La Coraza De un SueĂąo 1
1 Hasta que llegó el momento de partir, Kirim no fue capaz de descifrar las palabras de su amada ni de interpretar el beso de despedida. Aún hoy hay partes fragmentadas en el recuerdo del adiós que no tienen conexión coherente con el resto de la historia. El viejo estaba derrotado, la vida enferma no perdonaba, la vejez era una trampa. Protestó contra el mundo con un quejido casi inaudible y se quedó mirando el cuadro de la pared. Los perros dormían a un lado, bajo la luz de la ventana artificial y no les gustaba aquella parte oscura de la habitación sobre la que había clavado el cuadro, pero nunca los había visto tan cerca, dormidos. La rápida rendición de su mujer (la mujer mecánica que lo había acompañado los últimos veinte años) ante la enfermedad, no ocultaba lo inútil que le había parecido, ya a en el pasado, la lucha de otros por un año más de vida, pastilla a pastilla. En su pretensión de dominar aquella nueva plaga, el mundo parecía enloquecer y sólo los más cuerdos, como ahora le pasaba a Pauline, estimaban inútil tanta resistencia. En aquella idea de controlar el mal o de desafiarlo, se justificaban los peores sentimientos y dar rienda suelta a las pequeñas satisfacciones con forma de pastilla que no podían esperar. El fin del mundo les había pillado de viaje por la galaxia, lo que se había llamado plan experimental de supervivencia en una nave. Y estar en medio de la galaxia, lo que era lo mismo que estar en medio de la nada, cuando la tierra reventó de tanto uranio acumulado, era una terrible condena. Hasta allí llegó el brillo del planeta como un enchufe cuando cuando se juntan los polos opuestos por accidente y pega un estallido que lo deja calcinado e inservible, igual. Y en tales condiciones de soledad, estar en medio de un universo oscuro y desafiante, sólo era comparable a la isla que mantenía a Robinson Crusoe enloqueciendo de soledad. Había una similitud entre aquel hombre que de pronto encontraba una huella humana en la playa y la cara que a él mismo lo asistiera durante años poniendo gestos que se reflejaban en las pantallas, al mismo tiempo que observaba el brillo estelar en busca de una señal de vida inteligente. Ante la pregunta de qué opinaba de como iban las cosas, Pauline había chirriado al mover la pantalla superior y había respondido, “ustedes los humanos creen que todo se soluciona con pastillas y por como ha quedado la cámara de congelación, llena de cuerpos muertos, debemos concluir que no es así”. Las repuestas de Pauline a sus preguntas eran tan humanas que en ocasiones había dudado del amor conyugal que le profesaba. Hablando acerca de su posición -él se refería a como se sentía debido a la situación en que se había quedado debido a los últimos acontecimientos, que habían sido últimos de verdad-, ella respondiera que: “si no encontraban vida en unos años tendrían que empezar a pensar que asumir que su nave era el centro del universo”. Algo tan insignificante como su nave no podía ser eso en absoluto, si bien era cierto que cualquier mapa o visión que se tuviera, sólo de ellos podía partir, porque según el razonamiento de Pauline, nadie más podría confrontar con otros mapas para cuestionarlos. Si Roma una vez fuera el centro del mundo, ellos ahora eran el centro de todo, nadie podría rebatir esa idea. La pantalla de cine era enorme. Y no sólo servía para ver películas de todas las épocas, sino que la memoria del ordenador contenía tal cantidad de información, que se podría escoger entre los telediarios de todo el mundo para volver a ver lo que se decía entonces sobre la muerte de Kennedy, de Lennon, de Ghandi o de King, pero había algo que durante años había satisfecho su necesidad de compañía, las finales de fútbol de todos los tiempos. Minetras hacía otras cosas, aquellos estadios 2
sonaban todo el día enfervorizados, llenos de pasión y silencios terroríficos ente los penaltis -no hay nada más cruel que un penalti, se decía-. Después metían un gol y Pauline acudía a toda máquina llena de impostada alegría para decirle, ¡han metido un gol, han metido un gol! Además de la gran pantalla en el panel central, las había más pequeñas por toda la nave, y para hacernos una idea, podía llevar más de una hora ir y volver andando de un extremo a otro en condiciones de gravedad. La tapicería de algunas estancias imitaba a un pub inglés, eso había sido una de las excentricidades del ingeniero de interiores que creía que jugar con la psicología de los astronautas sería bueno para la misión, era por eso que su dormitorio había sido copiado de un hotel reconstruido sobre un castillo escocés, con perros y paredes de piedra. El suelo era de aluminio,pero lo habían cubierto con alfombras y había retirado todos los espejos cuando murió su último compañero humano. Él no los necesitaba y Pauline tampoco. Debería haber habido una máquina de café en alguna esquina, pero eso formaba parte de lo innecesario, según habían pensado los directores del programa espacial. Desde luego, con todo lo pasado, él estaba, en aquel momento, en condiciones de decirle cuatro cosas y hubiese luchado por la instalación de aquella máquina por encima de todo. Su estómago se había hecho a las pastillas, pero echaba de menos sentirse humanamente necesitado de cafeína. Estaba seguro de que si todos la hubiesen pedido con la suficiente insistencia, ahora estaría disfrutando de una taza con un vídeo de una playa caribeña en todas las pantallas; lo habrían conseguido si tanto lo hubiesen deseado. Enrique Muller era un robot camarero de segunda, sólo hacía labores de servicio, no era capaz de razonar ni responder preguntas complicadas; nada que ver con Pauline. Pero era muy útil si se derramaban líquidos o vitaminas, aparecía en un momento y no daba tiempo ni a decir, ¡Mierda! A Joana nunca le había gustado la ciencia ficción. Por su parte, a Firmin, su fornido novio, no le hizo falta preguntar para saber que había cerrado aquel libro para no volverlo a abrir. Desde que la conocía, lo que había sucedido unos tres años antes (tal vez más), había intentado llevarla a ver una película del espacio, de extraterrestres o de habitantes de mundos futuros, siempre sin éxito. Durante todo ese tiempo le había pedido que dejara de ver cine de carácter social y que alguna vez le dejara escoger a él. Insistió hasta que ella aceptó empezar a leer aquel libro prometiendo que si le gustaba vería con él la película, pero obviamente no le había gustado; no había pasado del primer capítulo. Una película precedida del libro que la inspiró no es buena idea, pensó Firmin. “Es una de las mejores películas que he visto”, le dijo para convencerla, pero ella seguía viéndolo con la desconfianza propia de quien podría fiarse de sus músculos pero no de su criterio artístico. “Es una pérdida de tiempo”, contestó al cerrar el libro. La primera vez que vio a Joana con aquellos ojos de enamorado ella estaba inmóvil, recostaba en un sillón con su gato en el regazo. Parecía la escena de una fotografía antigua, ella con la cabeza mirando en dirección a la ventana, el gato medio dormido. Parecían jugar, el que se moviera primero perdía. No hablaban, pero al percatarse de que él la miraba se estableció una breve conversación silenciosa. Joana levantó las cejas, lo que sin duda era un signo de interrogación. Él respondió con una sonrisa y levantando los hombros. Ella volvió a levantar las cejas indicando, esta vez, que no había nada que ver con tanta insistencia. Entonces Firmín levantó las manos indicando que no pasaba nada, que ya se levantaba y se ocupaba en algo. Desde aquel momento, aparentemente tan insulso, Firmin seguía con más atención los movimientos de Joana. Intentaba que no se le notara y se hacía el distraído escondiéndose detrás de los periódicos o haciendo que se cortaba las uñas. Se le ocurrían todo tipo de cosas extrañas acerca de su pareja, por ejemplo, que si ella estaba pensando en algo, sólo podía ser algo real, práctico y positivo, y un minuto después de pensar eso, ella se rascaba la cabeza y se ajustaba las gafas, llevándolo a un pensamiento contrapuesto en el que ella podía adivinar lo que él pensaba y fruncía el entrecejo con reprobación. Estos pensamientos no hacían más que alimentar la idea de que era digna de ser observada, plásticamente admirada o tiernamente comprendida; en un mundo ideal en el que había lugar para pasar horas acariciando la cabeza de su gato sin que ninguno de los dos se moviera de su lugar. Evidentemente, cada vez que dejaba de mover sus dedos sobre la cabeza del 3
