocupaciones más importantes de la gente de edad es acudir con frecuencia a la iglesia. Hasta en semejante detalle, no podemos dejar de sumir que somos hijos de quien somos, por muy importante que hayamos desarrollado una actividad en la gran ciudad, pues cualquier cosa que hagamos en la vida estará siempre vinculada con nuestro origen y primeras enseñanzas, por fanáticas que hayan sido. Desde el lugar en el que se encontraban, dormitando una siesta imposible, el mundo se detenía; no importaba nada de lo que pasara fuera si no resultaba tan invasivo como aquel ruido que, por otra parte, era incapaz de romper un sueño tan bruto como el de Darine. El profundo deseo de escapar al bullicio y al enfrentamiento permanente de la ciudad poseída por el desarraigo, creía poder con todo, el aburrimiento se consideraría un aliado en tales términos -ya lo había sido otras veces-, y la curiosidad aldeana hasta podía llegar a ser un aliado para mantener algunas viejas deseadas conversaciones. Sin embargo, en el desarrollo de los acontecimientos, siempre los imprevistos nos ganan. En su caso concreto, bien pasada la treintena, sin mucho ya por demostrarse, los cambios tomaban forma regular, no había sorpresa o no se dejaba sorprender, y ese asombro se perdía en el recuerdo de tiempos mejores de inocencia, si alguna vez la inocencia existió.
2 Demorada En Lo Menudo La pasión y el entusiasmo de otro tiempo se iban apagando y tuvo ocasión de confirmar sus sospechas cuando, unos días más tarde, se encontró en plena calle justo enfrente de Rubestein, un antiguo novio que una vez le había pedido que se casara con él y al que había respondido que no estaba segura de su amor (el de ella). Y, a pesar de haberse comportado con absoluta natural corrección, no pudo evitar un sentimiento de vergüenza y lástima. Rubestein no había significado cualquier cosa, ni había sido uno más de sus pretendientes, ya que, a pesar de haberlo dejado por decisión consensuada, después de que él se colara en su cama subiendo por la ventana del salón durante un semana sin que nadie lo hubiese notado, habían decidido plantarse en tanto riesgo y siguieron siendo buenos amigos. Era difícil de creer después de tanto tiempo, pero a Rubestein le había costado mucho más mantener a raya el deseo y nada había parecido imposible para ella en aquel despertar adolescente. En lo referente al joven que mencionamos, ya convertido en un rudo campesino, intentaré no ser demasiado explícito, o al menos, dar algunos datos que puedan distraer a los más avezados curiosos, que por algún desafortunado azar puedan adivinar el pueblo del que hablamos y llegar así a descubrir su verdadera identidad; aunque eso también parece una posibilidad muy remota. La bondad de Joana no dejaba lugar a dudas, a pesar de reconocer que nada le había ido especialmente bien, no había lugar para el resentimiento y, mucho menos, para culpar a nadie de su temprana sexualidad, como si eso, o el sentimiento de que los chicos pudiesen haber estado aprovechándose de ella durante un tiempo, hubiese tenido algo que ver en sus fracasos posteriores. No podría de ningún modo, ni por muy sagaz que se volviera llegar a descubrir que una mal disimulada malicia la había estado rondando en insignificantes comentarios, nada la ofendía ni iba a insistir en ello hasta negar el saludo a Rubestein, que por otro lado estaba muy cambiado y 44
envejecido prematuramente, y al que le costó reconocer. Lejos de sentir algún tipo de rechazo aireó la mejor de sus sonrisas y se detuvo para hablar con él, y de nuevo, una sensación de dulzura por su propia actitud le ofreció algo de la paz que buscaba. Esa sensación se fue acentuando mientras volvía a la casa de su padre, y por fin cuando pudo sentarse y desprenderse de una bolsa con algunas cosas que había comprado, se encontró realmente satisfecha y dispuesta para hacer bromas a cualquiera que se cruzara en su camino, eso incluía a Darine y a Esterha, la señora que ayudaba a su padre con las cosas de la casa. Sólo había una excepción a su buen humor y ese era el padre, sumido en su melancólica amargura, derivado del resentimiento de la guerra y la vejez sin perdón. A pesar de todos los esfuerzos de Joana por entender a su padre, no siempre el resultado era el esperado. Él no quería ser entendido, ni valorado, ni analizado como un bicho de laboratorio, y tal vez, todo era más simple y no había tanto que entender como su hija pensaba. La habilidad de Joana al intentar llegar con preguntas al fondo de asuntos tan escabrosos molestaría a cualquiera si ponía toda su sensibilidad en ello. No ofrecía, a los ojos del hombre con una vida diferente, un carácter asumible desde su punto de vista y valores, ¿de qué le servía una hija preguntona? Sin duda esperaba mucho más de ella. En ese afán por descubrir sus secretos más dolorosos, había llegado a conocer algunas historias horribles de la guerra, pero eso estaba muy lejos de ser suficiente, y desde luego no era el factor determinante, según ella pensaba, de aquel enfado permanente que llegaba a cortar cualquier iniciativa y a molestar por su insistencia. En aquellas historias había, en la forma de contarlas, una represalia capaz de perturbar las mentes más condescendientes y dispuestas para la paz. Y de cualquier forma, nunca se extendía demasiado, y lo que podía empezar como una historia terminaba con la parquedad de un reproche; los malos eran los malos y no había más que hablar. Los encuentros en plena calle con Rubestein empezaron a ser frecuentes y, de forma maliciosa, llegó a pensar que la esperaba para verla y hablar con ella. Posiblemente, nunca llegaría a saberlo, y el actuaba con la normalidad de quien se sabe a salvo, y suponiendo que así fuera, es decir, una espera nada accidental, él parecía absolutamente seguro de que sus propósitos nunca iban a ser descubiertos. Aquella situación no era cómoda para Joana, sobre todo porque sabía que Rubestein estaba casado y tenía una hermosa familia, pero no podía dejar de detenerse cuando él la hablaba, e incluso en alguna ocasión en la que él dijo llevar su mismo camino se dejó acompañar por él todo lo larga que era la calle. Por culpa de aquellas incómodas coincidencias, si de eso se trataba, pensó en cambiar horarios y trayectos, y lo volvía a encontrar en otros sitios, otras tiendas y otras calles. El sentimiento de haberse dejado invadir, sin embargo, intentaba trasformarlo en conversaciones más o menos amistosas y cargadas de añoranzas, circunstancia que poco a poco lo fue haciendo todo más amistoso y tolerable. Por entonces, sus vacaciones no habían hecho más que empezar, y aún no le había dado tiempo a establecer unos horarios que definieran cuales iban a ser sus rutinas allí. Pero, pronto pudo comprobar que la realidad se iba a ir imponiendo sobre los planes y no podría hacer nada más que atenderla. Una noche, después de llevar unos días durmiendo apaciblemente, y, desde luego, mucho mejor de lo que solía bajo la presión de sus responsabilidades en la ciudad, se despertó en media noche alarmada por una tos insistente que procedía de la habitación de su padre. Se levantó de un salto e intentando no hacer ruido salió de la habitación porque la tos no cesaba y después de un rato se había unido a ella una respiración dificultada por un arrastre de flemas y lo que parecía un ahogo inesperado. No estaba en la mejor de las disposiciones para andar de “excursión” por la casa en plena noche, pero estaba alarmada, así que fue a la cocina y tomó de un cajón una linterna que sabía que estaba allí y funcionaba, y acto seguido se dirigió a la habitación de su padre. Ante la puerta del dormitorio volvió a oír aquella tos que parecía redoblar su fuerza, y se dispuso a entra abriendo la puerta con sumo cuidado, y dando cada paso sobre sus pies descalzos con la ligereza de un gato. Se acercó a la cama y estuvo durante un momento viendo aquella cara enrojecida que parecía recuperar el sueño. Estaba abrigado, con las mantas sobre el pecho y dejaba caer los brazos a ambos lados del cuerpo. Pensó que parecía volver a respirar con normalidad, y que si se tranquilizaba no intervendría, porque tan sólo un minuto antes estaba pensando que podía necesitar llamar a una 45
ambulancia. En ese momento, Claramunt despertó, se quedó atónito viendo la cara de su hija entre las sombras que hacía la linterna en las paredes. Parecía que los ojos se le iban a salir de las órbitas y el corazón se le aceleró a límites por él desconocidos. El susto fue grande, y cuando ella le preguntó se si encontraba bien, la insultó, y se dio media vuelta invitándola a dejarlo dormir. Ese era exactamente el padre que conocía, amargado por sus recuerdos, culpando a su familia por su soledad y su mala suerte, y despreciando las visitas, cuando por fin se producían. De vuelta a su habitación se encerró como si temiera algo, su hermano había vuelto a su casa y no estarían de nuevo juntos hasta el fin de semana, en que haría un pequeño viaje de apenas una hora desde su pueblo. Estaba sola, así sentía porque el anciano ya no podía considerarse una defensa, al contrario. No dejaba de imaginar cosas terribles, se había develado y si su padre hubiese empezado a toser de nuevo con síntomas de faltarle el aire, ya no lo oiría, así estaban las cosas. Él necesitaba ser protegido, pero ella no se sentía con fuerzas para tanto. Cualquier suceso terrible que pudiera albergar en su cabeza en aquel momento, parecía tomar forma definida y parecer real y posible, por muy alocado que fuera. Las largas horas de la noche, la interminable monotonía de la mirada puesta en el techo exacerbaba la excitación interior, el insulto que aún rondaba su cabeza y su huida desairada en busca de la seguridad de su cuarto. Darine solía ayudarla cuando se encontraba desorientada, sobre todo por las nuevas costumbres y nombres de personas que de alguna forma se relacionaban con la casa. Le hubiese gustado tenerlo cerca pero había vuelto a su casa y no lo vería hasta el fin de semana, en que llegaría triunfal después de haber convencido a su mujer y a sus dos hijas para una reunión familiar. Resultaba necesario y hasta agradable para ella oír sus consejos, observar como intentaba hacerla caminar por los mismos caminos que él había descubierto en cuanto a paciencia, a saber escuchar y a saber comprender; lo que venía a resumirse en saber ponerse en el lugar del otro. A veces, cuando notaba que ella estaba contrariada, tan sólo insinuaba que había actuado improvisadamente, dejándose llevar por sus impulsos, sin preguntar y vulnerando el celoso círculo de independencia de su padre; así estaban las cosas con el progenitor. Todo lo molestaba si se le ofrecía sin más, sin tener en cuenta sus achaques y sin esperar una reacción confusa y airada. Por eso, Darine intervenía para que no se lo tuviera en cuenta e intentar, una y otra vez, mantener las vías de diálogo abiertas con el viejo huraño y enfermo.
3 Un Espíritu Infrecuente Del Hombre Encendido De aquellas vacaciones nunca olvidaría aquella mañana en la que se había reunido toda la familia ara desayunar, Edna, la mujer de Darine no parecía ser capaz de sentarse a la mesa con el resto y dejar de dar vueltas y mover cosas, los niños jugaban con todo, las galletas, las servilletas y las tazas de cereales, el viejo miraba el fondo de su taza sin hablar. La sinceridad de Joana al intentar preguntarle cómo había ido todo el último año por el pueblo, en realidad no era pura curiosidad, ni deseaba saber otra cosa de cómo le había ido a él; especificamente, cómo se encontraba de fuerzas y salud y si tenía planes de cambios que no compartía con sus hijos. En ese momento, Joana descubrió una expresión que no conocía en él, unos ojos llenos de frialdad asesina que nunca había visto, y que si tuvieran fuerza para matar, ella habría caído fulminada en un segundo. Toda su 46
infancia y los peores momentos de disciplina paterna pasaron por su mente, y se sintió confusa e incapaz de mantener una apariencia de normalidad. Intentó hablar, pero las frases salían entrecortadas de su boca y no atinaba a construir la frase de disculpa que quería. A fin, permanecieron todos en silencio comprendiendo que por algún motivo el anciano estaba muy molesto y a punto de insultarla, lo que hizo antes de levantarse y retirarse. Lo de insultar a Joana empezaba a ser una costumbre, como si deseara que se fuera y no volviera más, y como si guardara algún rencor por alguna cosa del pasado que todos desconocían menos él. No se trata ahora de poner en relieve la paciencia de Joana, su bondad o su inapreciable condescendencia con aquellos que le hacía o le habían hecho algún daño. No se trata de elevarla a la santidad, ni desafiar la lógica de que todos cometemos errores o le hacemos daño a alguien alguna vez, pero es muy cierto, que el tiempo que pasaba en casa de su padre se armaba de una visión de la familia que la obligaba a nunca rebelarse, ni por supuesto, decir lo que pensaba cuando se veía menospreciada porque otros sí decían lo primero que les llegaba a la boca, a la lengua y a los dientes. Se sucedían los años sin dejar de utilizar sus vacaciones en hacer aquella obligada visita, y eso representaba renunciar a muchos viajes, diversión y conocer gente, amigos, nuevas culturas... Joana pasaba largas horas sola en la casa paterna, viendo por la ventana o leyendo revistas, dos distracciones que buscaban permanecer totalmente inactiva, después de todo se trataba de sus vacaciones. Sumida en ese estado de inconsciencia y adormecimiento, una tarde sonó el timbre; primero lo hizo con cierta timidez, pero al ver que la insistencia parecía conocer que había alguien en casa, se dispuso a abrir. Había estado durmiendo, asñi que tropezar contra un parde muebles antes de alcanzar la puerta de la calle no le pareció tan extraordinario, pero no pudo evitar maldecir en voz alta. Al abrir la puerta, a pesar de que el sol la golpeó justo en los ojos, pudo reconocer el contorno y la figura de Rubestein. Al verla, el hombre se mostró azorado y entre frases entrecortadas explicó el motivo de su visita. Cuando por fin los nervios le permitieron repetir la invitación de pasar el sábado en la feria de ganado y después ir a comer, Joana abandonó su expresión de asombro y aceptó sin hacer preguntas. Estimulada por la idea de salir un día divertirse -si a ir a ver animales de granja se le podía llamar diversión-, se sintió intranquila esos días y no dijo nada a su padre ni a la familia de su hermano cuando llegaron. En sus más normales condiciones, seguía pautas de conducta que la llevaban a ser sincera y honesta con la gente con la que trataba a diario, no sólo su familia, también amigos, compañeros de trabajo, la persona que le ponía el café en la cafetería de debajo de su apartamento, o la persona que le vendía y guardaba la prensa. Sin embargo, no decir nada acerca de sus planes inmediatos no parecía entrar en esa categoría. Eran cosas personales que no les afectaban y que no les iban a interesar más allá de la curiosidad y no estaba dispuesta a estimular la curiosidad de su familia que idefectiblemente acabaría en morbo y consejos. Aunque las escenas de la vida familiar habían desordenado su conciencia, intentó una vez más una aproximación al padre, se llenó de dulzura de hija, de amor por el padre e intentando entender todas las causas de su derrotada actitud (la infancia más dura, la guerra, las pesadillas y el insomnio durante años) probar una nueva aproximación. Se acercó a él después de otro serio desayuno y lo abrazó y lo besó en señal de reconciliación. El viejo se limitó a soplar de indiferencia y añadió, si quieres ser útil, limpia la casa. Eso fue todo, se alejó y continuó con su vida como si ella no existiera. La presencia, esa cosa que nos dan los padres de niños, siempre estar, eso que nos dio seguridad y que él reclamaba ahora, sabiendo que en una semana o dos, cuando Joana terminara sus vacaciones volvería a pasar otro año solo. No valían besos, ni abrazos, ni visitas, la necesitaba allí, presente, a su lado, y tal vez era una postura muy egoísta, o tal vez temía la inminencia de la muerte, pero sólo eso podía calmar su acritud y desesperación. Hubo algo en aquella imagen de Rubestein, aquel contorno iluminado por el sol cegador que apenas permitía ver su cara, que la hizo pensar en él los días siguientes al encuentro. Fue una conmoción, un temblor inesperado que también notaba en el temblor de su cuerpo, la indescriptible sensación de estar haciendo algo que nadie esperaba. Se trataba de la sospecha de que algo podía 47
ocurrir, y a pesar de estar convencida de que no iba a permitir que avanzara más allá de lo superficial, elegante y decoroso de una simple cita de amigos, posiblemente él también se había ido con ese choque turbulento en los sentidos que ella sintiera. Convencida con redoblada fuerza de ser fiel a sus principios, se dispuso a afrontar la cita con su amigo de infancia. Apenas podía creer que en otro tiempo lo hubiese llegado a tomar por un fiel candidato a retirarla de todas sus aficiones del sábado por la noche. No sería muy estimulante detenernos en hablar de cuales eran esas aficiones que en ocasiones se convertían en vicios, y que se recordaban fácilmente después de una resaca adolescente. Debería ser suficiente para nosotros imaginar que no suele haber grandes diferencias con nuestras primeras fiestas, en las que hace presencia el alcohol y a las que nos aficionamos sin remedio. Apenas podía creer, si pensaba en eso, que estuviera reviviendo en su memoria aquellos tiempos rudos -así los calificaba-, y en cierto modo, justificando todo lo que de desarraigo habían significado. Había sido después de un año de dedicarse a llegar tarde a casa después de noches parecidas a las que hago referencia, alguna durmiendo en lugares que ni recordaba, de tomar calmantes para sus nervios y de relacionarse con gente a la que apenas conocía y que olvidaba con facilidad, cuando había decidido cambiar de vida, buscar un trabajo lejos del pueblo y hacer una somera mudanza. Desde luego, la juventud, no había sido la etapa más fácil y asumida en lo que llevaba de vida. Apenas podía creer, justo antes de salir de casa, lo que acababa de escuchar, Rubenstein estaba casado y tenía una prole de cinco pequeños traviesos que absorbían a su mujer como una esponja absorbe el agua. Habría en tal caso, si decidir mantener su intención de acompañarlo aquel día a la exposición de ganado, o darse una ducha y cambiarse de ropa. Por mucho que viviera jamás podría acostumbrarse, ni familiarizarse, con escenas tan chocantes como la que proponía su antiguo amigo de instituto. En cierto modo, aquel juego la convertía en despreciable colaboradora de sus infidelidades; y lo cierto era que ni siquiera le apetecía. No obstante, su carácter la llevaba a rebelarse contra cualquier convencionalismo, y no se plegaría a lo que otros pudieran pensar, sólo por acompañar a un hombre y eso aún a sabiendas de que nadie imaginaría la verdad, sino lo más sucio y retorcido. Posiblemente se trataba de una secuela de sus locuras de juventud, pero no renunció a ir a la feria, a acompañarlo después a comer, a rememorar viejos tiempos y que el le contara que había sido de los viejos amigos, y algunas amigas a las que Joana echaba de menos, y, finalmente, volvería a la casa de su padre sin prisas, disfrutando de la última hora de la tarde. Se despediría agradecida por todo, y no lo volvería a ver. Estaba ya avanzada la mañana cuando llegaron al lugar donde se vendía todo aquel magnífico ganada, la mayor parte enormes vacas rubias de una raza de los lugares más fríos que parecía estar ganando simpatías entre los ganaderos por sus magníficas cualidades. No hablaron mucho durante el trayecto, y Joana analizaba cada signo, cada gesto y cada palabra, para intentar descubrir si si antiguo amigo, con el paso de los años, en realidad, se había convertido en un auténtico desconocido para ella. El juego era farragoso intentar descubrir cuales eran sus intenciones, y si solía jugar a menudo con otras chicas. El público expectante se congregaba alrededor de unos cercados en los que apenas cabía una vaca y su cuidador, y observaban con cara de expertos como las cepillaban, las lavaban y algunos, incluso les hablaban. Rubestein, al bajar del coche, había propuesto ir a tomar algo a unos de los bares de campaña que se montaban para el evento, pero ella prefirió ir directamente a ver los animales, así que él renunció y la acompañó. Muy pronto descubrió ella que aquello le gustaba más de lo que había esperado, y se preguntaba por qué no lo había hecho antes. Después de dar una vuelta por el recinto al aire libre, hizo lo que todos los neófitos en tema de razas, acudir directamente al gran pabellón cerrado en el que se realizaban subastas y él la siguió en silencio, simplemente porque se le notaba que estaba disfrutando y no quería interrumpir aquel gozo. Los que realmente sabían de ganado se quedaban fuera, y allí se producían las conversaciones interesantes sobre las cualidades y características de las razas, las últimas novedades del sector, como se comportaban al cambiar de clima, o que tipo de comida era la más adecuada sin salirse del presupuesto. Sólo después de haber dado una enorme vuelta por 48
todas las instalaciones, Joana empezó a fingir normalidad y estar dispuesta a asumir cada nueva sorpresa sin poner cara de extravagante citadina. Se preguntó si se había vestido correctamente para la ocasión, pero lo cierto es que no tenía nada más campestre que sus jeans, una camisa de franela y un abrigo que le llegaba a las rodillas, eso era todo de su idea de pasar una vacaciones en el campo. Creyó desde el principio que nada de lo que le pasase ese día podría afectarle, pero esa idea se disipó en el momento en que a lo lejos Rubestein vio a su mujer con sus hijos como paseando entre los ganaderos. Durante un segundo él se sintió confuso, parecía preocupado, pero en un momento recuperó el tono y le propuso ir a tomar un aperitivo a una fonda que conocía, según dijo, no estaba muy lejos y allí podría ver el verdadero ambiente de los hombres de campo dispuestos para el negocio del año -se habían entregado en cuerpo y alma a la cría de sus reses, y algunas con posibilidades se habían convertido el objeto de sus desvelos y la entrega del poco cariño que les quedaba por la vida ruda que llevaban-. No pudo negarse porque se percató de la situación y mientras se dirigían al coche, el se excusaba diciendo que estaba en trámites de divorcio y que eso le causaba algunos problemas. “¿Algunos problemas?”, interiormente lo insultaba, pensaba lo peor de él por no saludar a sus hijos y no decía nada, sonreía y se dejaba llevar. No iba a ser capaz de encontrar solución a sus preguntas porque nunca había pasado por una situación semejante, y en el momento mantenía una amistad muy íntima con otra mujer a la que aspiraba a conocer aún mejor. En realidad, no sabía porque se preocupaba tanto por Rubestein y su desesperada reacción vital después de haberse sumido en un bache matrimonial que lo tenía tan pillado. Joana no tardó en ir adoptando una actitud más y más distante, y para cuando acabó el día su despedida fue tan fría que si él la hubiese tocado habría sentido el tacto del hielo.
4 Episodio Vivamente Disipado Joana tardó algún tiempo en darse cuenta de lo poco que importaba y lo poco que todos la tenían en cuenta. Se lo había ganado a pulso, por así decirlo, ella nunca llamaba, nunca se preocupaba por nadie y algunos pensaban que, en realidad, desaparecía para no ser encontrada o para no dejarse encontrar. A pesar de todo, logró que su familia y un un par de invitados cenaran con ella la noche en que terminaba sus vacaciones, y un día antes de su partida. Los invitados eran un par de amigas del pueblo que habían estudiado con ella en el instituto y a las que guardaba un gran aprecio. Por fin, todos sentados a la mesa, pudo decir que había conseguido ser tenida en cuenta y que nada era tan malo como había imaginado, tenía a su familia a pesar de sus diferencias, y sus amigas aún respondían cuando les hacía una llamada telefónica, si bien en ese caso, casi había sonado como una llamada de auxilio. Además tenía a Rhuty (o eso creía), la mujer con la que estaba dispuesta a seguir compartiendo piso para avanzar en su relación, y con la que hacía vida y rutinas en común en el bullicio de la ciudad; además estaba segura de que la estaría esperando a su vuelta y que le daría un largo abrazo en el momento que la viera. Desde luego no podía seguir pensando que nadie la quería, que no tenía una vida (al menos del tipo de vida que la gente aspira a tener), y que se odiaba a sí misma porque odiaba a todo el mundo. Eso no podía ser cierto, no odiaba a la gente, era sólo que su nivel de exigencia la llevaba a tener en cuenta como una afrenta detalles que a nadie más le importaban, y que la había llevado a pensar, que si quería perdonarse a sí misma, debía perdonar a todos. 49
Antes de que aquella cena de confraternidad terminara, Joana expresó su deseo de decir algo. Sin duda los cogió a todos por sorpresa, y ninguno imaginaba de qué se trataba. La atención fue máxima y mientras hablaba, aquellos ojos curiosos la miraron fijamente, escrutaron cada uno de sus gestos y hasta Claramunt, el padre que en su decepción apenas la escuchaba, esta vez la miro esperando lo que parecía la confesión íntima de una vida. Apenas tuvieron un respiro, ni tiempo para interpretar cada una de aquellas palabras, en su boca una idea detrás de otra le iban dando forma a su sentir sin hacer una pausa. Habló de su condición sexual, de lo sola que se había sentido en más ocasiones de las deseadas, dijo que sentía haberle fallado a tanta gente en ocasiones en las que contaban con ella, les habló de Ruthy y de cuanto le gustaría que la conocieran. Todo parecía muy inconexo, como si necesitara que la reconocieran como parte de ellos a pesar de su distancia. Siguió diciendo cuánto le gustaría casarse con ella pero eso de momento era imposible porque ella a su vez estaba separada de un hombre que no le facilitaba el divorcio. Y finalmente expresó su deseo de que al año siguiente volvieran a estar juntos y brindaron por ello, todos menos Claramunt que se retiró en silencio sin que nadie lo tomara en cuenta. Aquel discurso tomó proporciones épicas por la sinceridad con la que se expresaba. Nadie podía saber lo que había de sublime en aquella confesión y en otras similares; quiero decir que habrían de conservar aquel momento en la memoria como un acto de afecto y valentía a lo que no estaban acostumbrados. A lo mejor lo que acaba de hacer era algo similar a la primera vez que se había tirado con la bici sin manos, y la sensación de vértigo era parecida. Pero sentía que se lo debía a aquellas personas tan queridas y a las que tanto necesitaba, y tenía que hacerlo a pesar de todos los riesgos. No dio demasiadas explicaciones acerca de su partida. No era la primera vez que cambiaba la fecha aplazándola porque estuviera disfrutando de su estancia, o adelantándola porque le surgiera algún imprevisto que la necesitase con urgencia de vuelta. Era incapaz de explicar ese tipo de detalles, decía que debía volver, hacía su maleta con una rapidez poco recomendable para viajeros de “largo alcance”, y como un espíritu desaparecía sin dejar rastro de su paso por la vida de su familia. Para ser justos, debemos añadir que, sin embargo, esta vez todos parecían pensar más en ella y apreciar en su vida un sacrificio similar al de otras, aunque diferente, huidizo y desprendido. En el tren de vuelta miraba detenidamente algunas fotos que había estado sacando con su teléfono, sonríe al ver las fotos de Rubestein y en particular una, en la que salía con los ojos muy abiertos y un gesto cómico de boca abierta y nariz aplastada; había sido el momento posterior de ver a su mujer y sus hijos como si conocieran cada uno de sus movimientos. Todos confesamos nuestra intención de hacer siempre tal o cual cosa, somos predecibles en nuestras rutinas y dinámicas de trabajo. Tal vez algunos desean cambiar de vida algunas veces y a un tiempo seguir haciendo las mismas cosas, no perder sus aficiones y, a pesar del giro, aquellos a los que aprecian, además, sobre todo, seguir siendo los mismos; imposible. Ningún ser inteligente pude admitir que la muerte sea un símbolo de libertad. Antes de salir había visitado el árbol que plantara delante de la casa al ingresar a su madre en el hospital por una enfermedad terminal. El árbol había crecido mucho desde que la enterraran, estaba fuerte y su tronco era cada año un poco más ancho y oscuro. También había visitado su tumba e incluso había rezado, si a lo que había hecho se le podía llamar rezar rezar, porque no tenía costumbre y no sabía como se hacía ni conocía los códigos religiosos al respecto. Admitía entonces, después del sufrimiento de aquellos meses hospitalizada, viéndola consumirse en cada visita que le había hecho, que la muerte no era libertad, pero que podía ser una liberación si la vida se convertía de pronto en algo tan poco deseable. Sería preciso aclarar que asociar la idea de la libertad al recuerdo de la madre enferma la incluía a ella misma, que siempre había necesitado huir de su influencia, y que mientras estuvo enferma la tuvo atada, no sólo porque tuvo que pedir una excedencia de un año en el trabajo para estar a su lado, sino porque no podía pensar en otra cosa. Y quizás no debería haberlo planteado así, porque sólo con el transcurso de los años podía plantearlo asó, y lo cierto es que en aquel tiempo no había pensado en absoluto en sí misma. De algún modo, aquello lo había cambiado todo, no sólo porque la casa le pareciera tan vacía sino por la terrible relación que se había 50
establecido con Claramunt desde entonces. Y por supuesto, si a ella en los días de vacaciones y de visitas, la casa le parecía vacía, debía ser un infierno para el padre doblemente abandonado, por la mujer muerta y por los hijos ocupados. Nadie supo nunca lo que pudo haber de drama en su regreso, en el momento del reencuentro con Ruthy y la frialdad que le demostró. La idea de conocer de un golpe la decisiva noticia de su abandono y de la terrible separación en la que no habría ensayos. Conociendo a Joana, la traición tenía mucho que ver con la gente que se dedicaba a ensayar la vida como el que se prueba ropa buscando aquel traje que más le conviene, y por eso no habría vuelta atrás. No llegó a conocer las verdaderas proporciones y los verdaderos motivos hasta que el taxi que las llevó de la estación al apartamento aparcó delante de su puerta. El trayecto fue muy frío y en silencio, apenas se miraron ni se tocaron después de que Ruty le dijeran en el andén que tenían que hablar, que algo había sucedido y que tenían que separarse. Hasta aquel momento, en el que Ruthy quería poner sobre la mesa nuevas cartas, la partida, empleando un símil muy propio de dos buenas jugadoras, había transcurrido apaciblemente. Para Joana iba a ser un choque grave porque había deseado tanto tener un mundo estable en el que poder desarrollar el resto de apartados en los que se desenvolvía, la sensación básica de haber perdido una buena parte de los cimientos sobre los que le gustaría sostener el resto, que si no lloró fue por orgullo, y si lo hizo fue a solas, en su habitación, una vez que Ruthy se hubiese ido y sin que nadie pudiera verla. Volvía con su marido, había hablado con él, le había prometido que cambiaría y le había jurado amor eterno. Nadie debería afanarse inutilmente en una historia terminada del todo. Lavarse las manos, o mejor aún, darse una buena ducha y pasar a otra cosa, esa es la mejor reacción. Yo no entro en pormenores, y sé que nadie me hará caso al respecto, pero cuando nos mostramos absolutamente incapaces de dominar nuestros sentimientos sufrir de tal manera que creemos que el mundo termina ahí, sólo nos lleva a un sufrir del todo inútil. Desde el principio de los tiempos el amor se nos a mostrado como una ilusión. Es cierto que cada vez volvemos a él con menos intensidad y determinación, la edad va enfriando esa locura vestida de romanticismo. Todo lo que tiene que ver el amor justifica lo peor de nosotros, y los fracasos nos vuelven duros de corazón y resentidos, y terminaríamos por no acercarnos a la carne si viviéramos lo suficiente. Nadie debe sorprenderse por la forma de pensar de Joana al respecto, para ella era todavía más difícil encontrar un amor puro, o en su defecto, uno que le proporcionara el equilibrio necesario.
