¿Aún Somos Mártires?
1 ¿Cachemir O Vicuña? La insatisfacción, eso fue lo que llevó a Raoul a montarse en la noria detrás de la morena que lo había mirado fijamente, un capricho difícil de seguir, sobre todo si tenemos en cuenta que aún no estaba totalmente acostumbrado a las muletas. No quería ayuda, así que apenas le prestaban atención y cuando Juanro se volvió para mirarlo, ya estaba cerrando la puerta del vagón y empezaba a subir por los aires. Una vez aclarados los pequeños detalles, las luces de la ciudad se volvieron penumbra, no complicaron la visión de estrellas, ni las muletas lo hicieron, ni siquiera los gemidos de la chica se oyeron en la distancia, y nadie hubiera adivinado de que se trataba. Los primeros compases después de un año en el hospital, frecuentado por doctores sin sentido del humor, y monjas por enfermeras que evitaban su mirada. A esas horas, ya había anochecido, la gente se había ido a cenar y los chicos estaban a punto de hacerlo, pero esperaron que terminara de dar vueltas, como deferencia a su admirable recuperación. ¿Han probado alguna vez a tener sexo apoyados sobre muletas? Debe ser la cosa más difícil del mundo, y para cuando la noria encaró la tercera vuelta, ya había resbalado hasta el suelo y la muchacha de rodillas a su lado intentaba desabrochar el cinturón. Todo fue muy rápido pero no pasó de un intento incendiario, y cuando de nuevo se detuvieron, ella se asomó para llamar a sus amigos. Juanro y Macosende, estaban atentos a todo, esperando con atención y acudieron a la carrera para auxiliarlo, para ayudarlo a vestirse y ponerse de pie. Los primeros pasos después de su increíble viaje estaban dirigidos a recuperar las fuerzas, no había interés en salvar obstáculos de su parte, apenas miraba al suelo, no reprochaba las prisas ni que se tomaran la confianza de llevarlo en volandas sin ni siquiera preguntarle. Pasaron entre la caseta donde se expendía los billetes y el hombre que los recogía, un matón
de gesto ceñudo que los miraba con una sonrisa de superioridad que llegó a molestarles. Por fortuna era la hora de menos afluencia de público a las atracciones de la feria, y no había cola para entrar, eso facilitó el retorno a tierra a pesar de los escalones resbaladizos de aluminio mojado. Juanro y Macosende no demostraban tener el más mínimo sentido del decoro, ni poseer algún tipo de consideración o delicadeza por su amigo, lo conocían bien, habían decidido sacarlo de allí y sabían que si lo escuchaban aún tardarían un tiempo precioso. Sasha la enorme mujer que salió detrás de él del vagón de la noria, no se iba aunque hubiese sido lo más inteligente dadas las circunstancias y observaba la operación sin decir nada. Raoul había tenido tiempo de aprender su nombre, fue lo primero que le preguntó antes de soltar una de las muletas y abalanzarse sobre ella, después resbaló y cayó al suelo. ¿Cómo iba a suponer que reaccionaría así? -Sasha, ven, vamos a cenar a casa de un amigo. Tenía los zapatos rotos, y un vestido viejo que había manchado al arrodillarse, su expresión era de incredulidad, porque nunca había esperado comportarse como lo acababa de hacer cuando decidía enredarse con algún tipo, sin preámbulos, y aunque a él no le había dado tiempo a terminar, lo cierto es que notaba su influencia -dejarse llevar por los hombres era lo que hacía ocasionalmente, pero aquel chico ejercía una fuerte atracción sobre ella-, la hacía sentirse confiada o tal vez se trataba de una falsa sensación de importancia, que era más que aquello a lo que estaba acostumbrada. Había una comunicación latente entre los dos, eso era obvio, los miraba, los escuchaba, pero no cambiaba de postura, apoyada en una caseta con desgana, quería mostrar desinterés, desarmarlo en la partida, y él invitándola a acompañarlos. Miró de nuevo sus ropas, un pantalón de marca, unos jeans de los más caros, y un jersey de cachemir, no podía evitar la comparación, no pertenecían al mismo mundo, ni siquiera a uno parecido. Posiblemente aquel aspecto de niño rico enfermo la atrajo en la primera mirada que le hecho, justo antes de subir a la noria pero ahora, la posibilidad de alargar un “contacto fortuito” la hacía sentirse incómoda. ¿Qué debía contestar? Estaba desprevenida y la idea de acompañar a los chicos la puso nerviosa, balbuceo algo que pareció un, “vale, pero no voy a hacérmelo con los tres, que quede claro”, después los siguió en silencio. Las clases sociales son la expresión de cualquier otro aislamiento, una metáfora de nuestra incapacidad para superar el silencio, el rechazo a la posibilidad de ponernos a comprender motivos ajenos, características de otras formas de vida, que dejando a un lado lo que hallamos conseguido artificialmente (aquello que no nos pertenece y que no portábamos en el momento de nacer), también nos son propias. La forma en que las clases populares se defienden del desprecio al que se les somete es admirable, nos demuestran liberando sus pasiones que no admiten que los condenen a la resignación, que eso es como intentar modular la desgracia de su sometimiento, y que tienen derecho a la desgracia total como rebelión alternativa. Liberarse de la baja autoestima por ser pobres, sin moral, sin religión, aceptar todos los placeres, y no pensar en la desgracia de enfermar y morir jóvenes, porque eso sucederá irremediablemente. Esta podría ser la conclusión a la que habían llegado las clases populares en la última
crisis: no había trabajo, y esforzarse hasta sucumbir por un salario insuficiente era un planteamiento que estaba pasando a la historia del mundo como erróneo. -Los de clase trabajadora nunca saldréis de vuestra ruina, porque utilizáis mucho el corazón y poco la cabeza. Las cosas del corazón no sirven para hacer negocios, los sentimentalismos están desterrados para el que tiene una responsabilidad entre manos. No es que la gente de clase alta seamos unos monstruos, pero hemos encontrado el talón de Aquiles de las clases más bajas. Tenemos la mejor de las armas contra los advenedizos, y esa arma es el desprecio. Ustedes no saben controlarse, se sienten tan heridos por cualquier minucia que jamás podrán pensar en conseguir un bien mejor que el que ya tienen. No son capaces de superar su orgullo herido y eso es su ruina. Se notaba que Bony Sesco no tenía demasiado interés por confraternizar, que había pasado un mal día, y que arrastraba una larga fatiga. De hecho había estado leyendo toda la mañana y aquella tarde no había echado su habitual siesta porque uno de sus médicos se presentó sin avisar y se dedicó a hacerle pruebas durante más tiempo del deseado, y luego como si formara parte de sus cuidados, estuvo dándole conversación; una conversación que a Bony no le resultó demasiado constructiva porque los médicos terminan siempre por decir lo que no debes hacer y él, como enfermo, ya se sometía a demasiadas privaciones. Les agradaba visitarlo, casi siempre a última hora de la tarde, en ocasiones se quedaban a cenar porque él los invitaba, y Juanro se había quedado un par de veces a dormir en el sofá. No era en absoluto una relación de interés, los chicos no estaban tan necesitados, no lo era, al menos por tener donde cobijarse o por no tener a donde ir a cenar, les agradaba su conversación y habían leído alguno de sus libros; aprendían. Fueron con Sasha porque a Raoul le gustaba, y porque la chica quiso acompañarlos, sin apenas conocerlos, lo que no resultaba tan extraño en ella. Las inquietudes de cada cuerpo cada uno las conoce, no era posible profundizar tanto en la conversaciones que tenían, llegar a conocerse hasta donde podían desear. Todos se escuchaban con disciplinada armonía, se prestaban la atención de quien vislumbra una segunda opción detrás de las palabras, nunca dejaban de analizar cada propuesta que diera una nueva interpretación social, nuevas salidas a las realidades no satisfechas de la historia, así lo expresaba Bony, y a partir de ahí, los jóvenes hacían sus propias conjeturas. Explorar la historia, la historia de su país, se convertía para Bony en la perfecta expresión de una grandeza que nadie más, o casi nadie, veía con claridad. Juanro era el más ingenioso de los tres, y quizá por eso él creía entender mejor a su mentor. -Yo teorizo, no paso de ser un hombre de letras, pero entiendo a los hombres de acción, todos deberíamos hacerlo. Todos sabían que Bony era aficionado a la caza, y que guardaba en un armario algunas armas. En una ocasión atravesaron toda la casa y bajaron al sótano porque él
quiso mostrar aquellos fusiles de los que se sentía tan orgulloso, y a Raoul le pareció que no servirían para cazar conejos, sino para elefantes. Entonces Shara Gaviría les había aclarado que la caza había sido una excusa para sacar el permiso, pero que nunca las había usado. Los chicos lo observaban mientras hablaba de lo que le había costado construir aquella casa, y que todo lo que tenía se lo debía a su esfuerzo, y haber trabajado toda su vida y desde muy joven. Juanro en aquella ocasión le había pedido poder disparar alguna vez uno de los rifles, a lo que Bony les respondiera que tendría que pensarlo y buscar un sitio idóneo, porque a nadie se le ocurría ponerse a pegar tiros en el jardín de su casa. Mientras cenaban Sasha abría mucho los ojos mirando el cuadro de unos perros de caza abatiendo a un corzo, al tiempo que intentaba sorber la sopa desde la cuchara sin hacer ruido. Para ella no era fácil intentar ser correcta, nunca se había visto en situación semejante, de hecho, nunca había salido de su barrio. Levantaba la cuchara separando ostentosamente el codo del cuerpo, y con el cuidado de un equilibrista la colocaba delante de la boca, entonces la engullía como si la fuese a tragar, y ayudándose de una pequeña inspiración la volvía a sacar ya sin la sopa. La sopa no era lo mejor en tales circunstancias, A Juanro y Macosende no les gustaba y hacían como que la tomaban pero dejaban sus platos intactos, se liaban a hablar y no la tomaban. El sistema de Raoul era mucho más expeditivo, se la tragaba a toda velocidad y dejaba el plato vacío en un minuto, como si quisiera quitarse de encima aquel engorro. Pasaré por alto algunos detalles de aquella noche que no harían más que dispersarnos, cosas como los dibujos de los platos, si bebían vino blanco o tinto, si alguien bostezaba en mitad de la conversación, si tenían el pelo sucio, o si hablaban con la boca llena y la sopa se les caía por la comisura de los labios. En el cine, los pequeños detalles dan forma a los diálogos, porque podemos fijarnos en ellos al mismo tiempo que escuchamos y entendemos una conversación. Y aún más, los pequeños detalles no dejan de ser pequeños detalles que están en un segundo plano, no adquieren la relevancia que demuestran si uno le dedica un párrafo entero. Al pretender contar algún acontecimiento, si se entra en los detalles nos salimos de la historia, y eso puede ser un problema ahora mismo que mi deseo es avanzar en la historia. Volvíamos a quedarnos en silencio una y otra vez, como si nadie tuviera gana de conversar esa noche, había oscurecido y Shara Stares, la mujer de Bony, pasó unas pesadas cortinas delante de las ventanas y encendió la chimenea. Todos habíamos bebido algo de vino, pero no demasiado y la conversación se resistía, y de pronto Juanro se puso en pie anunciando que debía ir un momento al lavabo porque según afirmó intentando ser poético y a los que apenas le falto para completar su anuncio, subirse a la mesa, “es la hora de los héroes, es la hora de las últimas decisiones, es el momento de comprometer la vida, y la vida me va en ello.” No lo tomaron en serio, porque solía hacer demostraciones de teatralidad e histrionismo, que concluían con un silencio triste durante horas. Cuando volvió tenía los ojos rojos, como si hubiese estado llorando, pero nadie se percató de que su estado no era del todo normal porque Bony había comenzado de nuevo a hablar de su admirable posición social y de la lástima que le producía la gente que perdía el tiempo y que eran incapaces de labrarse
un porvenir. Había en su forma de expresarse un cinismo que los chicos ya le conocían, y ninguno se lo tomaba demasiado en serio, aunque él parecía ser capaz de cortarse un dedo, o mejor, una mano, por demostrar que creía firmemente en todo lo que predicaba. La abundancia de gestos y palabras lo convertían con demasiada frecuencia en algo parecido a un predicador, y aunque la biblia y la religión no estaban entre sus temas, todos sabían que los domingos seguía el culto por televisión, y que él afirmaba que de no estar tan enfermo asistiría físicamente y estaría encantado de compartir su tiempo con gente tan equilibrada: ese fue el adjetivo que empleó, “equilibrada.” El motivo real por el que Juanro no se encontraba demasiado bien -por el que no se había encontrado bien desde que lo conocían- tenía que ver con sus problemas familiares, y más concretamente con su relación con su padre, un hombre grande, fuerte y violento, del que en su peor momento podía recordar el castigo que le infringiera al mantenerlo encerrado en su casa una tarde entera, en la que le causó todo tipo de humillaciones y lo golpeó reiteradamente. Y eso pasara hacía ya bastante, pero los problemas continuaban, las amenazas y los empujones, una situación establecida al cabo de los años de la que no creía que fuera capaz de salir sin ayuda. Sasha estuvo tranquila y acomodándose a la situación durante toda la cena, pendiente de sus movimientos, procurando no llamar la atención y en silencio total. Todo resultaba muy forzado pero aguantó. Unicamente Bony parecía estar incómodo con la nueva visitante, pero no le quedaba más remedio que aceptarlo, apreciaba que los chicos se acordaran de él y lo visitaran de vez en cuando, y no podía resultar desagradable si quería que lo siguieran haciendo. Los comentarios que hizo acerca de la pobreza, y las razas inferiores, estaban claramente dirigidos a su nueva invitada, pero ella, tan concentrada en comportarse como una señorita no le prestaba apenas atención, y no se dio cuenta del desafío. -Eso de ayudar a los inmigrantes por solidaridad no es buena idea, acabaremos siendo motivo de mofa para el mundo entero. ¿Qué país es este que se permite semejante despilfarro? -había dicho sin dejar de mirar a Sasha. El cinismo parece la señal definitiva de la civilización, pero no necesariamente de la cultura. Una vez más, podemos dudar de como se expresa el mundo en su conjunto, de la insinceridad de los afectos y de las caretas que nos ponemos y nos quitamos todos los que estamos sometidos a miedos e intereses que en ocasiones no compartimos, pero gobiernan nuestras vidas. Así pues la vida difiere constantemente de la escritura, y tal vez la ironía tenga un cierto parecido con el cinismo, pero nunca será lo mismo: el cinismo en la escritura no funciona. Es por esto que debo contar los acontecimientos de estos chicos sin implicarme emocionalmente -nunca se consigue del todo-, y sobre todo sin pretender que parezca honrado, simpático o condescendiente, quien nunca lo fue. Bony decía estas y otras cosas parecidas sin dejar de sonreír, estaba en su derecho, en el derecho de todos los torturadores. Se trataba de la exposición de un militar Nazi, capaz de relatar las bondades de un campo de concentración justificando que al fin la
guerra no difería en su horror, fuera de aquellos muros. Del mismo modo los políticos pueden recortar las ayudas sociales a la gente, crear un gran sufrimiento, y no dejar de ser amables y mostrar su mejor cara mientras justifican con ventajas y bondades las decisiones que toman. Todos estamos en una cadena de hipocresía porque nos llega como una forma de actuar correcta de las más altas estructuras de nuestro orden establecido. Semejante personalidad, cuyo único fin es justificar el valor de los más fuertes -cuando los que realmente tienen valor son los débiles sometidos esperando el momento de revertir los acontecimientos-, puede ser interpretada aunque no sin dificultad por el hecho de haber crecido y vivido casi toda su vida en un ambiente militar y católico. Podría haber cambiado sus posiciones con respecto a los emigrantes y sus culturas, pero unicamente en el supuesto de que quedara claro que él era un colonizador y ellos seres inferiores que se dejaron colonizar. Admitía todo tipo de críticas de sus antiguos compañeros de profesión, jubilados como él de la enseñanza pública, le gustaba su compañía aunque pensaran de otra manera. Los escuchaba atentamente e intentaba cambiar de conversación si podía, porque sus posiciones eran inamovibles. Además de eso, su enfermedad estaba ya muy avanzada, y sabía que le quedaba poco tiempo, tal vez a otras personas eso les hubiese llevado a replantearse algunas formas de pensar tan “medievales”, pero en su caso lo reafirmaba en todo. En un momento de uno de sus discursos, en los que en ningún momento miró a Sasha -se comportaba como si su silla estuviera vacía-, le dio uno de sus ataques de tos y tuvo que retirarse. Y mientras se alejaba, entre arcadas, toses y ronqueras seguía su discurso. -Los inmigrantes traen -cof, cof cof- enferme -cof, cof- dades. Algunos vienen de países en -cof, cof, cof- guerra, y son -cof- asesesinos y delincuentes. Debemos entender que las ideas preconcebidas, asumidas en la primera educación, y después, durante toda la vida de un hombre, lo han sostenido, han ayudado a pasar por lo que para él ha sido un trance difícil de superar, y en ocasiones cargado de sufrimientos. Pedirle al cabo de su vida que reconozca que todo ha sido una lamentable equivocación y que debe renunciar a sus principios, es demasiado cruel. La implacable muerte quería cernirse sobre el viejo, y aquella noche se metió en cama para ya no levantarse y pasar los últimos meses de vida sin apenas moverse, el tiempo que tardó en perder ese último combate, aunque el resultado estaba escrito de antemano. Cada movimiento de la partida llegaba a su fin e iba encaminado a no dejarse arrinconar por la dama negra, pero metiéndose en cama buscaba el rincón, como los toros buscan las “tablas” como un lugar adecuado para esa nueva empresa, darse a la muerte sin ser tan molestados como parecía que sucedería.