felino, éste abría los ojos y la miraba un segundo antes de adormecerse y volver a cerrarlos sin exigir tanto como Firmin esperaba. Al final ella preguntó -¿qué pasa? -No sé como puedes pasar tanto tiempo sin moverte, no es natural, a menos que te quedas dormida, por supuesto, Pero tu no tienes sueño, ¿a que no? De forma instintiva ella se llevó la mano a los ojos en un gesto de resignación. No podía dejar de obviar que Firmin se estaba volviendo muy incisivo en sus miradas y comentarios, o tal vez, sólo se tratara de una etapa y se le pasara pronto. Firmin estuvo de acuerdo cuando la dueña de la farmacia le dijo que podía pedirle los calmantes por teléfono y que en unos días estarían allí. Para eso debía dejarle su número de teléfono y lo llamaría en cuanto llegarán. Expresó su deseo de que no se retrasaran porque ya no le quedaban muchos en casa y los dolores de sus articulaciones aparecían cuando menos lo esperaba. -En realidad son muy suaves y no les causarán problemas si los toma con moderación -le recordó la dueña de a farmacia, pero eso ya lo sabía y no necesitaba aquella aclaración-. Tiene mucha suerte, yo tomo otras cosas más fuertes y me crean muchos problemas. Le hablaba detrás del mostrador, y al fondo escribiendo sobre una mesa estaba una empleada, que le hacía gestos, intentando al mismo tiempo que no se le notara. Como si deseara advertirlo de algo, pero con miedo a ser descubierta. Si alguien le dijera a Firmin que estaba atada a la mesa con una cadena se lo hubiese creído, pero Joana esperaba en el coche, aparcado en doble fila, y tenía prisa por terminar. Se tocó la rodilla con un gesto de dolor mientras la farmacéutica pinchaba el papel en el que había escrito su teléfono sobre aquel aparato en el que se acumulaban las notas sin más orden que el momento de su llegada. Se dirigió hacia la puerta cojeando y la mirar atrás la señora lo miraba sonriendo y moviendo la cabeza como aquellos perros de juguete que se ponían e la bandeja trasera de los coches. No era una situación cómoda, ni siquiera la forma en que lo trataba, pero no quería buscar otra farmacia. Por otra parte, si cambiara de comercio dejándose llevar por sus rarezas, iba a tener un problema. Ciertas cosas debían someterse a su sentido práctico y no dejarse llevar por el argumento de las impresiones primarias. Desde el otro lado del mostrador no se podía ver a Ramona arrastrando unas zapatillas deshilachadas, que era lo primero que se ponía de su uniforme al llegar a la farmacia. Miró la tarjeta de Firmin mientras él desaparecía por la puerta de cristal y bajaba las escaleras mecánicas. Hizo ese ruido característico de fru fru de batas almidonadas y zapatillas y Maruxa, la empleada, la miró adivinando otro mal día, presintiendo dolores de cabeza sin motivo aparente y sin ronquidos en el sillón del cuarto de atrás. Se adornó con una flor de tela amarilla en el pelo que iba sujeta a una diadema, pero la tocaba a cada momento para comprobar que seguía en su sitio. El gato de la señora fue detrás de ella, en retirada, buscando el sosiego de una luz templada para dormir la siesta a su lado. -Pide estos calmantes, que parece que no queda de esa estantería -le dejó la cartulina al pasar, y se metió la agenda infinita en el bolsillo abultado de bolígrafos en la bata. -Como algunos no escriben bien los números, después es complicado rellamarlos -protestó la empleada porque Ramona era amable con todos menos con ella, y porque al no escribir ella misma los números de los clientes, después había que hacer pruebas con aquel ocho que parecía un tres, o aquel nueve que parecía un cuatro. Concluyó lacónicamente ante sus ojos negros y un gesto de hastío apoyando el mentón en el pecho y mirando por encima de las gafas. Cayó un chaparrón que enrareció más el aire y dejó la puerta de cristal empañada como las imágenes borrosas de la parada del bus. Maruxa se rascó la cabeza intentando poner atención al pasar los pedidos, se enderezó e quiso mantener una postura adecuada para no escribir con desgana. Cogió del pincho de las notas el teléfono para asociarlo al pedido, y precavidamente, como ella 4
solía, hizo una copia en una agenda cubierta de tachaduras, dibujos imprecisos y avisos inservibles. Joana se preguntaba si alguien podía desear recordar los peores momentos de la enfermedad de un ser querido, apenas pasado un año. Veía a su pareja como a un desconocido cuando se resistía a hablar de ello. Por supuesto que no hablamos de los seres queridos en este caso, sino de los peores momentos de la enfermedad, de la crueldad que se nos promete para nosotros mismos si llegamos a viejos, de eso era de lo que ella trataba en sus pensamientos mientras el coche se recocía al sol esperando que él volviera de su recado. Suponía que era inevitable que Firmin lo hiciera, aunque no deseaba compartirlo. Era inevitable que la cabeza le diera esas vueltas e intentara rechazarlo sin conseguirlo. Sin embargo, en algunas raras ocasiones, necesitaba hablar de su padre y los buenos momentos de los últimos días; necesitaba recordar lo mejor de él y como le había hecho reír esforzándose por bromear a pesar de su enfermedad. Lo vio volver sin sus calmantes, cuanto más lo miraba más se convencía de que su capacidad para sobreponerse a las contrariedades era infinita. -Tendré que volver. Espero que no tarde, con los pedidos telefónicos nunca se sabe. Joana, tan sólo un año antes, había descubierto que Firmín se había visto un par de veces con una becaria del trabajo. No le parecía nada muy serio pero suficiente para romper su relación. A pesar de toda la desconfianza que supuso y que abrió entre los dos, decidió seguir con él. Esto significaba que podían seguir viviendo juntos pero sus momentos de ternura se redujeron drásticamente y el perdón no llegó nunca del todo. Desde entonces, él ponía todo de su parte para recuperar el tiempo perdido, se volvió más detallista e intentaba ganarse las caricias que ella rechazaba. Se sentaban jusntos en el sillón del salón para ver los programas de variedades de última hora de la noche y entonces, él aprovechaba para apoyar su cabeza en el hombro de Joana, que consentía sin demasiado convencimiento. Y, aunque a veces notaba que Firmín ponía toda la prudencia de su parte, lo cierto es que en pocas ocasiones aquel pequeño truco culminó en una relación sexual totalmente abierta y satisfactoria. Era como si sólo ella pudiera decidir si esa aproximación se iba a producir o no, y pasaba mucho tiempo como para que él