La grieta escondida

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La Grieta

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Crecieron las luces parabólicas, higiénicos colores alcanzando a la noche más clara, decorando el extirpado aspecto de las estrellas, los conos que parecían desprenderse de si mismos. Figuras helicoidales ayudando al efecto puntiagudo de los dibujos, y por fin las explosiones: cientos de ellas. De este modo, los fuegos verticales nos entretenían y acudimos extasiados para verlos caer sobre el río, sin ayuno, en esa ceremonia de desalojo de judío adulto, permitiendo -sólo Dios sabe quién tuvo la idea-, el consentido revolcón de al menos nuestros cuerpos, a cada cual más desfigurado por la policromía del firmamento iluminado, y la tonalidad de las sombras brumosas de la orilla del río, y finalmente, bañándonos desnudos en un juego pagano de hartura y desconcierto. No le gustaban las películas americanas, no se reía escandalosamente, no era una de esas chicas que tanto conocemos; nadaba en silencio o estirándose el pelo y aceptando, sometiéndose a las condiciones que la vida le había impuesto. No puedo decir si la oí lamentarse un minuto después, pero en ese momento sólo nadaba y su gesto era de total indiferencia. Frío-calor, otra pasión sin motivo, la verdadera noción y medida de sus relaciones, la superstición del engaño y el pesimismo creciente. Confusión-definición, avancé entre sus pliegues doliéndome todo ese escándalo de fuego sobre nuestras cabezas, y hubiese gritado de no ser por la noche y la sospecha de que no muy lejos otras parejas continuaban en el apogeo de la entrega.

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Teo Gurade no es un mal tipo, para mi representa la indefensión y el desinterés, el consentimiento, la ausencia del sentido de la propiedad. Podría coger cualquier cosa que él tuviera que no le importaría, es como si no tuviese sangre en el cuerpo. A veces hasta me molesta. Tanisia me estuvo mirando, en busca de la evasión supongo. Yo ya no mando en mis emociones, se muestran de forma espontánea y estúpida. No voy a ser yo quien pueda purificarte, ni intervenirte para que recuperes algo que hayas perdido, no, no voy a ser yo. Si nos repugna algo de esto que hacemos, juntos lo superamos. El total de una pena privada. Con la excusa, posiblemente justificada, de atender a algunos de sus pacientes, se retira en su auto y no vuelve hasta la noche. No sé cuanto tiempo podré seguir adherido a esta situación, porque Matilda ha empezado a pedirme que la lleve a tal o cual sitio, y no sé si estoy preparado para esto. Se mueve como una espina independiente, se desplaza en libertad en mi epidermis y puede cruzarla sin que la note, puede ponerse en la búsqueda y alcanzar mi corazón mientras duermo, inconsciente de mi muerte. En la mayoría de mis viajes no resuelvo mis conflictos volviendo a huir, tampoco me gusta enfrentarme a la familia, y no suelo acoplarme a la mamadera desconocida sólo porque esté pasando un mal momento; tampoco es que ande sobrado de dinero. Salimos los tres. Tendrán que perdonar si rehúso establecer la diferencia entre madrastra e hijastra, aunque su alegría parece compartida, y la tarde igual de floreciente. Esa comunicación de ánimos paralelos no determinó haber aceptado acompañarlas –si me hubiese negado quizá no hubiesen salido-, quisiera que no hubiese sido así, pero esa tensión, la inquietud de sus espíritus, vibra con el consuelo como un vértigo inesperado y desconocido. No se trataba de un “plato de buen gusto”, no era el mejor plan para la tarde, ni lo que más me apetecía como final de un día lamentablemente gris y anodino. Una gran sensación de estar permanente espiado se producía cuando aquella jovencita de apenas dieciocho años estaba presente, y su conformismo, y su ilusión primeriza me desbordaba. Cualquier cosa la hacía emocionarse y Matilda apenas decía algo que pudiera reprimir sus gritos. La madrastra la miraba con comprensión, diría más, cuando por fin accedía a llevarla consigo a alguna parte la miraba con devoción, como si por un instante se creyera su verdadera madre. ¿Como decirlo? No la asumía en toda su responsabilidad, era una amiga de la que acordarse en algunas ocasiones o con más o menos frecuencia, ya no necesitaba que nadie le dijera lo que estaba bien y lo que estaba mal, y por eso se desvinculaba de ella cada vez que le era posible, lo que no era poco. De un terrible desinterés fuera de si misma y si necesidad de sentir la más leve 2


brisa de felicidad si se decidía a pasar a su lado, de eso se trataba, de una especie de epidermis a la espera, para establecer la relación entre sorpresa y reconocible sensación caracoleando entre el bello de sus brazos, y el jugueteo de una falda inclasificable, demasiado corta para su edad. No tengas hacienda si no estas dispuesto a defenderla, si no sabes nadar aléjate de la espuma de los inconformistas o te hundirás en ella irremediablemente. He aceptado que la sociedad establecida no es para mí. Mi vida, en su sentido más estrecho, no acepta condiciones previas –eso no quiere decir que no sepa amoldarme a según que novedades-, y hay demasiados planes que uno no sabe de donde le llegan, o sí, pero inesperadamente, te absorben. No puedo ser cruel con Tanisia, no hasta el punto de considerar que a su edad otras chicas ya se han abierto a la vida como flores, y hasta considerar que su mentalidad se ha quedado anclada en lo quince. Este recogimiento de mi ser sin compasión no debe llegar hasta el intento de desarrollar lo más cercano sin haber pedido permiso previamente, y no me estoy refiriendo a nada físico, me estoy refiriendo a la crítica que pretende una revolución de nuestro medio, porque no soporta tanta inocencia. ¿Por qué tenemos tanta prisa por vivir? ¿Por qué nos incomoda que otros vivan un mundo de fantasía? No voy a entrar en eso. Sí, es necesario, es mi propia miseria de haber perdido toda emoción lo que crea mi nausea, lo que me conduce a juzgar como un tecnócrata. En un estado de guerra, los casos de locura nos acercan a hombres que, de pronto, no se consideran aptos para responsabilizarse de si mismos, de responder de su propia existencia, y se dejan caer ajenos a cualquier horror, hasta morir de inanición. Sufre el espíritu que aún está en vida, pero cuando morir o vivir deja de importar, entonces el cuerpo se convierte en saco de piel y huesos, un estorbo del que se deja de ser consciente. Vi a un hombre dejarse morir así, pero a nadie le importó porque otros morían alrededor por los bombardeos a los que nos sometían a diario. Ella se suspende de codos sobre el mostrador como si flotara, y me agrada que se sienta feliz. Nadie es responsable de nadie en la actual dinámica de nuestras vidas, en el contexto en el que nos hemos sumergido con toda intención, buscando la nada. Permito que la vida me zarandee, es mi propia actitud que lo provoca. Creo que diciéndome que no me incumbe lo que pueda ser de esta chica, que es una niña, que me pongo a salvo, y me convierto en el objeto de todo los vaivenes, arrojado a la tormenta. Jamás terminará esa bella sensación de sentirme observado por ella, mientras come su perrito, justo por encima del ketchup, chupando de la paja de su refresco por el borde del vaso, ajustándose las gafas, pasando la 3


servilleta de papel sobre los labios, respirando hondo, sonriendo. Intento reconocerme en todo lo que la vida expone: Resulta novedoso el color de las bombillas otras veces no supe que existían, debería inquietarme que el reborde de formica esté cascado, y que los mandilones de la camarera le quede tan ajustado, todo lo que hace magia desde esta paternidad no planificada. Solo faltaba que en la Tv. Corrieran los dibujos animados dando gritos y volteretas, y que ella se quedara absorta por un momento a medio morder. -Hemos abierto un mundo lleno de maldiciones, que se colarán cuando menos lo esperemos –Matilda hablaba en clave. Cuanto más difícil me resultaba a mí entenderla, más atención ponía Tanisia para intentar descubrir un tono que le diera una pista de por donde iba su discurso-. A pesar de todos los prólogos de los libros que me has dejado, al final siempre terminan de forma trágica, es tu naturaleza. No salía de mi asombro, creí por un momento que me culpaba, pero no, continuó: -La noche de los fuegos de artificio, sentada sobre la hierba creí que jamás había consentido en dejarme admirar y seducir por algo tan bello, de aquella manera, abandonada a todo. Eran tan bellos, que daban ganas de llorar. Tanisia nos seguía en silencio. Reconozcamos que siempre uno tiene la sospecha de estar viviendo una equivocación, sobre todo cuando alguien empieza a desarrollar argumentos alrededor de lo sucedido, y te encuentras en una situación de guión formal de la que no puedes huir. Una roja tarde de agradable descenso nos llevaba calle abajo, tan abandonados que nunca la urgencia tuvo un sentido tan abstracto. La rodadura se despacha abierta a una inmensidad de avenidas sin autos rebotando reflejos acostados, dispuestos para nosotros, para posarse sobre nuestros cabellos y darle a nuestras figuras el relieve necesario de los seres transparentes. Mi maldad, eso me asusta, no que me vea envuelto en la perversión de otros, la mía. Es la parte más pequeña de mi sangre que se conmueve conmigo, circulamos al unísono, hoy menos ajenos que nunca a los detalles, al espacio chirriante al pasar bajo un puente sobre el que un tren de cercanías pasa escandalosamente, a la estructura demoledora que se abre sobre nuestras cabezas, pero también a los tornillos ferrosos que resisten la presión unidos a cada embestida. Se había sentido todo el día con la pesadez de un mal dormir. Se incorporaba disimulando el dolor de sentirse respirando, pero estaba en esa búsqueda de ilimitadas satisfacciones que distrajeran esa sensación, no era 4


algo nuevo. Ya no era una niña, y sonreía ante el espejo al notar que el sexo se la abría al recordar aquella noche, y no podía concebir que las cosas sucedieran así, no podía aceptar la serenidad huyendo. No la habían asaltado ni habían sacado provecho de su desventaja de necesitar un poco de afecto, lo había deseado y lo se lo había entregado sin tenérselo en cuenta. Pasaba un tren sobre sus cabezas, eso aumentaba la confusión, había cogido a Tanisia por la cintura y avanzaban las dos como enamoradas, despreocupadamente. Le estaba cogiendo el afecto que se tienen dos estatuas, dos trozos de piedra abrazadas, labradas una sobre la otra en la cobertura de los secretos que compartían, que no habían sido pocos desde los quince, cuando la vio por primera vez pesarosa y creciéndole la nariz. El pensamiento le devolvía cada censura, y si deseaba pensar que aquella niña a pesar de haber alcanzado la mayoría de edad, un día desaparecería porque no significaba más que una débil amistad, entonces estaba en el camino de lo abstracto, de empezar a pensar de nuevo, que ya nada importaba. La muerte se reía de nosotros, o se reía de mí. No se resolvía de su inmadurez y avanzaba para no dejar de tener sus propios anhelos inconstantes. En un momento, a la altura de La Parla, escuchó una charanga deshacer los metales al ritmo constante, bombeante (de bombo y platillo), de un percusión de simpleza austera pero contundente, y todo cambió. La transformación de todos sus dolores fue casi instantánea, el ánimo recuperado la encarnaba en parte de la fiesta y fluía de nuevo. Tomaba la mano de Tanisia pero sin fe, sin el necesario compromiso, desinteresada ya del mundo que se cociera fuera de aquella masa ondulante que se abría festiva. Estaba enloquecida, con los ojos desorbitados y respirando a bocanadas, como si recibiera el aire conteniéndolo en la bóveda de su boca para tragarlo a golpes, inconsciente de la desilusión que planeaba sobre todos nosotros. Se hacia de noche, las bombillas amarillentas colgaban sobre sus cabezas bailando giros inesperados. El crepúsculo era de hielo y los ojos de Matilda desaparecieron, solo sus cuencas vacías se exponían a quien quisiera interrogarla, ojos vacíos que no decían nada buscaban la inquietud que comenzaba a desasosegarla. Se golpearía contra todas las espaldas si no la retuviera aún la mano muerta que sostiene Tanisia. Quería algo de beber, y se acercaron al hule de una plancha de madera en el que les pusieron vino, esta vez también Tanisia bebió, y ya nada les parecía mal. El deseo de no regresar comparecía, daba igual la noche, daba igual el decoro y la extrañeza de quien pudiera esperar encontrarlos en casa. -No juegues con los chicos. Eso siempre trae problemas. Puedes exhibirte todo lo que quieras, pero no les hagas concebir falsas expectativas, esos no es propio de una señorita –parecía hablar con lengua helada, a pesar del 5