2 La Secta Y Los Moribundos Uno no debe inmiscuirse en las vidas ajenas ni intentando ayudar, los buenos propósitos no son inocuos. Es difícil no cometer graves errores por dar la opinión sobre las vidas de los otros, que pueden parecer caóticas e injustas, pero que no desean ser perturbadas, y si esos seres que tanto se nos parecen, no quieren sin embargo, que nadie medie en sus conflictos, ¿quienes somos nosotros para contrariarlos? La consistencia de las revelaciones de Bony era la de un edificio de cincuenta plantas montado sobre cajas de cerillas, y él lo sabía. Los chicos no lo tomaban en serio en lo que respectaba a su discurso, pero no se enfadaba por eso. Cuando gente que había tenido responsabilidades en la dictadura, y que había sabido reciclarse y seguir aportando su trabajo en la nueva etapa política, salía con aquellas ideas tan antiguas, no ofendía, inspiraba lástima y poco a poco se iban muriendo. Eso le pasaba a Bony, su enfermedad apenas le daba un respiro, era cuestión de tiempo y eso importaba mucho más que sus caducos ideales. Considerando que el contenido de su presencia no tenía que ver con un ideario político, ni siquiera con que los chicos simpatizaran con algunas de las más locas ideas que en aquellos encuentros se exponían, ya sólo quedaba imaginar que profesaban un cierto reconocimiento al profesor al que veían vencido y solo, a pesar de la inestimable labor que Shara Stares llevaba a cabo a su lado. Esta forma de pensar tan anticuada le había creado también algunos problemas en el pasado. Pero no se trataba de evadir los problemas renunciando a sus más personales creencias. Todas las incomprensiones de que había sido objeto -algunas de ellas buscaban aislarlo- lo reafirmaban en la idea de que la vida es motivo de lucha y los que renuncian a luchar están perdidos. En la vida es necesario contar con los otros, y en el caso de Raoul no sólo por sus muletas. Juanro le había confesado a Bony cuando nadie podía escucharlo, que creía que Sasha era muy del gusto de su amigo y que no tenía en cuenta la raza. Lo que no le dijo, a pesar del discurso lacerante que toda la noche tuvo lugar contra los inmigrantes, era que Sasha no era inmigrante, sino gitana. Esta misma confianza que llevaba a Juanro a contarle estas particularidades a Bony, lo hacían aceptar sin reparo alguno la elección de su amigo, él, al contrario de lo que parecía con el viejo profesor, no tenía problema alguno con la raza, la procedencia o el estatus social de la chica.
El significado de un flechazo como el de Raoul es difícil de entender para quien nunca haya vivido algo parecido. La rapidez de sus confesiones a su nueva amiga parecían interesadas, pero ella por su parte las aceptaba en un grado parecido. Podrían quizá haber permitido que las cosas sucedieran de otra forma muy distinta, o al menos dándose algo de tiempo, lo que desde el principio quedó claro que no iba a suceder. No se trataba exactamente de un enamoramiento, se trataba de un flechazo, pero un flechazo condicionado por urgentes circunstancias en ambas partes. Con frecuencia tendemos a creer que la gente que conocemos y apreciamos se parece a nosotros, y extralimitamos ese posible parecido, lo llevamos de forma decidida y radical hasta nuestras convicciones y vivimos con la idea de pertenecer a un mundo de iguales, y al menos en lo que se refería a Juanro y a Raoul no era así en absoluto. No creo que la vida nos convenza con sus razones, cuando queremos creer algo no escuchamos sus razones, y Raoul estaba empeñado en que a amistad que tenía con Juanro era indisoluble. Fue por eso que no vio la diferencia cuando aquella noche en el momento de separarse le previno contra la muchacha, “no la conocemos de nada, a ver si te va a dejar tirado.” En lugar de asumir que existía una gran diferencia entre la forma de ver a la gente y al mundo en general, sólo vio a un amigo que se preocupaba por él. Raoul tenía un auto, pero como tenía que andar con las muletas -lo que ya parecía irreversible-, no lo podía conducir, así que en el momento de separarse de sus amigos, que generosamente los habían llevado hasta allí mientras miraban a Sasha con cierta desconfianza, le ofreció a la muchacha las llaves del auto. Cabe pensar que Sasha podía rechazar el ofrecimiento, a pesar de que suponía una posibilidad para acercarse a su amigo, o que tomara las llave de forma impetuosa teniendo la posibilidad por fin de conducir un auto, después de todo !para lago había sacado el permiso! Pero ninguna de las cosas sucedió, no estaba en su ánimo conducir esa noche, y lo hizo unicamente porque Raoul se lo pidió. Todos los deseos que se habían encendido quedaban, a pesar de su juventud, y reprimiéndose hasta la raíz de las uñas, suspendidas por la realidad de la noche y la necesidad de hablar, así como de conocerse. La mirada de Sasha llevaba ya unas horas interrogándolo, y al final, aquella conversación se produjo en el coche, mientras conducían entre los campos, apartados del mundo, apenas iluminados por farolillos de bombilla, en dirección a la ciudad. Todos los deseos se habían rendido, a la espera, diseñando las preguntas. -¿Te ha molestado Bony? Sus comentarios no han sido muy afortunados. -¿Sabes? Me recuerda a esos profesores amargados que sufrían cada minuto por tener que compartir el mismo aire que sus alumnos. Gente que cree que ha sido llamada para un destino superior, y culpa a su entorno de su fracaso. -Es un moribundo, no se lo tengas en cuenta. -Todos somos moribundos de alguna manera. Además, yo no soy inmigrante, soy de raza gitana.
-Eso sería mejor, si a él realmente le importara lo que dice de que hace falta trabajo para la gente de aquí, pero no creo que le preocupe lo más mínimo. Es su clase lo que está en juego, y para sentirse superior, necesita inferiores. Jamás se pondrá a la altura de razas a las que considere inferiores, a menos que se trate de un empresario millonario, y lo acepte por pura conveniencia. Se puede creer que los coches avanzan mientras una conversación se produce, que los paisajes son los que nos frenan y nos aceleran, y que se despojan los árboles al pie del camino de todo soplido o movimiento ondulatoria que le producen al pasar. Y sin embargo, la conversación permanece ajena a las labores agrícolas, a una línea del horizonte que muere con la luz del día y a la transparencia opaca de la noche al cabo de un tiempo. Como en el teatro, el campo es de cartón piedra y la acción lo es todo, centra todos los sentidos sin apenas asideros que nos conduzcan de vuelta a la realidad, la que nos demuestra al poner el pie en tierra, que nos encontramos en el mismo punto del que creímos partir, y que en realidad el viaje no ha existido. Tampoco habría conclusiones en una conversación así, pero a Sasha le tranquilizaba saber que que había libertad para decir lo que uno pensaba, incluso aquello más delicado y que desconocemos. Podía mostrarlo todo, decirlo todo, sacar a la luz lo más vergonzoso, y posiblemente se trataba de un grave error creer que eso tranquiliza. -Esas mismas razones ya las he escuchado otras veces -lo miraba con avidez, esperando una conclusión-. Al hablar como lo hace no amplia su percepción, nos niega a las personas como yo, pero no le importa porque sabe que le queda poco tiempo y cuando eso sucede, ya nadie se plantea cambiar. -Ha hecho un esfuerzo muy grande para levantarse a cenar con nosotros. Ha sido muy generoso en eso, porque está mal y terminará recluyéndose a su habitación. Desde lo del anuncio de la resurrección, su único anhelo es vivir lo suficiente para poder presenciarlo. Resucitar, esa era la palabra que más se oía en los últimos días. De nada servía, ni en nada reducía la expectación creada, que los primeros “anunciadores” de la próxima y segunda resurrección de Jesucristo, hubiera sido el líder espiritual de una secta muy marginal. Desconocían las buenas gentes los detalles exactos del anuncio, cosas que todos querrían conocer, y la más importante, el lugar exacto en el que se produciría el acontecimiento, pero la secta no había llevado el anuncio hasta ese extremos, sin duda porque conocieron enseguida que eso provocaría una peregrinación, una nuevo fenómeno de masas imparable. Desde que empezaron a hablar de lo sucedido, todo le pareció un error, desde el más mínimo gesto hasta la voz del viejo le pareció estudiado, e intuía que la organización de sus comentarios habían sido cuidadosamente preparados. No había nada de natural en la precisión de sus dardos, y le producía desagrado ahora que intentaba interpretarlo y no antes cuando se había sometido a ellos con la indiferencia con la que solía responder cuando se sentía menospreciada.
-¿Tú crees eso de la resurrección y el final del mundo? -Yo sí, estoy empezando a comprender que es necesario y que puede suceder en cualquier momento. No es que esté de acuerdo en todo con su nuevo amigo, pero lo ve tan delicado, tan insuficiente, tan dolorido y necesitado de ayuda, que no piensa, como le habría sucedido con otros chicos, que la estuviera utilizando. En la adolescencia de una chica gitana, que sale del barrio para sobrevivir e intentar desengancharse de sus peores costumbres, hay un momento de madurez que es como una oportunidad, y si ese momento se malogra, por las decepciones o por el contrario, por el convencimiento de que nunca saldrán de allí, entonces la suerte está echada. Inesperadamente, ella preguntó, “¿vas a usar siempre muletas?, y él entonces la miró fijamente porque sabía que de su respuesta se derivaban decisiones futuras, la gente preguntaba para posicionarse respecto a él o para abandonarlo sin contemplaciones, eso sí, escondiéndose detrás de una amabilidad tan artificial como sus dulces voces. Le respondió que no sabía, y que quizá lo volvieran a operar pero que no podía decir seguro que no fuera a usar las muletas para siempre. Coincidieron en tal momento en dilatar las pupilas, pensando al fin que el la hora se les iba, y de nuevo ella se inclinó para poner la sobre sobre su regazo. Amparados en el propósito de la noche, apagaron las luces del coche en una calle desierta, a esa hora de la madrugada en la que parecían a salvo y el instante preciso en que un guardia, que nadie podría imaginar que hacía allí a esas horas, daba la vuelta a la esquina y enfilaba la calle en su dirección. Raoul estaba tan duro que apenas pudo incorporarse en el asiento, cuando el guardia golpeó ligeramente el cristal con su porra. -Hay cosas que no se pueden hacer en la vía pública -dijo, intentando sonar comprensivo. -¿Besarnos podemos? -repondió Raoul con una pregunta. El agente de la ley se encogió de hombros como si no conociera la respuesta. La noche soplaba con fuerza, y se abrazaron mientras la sombra se alejaba, prometiendo volver con su silencio olvidadizo. No se detuvieron para mirarse, antes del primer abrazo, sorprendidos por su abandono sin ley ni conciencia, fecundos irresponsables, en la iniciación de viejos ritos de carretera. Cuando los pasos de la segunda ronda, se acercaron con el eco de tachuela, ya se habían puesto en marcha en dirección a la noria, a la fiesta terminada, al campo de luces apagadas y papeles, bolsas y botellas rodando sin fin en el campo de la feria, muy cerca de la casa de Shasa, donde la dejó después de cinco minutos nuevos de besos ininterrumpidos, y donde bajaron para encarar la calle en dirección al portal que señalaba con su dedo desnudo. Lo contrario de la memoria es el deseo: la primera pura, deja que nos llegue su destello desde alguna imagen que viaja en el tiempo, pero inalcanzable, lo otro, perverso. Detrás del deseo, oculto, siempre lo negaremos, existe el afán incontrolable,
aún a pesar de la vejez, de que podemos aprovecharnos de nuestros semejantes. Se trataba de una casa vieja, de escaleras de madera y paredes encaladas. Le costó una eternidad subir hasta la primera planta -la pericia alcanzada en el tiempo que lo separaba de la operación no era aún suficiente-, todos dormían, se introdujo en la habitación de Sasha y se dejó caer sobre la cama como si hubiese sido el día más largo de su vida. Aún le quedaban fuerzas para poner los brazos detrás de la cabeza y contemplarla mientras se desnudaba. El deseo busca atajos, pero nunca se desvía, sabía exactamente que no descansaría hasta encontrar lo que buscaba, por mucho que a veces se creyera capaz de resistir cualquier tentación. Al cabo de los años aceptaba, que una vez obtenida la satisfacción que reclamaba, las prioridades volvían a cambiar, nadie podía evitarlo. El delirio de ver desatarse la belleza como se derrama el núcleo de un nuevo acuerdo, de un tratado sobre las condiciones del viejo pacto. La obra creada ofrece el testimonio de un autor que no podrá cumplir lo que promete, e intentamos desmontar los pormenores de la belleza femenina para entender el infinito, la dimensión de la herencia. Igualmente serían administradas las bondades de la naturaleza, para desentrañar todo lo que expresan, como las que se desentrañan en la piel de un cuerpo femenino. Deseamos la certeza, la validez de cualquier opinión más reputada que la nuestra para convencer al universo de que debe dejar de seducirnos. Todas las sensaciones, la expresión de nuestras inquietudes, la lucha por la superviviencia debe terminar donde irrumpe el sacrificio y la muerte. Vivían un momento gratificante, creían haber encontrado algo que no merecían, los sinsabores de días pasados parecían olvidados, felicidad y deseo se mezclaban, explotaban en sonrisas cómplices y miradas satisfechas, encajaban los sueños. Ese regocijo de la mujer mostrándose desnuda anhelaba una caricia, la ternura suficiente para acabar de mostrar como real lo que la entrega anunciaba.