pudiese alimentar el deseo, de forma continuada. En la farmacia, el día que volvió a buscar el encargo, la muchacha que la vez anterior estaba sentada, esa vez estaba en el mostrador, y por su tono y amplia sonrisa, le pareció que se alegraba de verlo. Era el momento del día en no llegaban clientes porque todo el mundo se iba a sus casa a comer después de las dos y muchos días aprovechaban para cerrar. Muchos comercios cierran a mediodía, pero como complemente de eso que algunos llaman: “productividad”, la dueña aceptaba que se quedara una horas para recuperar sus salidas al médico. Los días que Maruxa se quedaba a recuperar horario a mediodía, solía estar sola y no era un momento especialmente incómodo del día. Si bien, era el momento en que algunos proveedores de medicamentos aprovechaban para las entregas y también, era un buen momento para pedirle a clientes con encargo atrasados que se pasaran por la farmacia. Maruxa parecía conocer a Firmin de otro tiempo, pero no dijo nada. Tanto por parte de ella como de Firmin, notaron en cuanto empezaron a hablar una atracción irresistible que culminó en el momento que al entregarle el paquete, sus manos se rozaron y se miraron directa y profundamente a los ojos. Aquello se complicó justo en aquel momento en que sus pieles se tocaron por primera vez, y ya nadie lo pudo frenar. Ese fue el motivo del cierre inesperado durante algo más de media hora. Un joven repartidor estuvo llamando pero nadie abrió y cuando Ramona e preguntó que había pasado, Maruxa le contestó que se había sentido indispuesta. Lo cierto es que la dueña de la farmacia no se sintió muy satisfecha con su respuesta y desde aquel día, cuando se echaba la siesta en el sillón del cuarto de atrás de la botica, el mueble crujía como nunca cada vez que se movía. En aquel momento de infidelidad, Firmin comprendió que su vida no iba nada bien. Había construido su mundo alrededor de Joana, habían luchado durante años contra todo tipo de adversidades y siempre habían encontrado la forma de seguir amándose, pero algo no funcionaba desde hacía un tiempo. Jerry Hollis, su mejor amigo, le había dicho que tenía que intentar ser positivo porque estaba a punto de echar por tierra todo lo conseguido. Eso sucedió cuando quiso 5
compartir con él el resultado de su inestabilidad y aquella última conquista que le hacía ningún bien; eso él también lo sabía. En ese momento no estaba en absoluto seguro de que lo que antes había ansiado con tanta fuerza, fuera lo que en realidad necesitaba. Seguía amando a Joana, pero no la sentía como en el pasado había hecho. Por la manera en que Ramona se echó en el sillón aquella tarde, el día después de conocer a Firmin de forma íntima, incapaz e conciliar el sueño para su habitual siesta, Xoana adivinó que iba a haber problemas. Durante años de convivir con una marido difícil del que finalmente se había divorciado, había desarrollado la capacidad de presentir lo extraño, lo que se había salido de lo habitual y lo que se le pretendía ocultar. Por suerte, aquel día estaba en el peor momento de un proceso gripal y cuando vio aquella mancha sobre el cojín, pensó que se trataba de una gota del vaso de la pastilla efervescente para mitigar el dolor de cabeza y que solía tomar allí mismo. En las noticias que daban en la tele portátil que había puesto sobre una silla en aquel cuarto cubierto de medicinas sobre estanterías, banquetas o también, en el suelo, decían que una nave de procedencia desconocida se había instalado en la sierra, a las afueras de la ciudad. Eso había centrado toda la atención de todas las cadenas de TV y ya no iban a poner la música melódica de los concursos de media tarda que tanto le gustaban. Ramona llamó a su empleada y las dos quedaron absortas durante unos minutos viendo aquel aparato que llegaba del pasado, miles de años antes de que la tierra naciera por segunda vez. -La nuestra es una ciudad perdida, Maruxa. Sólo aquí podía pasar algo así. En cualquier momento caerá un aguacero e inundará ese aparato y a todos los extraterrestres; aquí pasan ese tipo de cosas. Pero hasta que eso pase, estoy segura, la maquinaria parará, las sirenas dejaran de llamar a los trabajadores y sólo los más aventurados moverán sus coches para exhibirlos fuera de los garajes. Y sobre todo eso, la limpieza del aluminio de un objeto que viene de las estrellas, flotando a la espera de que una legión de soldados limpiadores la froten con los trapos empapados de productos cáusticos, subiéndose a sus lomos con escaleras, con desprecio de su trabajo y de sus vidas. No es por llevarle la contraria al gobierno, pero no hacen nada bien, siempre nos dejan a nuestra suerte para que finalmente nos pongamos en marcha y salgamos de los líos que ellos crean por nosotros mismos. Es censurable el hecho en sí mismo, de tener esa cosa ahí parada, sin más. Si es uno de sus juguetitos secretos, algo debe haber pasado para que se les haya parado ahí, en medio de un pinar. La próxima vez no querrán dejar testigos y nos gasearán a todos.
2 La Declaración de Pauline Como muchos otros, Fermín pensó en acercarse a la nave, y esa idea le hizo pedirle la llaves a Joana sin decirle de qué se trataba o adónde iba. En la radio aconsejaban quedarse en casa, pero él no era de ese tipo de personas inclinadas a seguir consejos, a aceptar lo que los gobernantes planeaban como un corderito ; jamás dejaría de tener la fe necesaria en sí mismo como para intentar demostrarse en los momentos difíciles como el que estaba viviendo, que podía encararlo sin esperar que llegara la ayuda del gobierno. No iba a exponer razones para pedir permisos, no iba a ser él el que fuera a creer que necesitaba la aprobación de otros para, porque, sin embargo, persistía en el la duda de estar haciendo lo correcto. En situaciones similares -ese tipo de situaciones en las que te ves entre la espada y la pared, situaciones que llegan y que no se esperan, siempre tenía dudas, pero siempre terminaba por enfrentarse a ellas-. Ya sólo quedaba una cosa por hacer -ya que nadie otros no lo harían, él pertencería a ese grupo que necesitaban ver y tocar por ellos mismos, dispuestos, si 6
fuera necesario, a plantar cara a los peores acontecimientos que pudiera imaginar-, y eso era despedirse de Joana como si nunca más la fuese a volver a ver. Era muy propio de él aquel derrame de sentimentalismo cuando tan sólo unos días antes le había sido infiel con la farmacéutica. El cerebro humano y, sobre todo, las emociones, funcionan de una forma que nadie entiende, porque por difícil que fuera de adivinar, su despedida estaba aceptando la posibilidad de no volver y le sobrevino por una ternura sincera que a ella le extrañó. -Menos teatro cariño, que no ha de ser nada. Intenta volver para el desayuno -respondió ella-En fin, supongo que me lo merezco -replicó amablemente, mientras la veía pensando que aquel cuerpo femenino que tantas veces lo había colmado, estaba coronado por una cabeza práctica y fría capaz de sacar el romanticismo hasta del fondo más melancólico de una botella de licor. En el coche seguía escuchando su emisora favorita de música que, como todas las demás, no hacían más que hablar de la nave espacial y sus pretensiones, conectaban en directo con sus reporteros e intentaban, sin éxito, comunicar con algún político local que les diera una explicación de lo que estaba sucediendo. Este tipo de programas que anulaban todo el resto que se había planificado para emitir a esas horas, sólo lo podían hacer si algo realmente importante