calor de la bebida. La represión a la que sometía ahora contradecía todo lo que había sentido un minuto antes, tal vez a la espera de volver a cambiar el tono de su voz. -Deja que la chica se divierta. Nadie se escandaliza de los niveles de exótica burguesía a los que llegamos. -Entonces, ¿no somos pobres? –Tanisia tenía preguntas tan inocentes que uno llegaba a preguntarse si lo hacía deliberadamente, si intentaba sacar una ironía que nadie más que ella comprendía. La indecencia de Teo Gurade es encontrártelo donde menos te lo esperas y en los momentos menos oportunos. Mi forma de ser no congenia con los desafíos, y no discutir por ideas descabelladas tomadas en volandas con la ilusión de un adolescente, esa es una condición que considero saludable. Yo mismo me puedo mostrar a veces con apariencias deformadas, y reacciones inesperadas, así que cuando ellas salieron disparadas al baño y me plantaron solo, en medio de la turba no pude más que resistir e ir poco a poco arrinconándome, para evitar ser engullidos por risas y movimientos ajenos. Cleocio el secretario de Gurade viene por casa un par de días a la semana, no sé por qué lo expreso con esta familiaridad, porque yo mismo estoy de paso. En esa casa ajena donde nunca luce el sol, una visita más en el nivel opaco de nuestras relaciones apenas significa algo, aún con todo eso, verlo en medio de la verbena donde nadie lo esperaba no me resultó nada agradable. -No intentes reducirme querida, ni tus desapariciones pueden preocuparme hasta ese extremo, hasta inquietarme de no volver a caer cuando se elevan los puentes. -Ella me mira mientras se aleja para buscar una cafetería atestada, una de esas cafeterías de puertas abiertas que circundan la plaza y forman parte de este carnaval. Intento no descifrar algunas de esas figuras, tengo bastante con acabar mi vino y observar las evoluciones de Cleocio. Un hombre con cabeza de caballo me da la espalda y cada vez que se ríe da un paso atrás y amenaza con empujarme. Estoy atrapado, debo mantener la posición, tengo que esperar a las mujeres, saldré de esta.

Teo Gurade estaba solo, rumiando una malestar pasajero, una acidez de mal comportamiento, y la última visión de una úlcera incurable en uno de sus pacientes, pero no se compadecía de si mismo, ni siquiera por llegar a casa y no encontrar más compañía que la señora Cadia, que era vieja y apenas hablaba.

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Sopesó su condena y creyó que uno nunca calcula con la exactitud necesaria, con el debido pesimismo los callejones sin salida, a los que nos va a llevar una y otra vez la vida, o si se prefiere, el mero hecho de vivir. Petrificado sobre un mantel de hilo intenta no dejar huellas innecesarias, se frota las manos, recoge la copa de vino y piensa en las nubes interminables que cuelgan más allá de la ventana. Ha sido un día demasiado largo hasta para él, acostumbrado a empezar muy temprano y retirarse muy tarde, y sabe que cenar fuerte no va a solucionar lo de su acidez, pero no puede renunciar a la última satisfacción que ya le va a otorgar un día tan estrecho, tener la cena en forma de guiso oloroso e insinuante, en un plato delante de sus ojos mientras decide si después acostarse o terminar de leer el periódico. Es consciente de que cada noche que asume la indiferencia sin remordimiento, se abraza a la grieta, se describe a sí mismo, tal y como se ha construido, como alguna vez aspiró a ser creado. ¿Estaba empezando algo parecido a una desconsolada autocrítica? Él no era quién para decidir sobre sus méritos, sobre la cobertura que ofrecía, sobre los que podían o no aprovecharse de su conducta desinteresada, de si en fin, merecía o no la absolución que esperamos en lo social. De cualquier forma, por mucho que trabajara, y que su dedicación intentara anunciar lo mejor de sí mismo, estaba convencido de que, otro viaje, unas vacaciones, le hacían falta o terminaría por odiarse. Luchy me llamó por que necesitaba con quien hablar. El teléfono funcionó correctamente aún entre el gentío, y el tipo de la cabeza de caballo no dejaba de cocear, pero predije cada uno de sus movimientos y pude mantener una pequeña conversación entre su espalda y la madera que hacía de barra del chiringuito. Me reprochaba ser tan olvidadizo, y yo admití todas mis ligerezas. La salud de los jóvenes sólo es equiparable a su forma de bailar y el ansia por formar parte del baile. La risa y los gritos son una expresión más de su salud inquebrantable, de su forma inigualable. Una seducción punzante sin dejar de coger el y teléfono, me conduce más allá de las pistas y las orquestas, de los territorios aislados de la fatiga donde la confusión pervierte en baile hasta convertirlo en roce pagano. Por encima de todas las cabezas, en el descampado entre autos y botellas, los más jóvenes deciden ser aún los aspirantes a la pasión inconsciente, al deseo sin planificar de sonidos marinos mezclados con movimientos de bandoneón. La salud de los cuerpos jóvenes termina de revelarse cuando Tanisia regresa sola, balanceándose y esperando paciente con una sonrisa en los labios a que termine mi conversación. Despejo la fragilidad que nos separa adelantando un brazo para, sin decir una palabra, señalar que puede acercarse.

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-Ahora que por fin te he localizado, ¿podré contar contigo? –Luchy sonaba cortante, ¿qué iba a responderle? Si alguien te interpela de semejante manera, no hay más que responder que sí, aunque no se medite con el tiempo y la templanza suficientes –me lo debes. Me pareció que Tanisia se ablandaba, que su cuerpo se volvía colchón de plumas, dispuesta para que algún jovencito saltara sobre ella y se hundiera sin coartada entre moldes y otras formas a medio hacer. No es romper con la infancia, con esa lejanía, empezar a mirarla mujer. Decaigo acompañado de todas mi prejuiciosas bondades y me encaramo a nuevas imágenes que también forman parte de la vida. Ella aún sonríe, bailotea en lo mínimo por no soltarse, espacio de ronroneos y contenciones. Yo te llevo, no te preocupes por eso, diviértete si lo deseas, para eso estamos aquí, pero no salgas de mi campo de visión, no te escondas detrás de otros cuerpos, que no son los nuestros. Ya no te abrazo, no te preocupes por mí, lo hice un momento porque te acercaste demasiado, y apenas tengo espacio para reaccionar de otra manera. Fue un abrazo desordenado, podrido de afecto, para ya paso, sigue bailando y perdona las confianzas que se toma este viejo. Es lo que pasa en las fiesta paganas todo termina por fermentar descontroladamente hacia el borde del caldero. -Ella viene ahora, se encontró con un amigo y se han quedado hablando. Este vapor delgado se detiene en tus riñones, abultan por encima de tus caderas como fecundas flores ofreciendo el rescate de un posible enlace. Creo que empezamos a estar mareados, y tu no estas acostumbrada a reírte artificialmente, tampoco a beber. Ante el despatarre general me atenaza la idea de estar abusando de lo que imagino, porque después de todo tus insistentes miradas a lo único que llegan es a calentarme la cabeza. Ella vuelve, viene acompañada de un hombre de poco pelo y dentadura desigual. Admito que no se trata de un club privado, pero era todo mucho más sencillo: caminar entre las dos, tan cerca. La cama queda construida, perfectamente imaginada cuando el deseo de acostarse sobre ella renueva el cansancio. Hace una hora estaba sentada sin reparos sobre la arena de la playa, y se le ha metido un poco de la arena entre la braga y la goma, pero no importa irá al baño y se pasará una toalla húmeda por las piernas, ha sido un día diferente, eso lo compensa todo. Se había hecho de noche, volvían andando para casa y se construían nubes. Se fueron abandonando al crepúsculo creciente, el abismo insondable que les llegó congelado, pálido y exhausto. El paseo de la playa no quedaba muy lejos de la fiesta popular a la que habían asistido con el inconsciente promoviendo nuevos pasos, así que cuando decidieron descansar, y se sentaron en la arena, se oía el rumor de las olas, pero también el eco lejano 8


de la charanga. Aquel tipo los seguía, o se había unido al grupo, no se despegaba de Matilda, así que se situó al lado de Cárulo, y apoyó la cabeza en su hombro mientras lo cogía del brazo en busca de un poco de calor. El pasado me produce una oquedad entre costillas, y no desafío por eso, es mi forma de estar en el mundo. Sé que duele, pero tengo que superarlo, ya no controlo mis emociones, y sin embargo puedo girar, creer que puedo superar estas desgracias que nos ponen a prueba. Cuando camino solo en medio de una ciudad que se me viene, se que la condición humana está bien expresada en su contexto, que necesito permanecer fiel a mis ideales y que cuando otros me miran comprenden. Ya he pasado de esa edad en la que uno termina por amasar su propia derrota, y es como si mi forma de mirar comunicara que estoy preparado para lo peor, para seguir desentendiéndome del resultado –porque ya no importa-, y asumir que cuando todos mis ancianos terminen por morirse estaré definitivamente solo. Pasan los transeúntes y es como si lo adivinaran, asumo que las malas noticias llegan y cada vez soy un poco menos yo mismo. Aquí esta el desorden del que reniego, y aquí estoy yo, dejando que se doble y no termine de romper. Puedo tener la seguridad de que ha sufrido durante un tiempo, la forma en que se aprieta la ropa, la forma también en la que se ata los cordones de los zapatos, estirándolos hasta hacer daño, la rabia con la que se estira el pelo, tirando de cepillo como si no existiera alguna otra cosa de importancia en el mundo, dan fe de que tuvo que sufrir por disciplina: en ocasiones, cuando las cosas no salen como espera, creo que la he imaginado arañando el antebrazo izquierdo con las uñas –no son muy afiladas pero suficiente para hacerse daño-, y mirar su cara totalmente inexpresiva, con el gesto de la normalidad más aplastante. Y por otra parte, esa nueva a afición por convertirse en una princesa, por ponerse perfume y comprar vestidos, es una señal de que no ha asumido la parte que le toca, ni ha entendido que no se puede desafiar a la vida (aunque si alguien lo hace siempre son los adolescentes). Volverá la crisis, tal vez dentro de unos días, un año o diez años, pero volverá a recibir el vacío del sinsentido, y entonces eso la hará madurar. Mientras ese momento llega, no creo que esté de más que reciba con cierta amabilidad sus atenciones. Tiene la cabeza pequeña, y los hombros estrechos, y eso creo que lo hace todo más fácil porque se adapta perfectamente a todos los lugares, a todas las situaciones. Mañana tengo que ir a aeropuerto a recoger a Luchy, la llevaré al hotel, y hablaremos un poco, creo que ella, Tanisia, querrá venir conmigo, no tiene nada mejor que hacer, eso ha dicho. Mañana veremos. Aquí la seguridad ha mejorado bastante, este país pertenece a un mundo antiguo, casi ruinoso, pero todo está bajo control. El hotel que le he 9


buscado a Luchy es también bastante viejo, pero resulta cómodo, un lugar para la gente que no desea relacionarse, salen y entran de él sin decir palabra. Eso es bueno, justo lo que ella necesita, que no la molesten. En ese lugar estuve una vez, una vez que no deseaba contacto con la gente porque estaba deprimido, y porque no tenía mucho dinero. Tal vez podría andar un poco mejor de iluminación, pero puede ser suficiente. Luchy caminará entre su paredes como un eremita silencioso, buscando la misma soledad que un día a mí me hizo falta. La fachada se incrusta entre otros dos edificios de cuatro plantas; sin adornos. Delante hay un parque que parece peligroso porque en él se reúnen mendigos y traficantes y está bastante sucio, pero si no los molestas se conforman con verte pasar. Ya lo había dicho, es un hotel barato situado en un lugar barato. Luchy no es una princesa, pero es mi amiga. La vida renace, le damos continuidad a ese concepto, y somos la parte más pequeña de su realidad, de su contexto. Venimos unos detrás de otros, montando encima tal vez por la superpoblación que nos amenaza, pero morimos rápido, esto dura demasiado poco: nos toca retirarnos cuando ya empezábamos a tomarle el pulso. Pido orgullo para vivir y resignación para morir. El dolor que nos afecta es parte de la vida, y hay que aprender a encajar para seguir viviendo: es importante que así sea. Pero también es necesario un poco de orgullo -sin pasarse-, un orgullo silencioso casi nos vuelve legendarios porque sin rebeldía la vida se convierte en una realidad puramente química. Cuando reconozcamos que el momento puede llegar sin previo aviso, lo mejor es aceptarlo como un descanso merecido y entregarse como uno se entregaría a una amante anciana, que nos llena de cuidados y se preocupa por nuestro bienestar. Resistirse no sirve de nada. Teo Gurade parece envuelto en vapor, oyó abrir la puerta de la calle y por eso supo que en la casa había gente, se quedara dormido en el sillón y le costaba abrir los ojos. Notó que lo veían y que intentaban pasar a su lado sin hacer ruido para no molestarlo. Después los sonidos lejanos de puertas abriéndose y cerrándose en las habitaciones. El cuerpo del anciano que había visitado respondía bien a la cirugía, saldría de esta, si eso era lo que esperaba de la vida. Había una gran piscina llena de hojas en el jardín y la miraba distraído mientras la mujer del enfermo, una señora menuda y de voz chirriante, le decía que nada se arreglaría con la extirpación si él no ponía un poco de voluntad de su parte, porque no tenía ánimo para la vida. Teo la miró incrédulo: todo el mundo tenía voluntad de vivir, al menos eso lo había aprendido de ver gente que luchaba por mantenerse prendida a la vida cuando ya nada se podía hacer, en términos médicos, por ayudarles. “Se levanta cada mañana y se sienta en la cama, se queda allí, a veces una hora perdida sin hablar, en completo silencio, mirando al infinito”. Habían llegado a un momento de sus vidas 10