3 Nada Más Allá La eternidad lo enreda todo de tal manera que nadie se escapa a ese insoportable sentimiento de culpa. Por eso la noticia del fin del mundo fue bien recibida, celebrada por todas las religiones, y algunos políticos inmersos en sus crisis de gobiernos,
también vieron en ello una oportunidad para aliviar tensiones. Nada se podía posponer, Dios no lo permitía, no daba más crédito, el banco del tiempo se quedaba sin fondos. Y estando conformes con la única expectativa de la que hablaban los diarios, para los más frustrados la vida seguía, porque cuando uno está frustrado y se obsesiona con superar aquello que le impide desarrollarse, no puede pensar en nada más. La familia escindida de Juanro no estaba para el fin del mundo. La austeridad enciende las antorchas de la desolación, ningún animal resiste sin revelarse si lo encierras y lo privas de alimento, ¿por qué habríamos de ser diferentes? Como en las mejores obras de forja, para el escultor de mentes humanas, la juventud debe resultar igual de maleable y conformista por el lugar que los quieren llevar, y estar dispuestos a ir a la guerra si llegara el caso. La falta de horizonte no habría de llegar a tanto, y no era un problema para Raoul que era de “buena familia”, pero si para Juanro que vivía sumergido en un mar de disimulada desesperación. Estaba dispuesto a cambiar, a moverse de país, a aceptar los trabajos más humildes, incluso a enrolarse como soldado y aceptar ir a luchar a las guerras que había abiertas en extremo oriente, cualquier cosa por salir del círculo vicioso en el que había entrado. Pero no iba a hacer falta, no había tiempo para que se declarara una nueva guerra, el fin del mundo, y una nueva resurrección de Cristo estaban cerca. Por un ruido atronador y un destello en la noche, supieron los vecinos de Juanro que algo no iba bien. Salieron a las ventanas con miedo, y lo vieron disparar el arma de nuevo sobre la puerta. Hacía dos días que su padre le había retirado la llave y le había pedido que no volviera más hasta que encontrara un trabajo, y no se trataba de que él no quisiera trabajar, si no de que ya nadie encontraba trabajo. Aunque sometido a la autoridad paterna, estaba demasiado contrariado para asumir que sus acciones aquella noche lo iban a cambiar todo definitivamente. No lo fue a buscar, se quedó esperando gritándole que bajara, y un nuevo disparo golpeó contra la ventana de su propia habitación. El padre de Juanro no asomó la cabeza, ni cuando llegó la policía, tuvieron que ir a buscarlo y pedirle que también los acompañara para declarar. La carta de Juanro al Juez decía entre otras cosas: “Me aborreceré mañana, cuando la sensualidad de los días que me queden hagan sus cuentas. Esto no va a ser nada fácil de analizar sin enfriar la pasión de todos los poetas. El momento de ser reflejo de piel transparente, falto de energía y de andar curvado, y todos los miedos volverán: va a ser un dolor inesperado que añadir a los sufrimientos de la memoria. Tomaré entonces todos los momentos traicionados durante mi juventud y me fallarán las fuerzas. El valor más alto del hombre, su palabra, se ve empañado cuando otra mujer, la más caprichosa y llena de vida se cruza en su camino hasta afligirlo y dejarlo sin voluntad. Aparecerán para valorarme cuando nunca antes lo hicieron, los recuerdos me llevarán a mi infancia y mi amargura por no poder competir en igualdad de condiciones con todos. Experimenté el fraude de saberme marginado para siempre, de saberme considerado un pervertido, de saber que no se había actuado limpiamente con mis oportunidades, y eso, la más terrible de las cosas, me hizo huidizo, sin palabra, capaz de giro inesperado, endeble como la tabla que se quiebra cuando otros
se apoyan en ella. Forma parte de una legión de falsedad que no hace este mundo más seguro.” Juanro no quería matar a su padre, así se lo explicó al juez, y así lo declaró, nunca antes se había comportado de esa manera, pero según dijo a todo el que le preguntó, “!estaba harto!” Podría haberla emprendido a tiros con la farola si hubiese pensado en no ser reconocido, pero su idea no fue premeditada. Llegó con la escopeta de Beny -el pobre Bony fue muy molestado por esta causa y le costó un disgusto, a pesar de que guardaba las armas conforme a reglamento- e hizo ruido, eso fue todo. Lo libró de la cárcel no haber tenido delitos previos con la policía. ¿Cómo se le quedó el cuerpo después de todo lo ocurrido? Mal, muy mal. Nunca más quiso volver a saber nada de su padre, y un “nunca más” con un fin del mundo en ciernes, podría ser la más pequeña medida de tiempo. Después de aquello, unos días después volvió a pisar la calle y Sasha, Raoul y Macosende lo esperaban fuera. Esa misma noche fueron a casa de Bony asistir en directo al fin del mundo por televisión. Se sentaron alrededor de su cama en unas sillas que portaron desde la cocina, cada uno la suya, en fila india fueron entrando en la habitación y situándose alrededor de la cama. Todas las televisiones se unieron, y todos los canales daban el evento asociadamente, de manera que en pequeñas ventanas se podían ver las cámaras de los otros canales y cambiar al instante si algo de interés aparecía en alguno de ellos. La retransmisión se realizaba desde una desierto de Palestina. La sensación de estar asistiendo a algo realmente importante estaba en el aire. Finalmente, una mujer embarazada que había asistido entre los miles de curiosos, dio a luz allí mismo, y eso fue lo más parecido a la llegada del Mesías; la segunda. Nadie se dio por completo por satisfecho pero le sirvió como excusa a todos los poderes, financieros, políticos y religiosos, para establecer que habría que esperar a que el falso Mesías creciera, y mientras tanto, el mundo siguiera buscando soluciones por sí mismo a sus problemas. Dios ya nos ha entristecido otras veces, porque en su vocabulario no está la palabra “imposible” y para variar no hecha de menos su falta, es el efecto que produce asistirnos en nuestras infecciones. Ha pasado lista en la tempestad y recrea la escena del soldado moribundo a punto de un frecuente suicidio, lo anima a seguir sufriendo. Necesitamos más medicinas, prescribirnos el final de las enfermedades incurables y del envejecimiento. ¿No te avergüenzas de nosotros? Somos tan cobardes que no merecemos la atención que dedicamos al estudio de nuestros primeros libros, somos la hermandad huidiza de los que se baten en retirada. Le tememos fe a la guerra, pero a ti, un Dios viejo y enfermo hemos dejado de considerarte cólera divina. Nos hemos desengañado del silencio de hombres magníficos, de los emperadores, y lo que es peor de los economistas, nadie nos sirve ahora, el silencio de un Dios que observa tampoco. Bony murió aquella misma noche, redeado de sus amigos y decepcionado una vez más por las expectativas que alguien a quien no conocía había creado acerca del mundo y sus milagrosas posibilidadees. Juanro, nunca volvió a mirarle a la cara a su padre.
4 Las Horas Intervenidas Entonces perdí el corazón y las horas me acompañaban. Asumo mi condición mortal como lo hice en aquel trance, y se mantiene la misma duda: No es serio que sobrevivamos al amor. La gata de plata me miraba desde el anaquel de libros, unos pocos libros por decir que leíamos algo, nada profundo, nada tan complicado que no pudiéramos entenderlo al primer vistazo. Me senté viendo una gran fotografía en blanco y negro que acababa de enmarcar y que no sabía donde colocar, una fotografía triste de un pueblo lleno de cables eléctricos que pasan de una casa a otra sobre una estrecha calle llena de autos, carros de fruta y peatones. Levanté la cabeza y me quedé mirando la pared blanca, como quien se situaba ente la pantalla de un cine minutos antes de que comenzara la película. Una noche ella me acompañó en un viaje de dos horas a otra ciudad porque Joques se lo pidió, se trataba de una gestión importante y no había nadie más que conociera los pormenores, así que no pudo negarse. Sonaba una música de bolero en la radio, algo antiguo y cubano, muy pasional. Le pregunté si le molestaba y dijo que no. Se trataba de una música que intentaba superar la melancolía, algo triste, pero cantado con entereza, y en el momento no lo aprecié, pero era lo mejor para superar la lluvia que arreciaba y me obligaba a conducir muy despacio. Detuve el auto en un lugar oscuro, se veía una farola de carretera, débil y amarillenta a unos cincuenta metros, apagué el motor y me puse a ver la lluvia derramarse con intensidad sobre el parabrisas. Apenas podíamos vernos, nuestras facciones se confundían con la espesura de la distancia, como si el aire tuviese color, y en este caso alguien lo hubiese pintado de negrura. A veces pasaba un coche y aprovechábamos para mirarnos de reojo, Letty tenía esa personalidad que nunca renuncia a saber el lugar que pisa por timidez, confusión o vergüenza. No tenía pensado arreglar las cosas entre nosotros, no había voluntad por su parte de solucionarlo, sabía perfectamente lo que iba a suceder en los minutos siguientes, pero me miraba de reojo, yo lo notaba aunque intentara disimularlo. Por mi parte no deseaba encontrarme con sus ojos, y esperaba a que volviera la cabeza para mirar a través de la ventanilla, y entonces era yo el que miraba su cabello, su nuca, sus hombros. Ella miraba deseando penetrar en mis emociones, saber como me sentía, y que lo que movía en mí lo encendía su poder, el poder de dejar a los hombres y
olvidarlos, y que se enfrentaría al miedo de perder con el paso de los años, cuando se mirara en el espejo y se preguntara si aún lo poseía, si esa energía invisible que hacía desgraciados a los hombres cuando dejaba de pensar en ellos, aún existía. -Es una equivocación. No podemos seguir así, tu nunca dejarás a tu mujer y a tu hijo -lo dijo como si en realidad no le importara, pero fuera la excusa necesaria para poner punto y final. Noté que me miraba fijamente, y que deseaba ver que me derrumbaba, pero contuve mi expresión. Afuera parecía haberse apagado el mundo, la humedad se pegaba a las manos y a la cara, y las rachas de viento interrumpían el regular acompañamiento musical que repiqueteaba en el techo, vulneraba el silencio y acompañaba una conversación ficticia. Lo dicho, dicho estaba. Nada iba a cambiar por mucho que lo discutiéramos. Toqué el volante, primero con flojedad, después con ternura y finalmente, justo antes de encender el coche, con firmeza. No sirvió de nada, hice la maniobra de incorporarme a la circulación correctamente, pero el coche que nos embistió iba sin luces y no pude hacer nada por evitarlo. Todo lo que quedó de nuestras vidas fue arrastrado dentro de una ambulancia por los sanitarios, fuimos excarcelados por el techo del auto, simplemente lo cortaron en sus dos pilares delanteros con una sierra eléctrica, y a continuación lo levantaron hacia atrás como una visera; eso no restó ni un milímetro de dramatismo a la escena, y cuando Letty legó al hospital estaba ya muerta, y yo tarde un mes en recuperar la consciencia. Mi mujer no quiso verme más, nadie fue capaz de convencerla de que se tratara de un viaje de empresa, ella conocía a Letty, y yo le había prometido que no la vería más, así que aquello fue demasiado para ella: oficialmente seguíamos casados pero yo sabía que todo había acabado. Pensé mucho en Braulia durante aquellos días, y lo injusta que estaba siendo la vida con ella. Nuestro hijo, Raoul, había salido de una operación muy delicada unos meses antes, y sólo su juventud, y la rehabilitación podrían hacer que algún día dejara sus muletas; fue el único que vino a verme al hospital con frecuencia, bueno él y una chica de raza gitana que lo acompañaba, Sasha. Pero eso era pasado y Claus intentaba volver de sus pensamientos ensimismado entre una pared blanca y una fotografía en blanco y negro, sentado de espaldas a la ventana y sintiéndose observado por un gato de plata que Jaques le había regalado cuando abandonó la empresa. Iba a salir, a punto de levantarse y afeitarse para no parecer mayor de lo que era, se había entretenido con viejos pensamientos que le llegaban sin demasiada nitidez. Braulia, la madre de Raoul, ha rehecho su vida con un individuo al que apenas conoce, y todo se empieza a confundir en ese momento previo a su salida nocturna. La devoción por un buen afeitado aún no es suficiente para levantarlo del sillón y ponerlo de nuevo en activo, es como si hubiese estado demasiado tiempo en la misma postura y fuera eso lo que lo fatiga, desganándolo. Algo le retira el aprecio que hay en él por sentirse vivo, por acelerar los procesos de
relación, y por propiciar nuevos encuentros. Quería evitar otra discusión en el disco-bar, así que decidió fumar un pitillo en la puerta antes de entrar. Le dio aprensión situarse debajo del neón roto, y no es que fuera a caerse, al menos, no era probable, pero se alejó de él para poder fumar con tranquilidad. Lo miró de nuevo, alguien había metido una pelota de tenis entre las letras de plástico, y donde ponía Moztezuma, ahora se leía Mo tezuma, y eso estaba muy bien, porque lo había simplificado todo, y ya sólo decía a unos y otros cuando quería referirse a él, “me voy al Mo.” Las nuevas generaciones pasaban a su lado sin reparar en él, mientras, cualquier cosa pasaba en el mundo y nada podía ser tan grave que los situara en una visión diferente al respecto. Todo había cambiado desde lo del accidente, se había desprendido de su posición sin demasiada dificultad, y ya sólo intentaba sobrevivir sin demasiados remordimientos. No le interesaba demasiado si se había declarado una nueva guerra en el mundo, si la crisis se instalaba definitivamente en sus vidas o si el parte meteorológico anunciaba una nueva temporada de lluvias, después de que anunciaran el apocalipsis y no se produjera, se sentía bastante defraudado. Para terminar de sentirse a gusto, hubiera bastado que alguien conocido hubiera llegado en el transcurso de su pitillo y haber entrado juntos, pero no fue así. No necesitaba mucho, y ya no deseaba ser una figura recurrente o protectora, no tenía mucho que ofrecer en el terreno de la seguridad y tampoco tenía demasiado importancia que así fuera, si tenemos en cuenta que Raoul disfrutaba de una pensión y no dependía de él para nada. Sonó el teléfono, era Raoul, respondió, “estoy en el Mostezuma, ven hasta aquí.” La emancipación de su hijo le daba libertad, no temía por él, todo iba “equilibradamente” y resultaba asumible; La vida no siempre cambia en la dirección que hemos planeado, se escabulle de propósitos inaceptables para la lógica del universo y termina por adecuarse mucho mejor por si sola a nuestras capacidades y sensibilidades, no le extrañaba que así fuera. Pero otras cosas debía tener en cuenta, aceptaba la lección recibida y el lugar en el que le había puesto su infidelidad, si así se le podía llamar -Braulia tampoco demostró estar especialmente interesada en el funcionamiento de la relación de pareja-, eran cosas como estar dispuesto a desear de nuevo aquello para lo que no se había formado y volver a fracasar: porque, ¿de qué otra forma podemos llamar a una separación familiar más que fracaso? Estaba hastiado del tabaco y arrojó la colilla tan lejos como pudo, con rabia. Entró, había las sombras de costumbre, negrura alrededor de la pista de baile. Aún no estaba del todo lleno, y llegó hasta la barra sin dificultad. Había una pareja a su derecha, el hombre le daba la espalda y era tan corpulento, su espalda era tan amplia, que cubría por completo a la mujer con la que hablaba. No tenía pasar allí mucho tiempo, esperaría que su hijo llegara, lo esperaría quince o veinte minutos, el tiempo de tomarse su copa, y después se iría; al menos ese era el plan inicial. Había un cartel sobre la botellería que no había visto la última vez, anunciaba una fiesta, en una fecha en número, y tuvo que consultar el calendario de su reloj para saber en que día coincidía: un jueves, un jueves después de medianoches, faltaba menos de una semana; posiblemente para esa fecha, él ya no estaría en la ciudad. Se acurrucó frente al vaso mientras recordaba que la cabaña estaba muy cerca de un