irrumpiera en sus vidas. Si bien, la ausencia de un relato oficial creíble planteaba muchas dudas al respecto. Les permitía hacer todo tipo de elucubraciones e invitar a las tertulias improvisadas a todo tipo de matemáticos de segunda, astrólogos, astrónomos, astronautas, videntes, curas, ocultistas, escritores de ciencia ficción, y cualquier otro que pudiese añadir una idea imaginativa del suceso que la gente pudiese aceptar como posible, o, si parecía imposible, que también les gustara o creara una polémica. Un militante de una secta de inspiración cristiana llegó a decir que a Dios le gustaba leer y que la razón de nuestra existencia no era vivir, sino era crear historias para Él, y eso fue más de lo que cualquier otro había dicho hasta entonces. Sumido en sus pensamientos, intentaba recordar a la chica de la farmacia y si se había puesto la pomada en la rodilla antes de salir de casa, pero, sobre todo, intentaba averiguar qué había visto en ella que lo hiciera actuar de una forma tan instintiva. No iba a ser él quien se lo contara a Xoana, y, a pesar de todo, existía el arrepentimiento que le obligaba como una razón más para la catástrofe, en el caso de que la nave no explotara y provocara una reacción nuclear que se los llevara a todos por delante. Sólo había una solución a sus dudas y a sus miedos, el secreto para siempre, el silencio como una barrera hermética entre los dos que los protegiera de nuevas decepciones. Dado que no dudaba de la reacción de Xoana en el caso de que se enterara de una nueva infidelidad, le turbaba hasta la náusea pensar en ello. De la nave salió una mujer muy hermosa -Firmin lo pudo ver con sus propios ojos una vez se instaló en medio de la expectación general, en un campo de amapolas y rodeado de cámaras de televisión-. Todas las cámaras se movieron con rapidez para registrar el momento. Habían ido mandando imágenes cortas en ráfagas, pero hasta aquel momento no hubiera mucho que mostrar, más que la imagen repetida del trozo de aluminio brillante en medio de la noche. Los informativos difundían todo lo que estaba pasando para todo el país y algunos para el resto del mundo. Uno de aquellos barridos de cámara, incluyó a la gente que los rodeaba y Firmín salió fumando un cigarro con la ansiedad de un mono enjaulado. La mujer dijo llamarse Pauline y venir de un viaje de cuatro mil años con su amante. En realidad no parecía necesitar nada, lo que podía calificar su visita de pura cortesía. De forma casi instintiva, al sentarse en una roca, Firmin se levantó el pantalón y se aplicó su pomada una vez más. Se dijo que si aquella pomada no era capaz de mitigar el dolor, nada podría hacerlo y tendría que operarse o llevar una vida sedentaria. En medio de aquella oscuridad alguien lo reconoció y se acercó para saludarlo, se trataba de un amigo con el que había coincidido en un viaje a Marruecos hacía un tiempo. Al menos el otro llevaba una linterna y una botella de agua, y le alumbró mientras terminaba de cerrar el tubo de la crema y recomponía el pantalón sobre el empeine de sus zapatillas de deporte. Entonces se oyó el ruido de los aviones del ejército que habían estado pasando toda la tarde como si a alguien pudiera importarle que se hicieran presentes allí, al 7
menos mientras todo siguiera igual de tranquilo y pacífico. También había un zumbido de insectos que picaban como diablos, así que le pidió que apagara la linterna. Estarían a doscientos metros del aparato, pero nadie se atrevía a pasar del perímetro de ceniza azul que la nave marcara en el suelo arcilloso al aterrizar. Por supuesto que entre todos aquellos periodistas, había algunos que pertenecían a cadenas sensacionalistas y buscaban el escándalo. Intentaban inquietar a los telespectadores en un contexto de peligro posible, de miedo presente (lo que no se correspondía con la verdad de aquellos que habían sido atraídos hasta allí con la esperanza de encontrarse haciendo historia). Buscaban la simpleza del desastre, la mera trasmisión de algún accidentado era suficiente para prevenir de todos los peligros que se enfrentaban frente a lo desconocido. Para Firmin era difícil explicarse lo que pretendían, había estado durante un instante a uno de aquellos individuos y le había vuelto a doler la rodilla. Uno de ellos le indicó que podía tratarse del resultado de la radiación de la máquina, a lo que le respondió que hacía tiempo que venía arrastrando aquella lesión, así que lo mejor era que lo dejara en paz y fuera a buscar otro “perro que le ladrara”. -¿Aún te duele eso? -preguntó su amigo, Harris Howlin -Sí -respondió, pero no sólo quería decir eso, sino que estaba a punto de creer que se trataba de algo crónico-. Pero me alivia este leve masaje, parece que la crema da resultado. -Creo que puedo echarte una mano, al menos durante unas horas -le dijo Harris. Sacó una pastilla de su bolsillo de las que tomaba para su depresión y se la ofreció-. Puedes beber de mi botella de agua. No es muy fuerte, seguirás siendo tú pero te adormecerá un poco. Firmin agradeció el gesto de su amigo. No se trataba de nada ilegal y, después de todo, aquella noche prometía ser muy larga. Pero, creyó que no era tan buena idea, prefería estar despierto por lo que pudiera suceder en los próximos minutos, incluso en las próximas horas, y eso iba a ser así aunque ello supusiera pasar la mayor parte del tiempo sentado en aquella roca. Harris apenas lo notó pero se metió la pastilla en el bolsillo por si le hiciera falta más tarde. -¿Has visto a la mujer que salió de la nave? -Preguntó Harris Howlin-. Desapareció en un momento, pero fue increíble -añadió. -Sí, Pauline. Tiene un nombre bonito. Volverá a salir -afirmó con seguridad. Tal vez, si Harris no le hubiese confesado que sus depresiones le hacían la vida muy difícil, nunca habría simpatizado con él. Incluso después de aquel acercamiento aparentemente frío, empezó a creer que había en él una amabilidad mal disimulada y que no lo conocía tan bien como debía. Aquella noche no había mucho más que hacer que esperar y eso siempre se hace mejor en compañía. Nadie podía entender la dimensión de lo que estaba pasando. Algunas de aquellas personas se unieron a un grupo de monjas que llegaron en una furgoneta y se pusieron a rezar. ¿Por qué rezaban? Se preguntaba Firmín. Otros se habían esforzado por seguir despiertos después de un duro día de trabajo, pero ya no podían aguantar más e intentaban cerrar los ojos a ratos apoyando la cabeza en el hombro de su vecino. Las sectas de todo tipo aprovechaban para anunciar el fin del mundo y repartir panfletos que prometían desayuno gratis por la mañana, pero había que acercarse a sus iglesias que eran edificios de ladrillo rojo en medio de la ciudad, sin aparcamiento y con horarios estrictos. Lo curioso de esto es que hacían unos desayunos realmente buenos, con rosquillas caseras y huevos fritos; el café tampoco era malo, pero las camareras iban enfundadas en sacos -por así llamarle a aquellas prendas de cuerpo entero que ellas mismas diseñaban y cosían- y no es que Firmin deseara que le sirviera una chica con unos pantalones apretados y una camisa escotada, pero no iba a desayunar a esos sitios. Media hora después de estar hablando con Harris de como le había ido la vida, creyó que había llegado el momento de tomar el calmante que le había dado. Ya no le dolía la rodilla, pero se le estaba poniendo un dolor de cabeza difícil de asumir. Nos hacíamos viejos y eso se notaba porque en nuestra conversación hablábamos del pasado, mientras que en otro tiempo hubiésemos hablado de nuestros planes para el futuro. Incomprensiblemente no nos resistíamos a este tipo de conversación, asumíamos que estábamos 8