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1 La Respuesta Del Deseo Hacía mucho tiempo que no se sentía tan convencido de sus posibilidades. Desde que llegara a la gran ciudad había pasado por todo tipo de dificultades e incomprensibles desafíos. Todo era demasiado nuevo y desconocido para sintonizar a la primera de cambio. Había dejado curriculums en todas las fábricas portuarias, en los almacenes textiles, en empresas de transporte y en una 51
fábrica de piezas para máquinas elevadoras, y no había recibido respuesta de ninguna de ellas. Hizo algunas llamadas de teléfono, pero lo tenían interminablemente esperando y le suponía un gasto adicional que no podía asumir, así que volvió a visitar aquellos lugares por segunda vez para preguntar si habían llegado los informes al departamento de personal o si había alguna respuesta para él, y una de aquellas chicas oficinistas que se ocupaban de la recepción y la centralita tuvo a bien decirle que tenían la plantilla al completo y no necesitaban a nadie. En algún momento que creyó haber iniciado un camino equivocado, acudió a una oficina de contratación dependiente del concejo. Le ofrecieron nuevas direcciones y revisaron sus curriculms haciéndole algunas indicaciones que los harían más efectivos en su propósito de impresionar, pero sobre todo de encajar en los lugares a los que iba a pedir trabajo. Esta vez sí, obtuvo respuesta, e incluso le hicieron alguna entrevista, pero nadie sabía exactamente como hacerlo encajar en sus planes. Tres meses después de llegar a la ciudad aún no tenía trabajo, le daban taquicardias, se le había puesto una tos nerviosa, por así decirlo, y apenas descansaba por las noches. Nada le salía conforme a lo esperado, así que Airtorm pensó que a esas alturas debía empezar a sospechar que otros como él se había visto en la misma situación y que aquello podía durar aún algún tiempo. Probablemente en ese momento tomo la decisión de tomárselo con calma, porque de seguir al mismo ritmo terminaría por enloquecer, o algo peor, sentirse fracasado. Fue en ese momento de transición en el que se encontraba, en el que un día encontró un mensaje en el buzón de voz de su teléfono. Le llegó de forma tan inesperada como incomprensible. Se trataba de los padres de una antigua novia; que ya no lo era, pero con la que guardaba una fuerte amistad. Lo invitaban a cenar y deseaban saber de él, pero Jennie, así se llamaba la chica, no estaría porque se había ido a estudiar al extranjero, ¿extraño? Cada plato fue llegando en su justo momento, de forma metódica y ordenada, en su punto de cocina y de calor. El padre de Jennie aclaró que, tenían ganas de verlo después de tanto tiempo, pero que, en realidad, había sido su hija la que había terminado de animarlo para que lo llamara. Airtorm pensó que aquello no tenía demasiado sentido, o al menos él no se lo encontraba, y lo había estado pensando desde que recibiera la invitación, pero estaba hambriento y eso era un punto importante a tener en cuenta para no rechazar tanta amabilidad. Después de que su marido se explicó convenientemente, la señora Sofita tomó el mando y el curso de los acontecimientos, y todo empezó a girar alrededor de Jennie, de sus virtudes, anécdotas y cualidades para defenderse en un país extraño. Él ya conocía muchas de aquellas historias, pero no dijo nada, no intentó corregirla si se desviaba, ni añadió ninguna cosa con la intención de, al fin, poder abrir la boca. Hubo algunos largos silencios, sobre todo mientras los camareros inclinaban sus bandejas sobre ellos para servirlos. Probablemente todos estaban seguros de que aquella reunión tenía que salir conforme a lo esperado y así fue, no hubo sorpresas, nadie dijo nada que no conviniera y los deseos de Jennie, que parecía ejercer una influencia brutal sobre sus padres, fueron cumplidos. Hacia el principio del mes de Noviembre, se había acostumbrado a deambular por calles que apenas conocía. Posiblemente se encontraba en una calle de comercios porque lo había atraído el bullicio y las luces de esa hora dela tarde en que todo se ilumina. Iba sin prisa, y se detenía si era preciso porque algo le había gustado en uno de los escaparates, o simplemente por alguna escena que le había llamado la atención a través de ellos. Le hubiese gustado comprar un regalo para Jennie. Ella siempre se había portado muy bien con él y se sentía en deuda. Si reconocía la puerta de algún lugar en el que había solicitado trabajo, se quedaba mirando furtivamente y fruncía el ceño, como si le hubiesen causado algún perjuicio por no contestar a sus demandas; eso era lo más habitual. Los burgueses habituales iban cargados con bolsas de plástico y regalos envueltos en papel regalo, todo era muy consecuente con aquellas fechas, y conveniente para distraer sus vidas tan comprometidas; pero él no podía juzgarlos por eso. Algunas familias que se conocían de muchos años, o las que eran familiares, se encontraban en ese acopio navideño de figuritas de mazapán, angelitos de plástico para el árbol, juguetes y algún vino selecto que pondrían a buen recaudo hasta las fechas más señaladas. Se daban besos y abrazos y se detenían para preguntar por los ausentes, 52
rogando encarecidamente que les dieran recuerdos y deseando volver a verse antes de año nuevo. Todo cerraba a esas horas, menos los comercios y las cafeterías que ampliaban sus horarios. Volvió a intentar establecer un punto de cordura en su pensamiento y reconocer su disgusto por aquella escena. Sin habérselo propuesto había dirigido sus pasos hacia allí y parecía disfrutar con el espectáculo, y era por esto que no podía renovar sus habituales críticas a una clase social y una forma de vida tan excluyente. Además, en un pasado no muy lejano, siendo niño, había asistido a un espectáculo similar, y del mismo modo se había dejado seducir por aquellas luces de colores, olvidando que en su casa no podían poner la calefacción porque no les alcanzaba el sueldo de su padre, y que al volver tendría que ponerse varias capas de ropa seca antes de irse a la cama. Una mujer cargada apenas con un pequeño regalo, posiblemente para su marido, aparece en la puerta de un centro comercial de cinco plantas, de los más grandes. Camina distraída y es obvio que ha ido al peluquero, le resulta conocida y, al mismo tiempo, sin que las dos cosas tuvieran que estar imposiblemente relacionadas, la relaciona con alguna amiga de su infancia, pero no es posible que lo haya superado hasta casi doblarle la edad. Sin esperar un minuto más, se decide y se dirige hacia ella sin la esperanza de encontrarla de nuevo a través de todos aquellos cuerpos embutidos en sus abrigos y algunos con sus paraguas abiertos. Se trata de la señora Sofita, y como si su vida estuviera de alguna forma relacionada con aquella familia se ofrece a ayudarla, ella lo mira con piedad y accede, pero él presiente en aquel momento que hubiese preferido seguir sola, que se siente decaída por algún motivo desconocido, o tal vez sólo sea cansancio. Existe una obligación en las forma que ninguno de los dos está dispuesto a vulnerar; el se ha ofrecido a ayudarla y ella a aceptado y ya nadie podrá cambiar eso sin una razón muy poderosa. Había una parada de taxis en los alrededores, pero no tan cerca como sería de desear y tuvieron que hacer una pausa en la puerta de un hotel, allí no soplaba tanto el viento y estaba iluminado, pero el portero no dejaba de mirarlos. Supuso que aquel hombre, en cualquier momento, les preguntaría si deseaban entrar, pero no lo hizo. Ese momento les sirvió para cruzar alguna pequeña conversación y permanecer tan juntos que casi se tocaron, y fue por eso que Sofita apreció su delgadez y se refirió a ella como una enfermedad. Tuvo que aclarar que no se encontraba enfermo, ni débil, ni nada parecido pero estaba adelgazando y que eso no era tan extraño en él. Ella insistió sobre ese tema sin ni siquiera esperar respuesta y a él le pareció de una presión y una curiosidad innecesaria. En aquel momento sintió la gana de salir corriendo, de abandonarla allí mismo con su curiosidad y sus paquetes e inventarse una urgencia que había olvidado durante un momento y lo obligaba a salir corriendo sin demora; tal vez una reunión de trabajo o alguna entrevista con su casera. En aquel momento de aproximación a una persona que conocía pero no lo suficiente, toda precaución le parecía poca y cualquier forma en la que actuara, insegura. Era la misma inseguridad de cuando lo abordaba un desconocido por la calle con alguna historia increíble que no sabía a donde lo llevaba. Así se sentía, como si acabase de perder la iniciativa y estuviera al albur de otras impresiones diferentes a las suyas. Si al verla en la distancia le había parecido una mujer elegante, distinguida y de una belleza incontenible, lo cierto es que después de un breve paseo, lo ha hecho sentir tan centrado en sus propios problemas que le ha empezado a parecer vulgar y aburrida. Sofita conoció al señor Airtorm en una gran fiesta de sociedad que sus padres organizaron cuando ella estaba de lleno regocijándose en su adolescencia. Los dos habían nacido en aquella ciudad y estudiaron en el mismo colegio durante años. Habían realizado juntos los viajes al extranjero que demandaban sus estudios y en ese tiempo decidieron como iba a ser su vida, a lo que se iban a dedicar, cuantos hijos iban a tener y como iba a ser su casa, pero al señor Airtorm la vida le deparaba heredar la fabrica de calzado de su padre, y a ella dedicarse a esa ocupación de las damas sin otros intereses más importantes que ser las esposas modelos de sus maridos. Cuando menos lo esperaban les había llegado Jennie, y desde entonces su vida se había encerrado en las cuatro paredes de su casa sin que nadie le pusiera remedio. No era una mujer frágil pero a todo el mundo se lo parecía, y tal vez, ese fue el motivo por el que accedió a acompañarla a casa. El tiempo que duró el trayecto en el taxi se lo pasó pensando en cual podía ser el motivo por el 53
que hubiese visto a aquella mujer, en una ciudad tan grande, dos veces en tan poco tiempo, y poco después cuando llegaron a su apartamento y ella se empeñó en hacerle algo de comer, por qué cuando la veía, acababa siendo invitado a comer. El trayecto en taxi fue corto y lo pasó en silencio, salió el primero y esperó mientras ella buscaba su cartera en el bolso. Los dejó justo enfrente de un enorme edificio de piedra y delante de la enorme puerta pintada de rojo, y gruesos barrotes delante de dos tiras de cristal vertical en cada hoja. Se removió con eficacia para recomponer el equilibrio de los paquetes y subir cuatro peldaños antes de apartarse para que ella pudiera introducir la llave y girarla con decisión, con un “vamos”, que le sonó como una orden; no dijo nada, aunque le hubiese gustado decir, “de acurdo, pero sin prisas”. Desde luego era evidente que ella empezaba a sentirse en un terreno que dominaba, pero rara vez se veía en una situación tan embarazosa. Si hubiese tenido el sentido del decoro tan desarrollado como otras vecinas esperaban de ella, le hubiese dicho que dejara los paquetes en el portal y lo hubiese despedido allí mismo. Al esperar el ascensor se cruzaron con un matrimonio mayor que ella conocía, y que la saludó con una sonrisa poco sincera, la mujer se quedó mirando a Sismic mientras se alejaba, y él le hubiese sacado la lengua pero se contuvo. Se mudaron de la gran casa familiar del padre de Airtorm al edificio de apartamentos porque quedaba muy cerca de la fábrica de calzado, y además, porque a Sofita la vida en las afueras se le hizo muy solitaria cuando Jennie empezó a viajar por sus estudios. Sismic sólo había estado tres o cuatro veces en aquella gran casa y había sido más que suficiente. No se encontraba cómodo allí, rodeado de tanta tierra dedicada a producir unicamente césped, y sin más distracción que admirar la decoración más cara de todos los alrededores. Pero como en aquel entonces el era aún unos años más joven, era vecino e iba a la misma escuela que Jennie, había sido muy bien aceptado por sus padres. El tiempo pasaba inevitablemente, y todo su cuerpo temblaba sólo con pensar que en algún momento volvería a ver a Jennie, que estaría hecha una mujer y que posiblemente sus nuevas costumbres y su visión internacional del mundo, apenas le permitirá reconocer en él los valores de antaño. La señora Sofita le puso la mano sobre el hombre para indicarle que pusiera las cosas sobre la mesa de la cocina y que la esperara allí porque se iba a poner un poco más cómoda. Él sintió aquella mano áspera rugosa y perfumada como la de una anciana de cierto peso, y nada era así, porque era una mujer esbelta. Se trató más de una caricia que apenas le tocó el cuello, y era una mano dulce y delicada, nadie comprendería ese sobresalto a menos que entrara en el corazón de sus miedos. Él parecía saber que detrás de la aparente frialdad del apartamento existía una vida, que durante un tiempo repetido, al cabo de los años se volvía inexorable rutina, y que nunca se sabe del todo si eso nos hace tanto mal como creemos. Siempre es lo mismo, en cualquier otro lugar hay un descontento parcial muy parecido a éste, aceptando las condiciones en las que nos vamos metiendo, paso a paso, como en un túnel. Admitamos que, en realidad, la rutina nos salva de nosotros mismos, y que respirar a pleno pulmón, no puede ser como figuramos que el aire puede llegar a quemar y que no estamos preparados para prescindir de una vida que se ha construido como un mecano, tal vez deforme, tal vez le faltan algunas piezas, pero resiste. Admitamos que momentos tan libres como el que Sismic estaba viviendo ha habido pocos, y, en todo caso, habrá sucedido a una edad a la que él representa en estas letras. Más tarde, la vida nos va abrazando de compromisos, resoluciones y deseos que se nos cumplen pero que tienen sus contrapartidas. Para que todo sucediera así, tendría que no encontrar aquel trabajo que tanto deseaba, y que le daría dinero e independencia, pero en el que tendría que aceptar una forma ordenada de vida, y sobre todo, una reputación. Es posible que, durante un tiempo, aquello le hiciera feliz, pero debería dar cuenta de todos sus actos ante la sociedad, ante sus compañeros, vecinos, jefes, familia y policía; todos lo estarían observando para concluir si era merecedor de entrar en el club de “los mejores hombres, los que sirven al bien común”. Como le ocurría a otros muchachos de su edad, con sus estudios terminados y dispuestos a aceptar el reto de su impotencia ante el desamparo social, se sentía como un verdadero anarquista, rechazado por todos y dispuesto a 54
poner en cuestión que la estructura que le permitía sobrevivir, no fuera, en realidad, un montón acrobático de privilegios que se cerraba en sí mismo y buscaba perpetuarse. Sismic se acercó a un frutero que tenía de todo menos fruta. A toda prisa empezó a curiosear entre las cosas que allí había, un reloj de señora parado en las tres de la tarde, un bolígrafo un pequeño cuaderno de notas, un transistor, una lupa -supuso que la utilizaba alguien que no quería reconocer que su presbicia había pasado todos los limites imaginables-, una cartera y medicamentos. Abrió la cartera, miró varias veces al salón a través de la puerta de la cocina; todo estaba en silencio. Se le ocurrió que cualquier otro, pasando por sus mismas necesidades se metería la cartera en el bolsillo, pero no él, sólo estaba curioseando. Se giró para aprovechar la luz de la ventana y ver con claridad. Una foto de Jennie con cinco o seis años estaba prendida en el bolsillo de plástico transparente pero, si la cartera era de Sofita, no había ninguna del señor Airtorm y eso le pareció curioso. Desde luego no quería decir nada, pero le hubiese parecido muy dulce que así hubiese sido. Había algunos dos tickets de la compra, documentación, un recibo de la luz y una tarjeta de crédito; nada de dinero. No había perdido de vista a la señora sofita desde que entraran , y no se había acercado al frutero, así que pensó que tenía que tener otra cartera con la que había pagado los paquetes que le había ayudado a transportar. Dejó todo en su sitio con cuidado y se sentó en la mesa intentando distraerse con un magazine dominical de algún periódico local. El apartamento de Sofita era un lugar tranquilo, silencioso, detenido en el tiempo. El año pasaba muy lento entre sus cuatro paredes y no solían tener visitas hasta el periodo previo a la navidad, en la que algunos parientes parecían acordarse de ellos y cumplían con un intercambio de formalidades de las que ellos también participaban activamente. Para cuando oyó que ella volvía apanas habían pasado unos minutos pero la había parecido un siglo. Sofita tenía un andar cadencioso y abandonado que hacía vibrar su bata hasta dejar sus piernas al aire, lo que recompuso en un momento mostrando un pudor que él ya le adivinaba. En ese momento intentó adivinar si, como comprometida burguesa, habría tenido algún amante o alguna distracción sin que su marido lo llegase a saber. Se movió en el salón y después en la cocina, sin apenas mirar a Sismic. Era imposible hacerse la distraída pero le hablaba sin mirarlo. Él se quiso levantar al verla llegar pero se lo impidió y le pidió que siguiera sentado que le iba a preparar algo de comer, y él obedeció. Ella intentaba que fuera un momento distendido y hablaba mientras lo preparaba todo, él por su parte parecía paralizado, reprogramando cada detalle, cada signo o señal que pudiera indicarle de qué iba todo aquello. Ponía todo su empeño en aceptar tanta amabilidad y aceptar las antenciones de Sofita sin poder ofrecerle a cambio una sonrisa. Sus ejercicios de interpretación no le iban a servir esta vez, y se dedicó a buscar en su pasado alguna ocasión en la que se hubiese visto en términos semejantes. Él sólo se había metido en una interpretación de cortesía de la que no era capaz de salir, y en la que debería seguir hasta que ella decidiera que era suficiente, que había concluido, que le había dado todo lo que le podía dar y que el chico necesitaba. Pero ni siquiera por un momento sintió lástima de él, a pesar de verlo tan delgado y con cara de no entender nada. Ella tenía la situación dominada, y era muy consciente de que haberse puesto un albornoz bajo el cual no se adivinaba más que su ropa interior había sido una provocación porque, a su edad, Sismic estaba cargado de todos los deseos, pasiones y líquidos necesarios para que su cabeza en un momento semejante estuviera a un par de grados de la ebullición. Semejantes razonamientos los mantenía en un segundo plano, lo importante ahora, pensaba ella, era darle de comer y hacer su aportación a toda la energía que el mundo necesitaba. No había una incompatibilidad en encenderlo explosivamente, tal y como se enciende un charco de gasolina y alimentarlo como si se tratara de su propio hijo. Él seguía con su ejercicio evocando cada vez en el pasado que alguna mujer madura lo había mirado fijamente a los ojos, le había tomado una mano sin previo aviso o se le había acercado tanto que le hiciera perder el equilibrio sin una razón objetiva para ello. Tal vez, en su mundo, se trataba de una idea horrible a la que no quería enfrentarse, pero ella parecía mirarlo con indulgencia y eso aún lo empeoraba todo. Por un breve instante pareció comprender que si el señor Airstorm llegaba en aquel momento le iba a ser muy difícil explicar todo aquello, que hacía allí, por qué se estaba comiendo 55
su comida y por qué su mujer cocinaba para él en albornoz y zapatillas. Estaba tan confundido que no se atrevía a mover, parecía una estatua de piedra, incapaz de rascarse, de buscar cualquier cosa en los bolsillos, de recomponerse sobre su asiento para ponerse más cómodo, y aunque estuvo tentado de toser levemente, no lo hizo. Nos vamos haciendo una idea de lo débil que se mostraba Sismic ante la presencia femenina de una mujer madura y segura de sí misma. Visto así, daba la impresión de ser capaz de todas las torpezas imaginables en estas situaciones, tal vez por falta de experiencia. Era la imagen del hombre débil, fácilmente manipulable, demasiado delicado, sin oposición, dejándose influir sin dar muestra de la más leve oposición, y permitiendo que se notara en cada movimiento o gesto su inquietud, inseguridad y flojedad de carácter. Habría traspasado los límites del modelo de hombre pusilánime con el que había convivido durante años en la presencia activa de su padre. Pero, si somos del todo objetivos, había pasado por momentos de dificultad que harían desangrar a muchos que parecían los más fuertes, y sólo si se encontraba realmente en aprietos descubriría esa parte de rabia que aún anidaba en él. Tenía la absoluta certeza de que la había estado oyendo hablar de algún tema que debía interesarle, pero al que no había podido dar la atención debida. Posiblemente se trataba de algo que lo enfrentaba a sí mismo y que ella exponía con la superioridad que se esperaba de su clase. Por lo pronto, descubría que detrás de su falsa familiaridad ejercía un pontificado que marcaba las distancias, actuaba defendiendo el amor al prójimo pero dejaba claro que la burguesía cuando actúa por compasión espera un poco de respeto a cambio. Ya que ella se aferraba a su condición primera, además de tener que explicar porque actuaba como actuaba, tendría que dejarse de remilgos si alguna vez deseaba o necesitaba que Sismic se sintiera un poco más confiado. Él siguió sentado mirándola a la espalda mientras ella cortaba unas rebanadas de pan y terminaba de poner en el plato lo que había cocinado, y en ese delicado momento momento de visión periférica, ya había aceptado con resignación huidiza que debía comer hasta las últimas migas, sólo por satisfacerla. No podía sentirse orgulloso por como estaban sucediendo las cosas, pero tampoco podía sentirse culpable de nada porque no había nada de lo que avergonzarse, si no traemos a cuenta algunos pensamientos indecorosos que iban y venían sin control. Sofita parecía ajena a todo, pero, ¿cómo saberlo...? La tarde fluía como un líquido templado, aceptado y mantenido. Le puso un vaso con vino blanco y eso tampoco era precisamente como para atormentarse, así que se lo bebía en apenas un par de tragos. En todo aquello había una ausencia total humor que no facilitaba en nada aflojar toda aquella tensión, pero no estaba seguro de entender cualquier broma que ella le hiciera, y tal vez no se reiría o lo haría escandalosamente, como un artificio del que no tiene gana de hacer algo pero lo hace. A veces, el alma se empeña en nuevas arribadas, pasando por anhelos que creíamos olvidados. Nuestro pecho se llena entonces de tesoros y rebela frente a cualquier inconveniencia. Nos creemos en tales momentos el nido permanente, la flor del día capaz de un amor inmortal. Distinguimos las estrellas con una luz que nunca antes habíamos alcanzado y removemos nuestros cimientos en busca del definitivo consuelo. El discurso de Sofita iba cambiando por momentos, y se sentó a su lado mientras lo veía comer y le contaba de un sobrino que había tenido y al que, al parecer se parecía mucho. Seguramente no entraba en sus planes hablar de su sobrino desaparecido, pero acepta el reto de escucharla mientras mastica y levanta los ojos del plato para mirarla. Aquel sobrino había pasado mucho tiempo con ella en ausencia de su madre, y se había disputado el amor que le profesaba como si se tratara de su madre verdaderamente. Su ternura podía mostrarse como real en cualquier momento con cualquiera que lo mereciera y no se trataría de un falso sentimiento según dijo. Además, y por lo que parecía, Sismic no sólo se parecía a aquel sobrino, hijo de una hermana, al que había cuidado durante un tiempo, sino que le inspiraba sentimientos parecidos. ¿La estaría seduciendo realmente, como parecía, o todo se trataría de un juego estúpido y sin continuidad? No era posible..., si apenas había abierto la boca. Tal vez debería invertir aquella idea, y el seducido fuera él. Ella lo miró largamente 56
esperando su respuesta, pero seguía sin saber que responder, y mojó el pan en la salsa del tocino y el huevo derramado llevándoselo a la boca mientras ella intentaba recomponer el faldón del albornoz que había dejado las piernas al aire cuando las cruzó. Así que ésta era la madre Jennie, la persona que había visto tantas veces, pero siempre en valores tan breves como un “hasta otro momento”. De pronto tomaba forma delante de él en todo su esplendor y decadencia. Ni siquiera la noche en que habían cenado con el señor Sr Airtorm se había quitado la máscara, y ahora, por algún incomprensible motivo para Sismic la veía tal y como era, sin maquillaje, sin ropa de calle, sin artificios y expresándose tal y como era, con acento del sur y comiéndose la mitad de las palabras. Casi podía oler su aliento, si se acercara un poco más notaría que sudaba mucho porque desde hacía unos años no era capaz de controlarlo. Posiblemente su vida no era la más adecuada para seguir controlando su figura, y había empezado a engordar y desesperarse porque le habían dado unas pastillas que la hacía ir al baño con frecuencia y no eliminaban aquel sudor insoportable, al contrario. En su cabeza seguían amontonándose ideas, críticas, agradecimientos, súplicas y deseos inconfesables, eso la hacía verla como una diosa, una mezcla de fragancias del baño, de gel de frutas, de colonia y tabaco, y de los vapores que su cuerpo intentaba eludir sin conseguirlo. En un momento, sin previo aviso, sus pezones empezaron a manifestarse duros y puntiagudos bajo el albornoz, lo que le hizo adivinar que no llevaba ni un sujetador, y eso lo puso aún más nervioso.
2 Asomos Y Maneras La cafetería Denys, era un lugar conocido por la hija de Sofita. La Navidad estaba cerca y eso la convertía en un lugar muy frecuentado porque allí cerca había un vivero con todo tipo de plantas, flores y arbustos y en aquella época todo el mundo parecía ir allí a comprar su arbolito de Nöel. Había pasado suficiente tiempo desde su encuentro con Sofita, tres semanas al menos (tal vez algo más de un mes), y eso le permitía olvidar los pormenores más estrechos y mezquinos de aquel encuentro, y afrentarse a Jennie sin mencionarlo siquiera. En las semanas previas a la navidad solía hacer una visita a sus padres, del mismo modo que Jennie estaba haciendo en su regreso, pero ese año no parecía inclinado a ello, porque aún no había encontrado trabajo y no quería gastarse el poco dinero de su asignación estatal, y el que su propios padres le mandaban, en un viaje y en regalos. Para cuando llegó su café el lugar empezaba a estar demasiado lleno y él ligeramente incómodo, y la chica aún no había llegado. La respiración se volvía cansada, pero eso lo atribuía al largo paseo desde su habitación en el centro, y no tanto al humo o a las ventanas cerradas. Al fin se abrió la puerta y pudo ver a Jennie acercarse a su mesa con un abrigo rojo cerrado con un cinturón en nudo de la misma tela, encogiendo los hombros y sin demasiada dificultad en sortear a otros cuerpos. Se levantó observándola y moviendo una mano que a ella la hizo sonreír, en ese preciso instante él se preguntó, cómo podía ser de una belleza tan sospechosa y no haberse dado cuenta unos años atrás. Ella seguía actuando con la misma altiva normalidad de siempre, lo que él en otro tiempo había atribuido a que dentro de sus propios problemas era una muestra de piedad con él mundo, cuando ya había aceptado que por su parte viviría poco. También, en otra ocasión había creído que aquella actitud se debía a que ella necesitaba comprensión y que la quisieran, a pesar de todo, y por eso se comportaba con el mundo, por muy graves que fueran sus pecados, con absoluta condescendencia. 57
Y entre unos pensamientos y otros, entre interpretaciones y análisis varios, había “estado a su lado” durante unos años en los que no todo había sido tan hermoso. Él, a pesar de todo lo pasado juntos, seguía sin conocerla, y ella seguía avanzando hacia a su mesa, intentando sonreírse mutuamente. Así fue su reencuentro, con unos besos rápidos y una transición sin demasiadas emociones antes de sentarse. No habría sido difícil imaginar una momento así, predecir como iba a suceder, las perspectivas de los cuerpos en medio del café y la actitud sonriente y desafiante, si eso fue posible, en los ojos de Jennie. Después de un tiempo de decirse como se veían y contarse las últimas novedades más superficiales, decidieron salir a dar un paseo y así lo hicieron. Se conocía los suficiente, y sobre todo, él la conocía a ella con la suficiente profundidad para dejar a un lado antiguas confusiones. Eso, en casos parecidos, no suele ser suficiente para que los espíritus se sientan inquietos y desamparados. Como ella solía decir, “sus contradicciones nadie las entendía y ella misma no era capaz de situarlas más que en el transcurso ocasional de una vida de la que no se consideraba completamente dueña”. La antipatía por aquellos que no hacían nada por comprenderla era natural en Jennie, no con respecto a su abandonado aspecto de hija rebelde, sino, solamente, a su parte de dolor íntimo, el que debe pertenecernos a todos y debemos suponer en los demás. Por supuesto que no todo el mundo tendría que conocer la inclinación de Jennie a todo tipo de adicciones, pero aquellos que las conocían, según su forma de pensar, deberían estar obligados a suponer que había profundas razones que la llevaban a ello. No se trataba unicamente del rechazo o las decepciones que iba acumulando como quien colecciona records, tampoco se trataba unicamente de ella y sus marcas, se trataba, en último término, de las reacciones sociales como el resultado de los elementos culturales que nos dan forma. La rectitud moral, no era más que arte de la hipócrita resolución que tanto la dañaba, y que si no hubiese sido por su discreción la hubiese degradado en cualquier evento, escuela, fiesta, casa de familiares o amigos, trabajo, en el que la conocieran. Daba igual si quienes practicaban con ella esa degradación social eran indeseables que pegaban a sus mujeres y a sus hijos, si eran puteros, si habían dejado a sus padres en la calle para vender un apartamento, si se habían casado sin amor, si se habían divorciado y no habían querido volver a ver a sus hijos, o si habían maltratado a un sin techo sólo porque se les había acercado a pedirles limosna, la piedad no es cuestión que los poderosos puedan poner en práctica, y todos ellos se considerarán siempre con derecho a despreciar a todos los que no tienen suficiente fuerza para enfrentarse a ellos. Nadie ignora que la brutalidad forma parte de la existencia, y que con seres que se ponen a sí mismos en lo más alto de la sociedad no se puede razonar más que con argumentos de fuerza, y no me refiero sólo a la violencia física. En realidad, para habérselas con semejante vergüenza en su carrera burguesa, los padres de Jennie la habían mandado a un centro de desintoxicación al extranjero, y no al colegio que le permitiera completar sus estudios. Haría falta un término para denominar a eso, decir, falta de amor y compromiso, no sería suficiente. Precisamente en aquel reencuentro, ella, como tenía por costumbre, fue todo lo sincera de lo que era capaz, y le reveló este extremo, y también, que no había tenido nada que ver en que sus padres lo hubiesen llamado para cenar. Cuando las cosas suceden así, se puede entrar en todo tipo de conjeturas, y lo primero que Sismic pensó, fue que se preocupaban por su hija, y veían en él el equilibrio que Jennie necesitaba. Podría arrogarse legítimamente el derecho a ser considerado su mejor amigo, pero no quería caer en el egocentrismo y equivocarse también, al imaginar que era tan importante. Recordaban haber estado en aquel mismo parque, cerca de aquella misma fuente, en otra ocasión: Discuten acerca de lo que recuerdan; deben estar equivocados en algunas de sus impresiones. Se proponen dejarse llevar por su instinto, y él dice que si cruzan el puente, al otro lado encontrarán un anfiteatro de grandes escalones de piedra en el que podrán sentarse. Una gran serenidad se apodera de ellos, no sería tan grave perderse, esperar a la noche y llegar tarde a cualquier cosa que tuvieran que hacer después. Cada vez que se encontraba al lado de Jennie le sucedía que perdía la noción del tiempo y siempre terminaban corriendo por los parques, bebiendo vino y sólo Dios sabe, tomando 58
qué más de pastillas y hierba adulterada. Se sentían absolutos dueños de sus vidas y no deseaban que aquel momento pasara, no quería tener que ir a otra parte, que anocheciera o hiciera un frío helador. ¿Es el ocaso lo que les provoca esas sensaciones? ¿Su locura? ¿El vino? Sismic quería creer que empezaba a dedicar su vida buscando resultados, que se había movido en serio esta vez, buscando trabajo. Estaba recuperando la estima por sí mismo aunque de momento ese cambio no hubiese dado resultados precisos. Ya no creía que el ocio era el objeto de su vida, sino que al contrario, había concluido que lo llevaba a un callejón sin salida. Desafortunadamente, pretendió hablar de eso con Jennie, y ella a pesar de la neblina que cubría sus ojos, le respondió de una forma bastante sarcástica, como si sintiera que eso quería decir que terminaría por abandonarla del todo. A veces, para algunos seres, pasar meses separados, a miles de kilómetros de distancia, sin verse, sin escribirse, sin una llamada telefónica, no quiere decir “pasar página”, y ese había sido su caso en los últimos tiempos. Cuando Sismic quiso que ella se explicara, y que sometiera su desagrado a juicio, ella respondió que las chicas hay cosas que no dicen pero que para ellas son las más importantes, que a veces, saben que “algo” no pueden ser, que no hay ni una oportunidad de triunfo en sus anhelos, pero mantener las cosas como están, procurar que nadie cambie, les ofrece su mayor felicidad. Como él nunca había sido bueno escuchando a las mujeres y las mujeres lo habían tomado siempre por un simple al que tratar con monosílabos, tampoco se había esforzado y había preferido centrar su atención en otras facetas de la existencia, entre las que se encontraba su afición por las películas extranjeras subtituladas, los libros de poesía y los paseos por el parque. Nunca habría pensado de Jennie que lo tomara tan poco en serio como las chicas antes mencionadas, pero sin duda ella había sido una excepción, y después de todo, en aquel amor sin tocarse que sentían, en aquella devoción intelectual que les permitía devorarse sin ponerse un diente encima, se habían considerado siempre inseparables, y ella mucho más necesitada de sus atenciones, que todo lo que él pudiera imaginar. Al día siguiente se volvieron a ver. Él pasó la resaca lo mejor que pudo, ya no se acordaba como era, y se tomó dos aspirinas pero eso nunca le ayudó. Recordó lo que había sucedido la tarde anterior y se dijo que con Jennie era imposible caer en la melancolía, al menos ella si lo hacía buscaba los momentos de soledad, porque no la recordaba como una chica triste o lánguida, en ningún caso. No le costaba adaptarse a su intensidad, sin embargo, sabía que no le era posible seguir el ritmo que ella imprimía si se encadenaban varios días seguidos. Se reprochó haberla animado a verse ese día, pero habían pasado muchos meses sin verla y quería tener un poco más de toda aquella energía que expelía y que levantaba el ánimo a todos los que la rodeaban. Tenía la impresión de que se aceptaban con tanta naturalidad que habrían encajado finalmente si hubieran seguido con su relación íntima, pero en algún momento, debemos decirlo, le dio miedo. No podía, no debía seguir alimentando aquel deseo, a pesar de toda la atracción que indudablemente ejercía sobre él. Resulta interesante constatar que Sismic no sospechó que los pasos dados por los padres de Jennie, en realidad, eran el resultado de la preocupación y los desvelos por su hija. Él, que solía jactarse de su agudeza a la hora de relacionar aspectos de la vida que a otros... les quedaban colgando, por así decirlo, esta vez no había podido imaginar que fuera una pieza tan importante en el laberinto de Jennie. Su ego podía haber funcionado lo mismo, si hubiera aceptado que tenían una alta opinión de él y que lo consideraban hasta sanador. Sin embargo, Sismic debió pensar que su encanto personal era suficiente para tanta amabilidad, así de equivocado había estado. En su forma de pensar, todo lo que estaba sucediendo era asumible, nada que ya no hubiera hecho en el pasado, y nada que no estuviera dispuesto a hacer con agrado. No le habían pedido nada, sólo habían permanecido en contacto con aquel chico que los padres habían considerado una buena influencia. Aquella tarde, Jennie se empeñó en hablar de lo que le gustaba, de como había disfrutado en el extranjero y de las amistadas que había hecho allí, y que no le permitieron avanzar en su poco profundo interés de dejar de meterse al cuerpo sustancias químicas. Sismic hubiese deseado salir corriendo, no le gustaba si se iba a poner en plan, musa de los estupefacientes. Ella no solía hacer eso, no la recordaba hablando abiertamente de sus adiciones, y mucho menos, presumiendo de ellas, 59
que al fin le causaban tantos problemas. Estaba tan desconcertado que apenas podía mirarla sin mostrar su contrariedad. Se quedó en silencio, aguantando su enfado y mirando al infinito, mientras ella se despachaba a gusto con sus historia de amigos, drogas y borracheras, en un país extranjero que le proporcionó de todo menos equilibrio, y en el que se las había arreglado para ocultar sus fiestas a la atención de los médicos que la trataban. No podía haber previsto un discurso semejante, y era incapaz de establecer la intención del mismo. Ella, entonces le confesó que había hecho algunas cosas allí sin tomar precauciones, y él no supo si se refería a agujas o penes, en cualquier caso, “las dos opciones solían tener un premio más que dudoso”, pensó cínicamente. Comprendió que con aquella confesión, una vez más, Jennie intentaba comprometerlo, obligarlo a entrar de lleno en su vida, atarlo, o en su caso, y sólo si él tomaba esa decisión, abrirle la puerta y permitirle que huyera cobardemente ante los problemas, algo de lo que él, en aquel momento, estaba muy cerca de hacer. Se apresuró aquella tarde a instalarse en un banco del parque y ella le siguió, que por sentirse ausente de toda normalidad y conciencia, no podía pensar en nada más que sus confesiones. Por hallarse tan concentrada apenas se percató de aquella afición al aire libre, cuando ella hubiese preferido pasar la tarde en la habitación de Sismic o en un bar. Así se iba enterando el antiguo novio, de todos los detalles de aquel año temerario, de los nombres de los amigos y amigas de Jennie, de sus vicios, de sus aventuras, gustos y anécdotas sin sentido. Ni siquiera se había arreglado especialmente para aquella ocasión que parecía llevar tan pensada, ¿acaso buscaba contrariarlo y que no deseara volver a verla? Orgullosamente había acudido a su cita con la desgana del que se vistió a correr y salió de casa sin lavarse la cara, por eso, mientras seguía hablando se frotaba los ojos como si le picaran furiosamente o estuvieran a punto de pegarse sus párpados. Le pidió colirio, ¿qué clase de persona cree que todo el mundo suele llevar colirio en el bolsillo? Todos aquellos nombres extranjeros y sus imágenes asociadas, daban vuelta en la cabeza de Sismic y lo ocupaban nerviosamente mientras volvía a su habitación aquella noche. Intentaba parecer fuerte, después de todo, ella ya no debía significar nada tan personal que pudiera evitar toda emoción, pero no era así. Entre las costumbres que había adoptado en su nueva vida en la gran ciudad, estaba la de encerrarse por días en su cuarto; esto había empezado a suceder al sentirse vencido por no encontrar trabajo. De pronto se sentaba en un gran sillón que tenía, o se echaba sobre la cama, y leía novelas baratas como si nada más importara en el mundo. Fue por eso por lo que se sintió tan a gusto cuando al día siguiente no se levantó en toda la mañana, ni se vistió en todo el día. La portera era la dueña de algunas de aquellas habitaciones que alquilaba, y fue dos días más tarde cuando oyó su voz, posiblemente en el rellano de la escalera, o en el otro extremo de habitaciones, el pasillo que se abría al lado contrario. Se acercaba a su puerta acompañada de alguien con quien no dejaba de hablar. Los vio a través de la mirilla sin alcanzar a reconocer al hombre detrás de ella. La señora Ressi afirmaba que no lo había visto en unos días, pero que era posible que estuviera la habitación. La calefacción bajaba de intensidad a esa hora de la mañana, porque la apagaban y se iba descomponiendo y diluyendo el calor de la noche entre las paredes de todos los inquilinos, lo que fue una suerte porque pudo abrir la puerta ya vestido y con unas cuantas capas de ropa encima. Parecía un esquimal, con sus botas de piel y sus hombros sin apenas movimiento, pero al menos no se había puesto el gorro que le tapaba las orejas, pero a veces lo hacía y hubiese sido un poco chocante, si no se trataba de vendedores, abrir con él puesto. La atmósfera no era agradable, no había bajado la basura al contenedor y sabía que aunque él ya no lo notaba, el olor era muy fuerte al entrar de la calle. Es posible que algunas personas a las que conocemos levemente, tal y como le pasaba con el padre de Jennie, nos hagan sentir cohibidos, nos inspiren algún tipo de desconocido temor, o quizá mejor debería llamarle prudencia, incluso cuando no están presentes y se trata sólo de una reflexión en la que se cruzan por motivos de los que se podría perfectamente prescindir. Esa prudencia de la que hablo, lo llevó a permitirle pasar, mientras que sabía que a muchos que aparecieran sin una 60
