Este frío viento entrelazado

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1 Este Frío Viento Entrelazado El viento y el frío no ocurren hermanos, sólo en los libros, En el vacío penetran entrelazadas las costillas, Pero para avanzar, sus flechas primero se lanzan oscuras, Contra la muerte, cuando oscura ya no madruga la mano asesina. Este viaje me está costando como ningún otro. Esa mujer que besa en la memoria No redime con sus ojos vacíos, Ni se acerca si no reclama. Para que la nada exclame enfermiza, Nada en el confín de todo respira. Ya no causa el asombro de antaño Pero no ha perdido sus malas maneras, Ya no prescinde de seducir.

1 No es que la impaciencia no le permitiera dormir, en cuanto se recostó y apoyó la cabeza en la almohada cayó dormida sin remedio. Tampoco era que estuviera tan cansada que no pudiera evitarlo, sino que lo deseaba por algo que había sucedido en noches anteriores y que durante el día se había manifestado hasta ponerla ansiosa. Se quedó en el primer sueño, anclada a una esquina como quien espera una cita. A su marido no le importaba esa novedad, o tal vez deberíamos llamarlo, esa nueva fiebre por acostarse temprano. Cuando era una adolescente le había pasado algo parecido, pero su primer novio se cruzó en su camino y echa un ovillo en sus brazos había perdido su capacidad de volver una y otra vez al espacio que desarrollaba en sus sueños. Casi lo había olvidado, pero esos espacios habían vuelto, llenos de peculiaridades, detalles, cuestiones específicas acerca de las imágenes y las sombras. No estaba sola en esos sueños, eso estaba claro, y los personajes iban y venían. Alguno era un poco más importante que otros, pero los espacios la tenían seducida, impresionada y sorprendida. La noche anterior había soñado que estaba en un salón francés de antes de la revolución, rodeada de pelucas blancas y enormes vestidos con generosos escotes. Se quedó dormida pensando que volvería a bailar en uno de aquellos salones. Etba podía olvidar los detalles de sus sueños, pero guardaba la sensación de realidad, al menos durante el día siguiente a una noche intensa. Y esa sensación era suficiente porque era más fuerte de todo lo que esperaba, y la hacía desear que volviera la noche y estar somnolienta. Cuando su hijo Rasp cumplió los quince años empezó a ser consciente de lo poco


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