basurero, alguien había tomado la decisión de su vida mandando los camiones de un pueblo cercano a tirar allí la basura. Los basureros “controlados” fueron durante mucho tiempo una solución a la falta de programación política, nadie daba soluciones, y los alcaldes de pequeñas localidades se sacaban el problema de encima como podían. Toda una generación crecimos visitando aquel lugar, porque nos llevaban del colegio, o porque los domingos íbamos a comer allí , o a pasar el día con nuestros padres; y más tarde con nuestras primeras novias. Había sido un lugar hermoso hasta que pusieron el vertedero al pie de la pista forestal que llega hasta lo más alto. No hay otro camino, para llegar hasta la cabaña que he comprado hace unos años, justo antes de abandonar la oficina. Desde el lugar donde los camiones vuelcan la basura hasta donde deja de oler, al menos hay que conducir un kilómetro con las ventanillas cerradas, y cuando sopla el viento hacia el oeste, el olor llega hasta la cabaña, por lo demás es un lugar idóneo para hacer escapadas y alejarse por unos días de la presión social, que no consiente sin reproches a parados de edad que ya no tendrán ni una oportunidad de encontrar trabajo. Como otras muchas veces que salgo a tomar alguna bebida que me entone, pasa algún tiempo hasta que aparece algún conocido, algún amigo, o algún antiguo compañero de la oficina; es el tiempo que dedico a hacer planes y suele dar bastante buen resultado. Hacer planes en casa me invita a relajarme y cualquier propuesta si es demasiado sedentaria terminará conmigo. ¿Quién soy en cada uno de los lugares que visito? ¿Quién soy para nadie? Creo que me vendrá bien salir de la ciudad, lo haría más a menudo si no hubiesen puesto ese basurero en la montaña en la que se desarrolló una parte de vida. Tiene un significado para mi. Aarón Koustardi ya debería andar cerca, tal vez en el sótano, últimamente se va al fondo de la sala, lo más lejos posible de la entrada, es como si estuviera evitando a alguien, y sólo espero que ese alguien no sea yo. Lo tengo en una alta consideración a pesar de lo que le ha sucedido. Ha empezado a entrar más gente de lo habitual, es señal de que llevo aquí más tiempo del que pensaba, y detrás de unos muchachos ruidosos pudo ver a Raoul y a esa chica que últimamente lo acompaña a todas partes. Me han visto, el hace un gesto con la barbilla que marca la dirección en la que ella debe mirar, eso es porque no puede soltar una de sus manos de las muletas. El aire está cargado como es habitual aquí. En la calle la noche ha avanzado hasta que la circulación se desinfló, la gente de bien está cenando en sus casas, y es justo lo que deberíamos hacer, en cambio pedimos una ronda de “martinis”. Raoul tiene ojeras, sin embargo, sus ojos emiten una luz amarilla casi fósforo, parece cansado y animado a la vez, y Sasha muestra la indiferencia de costumbre. Aarón Koustardi se unió en la segunda ronda, fue entonces cuando aproveché para decirles que me iba unos días a la cabaña, y Koustardi se apuntó porque había comprado unas armas y quería hacer ejercicios de tiro. Raoul parecía contrariado, creo que contaba conmigo para los próximos días. Rechazó venir también, pero anunció que intentaría hacernos una visita e iría acompañado de Sasha y los chicos (se refería a sus amigos Juanro y Macosende). Koustardi acababa de cerrar su empresa, un asunto turbio en el que dejó en la calle a cuatro empleados sin indemnización, no era extraña que tuviera prisa por
aprender a manejar un arma, si es que el motivo eran las amenazas a las que estaba sometido. Todo parece una repetición de otros días que los paso en el Moztezuma bebiendo. Miré al techo, después hice un recorrido sobre un buen montón de hombros y cabezas que se apretujaban justo delante mía, eso me inquietaba aún más, eran las misma cabezas y hombros de tantas otras veces, y parecían acomodarse cada día sin esperar que nada ocurriera, ninguna novedad. Fui al váter y volví en un momento, tuve que esforzarme para pasar entre todos aquellos cuerpos, y hubo suerte porque apenas esperé en la puerta. Me dí cuenta que había sido una buena idea hacer aguas menores, me agradaba tener a mi hijo cerca y charlar con él, y necesitaba un poco de sosiego para hacerlo. Ese asunto de Aarón de comprar dos pistolas, me parece muy extraño, y no puedo por menos que reconocer en él un miedo desconocido, como si presintiese que nada bueno le espera, o que puede recibir una visita desagradable en cualquier instante y eso lo llevó a dar ese paso. Estuvimos un rato más charlando, y apenas habían pasado unos minutos cuando Raoul dijo que se tenían que ir, y él y Sasha emprendieron su viaje hasta la puerta con la misma decisión con la que habían entrado, a pesar de las muletas y sin pedir ayuda, con todo su carácter. Aarón Koustardi entonces se dedicó a contar cosas que le habían pasado que le hacían creer que había entrado en un periodo de mala suerte, un maldito periodo de transición que amenazaba con arruinarle la vida, y que todos aquellos acontecimientos, aparentemente desconectados que le hacían la vida tan difícil, no llevaban trazas de parar en lo que quedaba de año. Sus lamentos no gustaron, porque yo tenía mis propios problemas, y me los tragaba como podía, así que cambie de conversación e intenté hablar de otras cosas menos personales.
5 El Hotel De La Farola Púrpura Aún en el peor de los casos, aquella habitación lo había acogido sin preguntar, y Sasha se había pasado toda la noche saltando encima de él como si eso fuera la última cosa importante en el mundo, se recreaba e insistía en la idea de que era buena moviéndose sexualmente, apretándolo sin terminar de estrujarlo y provocando que él, Raoul, se moviera también al mismo ritmo. Concebía cada minuto de aquella noche como aprovechable y se les hizo de día entre los crujidos de la cama, y los ronquidos de la abuela de Sasha que dormía en la habitación de al lado. Algún tiempo después de que muriera Bony y de que el mundo no terminara, ellos seguían juntos, sin conocer exactamente el motivo, la credibilidad de sus encuentros se fortalecía y eso a pesar de que muchos no hubiesen apostado por que estarían más
de un mes juntos. Así las cosas, se encontraron más de una vez con Claus, el padre de Raoul, que parecía no estar pasándolo muy bien, pero que lo sobrellevaba entre pubs y viajes al campo, y justamente un viaje al campo es lo que les ofreció; una hermosa invitación a pasar unos días alejados de la ciudad y sus tentaciones. Entonces encontraron que era un buen momento para dar un paso adelante en su relación, aunque ese paso fuera con muletas y sin red. Quedaron en que lo pensarían, y que si se decidían pasarían por la cabaña más adelante, y que llevarían un par de amigos, y a todos les pareció bien. Aquella noche, Raoul, en la cama de Sasha, en una casa extraña, apenas durmió, y pensó en lo que había significado su vida, en sus impedimentos y su afán por conseguir ciertas metas, que de pronto parecían haberse esfumado. Durante un tiempo, había sentido que se inclinaba hacia la negación, a creer en lo absurdo de una vida que no puede ser vivida en su plenitud, y esa amargura aún no había pasado del todo en la medida que se creía un perdedor y que todo empeoraría para él con el paso de unos años. No se trataba de su agresividad, no era especialmente nervioso ni rencoroso, no era de ese tipo de gente que está pensando como devolver todo el daño del que creyera haber sido objeto, se trataba de la siempre presente teoría de la autodestrucción como solución a todos los problemas y posibles diálogos filosóficos que alguien pueda argumentar acerca de la vida humana, sus miserias y sus injusticias. “Desigüalmente las proporciones adolescentes van desde el padecimiento hasta el abandono. Cuando hayamos abandonado todas nuestras pretensiones de brazo desagarrado, seremos de nuevo juventud y contarán de nosotros que fuimos más que héroes, que no rechazamos el desafío, que al final, a pesar de todas nuestras dudas, fuimos valientes.” En aquella noche en que ella bailó desnuda cerca de la ventana, cubierta de luz de luna, no deseaba nada más en la vida, sin embargo, la interpretación de nuestras necesidades tiene el complejo afán de cambiar cada minuto. Pues las situaciones son cambiantes y los reflejos de nuestros anhelos también lo son, no podemos permanecer fieles a nuestras locuras de juventud indefinidamente, no podemos a menos que aceptemos enterrarnos en vida entre cuatro paredes y no someternos a un nuevo giro del mundo: lo exterior nos cambia por dentro. La idea de la familia inamovible es insistente, e intentaba ser respetuoso. Cuando se hizo de día desayunaron con la abuela de Sasha que se pasaba el día sentada en la cocina y se reía sin dientes. Se trataba de un recuerdo imborrable, una noche perfecta, la señora no hablaba, no interpretaba lo que veía, ningún razonamiento asomaba en sus gestos, miraba agradada y se quitaba las migas del delantal. Habría ocasiones de conocerse en el viaje que empezaba. Sasha conducía siguiendo las indicaciones que sus amigos le iban haciendo, las estrecheces eran obvias y la incomodidad de una carretera llena de baches no ayudaba a la concordia, intentaba sonreír -no sin un medido esfuerzo y sin pasarse- sin conseguir asomar los dientes y alejando su expresión del reflejo del espejo retrovisor. En el contexto, que ya nunca se planteaba de su vida, Raoul tendría que admitir que no le había ido tan mal desde que la conocía, había estado resignado a la inmovilidad hasta el momento que entró en su vida y lo cambio todo. Quienes lo habían conocido
anteriormente habían podido observar ese cambio en él que no sólo estaba siempre animado y dispuesto para cualquier nueva aventura, sino que cualquier otro en su lugar se hubiese manifestado con la angustia soterrada de los que se creen privados de futuro. Fue, precisamente en aquel viaje al fin del mundo, en el largo tiempo que aguantó los vaivenes del camino, en el que iba comprendiendo la juventud que los asolaba y el desgaste al que se habían sometido. Así, de todo lo que empezaba, ya estaba sacando las primeras enseñanzas. Nada importaba que los sueños de todos y cada uno de ellos, no tuvieran las mismas intenciones que tenían los sueños de otros jóvenes de ser cumplidos algún día. Podrían haber sido cualquier cosa que se propusieran, se lo habían repetido una y otra vez en sus años escolares, y siempre consideraron que se trataba de una gran mentira. No deseaban más que les dejaran vivir, y eso tampoco se cumpliría, nunca lo hacía con nadie. Pero estaban en un viaje, distraídos, dejándose sobresaltar por lo irregular del camino, observando un nuevo paisaje, doloridos sí, pero jóvenes y con vida -si es que eso tenía alguna importancia-. Macosende empezó a dar síntomas de cansancio cuando le pidió a Raoul que abriera la ventanilla, él llevaba la de su lado ya abierta pero no le parecía suficiente, y Raoul se negó porque el olor del basurero le parecía insoportable. El otoño avanzaba pero había salido un día de sol y todo parecía recalentarse sin remedio. Pararon el coche para estirar las piernas y Macosende aprovechó y se despojó de su abrigo colocándolo en la parrilla bajo la ventanilla trasera. Raoul no salió del coche, parecía especialmente afectado por el olor del aire, mientras que sus compañeros parecían soportarlo bastante bien. Eso o que se había encaprichado por la actitud de Macosende hacia él, esa exigencia que no admitía condiciones. Al auto que había empezado a roncar tampoco le vino mal que se detuvieran. -¿Llegará hasta arriba? -preguntó Macosende -Eso espero, no entiendo mucho de coches pero parece que aguanta. Mi padre me lo regaló justo antes de que me ingresaran para la operación, y desde entonces no se ha movido más que tres o cuatro veces, así que..., Si rompe acabaremos el camino andando -respondió Raoul, a lo que Macosende puso una cara entre extrañeza e incredulidad. -Es broma -se rió levemente- no voy a hacer que me lleves en brazos. !Aguantará! Poco antes de la muerte de Bony Sesco, Macosende había empezado a dar señales de excitación, se estaba volviendo una persona nerviosa y exigente. Todo le empezaba a resultar inmediato y perdía la paciencia sin motivo. Se acercó al coche distraídamente, Juanro se había encerrado y tenía que estar pasando calor, todas las ventanillas cerradas y apoyado en una de ellas, como adormilado. Hubiera sido suficiente abrir una de las puertas para hablar con él, pero Macosende prefirió golpear el cristal justo donde su amigo tenía apoyada la cabeza y lo sobresaltó.
-!Deja de hacerte el mártir! -le gritó -Eres un cabrón, ¿me oyes? -los ojos se le inyectaron en sangre y empezó a golpear también la ventanilla, esta vez desde dentro. Sasha puso cara de desaprobación, pero no fue más que eso. En unos minutos cada uno se había reincorporado a su sitio y el coche seguía su camino. A lo lejos, entre dos rocas, apareció la figura de un edificio, un cubo sin pretensiones artísticas, lo que suele ser un edificio vulgar de tres plantas, ventanas, puertas y piedra, y sobre la fachada un cartel de hierro oxidado con el nombre “La Farola Púrpura” en relieve. Todos pudieron verlo y se incorporaron para intentar entender el significado de algo tan simple en medio de la naturaleza, Raoul ya lo conocía y no se sorprendió. Les explicó que en otro tiempo fue una colonia de verano muy frecuentada, un destino turístico apreciado pero poco conocido, y todo se había hundido con el asunto del basurero, que aunque quedaba a varios kilómetros de allí, para llegar hasta el hotel había que pasar necesariamente entre basuras por la única carretera que discurría entre montañas. Decidieron detenerse para tomar algo en la cafetería del viejo hotel, Raoul ya había estado antes allí y le pareció buena idea porque Macosende y Juanro habían empezado de nuevo a discutir por algún tema menor. En el instante preciso en que habían detenido el auto y abrían las puertas para descender un temblor los sacudió, todo se tiñó de naranja, cualquier cosa que vieran tomó una tonalidad aterciopelada, les falto el aire, todos lo notaron, y un calor inesperado los batió, como ese aire del sur que en ocasiones nos golpea al abrir una ventana en un mediodía estival. Todo se resumió en un vértigo incontrolable cuando en un minuto, pudieron ver en el horizonte un hongo nuclear subiendo desde la tierra al cielo. Los que buscan terminan por encontrar, y esa parecía la respuesta a todas las inquietudes del hombre, una nube expuesta a la visión de todos los hombres en un radio de cien kilómetros, el aliento de un ángel, la yaga del diablo extendiéndose en la piel, un cáncer horadando el alma humana hasta hacerla insensible. El edificio estaba deshabitado, miraron a través de las ventanas sucias, de las grietas en el cemento, dejándose desanimar por el estado de muerte de los salones, las tablas colgando del techo, los suelos levantados, las vajillas echas añicos esparcidas entre las mesas, algunas tumbadas, como si en algún momento hubiese pasado un huracán al interior y hubiese recorrido todas las estancias. El vidrio de una de las ventanas estaba roto, no parecía fortuito, justo a la altura del pasador; alguien había entrado por allí y al salir había vuelto a cerrar. ¿Qué les importaba? No era tan extraño que algún sin patria vagando por aquellos montes se hubiese refugiado dentro alguna noche, o que incluso siguiera haciéndolo con cierta frecuencia. Estaban demasiado afectados por la explosión, por lo que había cambiado sus vidas en pocos segundos, asimilando un drama que apenas tenía alguna salida, intentado calcular el alcance del conflicto. -Esto es una locura. Un mal sueño. Eso es..., se trata de una pesadilla -apuntó Macosende.