invitación previa les diría que lo esperaran en el bar de al lado, que sólo se encontraba a dos portales del suyo. Despidió a la señora Ressi con un , “seguro que tendrá mucho que hacer”, que sonó como una amenaza, porque había actuado como una fisgona, y no había perdido detalle de sus reacciones mientras recibía e intercambiaba las primeras palabras con Airtorm. Desde luego. Hubiese sido más fácil haberlo hecho esperar en la portería y llamarlo por el telefonillo que tenía encima de su mesa, pero entonces no se habría enterado de gran cosa. “Ahí lo tiene, sin duda es él”, repuso la señora haciendo un gesto de superioridad con la barbilla y alejándose con decisión. Airtorm parecía lleno de paciencia, a un gesto de Sismic dio un paso al frente y cerró la puerta tras de sí, sin ni siquiera sacar una de sus manos del bolsillo de su abrigo. Seguidamente carraspeó y y se frotó la barbilla, miró a a su alrededor, observó una silla al pie de una mesa, pero siguió en pie hasta que el muchacho le indicó que se sentara. Sismic, mientras esto sucedía lo miraba de reojo e intentaba darle forma a la cama, que, por el día, también servía de sillón. Preguntó si quería café y Airtorm contestó que no, aún así puso la cafetera al fuego en una pequeña cocina eléctrica al lado de la ventana. Después se sentó en la cama, y por primera vez se miraron el uno al otro sin que nada pudiera distraerlos de semejante impresión. Era como si Sismic estuviera ansioso por saber lo que había llevado a aquel hombre hasta allí, pero también como si Airtorm se estuviera preguntando lo mismo. En ocasiones parecidas era capaz de simular una rudeza que no poseía por naturaleza, pero además, estaba seguro que Airtorm podía ser aún mucho más rudo que él mismo. Se miraban esperando que uno de los dos hiciera alguna pregunta, pero sin prisa, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Airtorm sabía que Sismic se había tomado muy en serio lo de buscar trabajo, y eso tenía que ver con el motivo de su visita. Le había seguido los pasos desde que fuera novio de su hija en el colegio de las afueras al que la mandaba, y si había algo que tenía claro acerca de él, era que su transformación siempre había obedecido a nobles propósitos, y, si bien no había avanzado mucho, le satisfacía verlo luchar sin desfallecer. Airtorm le ofreció un paquete que tenía sobre las rodillas, indicando que se lo mandaba Sofita, pero que no lo abriera inmediatamente, que sólo se trataba de embutidos y queso. Se daba cuenta de que debía tener un aspecto deplorable, y que lo veían débil y mal alimentado, pero el se sentía con las fuerzas necesarias. Permaneció mirando el paquete recibido entre sus manos hasta que se decidió a ponerlo sobre la cama, a su lado. Entonces Airtorm se decidió a hablar del motivo de su visita y él le presto una atención académica. Por lo que parecía, en la fábrica de calzado había quedado un puesto como operario de máquinas, nada difícil o que necesitara una formación específica, y le gustaría que él accediera a ese puesto. Debía incorporarse inmediatamente, es decir, al día siguiente lo más tardar, y los honorarios serían los habituales sin tener en cuanta la antigüedad, lo que supondría que algunos compañeros cobraran un poco más que él. No había mala intención en Airtorm, de eso estaba seguro, pero tal vez no contara si tenía otros planes para él, en espera de un momento mejor. Se había puesto un poco nervioso pero aceptó el trabajo mientras se ponía una taza de café. Se sentó de nuevo en la cama, esta vez encogiendo los pies, en una postura inconscientemente ridícula y poco operativa si deseara levantarse con algún tipo de prisa. En realidad, Airtorm llevaba en la cabeza las mismas preocupaciones de siempre por su hija, y le hubiese gustado decir que ella ya no viajaría más, y que si él se comprometía a llamarla y estar con ella, aunque fuese como buenos amigos eso le complacería mucho. Sin embargo, le pareció demasiado, y le sonaba como que condicionaba el trabajo a su amistad, así que no dijo nada de esto, pero quizás lo dio por sentado. De todo ella, además, se hubiese desprendido una intención de controlarlo y acabar con cualquier cosa que lo pudiera distraer de su cometido, incluidas nuevas amistades. No podía plantear las cosas de ese modo, lo tenía claro, pero si a sus oídos llegaba que se torcía en sus diversiones, que se convertía en un tipo de persona que no era o que se aficionaba al mismo tipo de sustancias que su hija, tendría que despedirlo fulminantemente. Por lo pronto, sabía que era la única persona de la que podía echar mano en situación tan difícil, y no podía ponerse muy estricto, así que dio por bueno el trato con el chico y deseando que todo saliera como esperaba, se despidió. Para los padres de Jennie, nada era 61
fácil, sufrían, se exasperaban, intentaban ayudarla, pero sin éxito, y además tenían cada uno de ellos, una vida que atender, la suya propia. Sismic hubiera preguntado por Sofita pero se sintió intimidado. Ella dedicaba su vida al cuidado de la casa y salir de compras, lo que no podemos decir que para una burguesa fuese exactamente ocio, porque procuraba estar ocupada y eludía los cines, los teatros y otras distracciones parecidas. Desafortunadamente, Airtorm no parecía muy conforme con su situación familiar, y habían hablado de divorcio en más de una ocasión, pero sin tomarlo demasiado en serio. Aquella vez nadie hubiese entendido que el matrimonio hubiese acudido en estrecha armonía al domicilio del chico, al fin y al cabo era una oferta profesional en la fábrica de calzado, o eso parecía. Sin embargo, cuando abrió el paquete encontró una nota que le pedía acudir un día concreto a una hora precisa a su apartamento, y a Sismic le hubiese gustado complacerla pero ese día ya estaría trabajando. Como no era más que un aprendiz y la producción había tenido un parón debido a una horrible tormenta de nieve que tenía dos camiones de calzado parados en mitad de la autopista, llegado el momento, alguien le dijo que tenía el día libre y no entendía nada. No le gustaba mucho la idea de que las cosas sucedieran así, como si el universo se entretuviera en complicarle la vida, pero ya no podría buscar excusas y con el tiempo justo, aceptó que tenía un compromiso con la mujer de su jefe y para allí se fue. Pero, cuando ya estaba a punto de entrar en el portal, se tomó un minuto para pensar y decidió que nada podía ocurrir de una forma tan sórdida, que se trataba de su vida y sus propias decisiones, así que dio media vuelta y se fue a comer a una cafetería cerca que no estaba muy lejos de allí. A diferencia de otros jóvenes con parecidas preocupaciones, cuando la vida lo sometía a presión, se mostraba decidido y eso se trasladaba a su forma de andar, como si esa iniciativa bien ponderada pudiera ayudarlo contra todos los males que lo acechaban. Apenas realiza el trayecto a casa en unos minutos, sin parar a tomar aire. Cruza la portería sin permitir que la señora Ressi se percate de su presencia hasta que ya está demasiado lejos de su influencia, subiendo las escaleras y finalmente, entrando en su habitación con baño. Es necesario reseñar que lo llevaba esperando todo el día porque quería hablarle de algunos pagos atrasados, y que ahora que ella sabe que ha empezado a trabajar no le permitirá seguir alargando. Eso la hizo subir a su habitación y llamar a la puerta. Todo quedó aclarado, menos cómo supo la señora Ressi lo de su trabajo, o se trataba sólo de una suposición. En su nuevo trabajo, Sismic tenía un compañero con el que enseguida hizo “buenas migas”. Es interesante darse cuenta de que los trabajos puramente físicos, o de manipulación mecánica, si no son de precisión, permiten hablar, pensar en otras cosas, o dejar volar la imaginación a lugares que la máquina que tienes entre manos nunca soñaría. De ningún modo se atrevería a desafiar la autoridad de Airtorm, pero en momentos de descuido, o cuando salía por motivos personales, procuraba hacer preguntas a Oskar que lo iba poniendo al día de las ultimas novedades. Trabajar en la fábrica de calzado del señor Airtorm le hizo pensar más en él. Su aspecto exterior era el que se podía esperar de un ejecutivo, chaqueta americana, pantalones con bolsillos a lados y camisa por dentro, bien cerrado con un cinturón de piel; en invierno solía poner un abrigo sobre la americana que le legaba hasta las rodillas. Todo en él sonaba a uniformidad, y rara vez aportaba novedades a su atuendo. Los zapatos, como es de esperar eran de la gama más alta de los que él mismo fabricaba, y casi siempre de color negro. A primera vista, no producía una gran impresión, de hecho, creo que podríamos decir que era un hombre bastante vulgar. Pero cuando se le empezaba a conocer uno reparaba en sus ojos y en su mirada, y había algo de tensión y concentración en ella que incomodaba. Una vez en la empresa, Sismic encontró que era mucho más inaccesible de lo que había creído, y lo agradeció porque no deseaba hablar con él a cada momento, de hecho, como en el futuro descubriría, podían pasar semanas sin que cruzaran una palabra. Me refiero, por supuesto a la vida laboral, otra cosa, como veremos es lo que sucedía cuando el tiempo libre les permitía tener una vida. De esos primeros días en su nuevo trabajo, recordaría toda la vida lo torpe que se encontró y la pobre opinión que tenía de sí mismo por no ser capaz de hacer las cosas al nivel de sus compañeros. Su cara adquirió por aquel tiempo una expresión de despiste que le duró aún muchos 62
meses, y ni siquiera la voluntad explicita de acabar con ello y parecer más desenvuelto, fue capaz de retraer aquellos gestos de no entender, a veces impotencia, dudas y vacilaciones. Poco antes de navidad recibió una llamada de Jennie, estaba muy alarmada, la primera crisis grave del matrimonio se había desencadenado y el señor Airtom se había ido a vivir a un hotel. Necesitaba quedar con él para desahogarse, y en cuanto tuvo ocasión se refirió a lo acontecido como: una terrible incomodidad para todos. Pero, sobre todo, era ese tipo de cosas, según dijo, que la hacían sentir insegura y que le hundían en sus fracasos. Recordó algunos pasajes de su infancia, e intentó convencer a Sismic de que sus padres no siempre habían sido así, pero eso no hacía falta. Todavía podía recordar y hacerle sentir que había habido un tiempo en que los dos habían luchado por darle forma a la familia y que ella había sido muy afortunada de ver a sus padres tan unidos. No sabía exactamente como se había ido esfumando toda aquella cómplice felicidad, todo el esfuerzo que le parecía tan grandioso contra su debilidad infantil. En su infancia, Jennie había admirado mucho a su padre, y en absoluto estaba dispuesta a creer que eran culpa de su madre las crisis de la pareja. “Esas cosas pasan”, le dijo. “Tal vez no se merezcan haber tenido una hija tan fuera de sus esquemas”, añadía. La decisión de la separación había sido del señor Airtorm. A Sofita no le había dado igual pero se había mantenido en silencio, sin hacer nada por evitarlo, sin pedirle siquiera que se lo pensara unos días. Ninguno de los dos parecía desmerecerse, en realidad, estaban hechos el uno para el otro, no había motivo para tanta alarma. Naturalmente, Airtorm no podía acusar de nada especialmente grave a su mujer, sobre todo, si tenemos en cuenta que el mismo organizada fiestas a las que ella no estaba invitada, y de las que volvía de madrugada, sin dar ningún tipo de explicación. Por la forma de hablar de Jennie, parecía entender que reprobaba la actitud de su padre, y lo culpaba de todos los males de la familia, si bien hasta aquel momento, mientras la unidad familiar había continuado a pesar de todo, no había podido hablar con tanta franqueza de ello absolutamente con nadie. Ella estaba viviendo en la casa de los padres, o dela madre si se quiere, a partir de este momento. De todas formas no debemos adelantar acontecimientos porque Airtorm volvió a cada en apenas una semana. Pero ese tiempo fue duro para las dos, y la casa se volvió un lugar demasiado hostil. No quería acentuar la crisis con sus quejar, pero no estaba cómodo. De tal manera, que no dijo nada, pero ya estaba buscando un lugar al que poder mudarse, si no fuera porque el retorno del padre no se hizo esperar. Resultó curioso que en todo aquel episodio, Jennie se manifestó en favor de su madre, pero cuando se vio viviendo con ella, las dos solas, inmediatamente valoró la oportunidad de ir a vivir a otra parte. Sismic pensaba que muy posiblemente no había valorado la diferencia de clase entre él y Jennie. Nunca lo había hecho, porque como compañeros de estudios se habían entendido desde el principio sin valorar nada que ocurriese fuera de tal condición. No es que fuera un muchacho irrespetuoso, o desafiante por naturaleza, pero empezaba a cansarle todo lo que acontecía desde el punto de vista burgués. Y no es que no conociera otras personas de buena posición, en su pueblo también había ricos, pero los veía pasar de lejos, y no daban la impresión de estar metidos en problemas que parecía caprichos. Por otra parte estaba aquello de intentar valorar las reacciones de gente de edad tan avanzada y que llevaban la vida tan vivida, ¿qué sabía él de los motivos de aquella gente para actuar como lo hacían? Aún en el peor de los casos debía ser prudente con sus juicios, entre otras cosas, porque a él mismo no le gustaba la gente que hacía juicios con ligereza. El pretexto de la separación de los padres fue suficiente para que Jennie alquilara un bonito piso y le propusiera a Sismic que se fuera a vivir con ella; por supuesto, él pagaría una parte del alquiler. La situación no iba a ser tan sorprendente porque ellos ya habían vivido juntos en el pasado por cortos espacios de tiempo. Sismic ni se lo pensó, por una parte era la forma de llevar una vida más ordenada en un ambiente más elevado, el que posiblemente él creía que merecía. Pero también estaba la posibilidad de perder de vista a la señora Ressi, sus exigencias y su curiosidad insana. No se trataba de ninguna imprudencia, y era consciente de que podría haber sorpresas en el futuro, tratándose de Jennie, todo podía ser, pero sólo se trataba de vivir allí, no de casarse con ella. 63
Tampoco debía quitarle tanta importancia que lo convirtiera en un hecho insignificante: no, no se trataba de eso. Sismic estaba pasando el momento más decisivo de los últimos años, y posiblemente de su vida hasta llegar allí, y lo hacía sin demasiados referentes ni aprendizaje alguno. Podía entrever cosas que no se manifestaban abiertamente, eso formaba parte de lo que estaba viviendo, aunque se tratara de los secretos de otras personas también le afectaba. Algún día podría mirar atrás e intentar calcular si actuó con sobriedad y supo interpretar todo lo que le afectaba para no verse enredado en situaciones que nadie deseaba. Pero, hasta aquel momento no se veía complicado en nada que pudiera coartar su libertad de cambiar de amigos, de ciudad, de hábitos, de trabajo, de todo, si consideraba que se estaba enredando en algo que no deseaba. La libertad era importante, y mientras la conservara podría equivocarse y ser capaz de recomponer cualquier error, por eso se permitía actuar sin demasiadas desconfianzas; por eso y porque la gente desconfiada nunca le había gustado y no quería formar parte de semejante legión.
3 Coincidentes Distancias Estaba bastante claro que Oskar no era ninguna lumbrera, la mayoría de las veces la conversación con él giraba en torno a anécdotas muy divertidas acerca de uno o de otro, pero que no conducían a parte alguna. Por lo demás no parecía mal chico, metido en su divertido mundo de evasiones. Los lunes solía llegar al trabajo contando historias increíbles del fin de semana, y tanto era así, que costaba creer que pudieran pasar tan extrañas y arriesgadas aventuras en un espacio de tiempo tan corto. Todo lo que contaba confirmaba que estaba predispuesto a que le pasaran todo tipo de cosas, que no era especialmente precavido acerca de los peligros que le acechaban, o al menos, que estaba dispuesto a aceptar las consecuencias si el riesgo valía la pena. Había hecho todo lo posible por entrar en la lista del sindicato a las elecciones de empresa, pero fue rechazado porque no se lo tomaba en serio. Se inventaba un pasado de compromiso que no había existido, o en todo caso estaba muy exagerado. Tal vez era cierto que en su interior sentía el desafío obrero, pero si era así, quedó relegado a un segundo plano cuando Airtorm lo nombró empleado del mes y puso su foto en el tablón de anuncios felicitándole. Una tarde, después de terminar uno de los turnos más largos, Sismic y él fueron a tomar unas cervezas, procuraban no hablar de la empresa, pero por algún motivo, la conversación siempre volvía a ella. Como de costumbre, Oskar hacía gracias de los últimos acontecimientos y discusiones que allí se produjeran, y a pesar de estar firmemente decidido a no reírse de los compañeros, no conseguía permanecer mucho rato en esos términos. Era capaz de convertir cualquier tema importante en una vaguedad, y al mismo tiempo, intentar convertir sus opiniones en lo más importante jamás revelado por profeta alguno a los pobres mortales. Sismic lo miraba incrédulo, y lo escuchaba con paciente sonrisa, porque según pensaba como distracción era el compañero perfecto. Oskar se distrajo hablando con algunos amigos mientras decidían si se iban para casa o seguían calle abajo hasta el siguiente bar. Cuando terminó la conversación iba a pedir algo más de beber, pero en lugar de eso se acercó a Sismic que había sacado su cartera para pagar las consumiciones y se había entretenido en ver una vieja foto en la que aparecía al lado de Jennie en unas vacaciones en la playa. Por algún extravagante motivo la había conservado allí después de que su noviazgo 64
terminara, y mientras la sostenía Oskar se acercó y curioseó por encima de su hombro mientras decía, “la conozco”. Al principio de su cambio de domicilio mantuvo la discreción, de hecho, no conocía a tanta gente que necesitara una actitud especial para eso. No podía negar que estaba muy a gusto con el cambio, y que esa era la mejor razón para intentar que todo fuese como se esperaba, es decir “como la seda”. Durante el tiempo que duró la mudanza, la señora Ressi no dejó de molestarlo y echarle cosas en cara de las que nunca antes le había hablado, lo que resultaba muy sorprendente. Cosas como que había subido a chicas a la habitación cuando él sabía muy bien que eso no estaba permitido, o que había cambiado muebles o cuadros sin su permiso; todo aquello lo indignaba, pero también revelaba que lo que ella no contaba con su marcha y que lo que realemnte la molestaba era que posiblemente nadie pagaría lo que él estaba pagando por la habitación. A Jennie le resultaba conveniente su nuevo piso porque quedaba cerca de la casa de sus padres, y ella se desplazaba andando o en taxi, y no necesitaba el taxi desde allí, salvo que excepcionalmente su madre se encontrara enferma o su padre la llamara por teléfono por cualquier otra urgencia. Después de la primera semana los dos parecían encantados y acostumbrados a su nueva situación, con habitaciones separadas y compartiendo la sala de la tele, el baño y la cocina: todo muy europeo y civilizado. “¿La conoces?, pues vivimos juntos”, respondió Sismic. Mientras hablaba con Oskar, pensaba en Jennie y su oscuro secreto de colirios, pastillas para dormir, marihuana y, en el pasado, cosas bastante más fuertes. A veces cantaba una vieja canción que repetía murmurando sin que se entendiera la letra, pero lo que repetía era simple aunque ocurrente, “tu secreto vive en mi como un pasajero”. Una rara vez, caminando los dos de vuelta de una fiesta, eso había sido en los años de colegio, Jennie había visto unos gatos jugar en la puerta de una vieja casa abandonada, era de noche y no pasaba nadie por allí. Hubo una interrupción en su paseo porque quiso acercarse y tomar uno de aquellos gatos entre sus manos. Una fiel comprensión lo animaba a no hacerle advertencias cuando ella hacía cosas parecidas, a pesar de que aquellos gatos estaban tan sucios que parecían enfermos. Pero se quedó mirando en la distancia sin decir nada. Después, en casa, Sismic había pensado en ello como si le hubiese quitado una fotografía y la imagen hubiese quedado congelada en su retina. Y, todavía más tarde, cuando se dejaron de ver y ella se fue al extranjero, aquella imagen volvía recurrente con toda su dulzura. Lo mismo sucedía viendo aquella vieja foto de los dos juntos, evocaba momentos que ya no volverían. No podía culparla de nada, ni siquiera de que él tuviera que tomar aquella dolorosa decisión, ni de que ahora estuvieran de nuevo viviendo juntos; sólo que, después de cierto tiempo, necesitamos poner la mente en orden, y como a él le estaba pasando, nos dedicamos a ejercicios de melancolía que no ayudan en nada. Reconocía que lo había pasado mal mientras duró la separación y durante el tiempo que Jennie desapareció de su vida, a pesar de no sentir ya atracción física por ella. Se tenía por un hombre fuerte de carácter en muchos aspectos pero no en ese, y sentirla tan lejos cuando había llegado a compartir cosas tan íntimas era como perder una hermana, de hecho se trataba de la persona más cercana en la ciudad y con la única que podía compartir ciertas cosas. ¿Cómo era que Oskar la conocía? Comoquiera que fuese, Oskar no era el tipo de persona de persona que le iba a guardar un secreto, supongo que nadie habría pensado lo contrario. Su forma de comportarse no guardaba ni el más mínimo asomo de presunción o altivez, no sería lógico para una persona que asume que su futuro depende de conservar su trabajo en la fábrica de calzado. Para entender lo que pasaba con Oskar debemos atender a su confesión, y la facilidad con la que respondió a la exigencia de Sismic. No hacía falta pensar de demasiado para entrelazar algunos puntos a partir del momento en que respondió que Airtorm le había pedido que le llevara algunas cosas a casa, y que había conocido a su mujer y a su hija. Por otra parte, no le había sorprendido ver aquella foto salir de la cartera de Sismic, porque, según afirmó, todos en la empresa sabían que había sido recomendado por el mismo jefe y lo suponían pariente o algo parecido. Fue entonces cuando Sismic entendió la actitud reticente de algunos de sus compañeros. Cuando las cosas suceden así, no se puede hacer nada por evitar la imaginación de la gente, sus desconfianzas, sus malas intenciones, o su precauciones, por 65
muy injustificado que este todo ello. En efecto, había sido objeto de alguna forma de sabotaje emocional, por controlado que le hubiese parecido. Y como a veces, en situaciones similares, se estima que es imposible hacer cambiar las cosas, y que dar explicaciones lo estropearía todo aún más, Sismic debía empezar a proponerse seguir adelante en su trabajo sin esperar la mínima ayuda o simpatía de nadie. No intento justificar los motivos que llevaron a Sismic a sentirse profundamente enfadado y decepcionado aquella noche. Como es lógico, el mundo no giraba en torno suyo, ni mucho menos, ni se había presentado así ante Oskar, quien iba a ser el más perjudicado por su reacción. Pero su carácter, el rasgo principal de su forma de ser era la paciencia, y lo fue, lo intentó, a pesar de haber bebido y de encontrarse fatigado, pero cuando finalmente su compañero de trabajo le confesó, que también había sido invitado a cenar con la familia Airtorm la noche de nochebuena, eso ya fue demasiado. En su imaginación surgió un estúpido complot para dejarlo a un lado, cuando eso hasta ese momento no le había importado lo más mínimo. Las manos le temblaban y estaba a punto de estallar, pero se controló una vez más. Comprendía que Oskar se sentía extraordinariamente honrado por todo lo que le estaba sucediendo, pero que había sido condescendiente al decirle cosas que podría haber mantenido en secreto, aunque, tal vez lo había hecho por presumir, o por vanagloriarse de una pretendida situación de superioridad. Y cuando más vueltas le estaba dando a todo, a su situación en su nuevo trabajo y como la frialdad con la que había sido tratado, la indiferencia del señor Airtorm, el mismo que había ido hasta su habitación a pedirle que trabajara en su empresa, y el silencio de Jennie con la que convivía y la que tampoco le había hablado de algunas cosas (sobre todo, que conocía a Oskar), en ese crucial momento en que su mente empezaba a sentirse embotada, fue cuando Oskar le soltó lo de la cena de nochebuena. Parecía satisfecho, sonreía estúpidamente y hablaba inconsciente del mundo de emociones que se estaba moviendo en el interior de su amigo. Habían llegado demasiado pronto a sus diferencias, si es que la amistad necesita de un tregua en sus principios para poder consolidar su rasgos amables y capaces de comprender. A veces nos pasa que necesitamos tiempo para meditar nuestra vergüenza, y algo de vergüenza estaba sintiendo Sismic ante tantas sorpresas. Entonces, posiblemente por primera vez desde que lo conocía -posiblemente menos de un mes- lo miró fijamente a los ojos y a la cara, escrutó su fisonomía, sus gestos y los más mínimos detalles relativos a sus dientes, las arrugas de sus ojos y el pelo que crecía libre sobre sus orejas, todo le importó de repente, hasta el punto de comprender que estaba siendo retado, tal vez involuntariamente, o tan sólo desde el inconsciente, pero el desafío se podía sentir en el aire. Y la única defensa que se le ocurrió fue la crítica, abusar de todos sus defectos hasta que tuvieran la relevancia insalvable de la mediocridad. Deseaba humillarlo, consciente de que se estaba comportando sin piedad, y de su boca salían calificativos innobles y que lo rebajaban a los ojos de cualquiera. Sismic se estaba degradando a sí mismo cada vez que insultaba a su amigo, aunque esos insultos llegaran desde la ironía o la fineza desapercibida del estudiante que había sido. Por un momento creyó que en realidad la culpa existía en Oskar, no sólo por presunción, sino por haberse dejado invitar a cenar por el dueño de la empresa. Repentinamente se calló, se dio la vuelta y Oskar, sin saber que decir se quedó mirando a su espalda. Era el momento de separarse. Al día siguiente, se miraron en el trabajo un par de veces pero no se hablaron. A mediodía, Sismic comió en un bar de fritangas que conocía y que le servía cuando quería algo rápido. Su plan era hacer las horas que le quedaban de tarde entre zapatos, intentando no pensar demasiado en sí mismo, pero siempre que hacía este tipo de planes no salían como esperaba. También planeó demorarse en el centro como un transeúnte más y no volver al apartamento hasta tarde. No era algo tan extraño, lo había hecho el día anterior, Jennie no entraba en lo de sus horarios, y era la mejor forma de encontrarla dormida al llegar, todo en silencio, y no tener que hablar si no le apetecía. Unos días después repitió la operación, pero esa vez hizo algunas compras porque acababan de darle la paga de Navidad y estaba deseando gastársela. Hasta una semana antes de la fecha tan señalada, consiguió darle esquinazo a Jennie, o hablar con ella de cosas sin demasiado sentido sin que se diera cuenta de su extraño proceder. Jennie, por su parte, también había tenido una fuerte 66
discusión con su madre, y se pasó una tarde llorando sin que él llegara a enterarse. Uno de aquellos días, sin poder aplazarlo más, Jennie le preguntó si iba a volver a casa de sus padres a cenar con ellos. Él respondió que no, a lo que ella añadió que lo había hablado con su madre y que se sentirían muy a gusto si los acompañaba. En principio respondió que no era lo que había pensado, pero al día siguiente en el trabajo Airtorm lo abordó con gesto severo, y ya no pudo negarse. Considerando toda la información de la que disponía, Sismic empezó a sospechar que estaba pasando algo por alto. Con toda la suficiente altivez que le proporcionaba saberse un ser inteligente y capaz de grandes interpretaciones de los momentos vividos, se permitía acaparar cualquier posible relación con sus intereses y darle la forma que más le conviniera a sus creencia, y eso lo llevaba a fallar muchas veces. No era posible entender la dedicación que aquella familia le ofrecía ahora a Oskar, pretendiendo al mismo tiempo que él mismo estuviera en medio todo aquello como una terrible molestia. En un impulso que escapara a toda reflexión le hubiese preguntado abiertamente a su compañera de piso, pero no lo hizo y siguió dándole vueltas a la idea de que aquella cena no le convenía en absoluto pero estaba obligado a asistir. Tal vez querían presentarlo como un “limpio” rival del pasado, y si era así, eso tampoco le gustaba. Después de todo, cualquier padre está en su derecho de desear lo mejor para sus hijos, y si apelaba a sus mejores sentimientos debería dejarse llevar y facilitar que consiguieran su propósito, que posiblemente sería un largo y formal noviazgo entre Oskar y Jennie. Tenía ante él una circunstancia que, por algún desconocido motivo, cambiaba velozmente, precisamente en un momento en el que no necesitaba que así fuera y después de pasar demasiado tiempo sin que nada nuevo, en absoluto, le aconteciera. Tal vez, aquella terrible demora en encontrar un trabajo, había sido una ruina. Había malgastado mucho energía en eso, pero aún le quedaban fuerzas para rebelarse si era necesario. Todo le parecía perverso y conjurado en su contra, cuando se ponía en el peor de los casos, y justo un momento antes de recuperar el equilibrio y convencerse de que no era así. Se encontraba al borde de un nuevo giro en sus relaciones, lo presentía, lo creía venir inexorablemente, y aguardaba a pesar de que su paciencia no iba a hacer que sucediera con más lentitud de la que otros deseaban y establecían. La noche de antes de Navidad, salió para el apartamento de los Airtorm perfectamente arreglado. Jennie había pasado todo el día en casa de su madre ayudando a preparar tan señalado acontecimiento. Fue andando, y en poco tiempo dejó atrás un par de calles de casas bajas y llegó a los edificios más altos de la ciudad y la avenida financiera. Pensaba en Oskar, al que ya no deseaba acusarlo de nada, mucho menos de traición. Oskar creía en sus posibilidades, era lo único malo que había hecho en todo aquel entramando de situaciones y emociones enredadas como en una tela de araña. No se dio prisa, no deseaba llegar demasiado pronto ni estaba impaciente por volver a ver a Sofita y Airtorm, juntos e interpretando aquel estúpido papel de la familia perfecta. Era una noche fría, el termómetro tenía que haber caído a niveles que se acercaban a los cero grados, lo que para la latitud en la que estaban era mucho. No hacía mucho, menos de una semana, Jennie se presentó un día en la fabrica, la jornada estaba a punto de terminar pero no se acercó a hablar con él, pero sí lo había hecho con Oskar. Después en la calle los vio salir a los dos juntos con paso decidido, como quien tiene planes y se dirige sin demoras hacia ellos. Todo empezaba a ser normal, y no podía acusar a su amiga de no querer hablar de eso cuando coincidían en el piso que compartían. Por lo demás todo era normal, y pasaban tardes cenando o viendo alguna cosa en la tele hablando de todo lo imaginable, como siempre, pero sin mencionar a Oskar: eso era así de abstracto. En una de aquellas ocasiones, sin que viniera al caso y apenas como un síntoma de culpabilidad, o como una excusa por tener una familia como la que tenía, Jennie le habló de su padre. Le dijo que la fábrica de calzado era su gran pasión y que todo lo que tenían se lo debían a su esfuerzo por mantenerla en el orden de los tiempos cambiantes. Añadió que no podía ni imaginar como se había entregado, y que eso le había llevado a desatender otros aspectos de su vida igual de importantes. Le contó sobre algunas crisis familiares por culpa de algunas mujeres que se habían cruzado en su camino, pero que todos sabían que no habían significado nada frente a la fuerza familiar y lo que representaba 67
para él -Sismic esbozó una sonrisa cínica-. Le pidió confianza, porque era su amigo y deseaba que siguiera siéndolo. Él había tenido muchas “distracciones” pero sería capaz de cualquier cosa por su mujer y su hija. Sismic escuchaba todo aquello preguntándose, qué tenía que ver con él. Recordaba aquella declaración mientras caminaba, recordando que en aquel momento le había prometido a Jennie que acudiría a la cena, pero ya entonces empezaba a dudar de que en medio de aquel maremagnum de emociones y complicadas estrategias, su estabilidad y equilibrio se encontrara a salvo, así que empezó a plantearse en dejar aquel trabajo en cuanto pasaran las fiestas. Volver a la habitación de la señora Ressi iba a suponer tener que comerse su orgullo y pedirle disculpas, pero lo haría si era necesario. Sismic llegó al portal de los Airtorm con meridiana puntualidad, pero ya todos estaban haciendo tiempo arriba, incluida una prima de Jennie que había llegado del pueblo para la ocasión. No era posible demorarse mucho tiempo sentado en la escalera, pero no le apetecía demasiado subir, y entonces sucedió lo inesperado. Sismic miró las dos botellas de vino que llevaba para acompañar el cordero -que en ese momento estaba a punto de salir del horno, y seguía su curso de lenta preparación estrictamente vigilado por Sofita- y sin esperar un minuto más decidió abrirlas y bebérselas allí mismo. Se trataba de se vino italiano con un nombre parecido a Zitarosa, y que no lleva tapón de corcho, así que no le hizo falta más que una navaja y un minuto para empezar su degustación. Una hora más tarde ya se encontraba bastante más animado y subió las escaleras, no sin cierta dificultad. Una asistenta le abrió la puerta y ya todos estaban terminando de cenar porque el cordero no espera a nadie y hay que tomarlo recién salido del horno. La asistenta se compadeció de él y lo sujetaba para que no se cayera, mientras Sofita se levantaba para llevarlo a un sillón y dejarlo reposar su estado, del que se hicieron algunas bromas pero no se le dio mayor importancia. Siguieron cenando sin percatarse de que en la mesa delante del sillón en el que se encontraba Sismic había licores, y de allí cogió una botella de whisky y siguió bebiendo sin que nadie lo viera, menos Oskar que estaba enfrente pero no dijo nada. En algún momento, Sismic los tomó por desconocidos y estuvo a punto de levantarse para dar un discurso, pero cayó de nuevo en el sillón y todo continuó como si nada. Todos hablaban comedidamente de asuntos sin importancia, y sin duda se trataba de una conversación civilizada, pero si al día siguiente, ni siquiera un minuto después, le preguntaran a Sismic sobre algo de lo que allí se hubiese hablado no sabría decir; tal era su estado. Al final se quedó dormido, y Jennie se sentó un rato a su lado poniéndole paños húmedos en la frente. Esa fue la cena de nochebuena que paso con Jennie y sus padres, y la misma en la que Oskar le pidió a Jennie que se vieran más a menudo para empezar a salir “formalmente”, tal y como todos esperaban, y Jennie le dijo que sí. Repentinamente, no de aquellos días, mientras cortaba piel de camello con una máquina del trabajo, Sismic supo que aquella relación no iba a durar, que detrás de Oskar vendrían otros, pero que Jennie no se iba a atar a ninguno. Sabía que todos en aquella familia serían amables y considerados con cada nuevo candidato, pero que todas las atenciones que les pudieran dedicar serían en vano. En realidad, toda aquella actividad les era necesaria para vivir como el aire que respiraban. Daba trabajo hacer fiestas, preparar encuentros y hablarles sin parar a aquellos chicos de los estudios y de los novios más relevantes que tuviera su hija, pero eso formaba parte del juego y lo daban por bien empleado. Las peleas entre los Airtorm continuaron pero siempre llegaba algún modo de reconciliación y casi siempre, precedida de alguna nueva invitación a un posible candidato para emparejar a su hija. De cualquier manera, Jennie seguía drogándose, divirtiéndose, saliendo por la noche hasta el amanecer y, en ocasiones, durmiendo en casa de auténticos desconocidos. Sismic siguió compartiendo apartamento con Jennie, y eso le confería a los ojos del mundo y la empresa de su padre, en la que trabajaba, el estatus de mejor amigo, y sin duda lo era. Seguía escuchándola, interpretando lo imposible, asombrándose de historias que nunca sabría si eran del todo ciertas y desafiando todas las leyes de la lógica cuando sentados en un sillón le acariciaba el pelo mientras la escuchaba. Había un agrio enfrentamiento en su interior, pero también un entregarse a momentos dulces que sólo le podían perjudicar. A cualquier hombre, semejante situación le hubiese causado un desesperante tormento, pero incomprensiblemente no a 68
él. Oskar parecía perfilarse como el nuevo jefe de área, pero eso a Sismic no le preocupaba, había vuelto a hablar con él con cierta cordialidad y todo había vuelto a la normalidad en la fábrica, es decir, continuaban las desconfianzas, los grupos, los que querían quedar bien a costa de lo que fuera y los que estarían dispuestos a cualquier cosa violenta por llevar la razón en las discusiones más estúpidas. En aquella ciudad, desde el momento de su llegada para buscar un trabajo, apenas había observado variación alguna. Las calles eran una sobreimpresión de sí mismas con cada época del año, como un cristal que se dibujara de nieve, de hojas caídas o de veraneantes. Era un bloque de cemento adornado como un árbol de navidad, humeante, cubierto de niebla o chorreando en los días lluviosos, pero siempre en pie, como cualquier desafío dispuesto a permanecer cuando nuestros ojos hayan desaparecido de la concavidad en la que reposaron, esa vaciedad incapaz de seguir asombrándose porque la ciudad camaleón se abrió durante tantos años a ellas. Y a todo aquello se iba acostumbrado como un mal menor y necesario, dispuesto a no rendirse. Tenía ante él una tarea difícil, por una parte estaba lo de su realización personal (al fin y al cabo eso lo había llevado hasta allí), del otro mantener el secreto de Jennie. Sabía que había algo en su sangre que le impedía tener hijos, pero hubiese considerado por su parte muy mezquino y de muy mala educación, haber preguntado para saciar su curiosidad. Conocía lo que ella le había deja ver, o hasta donde había permitido traslucir su drama y eso era suficiente para interpretar tantas cosas extrañas que pasaban a su alrededor. Las crisis de ansiedad solía pasarlas en casa de su madre, y si derivaban en una depresión podían pasar semanas sin volver por el apartamento que compartían. En ocasiones un fuego sublime la hacía perder cualquier contacto con la vida terrena. Se consumía de un dolor que no era físico pero que la capacitaba para seguir adelante apoyándose en los tranquilizantes en unas ocasiones y los estimulantes en otras. Para ella, cortado el músculo del hogar futuro no había otra solución que sentirse espléndida en cada momento, aunque fuera una emoción que nacía químicamente y que al final la destruiría. Intentaba hablarle, saber lo que pensaba acerca de algunas cosas, pero la comunicación no era fácil en medio de preguntas que le parecían abstractas, y entonces no escuchaba. Ponía toda su energía en concentrarse en alguna revista, o dejar que su mente volara libre mientras los labios de Sismic se movían en busca de su respuesta. Pensaba mucho en su padre durante un tiempo, Airtorm acababa de caer enfermo y le estaban haciendo todo tipo de pruebas. En lugar de responder a Sismic, empezaba a hablar de su padre con un aprecio inabarcable, rayando la admiración y el respeto, cuando hasta aquel momento no había sido así. No se trata de un amor nuevo, ni de una devoción recientemente descubierta, sobre todo porque mencionaba cosas de sus vacaciones de infancia que expresaban un antiguo registro de datos de este tipo por una memoria prodigiosa, o tal vez porque guardaba algún diario que había estado releyendo no hacía mucho. Hablaba articulando las palabras como si se hubiese dado cuenta de que habitualmente no las definía correctamente e intentara corregirlo, al menos en tan puntual e importante momento. Se esforzaba en disimular la pasión que ponía en ensalzar la figura de aquel progenitor que empezaba su lucha contra la enfermedad, pero no había distancia suficiente para que toda la emoción trasluciese como un vidrio limpio.