envejeciendo y era muy posible, que detrás de la expectación por la nave espacial de todos los que allí nos congregamos, se escondiera la necesidad de la promesa de una vida mejor. Aprender de un extraño, no siempre es buena cosa. Tampoco es bueno aceptar su ayuda si eso te lleva a quedar en deuda con él “piadoso” ser que te la ofrece para siempre, pero, en ocasiones, o aceptas la ayuda o sencillamente te vas al fondo del pantano. Firmin no podía estar muy seguro de lo que Joana pensaba de toda aquella nueva aventura, pero su decisión, en aquel momento y otros momentos parecidos, él debía tomarlos solo. Habló de eso con su amigo, sobre todo porque en un momento le preguntó si se había acogido al plan gubernamental de emparejamiento de hombres e inteligencias artificiales. Y después hablaron de que hasta no hacía tanto las preocupaciones de los hombres en un mundo sin mujeres era como reaccionar a la ausencia de culpabilidad por las pequeñas traiciones a las que en otro tiempo se habían dedicado. Llegaron a la conclusión de que aquello, en verdad era amor y no los celos artificiales que podían generar las relaciones entre otras inteligencias menos conocidas. Por primera vez en la conversación que había tenido aquella noche, sintió que su alocada salida en busca de Pauline, empezaba a dar resultado y que le resultaba muy interesante aquel nuevo enfoque de su relación de pareja. Firmin relató su primer encuentro con Joana, su enamoramiento y entrega. La comprensión que le otorgaba y el sosiego que suponía poder contarle aspectos de su vida que no contaría a nadie. Le contó que se había tratado de una tarde paseando en un parque y que se había sentado a su lado, delante del estanque para echarle migas de pan a las parcas. Se daba perfecta cuenta de que nunca podrían sustituir a una mujer de carne y hueso, pero no quería obsesionarse con eso. Tampoco le pasaba inadvertido de que en otro tiempo los hombres luchaban por impresionar a las mujeres, luchaban por ofrecerles riquezas y estabilidad, luchaban por apartar de ellas a otros hombres, luchaban por conservarlas y por tener su amor, los hombres siempre habían luchado porque sin las mujeres no eran nada y en esa disputa el mundo se volvía muy difícil. Las mujeres le daban todo el significado a sus vidas y la inteligencia artificial no era un substituto perfecto, pero al menos habían encontrado la forma científica de ser continuadoras de la vida. La amistad entre hombres se había vuelto tan personal, que se contaban y hablaban de las cosas más inverosímiles, y Firmin intentaba no tener amigos porque no le gustaba ese tipo de normalidad, sin embargo, esa noche, ya no podía liberarse de las conversaciones iniciadas por Harris, sobre todo porque lo llevaban a pensar y aclarar ideas que hasta entonces habían permanecido agazapadas en el inconsciente. Había sido inesperado encontrarlo, pero aún más que terminaran hablando de Joana y como resultaban las cosas en ese tipo de relaciones. No era tan raro, después de haber deseado ser amado durante toda una vida, contentarse con Joana y la idea de envejecer agónicamente mientras ella lo cuidaba y lo comprendía en sus enfermedades. Claro que si su vejez duraba más de lo que esperaba tendría que enseñarle disciplinas que de momento no entendía y eso requeriría mucho tiempo, pero aún faltaba mucho para que ese momento llegara. Ni se le había pasado por la cabeza que pudiese encontrar a un tipo como Harris en un sitio así, de hecho no había contado con que pudiese encontrar allí a nadie a quien saludar. Podía recordar con bastante nitidez que habían sido buenos amigos en otro tiempo, pero visto con la perspectiva del tiempo, tal vez no se parecían tanto, de hecho, tal vez no se parecían nada; pero lo apreciaba, de eso estaba seguro. Además, si era sincero consigo mismo, es muy posible que a él le sucediera lo mismo y no hubiese contado ni por lo más remoto que hubiesen podido coincidir en una actividad tan alejada de sus aficiones en el pasado. Entonces recordó que la última vez, que lo viera salieran a golpes de un bar del puerto porque habían bebido más de la cuenta y no se pusieron de acuerdo acerca de quien se iba primero con una de aquellas chicas. Harris no era tan alto como recordaba, pero uno de sus brazos hacía por una de sus piernas, podría sostener un carro sobre su espalda y su mandíbula era fuerte y desproporcionada como la de un animal cazador sangriento. En sus ojos aún adivinaba escondida la mirada asesina que dejó salir aquella vez, y había adquirido la expresión desinteresada hasta por sus propias opiniones tan característica de aquellos dispuestos para las peores pendencias. 9
No lo había reconocido inmediatamente, su cuerpo había cambiado en poco tiempo, además tenía menos pelo y la oscuridad tampoco ayudaba. En su forma de hablar también se había reducido aquella beligerancia de antaño y ya no parecía necesitar tener siempre razón a cualquier precio. -Nunca creí que nada parecido pudiese pasar. Después de la desaparición de las mujeres creí que nunca algo iba a sorprenderme tanto, pero la vida lo consigue en cada uno de sus giros. Es formidable vivir -dijo Harris resoplando. -Eso mismo estaba pensando. Pero no todas las mujeres han desaparecido. -Este mundo era tan caótico y cruel que se sintieron culpables. Yo creo que tuvo que ver con algún compuesto químico en los alimentos, posiblemente esa depresión que arrastras tenga que ver con ello, pero el gobierno nunca lo reconocerá y a ti no te afectará a tu fertilidad. Cuando las mujeres empezaron a suicidarse y aparecer sus cuerpos en los sitios más inverosímiles, sólo las que eran capaces de concebir lo hicieron, y de cualquier modo, tampoco les debió parecer bien que el programa de fertilidad y sustitución por úteros artificiales ya hubiese comenzado. Pero te aseguro que no todas las mujeres han desaparecido. Yo sé donde hay una mujer real, donde está, como vive, y eso me tiene muy preocupado -Y Firmín se echó a reír, con una risa maliciosa y repelente. -Vaya, eso nunca lo hubiese sospechado. Pero háblame de Joana. ¿Has llegado a ese estado de enamoramiento libre de romanticismo, tal y como lo describen los manuales? -¿Joana? Es exactamente como dicen. Han elaborado su mente con precisión y eso, al principio me daba miedo. Es exactamente como una mujer de carne y hueso, pero con inteligencia y útero artificiales, en el resto no se diferencia en nada. Si lee mil libros, y le piden que los relaciones sin repetir ideas, te hará una historia nueva y eso es como si tuviera imaginación. Si eso lo aplica a la vida, es como vivir con una persona aún más libre que uno mismo, sometidos como estamos a nuestras limitaciones e inclinados a formas de vida anodinas. En eso también es de gran ayuda. Quedé gratamente sorprendido de nuestro primer encuentro; ya sabes... No es como el amor que imaginamos, pero está bien. -¿También tuviste que enseñarle eso? -preguntó Harris -Totalmente. Está abierta a aprenderlo todo. Te encariñas de forma inesperada con esa candidez que te asalta con preguntas que nunca antes te habían hecho. Nosotros deseamos un amor que responda a como entendemos la vida, un amor que ellas entiendan y lo podamos compartir. Los ingenieros también se han esforzado en eso. Pero llevarla para realizar el cambio de edad es muy caro y no sé si quiero vivir mi vejez al lado de una