-Sí, una pesadilla colectiva, soñada a partir de ahora. Lo que nos queda, es un tiempo que no nos pertenece -respondió Juanro. -Esta bien, lamentándonos no va a cambiar nada. No tenemos el poder de hacer que las cosas no hayan sucedido. ¿No es así? -Raoul hablaba al aire, levantaba la barbilla, como si sintiera que su padre estaba cerca y necesitara por primera vez desde que no convivía bajo su techo, pedirle consejo. La fuerza de un disparo, naturalmente, no siempre produce el escozor de un suicidio. De hecho, nada nuevo parecía capaz de sentir cada vez que apretaba el gatillo y aquella lata vieja saltaba de nuevo por el aire. No hay nada como afrontar nuevas experiencias bajo el prisma nítido de los retos personales: de dolores que no se confiesan y que se mezclaban sin haberlo planeado, con el acto de mantener el arma en alto y martillear la munición provocando un sonido potente que se pierda entre el espacio abierto, Debe ser muy diferente disparar una pistola en este lugar y hacerlo en una habitación cerrada. Nunca me gustaron las armas, y me presté a ese entrenamiento por darle gusto a Aarón Koustardi, ni siquiera me parecía divertido, y no iba a de opinión al respecto, pero allí estaba yo, intentando cerrar un ojo para ser preciso en el disparo, una y otra vez, sin reparar en más objeciones circunstanciales. Lo había invitado y quería ser condescendiente. Pero, por otra parte tampoco pretendía ser responsable de nadie. A lo lejos vi el coche de Raoul ascendiendo la parte final de la montaña, en unos minutos estará aquí y aquí mismo voy a esperar que llegue. Durante toda mi vida, he sido responsable de demasiadas cosas, y después del terrible hongo nuclear que acabo de ver subir por el aire, decido que es el momento de desentenderse de cualquier responsabilidad, con el mundo y sus habitantes. Creo que tengo ganas de reír, empezar a reír y no terminar en siglos. Nadie sobrevive a algo así, lo inteligente sería huir, o hacer como Koustardi que se salió disparado a buscar la radio para saber lo que está pasando. !Qué insensatez estar calculando las propias posibilidades! Creo que echaría a correr ahora mismo si supiera hacia donde; es su naturaleza. He visto antes estas reacciones. Es el miedo a la muerte, un miedo irracional e inevitable, está descontrolado ahora mismo, no puede razonar, no manda en sus reacciones. Sigo disparando el arma, y el sigue sintonizando el pequeño aparato, le ha subido la antena y lo mueve, pero parece que tiene alguna dificultad en encontrar una emisora del resto del país. Es posible que no pueda recibir nada mientras el efecto de la bomba no pase, debe ser algo magnético o radioactivo que ya está cayendo sobre nosotros, algo que no podemos ver pero que está ahí he impide recibir ondas de radio. No entiendo nada de los efectos posteriores a una explosión nuclear, sólo que aunque no notes nada, el efecto radiactivo afecta a tu organismo y más pronto que tarde se desarrolla un cáncer y te mata. Todo parece tranquilo, dormido o muerto, la tarde se ha apagado. No queda nada más que hacer que seguir con lo que estábamos, los mismos planes, aún no he reaccionado. Levanto el arma, la miro, vuelvo a apuntar a la lata, esta vez concienzudamente, concentrándome, le disparo y salta por el aire. Después recargo, saco unas balas del bolsillo y la miro sobre la palma de a mano, con un movimiento hábil del pulgar abro el tambor del revolver y
lo agito para que se desprendan los casquillos. Cojo una bala con dos dedos y cierro os otros tres dedos sobre la palma, sujetando el resto, la introduzco en uno de los agujeros del tambor. Repito la operación otras cinco veces. Todo está bien, no debo preocuparme, todo es normal, los accidentes ocurren. Hay que dejarse querer por la misericordia, me digo, siempre he sido demasiado orgulloso y rechacé cualquier ayuda, es el momento de empezar a cambiar algunas cosas, el mejor momento. Un rumor en la cabaña me advierte de que Koustardi ha conseguido sintonizar alguna emisora. Le doy un grito: -¿Se oye algo? -Sí, están hablando de eso ahora. Dicen que se les cayó la bomba por accidente, que se trataba de un avión que volvía de un servicio de rutina. -Son unos hijos de puta, no les creo nada. !Un servicio de rutina! Ellos han llegado por fin, me alegro de que estén bien, al menos eso parece, pero están desorientados, no entienden lo que pasa, observantes en la parte que les afecta en su futuro, esperan que alguien haga un comentario que dé forma a lo que acaban de presenciar, una terrible explosión nuclear. Todos ellos creen haber perdido a sus familias, y a pesar de eso, muy en si interior, tal vez se consideren afortunados por conservar la vida, por haber tenido esa suerte, ese juego del destino que los decidió a salir de excursión por unos días a la montaña. Si tuvieran unos años más se rebelarían, se volverían violentos, reaccionarían con ira, pero están esperando, necesitan situarse, quieren saber lo que pasará a continuación. Por mi parte,me gustaría saber si Braulia también a muerto, como casi todo allí. Una bomba de cincuenta megatones arrojada en el centro de Madrid, por el norte tendría un efecto que llegaría hasta San Idelfonso, muy cerca de Segovia, y por el sur la detonación y su influencia se expandiría más allá de Aranjuez y Ocaña, es una cuestión que he estado estudiando sobre un mapa con Koustardi, el parece el más interesado en sobrevivir, y ha dicho que deberíamos salir pitando antes de que la radiación nos alcance. Yo no dejo de pensar en Braulia, en que vive en un pueblo lejos del centro de la explosión, de que tal vez siga con vida y necesite ayuda. Hay un efecto de calor y radiación que mata inmediatamente, más allá de la destrucción total de cualquier materia afectada por la explosión, no estoy tranquilo pensando estas cosas, ¿qué hacer? La otra noche he soñado algo aterrador. Para mí no suponía nada importante hasta ahora que intento relacionarlo con el momento sórdido que nos toca vivir. Sería una experiencia liberadora para llegar a entender su significado y lo que de importante tuviera que ver con nuestra situación, con la calamidad de sobrevivir a un bombardeo nuclear, si se le puede llamar así. En mi sueño concebía un cambio extremo y pasaba de una oscuridad total en la que intentaba caminar sin golpearme con nada, a una luminosidad deslumbrante y seguía en la misma situación, incapaz de avanzar hacía ninguna parte. Podría haberlo interpretado como un fenómeno que estimulara mi curiosidad, algo etéreo que me estuviera empujando a dar los pasos a
los que yo siempre me había negado. No comprometerme siempre me ha ayudado a poder decidir en cada instante cual habría de ser mi próxima “estación” y eso es propio de nómadas. No sé por qué habría de sentirme como así si apenas he salido de la ciudad en la que nací por pasar algunas vacaciones en ciudades desconocidas y por hacer turismo. No, nunca fui un nómada, ni viví de manera que se le pareciera. De aquella claridad amarillenta como una nube de polvo de azufre emergió la fisonomía de un humano, resultaba nítido en cuanto que podía distinguir sus brazos, su cabeza, su cuerpo y sus piernas, pero el resto estaba oscurecido. Nada, ni sus facciones, ni si iba vestido o desnudo, o si su pelo era corto o largo puedo añadir a la descripción de la figura que se me apareció. Entonces hizo un gesto con uno de sus brazos animándome a que lo siguiera, y lo que fue terror en un principio, se fue disipando y se convirtió en sosiego. La primera aflicción de semejante sueño, es parecida a la que ahora siento, y eso me refuerza en la idea de que de alguna forma que repercute en mi inconsciente está relacionado con el momento que ahora estoy viviendo y que quizá tiene que ver con las decisiones a tomar. El chico no salía en el sueño, no estaba en los planes que después del acontecimiento trágico él no siguiera su camino, traté de decírselo, de hacérselo comprender la manera más delicada, que habría deseado que las cosas no fueran así, pero que la realidad era terca en ese momento y que deberíamos seguir cada uno por su camino. Por difícil que parezca la llegada a la cabaña no se hizo de forma lastimera, lenta o derrotada. Si las mentes estaban confusas eso las hacía reaccionar, se movían rápido, esperaban alguna orden que los animara a ser beligerantes, a insultar a su gobierno, a la política internacional y al mundo por haberlo consentido. Hubo un tiempo en que haber soltado la bomba, pero en territorio enemigo hubiese motivo de celebración, pero nadie celebraría ahora una victoria tan ruin, tan ausente de riesgo y de compromiso, y si se trataba de un accidente, sin enemigo posible al que culpar por tener que hacer lo que no deseaban hacer, pues entonces todo se volvía mucho más irritante y descorazonador. Cierta tristeza flotaba en el ambiente antes incluso de haberse saludado. O no lo notaban o su dolor era tan profundo que apenas les permitía ser conscientes de que sus cabezas bajas, en los pocos metros que los separaban de Klaus y Koustardi, tenían un significado, estaban suplicando que nada fuera real. -Me tiemblan las piernas -dijo Sasha en un susurro Se detuvieron detrás de la linea de tiro mientras presenciaban la última detonación y a la lata la vieron saltar por el aire. -Vamos dentro -dijo Klaus andando ya en dirección a la cabaña. Allí, Koustardi escuchaba el mensaje grabado que se repetía una y otra vez como un mantra. Se sentaron alrededor de la mesa y callaron. Me he preguntado a cual de ellos le importaría menos morir, cual estaría más sereno si supiera que moriría mañana. No les he dicho que voy a partir en busca de
Braulia, en dirección contraria a la suya; no saben a donde me dirijo. Pero los he animado a tener confianza, y ponerse en marcha lo antes posible. Si hay suerte, y el viento sopla en dirección contraria al de su marcha, en unas horas se pondrán fuera del alcance de la radioactividad. Se lo he dicho, no deben detenerse, y encontrarán pronto gente dispuestos a ayudarles. No soplaba el viento, había desaparecido cualquier sensación parecida al aire, como si la combustión de la bomba hubiese agotado cualquier cosa respirable en muchos kilómetros. Una combustión es lo más parecido a una vida que se enciende y empieza a respirar. Si existe un infierno debe parecerse mucho a la devastación por calor de una reacción atómica similar, desde tan lejos no alcanzaban más que a presentirlo, pero el hongo decía todo lo que necesitaban saber. El abatimiento crecía, con lágrimas en los ojos Raoul vio a su padre que se había apoyado con ambos brazos en su auto y miraba al suelo. -No te vayas, quédate con nosotros -llegó a decir apoyado en sus muletas mientras lo miraba sin entender-. Podemos ir juntos a donde sea. Todos juntos. -No, es mejor así. Ir con Koustardi hacia el sur, el os sacará de aquí, hará lo que sea por sobrevivir. Dado que apenas pasaron unos minutos con él, y que lo planteó todo con la urgencia del que piensa en sobrevivir, la partida de su padre fue especialmente triste, algo inesperado, un golpe más que añadir al abandono al que estaban sometidos. Este estado de cosas debía llevarlos a recapacitar una vez más acerca de lo endeble de sus vidas, todo en ellas estaba en el aire, se trataba de una juventud sin respuestas, y en cualquiera lo habría hecho, pero no ellos que vivían su excitación no como el resultado de un estímulo sino como un estado permanente, una característica de su existencia y de sus inquietudes -que variaban tan lentamente como se pasa la infancia y más lentamente si no hay interés alguno que nos mueva a desear ese cambio-. Ninguna voz se había alzado entre ellos para denunciar su falta de interés por cambiar, ni siquiera habían apreciado que eso pudiera ser importante. Es difícil saber porque suceden las cosas y si tienen conexión unas con otras, dado que no se puede vivir y a un tiempo observar con la distancia necesaria, para encontrar algunas de las coincidencias que podríamos interpretar como claves de la existencia que nos toca. Vio como se alejaba el coche, y la caída de la tarde propiciaba un profundo violeta, entre los árboles, entre las piedras del suelo y entre las pequeñas nubes que pasaban asustadas; no podía dejar de encogerse, intentando moderar el desgarro de un puño que se le había puesto en el estómago y que lo apretaba con rabia.