4 Los Amores Previos 69
Cualquier amor es siempre un antecedente, el amor previo a otros que vendrán, que durarán más o durarán menos, que serán más intensos o tal vez pasajeros, pero sólo unos pocos se recordarán con ternura. Por fortuna para Sismic, podemos decir que se movía lejos del terreno de la antipatía, pero eso lo obligaba a ser cortés, amable, educado y a cumplir con las formas que los Airtorm esperaban de él. Respecto de cualquier otro signo de libertad de su vida, tal vez tener un carácter tan determinadamente empático, en el momento que vivía lo comprometía en una vida que era del todo suya. No existen vidas completamente libres, sino vidas solitarias. Por lo tanto, en la historia que le toco vivir, debemos considerar al amigo obediente y dispuesto a ser persuadido como una víctima de sí mismo. En su caso, algo no se había cerrado del todo, y un rescoldo de su antiguo noviazgo aún humeaba. Había aceptado demasiadas condiciones, no se trataba de condiciones mencionadas o explícitamente aclaradas de antemano, pero hasta donde le era posible resistirse no incluía abandonar ese tipo de compromisos a su suerte. Los Airtorm, parecía, sin embargo, conocerlo lo suficiente para saber que no los abandonaría en momentos tan delicados. Pero, algún día, cuando todo lo peor hubiese pasado tendría que volver a pensarlo todo, a intentar saber a donde dirigía su vida y que estaba haciendo con ella en el presente. Los resultados de los análisis anunciaban una lucha despiadada y próxima contra la enfermedad, y ante semejante realidad a todos les resultaba imposible mantener la distancia. No obstante, era evidente que Sofita no se dejaba intimidar por la situación, y en esa valentía arrastraba a Jennie con la que pasaban tardes interminables haciendo compañía al enfermo. Lo que parecía resurgir de esa situación familiar, a la que por motivos difíciles de entender Sismic se había sumado, era una supuesta relación de intima confianza con la que se disponían a resistir lo que tuviese que venir. Nadie podría afirmar en el transcurso de aquellos días, que no estuvieran unidos, o que el señor Airtorm, a pesar de su depresión, no apreciara sentirse rodeado de su familia. Algunos de ustedes, sin embargo, si observaran la escena, convendrían en que el hombre enfermo no se enteraba de nada, porque pasaba las horas mirando al suelo y suspirando, obsesionado con una situación de desenlace que se preveía irremediable. En el sentido más estricto, nuestros enfermos nos padecen como parte de su enfermedad. No considero un tabú hablar de estas cosas, al contrario, lo que en ocasiones parece secreto o terreno de lo inefable, debe ser contado. Por todos los ancianos incapaces de poner en juego su senilidad y saber si pasan frío, o si no están bien alimentados, debemos hablar. Seguir ausentes de las necesidades cotidianas de nuestros seres queridos no nos crea sentimiento, ponemos toda la “carne en el asador”, demostramos un alto nivel de interés por ayudarlos, pero no alcanzamos a tanto. Sismic asistía aquellas tardes a interminables conversaciones entre madre e hija, sin intervenir, incapaz de articular palabra o de acercarse al señor Airtorm. La forma más poderosa que aquellas mujeres tenían de demostrar su interés por el enfermo era solucionar todos los problemas legales, fiscales, burocráticos, citas de médicos y de actualización y revisión del pack de pompas fúnebres. Se pasaban la tarde dando por hecho la proximidad del terrible desenlace, y hablaban de todo ello como si el señor Airtorm no estuviera delante. Y así como en muchas ocasiones no somos capaces de calcular lo que nuestros enfermos pueden tener en la cabeza, sus obsesiones, su angustia y su derrota, lo dejaban con la tele encendida en la esquina opuesta del salón en la que se sentaba Sismic, sin calcular que en realidad nunca pedía nada, seguía mirando al suelo mientras en sus oídos la teletienda ofrecía zapatillas, batamantas, bastones, aparatos auditivos, ortopedias variadas o sillones que ofrecían ponerlos en posición vertical antes de desprenderse de sus cuerpos, todo tipo de extraños objetos que tenían en común hacer al hombre una vejez menos difícil. Y entonces, en medio de un drama tan común en nuestro tiempo, Sismic pareció encontrar el verdadero sentido de la existencia; nada iba a durar lo suficiente ni siquiera para él. Hubiese dado un salto para compartir con todo el mundo su revelación, “todos somos viejos prematuros”, diría exaltadamente. Y así con ese descubrimiento consolador, por todo lo que tiene de consolador saber algo nuevo, y 70
no por lo que representaba haber descubierto algo tan sórdido, también sintió que la desesperación que compartir la inminente muerte del señor Airtorm era menor. Asumía la convicción vehemente de rebelarse contra su propio cuerpo, y se hubiese tirado contra las paredes hasta sangrar y ver su propia carne pegada a puertas, estanterías y cuadros, si eso hubiese tranquilizado al mundo, al monstruo que manifiesta con forma de enfermedad y se los estaba llevando a todos. Para terminar de darle forma a la historia de Sismic en sus aventuras de ciudad, aún después de la muerte del señor Airtorm, tenemos algunas cosas que decir que nos ayudarán a comprender. El trato recibido fue siempre como el que se dispensa a un miembro más de la familia, si bien, él sabía responder en la misma medida. Fue ahorrando paga a paga, hasta acumular una cantidad que le habría dado un independencia real, en el supuesto de que deseara cumplir un viejo sueño incumplido, el de viajar. Sin embargo, las atenciones que recibía de Jennie y su madre eran cada vez mayores, así que veía difícil poder desvincularse de ellas -sobre todo de Jennie- sin causarles un gran trastorno. Se le podrían reprochar muchas cosas al joven Sismic pero desde luego no podía existir en el mundo nadie más considerado que él, pero debemos añadir, que una gran parte de esa consideración venía dada por el miedo que le producía causar dolor a la gente que quería y a la que no quería decepcionar. Por eso está más que justificado aclarar que el día que al lado de Jennie se mudó a la gran casa para compañía de Sofita, lo hizo, en gran parte, porque había aprendido a dejarse llevar y por no contrariarlas, y eso era así aunque no viera en ello más que inconvenientes para su libertad. Deberíamos saber, en nuestro rol respectivo, el creador de esta historia y alguien (posiblemente un desconocido) que la lee, que al cultivar este tipo de aficiones se espera de nosotros que comprendamos el desprecio al que nos someten los que se sienten perdedores, los que voluntariamente abandonan cualquier espacio social en el que se les quiera colocar y poco valor que nos conceden para hacer de este mundo un lugar más habitable, tal y como ellos lo comprenden y que quizás nosotros mismos lo seamos. Jennie llevaba a cabo su venganza en eso términos, pero lo adornaba con ironías y sarcasmos a los que los comunes mortales no alcanzaban a descifrar. Para ella, cualquier cosa que saliera fuera del dolor de los enfermos y los marginados constituía un juego de falsas promesas con las que algunos solucionamos nuestros vacíos. Llenar nuestras vidas de ilusiones y sueños que no han de durar, a ella le parecía una excusa impropia, una evasión de cobardes, y una forma de evitar enfangarse en un mundo sin solución. Como una absoluta inconveniencia miraba la felicidad, y consideraba un placer de dioses ser capaz de vivir sin aspirar a ella. El derecho a no aspirar a la felicidad lo consideraba inalcanzable para hombres vulgares, y acostumbrarse al dolor de saber cada día que nada dura, eso tenía que ser sólo para aquellos escogidos por un Dios del que también dudaba. En cada tímido del mundo hay alguien que pierde su libertad cada vez que abre la boca o intenta interactuar socialmente. No son capaces de esgrimir su punto de vista -recordemos que se cree que los tímidos son mucho más inteligentes que la media- sin herir el menosprecio que otros sienten por ellos, y los relegan con estrépito de sinrazones. Ponía en juego todo su valor cuando se trataba de Jennie y su familia, pero siempre terminaba por relegarse a un segundo plano y dejar que todo rodara sin intervenir. Tal vez no era un tímido en la más amplia expresión de la palabra, algunos grados de timidez son tan radicales que atentan contra su propia vida. ¿Cómo podía él intervenir en la marginalidad y el dolor de Jennie desde sus propias limitaciones? La influencia que ella sentía como positiva cuando le llegaba desde su amigo, tenía una variación de ida y vuelta, y cuando era él, el que sentía que había sido influenciado, obnubilado, y en ocasiones anulado, todo lo daba por bueno, porque así lo había aceptado; no podía culpar a nadie de sus propias decisiones. Supongamos que lo que llevaba a Sismic a actuar como lo hacía era amor. Y además, supongamos que no podía asumir su propio “cautiverio” sin recibir a cambio la sensación de estar siendo entendido; sin embargo, sobre ese intento, que así lo parecía, existía la insistente fatalidad de las señales que indicaban lo contrario. Obviamente no creía haberse precipitado cuando en el pasado renunció a una seria relación, tal y como algunos lo llaman, pero el apasionante descubrimiento de 71
los secretos más profundos de Jennie no permitían que las cosas fueran de otra manera. Quizá entonces se había precipitado en una tormentosa decisión que apuntaba a la destrucción de cualquier afecto, pero, con el tiempo, una vez superada esa ruptura, volvían los deseos no confesados a estar presentes en la vida, que al fin, entre los dos habían decidido ordenar en conjunto, como cualquier otra pareja. ¿Por qué no? Ya deberíamos saber que los tipos de amor, de relaciones y la las formas de llevarlos a cabo son variadas y algunas imposibles: relaciones a distancia, tríos, amores prohibidos, incestos, amores platónicos, todos intentan organizarse en sus fracasos, ¿por qué en el caso de Sismic iba a ser diferente? Una tarde, después de un largo día de trabajo, Sismic podía sentir como anochecía, casi acompañar a la luz que se iba retirando en la ventana. Había comido algo que sobrara del día anterior y lo había acompañado con una cerveza, se había tirado en el sofá con la luz apagada y oyó el ruido de la llave de Jennie en la puerta con la fuerza de un disparo. Cruzó el salón sin percibir su presencia y se quitó el abrigo a oscuras, cuando él, por fin, la saludó ella se asustó y dio un salto; entonces encendió la luz y Sismic se tapó los ojos para poder mirarla a través de sus dedos. De pronto, se fija en su cara, en su expresión y las sonrosadas mejillas: Ella tiene calor, se desprende de su bufanda y de cualquier cosa que le permita sentir un poco de aire. Es una mujer fuerte, capaz de mantenerse inmóvil ante cualquier mirada por escrutadora que sea. Se ha maquillado los ojos hasta convertirlos en dos carbones, también se ha puesto un rojo intenso en los labios. Curiosamente, nunca la había visto así, con una expresión de rebeldía tan decidida, pero de ningún modo consigue evitar que él se pregunte de dónde viene, si es que le estaba permitido hacerse ese tipo de pregunta. En ese sentido, sólo consigue hacer algún comentario irónico que ella no parece captar y al que no responde, un comentario que se refiere a su fulgor persuasivo, insinuando que cuando una mujer se toma la molestia de maquillarse así es porque pretende impresionar a alguien. No podemos decir que se tratara de una escena de celos, pero se sentía molesto y agradado a la vez, porque no podía preguntar, pero por otro lado aquellos ojos lo cautivaban y no podía dejar de mirarla. Ella no se molestó por eso, y la tarde continuó sin darle más importancia, pero sin que Sismic en los días posteriores pudiera dejar de pensar en ello. Los amores que se mantienen al margen del deseo carnal reflejan la ambivalencia de la tensión por desprecio contenido, y la adoración ilimitada. Pasaron muchos años en que esta contradicción provocó todo tipo de desencuentros y reconciliaciones en su amistad. Por lo común, cualquier otro hombre hubiese perdido los nervios y huido de su casa, su trabajo, e, incluso, aquella ciudad. Pero incluso, cuando Sofita murió, Sismic sintió que su amiga lo necesitaba más que nunca y permaneció aún a su lado, siendo su confidente, el hombro en el que llorar y la persona por la que podía preocuparse como si fuera de su familia. Iban juntos de vacaciones, salían a cenar, a divertirse a las discotecas de moda, y se lo contaban todo de los amores ocasionales que pasaban por sus vidas. En otro sentido, cuando los padres de Sismic murieron, Jennie lo acompañó como si fuera una hermana, y eso no podía olvidarlo a la ligera. Así que pasaban los años, y ninguno podía confesarse su amor, ni siquiera reconocerlo como tal a sus adentros. Nunca podría ser un verdadero amor, y eso iba a ser determinante. Y sin otro motivo, refiriéndose a lo sórdido que se le había vuelto todo, Sismic hizo la maleta y desapareció. Yo no puedo valorar si fue mezquino, poco justo o si se dejó llevar, pero lo cierto es que Jennie nunca lo volvió a ver. No obstante, él siguió pensando en ella hasta el día de su muerte. Ninguno de ellos supo si el otro murió antes, ni intentaron saber donde se encontraban, ni hubiesen consentido un reencuentro. Para mi no es evidente que en el amor algo como lo que acabo de relatar sea un exceso, pero supongo que cada uno tendrá su propia idea al respecto. Constantemente en el mundo el amor hace de las suyas y somete a la gente a hacer cosas que nunca creerían; o eso o pasar página y llegar a pensar que todos los amores, en realidad, si se nos da el tiempo necesario, se convierten en amores previos.
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1 La Angustia De Otros Nombres Al golpear el cristal con el puño, no parecía que algo tan grave acabara de suceder, tal vez porque no se trataba del puño esperado. Trevor no sabría decir qué había esperado exactamente, expuesto como estaba en un momento tan crucial, a que su puerta se abriera y fuera extraído sin piedad, arrojado sobre el pavimento o vilmente pateado como un muñeco. Aún quedaba gente que confiaba en él después de todo lo sucedido. Nadie podría decir sin resultar extravagante que por muy repetidos que fueran sus accidentes en el pasado y con otros autos, no tuvieran un origen inesperado. Antes de acabar con las preguntas y de ser introducido en la ambulancia pasó un tiempo precioso, en el que hubiera preferido estar solo, sin tanto público por un motivo tan deprimente. Le desagradaba, más allá de todo lo físico que le pudiera haber ocasionado el golpe, la sensación de sentirse protagonista, y la expresión que reflejaba en su cara, la decaída flaccidez de los pómulos, los ojos hundidos y boca apretada pero aún sin náusea; todo ello le desagradaba. De los últimos años desde su divorcio y su jubilación, ausente de obligaciones y compromisos se reafirmaba en sus expresiones de fortaleza, es su ira, en los insultos y en la furibunda reacción en contra de extraños, que habían cometido el único pecado de contrariarlo al cruzarse en su camino. Habría entonces anunciado que se trataba de la vacuidad y el desamparo al que sometía a sus emociones, y que esa posición antinatural del día a día, era lo que lo llevaba a semejantes reacciones, pero no, no podía justificarse ante desconocidos, y mucho menos ante aquellos que le habían demostrado tanta animadversión. En cuanto llegó al hospital, Trevor empezó a frotarse las manos con la intranquilidad que le caracterizaba. Y no era que no aceptara que quería someterse a las órdenes de médicos y enfermeras, o que deseara salir corriendo, pero, sin poder hacer nada por evitarlo, había algo de provisional en aquella situación que le provocaba la desazón a la que deseo referirme. Permaneció aún un rato deseando preguntar a la enfermeras si aquello iba a durar mucho, sin embargo, no le pareció una pregunta apropiada, porque otros muchos habrían preguntado lo mismo en situaciones parecidas, y ellas habrían desarrollado un número suficiente de respuestas, debidamente ordenadas y estructuradas en su memoria, para poder contestar sin decir nada, con evasivas o ponderados cambios de conversación que atrajeran la atención del enfermo sobre aspectos importantes del daño causado, a la vez que eludían dar más información de la que necesitaba. Greta era su mejor amiga y también estaba jubilada. En cuanto supo lo del accidente acudió para estar con él en aquellos momentos iniciales. No se trataba de una entrometida, ni de una fisgona en busca de alguna noticia inquietante con la que poder montar fantasías y suposiciones que contar a todo el mundo, incluso a los desconocidos. Al menos ella se consideraba su amiga, y a pesar de no verlo con frecuencia, siempre aparecía en momentos muy especiales; en las fiestas y en los problemas. No era especialmente divertida, y eso a Trevor le parecía lo mejor de sus visitas. Y además, le le gustaban los coches, ese era justo el punto en común que les hacía entenderse mejor. Se podía decir que, en otro tiempo, habían compartido aficiones con la intensidad de dos 73
adolescentes que empiezan a desarrollar sus primeras aptitudes, pero en su caso eso había sucedido ya pasados los cincuenta. Intentó explicarle que de camino para el hospital había pasado por el taller para ver el coche, y que no se trataba de nada grave, algunos desperfectos en los focos y en la chapa, pero con el radiador a salvo. Reconoció que no había podido resistir pasar primero por el taller y añadió que eso no quería decir que no lo apreciara lo suficiente. Sabía que la iban a hacer esperar mientras le hacían pruebas y por eso tomó aquella decisión. Además, estaba segura que se trataba de una información que a él le gustaría recibir. Sobre todo lo anterior añadió que esperaba que sus golpes tuvieran la misma liviana consistencia que los recibidos por el auto, y que la perspectiva de sanación fuera tan rápida como la que auguraba el mecánico. Por mucho que nos esforzáramos en intentar comprender el efecto de la visita en su estado de ánimo, no llegaríamos a la mecánica que inspiraba tanto positivo comentario. Podríamos evitar describir la felicidad cuando resulta fácil, por el bien de todos lo digo. Probablemente, la felicidad fácil es la menos real de las emociones, y la que más ajenos a la realidad nos vuelve. Así que, cuando Pelopeixe entró en la habitación y los encontró de tan buen humor, les llevó la corriente, pero sin el menor convencimiento. Nos hace felices ver felices a otros disfrutando de su libertad, aún cuando no tengan en cuenta lo cara que resulta esa victoria si nos queda poco tiempo, si la enfermedad, a la que los enfermeros como Pelopeixe, anda por el medio. No le faltaba al enfermero abierta comprensión, era sensible a la urgente necesidad de poner los hospitales al servicio de una nueva alegría, hasta, si lo apuraban, del gozo evocador de tiempos mejores en los enfermos sin fuerzas para levantarse; esto no quería decir que no sintiera la aspereza de una muerte siempre presente, injusta, demoledora y audaz con los optimistas. Incluso en los peores momentos, en lo peor de su oficio, debía reconocer que la arrogante prepotencia de la muerte tiene límites, y que no debemos ceder en su horror, ni mucho menos convertir el mundo en la sombra de sus desmanes. Que los hombres sigan recibiendo cada primavera con la alegría de la sangre que se renueva, es un desafío, una forma de poner freno a la intención sombría de la muerte de convertir el mundo en su tiranía de resentimiento. Todo lo que de ánimo devolvía la vida a los enfermos le pesaba por lo que podía tener de inconsciente, y sin embargo sabía que era necesario. Podía quedarse de pie delante de la puerta durante minutos, con algo que hacer dentro de la habitación pero incapaz de interrumpir, Escuchando conversaciones ajenas como un intruso casual y casi por obligación. Si lo hubiesen invitado a sentarse y participar, no se hubiese atrevido, había cosas que tenía que hacer afrontándolas como el deber cumplido, pero nada le impedía la demora en días inestables. Observaba como se desenvolvían “sus” enfermos, como argumentaban sin ser capaz de seguirlos en ocasiones que desconocía los detalles o la relación de los personajes de iban apareciendo. Eran conversaciones necesarias, torpemente construidas, pero indispensables por el interés cotidiano que las convocaba. Para Trevor, la mirada de Pelopeixe no significaba nada especial, ni el desencanto por la forma en que la muerte influye en la alegría de vivir, ni ninguna otra cosa tan difícil de comprender. Aceptaba que cuando quedaba en silencio, observando las conversaciones que él tenía con Greta, parecía considerar lo superficial de sus gestos y no lo que se tuvieran que decirse. No parecía interesado en entrar en los detalles de sus vidas, ni en permitir influencias de tantos pormenores desvelados allí y en otras habitaciones. El auto quedaría bien, le había dicho Greta. Sin embargo, él sabía que nunca volvería a ser el mismo. Había pasado muchas horas en talleres y tiendas de automóvil buscando las piezas, los accesorios y los embellecedores. Sabía donde encontrar ese tipo de suministros y esos viejos locales de dueños capaces de encontrar cualquier cosa por antigua que fuera. Bajo ese punto de vista, el auto era casi una obra de arte; al menos hasta el momento en que lo golpeó. Podía pasarse horas, que se convertían en días y meses, leyendo e investigando sobre viejos modelos, sobre sus creadores y utilidades, sobre sus características, premios en congresos, y, en los casos de participar en competición historial de carreras y triunfos. Si era capaz de pasar horas viendo escaparates de piezas y cromados, sólo puede pensar una cosa, es un hombre con suerte, y sobre todo, es un 74
hombre normal con una afición que le cuesta privarse de otras cosas que también le gustan, pero que le ofrece la satisfacción de seguir buscando y mostrar a todos el resultado de su dedicación. A algunos de sus amigos les horroriza pensar que le demuestra más aprecio y le ofrece más cariño a ese auto, de lo que hizo con su mujer antes de su divorcio. Ya lo había visto otras veces, esas personas capaces de desentenderse de sus coches después de un accidente y olvidarse de ellos hasta el extremo de permitir que la podredumbre los invada. En todas las ciudades del mundo hay hombres así de incoherentes, de crueles e inconstantes. Coches hermosos, viejos tesoros capaces de resistir todas las modas y adelantos tecnológicos, coches que se han convertido en leyenda en manos de hombres que no los valoran. Ante ellos nada se puede hacer más que lamentar que la protección de la propiedad privada les permita abandonar lo que en otro tiempo fueron sus juguetes, hasta convertirlos en chatarra debajo de un gran árbol a un lado de viejas casas de campo. Permitía que Pelopeixe lo tranquilizara, se habían hecho amigos y una vez fuera del hospital lo llamaba y lo acompañaba para poner o sacar algunos tornillos de la carrocería del coche. En ese tiempo el enfermero vivía solo y tenía mucho tiempo libre, llevaba una vida tranquila y le resultaba muy conveniente compartir las aficiones y aspiraciones de Trevor. Además, era más que suficiente admitir que la idea de presentar el auto en una concentración anual de clásicos le parecía muy a su medida. Evitaba que pareciera evidente que siempre había tenido amigos jubilados y que a algunos de ellos los había estado viendo desaparecer sin poder remediarlo. No pensaba en eso cuando le cogía aprecio a los personajes más estrafalarios de la planta más delicada y con más riesgo de muerte por las infecciones más comunes. Ni se atrevería a llevar la cuenta, pero morían ancianos a diario en aquellas habitaciones. De nuevo, le había tomado aprecio a uno de aquellos enfermos, y era absurdo dejar de visitarlo por pensar que podía caer enfermo en cualquier momento, más pronto que tarde como ya le había sucedido. De hecho, en cuanto a su salud, tenía muy presente que él mismo podía encontrarse, en la situación más difícil en cualquier momento, y entonces le tocaría a sus viejos amigos llorar por una desaparición temprana e inesperada. Todo parecía encajar, y Trevor le permitía bajar al garaje sin objeciones. No tardó en comprobar que la ayuda que pudiera ofrecer era bienvenida, y al menos podía pasar la manguera después de una buena enjabonada. El trabajo no consistía en hacer grandes progresos sino en pasar el rato poniendo en ello la dedicación necesaria. Alrededor del auto había todo tipo de herramientas, un gato hidráulico bien grande y en una caja piezas de recambio (desde pilotos, hasta un mechero eléctrico), también había dos sillones delanteros que había cambiado por unos nuevos y de los que le daba pena deshacerse. La puerta estaba abierta y en el jardín ladraba la perra de pelo rubio que lo miraba con extrañeza. No le cansaba el trabajo, ni siquiera se inmutó cuando Trevor secó el coche con un paño y le propuso darle cera; era asombroso lo que aquel hombre parecía sentir por su coche. Se disponía a recoger y quitarse los guantes, cuando el anfitrión apareció con dos cervezas frías y se sentaron en la escalera de piedra fuera del garaje ajenos a los ladridos de Mónic la Centolla, tal y como llamaban a la perra. Permaneció expectante un rato y al fin dejó de ladrar y se acercó tumbándose a los pies de su amo. También en ese día, unos meses después de la recuperación total de Trevor, el enfermero se demoró en su vuelta a casa. No le resultaba fácil encontrar un significado a su propia forma de actuar. No parecía destinado a llevar una vida normal, ni a rodearse de gente de su edad, eso estaba claro. Cuando pensaba en ello, de las relaciones humanas que se le ocurrían, apenas podía decir que de unas cuantas celebraciones, actos sociales de confraternidad, asistencia a actos de despedida por respeto a familiares, cenas de empresa, citas a ciegas, vacaciones reservadas, eventos culturales y de ocio dominguero, mitines, reuniones de vecinos, cenas de antiguos alumnos y domingos en el club de Karting con los amigos del Pub (nada de asistencia a templos religiosos), apenas un porcentaje que no llegaba al uno, podía declararlo satisfactorio. Eran momentos de los cuales podría prescindir reduciendo su vida a tres o cuatro movimientos mecánicos del día a día, lo que tendría que ver con coger el transporte público, parar a comprar para llenar la despensa, bajar la basura y el resto de 75