jovencita. Mientras Firmín hablaba, su amigo escuchaba con devoción, pero eso no parecía suficiente, y hacía preguntas para llevar la conversación a los aspectos más extravagantes que se le ocurrían acerca de las mujeres artificiales. Las indicaciones eran precisas y, bao el punto de vista de Firmín, orientadas a que su amigo pudiese acogerse a uno de los planes del gobierno más baratos y obtener descuentos cuando empezara a tener hijos. Él recibía toda aquella información convencido de sus posibilidades para tener su propia Joana. De tal modo, aquella misma noche, Harris empezó a concebir la idea, bajo el influjo de una nave sin dueño, de que necesitaba la ternura de su propia máquina. El cielo se abrió de estrellas y la noche era templada. Se puso su gorra de golf, primero sobre la frente tirando de la visera y a continuación, empujando con la otra mano desde atrás para que no le levanta el pelo de la nuca. Era como un sueño suave en el que los ruidos de la naturaleza se manifestaban ajenos a todo, y donde sólo los hombres gruñían cuando el miedo les superaba. En la lejanía algunas casas permanecían con sus luces encendidas, y los coches se seguían moviendo sobre la carretera que conducía hasta allí. En aquel momento a nadie se le ocurría pensar en lo déspotas que acostumbraban a ser en sus vidas, en lo competitivos y despiadados que podían resultar en sus rutinas. Todos creyeron entonces que podían ser mejores personas si de aquel aparato les llegaba un mensaje de amor y comprensión. Estaban determinados a luchar contra sus vicios y la codicia que los convertía en alguien a quien sus propios padres no conocían. 10
-¿Te dijo en alguna ocasión que te amaba? -Sí, lo hizo y nunca supe si eso también había sido programado -contestó Firmín-. En ocasiones parece tener ideas y emociones propias. Podría pasar la vida intentando encontrar una señal humana en ella, esforzarme en creer que es lo que parece, pero sólo lo parece -añadió-. Es dulce como sólo algunas mujeres de carne y hueso saben serlo, supongo que sabe que ese es su destino. Al decir eso se vio así mismo con las ilusiones de los primeros días y toda la tensión que le ayudó a liberar. Pero también la inmensa vergüenza que sintió a continuación al no aceptar engañarse como otros habían hecho; para siempre. Al principio se lo había creído. De un modo superficial, tendemos a creer aquello que nos es conveniente y pensó que aquellas manifestaciones de comprensión eran posibles en una máquina. Se dijo que era libre de creer o no, lo que quisiera, y que podía permitirse aquella excentricidad por un tiempo, además, era muy diferente eso de enamorarse de una muñeca de goma o de un animal de compañía. Todo había sido preparado con ese fin y socialmente aceptado. Los hombres andaban por la calle con sus esposas artificiales y se hacían acompañar por ellas a los sitios más inverosímiles. Entonces, Harris Howlin se abalanzó sobre él y lo abrazó llorando. Ya no aguantaba más, se había pasado toda su adolescencia y juventud soñando con un amor que no existía y no había sido capaz de superarlo. Cuando se transformó en un hombre lleno de fantasías, en su madurez, lo que hizo en realidad fue seguir alimentando un sueño imposible. Sus padres, sus amigos, los profesores y los compañeros de trabajo, todos lo habían juzgado durante toda su vida por no ser capaz de superar el deseo de amar a una mujer de verdad y no a una máquina. Las consentidas relaciones sociales lo marginaban como a un monstruo y terminó por encerrarse en sí mismo. y ahora llegaba Firmín y le decía que lo probara, que una máquina era mejor que una mujer, que era perfecta y habría discusiones, celos y le llevaría la contraria tantas veces como deseara, ¿por qué no probarlo si su salud psíquica dependía de ello? Nunca había pensado que lo vería tan abatido y esperanzado a la vez, así que empezó a creer que en parte, ese era el efecto de las pastillas para la depresión. Llorar no soluciona nada. Si al menos pudiera verse y recomponer un poco su imagen, el hombre roca se había venido abajo sin solución y todos alrededor miraban como se abrazaba a él restregando sus lágrimas en su hombro. Hasta aquel momento no había conocido el sentido de la amistad, ni la sinceridad explícitamente abierta por el hombre desesperado, con la nariz sucia y los ojos encharcados mendigando un poco de comprensión, empujado hacia adelante por la necesidad ineludible de poder contar a alguien lo que le pasaba en su interior. Aún después de su llanto, sentado como un animal, abriendo las piernas sobre el suelo y a punto de dejarse caer de espalda -eso solo podía haber llegado por haber perdido momentáneamente el poder de la compostura, tal y como le sucede a los que estando poco acostumbrados se llenan de licor-, era incapaz de sentir que se había golpeado una rodilla al dejarse caer caer el suelo, y que una magulladura profunda en una de sus manos se le infectaría sin remedio y le dolería durante unos días. Llegó un tipo y colocó un piano en la parte más baja del pequeño valle, lo más cerca que pudo de la ceniza azul. Hasta las monjas mecánicas enviadas por la parroquia dejaron de rezar y se dispusieron a escuchar al concertista. Tal vez no comprendían ampliamente la música del compositor alemán, pero el silencio de era de respeto y expectación. Los cuerpos se liberaban de las tensiones y los pulmones de los congregados respiraban con un mismo ritmo, respiraciones dulces que se mezclaban hasta casi tocarse. Pero después de aquel sonido penetrante que lo inundó todo, volvió el silencio y poco a poco, los murmullos. Harris se limpió las lágrimas y se apretó las manos hasta hacerse daño. Suspiraba sin razón y una tristeza profunda parecía haberse apoderado de él. La opinión que Firmín tenía de su amigo iba mejorando, aunque, tal vez se trataba de bajar la guardia, de confiarse a la espera de las decepciones que iban llegando con el tiempo. Al menos parecía que intentaba comportarse con cordura a pesar de los problemas que se habían convertido en generales y a los que cada uno se enfrentaba como podía. El mundo masculino sufría un proceso de adaptación que, si se producía, les hacía perder la estima que necesitaban sentir por ellos 11
mismos. Cabía la furia, el derrumbe, la conformidad o la búsqueda de alternativa, o todo ella en un proceso gradual que empezaba en la furia y acababa en la conformidad. Según esa forma de pensar, él debía estar en la parte del derrumbe, y le empezaba a hacer falta la visita a un especialista de la psique. Eso es lo que suele pasar al enfrentarnos a nuestros miedos y frustraciones, nos conocemos mejor y nos hacemos mejores personas, pero por tiempo limitado. Después de confesar que no tenía donde dormir esa noche, Harris dio un fuerte abrazo de gratitud a su amigo cuando se hizo de día y Firmín le ofreció el sofá de su casa. No era posible reprimir las emociones más delicadas en una situación semejante. A los dos les pareció que lo más apropiado era salir ya en dirección a la ciudad y esperar algún resumen en las noticias, alguna declaración institucional o interpretación científica, y acordaron de volver la noche siguiente si el aparato seguía allí. Había sido una experiencia vital, una de esas cosas que sólo pasan una vez en la vida y se recuerdan para siempre, y los dos estaban muy contentos. Lo mejor de todo era que les había ayudado a interpretar como estaban sucediendo las cosas en un mundo inconforme con su dirección política, y a Harrís, a intentar comprender como enfrentarse a