en que empezaban a ser conscientes de que todo se terminaba, y nadie les iba a ayudar en eso. La vejez volvía endurecida contra ellos esta vez, ya no se trataba de verla como la habían visto llegar y establecerse en sus mayores. El don del delirio, eso es lo que tiene Luchy que la hace tan infeliz e incapaz del equilibrio. La aprecio pero no puede estar aquí, yo mismo no sé a qué se debe la naturalidad con la que he sido aceptado. La casa nos acoge expresándose conformista pero no indefinidamente. La conmoción a la que se somete ayuda a crear espacios, destruye silencios no deseados. He caído como de la nada, sin previo aviso, suelo hacerlo con la familia. Mi relación consanguínea con Tanisia es tan lejana que no puedo aceptar que me mire como familia, sus miradas son turbadoras. Nadie creería que puede existir en ellas el aprecio a un primo, de un primo, de su madre, como si se tratara realmente de algo más cercano. ¿O será que realmente la ausencia de ningún otro lazo sanguíneo más cercano le provoca ese sentimiento de proximidad? No lo sé, y de momento prefiero no descubrirlo. El que piense en mí como un bondadoso enfermo en busca de una vejez apacible, se equivoca, yo soy un viajero, y no tengo pensado dejar de viajar. Doy vueltas, eso también es verdad, y esa repetición de caras y lugares no me resulta desagradable. Vuelvo a ellos de forma inconsciente, y después no tengo prisa por abandonarlos, pero finalmente siempre surge el momento. Visto así puedo parecer un impostor, pero vivo como me gusta e intento no comprometer a nadie. Es mejor poner el freno cuando uno se siente desorientado, prefiero no correr riesgos. Durante un tiempo me bastaba con saber que el mundo seguía funcionando, que se movía, que respiraba, no me hacía falta formar parte de él ni saber al detalle lo que sucedía ahí fuera. Su madre me atribuía en vida unas cualidades que yo nunca tuve, el papel de un sanador de mentes, de un psicólogo ayudador de adolescentes, y todo, porque una vez ella sufría por un amor inalcanzable y yo le hablé como su amigo de confianza para que superara aquel desengaño, el desaliento, pasa a menudo. De camino al aeropuerto, intento sin demasiado éxito, centrar los últimos sucesos, los hechos que parecen llegar dependientes y encadenados, expresiones de una situación que se de forma a sí misma, que trasciende entre las particularidades de mi ojo crítico; estertores de una vida pasada de los que desconozco el alcance, la influencia que pueden tener sobre el presente. La imagen que tengo de Luchy es la de un espíritu doliente, delgada hasta la desfiguración, y también el trastorno, las inseguridades, las paranoias, con todo lo que 11


supuso para mi ofrecerle entonces mi amistad y aceptar lo que suponía su sumisión, la representación de una condescendencia residual, la oportunidad que me dio de reconocer y aceptar la parte que se desprende de la pieza original que el artista quiere tallar, la escoria que tanto respeto. No soy psicólogo ni nada parecido, pero me gusta dar consejos a los amigos, aunque haya descubierto que a la larga no sirve de nada, las cosas tienen esa desconocida tendencia de inclinarse de nuevo hacia donde quieren, para llegar a donde había sido planificado con tanta exactitud.

Impresiones de la Edad Sombría

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Más allá de la impresión que Luchy causa en quien no la conoce –tiene los brazos tan delgados y tatuados que parecen de un maniquí-, de la sensación de desconfianza que parece sentir y que devuelve en un rebote sin fin, y aún más allá de sus evasivas y de su lacónico proceder general, cualquier esfuerzo que Tanisia pudiese hacer por hablar con ella, así de principio, hubiese sido inútil, ni aún superando su propia timidez. Todo sería más fácil al cabo de unas horas, o de unos días si no eran espíritus afines, y no me pareció buena idea interceder en el sentido de forzarlas a ser amigas. 12


La voluntariedad con que realizo este encargo no se ve empañada por mi moderada elección, los pormenores de este hotel al que nos dirigimos después de abandonar el aeropuerto, son del tipo de aquellos que rodean el abandono y la pereza, si bien las habitaciones parece que se limpian cada día. El matrimonio que lo regenta ronda los sesenta años y se encierran en una habitación de la planta baja que da a la puerta de la calle con la televisión dispuesta en un volumen muy alto, han cerrado las contraventanas y la puerta y el señor nos abre la puerta con cara de extrañeza, como si ya nunca esperara a nadie a esas horas. No puedo estar continuamente pensando que podría haberse tratado de algo mejor, reprimo mis remordimientos, es algo temporal, me digo. Hay una mesa camilla a la que nos acercamos el señor y yo para cubrir la ficha y formalizar la estadía, después me pide un documento que acredite mi identidad, todo resulta muy parado y estoy deseando salir de allí. La señora casi no se mueve, no sé si interrumpí algo, huele a cerrado y no resulta agradable. Respeto y condescendencia se complementan en las relaciones más desiguales, no indiferentes a clases y religiones, si bien uno prefiere estar del lado de la condescendencia, y aceptar el respeto como la servidumbre de una forma pobre de triunfo. Después de una relación tan antigua, de una amistad tan presente, no puedo expresar con más lucidez lo poco que exige de mí con su viaje, y no encuentro entre sus motivos más que otra huida de fantasmas. ¿Cómo debo enfrentarme a todo esto que me sucede? Debería decir antes de nada, que he llegado hasta aquí, no siguiendo una estrella, ni siquiera un mapa, pero sí una sensación de libertad, a eso tengo derecho y me lo permito en la frecuencia de mis deliberaciones sobre el tema. Me reconozco como viajero, y de ahí parte el resto, lo que me confunde por no llegar, y el esclarecimiento de viejas cuestiones porque tienen que ver con el camino; en esa relación de vivencias presentes y viajes pospuestos en los que ando ahora. Se pelea con el mundo dispuesta a perder y siempre ha perdido, porque es incapaz de medir sus fuerzas. Cuando era joven nunca se plegaba, y los desafíos le costaban caros. Esto es lo insólito de los que deciden hacerle caso a sus apreciaciones acerca de esto o de aquello, que se complican la vida. Esta bien creer que hay cosas que no deben ser sometidas al encuentro común, al razonamiento colectivo, pero ese no era el mejor consejo a seguir por Luchy. Sólo con que se hubiese sumado a la razón colectiva hubiese tenido muchos menos problemas, y si pensar, y si ser crítico y tener tus propias ideas, te crea problemas infranqueables, y tu vida choca hasta la extenuación, entonces lo mejor es poner los pies en el suelo. Ahora dice que la persiguen y que debe esconderse, pero sabe bien quienes son “ellos”, no 13


sabe si son la policía, los extraterrestres, o la CIA. Ha llegado aun punto en que considera a su propio pensamiento disgregado del hecho social, un peligro inminente para el mundo. Se ha dado cuenta de que de ahí vienen sus problemas, pero no mejora. Ahora dice que los espíritus de otras personas la acosan y meten esas ideas en su cabeza. Subimos a la habitación para ayudarla -Sí, no ha sido un viaje muy cómodo, pero nada me parece cómodo últimamente. Debo agradecerte este esfuerzo, no sabía a quien recurrir. -Dejémoslo en que es por los viejos tiempos -¿qué habría yo querido decir con eso? Los viejos tiempos nos comprometen al dolor, pero era necesario recordar de donde veníamos-, y si tienes planes o no ya me contarás. -No, ningún plan. No tengo a donde ir, ni tengo pensado de momento buscar trabajo, pero tampoco quiero ser una carga por demasiado tiempo. -Te pareces más a mi de lo que había pensado –dije sonriendo-, a mi tampoco me gusta estar demasiado tiempo en un sitio, y ya creo que debo ir pensando en mi próximo destino. Tanisia me miraba desilusionada, como si descubrir que yo podría partir en cualquier momento la hubiera cogido por sorpresa. Casi podía sentir el roce de una mirada ladeada y caída. Nadie se esfuerza lo suficiente por comprender, y cada persona tiene sus pequeñas condiciones esperando detrás de sus más simples razonamientos, y eso lo cambia todo. Estamos inspirados por fuerzas, en ocasiones, desconocidas también para nosotros, no siempre se nos revela el inconsciente. El cambio de planes no me permite especular, Tanisia parece pegada a mí sin renunciar a su desenvoltura natural, y no sé que hacer ya con ella, no me deja un minuto, y no pudo decirle que no cuando me mira con esos ojitos de gatita desamparada y me pide que me deje acompañar. Hago conmigo lo que puedo, intento no caer en viejos errores y salir adelante, me esfuerzo por parecer hermoso a sus ojos sin que ella se de cuenta, y no sé que clase de exhibicionismo habrá en ello. Cárulo le acaricia los antebrazos con descaro. Todos sabemos que se han conocido hace tiempo, pero debemos guardar un somero decoro, algo que él no entiende. Matilda, por su parte, parece subyugada por unas palabras de amor que suenan a papel de embalar, pero sólo es el sonido. El mundo que 14


conocen se Tambalea sin voluntad de evitar todo lo malo que vendrá después. Se presenta sin avisar y pasa las horas esperando que ella se prepare para salir, no es nada indecoroso y Teo Gurade no llega hasta la noche, pero tampoco le importaría, el tiene otras distracciones que tienen que ver con la dedicación por el trabajo y el análisis de su propia vida sin relacionarse con futuros inciertos –en ese análisis procura que Matilde aparezca lo menos posible-. Cárulo provoca en ella esa ilusión infantil de las mujeres de edad, que no saben como han llegado hasta ahí, pero que de pronto se sienten rejuvenecer y enloquecen de amor. Ella, por su parte, acepta las lisonjas con una falsa sonrisa que dice, sigue, sigue, no te pares, termina este preámbulo.