cosas hacerlas de casa. Podía comprender perfectamente lo que estaba pensando e intentar darle un valor a pesar del rechazo de lo social que representaba, y bueno si a todo ello le añadía su amistad con Trevor y Greta, y sus nuevas aficiones, tales como desafiar, aflojar y mancornar tuercas rebeldes o darle agua al polvo acumulado en el auto, tal vez eso dejaba claro que no era un tipo tan defraudado por otros compromisos. Por lo que a Greta respectaba, se trataba de darle a cada cosa la importancia necesaria y la ayuda de Pelopeixe podía ser una contribución interesante para llegar a tiempo al congreso de coches clásicos. Le parecía que ese año todo estaba dispuesto para optar a una buena posición y obtener una valoración superior a la de otras veces, tratándose hasta donde conocía, de que su principal competidor había encontrado comprador y se trataba de un obstáculo menos. Así fue como argumentó en favor de cumplir la inscripción y comprometió a los dos hombres en la aventura, y utilizando todo tipo de razonamientos, algunos bizarramente inventados, parciales y desesperados, consiguió ofrecer una sensación optimista hasta el punto de resultar irresistiblemente valorada en todo cuanto ofrecían sus sueños. Para muchos de nosotros es perfectamente comprensible que después de una edad, sin familia cercana, tal y como era el caso de Trevor y Greta, centremos toda nuestra energía en aficiones que, de forma general, no suelen encajar en las vidas cotidianas de familias muy establecidas. Sin embargo, para los que encuentran un escape, o evasión si prefieren, para llenar las horas del día, no deja de suponer reducir el efecto relajante de la jubilación llenándose de nuevas preocupaciones. Y todas esa elegantes y acomodadas familias que tienden a ahogar en su aparente burguesía cualquier otra distracción, se contentan con creer que no tienen los miedos de decrepitud que aquellos que nos ocupan, pero no es cierto. Pretender semejante fantasía conduce a perder el control, y una vez ocurrido, ponerse en manos del destino para que la vida social y laboral, las tremendas capacidades sólo mitigadas por la velocidad de nuestro tiempo, no terminen por arrinconarlos, y en ocasiones olvidarlos. Desde luego que no, nadie está a salvo de la soledad una vez jubilado, con aficiones o sin ellas, rodeado de familias numerosas, o creyéndose afortunados de que no sea así. Durante más tiempo del que hubiese sido posible Trevor evitó hablarle a su amigo el enfermero, acerca de su vecino el señor Herbungmutter. Al elegir dedicarse a su auto en el garaje de su casa ya había calculado que sería imposible no hablar de él, y que por un motivo o por otro, más tarde o temprano, Pelopeixe sabría que existía y haría preguntas incómodas acerca de él. La casa de al lado estaba separada de la de Trevor por un seto, y tenía una calidad del césped parecida justo delante de la entrada. Parterres y un par de camelios completaban la escena delante de la puerta. Las ventanas eran muy grandes, y eso daba idea de habitaciones muy luminosas y sin humedades, en las que se podría disfrutar de un ambiente templado incluso en pleno invierno, en los días de sol. Además de esto, llamaba la atención que sobresalía en altura debido a un ático con una de esas protuberancia con forma de teja que tienen una ventana al frente. Todo parecía muy normal, pero la relación de Trevor con Herbungmutter era tensa sin un motivo claro que lo justificara, la normal, cordial y cínica antipatía de vecinos en competencia. Trevor debería haber confesado que cada vez que devolvía el saludo encantador de su vecino con un gruñido, en realidad el mundo se le estaba viniendo encima. No se trataba de una excepción a tantas malas relaciones sin motivo entre antiguos conocidos, incluso familiares. Intento sugerir que, en ocasiones, no hay culpables, pero puede existir delito; y entonces admitir que no deseo ponerme del lado de un personaje que tanto cuesta construir, y al que vamos descubriendo paso a paso. Atribuirle a Trevor la razón absoluta y la victoria moral en todos sus conflictos sería demasiado, aunque otros han construido personajes capaces de hacer vibrar por el ansia de justicia, y exponiendo a los lectores que si se creen en la razón, deben luchar hasta las últimas consecuencias. Encontraremos, si aceptamos esa idea, que no hay salida, que la lógica de la guerra y de cualquier pequeña discusión doméstica, consiste en convertir a nuestro adversario en un demonio y creernos nosotros mismos los paladines de la justicia universal. Esa idea trasciende en mí hasta rechazar a los personajes tipo, los que encarnan el bien y siempre vencen. Nada de eso, la vida nos va a enfrentar 76
con un espejo de nuestra propia tensión, no son monstruos, pero tampoco tenemos porque aceptar que estén en posesión de la verdad. Se trata de una escena convencional, Trevor se encontraba en el jardín de su casa cuando su vecino Herbengmutter doblaba la esquina con su enorme coche nuevo, reluciente, recién encerado, pesado, potente y rápido, un modelo de gama alta, que haría sentirse satisfecho a cualquiera de su adquisición, de su conducción y de sus más tecnológicas prestaciones. Hubiese deseado no haberlo visto llegar así de triunfante, sino descubrirlo un día aparcado delante de la casa de al lado, sin más, pero el efecto del triunfador deslizándose delante de sus narices sin que pudiera hacer otra cosa que bajar la cabeza, se había producido. Trevor miró su viejo coche e intentó hacer una comparación, y eso fue un gran error. Con todo, se dispuso a hacerlo relucir como nunca, se armó de todo tipo de productos de limpieza y se puso manos a la obra, no había tiempo que perder. Tal vez resulta imposible para algunos de nosotros explicarnos, por qué se puede convertir en un problema que nuestro vecino se compre un coche mejor que el nuestro, al fin y al cabo somos personas independientes que no necesariamente tenemos que compartir nuestros sueños. El instinto debería pararnos cuando nuestras obsesiones se convierten en un problema, y la razón conducirnos por caminos de conversión inteligente, no de huida pero sí de ampliar horizontes en la búsqueda de la autoestima. Mientras enceraba su coche, Trevor seguía rumiando su desesperación, y calculando en qué momento su vecino se había convertido en una amenaza para sus sueños. Debía intentar controlar sus miedos y atemperar sus nervios, y al menos, seguir frotando con su gamuza la chapa vieja de su coupé, parecía mitigar los efectos del desafío. Aquella tarde, al salir de su trabajo, Pelopeixe decidió darse una vuelta para ver como se encontraba su amigo, lo encontró sentado en su garaje con una cerveza en la mano, afligido por algún motivo que entonces el enfermero desconocía, y dejando que la perra le lamiera las manos mientras mantenía la vista, en la pared de enfrente, impertérrito, sin parpadear, incapaz de contestar inmediatamente a pregunta alguna. Allí estaban, dos soñadores insensatos respondiendo a la imprudencia de las horas y sus convicciones, por atreverse a la vida y sus consecuencias. Pero mucho peor que sentirse como esos hombres que se encierran por miedo a la vida (algunos de ellos se dedican a escribir) eran aquellos que por efecto de ambiciones y desafíos implican a todos en sus aventuras sin avisar del derrumbe. Sólo podemos asumir que Pelopiexe y sus amigos soñaban juntos y se asistían en ese sueño. Dado que las relaciónes entre gente de edad parece incomprensible para los más jóvenes, Pelopeixe no intentó explicarse que la llegada de Greta aquella tarde adquiriera tintes tan maternales, o al menos el así lo quiso ver. Estaba claro el carácter especial de aquella relación, así que cuando ella tomó de la mano al viejo y le dijo que tocaba baño, Pelopeixe se dijo que Trevor no era una persona que se aseara a menudo, y que eso chocaba con el interés desmedido por tener su coche siempre bien fregado. Sin dudarlo un momento, Greta lo trasladó al cuarto de baño grande y lo desnudó, con sumo cuidado le ayudó a entrar en la bañera y después le pidió que no se moviera. Con un gesto de dolor en su cara, él consintió que le dejara caer el agua sobre la cabeza, y de ahí al resto del cuerpo. En el sentido más humano de su expresión le faltó decir al anciano que se aprovechaban de su debilidad, pero sus intentos por quejarse fueron reprimidos por la mano diestra de su amiga, armada de esponja y jabón que lo cubría con energía desde la cabeza a los pies, se introducía en sus orejas y lo hubiese hecho en su boca si no la hubiese cerrado a tiempo. Posteriormente a la escena descrita, Trevor se dejó secar, le pusieron un pijama y dijo encontrarse mal, fue en ese momento cuando Greta comprendió que estaba deprimido y lo dejó tumbarse en la cama y dormitar el resto de la tarde. La importancia de seguir soñando con el Congreso de Automóviles Antiguos, encontraba en ellos la receptividad de las mentes inclinadas a las fantasías, pero, sin duda, se trataba de una especie de encantamiento que Trevor ejercía sobre Greta y Pelopeixe. Le buscaba el sentido al final de cada día lleno de una vida que irradiaba y entregaba sin pedir nada a cambio, y es posible que fuera eso lo que los mantenía tan cerca de él. Era previsible, y a pesar de su mal humor en días nublados, no se enojaba sin motivo, y eso también era de valorar. 77
2 Soñadores Imprudentes En Las Horas Insensatas Al día siguiente, al terminar su turno, justo después de mediodía, el enfermero volvió a visitar a Trevor para comprobar si había mejorado. Al abrir la puerta del jardín se encontró de frente con una jovencita en shorts y sudadera dándole un manguerazo a Monic la Centolla. La perra tenía las orejas caídas y los ojos cuestionaban bajo sus cejas arqueadas, como si se estuviera preguntando que aquello de enjabonarse y regarse de aquella forma fuera saludable. Pelopeixe, inevitablemente hizo un ejercicio de relación que lo llevó a un cuestionable razonamiento: “la gente lava lo que ama. Unos sus coches, otros sus perros y otros sus hijos o sus mayores”. La imperceptible mirada de Srina buscaría penetrar en su pecho hasta descubrirlo, pero no se atrevía a tanto y eso duró un segundo. Los párpados buscaban el suelo y de ningún modo conseguía parecer distraída o parpadear con naturalidad. Acerca del aspecto del enfermero cabe precisar que no se trataba de una imagen capaz de impresionar por su finura, sino más bien lo contrario. De hecho parecía cómodo dejándose observar cuando caminaba por la calle con toda su desparramada materia removiéndose, y balanceándose a cada paso. No le resultaba digno de aprecio cuidarse hasta tal punto que tuviera que renunciar a las comidas y los vinos que le gustaban, y eso tenía un precio. Se dijo que jamás le importaría que lo juzgasen por su aspecto, y lo que todo ello traslucía. Sin dudar, dio un paso al frente y saludó obteniendo una sonrisa por respuesta. Preguntó por su amigo y pasó hasta el garaje. En su obsesión por perder de vista a su vecino, Trevor cerraba puertas y ventanas e intentaba no salir al jardín a las horas que sabía que volvía del trabajo. Este aislamiento era el resultado de sus fobias y su falta de superación, de sus frustraciones y sus limitaciones psicológicas. Dicho así, parece que hablamos de un enfermo, o que lo culpamos a él de una mala relación de vecindad, tan corriente como vecindarios existen. Desde luego, no podemos considerarlo culpable por buscar el aislamiento, en todo caso, tenía el aspecto del sufridor que se pliega y por lo tanto adoptaba la fórmula de las víctimas. Fue en esa ocasión cuando Trevor decidió hablarle de su vecino y del inconcebible sufrimiento que podía causarle sin apenas parpadear. Le confesó que había pensado en una solución sin continuidad, convencido de poder causarle el peor de los daños, agredirlo, o aún peor, arrojar su coche nuevo a un barranco. En cuanto soltó todo lo que pensaba sobre su situación se sintió limpio, renovado y dispuesto a vencer la angustia que lo afligía. ¿Se creía realmente capaz de las hazañas y las maldades que prometía contra su rival? Todo parecía un artificio de psique para liberarse, una respuesta a la necesidad de diluir tanta tensión. A pesar de tanta acritud Pelopiexe no creía que su amigo pudiera seguir indefinidamente maldiciendo y creando estrategias de venganza. Nadie lo hace, nadie se entrega indefinidamente a la agotadora actividad de exacerbar el rencor y regocijarse en las frustraciones, a menos que esté perdiendo la razón sin poder evitarlo. Intentando cambiar de conversación le preguntó por la chica que acababa de ver lavando a Monic la Centolla, y le respondió que se trataba de la hija de su exmujer, que se había enfadado con su madre y que iba a pasar un tiempo en su casa, pero que no era su hija biológica. Además de sus ataques de nervios, lo que posiblemente terminaría por afectar a su hipertensión, cada vez que le preguntaban si le habían quedado secuelas de su accidente, le 78
gustaría responder que sus secuelas eran de antes del accidente, pero decía sin demasiada atención que se encontraba bien. Intentaba olvidar sus dolores reumáticos, sus toses y las migrañas que asociaba a sus pulmones, y no es menos cierto que aquel viejo truco de distraer sus dolores con charlas de bar y alguna copa de licor no le iba mal. Se levantaba con dificultad, y las simples tareas diarias como vestirse o ponerse el pijama, se convertía en una auténtica aventura. Y aún con todo, no terminaba por considerar suficientes sus dolencias como para ponerlas en manos de un profesional, y mientras estuviera en el hospital no se había referido a ellas; y tampoco era necesario porque suponía que todos allí deberían saber que nadie cumple tantos años sin rodearse de esos pequeños amigos: los dolores y los achaques. Desde el garaje Pelopeixe observa a la hijastra y decide que no se parece en nada a Trevor, y no tendría por qué desde un punto de vista extrictamente genético, si embargo, la convivencia suele compartir gestos y manías. Habiendo comenzado tan ardua tarea, no era extraño que se hubiese puesto ropa cómoda y sin embargo sobre aquellos hombros estrechos de niña, una enorme cabellera se recogía sobre la nuca, y un excesivo maquillaje de adulta cubría sus ojos. Nunca había asistido a una imagen semejante, tan excitante y tan merecedora de respeto a la vez. Le hubiese gustado tener una cámara fotográfica cerca para inmortalizar aquel momento. Cruzó algunas palabras con ellas, se presentó como amigo del padrastro y hablaron de Monic la Centolla como si hablaran de un niño dócil y respetuoso con las órdenes de sus mayores, lo que no era en absoluto cierto. No era necesaria una larga conversación para que los dos comprendieran que se habían caído bien. Aquella chica era lo bastante joven para no necesitar demasiadas referencias de sus amigos. Pertenecía a esa clase de jóvenes que convierten la confianza en virtud, una juventud que dominaba el mundo porque estaban siempre en movimiento y aceptaban abiertamente la colaboración y los buenos de sentimientos, incluso de los extraños. Los malos momentos de la vida habían dejado lagunas, me refiero a la separación de sus mayores que la había puesto más de una vez en situaciones de inseguridad y cubierta de incertezas. En algunos jóvenes, a pesar de su fortaleza, sus sueños y sus ilusiones, las que parecen poder con todo, la devastación interior se revelaba en algunos comentarios, desaprobaciones del mundo adulto y resentimiento, pero no parecía ser el caso Srina, sus traumas familiares aún no habían llegado tan hondo. De vuelta a casa intentó resumir qué cosas le habían llamado la atención aquella mañana hasta el punto de sentirse más optimista de lo habitual, no era difícil. Se consideraba una persona abierta pero no demasiado alegre, esa era la verdad, pero confiaba en sus posibilidades y que esa amargura, entre otras cosas, pudiera cambiar. En aquel momento le resultaba difícil reprimir la imagen de la muchacha regando a la perra con la manguera, escurriendo la espuma del champú canino con un enorme esponja de lavar autos, y decidir que si aquella imagen persistía debía ser porque de algún modo tenía fe en sí mismo. De camino a casa, bajo el cielo plomizo de una tarde detenida como la de un domingo, se demoró algún tiempo rodeando calles sin sentido; como si temiera el silencio de la vuelta. Después de haber visto barcos, gaviotas y jóvenes haciendo acrobacias con sus bicicletas, se detuvo en las escaleras de una catedral y se dispuso a fumar sin prisa. Se dijo que no estaba muy animado a asistir al congreso de autos antiguos, entre otras cosas porque debía vestirse con ropas de la época del auto presentado, y nunca antes se había disfrazado por ningún motivo, ni siquiera por alguna fiesta a la que fuera invitado en carnavales. Tal y como sus amigos le habían contado, ellos ya estuvieran allí en otras ocasiones, y todo eran alabanzas y concluir en que sería muy fácil a pesar de tener que estar de pie muchas horas. De acuerdo con las posibilidades que Trevor había calculado, ese año, por ausencia de grandes competidores más que por los grandes méritos que él no podía aportar, era posible que obtuviera algún premio, o como mínimo una mención honorifica. Tal vez debería repensar algunas cosas, y empezar a sopesar la idea de que Srina lo sustituyera sentada en el auto, mientras pasaban todo tipo de curiosos haciendo preguntas, no estaría de más. Posiblemente Trevor y Greta permanecieran de pie fueran del coche, incluso ellos mismos se dedicarían a dar vueltas entre otros coches comparándolo con el suyo. Cuando se había comprometido con Trevor en 79
acompañarlos no conocía la dimensión real del evento y las condiciones de estar representando a uno de los autos. Le había parecido bien entonces, casi le había hecho ilusión, pero a medida que se acercaba el momento todo parecía más y más duro y capaz de fatigarlo sólo de pensar en ello. Lo que no parecía muy justo de todo era intentar implicar a Srina sólo por liberarse de su compromiso, así que debería hablar con ella antes de proponer a Trevor el cambio, o se buscaría problemas. No podía olvidar a su nuevo amigo durante el tiempo que pasara en el hospital, aunque no había pasado allí demasiado tiempo ni había estado sometido a graves dolencias. ¿Era posible que en tan poco tiempo hubiera cambiado hasta sentirse tan diferente? Se afianzaba en hacer positiva su fortaleza y juventud. Parecía como si el enfermo hubiese sido él en su pesimismo. Ahora se sentía plenamente capaz, animaba a su amigo contra su vecino, y si para eso era necesario insultar a aquel al que no conocía de nada, lo hacía. De cualquier forma, nadie podría decir que aún siguiera siendo aquel tipo anodino sin sueños ni proyectos. Había demasiadas cosas en su vida que no podía controlar, pero ninguna de ellas tenía que ver con sus recientes actividades. Los nuevos cambios también servían para hacerle olvidar viejas promesas incumplidas y fracasos de románticas expectativas y cuando le habló a Trevor de eso también se sintió apoyado. En resumen, le complacía cada mañana o cada tarde que pasaba en el garaje con sus nuevos amigos, al menos no le hablaban del trabajo, ni lo asolaban contándoles sus problemas y dolencias. Siempre contaba que sus pacientes eran los mejores, pero Trevor había estado lleno de ideas y ganas de hablar. Tal vez había sido esa verborrea paranoica de coches, carreras y exposiciones lo que le había sacado de la autocompasión. Pelopeixe creía que todos los que trabajan con enfermos, incluidos los médicos, eran hipocondríacos, y si él lo era, había conseguido distraerlo hasta el punto de apenas pensar en su trabajo cuando cerraba su turno. Pero, había algo que le preocupaba más que su salud y eso era el vecino de Trevor. Después de lo último que había conocido de los problemas que creaba, estaba claro que no haría falta más que una chispa para provocar el desastre. Para él nadie debía someterse por miedo, pero el peligro de una discusión podía terminar en graves problemas de salud para el viejo. Ya no se trataba de esperar nuevas provocaciones encubiertas por una habitual normalidad, en el momento menos esperado Trevor podía empezar a dar gritos, a tirar cosas por el aire, y lo que sería peor, que se dejara en evidencia atacando el auto nuevo del otro. En ese caso todos lo condenarían por envidia y mal vecino. Lo veía dirigirse a la valla que separaba las dos propiedades y plantarse como un resentido muchos minutos muertos viendo al otro lado. Seguro de que algún día aquel hombre que se lo hacía pasar tan mal tendría que pagar por su arrogancia. También jugaba en todo aquello la inminente fecha del congreso de automóviles clásicos que parecía moverse sobre el calendario a una velocidad inesperada. No demoraré decir que Pelopeixe se tranquilizó la mañana que llegó a la casa de su amigo y contempló con sus propios ojos como un camión de mudanzas abierto de par en par engullía todos los muebles que unos operarios iban sacando de la casa del vecino. Debo decir que el enfermero conocía que su amigo tenía el corazón delicado y que había temido una discusión que rompiera todos los límites de la cordura pudiera llevarlo a un ataque cardíaco y después por una lenta intervención de las ambulancias, o de aquellos que se demoraran en llamarlas, no le diera tiempo a llegar al hospital con vida. ¿Cómo no ser especialmente sensible a estas cosas cuando asistía cada día a desenlaces fatales que nadie podía esperar ni haber previsto? Empezó a resultar evidente que sus ojos no podían dejar de posarse en del cuerpo de Srina. No lo iba a reconocer, pero buscaba los momentos en que los dos quedaban a solas para hablar con ella. Su conversación empezaba a ser cada vez más atrevida y la muchacha podía notarlo, pero no era la inocente criatura que le había parecido. Debió de pensar mucho en ella en ese tiempo porque empezó a multiplicar sus visitas hasta el garaje hasta el punto de aprovechar los pequeños descansos de una hora, que antes empleaba en hacer pequeños recados, para aparecer por allí. No podía explicar abiertamente a que se debe aquella insistencia si después de todo se lo pasa jugando con Monic la Centolla o hablando con Srina, aunque era posible que todos empezaran a imaginar que se sentía atraído por la joven. Entonces empezó a plantear que ella debía ocupar su lugar dentro del disfraz de conductor clásico, y hablaba sin pasión pero quizás pensaba que era una forma de 80
retenerla por un tiempo, si bien, las fechas se acercaban mucho. Había que escucharlo sin imaginar a donde quería ir a parar, pero todos estuvieron de acuerdo siempre que anduviera cerca el día de la inauguración. Así que todo quedó arreglado, y el que auto recibió algo de pintura en los lugares más afectados por el paso del tiempo, apreció más reluciente que nunca. Aquellos días en que estaba más animado, aprovechando que Greta y Trevor habían salido a comprar cera para el coche, se decidió a pedirle a Srina que lo acompañara a comer. De ninguna manera estaba dispuesto a mostrar su euforia, y cerraba su boca con un gesto de mal humor que estaba muy lejos de la realidad. La melancolía tan habitual en él quedaba muy lejos, todos los dolores que genera el cansancio habían desaparecido. La ligereza de sus piernas le sugerían coger a la chica en brazos y llevarla él mismo sin dejar de correr hasta llegar al restaurante. Al fin llegó el momento y después de un corto paseo (no hizo falta más que una amena conversación para que lo acompañara) estuvieron sentados el uno frente al otro. Estaba tan crecido que en lugar de sentirse como el mediocre enfermero de siempre, si le hubiesen dicho que era un mesías lo hubiese aceptado sin objeciones. Si se hubiese visto llegar en una nube con una túnica blanca y una aureola dorada sobre la coronilla, justo antes de descender por una escalera dorada y sentarse enfrente de la hijastra de su amigo, no se habría extrañado. Había pasado por momentos de ilusión muy parecidos con otras chicas, pero por algún motivo que debía tener que ver con las altas expectativas que ponía en sus relaciones, fallaba, se detenía y esas relaciones no solían durar más de un año. Y que estuviera pensando prematuramente en compromisos era signo de la inmadurez de sus emociones. La miró a través de un vaso alto de cristal con dos flores sin apenas moverse. Intentó ponerse cómodo y se frotó los ojos porque no acababa de creerse lo que estaba haciendo. Pocas mesas ocupadas y no parecía que fuera a llenarse, pero los que estaban hablaban animadamente. Había pedido una botella de vino y olvidó preguntarle lo que quería, fue un acto reflejo y cuando el camarero llegó, sacó el corcho con un ruido obvio y se lo ofreció para que ella lo probara, él debería haber señalado que era muy joven y que quizás quisiera un refresco, pero no lo hizo. Se trataba de uno de esos lugares sencillos donde uno apenas sabe donde dejar su abrigo, con cuatro ventanas cubiertas con visillos y fotos familiares en las paredes. Cuando el camarero se acercó para entregar la carta dejó una cesta de mimbre con pan sobre el mantel de cuadros rojos y blancos. Cuando detenían la mirada sobre el mantel les mareaba, y entonces comprendían que no quedaba más remedio que mirarse y hablar de cosas intrascendentes. Para terminar de apreciar un día en el que todo parecía destinado a salir bien, le hubiese gustado ir a un sitio caro, pero aquel restaurante era acogedor y al que solía ir cuando no comía algo en casa cocinado por el mismo. Los dos empezaban a sentirse cómodos, y mientras tomaban el primer vaso de vino hicieron algunos chistes y se rieron juntos. Al fin, se llenó más de lo esperado y comieron animadamente. Pelopeixe creyó sentir los pies de su amiga jugando con los suyos bajo la mesa en un par de ocasiones, y cuando esto sucedía la miraba y ella se reía nerviosa como si hubiese cometido una travesura. ¿Qué debía esperar de ella? Apenas la conocía y no sabía como tratarla. Le hubiese gustado poder levantar la vista del mantel de cuadros rojos y blancos y observar a alguna camarera exuberante y seguirla con la vista en su enorme espalda mientras se alejaba, pero una vez más su imaginación jugaba con él, porque el camarero era un hombre mayor, con prominente barriga y una calva surcada en horizontal por cuatro pelos grasientos en busca de la oreja opuesta. En realidad, si lo analizamos con frialdad. No había nada de malo en la invitación que un amigo de su padrastro le hacía a la nena. Para los dos representaba la mejor forma de pasar unas cuantas horas ante la ausencia de Trevor. Al principio concibieron aquellos juegos de risas y comentarios jocosos sobre el camarero como la mejor forma de pasar la mañana. Un par de años antes, Srina había empezado a jugar con sus posibilidades para seducir, todas las chicas de su edad lo hacían, y no veía maldad en ello, era una distracción como otra cualquiera. No se podía decir que fuera una de esas muchachas rígidas que si tienen que compartir el asiento de un coche con un chico en un viaje largo, se pasa todo el camino intentando no rozarle ni el brazo ni la pierna; desde luego, ella no tenía ese tipo de problema, de hecho le gustaba que la tocaran. 81
La respuesta se manifestó después de comer porque hacía un día de sol difícil de eludir y Pelopiexe no pude rehusar el deseo de Srina de bajar al parque. Para ella parecía sencillo, no había pensado en otra cosa, En cierto modo lo obligó a sentarse en la hierba, y aquel problema en aparentemente incapaz de resolver fue tomando forma definida. En el futuro, cada vez que se recordara allí sentado en la hierba, mirándola mientras ella intentaba liar un pitillo de marihuana, pensaría que esos eran los buenos momentos del pasado, no había nada que objetar al respecto. Se recordaría en silencio alimentado su miedo a la vejez, poniéndose a la altura del humor de Srina, pero poseído por su profesión y todos los cuerpos enfermos a los que se enfrentaba cada día. Ya no podía acercarse a más, se sentía como si todo se redujera a una tarde de diversión para ella, y no quería ser eso. Le bastaba con un poco de romanticismo de película italiana antigua, y creía que intentaba ser amable y de alguna forma pagarle por haberse fijado en ella e invitarla a comer. A pesar de todo creía que podía seguir tumbado en la hierba, a su lado, sin moverse, indefinidamente, sólo con que ella no se moviera tampoco podría suceder esa quietud. No era la primera vez que le pasaba algo parecido, esa necesidad de tener una chica joven al lado no duraba. Se traicionaba a sí mismo con planes que más que una bendición parecían una venganza. Representaba todas las fantasías de los tipos que aún no son viejos pero que notan sin reparos que han dejado de ser jóvenes. Desde luego no era el mismo de tan sólo un par de años antes, cuando hubiese aceptado cualquier proposición para pasar la noche bailando y riendo. En un futuro en el que no se reconocía completamente evocaría aquella tarde y otros momentos parecidos, ciertamente turbado, echando de menos las locuras que poco a poco vamos dejando de hacer. Entonces, se dijo que los mejores ejemplos de grandes hombres del pasado a los que había recurrido como la estaca de equilibrio necesario, ya no le servían, ya no leía la vieja enciclopedia de los grandes hombres. ¿De donde habría salido aquel libro? Era un regalo de infancia, sin duda, pero no conseguía recordar quién se lo había regalado. De niño quería ser como ellos, conseguir grandes cosas, convertir su vida en un acontecimiento mundial, ¡menudo fraude! Lo cierto es que se conformaba con estar media hora más dormitando y viendo patos entrar y salir de un lago insano. En un momento tomó un par de calmantes que llevaba en el bolsillo y todo empezó a moverse con un desplazamiento cósmico. Srine le preguntó qué era aquello que se había metido en la boca, y la engañó diciéndole que se trataba de pastillas para la digestión porque tenía un problema de estómago. Pero ella notó que se quedaba ensimismado, sonriendo con un tono de estupidez y sin gana para contestar a sus preguntas, así que lo dejó con sus remordimientos, se levantó y sin apenas despedirse se fue alejando para volver al garaje de Trevor.