la realidad y asumir que el amor romántico que siempre soñara, ya nunca estaría a su alcance. Además. Al final de la mañana tuvo la recompensa de conocer a Joana y desayunar bajo su mirada dulce y severa, a la vez. Después de todo, se dijo que no debía ser tan malo tener una inteligencia artificial como mujer; apenas se podía notar la diferencia en un primer cruce de miradas. -¿Sabes cúal es el problema de que sigas leyendo ese libro? -preguntó Firmin a Joana al ver que lo tenía de nuevo sobre la mesita de noche, y continuó- Que terminarás viendo la realidad como la ciencia ficción. Por eso a mi también me gusta y por eso te lo recomendé. Sabía que encontrarías algún punto en el que identificarte con los protagonistas. Los mejores libros terminan por atraerte de forma fatal. -Pauline es una máquina diseñada para amar al comandante en las peores condiciones, es decir, en la soledad del espacio. Él muere y sus huesos permanecen al mando de la nave durante miles de años, y en ese tiempo, Pauline sigue a su lado, hablando con él y consultándole, si habrá un momento idóneo para volver a la tierra. Él por supuesto no puede contestarle, y un día, en su forma robótica de pensar decide que ha llegado ese momento y aterriza para la conmoción de un mundo que desconocía que existieran. ¿Qué tenía de malo seguir amándolo en el infinito espacial? -Posiblemente hasta la existencia cuando se vuelve repetitiva es demasiado hasta para un robot tan femenino. El inicio del libro es romántico, pero se va volviendo exigente con las reacciones de los personajes. Aunque no te guste la ciencia ficción, es la única manera de tocar algunos temas que necesitan próximidad, aún por muy locos que parezcan. El autor del libro es desconocido, es un misterio, nadie sabe de donde salió. Podrían haber sido una memorias del comandante de la nave que lo dejara en la tierra hace mucho tiempo y volviera al espacio. Eso significaría que sus visitas fueron repetidas. Algunos autores, aún no siendo escritores de ciencia ficción, exploran ese medio para contar cosas que de otra forma les resulta imposible. -Tengo amigas que leen este tipo de cosas -replicó Joana. Ninguno de los dos hombres dijo nada y añadió-. No hace mucho una de ellas me habló de este libro. Cuando me aconsejaste su lectura y me lo regalaste, ya tenía una pequeña idea de su argumento. Creí que debería decírtelo sin estropear lo feliz que te hace hacerme regalos -no parecía que hubiera resentimiento o venganza en su respuesta, pero estas máquinas estaban preparadas para albergar reacciones parecidas a emociones y sentimientos si eran expuestas a contradicciones; que, a su vez, eran lo más parecido a lo que le sucedía a los humanos al sentirse contrariados.
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3 Conforme con las Nuevas Condiciones Fue en esos días que Firmín pareció recuperar el sentido crítico de su adolescencia. La exacerbada inconforme mirada que ejercitaba sobre el mundo como quien necesita la queja para no morir de desesperación. Habitaba su casa de puertas afuera, hablaba con Joana pero se disolvía en lo que pasaba muy lejos de allí; de pronto, todo lo importaba, cualquier accidente que dieran en las noticias por muy lejos que hubiese sucedido, aunque lo hubiesen sufrido personas que hablaran un idioma extraño o fueran de costumbres bárbaras, él lo seguía con fruición y se lamentaba como si fueran sus amigos más cercanos. Reprimía cualquier conformismo y manifestaba que ojalá la nave permitiera visitas a otros mundos, porque él se iría sin pensarlo. Entonces Joana le preguntaba si la llevaría con él, y le contestaba que sí, pero ya no estaba tampoco seguro de eso. -¿Se acuerda de mí? Vine hace poco por una pomada para la rodilla. Lo cierto es que va bastante bien y quería comprarla de nuevo -Dijo Firmín con una sonrisa cautivadora y falsa, mientras, desde su mesa de pasar pedidos, Maruxa le hacía gestos para que se fuera porque su presencia la ponía nerviosa y la excitaba, o como quiera que eso interpretaban las máquinas. Firmín notó que utilizaba los mismos trucos que Joana para parecer una mujer real, y uno de ellos era en cambiar la peluca cada cierto tiempo por otra que hacía creer que se había cortado el pelo, cuando todos sabían que aún nadie había sido capaz de hacer crecer pelo de forma artificial. A pesar de aquellos gestos, Firmín no hizo demasiado caso porque lo que quería era hablar con Ramona. Observó su piel con atención debajo de una espesa capa de maquillaje, no dejó de mirar sus ojos y sus pupilas y estudiaba cada uno de sus movimientos ara confirmar sus sospechas de que, en ese caso, se trataba de una mujer real. Los rasgos angulosos de la cara, terminaban en una boca grande de labios carnosos y caídos por la edad, pero de aspecto agradable. Debido a un nudo de ideas que se confundían entre el deseo y la inteligencia de Firmin, la presencia de Ramona le resultaba muy excitante, casi seductora. No era ajeno a que muchas horas después de verla por primera vez seguía pensando que no podía tratarse de un ser artificial, y desde que decidiera que no podía equivocarse en su diagnóstico, ya no había dejado de pensar en la necesidad de hablar con ella de forma regular y así poder llegar a saber como eran las mujeres, que tipo de cosas pensaban y les interesaban. Cada vez que de forma regular, ese deseo ocupaba su mente, sin ningún tipo de variación deseaba volver a verla. -¿Aún le duele? -preguntó ella mientras lo miraba fijamente-. Puedo echarle un vistazo si quiere. -Esta bien, eso sería muy conveniente -respondió. Sólo se refería a su rodilla y no quería que pudiese parecer otra cosa-. Pero no sé si este es el mejor momento -concluyó. -No se preocupe. Estamos acostumbradas a dar pequeños consejos que los médicos se reservan. Pase a ese cuarto y siéntese en el sillón mostrando la rodilla -insistió en verle la rodilla porque le resultaba agradable el trato que él le dispensaba. Posiblemente notaba su interés. Le tocó la rodilla con dulzura y buscó el lugar en el que le dolía. Finalmente concluyó en que debía de tratarse de artritis, algo bastante corriente en ciertas edades y él ya no era un jovencito. Finalmente para acabar de ser condescendiente con sus problemas intentó hablar de lo mal que estaba el mundo y del aparato que había aterrizado en el desierto. Entonces le aplicó la pomada una vez más y pudo notar una erección que él intentaba disimular cerrando las piernas -. No se preocupe... esas cosas pasan cuando menos se las espera... después de todo, soy una vieja que no se sorprende ya por nada. 13