Me gustaría derribarla como se hace con las amantes, pero la veo aún tan frágil que sé que no ocurrirá; se debe a su imaginación, a como cree que son las cosas antes de cualquier experimento, y yo no soy nadie para acabar de un golpe seco con toda esa magia. Creo en la magia tal y como ella la plantea con su presencia casi religiosa. Tiene las piernas largas y permanece a mi lado en silencio hasta intimidarme, me mira cuando estoy de espaldas, lo sé, aunque no alcanzo con el rabillo del ojo, respira relajadamente y no reconozco el vacío. Acepta la condición de ocupar el espacio más cercano sin hacer preguntas y sin insinuarse, igual podríamos haber estado detrás de una reja que nos separase del mundo, y yo formando parte de su realidad. Si yo fuera capaz de cuantificar el pecado, el mundo habría crecido de forma considerable, un gran asesinato colectivo podría pesar sobre todos nosotros sin el mérito necesario, y convertir nuestra estancia en este lugar en una forzada tarea de desescombro. Ella se cogió a mi mano la primera vez como una liberación, y paseamos como dos enamorados, aunque no lo interpretara más que como un juego inocente. Antes de volver hemos parado en un lugar solitario, y hemos caminado por puro placer como los seres simples que somos, constituyendo la compañía de los inclinados a mecerse porque nunca se atreven mirar a los ojos, porque no les gusta el romanticismo, pero aprecian ser acompañados. Y uno acepta seguir somnoliento, drogado de naturaleza sin pensar en como, más tarde, se va a sacar de encima algo abstracto. Ella, en cierto modo lo está, detrás de la reja quiero decir: atada a todo, y ocupar esa butaca que era la última, ¿me ha llevado a mí a pasar al otro lado y formar parte de su prisión? Todos tenemos nuestras limitaciones, es cuestión de aceptarlo. ¿Hubiera sido mucho mejor que nunca hubiese existido? Entonces, yo no me hubiera demostrado en qué sector de mi extravagante imaginación 15


puedo rebuscar en el talento, y no hubiera entendido que clase de personaje tiene tantas similitudes con otras mujeres de carne y hueso. Los huesos, ahora que ya no responden con la decisión que lo hacían dejándose morder, aún protestan al deseo, se inquietan e intentan reprimir la chirriante mentira que se desvela detrás de la vida. Atada para siempre al otoño, ha escogido un punto de partida contradictorio, renuncia al placer de la nada, asume proponer nuevos retos circunstanciales sobre los que desenvolver la relación, esforzarse para satisfacer todos los ruegos, y no contentarse nunca con la excursión anodina de los amantes fracasados, o de los solitarios desencantados de la vida. La redacción de la noche, después de las estrellas y los fuegos de artificio, del desayuno de tostadas rascadas, del viento moviendo los árboles del jardín, volvía a escrutar lo que había de nuevo en desentrañar los tonos, de un antiguo amante, el rápido viajero sin celos. Cárulo, sin embargo, la amaba, lo creía firmemente, la simpleza testaruda de una razón superior se lo hacía creer, la amaba hasta hacerla girar, pero no hasta hacerla perder la cabeza, y aún iba más allá, también parecía necesitarla. Entramos e la casa sin hacer ruido, pero no podíamos pasar por el salón sin ser descubiertos. Nos preguntarían a dónde habíamos ido, y responderíamos con una evasiva. En el trámite de intentar llamar la atención lo menos posible, pasó ella primero –las jóvenes son incapaces de no exhibirse cuando se sienten seguras y admiradas-, y no lo consiguió, y yo, ya puestos, y viendo que el resultado no iba a ser el esperado, me planté directamente delante del sillón donde estaban Cárulo y Matilda fumando y tomándose un café. Hubiese celebrado la importancia de un saludo menos convencional, y del argumento más apetecible de ser recordado con un poco más de amabilidad, pero Matilde parecía estar en otra cosa; las mujeres y sus motivos son insondables. Supongo que seguía sintiéndome atraído por ella –más de una vez me he sentido tan confundido como para mezclar afectos y creer que no se trataba de una irregularidad-, no se había tratado de un romance en toda regla, y ella tampoco parecía afectada, al contrario. Como reacción, se trataba quizá de aquella frialdad en el trato, y que yo no intentaba contentarme con una distracción pasajera, me encontraba bien, y disfrutaba de los acontecimientos; eso, sin embargo, no podía resultar de su agrado. No la hubiese invitado a ver los fuegos artificiales si no me hubiese sentido impresionado por algo que había en ella y que no sabría decir que era, algo que tenía que ver con la atracción que provocaba sin ser de una explícita belleza, se trata de un escueta confesión, porque no suelo acompañar hasta tal punto a mujeres que no despierten en mi algo parecido. No, no soy lo 16


que se dice un mujeriego, un hombre que persigue mujeres sin importarle la edad, la condición social, o la amabilidad con la que son tratadas, y es por eso que no podía entender que de pronto el interés que había sentido por ella se esfumara sin más. Lo atribuí a la presencia de Cárulo, y me fui a mi habitación. Cleocio puede ser explicado por su forma de moverse como un libro, como una frase que corre en amplitud hasta el punto y aparte, en una exégesis sobre la mirada inocente de una virgen con un niño en brazos, con la crítica infantil de un Jesucristo sin formar, solo condicionada por sus idas y venidas. Para mí, también representa al hombre moderno, dispuesto a no cometer errores, saliendo de una condición humilde para intentar por todos los medios que su intelecto pueblerino y envidioso, y su fuerza de voluntad, le permitan llegar a una condición social superior. Nunca se desvelará completamente, aunque intentamos una y otra vez entrar en los pormenores que le sirven de escudo silencioso, nunca se desenvolverá sin complejos, pero seguirá adelante sin importarle la parte estética de sus torpezas. Esa noche, una vez que Cárulo se había ido –en realidad debieron salir a dar un paseo y se despidieron en la perta-, bajé un momento para comer algo, y eso fue un grave error, algo que en mi inconsciente acerca de cómo estaba viviendo Matilda toda esta situación, tampoco supe interpretar. Andaba distraído, feliz, en mis idas y venidas en compañía de la niña, a la que ya no volveré a llamar sobrina porque los lazos de sangre eran muy lejanos, y aunque esos lazos fueran lo que justificara de alguna forma que hubiese sido invitado a la casa. Bajé al salón y antes de entrar en la cocina, sentí una presencia hostil que me vigilaba en la oscuridad. -¿Estarás contento? –sonó la voz de Matilda detrás de su pared de oscuridad; y no entendí nada, así de principio no resultó fácil. Se trata de un nuevo descubrimiento, de un giro inesperado de la realidad conocida, así es como se me ofrece ese tono agrio a punto de podrecer, sin darme tiempo a entender que debo preocuparme o, hasta que punto tiene sentido el desesperante despertar lunático de una mujer que amé y que ha estado provocando una crisis. Maldijo sin terminar de explotar y arrojó un cenicero al suelo, comenzaba un espectáculo de división que apenas si pude consentir. Este tipo de escena me transmite lo que la gente piensa en realidad de mí, porque si creen que debo convencerme y aceptar la superioridad violenta de los que se sienten traicionados, en realidad es que tampoco respetan los motivos que alguna vez a todos nos confunden. Además, yo no consideré en ningún momento haberla traicionado, nunca le conté mis cosas, y si algo empezó, terminó por desaparecer con la presencia de un divertimento tan poco constructivo como Cárulo el adulador. Si alguna vez había sentido algún interés, nunca lo demostró, y 17


ahora salía con esto. Y ahí estaba, en estos pensamientos, pero siempre algo queda por llegar con lo que no contamos. -Nadie va a agradecerte que te ocupes de ella. Para mí no es más que otra amiga, una amiguita con la que distraerme, y si últimamente estoy un poco más atenta con ella es porque hay un motivo, deberías haberlo sospechado. Y Teo, no es más que su padrastro y cree que con tenerla en casa cada noche su parte queda entregada. No se ocupa de ella claro que no, ni se interesa por sus cosas, ¡ni siquiera sabe que esta embarazada! Me hablaba con el tono de la condena perpetua. A partir de ese momento algo se había roto definitivamente entre nosotros, pero quedaban cosas que aclarar, aún perdiendo nuestra idea pasada y forzada de conjunto, si es que había existido en su imaginación (no en la mía), con lo poco que en el futuro nos quedara de cortesía tendríamos que hablar y solucionar algunas cosas. Debí sugerir que no deshiciera del todo la imagen que el mundo, de ella, aún pudiera conservar, si lo hubiese hecho, algo dentro de mí me hubiese puesto en alerta acera de una nueva indignación, porque por lo que parece, tengo tendencia a desfigurar por desdramatizar, a descomponer situaciones difíciles e intentar salir airoso. Pero no, yo sólo hubiese intentado verla un poco más tranquila, y feliz, más sosegada. Por lo que parece ha sucedido algo que definitivamente afecta a mi estancia en esta casa, en esta ciudad, debería seguir siendo yo, a pesar de esta chocante discusión, a pesar del empeño de Matilda por poner las cartas boca arriba –cuando todos sabemos que el arte de vivir consiste en ir adivinando lo que sin ser explicito es relevante y condiciona nuestra existencia-, porque me sugiere de nuevo la gravidez, y no renueva las excusas que no se dan pero se presienten para que yo puede seguir viviendo a costa de la buena voluntad de su marido. -¿Quién es el padre? –pregunté con la incertidumbre de un novio adolescente. -Ni se sabe. Cualquiera de sus amigos o uno de sus compañeros en la academia a la que va cuando le apetece, y a perder el tiempo. ¿Qué creías, que te habías topado con la pureza? ¿Eso creías? Todos estamos sometidos a las mismas pasiones, y sujetos a las mismas condiciones, no hay escapatoria. Tu lo deberías saber, con todos esos viajes y ese incansable buscar lo que no existe. Al final estas como al principio. Para mí, a pesar de todo lo expuesto, y aún aceptando como cierta tan radical noticia, sigue existiendo en la dulzura de la joven flor que me ha 18


acompañado los últimos días, una atracción irracional –que sin duda Matilda me nota al mirar a Tanisia, con ese instinto que tienen las mujeres para estas cosas, y que ha desencadenado este escena-, y ahora que sé que su inocencia ha sido quebrada creo que ya no necesito plegarme como hasta ahora hacía, intentando disimular la atracción que sentía por ella. Espero haber tenido éxito en esa maniobra de distracción al menos con los lectores y el resto de los habitantes de la casa, porque Matilda en ningún momento pensó que pudiera ser de otra manera. Al margen de algunas consideraciones morales que podrían ser hechas, debo contar algo que sucedió, y que influyó de forma notable en lo que habría de venir a continuación, un episodio que forma parte incuestionable de la estructura de los acontecimientos, que se coló como intruso entre las buenas relaciones que había conseguido mantener con la madrastra, un episodio con el que corrí el riesgo de convertirme en un maniaco obsesivo por causa de mis propios límites y mis frustraciones tan aceptadas en ocasiones. De forma repentina, una de aquellas noches noté que alguien giraba el picaporte de mi habitación, entraba con cierto sigilo y se detenía al lado de la ventana. La visitante se dejó ver inundada por la luz de la luna, era Tanisia, tan adorable como tensos estaban sus músculos; en la medida que mi sorpresa me lo permitió, me incorporé sobre el cabezal de la cama y observé su figura incontestable a punto de reventar de belleza debajo de un salto de cama transparente, debajo del que empujaban dos pechos firmes a punto de salirse del universo. Creí oír una música en aquel momento, y esa sensación se acentuó cuando al observar que la figura no se movía, me incorporé y salí de la cama, y constaté, que se trataba de un episodio sonambulismo. Se trata en este caso de no dejar a la libre imaginación de cada uno, el partido mezquino que yo pudiera sacar de esa situación al dejarme llevar por el deseo, sin pretender tampoco hacer pasar aquel momento por algo absolutamente carente de malicia, ni cuando observé con perplejidad y cierto mareo su pubis negro como el carbón y aireado sin pudor al moverse de nuevo en dirección a su habitación, y el gracioso movimiento de sus pezones delante de mi cada vez que intentaba conducirla de nuevo a la salida, el movimiento de sus nalgas mientras la seguía por el pasillo, o tremendo desparrame subyugador al echarse en su cama sin necesidad de que la tocara siquiera. Se trataba de analizar lo que me estaba sucediendo, en lo que me afectaba y en lo que tan sólo veía pasar por delante como un alucinado, hechos de una vida que vivimos sin reparar en las pequeñas agresiones a las que nos sometemos y que nos llegan de forma inesperada, accidentes que van conformando nuestros miedos y arrepentimientos futuros, y nos hacen duros de piel, casi cubiertos de un cuero irrompible dispuesto para soportar cualquier desprecio, o echarnos a dormir sobre un lecho de insectos venenosos sin sufrir la mas leve picadura. 19


Recibí una inyección de dinero inesperado del banco donde guardo mis ahorros, algo de lo que aún queda del patrimonio familiar y esto que me llegó, y fue inyección porque me subió la moral. Necesitaba empezar a pensar en un cambio y el dinero que acababa de recibir resultaba muy útil para terminar de concretar. Con este sistema que sigo de apurar los acontecimientos para tratar de impedir que todo lo malo suceda, me beneficio de la alquimia de los desaparecidos, aunque debo reconocer que se trata de debilidad, de no exponerme para ser dañado lo menos posible, y que con las prisas casi nunca termino por conocer a la gente en la profundidad que merecen. En esta ocasión, cuando ya había tomado la decisión de comenzar los preparativos para partir de nuevo de viaje con destino desconocido, encontré una tarde a Teo Gurade en su despacho, con la puerta abierto y sumido en sus lecturas, me vio, levantó el mentón con gesto grave y me llamó con soberana autoridad. -Siéntese querido amigo –el tratamiento fue tan cercano que casi me lo creí-, con estos tiempos en que vivimos, que parecen consistir en no confiar nunca en nadie, uno se encuentra a veces entre dilemas que no puede compartir, y eso, desde luego, no resulta nada práctico. Usted sabe que lo que me une a Tanisia se va debilitando a medida que se hace mayor, posiblemente con el tiempo y con una vida independiente llegue a olvidarse de mí, pues dudo que me haya cogido algún afecto; eso se debe sin duda a este carácter que intento articular y que siempre me traiciona. En ocasiones, creo que sería lo mejor, pues no me molesta en absoluto la idea de llegar a ser olvidado por completo. -Créame que no le comprendo Gurade. -No se preocupe, lo que le voy a proponer le resultará ventajoso. Llévesela, ¡llévesela lejos! En serio se lo digo, eso sería bueno para todos. El mundo se ha vuelto un enmarañado juego de intereses y nadie disfruta de los verdaderos valores de la vida, la tranquilidad, y la familia. El escándalo nunca me gustó, si bien es cierto que no considero escandalosas tantas cosas, y si he notado el afecto que ella le tiene, y eso no me parece mal, sólo puedo decir, adelante. Su madre fue una bendición para mí, en apenas dos años llegué a amarla como nunca amé a una mujer, frecuentábamos antiguos locales de moda, hoy ya la mayoría no existen, cada paseo era una aventura, vivir a su lado era mágico; y esto lo digo, al margen de esa tendencia a idealizar el pasado tan adolescente que a veces conservamos –me hablaba de que me llevara a Tanisia cuando me fuera, y no de Matilda como había creído en un principio, lo que fue un alivio-. La capacidad que tuvimos entonces, de superar tantas dificultades, se vio finalmente oscurecida con su muerte y hoy intento sobrevivir y me lleno de trabajo, eso me ayuda. 20