3 Sin Suelo Contra Sí Mismo Salvo algún que otro momento excitante a la hora dela comida, o algún viaje para sacar fotos de turista, la tarde que pasó con Srina era su recuerdo más notable de aquel año. Tardó algún tiempo en volver por el garaje, Trevor lo llamó por teléfono y se inventó algunas excusas que tenían que ver con su trabajo. Pasó más o menos un mes, el tiempo suficiente para establecer distancia, y un día apareció por allí. No había mucho interés en conocer demasiadas cosas sobre sus ocupaciones, y si había decidido hacer sus visitas más esporádicas, incluso, si había decidido ir desapareciendo, nadie 82
le iba a preguntar al respecto. Solamente los buenos amigo comprenden esto, no se precisan excusas cuando la vida nos estrecha su lazo, cuando cierra todas nuestras expectativas y ya sólo nos dedicamos a superar el día a día. Le llevó a Trevor una caja de herramientas de automóvil que había visto en una tienda de ese tipo de productos a buen precio, y que según le había dicho el dependiente, con aquellas llaves no quedaría un tornillo ni una tuerca en el coche que no se pudiera mover. Antes de decidir pasar aquel día por el garaje, se preguntó si deseaba volver a ver a Srina, y la respuesta era que sí, que estaba rabiando por verla, aunque no se atreviera a dirigir una sola mirada sus ojos sin sentirse avergonzado. Solamente cuando se percató de que no andaba por allí, y que la presencia de Monic la Centolla enredando en lugar de estar a su lado, supuso que no andaba cerca y se atrevió a preguntar por ella. Trevor le dijo que había vuelto con su madre pero que volvería para asistir al congreso del automóvil. Era el final del verano y nadie podía hacer nada contra los cambios que suponía. Pelopeixe se sumaba a esa energía que lo revolucionaba todo a su paso. No hacía tanto que lo habían cambiado de destino en el trabajo y ya no estaba a diario con ancianos a punto de expirar. Había estado ocupado, y eso lo había tenido distraído, pero había sido premeditado no pensar en Srina, cada vez que sus pensamientos lo llevaban a ella, buscaba algún tipo de ocupación. Había recibido unas visitas de antiguas amigas que no esperaba, y le habían propuesto hacer un viaje a Perú. Eso estaba muy lejos, y el programa era para más de un año, tendría que pedir una excedencia en el trabajo, así que les dijo que lo pensaría. Trevor lo había llamado por teléfono más o menos por esa época, y le había hecho recapacitar sobre lo radical que había sido al cortar sus visitas, por eso decidió ir hasta su casa aquella mañana, Trevor le pidió que volviera el domingo a primera hora y así lo hizo. Salieron a dar una vuelta en el coche, lo que era un gesto de confianza que no esperaba; Trevor no solía mover el coche más que en ocasiones especiales, o los domingos por la mañana a primera hora, apenas con la primera luz del día, que se daba una vuelta por la ciudad con las calles vacías. Era acerca de lo que quería decir en su conversación lo que tenía a Pelopeixe pensativo y a Trevor hablando como nunca lo había hecho. Se daba en su discurso como si tuviera una segunda interpretación nada fácil de extraer. Supuso tres o cuatro cosas que creía que podía intentar decir, y cada una de ellas fue rechazada mientras seguía escuchando. Le hablaba de lo que necesitaba y de que la familia era un santuario, pero que él no había tenido suerte. Al montar en e auto, no podía imaginar que Trevor llevara tantas cosas en la cabeza y que pudiera comunicarlas con un tono tan afectivo y bondadoso, como si se lo debiera. No atinaba a imaginar que parte de sus últimas visitas había creado aquella reacción en el anciano, o si había sido el espaciamiento de sus visitas y la suposición de que se estaba distanciando para siempre, lo que no iba mal pensado. De cualquier modo sabía que aquel discurso podía no tener la repercusión esperada, ni influir en su vida en absoluto, pero no lo olvidaría nunca. La conducción del auto se producía lenta, pero llamaba la atención lo estético y seguro que parecía, incapaz de disputar un semáforo en una hora punta, pero dueño de la calle un domingo madrugador. No se conocían desde hacía mucho tiempo, no habían pasado por grandes experiencias y aventuras que los pusieran a prueba, apenas sabían suficiente el uno del otro, y la reserva que se tiene con los amigos recientes cuando, por ejemplo, se intenta hacer visitas cortas para no molestar, esa reserva persistía, y a pesar de todo se hablaban con una franqueza difícil de encontrar en nuestros tiempos y que sólo deseaba ayudar, aliviar el peso de otras vidas que no podían sentir ajenas. Pelopeixe, a pesar de todo lo expuesto, y además de todo lo demás, podía notar en el tono de su voz una amabilidad sincera. A ambos lados, con aquella luz dulzona del amanecer, veía pasar lentamente los árboles del paseo, acompañados de asientos de piedra semicirculares clavados en sus raíces, que ocupaban su mente intentando escapar de ideas absurdas acerca de la posibilidad de cambiar de vida. Trevor gozaba moviendo sus manos sobre el volante, parecía una experiencia mística para él: cambiar de marcha, volver a colocar el espejo retrovisor, bajar el volumen de la radio, todo se trataba de gesto lentos y estudiados, mil veces repetidos, sobreactuados, carentes de cualquier magia, y, sin embargo, estaba 83
disfrutando. Pelopixe creía saber lo suficiente de la vida para rechazar cualquier consejo. Había pasado por tanto como tantos otros, y suficiente para tomar las decisiones sin ayuda de nadie. Tal y como él lo veía, no se trataba de un estúpido orgullo -eso le habían dicho que podía ser-, tenía su propia teoría al respecto. Los hombres, según creía, cada uno de ellos tenía realidades y posiciones diferentes, experiencias diferentes y necesidades diferentes, y era ridículo andar pasándose soluciones los unos a los otros. Aún así valoraba la buena intención de su amigo. Dado que su estado anímico se veía ampliamente cubierto por sus miedos, y como parecía que todos los que lo rodeaban estaban pendientes de hasta el mínimo detalle de sus carencias, se dijo que nunca hubiese sido un buen jugador de póquer. En la medida que el descubrimiento le parecía interesante enseguida lo relacionó con Srina y la pobre impresión que debió llevarse de él. Por otra parte, a muchos de sus amigos les parecería repugnante que se dedicara a tontear con una muchacha a la que le doblaba la edad. Y se abandonaba a tan atroces y nuevas reflexiones a las que lo habían llevado los consejos del viejo. Estaba claro, todos lo consideraban indeciso y solitario por su incapacidad de asumir compromisos; no podía ser de otra forma. Ni siquiera estaba convencido de que pudiera pasar por el congreso ni de visita, pero un compromiso era un compromiso, o debía serlo. Conocía la importancia que le daban sus amigos a ese evento, ya no quedaba mucho tiempo y debía tomar una decisión, aunque todo anunciaba que esperaría al último minuto para estar o no en aquel lugar. Recordó que Srina le había pedido que fuera, y ese tenía que ser un motivo para no ir. Era de ese tipo de personas que eluden sus crisis volcándose en el trabajo, y en otras ocasiones le había servido de punto de estabilidad. A veces en su día libre le gustaba pasar por el bar de la empresa y tomar algo allí con los compañeros, y le hubiese resultado fácil cambiar algunas fechas y horarios buscando una excusa para aquellos días, pero eso no era lo que se esperaba de él, ni lo que él podía esperar de sí mismo; no solía echar mano de trucos de presencia tan débil. No podía despedirse de Trevor sin dejar de pensar en su vejez, en sus accidentes de coche y en sus enfrentamientos con un nuevo vecino, al que tendría que acostumbrarse porque, como suele suceder, hacen bueno al que se va. Lo veía sometido a cualquier accidente casero del que Greta no supiera ponerlo a salvo, y finalmente lo veía en una habitación blanca sobre una mesa de aluminio mientras lavaban su cuerpo, viejo, deforme y tieso como si lo hubiesen congelado. Quisiera que las cosas no fueran así, que no hubiera que temer constantemente a la muerte y a los accidentes, pero su trabajo estaba tan cerca de tantas mutilaciones, enfermedades inesperadas y sueños terminales, que cada vez que se había separado de alguien en su vida temía que en poco tiempo le dieran la noticia de un accidente o una enfermedad en la que él ya no pintaba nada. Para Pelopiexe, no había nada más sublime que los seres capaces de comprometerse “hasta las cejas”, a cualquier precio, dispuestos a salvar todos los muros. La potencialidad de personas así era desconocida y digna del reconocimiento de los otros, de los cobardes como él, huyendo, salvándose, eludiendo salir a escena, ser protagonista y aguantar el dolor de su pérdida más querida mientras el mundo sigue dando vueltas a su alrededor. Algunos pensaban que su actitud era conmovedora, que respondía a una niñez no superada, pero no deseaba ir a un psicólogo para que le dijera eso. Sí, la imagen del cuerpo de Trevor sobre la mesa de aluminio convertido en un trozo de carne limpia, recién lavada, justo antes de una autopsia, era una demostración más de su carácter, tan sólo comprometido con los enfermos o con los muertos, con los que no necesitan códigos, los que ya no necesitan hacer vida social ni enfadarse con su vecino porque se ha comprado un coche nuevo. No más ceremonias, ni bodas ni bautizos, no tenía motivos para celebrar nada. La asociación de coches antiguos tenía una oficina no muy lejos de su casa, lo que era realmente sorprendente. Hasta donde pudo averiguar se encargaban de contratar el palacio de congresos, que les salía casi gratis porque andaba el alcalde por medio. Había conocido otras personas que gustaban de coches antiguos en el pasado, pero no sabía que existiera aquella oficina hasta que el lunes se dirigió hasta allí para obtener un poco de información. Durante todos aquello años había visto reseñas en las noticias de la tele y había pensado que todo aquello lo organizaban desde el 84
extranjero, que se trataba de una exposición itinerante a la que se sumaban autos locales, y en parte así era. En aquella ocasión conoció al señor Pendermer, del que había oído hablar a Trevor y su actitud, es justo reconocerlo, no fue del todo desagradable. Le dirigió una mirada de cansancio en cuanto lo vio entrar por la puerta, y después de preguntarle que deseaba le dio todo tipo de referencias y algunos trípticos de propaganda del evento. Dudaba que aquello avivara su interés por aquellos aventureros de la rehabilitación de lo viejo, pero se conformó y decidió que si no iba en aquella ocasión a ver como Trevor triunfaba en el apartado de “rehabilitación sin retoques”, ya no lo haría nunca. Compró un par de entradas y le preguntó si llegado el momento podría quitar fotos dentro del recinto, a lo que Pendermer respondió que estaba permitido el uso de cámaras de todo tipo, y que opinaban que cualquier reportaje en una revista, por pequeña que fuera, ayudaría a la difusión del mundo de los coches clásicos. Pelopixe respondió que no se trataba de una revista pero que le quedarían unas bonitas fotos de recuerdo. Después resultó que Pendermer conocía a Trevor y la conversación e tornó más amable. Hablaron de la cuestión estética, y de que los beneficios no animaban a realizarla cada año, pero lo volvían a hacer porque sólo el arte compensaba tanto trabajo. No era agradable no tener ni una reseña en las cadenas generalistas, pero con eso y todo, nadie podría sacarle la satisfacción glamurosa de los asistentes. Y así, concentrándose en esa conversación y otras que iban surgiendo colateralmente, Pendermer le pidió que lo acompañara uno de aquellos días para ver como marchaban las labores de acondicionamiento de la nave que acogería los stands sobre los que se colocarían los coches. Dijo que sí casi inmediatamente y se llenó de optimismo hasta que unos días después estuvo en aquel lugar en obras, cubierto de polvo, de operarios moviendo y clavando moquetas, y carpinteros montando rampas y escaleras. Considerar a Pendermer una persona servicial sobrepasaba cualquier expectativa, tampoco se podía decir que fuera un hombre capaz de amistades instantáneas, y puesto que su amabilidad en todo lo relacionado con su trabajo era indudable, Pelopeixe supuso que el ego jugaba algo en su visita. Era como un político presumiendo de la marcha de una obra descomunal, a la que pronto tendría que acudir vestido de gala para inaugurarla. Pasaban entre los trabajadores mientras el anfitrión le hacía consideraciones técnicas de tal o cual cosa, y es verdad que algunos hombres se sienten en sus trabajos como Napoleón debía sentirse entre su tropas, adulados, consentidos, admirados, reconocidos, importantes e incapaces de huir de esa cárcel, compelidos al éxito, pero sobre todo disfrutando cada día de haberse enamorado de si mismos. Pelopeixe, a pesar de todo, no se sintió impaciente, aunque sí algo cansado después de un par de vueltas por las monumentales instalaciones. Como si lo hubiese notado, Pendermer propuso tomar algo en la cafetería anexa, y en ese momento confesó que él también tenía un coche clásico, un Alfa Romeo Carabo, y que eso era como viajar al futuro volviendo al pasado sin haber pasado por su época, como si nunca hubiese existido. Cuando aquella generación que no conoció guerra y que soportó las crisis sin renunciar a sus sueños, encontró que ponía sus afinidades en nuevas formas de sentir lo que era bello y lo que no, no supieron desproveerse también de sus ambiciones. Bajo ese punto de vista no era fácil encontrar seres afines para los que conservaban la sensibilidad como prioritaria, ante la destrucción de las viejas ideas de la integridad familiar. Trevor le había aconsejado que formara una familia, pero el mundo empezaba a funcionar superando las antiguas angustias de los que creen que es natural aspirar a llegar a viejos, y hacerlo en esa integridad, parte indisoluble y núcleo, resistencia ante la idea que algunos han puesto de moda, acerca de que nos enfrentamos solos a la muerte, en una residencia de ancianos, en un hospital o reconfortados por el aliento familiar. Todo se reducía para él, a un deambular, a pasar de una afición a otra, a conocer gente, y a dejar que el tiempo se consumiera sin prisa, pero los fundamentos de su fe en la familia no tenían la dimensión necesaria para asumir semejante reto. Sus padres le habían enseñado a no despreciar ni la ayuda ni la compañía de extraños, y se complacían en sus avances cuando comprobaban que su hijo confiaba en la gente sin recibir a cambio grandes decepciones. Lo mismo hubiese sucedido, posiblemente, si ni siquiera esa 85
educación hubiese existido porque su naturaleza parecía inclinarlo a conocer gente, a hablar con desconocidos y a aceptar que podía ayudar en empresas ajenas por un tiempo. En lo tocante a su incapacidad para pertenecer a grupos de amigos de forma permanente, o la aceptación de gente mayor en periodos cortos de diferentes actividades, tal vez deberíamos llegar a a conclusión que era una modelo que se salía de la norma, uno de los tipos humanos difíciles de catalogar. Dada la escurridiza relación que mantenía por cortos periodos de tiempo y las amistades que iniciaba sin continuidad, era de esperar que no volviera a ver a Pendermer después de ver y darse un paseo en su Alfa Romeo. No se trataba de que no apreciara los gestos y las invitaciones que le ofrecían, era su forma de enfrentarse a sus antiguas obsesiones. Pelopeixe no podía achacar su pesimismo a las reacciones de otros. Srina acudió como había prometido al encuentro anual de coches antiguos, pero esta vez lo hizo acompañada de un joven rockero, que se mantenía a cierta distancia mientras ella se subía al stand y se apoyaba en el capó con su ropa años veinte. La conclusión a la que llegó el enfermero en su habitual falta de esperanzas y optimismo, fue que estaba de más allí. Los había visto entrar juntos y pararse en el ropero para besarse, y eso había sido suficiente para pensar que debía salir de allí, lo que hubiese hecho si Pendermer no lo hubiese visto y no se hubiese acercado para saludarlo, Después aparecieron Trevor y Gloria y se sumaron a la reunión. Nada era tan grave, después de todo Srina estaba seductora con aquella ropa charleston que habían encontrado en una casa de empeños. Tampoco podía haber esperado que en cuanto lo viera saliera corriendo para darle dos besos de amistad infinita en sus blancas y fofas mejillas. Lo cual lo llevaba de nuevo a plantearse dar una vuelta entre el público para mirar otros coches y abandonar el lugar discretamente. Algunos meses después supo que Trevor, por una carta que éste le mandó, no había ganado en ninguna de las disciplinas, ni si quiera en la de “auto en mejor mantenimiento” y que tampoco le habían dado una mención especial por su insistencia que era lo menos que podían haber hecho si contaban con él para próximas citas. De cualquier forma el viejo no se desanimaba, al parecer estaba pensando en vender su viejo Ford, y comprar algo más asequible a su bolsillo. Una idea loca, según le habían dicho algunos de los mecánicos que frecuentaba para sus arreglos. En realidad, no importaba tanto un coche u otro, o al menos el así lo creía, porque lo que le gustaba era todo lo que se desprendía alrededor, la dedicación y las aspiraciones que le hacía albergar en forma de sueño con diploma. Nada es más tranquilizador que tener aspiraciones, eso convencía a Trevor de que aún tenía fuerzas para seguir “en el juego”.
4 Acerca De Un Admirable Subsistir Se pertenecían como se pertenecen las ideas, apoyándose o incapaces de encajar, pero incrédulos y hastiados como las palabras de un discurso. No se entusiasmaban con cada nueva carta, ni se tenían como enamorados sin conciencia, pero a ratos y de permiso, se les veía juntos. Y cuando se consolaban no hablaban de la guerra sino del futuro, porque para él, la guerra había sido cosa de apenas unos meses y unos cuantos tiros antes del armisticio. “Llego tarde a todo”, solía decir a su vuelta. La madre de Srina tenía la costumbre de entrar en su habitación como un inesperado vendaval, y hasta para decirle alguna cosa sin importancia, hacía eso. Lo habían hablado alguna vez, pero no se daba por enterada, o tal vez, entraba en un estado de confusión difícil de entender para los que tenían facilidad de comunicación y no sólo hablaban, sino que también escuchaban. Así conoció a 86
Raamírez, abrió la puerta de golpe y allí estaba aquel chico, con su uniforme militar y un macuto que debía pesar más que él, al pie de la silla en la que se encontraba sentado. No dijo nada al principio, hizo como que se le había olvidado el motivo de entrar de aquella manera tan ruda, y después saludó al chico con unas palabras acerca de lo horrible de la guerra y salió disparada para el trabajo. A primera vista, la madre de Srina, complacía, en principio, a los que gustaban de ver fuertes complexiones, cuerpos magros pero contenidos, el cuerpo de una mujer enérgica y carnosa como parte de cualquier otro merecido reconocimiento. No parecía capaz de exagerar en eso, era, en todo, una exquisita naturalidad de formas y gestos, porque dejarse llevar con moderación por los apetitos y todo lo que se derivaba de tal actitud en la vida, sólo podía verse como virtud. Si sabía que no era del tipo de persona y cuerpo que pasaba desapercibido, entonces tenía que vivir en la contención, porque nadie en su sano juicio aceptaría más que llenarse de orgullo de la sorpresa generada a su paso. Era decidida y capaz, pero también inteligente. De lo último que recordarían de ella sería acerca de esa combinación de inteligencia sometida a la energía que generaba tanta atracción en hombres y mujeres, y de la sencillez con que lo asumía. Insistía la madre en convencerla de evitarse males mayores, e intentaba explicar con ejemplos y detalles que el mundo era cruel, y que tal y como parecía, a ella no le había ido demasiado bien. La vida, según ella, no daba oportunidades pero ofrecía desafíos a cada momento, y añadía que los jóvenes podían equivocarse porque disponían de tiempo de rectificar, pero ella ya no. Debía intentar convencerla de no ponérselo fácil a la vida, que tal y como se le iban a poner las cosas todo tendía a empeorar con el tiempo y los caminos se cerraban para los pusilánimes. La vida es un abuso, decía consternada, los malos tiempos siempre llegan hasta para los que nadan en la abundancia. Y cada vez que repetía su discurso ponía dos ejemplos cinematográficos, dos de sus películas favoritas, “Esplendo en la hierba” y “La gata sobre el tejado de zinc”. Había algo en aquellas películas con las que pretendía ilustrar su discurso, y tal vez fueran los padres fracasados cuando se creían en la cima de su éxito. Y ese resentimiento femenino también se manifestaba contra el patriarcado, a pesar de que Srina no se lo tomaba demasiado en serio. “No dependas de nadie”, y añadía, “la vida te va a pedir cuentas, aprovecha el tiempo”. Después la muchacha salía corriendo, y la emprendía con Raamírez que no comprendía su enfado. Lo insultaba, todo lo que hiciera o dijera le parecía mal, y se sentía traicionada, y sólo se calmaba cuando al final le confesaba, “mi madre odia a los hombres”. Eve cantaba en el coro de la iglesia y se tomaba los ensayos muy en serio. Tal y como Srina lo veía, después de tanta dedicación debería haber despuntado como una excelente voz hacía algún tiempo, sin embargo, ella se mantenía entre las otras voces sin ningún interés por destacar. No resultaba tan relevante su excelente voz como su imagen desbordante, eso estaba claro, pero su forma de ser la hacía conducirse como si no se enterarse de algunas cosas le pudieran parecer más o menos vulgares, así que no solía ponerse condiciones al arreglarse sólo porque hubiese notado algunas miradas de más ese día. El comandante Jeremita tenía buen oído para las voces nuevas y se permitía hacerle sugerencias a Jones, el director del coro acerca de tal o cual voz, que ocasionaba algún disturbio en tal o cual parte de según que pieza. Y además de buen oído tenía una vista excelente a pesar de sus años, lo que lo llevaba a acercase para charlar e invitar a Eve siempre que podía. Cada vez que él encontraba que alguna voz no funcionaba conforme a lo esperaba iba corriendo a contárselo al director, y ya de paso que subía al lugar desde donde se ejercitaban, aprovechaba para continuar sus comentarios con la madre de Srina. Durante aquel tiempo de juventud, Srina tenía mucho tiempo libre, no sólo por su rechazo a los estudios, a tomárselos en serio y dedicarle la atención necesaria, sino también por las muchas ocupaciones de su madre que parecía confiar lo suficiente en ella para dejarla sola en casa durante muchas horas. En el límite de sus fuerzas las distracciones llegaban cuando salía de aquellas cuatro paredes de su cuarto. El número de jóvenes que se interesaban por ella, además de Raamírez, era limitado, y 87
ninguno la atraía demasiado, por su constitución, demasiado obesos o demasiado flacos, de pieles desiguales, abruptas, aceitosas, cubiertas de granos o sudorosas. Y a pesar de todo el interés mostrado, de la dulzura y alegría que pretendían obsequiar, esa misma gratuidad, aquellas incipientes barbas mal afeitadas y aquellos pelos cubiertos de grasa, la ponían a la defensiva. En ocasiones, en la soledad de su habitación la había atacado una dulzura melancólica hasta hacerlo llorar, y eso no era propio de ella siempre dura y áspera como un zarzal. Había que estar muy en el límite de la atracción física, para tener la paciencia que Raamírez tenía con ella. Para reconocerle algún valor añadido, además de la insensible fuerza que ponía en rechazar a los pocos chicos que se interesaban por ella. Tal vez, la magia que lo cautivaba tenía que ver con ese rechazo que sabía que en cualquier momento podía llegar, sin percibir más distancia que la que la contracción de sus pupilas le permitía. Nadie debería asombrarse ya de que existan este tipo de jóvenes en los que reside un atractivo tan sólo sostenido por sus rechazos. No disimulaba ni intentaba ningún tipo de comprensión ni moderación, todo lo que le molestaba estaba en guerra con sus entrañas, y solía decir, “no soporto esto” o “no soporto aquello”, y creer que eso la mantenía pura frente a un mundo que había hecho demasiadas concesiones a la impureza. Y, debemos decirlo, las aproximaciones sexuales eran para ella tan transitorias que necesitaba lavarse a fondo después de cada uno de aquellos roces y penetraciones. Eve desconocía por completo estos extremos acerca de la íntima naturaleza de la piel y la carne de su hija, y, al menos lo parecía, prefería que todo siguiera siendo así. Pero no debemos pensar que todos fuimos una vez así, cada uno lo sabe, nuestras posibilidades de entregarnos al estremecimiento sensual, nuestras exploraciones y aprendizajes ha sido posiblemente diferente del de Srina, y también diferentes de todos los demás. ¿Por qué no pensar en vidas diferenciadas como lo son cada una de las facciones de nuestra cara? Después de todo, las historias se construyen basándose en estas diferencias, a veces sorprendentes y a veces nos resultan familiares, pero no iguales. Y cuando Srina hiere a sus admiradores con su indiferencia, con su gesto duro y, cuando se expone en el límite de la crueldad, con sus desprecios, lo hace con una habilidad diferente a otras chicas que se sienten igual de molestas con el mundo y el rol que les dedica. Los temores de Eve eran fundados e iban dirigidos en lo que se refería a las travesuras de su hija, si así las queremos llamar. Srina, si bien tenía unos horarios irregulares, guardaba las formas y no se ausentaba de noche de la casa, eso complacía a su madre que a pesar de todos los quebraderos de cabeza que le daba, la seguía considerando una chica responsable. Esto unido a que la acompañaba los domingos al servicio religioso era suficiente para seguir permitiendo aquella vida de aparente estudio, pero que en realidad iba perdiendo sentido. En el fondo de sus pensamientos, Srina no quería hacer daño a nadie, no pretendía hacer lo que no debiera o desafiar la forma de vida en la que había crecido, sus reacciones eran por pura asfixia y en eso tampoco era tan diferente a las otras chicas. Pertenecía pues a una generación de padres que harían cualquier cosa por sus hijos, y que creían que luchar hasta la extenuación por ellos los convertía en mejores personas. Eve creía que era su obligación mantener su trabajo como cocinera en el restaurante en el que trabajaba, el mejor de de sus destinos laborales de los últimos años, y eso la hacía esforzarse al máximo y ser competitiva. ¿Qué podía saber su hija de todos los desvelos que le había provocado desde que naciera? De la última época en que sus padres vivieran juntos, a pesar de las discusiones, guardaba algunos recuerdos agradables. Recuerdos sobre que con el tiempo iban perdiendo el sentido que les había querido dar. Eve durante años intentó convencerla de que lo tenía idealizado, y de que los hombres no siempre tienen motivos admirables para comportarse con un mínimo de responsabilidad. Él había trabajado mucho para darles una posición, de hecho apenas lo veían porque pasaba más tiempo en la oficina que en su propia casa y eso no era tan admirable como parecía. Había logrado darle a su familia “una posición” y Srina por aquel tiempo se había sentido elevada por encima de sus compañeras de clase. Entonces no era nada más que una niña de séis o siete años, pero ya era capaz de entender esas cosas. El desafío de Eve había estado en convencer a Srina de que los 88
desvelos de su padre no habían sido motivados por su familia, y que eso había quedado demostrado cuando las abandonó, sino que, todo aquel monumental esfuerzo había consistido en demostrarse sí mismo y al mundo de que era capaz de afrontar empresas de forma que otros no podían ni imaginar. Estuvieron juntos disfrutando de aquella “posición” durante unos años en los que compraron una casa, un coche caro y salieron de vacaciones a los sitios más caros, y Eve empezó a sospechar que existía una forma de megalomanía asequible a los dedicados y esforzados trabajadores. Ella lo acompañaba en sus delirios y él fumaba puros, se compraba ropa elegante y hablaba como un emperador capaz de las más grandes conquistas. Tal vez nunca antes lo había escuchado, pero cuando él empezó a hablar de sus proyectos, de sus sueños de grandeza y de sus aspiraciones multinacionales, Eve comprendió que no había sitio para ellas en ese maremagnum de ilusiones desbordadas ni en su corazón. Srina algunos años más tarde, al fin entendió a lo que se refería su madre, y por qué la separación se había producido en los términos de totalidad que a él y a su orgullo le llevaron a no volver a verlas jamás. Srina lo había pasado muy mal, durante los primeros años había creído que nadie podía ponerse en su piel y sufrir como ella lo había hecho. Pero salió adelante, aprendió a mentir y a hacer como que nada le importaba, cuando en realidad no hacía otra cosa que representar el papel más brillante al que jamás una actriz se haya enfrentado. Otras compañeras suyas tenían otro tipo de problemas la mayoría tenían que ver con sus miedos a las primeras relaciones amorosas y sus derivadas, el enfrentamiento con sus padre, el desamor, los embarazos no deseados..., pero Srina no solía hablar de ese tipo de cosas porque lo que le preocupaba era volver a casa con el vacío que provocara la huida de su padre, sentarse frente a su madre y sentirse como dos mujeres tristes y rechazadas. Había también en la reacción de familia rota a dos, un encierro de palabras, una abundancia de silencios que le conferían una nueva personalidad. El énfasis que las chicas con problemas ponen en los silencios lo deben de interpretar como una forma de castigar al mundo, sin embargo, Eve aprendió a convivir con ese bajo nivel de comunicación, y hasta podríamos decir que apreciaba aquella casa malamente habitada con ruidos de aparatos pero pocas voces. Raamírez le dijo que se iba al otro lado del mundo un día antes de partir. Por lo que sabemos, debido a la falta de confianza que le merece su relación con Srina no lo hizo antes. Algunas discusiones se habían producido el último mes, y no sabía si el hilo que aún los mantenía en comunicación soportaría una noticia semejante, así que decidió sorprenderla a “toro pasado”. Comunicar algo de este modo, ejerce la fuerza de lo inevitable y predispone al que escucha hacía la comprensión y la aceptación. Algunos creerán que hacer así las cosas era la mejor forma de pegarle un tiro de gracia a lo que quedaba de su relación, pero Raamírez creyó que era la mejor forma de evitar una nueva discusión, aunque se pasó todo el viaje en el barco hacia tierras extrañas pensando en ello, y más preocupado por lo que dejaba atrás que por lo que se iba a encontrar cuando desembarcara. No debemos darle más vueltas a la forma de actuar de Raamírez, ni traer a cuenta nuevas interpretaciones de sus carencias emocionales o de sus delirios, porque simplemente a veces actuaba por impulsos y sin conocer sus motivos. En relación de los motivos que lo llevaron a enrolarse, baste decir que no todos ellos tuvieron un origen en su necesidad de tomar distancia con todo lo que en su vida se desmoronaba. Tal vez, en su forma de entender el patriotismo estaba empujándo el miedo a quedarse atrás, a no decidir a tiempo y parecer un cobarde, pero eso tampoco lo sabremos. En ausencia del chico Srina disponía de mucho más tiempo y eso llegó a preocupar a su madre, que en ese momento intentó convencerla para que hiciera algunas tareas en casa y algunos recados fuera de ella. Pero los sueños de Srina estaban tan lejos de todo eso como de la posibilidad de cumplirlos algún día, y si sus caprichos la hacían un día intentar aprender a tocar el piano, renunciaba en pocos días, al poco tiempo la hacían ponerse ropa de su abuela y pasearse como una actriz por las cafés alrededor del teatro, donde los actores solían tomar un reconstituyente después de actuar. Todos esos cambios significaban algo, pero, de forma más específica, lo de pasearse afectadamente como los actores era casi tan poco enriquecedor como la forma en la que se lucían los burgueses. Intentar parecer lo que no se es, es ese punto donde empiezan nuestros sueños 89
y sólo prescindiendo de toda presunción y poniéndose manos a la obra podremos mantenerlos. Creo que está demasiado extendida la creencia de superioridad de que, los que no aspiran a un estatus superior son unos fracasados, y por eso son tantos los que viven por encima de sus posibilidades, los que lo hacen de las apariencias o los que se creen señoritos sinceramente y se comportan como patéticos aspirantes a la nada. Como suele suceder en estos casos, la falta de previsión de Eve la llevó aceptar ser cortejada por otros hombres algún tiempo después de su divorcio. No había pensado que entrar en otra relación estuviera a su alcance, así que salía ocasionalmente con hombres sin compromisos y de intachable trayectoria, con el único fin de pasar el rato. No se fiaba de ninguno de ellos, pero al menos se conocía a sí misma, sabía que soportaría la presión, y eso era suficiente. Quería al menos disfrutar de los años que le quedaban de madurez independiente sin encerrarse en casa, sin dejar de saber lo que hacía la gente que se divertía los fines de semana y cuales eran sus costumbres y sus conversaciones, lo que hasta ese momento había sido un misterio para ella acostumbrada a una vida más familiar. En eso, su hija fue mucho más comprensiva de lo que había imaginado, y llegó a la conclusión de que también le agradaba la idea de que algún sábado por la noche quedara la casa sólo para ella. Pero apenas un año después supo que su madre se había prometido con un hombre mucho mayor, y eso ya no le gustó tanto, aunque debemos ser justos con ella y decir que todas reticencias se desvanecieron cuando conoció a Trevor, porque le pareció muy adecuado para su madre y porque era el tipo de persona que encajaba perfectamente en sus vidas.
5 Falsa Sensación De Seguridad Antes de instalarse su nueva casa, Eve quiso saber que iban a estar cómodas y vivir con la necesaria libertad a pesar de la entrega que supone cada nuevo compromiso. Apenas habían transcurrido unos meses de su estancia en la casa de Trevor que las dos empezaron a echar de menos pequeñas cosas y caras de su viejo barrio. Lo cierto es que se habían dado tanta prisa en mudarse que apenas nadie lo notó hasta que las echaron en falta y eso debió suceder bastante tiempo después. Los cambios que tuvo que hacer Trevor para instalarlas le parecieron de lo más natural y adecuado, y no le molestó en absoluto que Eve pareciera tener tan claro lo que quería. Poco a poco, la relación iba ganando en confianza, e incluso le compró un perro labrador a su hijastra (en realidad era una perra y la llamaron Monique); eso contribuyó a que se sintiera más cómoda, pero Trevor fue la única relación de su madre con la que nunca se sintió a disgusto, y también la única con la que se siguió relacionando incluso cuando pasados unos años la pareja decidió separa sus destinos. Concluyendo, con la opinión que su madre tenía de los hombres vivir con Trevor fue una oportunidad para cambiar algunos patrones de pensamiento muy incómodos para la hija y que no deseaba heredar. Para ella, que necesitaba un margen en el que poder escribir sus sueños, todos los misterios podían ser reconocidos, o al menos desinflados de puro desinterés. Todo el mundo hace planes, pero la juventud lo necesita como se necesita el agua para la vida. La vitalidad que en ellos se manifiesta 90
con la efusión volcánica de dolores y aspiraciones, llevan consigo la necesidad de poder probarse que merecen todo el interés que reclaman. La mudanza se realizó en tiempo record, con eficacia y sin pensar que podía no ser definitiva. Todos ayudaron y se daban aliento como hacen los equipos del deporte nacional en la televisión. Faltó poco para que Trevor renunciara al equipo contratado y los mandara con su furgoneta de vuelta antes de tiempo y antes de terminar el trabajo. También descubrieron lo fisgones que pueden ser algunos vecinos, o al menos para Srina era un descubrimiento; los adultos ya conocen estos extremos de la inquietud humana. Desde la casa de al lado los miraban descargar sus cosas sin perder detalle y eso le pareció que era entrar en su intimidad porque hubo algo de descaro en aquella posición detrás de un muro infranqueable, de comidillas y comentarios. Trevor les espetó que no se trataba de un pase de modelos y el vecino más próximo, ofendido y indefenso. al fin, se metió para dentro de su casa y echo la persiana de la ventana que daba al patio. Como las mudanzas no son una condición menor, o lo van a ser, en la convivencia que debe armonizar costumbres. Posiblemente aquellos vecinos hubiesen buscado todo tipo de informes, hubiesen intentado acudir al vecindario del que procedían aquellas personas, e incluso, según creían, deberían exigir un certificado de buena conducta para mudarse a un barrio tan selectivo. Pero, después de todo la mudanza lo era sólo en parte y deberíamos mejor llamarle acoplamiento, porque Trevor, el propietario de la vivienda no se iba, seguiría viviendo allí para establecer que nada cambiaría tanto, y eso lo cambiaba todo. En tales circunstancia se acababan las exigencias vecinales, y si alguien tenía alguna crítica que hacer, también se la harían a él, y por eso algunos tuvieron que morderse la lengua y acudir para dar la bienvenida algunos días después, armados de flores y pasteles. La acogida estaba servida y eso tampoco lo olvidaría Srina en el futuro, lo que se uniría a otros buenos recuerdos que guardaría de Trevor. Aquella fue una etapa sin sobresaltos, eso también debía atribuirlo al carácter de Trevor, que se ponía nervioso con facilidad con asuntos de tráfico, pero a ellas las consentía mucho. Por la calidad de sus recuerdos, sabía que además de todo lo bueno que les ofreció, a ella le ayudó a pensar sin exagerar, lo que, conociéndola, ya era mucho. Por un tiempo le dejó de doler la espalda, lo que se le había presentado como su condena particular y se levantaba por las mañanas sin dificultad, y me atrevo a decir que con cierto optimismo. Era apenas una niña entonces y aún no había conocido a Raamírez, pero ya se entregaba a todo tipo de conjeturas acerca de su futuro y si algún día podría llegar a ser miembro en el coro de la iglesia como su madre. Fue sometida a algunas pruebas de oído y durante un tiempo asistió a clase de música pero le aburrió y lo dejó sin miramientos. Era como si cada vez que veía en alguien alguna actitud, afinidad o afición que le parecieran admirable, ella también quisiera tomar partido. Y lo intentaba, probó con los coches, con la pintura, con el coro, quiso ser actriz y poeta, y todo ello sin demasiado convencimiento. Era, sobre todas las cosas, su energía dirigida a la necesidad de querer ser algo la que la hacía saltar de una cosa a otra, pero renunciaba sin miramientos en cuanto comprendía que en cada una de ellas se le exigía un cierto esfuerzo y compromiso. La vida a su edad de entonces, formaba parte de un proyecto general que ni apreciaba, que no se paraba un segundo. Cada voz, cada expresión era analizado en su cabecita de forma inconsciente pero eficaz. Imitaba lo que le gustaba de los mayores, pero rechazaba sin enmiendas a aquellos que no le gustaban. Alrededor de la casa de Trevor y de su garaje, donde pasaba la mayor parte de su tiempo, el mundo giraba con placidez y siempre lo recordaría así. Se sentaba en el patín de la entrada viendo entrar y salir mecánicos que le ayudaban al nuevo marido de su madre, a montar un coche viejo. Allí pasaba muchas horas dejándose acariciar por el sol en otoño, y comiendo helados en verano. Aislada del mundo, como suele suceder a las hijas únicas que además se empeñan en su timidez, repentinamente, de un salto, abrazaba a Monic y jugaba con ella dando pequeños gritos, riendo y empujándola entre ladridos y caídas. Su madre nunca pudo explicarle los motivos que la llevaron a separarse de aquel hombre tan bueno y paciente. Los adultos sabemos que la paciencia puede llegar a ser insoportable en las personas que queremos si esperamos de ellas una reacción, 91
pero esa estabilidad era todo lo que Srina pedía. Pasaron un pocos años maravillosos; pocos. Eve empezó a preguntarse con cierta frecuencia como iban a volver a su vida sólo de dos. El mundo nunca lo pone fácil, pero no se sentía integrada en la vida de su pareja. Trevor ni se daba cuenta, seguía con sus aficiones y viajes, y no creía que desatendiese ninguna de sus necesidades, pero obviamente no era así. Sin embargo, el día que llegó a saber lo que realmente pensaba Eve, se sintió tranquilizado de algún modo, porque ella había tenido reacciones bruscas con él antes de aquel momento, que no le habían parecido, por decirlo de algún modo, correctas. Eve, finalmente intentó explicarle sus motivos, pero no los entendió del todo. Para Trevor, ella no era feliz, y eso era suficiente, no había que darle más vueltas ni ponerse dramáticos. De vuelta a su antigua vida monótona de paseos inesperados, tardes de coro y cocina ligera, Srina conoció a Raamírez cuando su cuerpo había terminado de formarse y en ella subsistía la llamada de todo lo desconocido. Él le preguntó si podía acompañarla a casa y ella estuvo conforme, porque lo conocía discretamente y se lo habían presentado, pero es cierto que hasta que empezaron aquellos retornos desde el instituto, apenas habían hablado. Ella no tenía prisa por llegar porque a esa hora Eve salía a hacer visitas, y no le gustaba estar tan temprano sola en casa. Regateaba la última conversación los dos parados en la esquina en la que debían separarse, daba igual el tema de sus animados circunloquios, al final se tiraban entre quince y veinte minutos, un día y otro, pegados a un semáforo que estuvo a punto de adoptarlos. Ignoraban los verdaderos motivos que los llevaban a estar juntos y si había en ello o no una atracción física -posiblemente el deseo es la fuerza más constante y capaz, pero el inconsciente no siempre lo reconoce como motor de nuestras decisiones-. Tuvieron que pensar, al menos al principio, que si tenían que volver a casa acompañados, aquella debía ser una buena idea y mejor hacerlo con un compañero de estudios. La rutina escolar se produjo durante un par de años en los que avanzaron en su amistad, y además de los escarceos eróticos a los que se iban entregando, ambos pensaban con cierta ecuanimidad que su postura ante el romanticismo era fría y equilibrada, lo que les ofrecía entrar a valorarse sin espejismos. Después de cientos de discusiones, interpretaciones, malentendidos, de llevarse la contraria a capricho y de histerias considerable que imposibilitaban ponerse de acuerdo, podían decir que habían entrado en el estado de confianza que dos jóvenes de clase social parecida necesitan para sentirse como amigos muy unidos. De haber sido uno de los dos, un buen estudiante con pretensiones burguesas, posiblemente se dedicaría a jugar esperando un partido mejor, pero ese no era su caso, por sus expedientes académicos se iban a convertir a dos preciosos mediocres sin ambiciones, y por sus vidas familiares sin la posibilidad de brillantez de la que otros alumnos presumían, se podía decir que iban a necesitar apoyo mutuo durante mucho más tiempo del que cabía imaginar. En algún momento impreciso de sus dilatados paseos Srina debió invitar al chico a subir a su apartamento, que en realidad lo era de su madre. Después de algunos preliminares que ella había imaginado en su soledad de otras tardes, lo haría pasar hasta su habitación para dar forma a los rituales eróticos de juventud, sin olvidar que disponían de apenas una hora antes de que Eve se pasara por casa para arreglarse y salir a sus clases de canto y oración. Al principio fue muy divertido, y aquellos encuentros se multiplicaron sin dar cuenta a nadie del motivo de sus ausencias al instituto, ni porque cuando uno faltaba la otra también lo hacía. Pero con el tiempo aquello empezó a no ser igual de estimulante, y pasaron a espaciar sus encuentros. Srina, por algún motivo que no comprendía, al mirarse al espejo se encontraba más ordinaria y menos excitante que nunca. Ella que siempre había luchado por establecer alguna diferencia que la destacara entre las otras chicas, ahora se encontraba con que nada de eso era real, y que hacía las mismas cosas y se movía por los mismos estímulos. Perdía fuerza a pesar de su juventud, su constitución se sometía a los pastelitos que la engordaban, sus pechos se desinflaban y había manchas en su cara que no eran acné y que no sabía como atacar. El amor había tocado techo, ya no había nuevos retos ni versos, y los primeros largos encuentros en el parque ya no les satisfacían. No podían volver a lo de antes, a 92
las charlas sin sentido y soportar los caprichos y los enfados sin darles mayor importancia, y tampoco podían seguir adelante, porque no había una respuesta en las fuerzas del destino. Los dos empezaron a sentir que necesitaban cambiar algunas cosas que les produjera una sacudida emocional. Bajo esa perspectiva él encontró una propaganda en una revista para alistarse y lo peor de todo es que las condiciones no parecían malas. Una oportunidad para hacer dinero rápido, estar en la guerra dos o tres años y volverse con una buena cantidad ahorrada. Con suerte estaría en la reserva y apenas pisaría el frente. Había algo más, y eso era su orgullo, no podía estar más tiempo pensando que no era nadie. Las últimas semanas antes de partir para aquel país extranjero y después de tres meses de academia, todo se iba volviendo más y más triste. El tiempo que pasó lejos de su país, Raamirez sobrevivió no sólo a las incomodidades propias de las marchas y las noches a la intemperie en mitad de las selvas y de desiertos, se trataba de necesitar menos que ninguno, hacer un aliado de la escasez y conservar las pocas fuerzas que le permitía la actividad incesante de avanzar y retroceder. En el campamento ocupaban barracones con una letrina en cada uno de ellos y escasas provisiones si la logística no estaba a tiempo. Todo lo que le que le rodeaba parecía creado para animarlos a la depresión, la vegetación, los pequeños insectos venenosos y las infecciones. Cualquier deseo estaba prohibido, no se podía ansiar otra cosa que sobrevivir y la comida era insulsa a propósito -o con el propósito de disponer de un placer que los distrajera de su deber, no podían concebir otra interpretación-. No existía la alegría y la risa era impostada, pero había momentos de consuelo cuando hablaban entre ellos, cuando recibían correo o algo de licor. Todo lo que podemos registrar como guerra y forma de vida de los soldados no es nada nuevo, las privaciones suelen ser las mismas o parecidas, el horror sistemático y los heroísmos escasos o casuales. En una primera aproximación, visto desde la comodidad del primer mundo, no parecen existir esos momentos de calidad entre camaradas, esa amistad a prueba de contradicciones, y esa entrega que al volver sobrevive a la condición social de cada uno, y sin embargo, existe. Si dos soldados en el frente sobreviven al apoyarse, nada romperá ese hilo de comunicación en el retorno, ni siquiera que uno duerma en la calle y el otro en un palacio. Hay una extraordinaria espiritualidad en arriesgar la vida en grupo, y marca sobre el hombre un peso excesivo de concordia que ya sólo esa misma muerte, algún día se encargará de detener. La desolación que representan los recuerdos de los cuerpos mutilados, la amenaza real de muerte en bombardeos que duran días o la frialdad de matar a un enemigo desarmado a sangre fría, sin duda debe de permanecer en los sueños de por vida, y sólo ser entendido por otro hombre que haya tenido las mismas experiencias. El cambio se produjo en Raamírez, nadie que lo conociera lo podría negar, y Srina lo notó especialmente. Por una parte admiraba sus recientes silencios, su alma torturada, y la madurez triste en un cuerpo tan joven, por otra parte, la asustaba. Cada vez que el soldado ya retirado evocaba los peores momentos de aquel terrible destino, con clara exactitud se representaban ante sus ojos escenas que lo privaban de toda alegría y sosiego. Compartir algunas horas con Eve, salir de casa y pasar por el parque en que otro tiempo se fumaban las clases, lo aliviaba. Cuando lo invadían los fantasmas la llamaba y ella siempre estaba. Cuando partió tenía una idea muy superficial de lo que se iba a encontrar en el otro lado del mundo, sabía que iba a ser duro, pero imposible calcular hasta que punto le iba a afectar. Por fortuna su enganche de cuatro años duró apenas la mitad porque el armisticio se produjo antes de lo que todos habían calculado. A diferencia de otras chicas, Srina creyó una suerte quedarse en estado; iba orgullosa y segura, con paso firme por la calle en cuanto lo supo, pero aún le faltaba algún tiempo para que se le notara. Un agrado incontenible, casi como una venganza la lleva a decírselo a su madre sin preparación alguna, soltándoselo como si fuera lo normal, lo que se había estado esperando de ella durante mucho tiempo. Peculiarmente maquillada, con ojos ennegrecidos, cara sonrosada y preparada para sus visitas matinales, Eve no sale de su asombro, le hace preguntas, quiere saber todos los pormenores y lo que piensa hacer. Está muy claro, Srina quiere tener a su bebé y si su madre no puede ayudarla tendrá que acudir a la asistencia social. El cabello encanecido por una vida sin 93
suerte, no vacila en gritar, en desesperarse, en preguntar, “¿qué va a ser de nosotras ahora?” La insistencia de sus preguntas no parecen impresionar a su hija, pero ya ha dejado de disfrutar con la noticia y la sorpresa que deseaba y que nunca pensó que llegara a causar ese efecto en Eve.