6 Siempre Un Nuevo Límite Decir “para siempre” limita mucho las cosas. Una amistad para siempre, o una relación de pareja para siempre es aspirar a la locura, que como planteamiento no está mal, los hundimientos llegan después. La espontánea reacción de la juventud ante los dramas es valerosa, lo experimentan todo, lo asimilan, se nutren de las contrariedades y finalmente lo convierten en un punto de partida. En ocasiones, cuando se trataba de hablar de los propios sentimientos, el verbo se volvía renuente, pero no era así en los momentos de excitación violenta que también los había. Lo soltaban todo, sin pensar, sin medida, sin pensar en las consecuencias, se vaciaban de sus rencores y de cuanto de malo hubiesen pensado de otros, sin importar si habían estado equivocados toda su vida. Después de que el mundo entero se hubiese venido abajo, a Juanro y Macosende aún les quedaban fuerzas para una nueva pelea. No llegaron a empujarse, nunca se tocaban, pero el odio que se profesaban en esos momentos parecía real. En otras ocasiones se insultaban sin medida, después se les pasaba y lo olvidaban todo con rapidez. Esta vez todo fue muy agrio, y como siempre, se dijeron cosas de las que se avergonzarían más tarde. Macosende sabía como sacar a Juanro de sus casillas, y lo seguía pinchando hasta que ese momento llegaba, entonces la furia con que era respondido parecía cogerlo por sorpresa una y otra vez, como si olvidara permanentemente que sus discusiones terminaban invariablemente aceptando que era peligroso seguir tirando del genio a su amigo. Cualquiera entendería que la rabia, en este caso, sustituía la masa muscular, es difícil encontrar jóvenes de menos de veinte con brazos y hombros musculosos y formados, y los que tienen peso son como pelotas de grasa. Macosende era más corpulento pero no se pondría en peligro yendo más allá de aquel punto en el que la explosión de su amigo lo prevenía del peligro. Jugaba con molestarlo, con encenderlo para parar en el momento preciso. A las últimas sombras de la tarde se sumaban los reflejos de un color diferente en el cielo, el coro de cien mil muertos. Lo que en un momento como aquel importaba era centrarse en lo que iban a hacer las próximas horas, posiblemente conducir de noche. Ese debía ser el plan que Koustardi había acordado con anterioridad, de su falta de interés por entablar conversación se deducía que no quería poner en cuestión las decisiones tomadas. El ya debía saber qué hacer, pero se quedaba allí mirándolos discutir con cara de felicidad, disfrutando del espectáculo, esperando que
desembocara en una feroz pelea, y posiblemente ni aún en el caso de que brotara la sangre estaría dispuesto a intervenir. Desde luego no se trataba de una compañía elegida. Al terminar la discusión, fuera ya de toda pausa, por fin Koustarde se movió y habló para decir que debían salir ya, y que pararían en la Roca Andrade, que era el punto más alto y que desde allí podrían echar un último vistazo a la nube. Era cierto que desde aquel punto, en un día claro, se podían observar con relativa nitidez las torres más altas de la ciudad que ahora había dejado de existir, y de la que posiblemente ya no quedaba nada que pudiesen distinguir a cierta distancia, sin embargo, en su naturaleza, en la de todos ellos, existía esa curiosidad en el límite, la necesidad de echar un vistazo a lo que pudiese haber quedado, intentar distinguir en lo que se había convertido, aunque no se tratara más que de una nube de polvo bermellón. La Roca de Andrade quedaba justo en medio del vertedero que tantas nauseas les produjera aquella misma tarde, porque la carretera pasaba a su lado y porque el olor se les había metido en los pulmones, había permanecido en la boca y aún unos kilómetros más adelantes permanecía en sus ojos. Se escuchaba un concierto de pajarillos de invierno, los que nunca abandonan, y los chicos hicieron algunos comentarios acerca de lo que sería mejor, justo lo que Koustardi no quería entrar a valorar. Mientras el ponía las últimas cosas en el auto, Raoul seguía hablando diciendo que él no quería ir al norte, que su deseo era reunirse con su padre, lo que, todos lo pudieron ver, ponía molesto al adulto que no respondía pero arrojaba las cosas en el maletero con alguna violencia. Como Raoul insistía en decidir entre todos lo que iban a hacer, finalmente Koustardí habló para decir, “no vamos a decidir entre todos, el que no quiera venir que se quede, los que estén de acuerdo en salir de la influencia de la bomba, al coche.” Ninguno estuvo de acuerdo con la decisión, pero callaron y subieron al auto, en unos minutos estaban en marcha. La explicación de que lo que a veces nos parece bello es un horror, tiene que ver con nuestra falta de capacidad de interpretación y con las costumbres. En lugar de decir que una guerra que sucede a miles de kilómetros es un horror, nos dedicamos a celebrar las victorias como si no causaran muertos, y es posible que los soldados protagonistas, los vencedores hayan visto tanto dolor que estén cuestionándose si ha valido la pena. Algo así pasa cuando una puesta de sol nunca antes vista, tan poco corriente como una perla negra, se contempla deseando morir de belleza en ese mismo instante. Olvidaron que se encontraban en el centro del basurero, olvidaron su olor penetrante e insoportable, y sobre todo, olvidaron que bajo aquel mismo cielo los cuerpos tenían que yacer achicharrados en sus casas, en sus puestos de trabajo o en la calle, en cualquier lugar donde los sorprendiera la catástrofe. Unos estarían preparando la cena, otros tomándose una cervezas en el bar de la esquina, otros en el parque paseando a su perro, seguro que algunas parejas quedarían para siempre inmortalizadas en una penetración que duraría para siempre, otros estarían preparando la maleta para salir de viaje -ya nunca sospecharían lo mal que lo hicieron al decidir pasar un día más en esa ciudad-, todos inmortalizados por un artista en sus posiciones más comprometidas, dando todo tipo de información sobre lo que estaban haciendo en el momento en que sucedió, y derritiéndose como si fueran de cera. La finalidad de todo artista es que aquel que se interese por sus obras las viva como él lo hace, las sienta como el las siente y las entienda del mismo modo, de todo lo que
quiere expresar debe, al menos, ser capaz de introducirnos en su mundo, hacer que nos interesemos por sus miedos y obsesiones. Esto no está al alcance de la gente ordinaria, gente preocupada por alimentar a sus hijos, por no perder sus trabajos y por competir por un determinado estatus. Allí sobre el basurero, intentando comprender lo que había quedado de su ciudad, del mundo que conocían, cansados, deprimidos y nerviosos, Raoul sintió la necesidad de sacarles una foto con su teléfono-cámara portable, se apoyó en una sola muleta dejando que la otra rodara a sus pies, e inmortalizó sus caras de incredulidad al tiempo que las gaviotas carroñeras sobrevolaban sus cabezas o se posaban muy cerca rasgando las bolsas de plástico en busca de la comida más podrida que pudieran encontrar. Cualquier artista hubiese firmado una foto así, lo resumía todo. Nuevas consideraciones acerca de su actitud ante la caída de la bomba le asaltarían con el paso de los años, una vez puesto a salvo, con muchos kilómetros por medio, y volviera a ver aquella fotografía. No se trataba de si sonreían (no lo hacían), o de sacar fotografías cuando deberían estar tal vez rezando por las almas de los fallecidos, de ser juzgados por su falta de sensibilidad, por no manifestar respeto ni dolor alguno. Y, sin embargo, su turbación era real, más desorientados que compungidos, pero afectados al fin. Estaba confuso, mientras miraba la fotografía aceptó que no debía sentirse culpable -ese parecía el sentimiento que resumía todas las emociones que lo asolaban al mismo tiempo y lo confundían-, si alguien debía sentir el peso de la culpa, deberían ser todos los que fueron considerados grandes hombres del pasado, y que habían consentido construir un mundo en perpetua amenaza, la de ser completamente desaparecido, reducido a polvo. Los grandes dirigentes de la historia, que en legítima defensa, habían preparado la defensa final, apuntándose a sí mismos: cohetes nucleares con capacidad para destruir la tierra varias veces, subir al espacio y venir de vuelta. ¿Qué podría la gente pequeña como él haber hecho para evitarlo? El argumento de la defensa para justificar armarse y vivir en estado de guerra, esconde el miedo. Los que se hacen los valientes por ir armados, desconocen lo cobardes que son por ir armados. En un momento de inspiración , en una esquina casi escondida de la pantalla coloreada, adivinó una cabeza diminuta que lo miraba con ojos tenebrosos. En la foto había salido alguien en quien no habían reparado hasta ese momento, entonces se lo mostró a los otros, y todos miraron alrededor sin localizar ahora la cabeza, en el lugar en el que se encontraba en la foto. -Es un niño -afirmó Sasha. -Sí, perece fantasía, o un efecto óptico, pero es real -consensuó su oven amante-, creo saber de que se trata. Ahora recuerdo que hace años, cuando acompañaba a mis padres a la caseta a pasar los fines de semana, empezaron a amontonar las basuras, y a continuación empezaron a mandar los volquetes, y todo se convirtió en una pesadilla porque nadie esperaba que esto sucediera. A determinadas horas, después de salir del colegio, venían niños a rebuscar entre la basura, no buscaban alimento, buscaban cosas útiles que la gente tira, teléfonos, televisores, bolígrafos, para ellos eran tesoros, los limpiaban y los vendían.
-¿Sus padres viven por aquí? -preguntó Koustardi -No lo sé, es posible. Yo recuerdo a otros niños rebuscando en la basura hace algunos años, pero no eran éstos-terminó por aclarar Raoul. En ese momento todos estaban interesados en descubrir a los niños que revolvían en la basura, pero no parecía fácil. Todo era muy misterioso, y no dejaban de sentirse observados, sabían que estaban allí, pero imposible dar con ellos. Como en un Western los niños jugaban a ser indios que se agazapan cuando su territorio es invadido por intrusos, vulnerada su intimidad y expuestos sus secretos. Se escondían, y no parecían amistosos, pero no se sintieron amenazados por ellos. La vida nos ha decepcionado tanto que apenas nos reconocemos después de una edad, a todos nosotros, los alumnos de cada clase del instituto que no fueron capaces de hacer otra cosa más que trabajar. Sobrevivimos con un salario exhausto, esa es toda la recompensa, que nadie piense que hay más. Eso es todo a lo que nos enfrentamos treinta de los cuarenta alumnos de cada clase del instituto bilingüe Nordix. Allí conocí a Braulia, y estoy seguro de que estaría de acuerdo en esto. ¿Qué ha sido de los diez restantes? Uno ingresó en el ejército y murió en un país al no he sido capaz de aprender el nombre, cinco tienen trabajos en los que deben coordinar a grupos de trabajo, otro se ordenó sacerdote, dos son ejecutivos en empresas implantadas en medio mundo y el último, es concejal de cultura en el ayuntamiento. No sé porque hablo de ellos como si estuvieran vivos, en realidad, tan sólo intentaba representar una estadística extrapolable al resto del mundo, del fenómeno social que representa este sentimiento de fracaso que ahora me embarga. Me pareció, mientras rodaba colina abajo, que no estaba dominado por la excitación propia de quien sabe que se dirige a una muerte segura, y eso podías ser debido a que esa muerte no iba a ser instantánea. Deambularía entre otros vivos en la misma situación, afectados por la radiación, cerca del lugar de la explosión, apenas a unos kilómetros pero sin observar efectos de destrucción física, sometido al efecto demoledor de una alta radiación aceptaría que eso me iba a matar, tal vez en unos meses, o unos pocos años, lo desconocía. La muerte sobrevendría lentamente, como avanzan las agujas del reloj, sin apenas apreciarla, se iría apoderando de mis vísceras y atacaría mi carne convirtiéndole en enormes tumores que me provocarían un dolor insoportable. Calma y dolor jugarían con los minutos sin una presencia permanente, esperando cada nueva crisis, y en un momento inesperado, todo terminaría. Me entregaba a un sacrificio que debía definir lo importante que aún me parecía sentirme responsable de algo o de alguien, a pesar de todo. He planteado mi vida ordenadamente, y no funcionó, pero sigo pensando en el compromiso como si aún valiera aquello de “no hemos nacido para morir, hemos nacido para envejecer juntos.” La injusticia termina por pudrir todo, por hacernos desear lo peor, y lo que deseo en este momento es que les caiga una de sus bomba encima a los que colaboran en llenar el mundo de esas armas. Ahora es el final tormentoso de lo que conozco, que irrumpe en cualquier esperanza, eficaz como el apocalipsis, despiadado y absurdo. Somos transportados a
la fantasía derrotada por un creador perverso. Ya sé que defiende su mundo, porque lo considera más real que el nuestro, que busca algún tipo de inútil enseñanza, porque todos sabemos que es tan inútil allí, como aquí. La gente normal, la que sale cada día para su trabajo y mantiene su palabra, necesita seguir viviendo ajena a todo, nada los distrae. Gimen los herederos del desastre en la noche lánguida, heridos por la quietud, inútiles para la rebeldía. En el capítulo de mis sueños pasados, yo era capaz de salir adelante con mi propio esfuerzo, qué ralo se han quedados los principios en el recuerdo. De tal modo he sido liberado de cualquier planteamiento positivista acerca de la recompensa, que el absurdo sólo se ve mantenido a raya, cuando decido ser fiel al compromiso de un alma que se sintió alguna vez querida y apreciada. Transcurrió un tiempo en silencio desde que descubrieron que había alguien más alrededor hasta que se decidieron a reunirse para analizarlo. Se giraban inesperadamente, miraban a sus espaldas o daban un par de pasos a un lado para tener la opción de sortear algún objeto que podía esconder algo, una nevera vieja, o una puerta desvencijada. Todos sus esfuerzos resultaron infructuosos, imposible saber si se trataba de uno, de dos o de más, de sus edades, o de sus intenciones. Por fin, volvieron de su curiosidad al mundo real, dejaron de pensar en la cara infantil que los acechaba en la foto, y miraron de nuevo el horizonte naranja, polvoriento y sombrío que se levantaba sobre la ciudad en la que habían vivido. Se mantuvieron explorando la distancia y el fracaso, ¿cómo prestar atención, en tales circunstancias, a la presencia de niños a su alrededor? Estaban apesadumbrados, el cansancio de un día largo también hacía mella en un estado de ánimo que se dejaba caer hacia el vacío, y la crueldad de haber vivido sin prever que algo tan sórdido podría pasar en cualquier momento los atormentaba. -Hoy no es el mejor día de nuestras vida ¿no? -acertó a señalar Koustardi- Iremos a Tolsen, conozco alguna gente allí que podrán ayudarnos. Su postura acerca de tener o no planes era agónica, imprecisa y dispuesta a ser cambiada en cualquier momento. No había mucha luz acerca de los pasos a seguir si habrían de ir a Tolsen, si se presentarían a las autoridades y si estas los analizarían exhaustivamente para intentar determinar si su exposición a la radiación había sido fatal, o por el contrario podían mantener la esperanza de que su vida fuera normal en el futuro. Comprendía que ir a Tolsen podía no ser una mala opción, aunque Kosutardi tampoco hubiese abierto un debate al respecto, no iba a aceptar otras ideas, ese era su objetivo y no había más que hablar. De forma gradual, Raoul fue comprendiendo que no debía rebelarse abiertamente contra aquel hombre, sus dudas eran grandes, y la idea de salir en la búsqueda de sus padres lo obsesionaba. Hubiese deseado arrojarse directamente en la dirección de la bomba, como Klaus había hecho, pero no podía imponérselo a los demás. Lo que parecía bueno para Koustardi podía ser bueno para todos, una postura proveniente del sentido común de un adulto, una idea de supervivencia de un hombre que siempre había vivido intentando sacar adelante sus empresas, aunque al final se le habían venido encima las deudas y había
fracasado en todo. Reconoció en ese preciso instante que los adultos cuando se sientes derrotados se rodean de otros adultos en la misma situación. Y a Raoul no le pareció casual que Koustardi y Klaus fueran amigos, tenían en común sus planes truncados y su falta de nuevas esperanzas, lo que por otra parte, en el mundo nuevo que se les presentaba ya no tenía demasiada importancia. Desde aquel momento de destrucción, debían partir de cero, se habían acabado todas las competencias, y los que se habían erigido como triunfadores con los que poder compararse en sus vidas, ahora estaban muertos. Ya solo se trataba de intentar sobrevivir al momento que les tocaba vivir, si tenían o no algún futuro, eso se decidiría posiblemente en los próximos meses, en el desarrollo de su buena o mala salud y los análisis que buenamente les quisieran hacer en Tolsen. Razonablemente deberían haber supuestos que los chicos de la basura han sido muy maltratados, muy insultados por la vida, hasta el extremo de respirarla tóxica, de sentirla breve, y de rechazar cualquier idea burguesa que la considera una bendición que se nos otorga y que debemos sentirnos agradecidos por vivir. Deberían haberse considerado, no ya intrusos, sino enemigos, en un mundo de resentimiento, pero estaban tan concentrados en los últimos acontecimientos y sus posibles consecuencias, que consideraron una catástrofe menor que en un mundo “avanzado”, aún quedaran niños revolviendo en la basura, ta cerca de sus vidas cotidianas que da grima sólo de pensarlo. Los ojos llenos de tragedia apenas tenían espacio para nuevas quejas, contenían la pena, avanzaban en su supervivencia rechazando el hedor del montículo al que se subieron para intentar tener una mejor panorámica del desastre. Terminó la pausa, no había más que hacerle, y hubiesen seguido el camino si no se hubiesen encontrado con una nueva dificultad. Koustardy se puso muy violento, y todos se replegaron, mientras el la emprendía a patadas con todo. Las puertas abiertas, las maletas y todo su contenido tirado por el suelo, las ruedas rajadas con saña, el auto inservible. Faltaba la radio y una de las bolsas de alimentos, lo que aquellas pequeñas criaturas podían portar y correr a la vez. A lo lejos vieron a tres niños de no más de once o doce años, burlándose de ellos, tres pequeñas figuras que se perdieron en la noche que avanzaba sin posibilidad de ser perseguidos. Todo se complicaba, los planes no eran más que planes y la realidad los conducía inexorablemente a nuevas desgracias. Tenían algo más de lo que defenderse, algo en su suerte que les impedía alejarse o separarse, un destino unido entre ellos y también a un fracaso inevitable. Podían lamentarse todo lo que quisieran, no había una perspectiva clara de que pudieran eludir las consecuencias de la destrucción monstruosa de su mundo, algo los tenía aferrados a la destrucción como si formaran parte de ella, todo se había venido abajo y estaban en el área de influencia: algo oscuro como la muerte los señalaba como parte inseparable, consecuencia de lo ocurrido, victimas como todo el resto, solidaria enfermedad mortal con el mundo hundido, desolación de sí mismos y del abismo al que se unían. -!Estamos jodidos, ya no podremos escapar a los vientos amenazantes, es un capricho de los dioses que luchemos por salir de aquí, vientos que ellos no tardarán en mandarnos, que soplan hacia nosotros como nuevas pruebas de valentía que
debemos superar! Se han llevado la radio y algo de ropa. !Estúpidas criaturas! Volveremos sobre nuestros pasos, en dirección a La Farola Púrpura, el viejo hotel nos servirá de cobijo está noche. Aún guardo el mapa, cruzaremos la montaña, ya no descenderemos siguiendo la carretera, así que lo que nos queda es volver sobre nuestros pasos. Habían aprendido que nadie escapa al destino si el destino te señala, y la situación empeoraba por momentos. Depositaron en el suelo todo lo necesario, lo que podían llevar encima, teniendo en cuenta que tendrían que cargar con Raoul si querían que siguiera a su paso, con ellos. Desde lejos nada parecía real, un gran resplandor de incendios y explosiones continuó después de hacerse de noche. Anduvieron despacio al principio, sobre hierba, sobre piedras y troncos caídos, torpemente, apenas alumbrados por un rayo de luna, exponiéndose al crujido de la noche que los medía y los sopesaba; entonces se llenaban de valor, se apretaban en la marcha y dibujaban un paso decidido, como si hubiesen aprendido una nueva realidad y se encontraran con facultades para superar cualquier reto o espejismo.