El Cráter Escondido 3 Situado al fondo de semejantes actuaciones, ya sólo me quedaba aceptar los hechos; todo desmoronándose, podía responder al margen de mis prejuicios, y no es que yo sea una persona de moral estricta y exigente de la disciplinada perfección en los otros -y no en mí mismo, como tantos-, todo eso la colocaba (a la situación revelada) al margen de la decisión que debía ser tomada. Carente de la sensibilidad suficiente para apreciar un cambio de día, apenas miré a las nubes bajas que amenazaban con desplomarse sobre nuestras cabezas en cualquier momento, tampoco le di importancia al aire caliente que me golpeó la cara al abrir la puerta de la calle, y tampoco me hubiese inquietado descubrir una tormenta al otro lado, no hubiese oído el tronar aunque descargara encima de mi cabeza, así me encontraba. La frecuencia de nuestras salidas nos convertía en amantes a los ojos de la señora Cadia, y supongo que Cleocio, estaría esperando el momento para hablar de ello con Teo Gurade, y exponer su escandaloso punto de vista al respecto. Se trata de la crítica, de la imposibilidad del amor, de la felicidad a costa de un sacrificio mayor, la inocencia, ¡si ellos supieran! Estoy, siempre lo estuve, expuesto a este tipo de condiciones, ni en las más tristes ocasiones he tenido que replegarme, y tampoco en este voy a renunciar a la presencia de Tanisia, sólo porque Cleocio represente la condición indispensable cuando el mismo no sabe porque piensa como piensa, ni porque hace lo que hace. He conocido otros Cleocios en mi vida, y siempre aparecen cuando uno menos se lo espera, como si realmente escucharan detrás de la puertas y creyeran que tienen derecho a juzgar las conciencias, no los hechos, ni siquiera aquellos destinados a ofenderlo –que es lo que siempre se hizo desde que el mundo es mundo-. Me hubiese parecido un gesto de buena voluntad por parte de las mismas gentes a las que pertenecemos, no haber dudado del pecado que supone creerse en la cima de la sociedad establecida, e inmune a cualquier crítica. Ya no lo voy a negar ahora, la pasión que sentía por Tanisia era real y con todas sus consecuencias, no ocultaré que incluso la posibilidad, si las palabras de Matilda resultaban no ser un engaño, que la perspectiva que 21


tomaba la forma en que la miraba, después de conocer que iba a tener un hijo, se había vuelto más terrena y natural. El hecho en sí de saberla mujer y madre en un tiempo reconocible, insisto, la dotaba de cualidades que, a mis ojos, avanzaban en la línea de dejar de ser una musa, y convertirla en un ser al que poder adorar ya no como a una de esas figuras de yeso de las iglesias, sino como al apoyo que se ha buscado y se cree haber encontrado. Así las cosas, ya sólo me queda decir, que ni Cleocio podía ya nada contra ese sentimiento. Volvimos a ver el cielo terrorífico un poco después, justo antes de subir al auto, y volvimos a sentir la opresión de los días amenazantes: comentamos que llovería con la precisión realista de quienes no acostumbran a seguir el parte meteorológico, pero se dejan aún deslumbrar por los cambios de luz que enrarecen sus vidas. La llegada al hotel, debo reconocerlo no fue nada brillante, Tanisia me miró con tanta extrañeza que casi me echo a reír, mis cualidades como conductor no son reseñables en ningún caso, y nunca me animé a mejorar en eso, pierdo el interés con frecuencia por cosas que he aprendido en el pasado y soy un firme aliado del olvido, así las cosas no es de extrañar la mirada silenciosa que me echó mientras intentaba aparcar y no terminar de romper la rueda contra el bordillo; hubiera preferido una frase de apoyo que me previniese contra todos los bordillos del mundo, pero ya estábamos allí contemplando aquella ruina justo delante, y sus abandonados propietarios asombrados de mi pericia mirándonos desde la recepción. Cuando subimos la escalera chirriante, y a pesar de todos los malos augurios que el día parecía traer, yo aún me encontraba animado, casi dispuesto a una broma macabra. La puerta estaba entornada, entramos y me ánimo se congeló ante la escena dantesca que habría de recordar toda mi vida. En una de las paredes había un escritorio con una televisión pequeña, papel bolígrafo y una propaganda en la que alguien había tachado la fecha. Recordaba la habitación como la había visto el día anterior, y contuve un grito al ver a Luchy muerta sobre la cama, con las muñecas quebradas sobre el estómago y todo mojado con su propia sangre. Intenté retroceder, y no hizo falta que le dijera a Tanisia que saliera, ella misma se dirigió al pasillo y se quedó allí, llorando, apoyada en la pared. Entonces se manifestaron los detalles, el cuchillo caído en el suelo, un cajón abierto en la mesilla de noche mostraba un pijama que no se puso, el aire conservaba el olor de Luchy aún viva, no hacía tanto había respirado allí. Me moví con precaución, me acerqué al cuerpo muerto, helado como la habitación, y me expuse a sus ojos abiertos, di la vuelta a la cama procurando, inconscientemente, no hacer ruido al andar, saqué un pañuelo del bolsillo y lo puse un momento sobre la nariz y la boca, lo retiré para 22


tomar el teléfono de la mesilla y llamar a una ambulancia. Nunca estuve preparado, en ningún momento de mi vida, para enfrentarme a algo así. Sí, lo recordaré siempre y la impresión causada a Tanisia tuvo que ser aún peor. Luchy se creía perseguida, ¿quién sabe? Tal vez fuera cierto, y no se trató de un suicidio como certificó la policía, pero no tengo pensado ponerlo en duda. Al principio creímos que nuestra historia se trataba de Dios, del amor, de la belleza, del dolor y de la muerte: creímos que podríamos amarnos porque tanto Tanisia como yo creíamos en el paso del tiempo. La muerte de Luchy puso de manifiesto una vez más, que sólo el dolor y la muerte importan, ni siquiera nuestro amor tenía la más mínima relevancia. Intenté no tocar nada, me senté en una silla a esperar, Tanisia bajó y esperó en el coche. No me encontraba muy bien, de pronto sentía frío y caía una lluvia lenta. Antes de morir se había recostado sobre la cama sin darle tiempo a deshacerla, de no ser por la mancha de sangre todo parecería en orden. Me levanté y la miré más de cerca, no podía calcular la profundidad de sus heridas, pero imaginé que si tiraba de golpe de sus manos, si les diera una rápida sacudida se desprenderían. Eran fantasías producidas por el sudor frío y las ganas de vomitar que me asaltaban y las rechacé enseguida. La sangre sobre la cara –posiblemente se había pasado la mano por la mejilla antes de derrumbarse- se había secado y sentí una nueva sensación al contemplar su rostro con la ternura que le habría hecho falta unas horas antes. Habló con el cadáver, le confesó que la había echado de menos, al menos mientras duró el límite del desequilibrio en el que se encontraba. Le habló de seguir siendo amigos, que eso debería de haber seguido siendo igual, y que estaba preparado para no aceptar una separación, que podría haberla ayudado a salir adelante, y todo eso que se le dice también a los vivos. No podía separar sus ojos de su rostro mientras le hablaba, de sus ojos perdidos en el infinito doloroso que le cayó encima como un autobús cargado hasta arriba. La mirada de los muertos no es una mirada iluminada, ni siquiera es la mirada de la aceptación, es el terror a ese autobús cargado de gente que se precipita sobre uno. Contemplar n cadáver mientras se espera una ambulancia resulta agobiante si se trata de alguien a quien se estimaba, aún así no podía dejar de fijarse en cada detalle, en los ojos pintados de azul –es posible que hubiese pensado en salir y hubiese pasado un tiempo maquillándose, estuvo a punto de ir al baño para comprobar si el set de maquillaje seguía delante del espejo, pero no siguió mirándola-, llevaba una camiseta con un estampado algo infantil de una casa y un cervatillo en un bosque desolado, supuso que ella lo utilizaba a veces de pijama, también observó los anillos en sus manos cubiertos de sangre. Estuvo tentado de retirara el pelo sudado que se le había pegado a la frente, pero no lo hizo, 23


no tocó nada, estaba deseando salir de allí y salir pitando con el coche, necesitaba relajarse y pensar en todo eso; había sido cogido por sorpresa. Debía retirarse ahora que la rabia aún lo sacudía, desesperar una angustia no planeada, y no dejarla bajar hasta que todo estuviera resuelto, algo que ha salido de sí porque ya no espera que nada ocurra, mantenerla ahí en lo alto, como una espada. Tuvimos miedo: la proyección del terror llegó hasta nosotros, y Tanisia no dejaba de temblar. Todo resultaba más real y lleno de dificultades, el auto en marcha, pasando inconsciente semáforos y señales de prohibido. La claridad del absurdo nos entregaba a preguntas sin respuestas. Nadie hace un viaje y se instala en una nueva vida para suicidarse, pero así parecía. No estamos a salvo de la rehabilitación, nos entregamos, y si dejarlo todo ha de aumentar el tamaño de nuestros fantasmas. mejor seguir como dormidos. En ese momento en la habitación de otro hotel intentábamos reprimir el dolor, todos los dolores antiguos, y la muerte presente en nuestro delirio de amantes. En ese mismo instante en que penetramos nuestros más íntimos deseos, en la puerta de la habitación de Luchy habría una concentración de curiosos a los que no dejarían pasar, pero que intentarían mirar a través de las rendijas de la puerta. Acuden los imprevisibles, los fijos de la catástrofe, los que digieren lo inmoral con digestión perezosa. Y nosotros seguimos bailando, intentando limpiarnos de nuestras visiones, del pegajoso proceder agrietado de la vida, del golpeado sentido inocente de las cosas, de la carcasa de tartana en la que nos convertimos, de las pegajosas huellas que asumimos, una más, como el amor que representábamos como actores espontáneos en una plaza en la que justo acaba de salir un enorme toro negro, incansable y poderoso. A veces uno ama como huyendo, espantado de la profunda precisión de la recompensa, como un perrito al que le cae por sorpresa un trozo de pan que ha estado mirando. Nos filtramos convertidos mágicamente en papel de embalar. Me dejo tranquilizar por una mujer que apenas ha conseguido la mayoría de edad y desafía a todos los primeros errores: estas mujeres que entienden la vida como un ejercicio que no se puede dejar de practicar, terminan por enamorarse de hombres complicados. Se imagina en el abrazo, eternamente reconfortando, pegada a mi con la sumisa viscosidad de un caracol, resbalando, sin velocidad suficiente para separarse si llegara el derrumbe, pero no llega aún. Creo que me acostumbraré a caminar con ella, y tengo que explicarle quién era Luchy, y que la casa del pueblo está muy abandonada. Algo en mi, desea volver a ese lugar, la única representación de un hogar que una 24


vez hubo en mi vida, Tanisia es otro resplandor que me empuja a ello, y a pesar de mi salud inconsciente, he empezado a pensar en su futuro, aún después de que yo desaparezca, y eso es pensar más allá de lo que la razón permite. Nadie es totalmente libre.