6 La Insistencia Humana Fue un momento muy tenso. Srina se preguntaba qué podía hacer para aliviar el dolor que estaba causando a todos, también a Raamírez con el que había discutido y al que hacía tiempo que no veía. Su madre intentaba seguir con su vida, atender todas sus habituales ocupaciones porque si se dejaba afectar se metería en la cama y no se levantaría hasta que Srina lo hubiese solucionado por sí misma, o al menos eso le había dicho. La muchacha recordó todo lo que la unía a Trevor y por alguna razón desconocida pensó que podría ayudarla. No dijo al viejo que estaba embarazada, pero le pidió pasar una temporada en su casa, mientras ponía su cabeza en orden; algo así como una vacaciones pero sin moverse de su casa más que unas cuadras. Trevor, tal y como lo recordaba, se tomaba con pasión todo lo que hacía y por eso no podía comprometerlo en sus problemas. Él tenía sus propios problemas, como a todo el mundo le pasa, pero tenía la solvencia necesaria para ir solucionándolos sin escandalizar, a veces, sin que nadie notara sus maniobras para poner las cosas en orden. Durante los días que pasó en casa de Trevor su madre no dejó de llamarla para que volviera a casa, y allí conoció a un tipo, al parecer enfermero y amigo de Trevor que la invitó a comer. Además le pidieron que concurriera con ellos a la exposición de autos antiguos vestida años veinte, y todo fue muy divertido. Hizo las paces con Raamírez y todo parecía que iba solucionándose cuando llegó lo de su insomnio. Había empezado a pensar que sólo estaba en paz cuando estaba en situaciones extrañas y que no podía controlar. También creyó que de todas las posibles enfermedades de la mente que no permitían dormir a la gente; la de ella tenía que ver con la opinión que su inconsciente tenía de sus rarezas, de la chica que actuaba y, a veces, no sabía por qué hacía algunas cosas. El inconsciente no aceptaba algunas cosas que hacía o había hecho en el pasado, porque sus valores la hacían criticarlo en otras personas pero era indulgente si se trataba de sí misma. Tampoco podía ponerse violenta con el inconsciente, o intentar intimidarlo con amenazas tal como hacía con algunas personas, eso con él no servía. No había un fondo destructivo en su conducta. Parecía capaz de complicar la vida de todas las personas que la querían pero no era así, sabía detenerse a tiempo, humillarse, pedir perdón si era preciso. Llevaba algunas marcas perennes de un dolor antiguo que era incapaz de superar, pero no iba a volver a complicarse la vida por eso. A los oídos de su madre nunca había llegado una queja más grave que su falta de interés por los estudios. En su estimada conducta, la madre, no podía por menos que dedicarle algunas críticas, censuras y correcciones a la de su hija. Por lo pronto había provocado su huida, pero no duró mucho. El resto del mundo, por su parte, era muy libre de creerse al margen de tantas inseguridades, pero lo cierto es que en aquel barrio de tradición católica, todos estaban con un pie en la beneficencia. Los callejones lóbregos conteniendo la basura de los comercios el fin de semana, los pequeños edificios de tres plantas de fachada de ladrillo y sin ascensor era como un emblema de precariedad, las ventanas de las plantas bajas enrejadas pero cubiertas de macetas con plantas de perejil y hierbabuena, las papeleras desfondadas y los jóvenes cantando en grupo en las escaleras de los edificios oficiales, eran otro signo del consentimiento que las autoridades tenía con los vecinos, y en tales circunstancias, que una muchacha a punto de cumplir los dieciocho se quedara en estado 94
no era ninguna novedad para los que no cabían en el sermón del domingo. Los barrios populares son cuestiones de costumbres, y sólo saber introducirse y serpentear en esas costumbres sirve de consuelo. El que nunca haya vivido en uno de ellos, habitado su mugre y los intentos por el equilibrio de las damas mayores, la ropa de domingo con zapatos de semana y la política del clero, podrá nunca imaginar sus evasiones. Hay militares que se redimen con exiguos retiros de su soltería alcohólica de última hora, sin experimentar vergüenza alguna por su terrible destino. Son, entonces, gentes como las demás, aunque se hayan pasado la vida intentando reconducir y reprimir sus fronteras y sus vicios. Deberíamos imaginar a sus propios barrenderos deslizando unas monedas en el bar más deprimido para tomar una cerveza antes de retomar la tarea, enfermeras conscientes de su tuberculosis soñando con un clima más aceptable, y, con frecuencia, prostitutas volviendo a casa después de haber colocado los peores instintos en otros barrios más afortunados porque en el suyo nadie paga una tarifa con la que poder subsistir. A Raamírez ni siquiera le va a quedar una pensión por sus secuelas psicológicas, por los gritos a media noche y por el insomnio. Cuando Eve salió de casa tomó una dirección prefijada, un itinerario repetido en otras ocasiones por otros motivos pero igual de ineludibles. El hospital estaba cerca y a buen ritmo no tardaría más de cinco minutos en ponerse allí; no había necesidad de tomar un taxi. Tropezó en cuanto puso el pie en la calle, y estuvo a punto de ir al suelo, eso le hizo ser más prudente y pensó que si quería conocer a su nieto esa tarde debería conservar su integridad física. La acompañaba Trevor, que de alguna forma se enteró de que la chica había entrado en el hospital por su propio pie, y por su propia decisión. Posiblemente lo llamó ella misma, y él se puso en contacto con Eve porque no quería resultar un intruso. A Eve le pareció que había envejecido mucho en los últimos años, como si después de una edad en cada año se envejeciese por cuatro, o alguna cosa parecida. Tenía el cabello completamente encanecido, y el cuello y el estómago se habían desmadrado dándole un aspecto de rana que no recordaba. En realidad no hacía falta comprobarlo de forma tan directa porque ella había imaginado que algo así había sucedido en el tiempo en que no lo había visto. Observó que Trevor se rascaba el brazo con fruición, justo sobre una cicatriz que nunca antes le había visto, “de un accidente”, dijo él. Todo había pasado muy rápido desde que Srina le dijo lo de su embarazo. De tal modo que ahora se encontraba rogándole que se dejara ayudar, y sobre sus hombros un buen montón de errores cometidos que pesaban como la peor de las conciencias. Y de pronto estaban en una habitación de hospital, tan igual a otras, un lugar que conocían de otras veces y al que posiblemente volverían a lo largo de lo que les quedaría con vida. Ya era una hora avanzada y Raamírez también estaba allí. El bebé dormía en su cuna y nadie quería molestarlo pero se iban turnando para echar un vistazo. Desde la ventana se veía el otro lado de la calle en el que algunos grupos esperaban noticias, por lo que Eve pensó que debía haber alguna persona importante en una de las habitaciones, tal vez de otro piso porque no se moviliza tanta gente por una nueva vida, sin embargo, sí era posible que alguien estuviera en peligro de muerte. ¿Si un año antes le hubiesen dicho que iba a ser abuela tan pronto no lo hubiese creído? Intentó comportarse como una madre comprensiva y no invadir el espacio de los jóvenes, no hacer preguntas incómodas ni agobiarlos como una presencia exigente, pero le gustaría quedarse esa noche acompañando a su hija, y eso tendrían que hablarlo. Ya no era ella la que planeaba su vida, las cosas sucedían, llegaban sin aviso, el destino iba por libre y no podía hacer otra cosa que aceptarlo. Tal vez se trató de todo lo que rodea a un hecho preciso en la vida de una muchacha, el momento en que desde su iniciativa decidió que era ya bastante mayor para dejarse acompañar a casa desde el instituto por un compañero de su misma clase. Es posible que eso partiera de una proposición inesperada, pero fue ella la que tomó todas las decisiones, la que supo lo que ocurriría antes que nadie, y la que al fin condujo la historia de su vida, transitando por las despedidas en al estación a su novio soldado, el día en que, al fin, le permitió entrar en casa en ausencia de su madre y la incomprensible ausencia de de perversión en todo ello. Simultáneamente, un empleado del hospital que conocía a Trevor le hizo un visita en la habitación, y le contó algunas historias que la hicieron 95
reír mientras unas auxiliares lavaban al bebe sin apenas tocarlo. Tuvo la buena ocurrencia de no hacerle demasiado caso, a pesar de que a esas alturas Raamirez ya tenía otra chica y un empleo en otra parte de la ciudad. No había margen para más emociones, se planteaba un año de aislamiento, aunque no pasaría de los tres meses.
7 Confusión De Confidencias Es siempre el mismo enigma el que nos planteamos ante sucesos inesperados, ¿por qué tal o cual persona ha llegado a actuar así? Demasiado tarde casi siempre, y, aunque los hayamos conocido y nunca nos lo hubiéramos planteado, convenimos en ese momento que nos hubiese gustado ser su confidente. Queremos saber como era su vida, sus amigos, sus amantes, su familia y sus dramas. No llegamos a conocer lo curiosos que podemos ser hasta que algo brutal se manifiesta en nuestro entorno, y posiblemente, por miedo a fallarle por segunda vez. Sin embargo, aproximadamente en los últimos doce meses, le habíamos negado el saludo porque habíamos notado algo raro en su conducta, y por lo tanto, volver a ignorarlo después de que algo lo suficientemente malo le hubiese sucedido sería demasiado cruel hasta para nosotros. Por lo que se pudo saber todos los vecinos llamaron a la policía a la vez, y apenas hubo tiempo de contestar a todos los teléfonos. Una joven se encontraba sentada en la ventana de un tercer piso y amenazaba con tirarse. Un psicólogo especialista en casos parecidos, intentó convencerla desde la calle para que no lo hiciera. Consiguieron abrir la puerta y se acercaron por detrás cuando la mujer iniciaba la maniobra de despegue, uno de los agente se precipitó sobre ella cuando el cuerpo perdía el alféizar y su compañero lo ayudó para subirla de nuevo a la ventana. Los tres estuvieron a punto de caer, hasta que ella por algún motivo se desmayó y eso facilitó la maniobra. Cogida por la cintura y aún sostenida en el aire, uno de los agentes no dejaba de dar gritos a los efectivos de la calle para que subieran a ayudarlos, pero, al fin, entre los dos terminaron la maniobra sin más problemas. En los últimos meses que Srina había pasado en el extranjero todo se había vuelto más difícil. No podía sino recordar que había sido incapaz de expresar la pesadumbre que le producía ser incapaz de encontrar trabajo. Ni siquiera consiguió pedir ayuda, porque habría entonces anunciado su derrota prematuramente, y cuando deseó hacerlo era ya demasiado tarde. Habría logrado todo lo que pidiera, habría vuelto a su país, ni siquiera hubiese necesitado dar detalles o someterse a las consabidas excusas que se dan en casos similares. Su madre hubiese estado muy feliz de recibir esa noticia, y ella, la madre, todo esto imaginó y contuvo en un sueño y en lo que la imaginación quiso mostrarle una vez despertó. El sueño del suicidio de la hija le pareció un presagio de una forzada orfandad, un mal presentimiento, un aviso, y lo cierto era que la chica no lo estaba pasando bien, pero no hasta tal punto. Ella era, debo insistir en esto sin miedo a equivocarme, una buena chica en lo fundamental. Todos los que la conocían estaban seguros de que era incapaz de hacer daño a nadie, o, en su defecto, de no comprometerse en extrañas aventuras por eludir ayudar a sus amigos y conocidos. Incluso había parecido demasiado buena como para dejarse maltratar; ese tipo de mujeres, ahora lo sabemos por la terrible realidad de los maltratos de género, existen. Pero nadie podía decir que la había visto en una situación semejante. Sería necesario conocer los aspectos más oscuros de su vida, aquellos en los que pasó un tiempo aislada de todos, y sin que nadie supiera 96
como vivió, o como sobrevivió, para poder decir que esa generosidad y respeto por los demás, lo practicaba también consigo misma. Al hablar de su hijo, Tomaso, lo hacía con una devoción que dolía, sobre todo porque había pasado un año desde su última visita, y estaba creciendo sin conocerla en la profundidad que una madre desea. En su posición, no resultaba un capricho esa separación, sin embargo, ella sabía que el día que tuviera que explicárselo a Tomaso, él no lo entendería. Intentaba no ver las cosas como un hecho aislado, y quería creer que a otras muchas mujeres les había pasado algo parecido, pero no era del todo cierto. No podía, de ningún modo, ser plenamente consciente de lo que había supuesto para ella, para su madre y para su hijo, aquella separación. Y mientras intentaba salir adelante en un país extraño, aprendiendo su idioma y sus costumbres, intentaba olvidar al progenitor de su cielo y su desgracia, el padre de su hijo. En todos los planes que en su vida había hecho, intentaba reunir a la familia y había puesto toda la intensidad en imaginarlo así. Recogía de ese deseo imágenes entrañables que ya no sucederían, dibujando en torno a ellas un mundo idealizado que nunca había existido y ya nunca iba a existir más que en postales comerciales navideñas. Aunque, pensado desde la frialdad de las condiciones que la vida establece, nadie podría culparla, por no tener la fuerza y la audacia necesarias para la transformación que esa aspiración sugería. A veces (casi nunca) no es suficiente desearlo, imaginarlo o tenerlo tan claro que parezca real, la terquedad de los hombres de acción se impone a otros sueños por más ideales que parezcan. A veces existió la tentación del dinero fácil, pero eso no se lo cantará a nadie. Le propusieron asistir a azafata de congresos para acompañar a unos ejecutivos en un viaje de negocios. Le dieron un uniforme le dijeron que fuera a la peluquería, y le pusieron en la mano un cheque para gastos, un billete de avión y una reserva de hotel; el mismo avión y el mismo hotel en los que se alojarían aquellos hombres. Con ella iban otras dos chicas en sus mismas circunstancias. Desde el principio les aclararon que no debían separarse de aquellos hombres y atenderlos en todo lo que les hiciera falta en cualquier momento, incluso ir a por tabaco si les hacía falta. Todo parecía muy fácil y el viaje en avión transcurrió sin sobresaltos, y sin oportunidad de cruzar más que un saludo con sus jefes. Pero aquella misma tarde, en el salón del hotel, mientras se sucedían los discursos, apenas se pudo sentar, tuvo que moverse mucho llevando papeles y devolviendo recados y así pasaban las horas de un día en el que había madrugado mucho, y se le hacía demasiado largo. Si su madre se enterara de los más escabrosos detalles de lo que sucedió aquel día se sentiría muy defraudada, y cuando pensaba en esa posibilidad se retorcía las manos hasta hacerse daño. Al acabar la reunión, aquellos hombres quisieron conocer la ciudad y salir a tomar unas copas y las otras chicas tuvieron que aclararle a Srina que acompañarlos en eso también formaba parte del trabajo. Les dijo que estaba muy cansada y deseando irse a dormir al hotel, así que le ofrecieron unos calmantes y ella se los tomó sin rechistar. En realidad nunca supo lo que eran aquellas pastillas pero desde ese momento se sintió mucho más animada. Aquella noche, al volver al hotel, hicieron una fiesta en la habitación de uno de aquellos hombres y ya nunca quiso volver a trabajar de azafata de compañía para hombres importantes, ni siquiera cuando una de aquellas chicas la llamó para decirle que había empezado a salir formalmente con uno de ellos y que esperaba “engancharlo”. En ese momento las maletas de Srina empezaron a cubrirse de una pátina de especial dureza, porque las sometió a incesantes viajes para buscar un lugar que le fuera habitable y donde pudiera encontrar un trabajo. Intentaba ser amable con todo el mundo pero no siempre recibía una amabilidad parecida por respuesta, y en ocasiones la trataban con un inexplicable cinismo, como si algo que no entendía justificara esa postura con los extranjeros, o incluso, con los desconocidos. No quería creer que eso formaba parte de la idiosincrasia de aquel enorme país, pero eso parecía. No solía entretenerse con aquello que la distrajera en demasía de su primer objetivo, en su infancia nunca había sido una niña dada a las vacilaciones y las distracciones vulgares. A menudo, resolvía sus dudas sin necesidad de consultar a sus mayores, y hasta su adolescencia abandonada, había sido centro de admiración en la congregación religiosa a la que pertenecía su madre. Pero 97
aquella noche le pareció que sus fuerzas tocaban a su fin, que le resultaba imposible seguir luchando contra la creencia general de que sólo si te corrompes puedes prosperar en la vida, o al menos conseguir algún resultado con cierta rapidez. Por eso por lo que aquella vez se abandonó a su destino y creyó que debía asumir algunos de los planteamientos de sus compañeras azafatas. Tal vez le pareció lo mejor entonces, o quizá la única salida en su situación, pero eso le costó mucho tiempo de sinsabores hasta que reconoció su error. Tal vez en sus viajes en solitario, intentaba encajar sus pensamientos y el recuerdo de aquella noche y sus derivadas consecuencias meses después, posiblemente era una huida que no se producía más que en el paisaje rodante en la ventanilla del medio de transporte escogido; uno nunca huye de sí mismo, todo lo que somos va con nosotros por muy lejos que vayamos. Cuando Srina telefoneó a su madre para decirle que volvía a casa, su situación era tan caótica que apenas se atrevía a decirle que le mandara dinero para poder comprar un billete de tren. El único recurso que le quedaba para hacerlo si no hubiese sido capaz, era vender la maleta con la poca ropa que aún conservaba. Lloró mucho en ese viaje de vuelta, alguna gente le preguntó que le pasaba y si podían ayudarla, pero ya estaba en camino de vuelta a casa. Fue un momento muy difícil, de los más difíciles que recordará un día. Todo se había venido abajo, y debía presentarse ante su madre con todos su sueños rotos, y lo que era peor, ante Tomaso como una desconocida. A Srina, ver el paisaje del país en el que había rodado de un trabajo a otro durante unos años, le producía una aproximación al vértigo difícil de relacionar con otra sensación parecida. Diluida toda esperanza en su sueño extranjero, no distinguía algunas voces de aquel tiempo, y marcharse, en ese sentido no se le hacía tan duro. Cualquier buen sentimiento que mitigase los sacrificios y dolores pasados no terminaba de llegar. Involuntariamente, la vida la llevaba a un destino mejor de vuelta a casa, donde las falsas expectativas también existían pero menos, y después de lo pasado, inapreciables. Con el niño cogido de la mano, pero ya lo suficiente crecido para no ser la carga que había sido, Aparecía Eve en los lugares más insospechados seguida de la criatura. Ese sacrificio le confería una notable autoridad entre sus conocidos que la tenían por mejor abuela de lo que había sido madre y eso no era muy justo. Este nuevo e inesperado golpe del destino la había vuelto más práctica, por así decirlo, pero también seca y reservada. Pero no siempre, el reconocimiento a los esfuerzos que uno pueda realizar y la pausa en el descontento propio van de la mano. Si bien es cierto que era improbable un cambio radical en el estado de cosas, el niño iba creciendo sano y alegre, y la vuelta a casa de su madre podría suponer trastornos para todos, pero no para él. Cuando digo ésto, debo añadir que nunca la madre se expresó en esos términos, estaba contenta con su regreso, como no podía ser de otro modo, y nunca lo reconocería si eso iba a ser una carga añadida para ella. Aborrecía a los que se quejaban de su propia familia, a los que hablaban más de la cuenta para después arrepentirse y a los que no se entregaban ni confiaban en nadie. En el pasado Srina le había dado los problemas típicos de una adolescente, incluso cuando decidió buscar trabajo en el extranjero, pero confiaba en que la dureza de la experiencia le hubiese servido y volviese hecha una mujer, con la madurez necesarias en estos casos. De pronto, todo se precipitaba. La inminente llegada de la hija pródiga requería hacer algunos cambios en la casa, y su antigua habitación, que había sido convertida en el cuarto de la plancha después de su partida, debía recuperar una aspecto parecido al que tuviera. No se trataba de hacer grandes cambios ni inabarcables proyectos, después de todo, Srina ya no necesitaba tanto espacio como antaño y su equipaje y posesiones más personales y rudimentarias, habían mermado considerablemente. El día después a la llegada de su hija, la primera en levantarse fue Eve, hizo todas las cosas como cada día los últimos años, vistió y dio de desayunar a Tomaso, y ella misma se preparó para un día de visitas y coro después de dejarlo en la guardería. Decidió que debía permitir que Srina descansara de su viaje, y cuando salió de casa, cuyo emplazamiento en una calle céntrica pero tranquila lo hacía todo más fácil, la joven seguía durmiendo. 98
Una madre no guarda ninguna reserva ante la vuelta de su hija por muchos problemas que pudiera darle en el pasado, al contrario, si los problemas vinieran con ella -ese no era el caso de Srina en lo que Eve sabía de su vida en el extranjero-, sólo podía pensar en ayudarla y ofrecerle la seguridad que necesitaba. Si bien, no esperaba que encontrara trabajo inmediatamente, o que viviera en un orden tan severo que se encerrara en casa para estudiar y salir tan sólo para acompañarla al coro, tampoco creía que fuera a tirarse en su habitación para pasarse las horas fumando y tirada al sol en algún parque. En el fondo le asutaba el caos que suponían sus planes, pero sabía por sus cartas que había madurado, que la ayudaría no sólo a criar a Tomaso, sino en todas las tareas que pudiese asumir en la casa, y si hubo una primera inquietud por todo lo que el cambio suponía, la mera idea de tenerla en casa de nuevo salvaba todos los sinsabores que pudieran llegar. Es posible que Eve fuese una solitaria aunque no lo reconociera, y su mayor aspiración en la vida fuera el orden y el silencio en su casa, pero si eso era así no iba a suceder al menos de momento. Para Eve, este punto de cooperación y orden era importante, aún sabiendo que no podía exponérselo abiertamente a su hija porque le molestaría.
8 Todos Los Caballos Mueren Ciegos Durante unas semanas no hubo más novedades, ni demasiadas molestias además de las inevitables visitas del padre de Tomaso. En circunstancias normales esa tranquilidad hubiese sido una bendición, pero Eve esperaba algún tipo de reacción por parte de su hija, y al menos hasta aquel momento no parecía que fuera a suceder. En cualquier caso, eso era mejor que asistir a una vez más a la edición de viejas discusiones y diferencias entre ellas. Al padre de Tomaso, Raamírez, lo tomó por sorpresa el regreso de Srina, y todos parecían satisfechos con esa vuelta menos él. En cuanto la vio se mostró tenso y sin ganas de hablar, se llevó al niño a dar un paseo y lo devolvió con la misma desgana. Pero pronto se dio cuenta de que lo que él pudiera pensar no importaba a nadie, se conformó y se mostraba indiferente cuando tenía que tratar con ella y no con Eve como venía haciendo, porque los asuntos que tenían que ver con el bienestar del niño no podían esperar. Algunas personas, también doctores y periodistas, proponen que el valor del amor que los padres separados pueden ofrecer a sus hijos es limitado y no parece que tenga que ser necesariamente así. Si consideramos el descomunal esfuerzo y dedicación que supone para los padres separados ofrecer a sus hijos la seguridad y el compromiso en tales circunstancias, encontraremos muchos de ellos que centran sus vidas en esa tarea. Para el padre cristiano, convencional, conservador, casado por el rito religioso, blanco caucásico y económicamente solvente, es posible que esta afirmación le suene a traición, pero lo cierto es que estas parejas llamadas en principio a proyectos muy largos, su autoestima se alimenta del hecho de que nunca se mueven fuera de su círculo de confort. Raamírez, en su juventud e inexperiencia, sin embargo, sentía una profunda unión con aquel hijo fruto de su amor adolescente, y no dejaba pasar ninguna ocasión de demostralo. No debemos precipitar acontecimientos, nada iba a ser tan fácil como pudiera parecer y Eve, que así lo había entendido no había dudado en pedir ayuda a Pelopeixe, al que precisamente había conocido cuando su hija diera a luz a Tomaso. Además trabajaba en el mismo hospital, lo que le confería un estatus de cuidador superior, y llegados a este punto no debemos ocultar que, a pesar de haber sido amigo de Trevor, ahora se había convertido en algo más que amigo de Eve. “Trevor no tiene por qué saberlo”, le había dicho Eve al principio, pero lo cierto es que lo supo y eso le proporcionó un buen disgusto y una pequeña decepción (una de tantas que la vida nos va poniendo 99
en bandeja), pero pronto se le pasó y todos siguieron con sus vidas con renovada normalidad. En la cabeza de Eve todo parecía perfectamente ordenado, y como pensaba en algún trabajo para Srina, Pelopeixe tendría que ocuparse del niño mientras las dos se dedicaban a encontrar algo adecuado y formalizar las condiciones. Todo parecía bajo control, e incluso había hablado con el director del coro porque la señora que limpiaba la iglesia estaba a punto de jubilarse y eso podía ser muy conveniente. Sin embargo, algo sucedió inesperado y trágico, a Pelopeixe le murió un pariente y tuvo que viajar a algún lugar en el extranjero y eso llevó más tiempo del esperado. El recuerdo juvenil de Raamírez era inevitable, y no podía obviar que estaba casado con una mujer a la que amaba y con la que tenía otro hijo además de Tomaso, sin embargo, después de algunos años, volver a ver a Srina le provocó un desasosiego difícil de encajar. Siempre nos falta algo, no nos sentimos completos por que vamos dejando todo lo que queremos a nuestro pesar. Los hijos crecen, los padres se mueren y los novios y las novias van y vienen. Recordó a Srina tumbada en la cama de su habitación infantil en el tiempo del colegio en que la acompañaba a casa. Los días soleados la luz se concentraba en su perfil como un halo de santidad. Todo era nuevo entonces y no le temían a los errores, la pasión los dominaba descomponiendo cualquier precaución. Siempre creyó, que, en cierto modo, ella jugaba con él, lo provocaba, le mostraba partes de su anatomía distraídamente, se ofrecía con la ingenuidad venenosa dispuesta a la penetración, y él lo aceptaba con naturalidad y sin poner reparos. Precipitadamente, cualquier cosa que estorbara se iba al suelo y ya no podían seguir fingiendo. Llenaban aquella habitación de suspiros y susurros antes de que llegara la madre, y la luz de media tarde los cubría entonces a los dos que habían situado la cama al lado de la ventana y se sentían mecidos por el aire primaveral. Srina solía desaparecer un momento después en el baño, y él se quedaba en un estado de semi-inconsciencia solo equiparable al momento en que años después la volvía a ver a su regreso del extranjero. Le queda claro en ese momento, tantos años después, que ya nunca podrá desprenderse de aquel sentimiento. Limitarse a esperar que ella desapareciera de forma permanente por un caprichoso viaje al extranjero, era como negarse en sus más profundos dolores, y mientras hubiera un hijo en común, volvería una y otra vez a aparecer en su vida. No se atrevía a imaginar otra cosa, ni a desafiar las primeras conclusiones con extrañas posibilidades, todo pasaba irremediablemente. Srina salió por primera vez a dar un paseo por su antiguo barrio, lo miraba todo con curiosidad y vergüenza, como si tuviera hambre de fracasos, curiosidad insana, el deseo de que, como mínimo a sus mejores amigas, les hubiese ido igual de mal; pero no había sido así. No había nada en su vida, además de Tomaso, de lo que pudiera sentirse orgullosa. Pero eso al menos la impelía a cualquier nueva maniobra por difícil que pareciera. A diferencia de sus amigos de infancia, se había vuelto dura y áspera, tan áspera que fue incapaz de atender una súplica de un mendigo sin una mala contestación. “Todos estamos necesitados señor”, le dijo a uno que se sentaba en la escalera de la iglesia. Divertidamente vestida, con pedazos de ropa de su madre, de su infancia, incluso de su abuela, parecía una artista extravagante, cuando en realidad buscaba una moda en la que encajara todo lo viejo sobre un cuerpo joven y dúctil, dispuesto a acostumbrarse a nuevos desafíos, y adaptarse a viejas condiciones en los clásicos trabajos de limpieza, de camarera o cajera de un supermercado. En este sentido debemos añadir que procuraba vestir un poco más arreglada y neutra cuando acudía a alguna entrevista de trabajo, e incluso era capaz de pasar por la señorita que en sus mejores años había sido. El hecho de que retornar después de su aventura europea supusiera un desafío, también suponía el reconocimiento de su fracaso porque de otro modo, llegar triunfal, lo hubiese cambiado todo. Se concedía la capacidad de encajar de nuevo en su antigua vida si intentaba actuar, ya no conforme a lo que creía que quedaba de sus preceptos morales familiares, que era muy poco, sino a los que creía que existían en el medio en el que se iba a desenvolver. Así pues, que estableciera ese diálogo de aproximación con su entorno no era tan extraño. Se trataba de una herramienta inteligente de una persona que, sin duda, lo era. No había posibilidad de dobles intenciones en sus pretensiones, no había otro plan, lo que era, era lo que estaba, y lo que estaba no podía ser de otra forma; la entrega 100
debía ser confiada y entera.