7 Hablar silencios de viento Habían aprendido a guardar silencio, o a escucharse en la distancia sin articular palabra, a ser prudentes acerca de sus expectativas, se veían desactivados para la esperanza, y si alguno aún llevaba esa luz dentro, se lo guardaba para él. Todos a un tiempo, sin mediar palabra llegaron a una comprensión parecida del hecho vivido, sin hacer conjeturas, con las razones aplastantes aún a la vista, todos decidieron, en un momento propicio y coincidente, no hablar ni preguntar nunca más acerca de sus esperanzas. Y haber tenido esa comunicación ayudaba a armonizar el momento más difícil que nunca habían vivido. Se acercaban de nuevo a La Farola Púrpura, el viejo hotel abandonado al pie de la carretera. Podrían dormir según sus propios planes, y lo necesitaban , empezaban a dar síntomas de agotamiento. Juanro y Macosende se turnaban para llevar a su amigo en brazos, y en aquel preciso instante estaban intentando imaginar como iba a ser el día siguiente de marcha en tales condiciones. También tenían dudas acerca de Koustardi, en el que no terminaban de confiar, y pensaban que en cualquier momento
podía apurar el paso e irse sin más, a su propia velocidad. Sasha era paciente, y no se separaba un momento de Raoul. Vieron una luz a lo lejos, y no tardaron en oír voces, alguien había tenido su misma idea, y habían prendido un fuego para calentarse mientras lo preparaban todo para dormir, dentro, en una de las habitaciones de La Farola Púrpura. Empezaban a entregarse al cansancio, por eso, a pesar de la obvia presencia de otros hombres, se acercaron sin precaución alguna al hotel para compartirlo y no pasar la noche al raso; había sitio de sobra. En el exterior, aquellos desconocidos habían aparcado una caravana enganchada en un auto, por lo que pensaron que podía tratarse de una tribu gitana que viviera de forma itinerante, sin destino fijo y sin planes para el futuro. Si así hubiese sido, no les habría afectado demasiado que el mundo se desmoronase a su alrededor, siempre que algún camino despejado les permitiera seguir moviéndose. Sasha observó un momento mientras bajaban una colina campo a través en dirección a la luz y comentó -No son gitanos, ninguno de ellos viste como nosotros lo hacemos, y el fuego lo hubiesen hecho en el exterior, a los gitanos no nos gusta encerrarnos tan temprano. Cargar con Raoul no era una novedad para sus amigos desde que tuviera el accidente y resbalara desde una ventana a la calle, además, él apenas pesaba, y durante el tiempo de recuperación habían optado por no ir a ningún sitio al que no pudiera acompañarlos. Si querían seguir unidos en su amistad, debían aceptar que la vida les iba a poner inconvenientes -así podemos llamarle a la rotura de piernas y cadera supongo-, y nunca una alfombra roja sobre la que avanzar como si todo fuera fácil, por lo tanto llevarlo no lo aceptaban como una más de las preocupaciones de semejante momento; cosas mucho más graves pasaban por sus mentes. La pequeña distancia hasta la casa los incitaba a apurar la marcha, siguiendo, sin embargo, en contención por el miedo a una caída, o a tropezar los unos con los otros. La oscuridad era total cuando la luna se plegaba a las nubes solitarias, y se volvían sombras inseparables al intentar superar las contrariedades que el camino ponía en su avance. Sostenerse solidamente, como un equipo preparado para cualquier contrariedad, no era precisamente lo que parecían, y en gran parte, la medida de esa observación, el motivo que podía llevar una sensación a hacer ver a aquellas personas con las que se iban a encontrar en unos minutos, que no estaban tan unidos como para hacer frente a una hostilidad, tenía que ver con Koustardi. Cabria tomarlo como un aviso, pero su distanciamiento era real, apenas abría la boca para algo más que para dar órdenes. Se tomaba muy a pecho sus críticas, aunque luego no las expusiera y su relevancia como hombre avanzado en edad -el lo creía-, parecía conferirle algún tipo de derecho que el resto no compartía. !Todo parece tan normal! Acercarme a esta ciudad es una locura, Braulia quizás no me espera, el éxodo es masivo, definitivo, sin vuelta. Para poder entrar he tenido que circular por carreteras secundarias, han habilitado las autopistas sólo de salida, no hay carriles en la dirección que sigo. Todos se van, y es posible que no la encuentre, pero debería hablar con ella, porque el perdón es un motivo muy fuerte. A pesar del tiempo y el rencor que nos separaba, ¿no hubiese sido más humano no haber propuesto un nuevo intento? La duda está en la afirmación de mi regreso, no con intención de quedarme, no con intención de ser amado, sino para presentarme
ante el espejo apropiadamente, como siempre esperé que yo llegaría a ser. Somos la expresión de nuestras creencias, y por eso me gustaría ahora creer definitivamente, como creen los fanáticos, poder hablar directamente con Dios, sin intermediarios, para pedirle una única cosa, encontrar a Braulia y ayudarla en todo lo que pueda, se lo debo. Debo tener un aspecto desastroso, espero que nadie me confunda con un delincuente, pero..., no debo preocuparme, ni el ejército se va a quedar para custodiar una ciudad fantasma. Mi aspecto no cree en la impresión del inconsciente que supone todo lo que uno puede vestir o llevar, inalcanzable para otros, y que deje claro la diferencia. El único coche en dirección a la tragedia, todos deben pensar que soy un loco. Hace rato que ha amanecido y sigue esa lenta carrera, la tensión de los que huyen en forma de interminable caravana, domingueros que nunca han de volver. Jugamos un papel de apropiación de identidades, cada vez que nos vestimos, que mostramos nuestros efectos personales, nuestros bolígrafos, nuestras carteras, el reloj..., y tal vez buscamos legitimar la persona que querríamos ser, la clase social de los que han conseguido subir en el escalafón social y relacionarse con aquellos a los que siempre vieron como inalcanzables. Somos una copia de otras personas, un fraude de nosotros mismos, cada vez que aspiramos a un ascenso en nuestro trabajo y nos comportamos como obreros alguna vez refinados para ocupar un puesto que se nos viene tan grande como una chaqueta americana que antes perteneció a otro más capacitado. Quisiera que mi auto llevara el distintivo de los que aún creen en Dios, las cruces colgando del espejo retrovisor, las medallas de la virgen pegadas en el salpicadero y una foto de Raoul y otra de Braulia donde las pudiera ver con solo mover un momento los ojos y sacarlos por un segundo de la carretera. Somos expresión de nuestras creencias, sí, y la imagen que doy es tan sólo la de un delincuente que vuelve para revolver en los efectos personales de otras personas que tiene miedo a morir de repente, sin previo aviso, sin el proceso humillante de un cáncer -o tal vez busco eso mismo, encontrar todo lo que ellos rechazan-. Lo de recordar a Letty, no ayuda demasiado en este momento. Necesitaban dormir, para seguir viaje en cuanto amaneciera, deambular por la montaña en plena noche no los llevaría a ninguna parte, ni los permitiría avanzar demasiado. A pesar de las desconfianzas se presentaron al grupo que ya estaba en al hotel, y vieron unos niños correr y desaparecer, y pensaron que podía tratarse de los mismos que les habían dejado el auto inservible, pero no se movieron, no preguntaron, ni siquiera abrieron la boca. ¿De qué les servía empezar nuevas pendencias en un momento así? La violencia, aunque fuese verbal no les iba a ayudar en nada. La escena era la típica cena campestre en la que dos hombres fuman sentados en un tronco caído. Sobre un caldero dado la vuelta han puesto dos vasos de vino, y disfrutan del momento como si nada más importara en el mundo. Se han levantado al ver llegar a Koustardi, que parece querer ser el primero en todo, y a apurado el paso hasta distanciarse del resto. Cuando Raoul llega en brazos de sus compañeros observa que se conocen, o que al menos, Koustardi conoce a uno de ellos.
-Nuestro apocalipsys no está comunicado con otros mundos -dijo Raoul cuando vio la escena-, es como si no se hubieran enterado. Podríamos decir que desde el primer momento, después de haberse saludado y establecido que deseaban pasar la noche dentro del edificio abandonado, notaron una real reticencia, una disconformidad no expresada, a la que no le dieron mayor importancia porque en unas horas, apenas despuntara el día tenían pensado emprender su camino. Pasaron entre aquella familia procurando no tropezar con ellos, deslizándose entre todos aquellos enseres de campaña y una vez dentro buscaron una de las habitaciones más confortables. Algo de agresivo silencio había en el ambiente, algo que iba más allá de la falta de agresividad y de los murmullos y la excitación que notaron en aquellas gentes. Intentaron olvidar cualquier preocupación y se organizaron para dormir, desparramados por el suelo, desamparados, por su cansancio. Koustardi intentaba recordar donde había visto aquella cara antes, sabía que conocía a aquel tipo con el que había hablado, pero no acaba de situarlo. No hacía tanto de eso en realidad, lo reconoció cuando llevaban un tiempo durmiendo y en sueños las facciones de aquel hombre tomaron la claridad necesaria. Experimentó entonces un temor inesperado, se trataba de uno de sus trabajadores despedido. Los había dejado en la calle sin indemnización, y sin darles la oportunidad de volver a saber de él. No se había portado bien, no se había portado como un hombre, pero nunca le había remordido la conciencia. Porque cualquier cosa que hiciera por sobrevivir creía era su derecho o el de cualquiera. Con esta forma de pensar era obvio que su compromiso con los chicos debía ser igual de débil, y les daría esquinazo en cuanto pudiera. Hubiera preferido que uno de ellos no fuera el hijo de Klaus, al que conocía desde hacía algún tiempo, pero, después de todo, Klaus también había decido dejarlo desamparado en el peor momento. Con esas y otras cosas en la cabeza, ya no fue capaz de conciliar el sueño. Cuando ocurre algo así, en que el cielo se viene abajo, y es el momento en que los fantasmas del pasado acuden sin que nadie los halla convocado, debe ser terrible, y ya no pudo conciliar el sueño. El pasado siempre nos persigue, de una forma o de otra. Las obsesiones por los errores cometidos a veces toman forma real, y se reservan una parte del remordimiento al que es difícil renunciar. Después de todo, las verdaderas razones de Koustardi, los verdaderos motivos que lo llevaban a razonar como lo hacía, respondían a un sistema de fortaleza que lo hacía creer que podría combatir a cualquiera o cualquier cosa, y en esas andaba en tal momento que el mundo se desmoronaba, pensando en cuales eran sus posibilidades y si aumentarían levantándose temprano y partiendo en solitario. Hubiese sido deseable que todo ocurriera de otra forma, pero la noche no les deparaba nada bueno. Sasha se acurrucó al lado, de Raoul y le dio calor. Él se sentía amparada cuando estaba a su lado, cuando era ella la que lo ayudaba a mantenerse en pie. Había una forma de justicia en el afecto que se profesaban y a ese estado natural de dependencia afectiva se unía su juventud abierta, la aceptación de su relación como una transformación positiva de lo que habían sido sus vidas hasta entonces. Puesto que estaban cansados y dispuestos a dormir de un tirón, se fundieron plenamente en un abrazo insustituible, en una ternura que nadie más en aquel
momento de sus vidas podía ofrecerles, porque asumían que sus familias habrían muerto. El shock era de dimensiones desconocidas, les afectaba terriblemente, pero cuando los seres humanos se ponen en marcha intentando superar sus crisis, entonces es el momento de minimizar el drama y dejar hasta la última gota de su sangre por conseguir superar todos los obstáculos. Para Juanro, el que sus padres hubiesen muerto no iba a cambiar nada, porque desde que abiertamente se enfrentara al miedo, y disparara contra la fachada de su propia casa, no los había vuelto a ver. No fue una sorpresa para él que su madre se pusiera al lado de aquel hombre odioso, que sin embargo había sido su marido desde siempre. Por supuesto que el de todos ellos el que experimentaba el dolor más intenso era Juanro, ya lo era antes de la bomba, debía acertarlo, aceptarse a sí mismo como aquel que tuviera peor suerte en la vida. La destrucción no había igualado nada, no los había hecho a todos igual de desgraciados, al contrario, él ya estaba solo antes de aquel día, pero ahora se sentía absurdamente viviendo. Podría haber tenido alguna familia en alguna parte a la que recurrir, y posiblemente fuera así, pero no recurriría a gente a la apenas conocía presentándose como un intruso. Y cuanto más pensaba en todo ello, cuantas más vueltas le daba a su desamparo, más crecía el agobio que anudaba su pecho y su garganta. Así que ocupó un sitio aparte, la esquina más alejada del resto, el fondo de la habitación al lado de la ventana, se acurrucó como un animal enfermo y sollozó en silencio hasta que se quedó dormido, tan levemente que nadie lo escuchó. Bajo la sospecha de estar siendo observados en cada uno de sus movimientos por la familia que ocupaba el salón central del hotel, se fueron quedando dormidos. Esa noche no estaban en el lugar adecuado, nada era propicio a sus intereses, posiblemente si lo hubieran pensado, si alguno de su grupo lo hubiera hecho, habrían concluido en que estaban en peligro, pero sucumbieron al cansancio. Por cada rendija del sueño, por cada grieta en el cemento, por cada puerta o ventana entreabierta, podrían haber sentido de nuevo a los niños del basurero espiándolos, maldiciéndolos, reservando todo su resentimiento para ellos. Había en su sueño la ligereza del suelo incómodo, movían los párpados inquietos como lo hacen los que tienen un mal sueño, y hacen vibrar los ojos debajo de la piel de persiana. En aquellas caras vencidas por el cansancio, se podía esperar, sin embargo, un despertar repentino, lo que se produciría apenas unos minutos después. Eran cuatro hombre armados con garrotes y cuchillos, dos de ellos eran los que hablaban en la puerta cuando llegaron, los otros dos acababan de “incorporarse a la fiesta.” Todos pasaban de los treinta y tenían aspecto de tener claro lo que hacían, cuando Koustardi intentó levantarse lo golpearon hasta que quedó inmóvil. Uno de ellos, el que llevaba la voz cantante, un tipo encorvado al que le faltaba un diente, se abalanzó sobre él para atarle las manos; nadie más se movió. Otro hombre, el más moreno y fornido se aceró a los chicos y les pidió que se tumbaran boca abajo y que no se movieran. Se miraban inquietos, tratando de calcular el paso siguiente, pero no parecían del todo delincuentes, fuera lo que fuera aquello no se trataba de un robo, y todo indicaba a que el problema provenía de Koustardi; uno de ellos lo pateó y a continuación se contuvo, como si lo conociera de antes. Los cuatro hombre pasaron a situarse más hacia el centro de la habitación, los chicos se dieron cuenta de que no podían hacer
nada, que lo que pasara en los próximos minutos era tan incierto como que pudieran llegar a salir con bien de aquella situación. Nadie les iba a ayudar. En un momento todo se volvió más lento, quedaron en silencio y apenas se movían. El que daba las órdenes encendió un cigarro y mandó a otro acercar una silla, se llamaba Remy y tenía muy mal aspecto. La silla que pidió no era para él sino para Koustardi al que sentaron y ataron para que no se moviera. La primera reacción una vez que lo tuvo enfrente su primera reacción fue darle un golpe en el rostro que en un momento hizo cambiar el color de la piel, abrió una herida y un hilillo de sangre empezó a fluir; no se trataba nada más que del principio. Entonces colocó su cara delante de la de Koustardi, tan cerca que apenas estaban separados por un palmo y sus ojos se miraban fijamente. Entonces le preguntó con voz profunda y llena de odio, “¿Me recuerdas? ¿Sabes ya quién soy, Koustardi?” Y dijo su nombre. La noche se había interrumpido abruptamente, la cortaron de un tirón, rasgando la carne, arrancando el silencio. Cuando se manifestó aquella brutalidad resultó imposible contrariarla, nadie se hubiese atrevido, así que permanecieron boca abajo, casi poniendo la boca sobre el suelo sucio y polvoriento, esperando. Remy, el director de ceremonias, los invitó a irse, o a quedarse si lo prefería, “tengo que tener una conversación con su amigo,” dijo refiriéndose a Koustardi. -No voy a matarlo, chicos, pero algo me debe. Este hombre creía que nunca podía perder, pero esta noche no está de suerte. Se ha encontrado conmigo. Os podéis ir ahora, si os quedáis no quiero oíros. Será breve. Este cerdo dejó caer su empresa y ganó dinero haciéndolo, yo entonces trabajaba para él. Nos dejó a los trabajadores en la calle y sin dinero, sin indemnización, sin nada, y desde entonces todo ha venido cayendo en mi vida, en la vida de mi familia. Iban y venían, sabían lo que estaban haciendo. Dejaron leña en el centro de la habitación y le prendieron fuego, las llamas se movían creando sombras siniestras en las paredes. Uno de los hombres se encargaba de todo lo que tenían que ver con la pequeña hoguera que acababa de encender, y permanecía de pie, muy cerca de la llama. Por lo que se podía apreciar todo estaba claro para ellos, pusieron un caldero con agua también en el centro, y del que también parecía encargarse el mismo hombre. Koustardi tuvo tiempo de decir algunas cosas que sonaron bastante soeces, y esa fue una nueva señal para empezar a golpearlo en la cara hasta que sus ojos empezaron a sangrar abundantemente. No fue buena idea dejarse llevar por su dignidad herida; le llenaron la boca de trapo y le ataron un paño alrededor haciendo un nudo en la nuca para terminar de ajustarlo. Se le saltaron las lágrimas. -Trabajé treinta años para ti, y me dejaste en la calle sin más. Tal y como yo lo veo, cada dedo tuyo vale por la indemnización de diez años, treinta años, tres dedos. Te los voy a cortar y se los voy a dar a comer al perro. ¿Qué te parece? Koustardi ocupaba la silla ya sin ánimo, pero estaba muy excitado, los ojos muy abiertos, expresaban el terror que sentía, e intentaba respirar por la nariz sin conseguir satisfacer todo el aire que exigían sus pulmones.