Terry and the bunnys – genroku hanami odori

4 Es lo que ella había sido, a donde había pertenecido, y la relación que pudiéramos haber tenido, lo que me hacía recordarla con tanta proximidad, con tanto afecto, inmerso en la confusión de fechas, edades e imágenes. A lo mejor nada fue exactamente como creo, y las pistas que sigo del pasado no sean sólidas -al menos acerca de algunas ideas que ella tenía si lo son, eso no cambió-, me refiero a costumbres, sucesos y ocupaciones que se mezclan sin orden. Repercuten aquellos actos, aunque nos queremos inocentes, rechazamos los síntomas que vuelven firmes, avanzando incesantes cuando ya creíamos todo olvidado, tal y como ha sucedido en el abandono o en la recuperación de otros enfrentamientos; cometemos errores renovados, porque las pasiones se debaten por no cambiar. Nuestro intento es en vano, la contradicción forma parte de nuestras estructuras, ni siquiera vemos con claridad de donde se libra el encuentro violento entre la lucidez y el deseo, pero una vez vivido, queda impreso, tatuado entre nuestros miedos. No sé si habré aprendido algo, o si vivir exige olvidar lo aprendido, ese irresponsable y alocado acto que es vivir. La falta de señales recientes no me impedirá construir el pasado, refugio de otros factores que como he dicho, aún importan, convergen de nuevo 25


con lo que sucede o con lo que esta sucediendo, en este preciso instante, sujeto a presiones mas recientes, penalidades convincentes que esas si que modifican en verdad nuestra inclinación a desligarnos de lo posible y dejar de creer en lo imposible. Las condiciones de dolor recientes nos vuelve realistas y debemos aceptarlo. Repercute aquella voz con sus consideraciones inconfesables, con la implacable persecución a la que nos somete, a poco que prestemos atención a sus reproches intentará devolvernos a la conciencia de los desaparecidos, muertos, o simplemente nunca más vistos. Todo el mundo subterráneo que convive con cualquier iniciativa que nos saque de nuestro rutinario proceder, amenaza con interpretar. Cada acto tiene un juicio aparte, sujeto entre los dientes, apenas alcanzado, mientras las consideraciones que no han sido convocadas siguen con su arrastre de muñeca. Delante de la puerta de su casa los vecinos se reunían una vez más para que la llevaran detenida, o un hospital, o que la encerraran en un centro de salud mental, cualquier cosa, sólo querían quitársela del medio; y verlo todo desde mi óptica de viajero, de quien no tiene que convivir con el problema cada día, resultaba mucho menos dramático. Los compromisos empiezan así, tomando partido, contrariado por el fanatismo del linchamiento, aún sin conocer los pormenores. Nadie responde con la ligereza necesaria, los veo, me harta preguntar y termino por acceder a la información deambulando entre la multitud como el extraño que soy, sin compartir la furia. Es la inquietud impotente de reconocer ese proceder violento, lo que me lleva a permanecer delante de la puerta de su casa, hasta que dos policías la sacan esposada. Lo recuerdo, sí, esa imagen no se olvida, la cabeza caída sobre el pecho y el pelo ocultando su cara. Una grieta desconfiada, así la sentí cuando me observó entre el pelo desordenado, desde allí cualquier razonamiento podía estar pasando por su cabeza, o ninguno. Estaba siendo conducida a lo más hondo de los reproches ajenos, y Luchy no se resistía. Los insultos no eran tan graves, bien pensado, no del calibre de quien ha hecho un daño irreparable. Pero había algo de miedo, eso sí. Después de todo, no se había tratado de más que unos contenedores quemados, y algún auto, que también le atribuían. El constante abucheo parecía estremecer a la plaza, y la congregación no terminaba de subir su tono por eso, pero era desagradable. Entonces Luchy aún vivía con su abuela, y no debía tener más de veinte años. Ya no era una niña inconsciente de sus actos. Estaba resignada en manos de aquellos hombres de uniforme, se dejaba llevar con la desagradable confianza de los que aprenden a andar con el 26


riesgo de tropezar y caer, arrastrando los pies, apurando el corto espacio que el camino de piedras la separaba del auto fluorescente, encendido, brillando y rotulado con pegatinas negras, como son los coches de los gendarmes. Una vez uno asiste a una visión semejante y se obsesiona. Me llené de una preocupación impropia de mí, no había motivo para ello, y me despertaba en mitad de la noche mordiéndome los labios. Podía no ser un síntoma de mi estado interior, es posible que sólo se tratara de una nueva costumbre nocturna, no lo sé, no podía desprenderme de las nuevas torturas inconscientes sin relacionarlas con algo. Otra imagen que tengo imperturbable de ella, después de aquella primera, se trata de los dos apoyados en un banco del parque, Luchy no es muy habladora, lo acababa de descubrir, pero a mí no me gustaba forzar a la gente perezosa con las palabras. A veces nos resulta necesario hacer lo que sabemos que no debemos hacer, salirnos del guión, es una lucha que podemos perder, que perderemos, y esa pequeña contribución de nuestra parte a aceptar lo que será, inevitablemente nuestra derrota final, nos hace más humanos a los ojos de los que son como nosotros. Travesuras, pequeñas renuncias sin equilibrio, entre quienes hablamos con desconocidos sentados en un banco del parque, esto no es tan extraño. Me confesó que debía presentarse en la comisaría del barrio de forma aleatoria, cualquier día del mes, no importaba si era domingo, si había un terrible temporal o si se le había muerto el ser más importante de su vida. Allí se sometía con absoluta sumisión a un acto vergonzoso, pero que decían imprescindible para que conservara su libertad, si se negaba la encerrarían; este acto consistía en dejarse oler por uno de los perros de la brigada antiterrorista. En una ocasión, no había perros disponibles, y uno de los policías, sin vergüenza innecesaria, le olió el mismo las manos y dijo –ni rastro de gasolina, aunque parece que ha estado fumando. Nadie es irreductible a los extraños cuando se pasa el tiempo muerto fumando en un parque. El cuerpo que me ha de temblar tampoco ha de ser el tuyo, donde debemos esperar a ser reconocidos, yo lo sabía, pero quería ser tu amigo. Nos condenamos a ser amigos a pesar de saber, que la una quemaba todo lo que se le ponía por delante, y el otro tenía el desinterés retorcido de una amistad a la que pudiera sacarle partido más tarde, cuando escribiera sobre ella y la diera a conocer al mundo sin su permiso. Me mostró las manos de la lucha, eran una manos normales, sin cicatrices ni nada parecido. A quienes veían a Luchy como una extraña sólo podía decirles que había

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vivido entre ellos desde siempre, aunque ahora el mundo se hubiese puesto de acuerdo para pedir su destierro. Y tampoco tenía a donde ir. Se murió su abuela, no esperaba una iniciativa tan poco práctica, y que le complicaba tanto las cosas. Esto sucedió mucho después de nuestro encuentro en el parque, y en todo ese tiempo, no la volví a ver, sobrevivía en el entorno de otra glorieta menos evasiva, hablando con uno de esos mendigos de discurso interminable. El desarraigo distraído no siempre llega porque uno lo haya buscado o deseado, y con Luchy Valenciano muy pocas cosas eran planeadas, ni siquiera en sus más bajos instintos, alguien hubiese podido decir que planeaba alguna cosa. Hay realidades a las que la gente se ve sometida sin que conozcan plenamente como ha sido que han llegado hasta ahí: quemar coches carecía de toda virtud, aunque eso sólo lo hizo en un par de ocasiones, fue entonces cuando la policía decidió desmontar el vértigo que le suponían las llamas y el humo, la hipnosis de esa moda de llamaradas surgiendo de autos aparcados en plena calle, cuanto más grandes y caros mejor, y cuanto más riesgo más emoción. En esa escalada, por mucha simpatía que uno le tuviera, teníamos que aceptar que debía pagar por ello, y así lo hizo, no sólo por la maestría de un juez severo, sino porque su vida ya nunca se enderezó y después de la muerte de su abuela, todo fue a peor. Fue Luchy quien por aquel entonces de mi juventud me presentó a Tiffany y a su marido Ray Waller, los dos de origen Irlandés. El cráneo de Tiffany era desigual pero atrayente, a muchos se lo parecía. Todos deberíamos estar preparados para soportar algunas cosas que invariablemente tienen que llegar. Cuando Murió su abuela, y después de pasar por algunas desagradables experiencias en la cárcel, Luchy encontró un gran apoyo en su amiga, y así empezó a frecuentar los mismos Pubs y hacer las mismas cosas; la etapa de incendiar la ciudad sólo por dejarse seducir por el color de un gran fuego, terminó. Nada iba bien, el sufrimiento era constante, pero lo soportaba. El aguante que demostró la convirtió en adulta de pronto, pero eso no la liberó de sus necesidades, del resentimiento y del afecto que no llegaba. Alguna gente duerme huyendo, con sueño intranquilo y respiración angustiada, eso le pasaba a Luchy entonces, la oía gemir en lejanas pesadillas desde el sillón que me cedió en el salón de su apartamento; por supuesto que cuando traía hombres a casa yo nunca estaba, siempre me decía lo que iba a hacer con tiempo suficiente para que me organizara. El tiempo del cuento del sombrero, eso también lo recuerdo con claridad, así me obsesioné con Tiffany. Hijos del infortunio, crecidos de un motivo de alarma, de las indiscutibles “bondades” a las que se somete a los seres abandonados.

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A Tiffany aprendí a contarle cuentos viejos, algunos que recordaba de mi etapa escolar, lo hacía hasta impresionarla y dejarla pensando lánguidamente, y eso no era difícil porque en su estado natural nunca perdía un tipo de inocencia recostada, adormecida que me miraba desde otro mundo. También reconocimos el sentido de nuestras diversiones saliendo los cuatro juntos, pero cuando lo hacíamos no frecuentábamos los Pubs en los que las chicas solían trabajar, tampoco fueron tantas veces, ni nos permitíamos escandalizar demasiado. Ray desaparecía por temporadas, y nunca lo vi más de dos días seguidos, por eso nunca llegamos a intimar, ni a conocernos, sin embargo a Tiffany la buscaba obsesivamente, y Luchy que parecía darse cuenta intercedió por mí. Ellas lo saben, perfectamente atraídas por la insaciable sensación de control, por la orgullosa expresión de triunfo, que lo importante es que nos sintamos a gusto. No importa cuales hayan sido tus expectativas, cuántas veces te hayas creído capaz de conseguir el mundo idealizado que soñabas, la locura no te puede permitir ser más absurdo, leemos los rostros poéticos de desconocidas en portadas de revistas, la frontera de lo perfecto en uno ojos fugazmente alcanzados en una parada de autobús, y ellas lo han sabido todo ese tiempo, es cuestión de hacer que te sientas a gusto, todo ese sueño se desmontará en un segundo, y ya no querrás nunca más abandonar tu prisión de placeres y comodidades. Tiffany tenía tatuajes profundos en su piel blanca, no pude que menos que preguntarle su significado y su locura, que era como la mía, me respondía que cada uno era un error, a ellos les debía saber que la vida no te permite dejarlos a un lado, y que asumía morirse con todos, llevándolos consigo. También descubrí una noche sin luna, un sonambulismo pasajero, montado a lomos de un camisón transparente para hacerme desfallecer. La miraba encandilado respetando las condiciones de la vida que había elegido, y sabiendo que hay amores pasajeros que no son condena pero se aceptan como si lo fueran. Amores que surgen de esos días en los que nada parece funcionar, en los que somos incapaces de poner un tapón a la botella de vino, de enroscar la cafetera y nos helamos de frío, mientras intentamos meter un pie en una zapatilla que se resiste y rueda arrastrada, perseguida en la oscuridad por los cinco dedos descalzos que forman parte de su existencia, lo quiera o no. Nunca he sido uno de esos a favor de la conveniencia, lo he leído en los ojos de la gente, así de forma general. No pretendo atribuirme percepciones extramuros, pero he pensado mal demasiadas veces para cambiar ahora: me ha gustado poco la humanidad, sí, pero lo que me ha gustado no ha estado sometido a lo que me convenía. En algún momento decidimos ser amigos, y salíamos las noches que ella no atendía a sus clientes en el PUB el Skorpio, aunque los neones continuaran y nuestro destino fuera una lejana diversión para no cruzarnos con nadie conocido. En esas fiestas ella me 29


hablaba de Tiffani, de porque nadie puede amar a mujeres como ellas y de porque debía ponerle una fecha al momento en que todo terminara. Años después, cuando Luchy Valenciano me telefoneó, nos habíamos encontrado en varias ocasiones en un recorrido de vidas paralelas, y nunca habíamos dejado de ser amigos. Ella dijo, “me lo debes”, y entonces recordé que nuestra amistad siempre había ido un poco más allá de nuestros compromisos. La estimable relación que vamos canalizando en nuestras vidas, entre gustos personales, y presencias incómodas, no nos otorga el derecho a creernos lo más selecto de la ciudadanía por haber seleccionado y desechado lo mezquino, no podemos atribuirnos esa diferencia superior cuando el mensaje oficial, por nuestro aspecto desarrapado nos confiere estar en el anfiteatro si queremos acudir al teatro y compartir nuestras pulgas con la nobleza. Entendí perfectamente mi inclinación por la parte de mi más marginal y por la parte del mundo que compartía, tal vez se trate de una desviación, y esa tracción a modelado cada pensamiento y juicio acerca de los otros, que nunca nadie podrá decir que mis amigos fueron aquellos que más me convenían, sino aquellos que por su naturalidad y bondad demostraron ser merecedores de ese compromiso que lo es, y de esa confianza. Hay partes de este mundo que se mueven en un cuarto de hora, el tiempo de entrar en un bar extraño y tomar un café, el tiempo de añadir un párrafo en las cartas al director de un periódico local, el tiempo de estar retozando o el tiempo de leer la prensa diaria en el baño. Un cuarto de hora es más que tiempo, es una idea, un ritmo, el alcance de la lucidez antes de pasar a una nueva ensoñación. Es una sensación de sosiego saber que las cosas tienen un tiempo de vida, y que mis ideas se ciñan a quince minutos. Tanisia soportó la muerte de mi amiga con una entereza desconcertante, a un lado quedaban sus depresiones, sus sollozos y sus gemidos. Si tuviéramos un cerebro inmortal, que sólo se alimentara de la corriente eléctrica que originara la atmósfera, veríamos pasar cada cosa a nuestro alrededor con curiosidad; al principio hasta sería entretenido, pero en un momento ya nada os sorprendería, seríamos la única cabeza inmortal, de hecho, seríamos el único ser viviente, y nuestra inmortalidad sería nuestro peor castigo: La desesperación de unos ojos contemplando una escena muerta por los siglos de los siglos, la locura.