9 El Canto De Las Cucarachas En realidad, referirnos a Srina y la historia que contamos sin implicarnos en los aspectos psicológicos más complicados, nos lleva a conclusiones meramente superficiales o poco actualizadas. Resulta casi imposible comparar el dolor de una niña que pierde a su padre por una muerte inesperada como un accidente de coche, un enfrentamiento con un delincuente que intentaba atracarlo o simplemente por una enfermedad maldita como el cáncer, con el dolor de Srina que lo perdió sencillamente porque decidió desaparecer de sus vidas, la de ella y la de su madre, pero posiblemente seguía viviendo en alguna parte, tal vez no muy lejos de su casa y posiblemente con una familia nueva, con una mujer que lo cuida y unos hijos que reciben todas sus atenciones. Somos muchos a los que nos cuesta ponernos en la piel de un dolor y una obsesión semejante, pero nos encontramos en la obligación de hacerlo, de saber porque somos como somos, y, sobre todo, porque actuamos inevitablemente causando tanto mal. No es suficiente contar historias parecidas y encontrar un rechazo instantáneo, eso no nos salva, ni siquiera nos hace mejores. En casi todos los casos de rechazo social general hay una parte de cinismo involuntario, porque a continuación nos encontramos que muchos que sinceramente mostraron su horror ante hechos semejantes, hacen cosas parecidas o peores sin saber que los llevó hasta allí. Después de todo, el comportamiento humano es el misterio más insondable e inesperado de todos los tiempos, desde que Caín mató a su hermano, hasta que Clinton tuvo un affaire con una becaria exponiendo la presidencia del país más importante del mundo. No podemos llegar a desprendernos de tanta duda, ni entenderemos estas cosas aunque nos pasemos la vida pensando en ello. Pero, ahora nos sirve para establecer un diferencia crucial, en el caso de las niñas huérfanas, ellas saben que sus padre no las abandonaron porque dejara de quererlas. Algo tan simple la atormentó hasta que se quedó en estado de Tomaso, y algunas de esas obsesiones la acompañaron aún después. No se creía lo bastante buena para él, y aceptaba que si todo en su vida hubiese sido mejor, su padre no hubiese podido renunciar a su amor filial. Según esto, no fue tanto la ausencia del padre lo que la hacía sentirse sucia y culpable, sino el presentimiento de hallarse ante su rechazo. Son dramas frecuentes en ambos casos, y no defiendo que ser huérfana sea mejor que se hija de padres divorciados, o hija de un padre que abandona la familia y desaparece, aunque se advierte en esta reflexión que el trauma de apenas protección en la infancia, ya no se supere nunca. En los comienzos de una nueva vida, o quizás deberíamos decir, al retomar la antigua vida, notaba sensaciones alentadoras, sensaciones en su interior que la animaban a ilusionarse. Limpiaba la sala del coro lo que le proporcionaba un dinero para ir tirando, se distraía acompañando a su madre a visitar amigas o daba paseos solitarios, soportaba estoicamente haber sido relegada por su madre en los cuidados de Srina -no podía quejarse al respecto ni interferir porque sabía que no lo haría mejor y porque había sido ella la que se la había cedido al dar el paso de buscar trabajo en el extranjero-. Hubo alguno conversación que a las dos mujeres las hizo pensar, y hablaron precisamente de Tomaso y si tenía claro la figura y lo que representaba cada una de ellas en su vida, pero no discutieron. Fue como una pausa necesaria en los comienzos de ese retorno, no se extendieron demasiado y no tampoco llegaron a grandes conclusiones. Al caer la noche se encendían las luces de la calle y todos sus recuerdos infantiles, las fotografías, 101
los adornos de las pareces y los peluches se reflejaban en el vidrio de la ventana. Le costaba conciliar el sueño y alargaba las horas recordando todo lo que había vivido allí. Comprendió que eran recuerdos débiles, que no había pasión en ellos, y que, en todo caso se trataba de pequeños remordimientos. Se incorporaba en la cama apoyando la espalda en el cabecero, ponía la radio y hacía como que hojeaba una revista. Se relajaba, pero no conseguía dormir, dejaba caer la cabeza sobre el pecho, cerraba los ojos unos minutos y volvía a empezar. Algún solitario pasaba en ocasiones por la calle, pero en el momento que se levantaba, apagaba la luz y se acercaba a la ventana, ya había desaparecido. No le gustaba estar a oscuras, así que una combinación de fuerza y mal humor volvía a encender la luz. Éste era un procedimiento que se repetía en varias ocasiones durante la noche. Se trataba de la inquietud que se traducía en un encendido y apagado de luces sin sentido, pero estaba decidida a hacerlo cuantas veces fuera necesario hasta reconocer aquellas sombras que a veces pasaban, algunas acompañadas de sus perros, otras de una botella de vino. Posiblemente, en aquella habitación había concebido a Tomaso, y en ella el único chico que había entrado había sido Raamírez, y era por eso que no podía evitar algunas escenas al encontrar entre sus cosas su ropa de entonces. No podía decir que no lo sedujera, porque él se había mostrado correcto hasta que ella empezó a mostrar distraídos escotes, y no obstaculizaba sus miradas furtivas cuando se sentaba en la cama y dejaba a la vista alguna parte de su ropa interior. En ocasiones le permitía apoyar su cabeza sobre su vientre y una sensación de fuerza y desafía la invadía, y en algún momento después de tanto insinuarse, él empezó a insistir en que llegaran a todo y a reiterarse desasosegadamente en su petición. La noche quedaba estrellada y habían dejado de pasar coches; el silencio era total. La visión de la calle, una vez más, la atraía con una fuerza incapaz de superar. Al menos sabía donde estaba, no había duda, y tampoco se sentía desorientada o indecisa como le sucediera alguna noche en el extranjero, aquella vez que quisiera volver indefinidamente para poder olvidar. Ahora era su propio contorno, el relieve de sus hombros y su cabeza, lo que se reflejaba en el cristal. Empezaba a necesitar dormir y eso era suficiente, y mucho más de lo que podía esperar. “Sólo unas horas”, rogaba en susurros, se recostó y lo intentó una y otra vez, cuando cerró los ojos, amanecía. Quedarse cerca de su hijo, verlo crecer, acostumbrarse a un espacio que en otro tiempo había detestado, todo podía hacerlo si era capaz de dominar su desprecio por sí misma, por haber actuado tan mal, por no haber estado siempre. Todo lo podía llevar a cabo con la mitad de energía que había empleado en otras cosas, y convencerse de ello era tanto no involucrar a la suerte en sus planes. Tenía una oportunidad de reconducir sus errores, inevitablemente aceptar que la suerte con la que tanto había contado en otro tiempo, ahora se veía sustituida por la necesaria justicia poética. Todos sus pensamientos la conducían a no desfallecer y llenarse de orgullo ante el menosprecio, a salir de casa con la cabeza alta y poder con todo, porque necesitaba estar, permanecer cerca de él para cuando la necesitara, cubrirle sus pequeñas alas de ángel.
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Confusión De Confidencias Es siempre el mismo enigma el que nos planteamos ante sucesos inesperados, ¿por qué tal o cual persona ha llegado a actuar así? Demasiado tarde casi siempre, y, aunque los hayamos conocido y nunca nos lo hubiéramos planteado, convenimos en ese momento que nos hubiese gustado ser su confidente. Queremos saber como era su vida, sus amigos, sus amantes, su familia y sus dramas. No llegamos a conocer lo curiosos que podemos ser hasta que algo brutal se manifiesta en nuestro entorno, y posiblemente, por miedo a fallarle por segunda vez. Sin embargo, aproximadamente en los últimos doce meses, le habíamos negado el saludo porque habíamos notado algo raro en su conducta, y por lo tanto, volver a ignorarlo después de que algo lo suficientemente malo le hubiese sucedido sería demasiado cruel hasta para nosotros. Por lo que se pudo saber todos los vecinos llamaron a la policía a la vez, y apenas hubo tiempo de contestar a todos los teléfonos. Una joven se encontraba sentada en la ventana de un tercer piso y amenazaba con tirarse. Un psicólogo especialista en casos parecidos, intentó convencerla desde la calle para que no lo hiciera. Consiguieron abrir la puerta y se acercaron por detrás cuando la mujer iniciaba la maniobra de despegue, uno de los agente se precipitó sobre ella cuando el cuerpo perdía el alféizar y su compañero lo ayudó para subirla de nuevo a la ventana. Los tres estuvieron a punto de caer, hasta que ella por algún motivo se desmayó y eso facilitó la maniobra. Cogida por la cintura y aún sostenida en el aire, uno de los agentes no dejaba de dar gritos a los efectivos de la calle para que subieran a ayudarlos, pero, al fin, entre los dos terminaron la maniobra sin más problemas. En los últimos meses que Srina había pasado en el extranjero todo se había vuelto más difícil. No podía sino recordar que había sido incapaz de expresar la pesadumbre que le producía ser incapaz de encontrar trabajo. Ni siquiera consiguió pedir ayuda, porque habría entonces anunciado su derrota prematuramente, y cuando deseó hacerlo era ya demasiado tarde. Habría logrado todo lo que pidiera, habría vuelto a su país, ni siquiera hubiese necesitado dar detalles o someterse a las consabidas excusas que se dan en casos similares. Su madre hubiese estado muy feliz de recibir esa noticia, y ella, la madre, todo esto imaginó y contuvo en un sueño y en lo que la imaginación quiso mostrarle una vez despertó. El sueño del suicidio de la hija le pareció un presagio de una forzada orfandad, un mal presentimiento, un aviso, y lo cierto era que la chica no lo estaba pasando bien, pero no hasta tal punto. Ella era, debo insistir en esto sin miedo a equivocarme, una buena chica en lo fundamental. Todos los que la conocían estaban seguros de que era incapaz de hacer daño a nadie, o, en su defecto, de no comprometerse en extrañas aventuras por eludir ayudar a sus amigos y conocidos. Incluso había parecido demasiado buena como para dejarse maltratar; ese tipo de mujeres, ahora lo sabemos por la terrible realidad de los maltratos de género, existen. Pero nadie podía decir que la había visto en una situación semejante. Sería necesario conocer los aspectos más oscuros de su vida, aquellos en los que pasó un tiempo aislada de todos, y sin que nadie supiera como vivió, o como sobrevivió, para poder decir que esa generosidad y respeto por los demás, lo practicaba también consigo misma. Al hablar de su hijo, Tomaso, lo hacía con una devoción que dolía, sobre todo porque había pasado un año desde su última visita, y estaba creciendo sin conocerla en la profundidad que una madre desea. En su posición, no resultaba un capricho esa separación, sin embargo, ella sabía que el día que tuviera que explicárselo a Tomaso, él no lo entendería. Intentaba no ver las cosas como un hecho aislado, y quería creer que a otras muchas mujeres les había pasado algo parecido, pero no era del todo cierto. No podía, de ningún modo, ser plenamente consciente de lo que había supuesto para ella, para su madre y para su hijo, aquella separación. Y mientras intentaba salir adelante en un país extraño, aprendiendo su idioma y sus costumbres, intentaba olvidar al progenitor de su cielo y su desgracia, el padre de su hijo. En todos los planes que en su vida había hecho, intentaba reunir a la familia y había puesto toda la 103
intensidad en imaginarlo así. Recogía de ese deseo imágenes entrañables que ya no sucederían, dibujando en torno a ellas un mundo idealizado que nunca había existido y ya nunca iba a existir más que en postales comerciales navideñas. Aunque, pensado desde la frialdad de las condiciones que la vida establece, nadie podría culparla, por no tener la fuerza y la audacia necesarias para la transformación que esa aspiración sugería. A veces (casi nunca) no es suficiente desearlo, imaginarlo o tenerlo tan claro que parezca real, la terquedad de los hombres de acción se impone a otros sueños por más ideales que parezcan. A veces existió la tentación del dinero fácil, pero eso no se lo cantará a nadie. Le propusieron asistir a azafata de congresos para acompañar a unos ejecutivos en un viaje de negocios. Le dieron un uniforme le dijeron que fuera a la peluquería, y le pusieron en la mano un cheque para gastos, un billete de avión y una reserva de hotel; el mismo avión y el mismo hotel en los que se alojarían aquellos hombres. Con ella iban otras dos chicas en sus mismas circunstancias. Desde el principio les aclararon que no debían separarse de aquellos hombres y atenderlos en todo lo que les hiciera falta en cualquier momento, incluso ir a por tabaco si les hacía falta. Todo parecía muy fácil y el viaje en avión transcurrió sin sobresaltos, y sin oportunidad de cruzar más que un saludo con sus jefes. Pero aquella misma tarde, en el salón del hotel, mientras se sucedían los discursos, apenas se pudo sentar, tuvo que moverse mucho llevando papeles y devolviendo recados y así pasaban las horas de un día en el que había madrugado mucho, y se le hacía demasiado largo. Si su madre se enterara de los más escabrosos detalles de lo que sucedió aquel día se sentiría muy defraudada, y cuando pensaba en esa posibilidad se retorcía las manos hasta hacerse daño. Al acabar la reunión, aquellos hombres quisieron conocer la ciudad y salir a tomar unas copas y las otras chicas tuvieron que aclararle a Srina que acompañarlos en eso también formaba parte del trabajo. Les dijo que estaba muy cansada y deseando irse a dormir al hotel, así que le ofrecieron unos calmantes y ella se los tomó sin rechistar. En realidad nunca supo lo que eran aquellas pastillas pero desde ese momento se sintió mucho más animada. Aquella noche, al volver al hotel, hicieron una fiesta en la habitación de uno de aquellos hombres y ya nunca quiso volver a trabajar de azafata de compañía para hombres importantes, ni siquiera cuando una de aquellas chicas la llamó para decirle que había empezado a salir formalmente con uno de ellos y que esperaba “engancharlo”. En ese momento las maletas de Srina empezaron a cubrirse de una pátina de especial dureza, porque las sometió a incesantes viajes para buscar un lugar que le fuera habitable y donde pudiera encontrar un trabajo. Intentaba ser amable con todo el mundo pero no siempre recibía una amabilidad parecida por respuesta, y en ocasiones la trataban con un inexplicable cinismo, como si algo que no entendía justificara esa postura con los extranjeros, o incluso, con los desconocidos. No quería creer que eso formaba parte de la idiosincrasia de aquel enorme país, pero eso parecía. No solía entretenerse con aquello que la distrajera en demasía de su primer objetivo, en su infancia nunca había sido una niña dada a las vacilaciones y las distracciones vulgares. A menudo, resolvía sus dudas sin necesidad de consultar a sus mayores, y hasta su adolescencia abandonada, había sido centro de admiración en la congregación religiosa a la que pertenecía su madre. Pero aquella noche le pareció que sus fuerzas tocaban a su fin, que le resultaba imposible seguir luchando contra la creencia general de que sólo si te corrompes puedes prosperar en la vida, o al menos conseguir algún resultado con cierta rapidez. Por eso por lo que aquella vez se abandonó a su destino y creyó que debía asumir algunos de los planteamientos de sus compañeras azafatas. Tal vez le pareció lo mejor entonces, o quizá la única salida en su situación, pero eso le costó mucho tiempo de sinsabores hasta que reconoció su error. Tal vez en sus viajes en solitario, intentaba encajar sus pensamientos y el recuerdo de aquella noche y sus derivadas consecuencias meses después, posiblemente era una huida que no se producía más que en el paisaje rodante en la ventanilla del medio de transporte escogido; uno nunca huye de sí mismo, todo lo que somos va con nosotros por muy lejos que vayamos. Cuando Srina telefoneó a su madre para decirle que volvía a casa, su situación era tan caótica que apenas se atrevía a decirle que le mandara dinero para poder comprar un billete de tren. El único 104
recurso que le quedaba para hacerlo si no hubiese sido capaz, era vender la maleta con la poca ropa que aún conservaba. Lloró mucho en ese viaje de vuelta, alguna gente le preguntó que le pasaba y si podían ayudarla, pero ya estaba en camino de vuelta a casa. Fue un momento muy difícil, de los más difíciles que recordará un día. Todo se había venido abajo, y debía presentarse ante su madre con todos su sueños rotos, y lo que era peor, ante Tomaso como una desconocida. A Srina, ver el paisaje del país en el que había rodado de un trabajo a otro durante unos años, le producía una aproximación al vértigo difícil de relacionar con otra sensación parecida. Diluida toda esperanza en su sueño extranjero, no distinguía algunas voces de aquel tiempo, y marcharse, en ese sentido no se le hacía tan duro. Cualquier buen sentimiento que mitigase los sacrificios y dolores pasados no terminaba de llegar. Involuntariamente, la vida la llevaba a un destino mejor de vuelta a casa, donde las falsas expectativas también existían pero menos, y después de lo pasado, inapreciables. Con el niño cogido de la mano, pero ya lo suficiente crecido para no ser la carga que había sido, Aparecía Eve en los lugares más insospechados seguida de la criatura. Ese sacrificio le confería una notable autoridad entre sus conocidos que la tenían por mejor abuela de lo que había sido madre y eso no era muy justo. Este nuevo e inesperado golpe del destino la había vuelto más práctica, por así decirlo, pero también seca y reservada. Pero no siempre, el reconocimiento a los esfuerzos que uno pueda realizar y la pausa en el descontento propio van de la mano. Si bien es cierto que era improbable un cambio radical en el estado de cosas, el niño iba creciendo sano y alegre, y la vuelta a casa de su madre podría suponer trastornos para todos, pero no para él. Cuando digo ésto, debo añadir que nunca la madre se expresó en esos términos, estaba contenta con su regreso, como no podía ser de otro modo, y nunca lo reconocería si eso iba a ser una carga añadida para ella. Aborrecía a los que se quejaban de su propia familia, a los que hablaban más de la cuenta para después arrepentirse y a los que no se entregaban ni confiaban en nadie. En el pasado Srina le había dado los problemas típicos de una adolescente, incluso cuando decidió buscar trabajo en el extranjero, pero confiaba en que la dureza de la experiencia le hubiese servido y volviese hecha una mujer, con la madurez necesarias en estos casos. De pronto, todo se precipitaba. La inminente llegada de la hija pródiga requería hacer algunos cambios en la casa, y su antigua habitación, que había sido convertida en el cuarto de la plancha después de su partida, debía recuperar una aspecto parecido al que tuviera. No se trataba de hacer grandes cambios ni inabarcables proyectos, después de todo, Srina ya no necesitaba tanto espacio como antaño y su equipaje y posesiones más personales y rudimentarias, habían mermado considerablemente. El día después a la llegada de su hija, la primera en levantarse fue Eve, hizo todas las cosas como cada día los últimos años, vistió y dio de desayunar a Tomaso, y ella misma se preparó para un día de visitas y coro después de dejarlo en la guardería. Decidió que debía permitir que Srina descansara de su viaje, y cuando salió de casa, cuyo emplazamiento en una calle céntrica pero tranquila lo hacía todo más fácil, la joven seguía durmiendo. Una madre no guarda ninguna reserva ante la vuelta de su hija por muchos problemas que pudiera darle en el pasado, al contrario, si los problemas vinieran con ella -ese no era el caso de Srina en lo que Eve sabía de su vida en el extranjero-, sólo podía pensar en ayudarla y ofrecerle la seguridad que necesitaba. Si bien, no esperaba que encontrara trabajo inmediatamente, o que viviera en un orden tan severo que se encerrara en casa para estudiar y salir tan sólo para acompañarla al coro, tampoco creía que fuera a tirarse en su habitación para pasarse las horas fumando y tirada al sol en algún parque. En el fondo le asutaba el caos que suponían sus planes, pero sabía por sus cartas que había madurado, que la ayudaría no sólo a criar a Tomaso, sino en todas las tareas que pudiese asumir en la casa, y si hubo una primera inquietud por todo lo que el cambio suponía, la mera idea de tenerla en casa de nuevo salvaba todos los sinsabores que pudieran llegar. Es posible que Eve fuese una solitaria aunque no lo reconociera, y su mayor aspiración en la vida fuera el orden y el silencio en su casa, pero si eso era así no iba a suceder al menos de momento. Para Eve, este punto 105
de cooperación y orden era importante, aún sabiendo que no podía exponérselo abiertamente a su hija porque le molestaría.
2 Todos Los Caballos Mueren Ciegos Durante unas semanas no hubo más novedades, ni demasiadas molestias además de las inevitables visitas del padre de Tomaso. En circunstancias normales esa tranquilidad hubiese sido una bendición, pero Eve esperaba algún tipo de reacción por parte de su hija, y al menos hasta aquel momento no parecía que fuera a suceder. En cualquier caso, eso era mejor que asistir a una vez más a la edición de viejas discusiones y diferencias entre ellas. Al padre de Tomaso, Raamírez, lo tomó por sorpresa el regreso de Srina, y todos parecían satisfechos con esa vuelta menos él. En cuanto la vio se mostró tenso y sin ganas de hablar, se llevó al niño a dar un paseo y lo devolvió con la misma desgana. Pero pronto se dio cuenta de que lo que él pudiera pensar no importaba a nadie, se conformó y se mostraba indiferente cuando tenía que tratar con ella y no con Eve como venía haciendo, porque los asuntos que tenían que ver con el bienestar del niño no podían esperar. Algunas personas, también doctores y periodistas, proponen que el valor del amor que los padres separados pueden ofrecer a sus hijos es limitado y no parece que tenga que ser necesariamente así. Si consideramos el descomunal esfuerzo y dedicación que supone para los padres separados ofrecer a sus hijos la seguridad y el compromiso en tales circunstancias, encontraremos muchos de ellos que centran sus vidas en esa tarea. Para el padre cristiano, convencional, conservador, casado por el rito religioso, blanco caucásico y económicamente solvente, es posible que esta afirmación le suene a traición, pero lo cierto es que estas parejas llamadas en principio a proyectos muy largos, su autoestima se alimenta del hecho de que nunca se mueven fuera de su círculo de confort. Raamírez, en su juventud e inexperiencia, sin embargo, sentía una profunda unión con aquel hijo fruto de su amor adolescente, y no dejaba pasar ninguna ocasión de demostralo. No debemos precipitar acontecimientos, nada iba a ser tan fácil como pudiera parecer y Eve, que así lo había entendido no había dudado en pedir ayuda a Pelopeixe, al que precisamente había conocido cuando su hija diera a luz a Tomaso. Además trabajaba en el mismo hospital, lo que le confería un estatus de cuidador superior, y llegados a este punto no debemos ocultar que, a pesar de haber sido amigo de Trevor, ahora se había convertido en algo más que amigo de Eve. “Trevor no tiene por qué saberlo”, le había dicho Eve al principio, pero lo cierto es que lo supo y eso le proporcionó un buen disgusto y una pequeña decepción (una de tantas que la vida nos va poniendo en bandeja), pero pronto se le pasó y todos siguieron con sus vidas con renovada normalidad. En la cabeza de Eve todo parecía perfectamente ordenado, y como pensaba en algún trabajo para Srina, Pelopeixe tendría que ocuparse del niño mientras las dos se dedicaban a encontrar algo adecuado y formalizar las condiciones. Todo parecía bajo control, e incluso había hablado con el director del coro porque la señora que limpiaba la iglesia estaba a punto de jubilarse y eso podía ser muy conveniente. Sin embargo, algo sucedió inesperado y trágico, a Pelopeixe le murió un pariente y tuvo que viajar a algún lugar en el extranjero y eso llevó más tiempo del esperado. El recuerdo juvenil de Raamírez era inevitable, y no podía obviar que estaba casado con una mujer a la que amaba y con la que tenía otro hijo además de Tomaso, sin embargo, después de algunos años, volver a ver a Srina le provocó un desasosiego difícil de encajar. Siempre nos falta algo, no nos sentimos completos por que vamos dejando todo lo que queremos a nuestro pesar. Los hijos crecen, los padres se mueren y los novios y las novias van y vienen. Recordó a Srina tumbada 106
en la cama de su habitación infantil en el tiempo del colegio en que la acompañaba a casa. Los días soleados la luz se concentraba en su perfil como un halo de santidad. Todo era nuevo entonces y no le temían a los errores, la pasión los dominaba descomponiendo cualquier precaución. Siempre creyó, que, en cierto modo, ella jugaba con él, lo provocaba, le mostraba partes de su anatomía distraídamente, se ofrecía con la ingenuidad venenosa dispuesta a la penetración, y él lo aceptaba con naturalidad y sin poner reparos. Precipitadamente, cualquier cosa que estorbara se iba al suelo y ya no podían seguir fingiendo. Llenaban aquella habitación de suspiros y susurros antes de que llegara la madre, y la luz de media tarde los cubría entonces a los dos que habían situado la cama al lado de la ventana y se sentían mecidos por el aire primaveral. Srina solía desaparecer un momento después en el baño, y él se quedaba en un estado de semi-inconsciencia solo equiparable al momento en que años después la volvía a ver a su regreso del extranjero. Le queda claro en ese momento, tantos años después, que ya nunca podrá desprenderse de aquel sentimiento. Limitarse a esperar que ella desapareciera de forma permanente por un caprichoso viaje al extranjero, era como negarse en sus más profundos dolores, y mientras hubiera un hijo en común, volvería una y otra vez a aparecer en su vida. No se atrevía a imaginar otra cosa, ni a desafiar las primeras conclusiones con extrañas posibilidades, todo pasaba irremediablemente. Srina salió por primera vez a dar un paseo por su antiguo barrio, lo miraba todo con curiosidad y vergüenza, como si tuviera hambre de fracasos, curiosidad insana, el deseo de que, como mínimo a sus mejores amigas, les hubiese ido igual de mal; pero no había sido así. No había nada en su vida, además de Tomaso, de lo que pudiera sentirse orgullosa. Pero eso al menos la impelía a cualquier nueva maniobra por difícil que pareciera. A diferencia de sus amigos de infancia, se había vuelto dura y áspera, tan áspera que fue incapaz de atender una súplica de un mendigo sin una mala contestación. “Todos estamos necesitados señor”, le dijo a uno que se sentaba en la escalera de la iglesia. Divertidamente vestida, con pedazos de ropa de su madre, de su infancia, incluso de su abuela, parecía una artista extravagante, cuando en realidad buscaba una moda en la que encajara todo lo viejo sobre un cuerpo joven y dúctil, dispuesto a acostumbrarse a nuevos desafíos, y adaptarse a viejas condiciones en los clásicos trabajos de limpieza, de camarera o cajera de un supermercado. En este sentido debemos añadir que procuraba vestir un poco más arreglada y neutra cuando acudía a alguna entrevista de trabajo, e incluso era capaz de pasar por la señorita que en sus mejores años había sido. El hecho de que retornar después de su aventura europea supusiera un desafío, también suponía el reconocimiento de su fracaso porque de otro modo, llegar triunfal, lo hubiese cambiado todo. Se concedía la capacidad de encajar de nuevo en su antigua vida si intentaba actuar, ya no conforme a lo que creía que quedaba de sus preceptos morales familiares, que era muy poco, sino a los que creía que existían en el medio en el que se iba a desenvolver. Así pues, que estableciera ese diálogo de aproximación con su entorno no era tan extraño. Se trataba de una herramienta inteligente de una persona que, sin duda, lo era. No había posibilidad de dobles intenciones en sus pretensiones, no había otro plan, lo que era, era lo que estaba, y lo que estaba no podía ser de otra forma; la entrega debía ser confiada y entera.
3 El Canto De Las Cucarachas En realidad, referirnos a Srina y la historia que contamos sin implicarnos en los aspectos 107
psicológicos más complicados, nos lleva a conclusiones meramente superficiales o poco actualizadas. Resulta casi imposible comparar el dolor de una niña que pierde a su padre por una muerte inesperada como un accidente de coche, un enfrentamiento con un delincuente que intentaba atracarlo o simplemente por una enfermedad maldita como el cáncer, con el dolor de Srina que lo perdió sencillamente porque decidió desaparecer de sus vidas, la de ella y la de su madre, pero posiblemente seguía viviendo en alguna parte, tal vez no muy lejos de su casa y posiblemente con una familia nueva, con una mujer que lo cuida y unos hijos que reciben todas sus atenciones. Somos muchos a los que nos cuesta ponernos en la piel de un dolor y una obsesión semejante, pero nos encontramos en la obligación de hacerlo, de saber porque somos como somos, y, sobre todo, porque actuamos inevitablemente causando tanto mal. No es suficiente contar historias parecidas y encontrar un rechazo instantáneo, eso no nos salva, ni siquiera nos hace mejores. En casi todos los casos de rechazo social general hay una parte de cinismo involuntario, porque a continuación nos encontramos que muchos que sinceramente mostraron su horror ante hechos semejantes, hacen cosas parecidas o peores sin saber que los llevó hasta allí. Después de todo, el comportamiento humano es el misterio más insondable e inesperado de todos los tiempos, desde que Caín mató a su hermano, hasta que Clinton tuvo un affaire con una becaria exponiendo la presidencia del país más importante del mundo. No podemos llegar a desprendernos de tanta duda, ni entenderemos estas cosas aunque nos pasemos la vida pensando en ello. Pero, ahora nos sirve para establecer un diferencia crucial, en el caso de las niñas huérfanas, ellas saben que sus padre no las abandonaron porque dejara de quererlas. Algo tan simple la atormentó hasta que se quedó en estado de Tomaso, y algunas de esas obsesiones la acompañaron aún después. No se creía lo bastante buena para él, y aceptaba que si todo en su vida hubiese sido mejor, su padre no hubiese podido renunciar a su amor filial. Según esto, no fue tanto la ausencia del padre lo que la hacía sentirse sucia y culpable, sino el presentimiento de hallarse ante su rechazo. Son dramas frecuentes en ambos casos, y no defiendo que ser huérfana sea mejor que se hija de padres divorciados, o hija de un padre que abandona la familia y desaparece, aunque se advierte en esta reflexión que el trauma de apenas protección en la infancia, ya no se supere nunca. En los comienzos de una nueva vida, o quizás deberíamos decir, al retomar la antigua vida, notaba sensaciones alentadoras, sensaciones en su interior que la animaban a ilusionarse. Limpiaba la sala del coro lo que le proporcionaba un dinero para ir tirando, se distraía acompañando a su madre a visitar amigas o daba paseos solitarios, soportaba estoicamente haber sido relegada por su madre en los cuidados de Srina -no podía quejarse al respecto ni interferir porque sabía que no lo haría mejor y porque había sido ella la que se la había cedido al dar el paso de buscar trabajo en el extranjero-. Hubo alguno conversación que a las dos mujeres las hizo pensar, y hablaron precisamente de Tomaso y si tenía claro la figura y lo que representaba cada una de ellas en su vida, pero no discutieron. Fue como una pausa necesaria en los comienzos de ese retorno, no se extendieron demasiado y no tampoco llegaron a grandes conclusiones. Al caer la noche se encendían las luces de la calle y todos sus recuerdos infantiles, las fotografías, los adornos de las pareces y los peluches se reflejaban en el vidrio de la ventana. Le costaba conciliar el sueño y alargaba las horas recordando todo lo que había vivido allí. Comprendió que eran recuerdos débiles, que no había pasión en ellos, y que, en todo caso se trataba de pequeños remordimientos. Se incorporaba en la cama apoyando la espalda en el cabecero, ponía la radio y hacía como que hojeaba una revista. Se relajaba, pero no conseguía dormir, dejaba caer la cabeza sobre el pecho, cerraba los ojos unos minutos y volvía a empezar. Algún solitario pasaba en ocasiones por la calle, pero en el momento que se levantaba, apagaba la luz y se acercaba a la ventana, ya había desaparecido. No le gustaba estar a oscuras, así que una combinación de fuerza y mal humor volvía a encender la luz. Éste era un procedimiento que se repetía en varias ocasiones durante la noche. Se trataba de la inquietud que se traducía en un encendido y apagado de luces sin sentido, pero estaba decidida a hacerlo cuantas veces fuera necesario hasta reconocer aquellas sombras que a veces pasaban, algunas acompañadas de sus perros, otras de una botella de vino. 108
Posiblemente, en aquella habitación había concebido a Tomaso, y en ella el único chico que había entrado había sido Raamírez, y era por eso que no podía evitar algunas escenas al encontrar entre sus cosas su ropa de entonces. No podía decir que no lo sedujera, porque él se había mostrado correcto hasta que ella empezó a mostrar distraídos escotes, y no obstaculizaba sus miradas furtivas cuando se sentaba en la cama y dejaba a la vista alguna parte de su ropa interior. En ocasiones le permitía apoyar su cabeza sobre su vientre y una sensación de fuerza y desafía la invadía, y en algún momento después de tanto insinuarse, él empezó a insistir en que llegaran a todo y a reiterarse desasosegadamente en su petición. La noche quedaba estrellada y habían dejado de pasar coches; el silencio era total. La visión de la calle, una vez más, la atraía con una fuerza incapaz de superar. Al menos sabía donde estaba, no había duda, y tampoco se sentía desorientada o indecisa como le sucediera alguna noche en el extranjero, aquella vez que quisiera volver indefinidamente para poder olvidar. Ahora era su propio contorno, el relieve de sus hombros y su cabeza, lo que se reflejaba en el cristal. Empezaba a necesitar dormir y eso era suficiente, y mucho más de lo que podía esperar. “Sólo unas horas”, rogaba en susurros, se recostó y lo intentó una y otra vez, cuando cerró los ojos, amanecía. Quedarse cerca de su hijo, verlo crecer, acostumbrarse a un espacio que en otro tiempo había detestado, todo podía hacerlo si era capaz de dominar su desprecio por sí misma, por haber actuado tan mal, por no haber estado siempre. Todo lo podía llevar a cabo con la mitad de energía que había empleado en otras cosas, y convencerse de ello era tanto no involucrar a la suerte en sus planes. Tenía una oportunidad de reconducir sus errores, inevitablemente aceptar que la suerte con la que tanto había contado en otro tiempo, ahora se veía sustituida por la necesaria justicia poética. Todos sus pensamientos la conducían a no desfallecer y llenarse de orgullo ante el menosprecio, a salir de casa con la cabeza alta y poder con todo, porque necesitaba estar, permanecer cerca de él para cuando la necesitara, cubrirle sus pequeñas alas de ángel.
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