Pasar por todo aquello no tenía sentido, no podrían de ninguna manera haber contado con que a alguien le pudiera importar tan poco una explosión atómica y todo el horror que había provocado, como para sentirse animado a llevar a cabo una vieja venganza en el momento posterior inmediato. La noche se quedó sin ruidos, sin búhos, sin crujidos, sin hierba emergente, todo había huido o se había escondido. La luna y las estrellas seguían inmóviles, pendidas del firmamento porque no podían ir a ninguna otra parte, si hubieran podido hacerlo, tan sólo un cielo negro hubiese cubierto el hotel. Ya sabían por qué, ya conocían el motivo, y no tenía nada que ver con ellos. Koustardi era un auténtico cabrón perseguido por su pasado, y cuanto más lo conocían menos les gustaba. Raoul echó de menos que su padre estuviera allí, él hubiese sabido qué hacer. Otras veces lo había sacado de problemas, estaba seguro de que si no se hubiese ido todo sería más fácil, pero estaba preocupado por su ex-mujer, a la que aún consideraba familia, con la que se sentía en deuda y a la que no podía olvidar. En cierto modo, eso hacía que lo respetara aún más, si cabía, pero lo hubiese querido allí en aquel momento, pasando juntos por un momento difícil, hablando con los secuestradores para que los dejaran salir, y proponiendo echar a andar sin pensar más en Koustardi, sin mirar atrás. Habían nacido en un tiempo en que la gente se abandonaba con naturalidad, era cuestión de no darle demasiada importancia. Las amistades duraban poco, los hijos tenían sus propias vidas desde adolescentes, eran ignorados por los padres, que a su vez, se abandonaban los unos a los otros. Nada duraba: Tal vez no se trataba de abandonos permanentes, y volvían una y otra vez para reencontrarse, pero el término de “fidelidad absoluta” estaba en decadencia. Justo cuando el hombre al lado de la hoguera ponía un cuchillo sobre las llamas, Raoul pensó que habría hecho su padre en una circunstancia similar, y como él lo hubiese hecho le habló al hombre que lo sujetaba, “si nos dejan ir, no daremos ningún problema” y esperó la respuesta. Uno de los hombres llegó entonces con una mesa de madera que situó justo delante del reo que iba a pagar su deuda. Otro hombre sujetó su mano y la puso sobre la mesa y como no dejaba de moverse, el tal Remy le puso una navaja en el cuello. Entonces fueron liberados y cuando salían por la puerta, oyeron los gritos de horror y de dolor de Koustardi que perdía sus dedos y era incapaz de desmayarse. Entonces Remy como había prometido, los recogía de la mesa, y se los arrojaba al perro. Koustardi no era un hombre valiente, siguió gritando un buen rato mientras los chicos se alejaban de la casa y veía como el perro se comía sus tres dedos haciendo crujir las falanges entre sus muelas. A quien como yo, viviendo una vida insulsa que ya ha pasado, se le ofrezca la posibilidad de recomponer sus fidelidades, no debería desaprovecharla. Me lo debo a mí mismo. No siendo completamente creyente quizás tampoco pueda decir que sea totalmente ateo, y Dios, para no variar se mantiene al margen. No sé si todo esto le parece divertido o de qué va su posición ante todo. Debe estar cómodamente sentado mientras todos los horrores suceden. A lo mejor le gusta mirar, y es como uno de esos tipos que ofrecen a sus mujeres a cambio de que les dejen mirar mientras otros hombres las poseen. No está bien poder intervenir en el sufrimiento de la gente y no
hacer nada, no creo que pueda haber defensa contra una verdad tan aplastante y definitiva. La ciudad parece dormida, una ciudad fantasma, sin apenas circulación. A veces me cruzo con otro coche, pero en unos días eso será polvo suspendido y desaparecido, nada más, ya no habrá movimiento. También se ven algunos saqueadores, cogiendo lo que pueden de los escaparates, !qué actitud tan ridícula! Sabemos que hacemos todo lo contrario a nuestros intereses, en ocasiones a la lógica más llana, y lo repetimos una y otra vez, demostrándonos a nosotros mismos que nos creemos inmortales. No envejecemos de forma casual y nos encontramos ancianos con caprichos de jovencito, deseando acelerar las pasiones, de espaldas a la realidad que se apaga. Estos chicos hacen lo mismo, saquean cualquier cosa que les guste, que les proporcione un placer inmediato, quizás no saben que en menos de un mes habrán desarrollado un tumor del tamaño de un melón, y morirán. Pero, no todo es negativo en esa forma de actuar, quizás no quieren correr la suerte de los que salen corriendo, quizás no se están engañando, y lo que sucede es que algunos asumen su muerte. Y así, teniendo a mano todo lo que les hace falta y que otros han dejado atrás para siempre, se han convertido los hombres más ricos del mundo. Unos se han instalado en hoteles de lujo, con congeladores repletos de comida bebida. Otros de los que no se quieren ir, se han instalado en mansiones dispuestos a vivir sus últimos días a cuerpo de rey, jugando al tenis o al golf en las más lujosas instalaciones, o durmiendo cada noche en una cama más grande, o utilizando los más increíbles muebles-bar que uno pueda soñar, vitrinas de botellas de marca encerradas entre paredes de maderas nobles exquisitamente barnizadas. El mundo a sus pies, mientras la vida dure. La ciudad se ha convertido en un sórdido vertedero en el que ya nadie va a recoger la basura, y donde hasta las ratas terminarán por desaparecer del todo. Puede que no llegue entender que algunos de los que se quedan sin miedo a a radiación, en realidad tienen sus motivos, y no se trata de inconsciencia. Después de todo aferrarse a la vida indefinidamente conduce a una gran frustración, un envejecimiento lento y prolongado. Alguna gente ha nacido para la aventura, para correr riesgos y no pensar en el mañana. Además, como puedo yo valorar los motivos de otros sólo porque los veo saquear una tienda de electrodomésticos (sin pensar en el futuro y en su muerte inminente), cuando yo mismo vuelvo en dirección a la tragedia. A veces creo no estar haciendo lo correcto, han sido cuatro horas de viaje en las que no he dejado de pensar en todo esto. Sin embargo, después de haber dudado, cambiado de opinión una y otra vez, después de haberme venido abajo y recuperado la fortaleza, de haber pensado en Braulia y mi necesidad de devolverme la parte de honestidad que perdí traicionándola, entonces, entonces vuelvo a dar gas con firmeza y el auto avanza sin más contrariedades. He dejado el auto, justo delante de la puerta, hay sitio de sobra donde hacerlo, todos han salido a la carrera y conducir por calles desiertas tiene sus ventajas. Se trata de un portalón de hierro con cristaleras detrás de las barras, está cerrado. Llamo al piso de Braulia, nadie contesta. Entonces empiezo a pulsar botones esperando que alguien pueda abrirme, estos edificios sindicales tienen al menos nueve plantas y seis pisos por planta, el portero automático es una ensalada de botones. No es extraño que nadie responda,
pulso una y otra vez botones, y no consigo mi propósito, estoy en la mitad del tablero. De pronto una voz de anciana en el otro lado, le explico lo que sucede, le pido que me abra y me encuentro con cierta reticencia. Responde que están saqueando toda la ciudad y que no desea abrirle a nadie. Le hablo de Braulia por si la conoce y eso facilita, le digo su piso y le explico que estoy preocupado por ella y que no responde, entonces un zumbido suena cobre mis palabras, empujo y la puerta y ya estoy dentro. Silencio total, nada se mueve, cada edificio en el centro de la pequeña ciudad dormitorio ha empezado a morir. Sé que no debería estar aquí aquí, sé que no debería hacer esto, si quiero morir como un héroe idiota debería seguir conduciendo hasta el centro del huracán. De todos modos lo hecho hecho está, ahora voy a subir, y no voy a cambiar de opinión. Todo funciona correctamente, el ascensor se pone en marcha, sube, se detiene en el piso señalado, empujo la puerta y los mismos pasillos desolados y silenciosos. Cuando el silencio es total no representa el abandono, la sensación de que algo debería empezar a suceder en cualquier momento, tal vez una nueva explosión o que un montón de niños llegaran de echar un partido de fútbol celebrando, gritando y corriendo, o que los vecinos empezaran a discutir entre tabiques, o que un coche ce bomberos pasara haciendo sonar su sirena, la vida. No es mucho que el ruido continúe, ni siquiera cuando la depresión nos invita a morir por nosotros mismos y no dejarnos caer en una lenta agonía. Puerta A, Puerta B, Puerta C, me acerco y empiezo a percibir una música lejana. Me sitúo delante de su puerta, ahora esos acordes son mucho más claros, antes de hacer sonar el timbre, me detengo, escucho, ella está allí, reconozco la canción, solíamos escucharla juntos. Me complace que así sea, que en momentos tan difíciles ponga ese disco: Me and Mrs Jones de Billy Paul, como si fuéramos dos amantes que se pertenecen por que su amor es prohibido y juntos luchan contra todo para protegerlo. ¿Tiene esto algo que ver con el amor? Esta forma de actuar, tan precavida o soñadora, no tenía mucho que ver conmigo y como me sentía, entonces, ¿por qué lo hacía? Temía decepcionarme a mí mismo, descubrir todo lo que no había alcanzado al rescatarme de mi indiferencia, y temía dejarme llevar por el sentimentalismo de Braulia, que por un momento había olvidado. Al unirme a ella en el final, me rescataba a mí mismo de todo lo que había sido una vida sin objeto. Cualquiera que haya pasado por lo mismo sabrá a lo que me refiero, superé mis miedos, acerté a superar todas las dificultades y por fin toqué el timbre. Nadie contestó, nada se movió, la música se repetía. De nuevo me siento inoportuno, vuelven las dudas. Es extraño, no parece haber nadie, empujo la puerta y se abre sin dificultad, con la parsimonia de una bisagra bien engrasada y una fuerza medida. La franqueo y me veo rodeado de algunas cosas que reconozco, son de ella, y otras muchas que aumentan mi desconcierto. Estoy solo en el piso, lo puedo notar, sin embargo doy una vuelta por las habitaciones en busca de algún ser vivo, mi intento es infructuoso. La gran hazaña de haber llegado en tan poco tiempo en la dirección contraria a la que marcha todo el mundo, se ve empañada por mi torpeza al presuponer que ella estaría allí. En algún momento interpreté que tendría la misma inclinación que yo tuve al hacer el viaje, que después de que la bomba cayera, su primer pensamiento sería para mi y para su hijo, y que esperaría a que yo llegara.
Lo descubro todo, el aire distinguido que tan poco me gustaba y se relata en cada figura sobre el aparador, en cada libro, y en cada foto, lo he visto antes, todo el montaje, el delirio de creerse una diosa. Nunca he creído esta ficción, ni siquiera llegué a pensar que ella se lo creyera del todo. Me atenaza la futilidad de su decoración; debería salir corriendo, pero no puedo. Ya está todo dicho, ya no hay nada por lo que esperar, he cumplido mi parte, eso era lo principal, ese era el argumento del principio: si yo hacía lo que debía me tranquilizaría, daba igual si fracasaba o nada salía como esperaba, y así ha sido.