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Autumn Leaves – Stan Getz

5 La relación entre todas estas personas deambulando delante de la iglesia es inexistente, ese dolor es solidario, se desliza debajo de nuestra conversación, es como una rata que traza un murmullo cierto número de veces sin que nadie pueda detenerla. Ya hace veinte años, que murió su abuela, pero creo verla allí, encorvada, detenida, en la figura de una anciana con ojos de vitriolo a punto de ser inflamados. Me estimula ver que algunos de aquellos vecinos que acudían a la puerta de Luchy y de su abuela para condenarla y lincharla si pudieran, hoy están aquí, en su entierro, disponiendo de un recuerdo que, a pesar de todo lo quemado –algunos coches de gente que también ha venido-, se interesa sin reservas por la humanidad que continúa en el cuerpo muerto de nuestra amiga. Si Dios existe, debe andar ahora entre nosotros, recogiendo voces en el camposanto, expresiones de fracaso, de desánimo y condena; no puede estar tan contento. Matilda sostiene mi mano, me ve triste, y Tanisia nos acompaña. Protestas en el ártico, así parecemos seguir lejanas voces, sin asegurar las lecciones que recibimos. Soy especialista en segundas oportunidades, y Matilda me apreciaba demasiado para dejarme ir sin más. He sido más cobarde de lo debido, de lo esperado, de lo necesario. El dolor confirma a los traidores, la amenaza los compra y los somete a favor de sus deseos. La falsedad es una defensa, no es extraño que ante un panorama de derrota, sabiéndonos inferiores o habiendo perdido las fuerzas, deseamos mentirle al mundo. Es por esta sensación de no haberle sacado a la vida el partido necesario por lo que me he vestido con la incomodidad de un comercial, me he afeitado y adoptado la imagen inconfundible de un triunfador: nadie se lo cree. A mi alrededor se elevan expresiones del camposanto, lamentaciones y tristezas, esforzados suspiros a la altura de la vida que aún resuena, mientras un poco más allá, los adoradores reviven el historial de sus salmos una y otra vez rescatados de un cajón de la sacristía. El cura sonríe dientes desiguales y abre las piernas satisfecho de ver congregadas tantas caras conocidas, y sobre esas, todas aquellas que hoy están y que no son

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habituales de sus responsos dominicales, interminables efectivos consejos contra cualquier placer mundano. Ha comenzado el retorno, aunque no en los términos que había planeado, me hubiera hecho falta entrar en los sueños de la gente para eso, y Tanisía tenía sus propios sueños, no hubiera podido convencerla de que su existencia sería más sosegada a mi lado que corriendo detrás de ese joven sin futuro, que además es el padre del hijo que va a tener. ¿Todo esto me hace sentir importante?, buscando soluciones importantes, mientras la gente se sigue aproximando con un número indeterminado de preguntas que hacerme, de ocultas pretensiones que desean sacar a la luz de alguien que se interese por ellas. -Volvamos a la casa. Notó la angustia de la gente que no pretende molestar, y miró los rasgos maduros de su cara, parecía helada. Nunca la había visto así, en los mejores momentos, ella aparecía relajada, incluso bajo los fuegos de artificio que recordaba, y en los peores, se trataba de una furia controlada pero igualmente agradable (en esos momentos lo pensaba así, subjetivamente entregado). Notó que no era casual su empeño por teñirse, y que su estatura con tacones se amoldaría perfectamente a él si decidiera abrazarlo, allí, delante de Tanisia y de toda aquella gente. Tanisia era más alta, más esbelta –cuando aún no se le notaba el embarazo- y posiblemente más atractiva, pero esto se lo atribuía a su juventud. Tiffany lo miró sin reconocerlo, o al menos eso le pareció. -Sí, debemos volver –observó sin pizca de gracia. -Te muestras muy sereno, pero sé que la apreciabas mucho. -Alguna gente solitaria necesita fuertes compromisos, si no es por ella no hubiese entendido algunas cosas sobre mí mismo, hubiera deambulado sin entender tantas cosas necesarias para mi juventud. No necesitó explicarme nada, su conducta en aquellos tiempos me mostró como debía ser. -Lo comprendo, aprecias su forma de ser –terminó de hablar mirándolo a los ojos, sin intención de proponer nuevas cuestiones. La decisión de Tanisia de reconciliarse con su chico, en cierto modo compensaba y lo volvía todo más estable, ese giro inesperado, no por sorpresivo menos incómodo, no influía en el aprecio que se sentían, mostraba una forma desinhibida de hacer las cosas, que por otro lado, no era muy natural. Teo Gurade, siempre tan comprensivo seguía atento a todo, pero conforme con las idas y venidas; no tanto su secretario, que lo prevenía 32


siempre aunque no lo podíamos saber todo porque hablaba muy bajito y a escondidas. Todo esto debía suponer para Teo un esfuerzo añadido, aunque no lo demostrara, y yo estaba empezando a sentir un gran respeto por él, requería un cierto sosiego para analizar lo que sucedía, pero por lo demás, resultaba tan tolerante que dolía, sobre todo después de que Matilda le comunicó su decisión de abandonarlo: Él apenas se inmutó, fue como si lo hubiese estado esperando desde hacía mucho tiempo. No había brusquedad en su forma de enfrentarse a los cambios que la vida proponía, mientras asumía cada complicación en los planes que había hecho, se ocupaba también de seguir viviendo, de continuar con las tareas que exigían una cierta reacción de su parte y la total concentración de las pocas fuerzas que le quedaban, y en esa labor se iban retorciendo los acontecimientos. Zuteco no estaba derrotado, si bien los últimos acontecimientos tocaban claramente su estado de ánimo y todo lo que de él se desprendía, la exigua relación con Tanisia le había proporcionado tiempo para pensar en la muerte tal y como se había presentado, concluyendo una vez más que su soledad era total si no lo remediaba, sin saber del todo si quería dejar de ser el ser solitario que todos veían en él, después de todo, la nueva forma de entregarse de Matilda le ofrecía la reconfortante sensación de entender por fin sus crisis. Ya no podía con la elisión de todos los episodios desagradables de mi vida, llega un momento que se asume y se deja de correr, porque correr no es cosa interminable. En mi descargo, después de lo oído, debo decir que mis crímenes no han existido, tal y como los plantean, porque no es criminal el amor y la pasión, ni es criminal buscar sin miedo a la desgracia. No había nada perverso en la omisión de un pretendido deber, ni siquiera en la falta de compromiso, porque uno no se compromete hasta que se asegura de las condiciones de lo ajeno. No rehuyo que me juzguen como juzgarían a su animal de compañía si no les fuera fiel, para este mundo soy objeto de una tensión sin importancia. Ya no hacen que pierda confianza, es preciso no olvidar que hubo un trayecto, me presento a mi vuelta enfrentándome a mis miedos, he podido no hacerlo pero siempre elegimos volver, los miro y creemos no reconocernos porque esta novedad tal vez requiere tantear el terreno. Ha pasado demasiado tiempo, la gente cambia y se debe a sus circunstancias. Retomamos el regreso por un camino de cien metros ágiles que nos separaban del pueblo, y justo antes de la primera casa, donde empezaban los recovecos de las calles adyacentes al retorno, el Skorpio: Irreverente, desafiante, acababa de recibir una mano de pintura, rojo brillante, cegador, 33


sobre la fachada y la puerta. No me detuve a mirarlo a la ida, pero ahora, ya más calmado no dejé de reparar en su ruina y los intentos por mantenerlo en pie, lo que para un viejo conocido representaba un reencuentro con las noches que preferí esperar en la puerta a que Luchy y Tiffany salieran, a veces acompañadas. No pongo ese recuerdo a salvo porque me fuera placentera aquella paciente actitud que desplegaba, seguimos adelante y a medida que nos alejamos de aquel aparcamiento terroso intento distanciar mis pensamientos y volver a la realidad. El amor es una inquietud interrumpida, no se puede pretender caer indefinidamente en el vértigo de un deseo que no sabemos si se ha de cumplir, es mucho más del mundo real cauterizar hasta la cicatriz las más viejas emociones y liberar sin prejuicio de antiguas esperanzas, lo que estremece de la carne.

Moi je joue – Brigitte Bardot

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Un año después nuestra vida transcurría apaciblemente, apenas habíamos empezado a sentirnos estables dentro de lo razonable, toda la quietud se concentraba en los ratos que pasábamos leyendo o simplemente adormecidos en el salón mientras iba oscureciendo. Es la primera vez en mi vida que experimento algo parecido, pensé que tendría una enfermedad que no terminaba de declararse y que de tal forma condicionaba mi inconsciente, sin haber calculado su alcance. Estábamos viviendo dentro de un túnel, cayendo sin remedio hacia la nada más sombría, pero disfrutando del vértigo que parecía producirnos. En este tiempo, en una ocasión recibimos la visita de Teo Gurade, quería interesarse por la marcha de las cosas, y no me pareció que deseara que Matilda recapacitara, que se hubiese desengañado, o que diera un paso atrás para volver con él, no se trataba de eso, venía para ofrecerse como amigo y comprobar que ella estaba bien. Debo reconocerle su interés y su forma de 34


hacer las cosas, no es corriente conocer a gente tan dispuesta a hacer las cosas bien, o al menos a terminar de hacerlas. A mi me dio la mano, a ella la besó en la mejilla sin prolongarse demasiado, un beso que por otra parte, tampoco tenía el apuro de una situación forzada, rozó su mejilla lentamente inclinándose sobre ella y siguió hablando como cualquier cosa. Un año había pasado sin que nos hubiésemos comunicado con el resto del mundo, acudíamos al pueblo para comprar lo necesario pero no sabíamos nada de nuestros amigos y conocidos, disfrutábamos de esta forma de hacer las cosas tan artística según algunas viejas biografías, aunque ninguno de los dos pintaba cuadros, ni se encontraba trabajando en una sinfonía, ni nada parecido. Como coincidimos en eso, ninguno pareció echar de menos nada, ni Matilda ni yo creímos necesario dar demasiadas pistas de nuestro paradero. Teo nos trae algunas fotos, la que me tiende para que yo la vea, es de Tanisia con su hijo en su regazo, sonriente, feliz: pongo mi dedo índice sobre la foto y me refiero a las dos figuras que aparecen entrelazadas en el blanco y negro, pregunto el nombre del niño y Teo responde que le han puesto Zuteco, lo que me turba momentáneamente sin llegar a decir nada. Por todos mis francos se ha cerrado mi vida, era lo que deseaba, tanta libertad me ahogaba, era el aire que golpeaba la boca por entrar a borbotones y me fatigaba al respirar. Tienen la costumbre de hablar en un susurro, me cuesta seguirlos, a veces no consigo comprender algunas palabras y tengo que conformarme con seguir el sentido general de la conversación, no puedo penetrar en su mundo hasta ese extremo. He llegado a pensar que esta lentitud en mi forma de afrontar las relaciones con gente que sigue una conversación que no me es del todo ajena, se debe a esa libertad viajera que venía practicando en la que pasaba días sin hablar con nadie. Puedo hacerme una leve idea de cómo está sucediendo todo, allí, tan lejos, en lo que se refiere a la alegría de la concepción y ellos, padre y madre, sonriendo por la nueva ocasión que le ofrece la vida, el viejo cometa que aporta una nueva existencia para gozo de los que envejecemos. Las mejores razones del corazón se producen a una edad avanzada, pero las de la juventud llegan empujando con la fuerza vital de un llanto infantil, un estruendo de noche por hacer y de vida por construir. Nadie es libre, llevo mucho tiempo pensando en eso, nos debemos a nuestros compromisos, y a los compromisos ajenos, y yo he intentado no tenerlos, huyendo, sin dejar de viajar, cansado, sacrificado, hasta que ya no pude más. Se creen libres los que persiguen sus aspiraciones dentro de un mundo que van formando sin aceptar interferencias, y sin que nadie más poderoso que ellos les ponga impedimentos. El fruto de esa libertad es el 35


hijo de Tanisia, y estuvimos a punto de estropearlo todo por una relación que respondió a sensaciones infantiles por ambas partes. La desdicha de mi vida pasada, el fondo ocurrido se expande bajo la paleta metálica incapaz de transcribir mi historia con palabras, pero necesaria para hacerlo con surcos y pegotes de óleo. Para apreciar algunos recuerdos hay que saberse parte de la vida, porque no está a nuestra disposición, y debemos interpretarla como una experiencia placentera, depende de esa forma de entregarnos a una vida que se entrega, que encontremos el tacto de las estrellas. Me doy una nueva oportunidad, esta vez frotándome contra el calor de los refugiados, a favor del sincero amparo de unas sábanas limpias y una manos pacientes. Te entregas al hecho misterioso de formar parte de una forma de querer y toda precaución parece humilde, pero al fin encontraremos la liberación y lo entenderemos todo. -No es un arrepentimiento definitivo, pero mis viajes no me aportaron tanto como hubiese deseado. ¿Qué hice con mis años jóvenes? –le preguntaba a Teo, pero me preguntaba a mí. -Así son las cosas. En lo más que puedo imaginar, de otra forma no hubiese sido mejor. Soy yo, es mi naturaleza. -A veces me enfado conmigo mismo, porque nunca fui capaz de cambiar y por los errores cometidos. -Nos pasa a todos. Sentados alrededor de una mesita de cristal tomamos café, parece responder intentando contentarme, intentando sí, llevarme a la conformidad de la vida, de todas las vidas. -Me hace falta un poco de tranquilidad, creo que ahora he encontrado el reposo que espero. -Sí, yo soy más joven, aún no he experimentado esa sensación pero lo comprendo. Los médicos siempre se están poniendo en el lugar del otro. No era extraña la posición de Teo. Había olvidado lo míseras que pueden ser las cosas del amor. Matilda ha salido, ha preferido dejarnos solos por un rato, debería analizar por qué, quizá esperaba que Teo tuviera algo que decirme y pensó que ella no 36


debería estar presente, la psique femenina es tan considerada que no sé. Se ha sentado a mi lado ya de regreso y me ha dado la correspondencia que ha recogido del buzón al entrar, se trata de recibos del banco. Las aventuras daban a su término, nuestras vidas se iban volviendo anodinas pero estables, salvo para Tiffany, que de pronto volvía a ocupar parte de mis reflexiones, y que había desaparecido del cementerio riendo como una loca. No creo que su reacción fuera premeditadamente una provocación, quizá un tormento reprimido y la urgencia de abandonar aquel lugar que la asfixiaba.

People make the world go around – Milt Jackson

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Los momentos de pasar a visitar a Luchy a la cárcel habían pasado, pero yo seguía esperando que pudiera suceder en cualquier momento que hubiera una redada en el Skorpio, en el burdel donde le pagaban las copas y además hacía clientes, donde hablaban de lo bien que les iba todo, de sus sueños y de que creían que les iba a tocar un billete de lotería –siempre andaban con la lotería a vueltas-, pero nunca hablaban de amor, aunque decían mucho esa palabra. Para algunas mujeres el amor es cosa de un cuarto de hora y yo no era nadie para juzgarlas. La idea penetrante de que aquellos tiempos no fueron tan buenos como creí, está empezando a tomar cuerpo, no podría en absoluto, por todo el empeño que pusiera, renegar de las nuevas conclusiones a las que llego sólo por proteger el recuerdo de mi pasado; me engañaría a mí mismo. A lo que nunca renunció mi corazón es a ser transparente, a pesar de todos los desengaños.

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A todos aquellos anónimos colaboradores que se sumaban a nuestras fiestas y no volvían a aparecer, no tengo nada que reprocharles, se afanaban en encontrar una solución pasajera a la soledad que sentían al volver a sus casa y ser recibidos con indiferencia, sacudidos por imaginarios desprecios, esquivando el lugar que el mundo les había deparado, mostrándose desorientados pero confiando en que la vida avanzara, a pesar de sus demandas imposibles. Esos hombres precavidos, celosos de su intimidad, al fin pagaban parte del servicio y aparecían impulsados por una ilusión que las chicas sabían manejar con experta atención y dulzura. Nos separan de nuestra razón sombrías condiciones que se mueven bajo la superficie, pulsan la excepción de los poros y confunden la palidez de la piel con ternuras prisioneras y perdidas de candidez. Había vuelto a quedar solo, Matilda no lo entendería, eran otros tiempos y no estaba seco de juventud, flotando ciego de huidas, y nos resultaba difícil vivir, me sorprende ahora todo aquello al recordarlo. Desde el principio quedo claro que la relación con Luchy era de profunda amistad, hasta no saber donde pararla, ella lo comprendía todo, cómplice de mis deseos. Terminó por conocer mis citas con Tiffany y posibilitarlas. Acelerándose los vientos en un cortejo de nubes, nos hacían gestos liberados de toda inquietud, gestos que al fin eran sosiego y que el amor correspondía. ¿Por qué me sentía tan atraído por Tiffany? Nunca lo supe, nunca lo entendí más allá de la naturaleza en marcha de aquellos días. El temor a estar corriendo contra la tierra, de dirigirnos bajo un cielo de serpiente bíblica, hacia el turbulento balanceo del hilo de cobre del que pendíamos, nos hacía creernos valientes en nuestro arrojo inconsciente. El dolor de nuestros cuerpos se manifiesta nuevamente cuando dejamos de soñar, la vuelta a la realidad es inmisericorde, por eso nos resistimos todo lo que pudimos a dejar de vivir. La identidad de su profundo abrazo, de sus húmedos besos a escondidas, sacudían una parte de mí. La velocidad de Dios siempre nos deja fuera, es por eso que los límites de la perfección son infranqueables. La perfección puede ser Santa pero sin matices, es lo que es, sin más: Lo imperfecto, por el contrario es infinitamente más interesante. El amor que sentía empezaba como una caricia arrullando, el deseo llegaba como un espasmo hiriéndome con sus manos libres, travesuras de Andrómeda la entregada, inútilmente sacudiéndome para disimular el espasmódico baile al que me sometía en los lugares más insospechados. Nos liberamos porque necesitaba sentirse amada y deseada de distinta forma a la habitual, y la brutalidad de un amor sin miedos termina por esclavizarnos. 38


Claus Tarsio se trató de un ricachón que se resistía a abandonar la cama de Tiffany después de dormir en ella, lo que resultaba muy conveniente para la economía del matrimonio Waller, pero en mi caso, que en esa temporada andaba muy distanciado, apenas la veía y estaba nervioso e irritable: a nadie parecía importarle y eso era aún peor. Ponía su frente en el cristal y esperaba, a veces una figura convencional la confundía con su caminar monótono, se trataba de su marido que aparecía después de una ausencia injustificada. Su querido corazón ya no se encabritaba porque la olvidara durante meses y después apareciera tan sólo como un amigo que llegaba por el tiempo necesario. Desde el principio de los dos, todas las obligaciones quedaron asumidas y por eso se mantenía el vínculo que en ocasiones, ella debía reconocerlo si yo le preguntaba, también la hacía sentirse acompañada. No es menos cierto,- sí lo era que Tiffany nunca lo amó-, que Zuteco se sintiera confundido por lo que por ella sentía, que esa influencia era muy fuerte, y que lo había llevado a hacer cosas que nunca hubiese esperado de sí mismo. La fiesta había continuado después del Skorpio, llegaron a tiempo a todos los discopubs, porque aquel hombre tenía un coche potente y conducía como un irresponsable. Hubiese sido una noche serena, luminosa con una espléndida luna, pero todos habían bebido y aquella neblina que asomaba en la torpeza de sus bocas al intentar articular correctamente sus palabras, hacía aparecer desfigurado cada recodo. Nadie es menos libre que una mujer que cobra por dar placer a un hombre, nunca serán libres, ni siquiera una vez pagadas todas sus deudas. Golpeando a contraluz la pica del viento, volvimos a la casa grande, el lugar que no podía pisar porque en aquel tiempo, Zuteco no deseaba ver a su familia, porque se había distanciado de ellos, y porque no siempre hacía lo que debía. Todos se habían ido por unos meses y él lo sabía, e invitó a sus amigos a entrar. Lo hizo porque Luchy lo ayudaba, y porque quizá, Tiffany lo consideraba un don nadie, y porque estaba harto de que lo trataran sin tener referencias de él. Desde que recuerda, se afanaba en ser admitido, en que lo consintieran y poder acercarse al resto sin reservas, correctamente vestido, sin vino derramado sobre su pecho, ni zapatos rascados. Resulta difícil reconocerlo aquella noche intentando congraciarse con el mundo, y poseer la información necesaria para reconocer cuanto había cambiado después. A veces soñaba que yacía con un cuerpo enfermo, con una boca pestilente y una piel desprendida a la que amaba sin respeto. Una vigilia de inconstantes suspiros, débiles formaciones de arena y al final algo tan frío 39


como dormir pegado a un cuerpo muerto, sin cejar en el empeño de abrazarlo buscándose a sí mismo. Y aquel tipo llevándosela a una de las habitaciones, pasando de la fiesta, pasando por encima de todos los demás, pero el señor Waller no estaba allí para decir, “hasta aquí hemos llegado, ella está fuera de hora y es justo el momento de irnos todos a dormir”. El señor Waller lo hubiese arreglado de otra manera, pero Tiffany sólo supo hacerlo de una y esa fue clavándole un cuchillo en el cuello, un solo golpe, y echar a correr. Claro que se lo debía a Luchy, eso y mucho más. Cuando me llamó por teléfono pidiendo que la recibiera, que la alojara, que la ayudara porque se encontraba sin rumbo ni posibilidades para enderezar su vida, pues de ninguna manera me hubiese negado, y me resultó agradable verla de nuevo y hubiese sido estupendo, estaba lleno de planes para ella, para que tuviera algo que hacer y poco a poco fuera encontrando su sitio –hubiese podido hacerlo-, pero ella no disponía de tanto tiempo. Las personas guardan secretos que son como ideas que nunca se manifiestan, ideas fantasma. Uno las piensa, les da tres o cuatro vueltas, las madura porque le parecen interesantes y después deja que se desvanezcan, como si nunca hubiesen existido. Con los planes pasa lo mismo, y yo, viajero de improvisaciones nunca fui bueno planeando. Teo sigue hablando, Matilda lo conoce bien y no ha quedado ningún resquemor entre ellos, como si ninguna pasión hubiese existido. Lo escucha, lo comprende y se interesan el uno por el otro, eso me gusta de ellos y me anima. Me he acercado a la ventana que da al terreno que tenemos delante de la casa y al que nadie accederá durante años; al menos mientras vivamos y sigamos viviendo aquí, más allá, el muro y la verja chirriante que limita la carretera. Veo la tumba donde yace Claus Tarsio, ese hombre al que nadie nunca echó de menos, ¡que extraño! Encima de ese montón de tierra aplanada hace mucho puse una piedra labrada que compre a un artista local, y nadie se atrevió a moverla. Ahora la veo una vez más y todos los habitantes de la casa también han muerto, no hay libertad sin fronteras, desafortunadamente. El eterno retorno ha llegado a su final, ya no soy un viajero insaciable, creo que Matilda es todo lo que necesito para terminar de conseguir la tranquilidad a la que aspiro. Debo reconocer su mérito y que hace tan sólo un año no pensaba así, ella me ha cambiado y supongo que el cansancio, y la vida. Un coche aparcó muy cerca, se trataba del secretario de Teo, ese hombre no renunciaba a inmiscuirse en todo, y como si se sintiera resentido, esperaba fuera y renunciaba a subir para saludar. La gente siempre me pareció muy rara. 40


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