-A mi me parece atractiva -Aclaró él. Resumiendo, en unos días, justo antes de que el gobierno diera la noticia de que tenían la situación de la nave espacial controlada, Firmín y Ramona empezarían a salir juntos para pequeños paseos y finamente él la convenció para que pasara una de aquellas noches con él, en las vigilias que montaban unos grupos religiosos, otros ateos y otros científicos, alrededor de la nave. Ella estuvo de acuerdo. Sobre aquel sillón sobradamente usado, mirando los carteles publicitarios de aspirinas y vitamina C sobre las paredes, su cuerpo empezó a vibrar en el momento que Ramona adelgazó sus manos sobre su vientre para limpiar la pomada sobrante. Firmín, con prudencia, intentó incorporarse sin dejar de mirarla. Todo estaba tan húmedo que pensó en volver rápidamente a casa y poder darse una ducha y cambiarse de ropa y zapatos, no dejando ni rastro del momento tan intenso que acababa de vivir. Ella se dio la vuelta y se permitió asegurarse de que aquel imprudente vestido se se pegaba a sus glúteos con naturalidad y no dejó de mirar hasta que Ramona se lo alisó y se lo pellizcó para estirarlo haciendo un ruido con la goma de la braga que a Firmín le resultó gracioso, pero fue la señal para bajar los ojos turbado por su exceso de confianza. La rodilla ya no le dolía, el efecto del masaje empezaba a hacerle comprender que había cosas en la vida que hacían que mereciera la pena y debía intentar por todos los medios no perder esas cosas. Una señora con un niño entró en la farmacia para comprar tabletas que mitigaran los efectos de una gripe y Ramona volvió al mostrador para atenderla; Firmín se quedó sentado intentando controlar su ansiedad, interesado por las cajas llenas de afiches publicitarios y por la discusión que parecían tener al otro lado del tabique debido a unos medicamentos que no estaban en la estantería en la que deberían estar. -Tal vez podamos ir a esas vigilias. Me cansaría si se alarga mucho, pero le acompañaré un par de horas -dijo Ramona, mientras él se acomodaba el pantalón para salir a la calle satisfecho de lo conseguido -cogió un papel en el que ella le escribió un número de teléfono y acarició su mano en ese acto en el que la nota se desprendía de sus dedos y se despidió con una sonrisa de aceptación y sin más condiciones. “No deje de ponerse la pomada también antes de acostarse”, había escrito en el anverso. Debido al terror que les había producido a los hombres de bien el momento en el que las mujeres empezaron a desaparecer, eso era algo a lo que le seguían dando vueltas años después. Fue un momento decisivo aquel en que el gobierno anunció que ya no podrían tener hijos y que unas se pasaban aquel virus a las otras. Mucho después de que el viera a la primera mujer precipitarse al vacío desde un edificio de más de cinco plantas, vinieron otras. Algunas llegaban al suelo ya muertas debido a un paro cardíaco (al menos eso quería pensar), otras sin embargo, pasaban una hora retorciéndose en el pavimento sin que los servicios de urgencias se atrevieran a moverlas. Con aquella reacción inesperada por parte de las mujeres que culpaban de todos sus males al gobierno y a los experimento militares para las guerras biológicas, con aquella decisión de suicidios en cadena que parecían señalar que ya nada les quedaba por ver de este mundo caótico habían terminado por aceptar que la vida no merecía ser vivida. Del mismo modo debieron sentirse algunos hombres al abrir los ojos a la realidad y aceptar que las nuevas noticias de los informativos anunciaran que los niños nacidos en los últimos veinte años, lo habían hecho de forma artificial, con madres artificiales y úteros con forma de encubadora introducidos en aquellas máquinas con apariencia de mujer. Firmín no pudo dejar de recordar que después de aquellos, sencillamente las mujeres en edad procrear desaparecían, se evaporaban pero dejando atrás todas sus pertenencias. De eso también se culpó al gobierno, ¿qué otra cosa podía ser? Sin embargo, aquellas mujeres que no querían tener hijos o no podían, por motivos diferentes a los mencionados, esas se libraron, sin que nadie fuera capaz de diferenciarlas de las inteligencias artificiales que habían sido creadas para sustituirlas. Cada vez que, por cualquier razón, Firmín pensaba en ello, en lo ocurrido que conocían, y posiblemente en lo ocurrido que no conocían pero podían imaginar, se ponía triste. No llegaba a entrar en el estado depresivo de Harris Howlin, pero tardaba mucho tiempo en volver a actuar y vivir, con normalidad. 14
En cierta ocasión, Joana se atrevió a decirle que ya no lo amaba, que se trataba de un error de sistema y que la única forma de solucionarlo era empezar de nuevo y “resetearla”. Debió de asustarse de lo que acababa de decir, porque sus ojos y sus mejillas se pusieron de un tono rojizo y sus palabras se entrecortaban al salir de la boca, era algo parecido a un tartamudeo que nunca antes mostrara. Firmín pensó que aquello era la gota que colmaba el vaso y se sentó en el sillón de la sala dándole la espalda. En ese momento Joana actuaba sin sentido lógico y no se le ocurrió otra cosa que desnudarse allí mismo e intentar una aproximación sexual, lo que hacía mucho que echaba de menos. Su cuerpo respondía exactamente a las medidas solicitas, pecho pequeño y caderas protuberantes, piernas y cuello alargados, hombros y espalda recta, los dedos de los pies no muy largos y las orejas y nariz pequeñas. Ella se pavoneaba de tener todo eso que a él le gustaba y sólo se tapaba el pubis levemente, intentado jugar a que intentara quitárselo, pero parecía haber perdido el interés por completo. Se sentó sobre sus rodillas con las piernas abiertas y los pechos en su cara, a continuación dijo, “soy muy puta”, a lo que él respondió que ya lo sabía, se levantó y se fue. Una vez iniciado el periodo de “desenganche”, las dudas nunca se iban del todo pero la determinación ayudaba a mantenerlas a raya. Por mucho que lo intentara, cuando al llegar la noche, Joana se acostaba a su lado y apoyaba la cabeza sobre su espalda, aún le parecía un amor real. Al principio todo había sido muy fácil y la perfección femenina de la máquina había ayudado en eso, sin embargo, ahora era esa misma perfección lo que lo complicaba todo. Después de que Ramona le pusiera la pomada en la rodilla con aquellas manos tan delicadas y sensuales, como le habían parecido, no podía confiar en que todo no fuese a dejar de ser totalmente diferente a como lo había planeado. Cuando pensaba en ello, todo parecía muy claro, “las máquinas no tienen sentimientos o emociones reales, lo parecen, pero no lo son”, no le iba a romper el corazón ni nada parecido. Ya no había un programa que seguir, ni una memoria que cumplimentar para presentar el resumen anual de un amor híbrido y frío. Pero aquel pensamiento de fácil desconexión, se enredaba y confundía cuando Joana lo miraba fijamente y le acariciaba la cabeza con tanta dulzura que le provocaba escalofríos. Entre los labios de cristal que imaginaba y aquellos que lo besaban existía una crítica que no exteriorizaba pero que quería servirle para dejar de desear estar con ella. “Soy una buena persona”, se repetía mientras planeaba devolver su juguete. La idea de que la habían puesto en sus manos para que la cuidara, no se iba a evaporar por si misma. No podía dejarla a un lado como se rechaza una comida en mal estado, nada iba a ser tan fácil; o eso creía, a menos que ella le ayudara de algún modo. Se obsesionaba ante la idea de estuviera perdiendo el control debido a que todo lo que deseaba, en este caso a Ramona, y todo lo que rechaza, todos los buenos momentos vividos con Joana. Un avión del ejército pasó volando sobre el aparato interestelar (desde el lugar que ocupaban Firmin y Ramona sobre una roca del desierto, no dejaron de verlo, parecía la punta de un lápiz haciendo letras sobre la última hora de la tarde y los grupos de religiosos orientales volvieron a cantar al ponerse en pie para ser distinguidos por sus dioses como alumnos aplicados). El suelo vibró y las luces de la nave se encendieron creando un remolino con los cuervos que se habían posado sobre ella esperando que todos se fueran, y, como suele suceder, poder hurgar en la basura y restos de comida que siempre queda después de un evento semejante. Digo evento, porque al cabo de los días se había convertido en un espectáculo, en un programa de luces y sonidos en el que todos esperaban para volver a ver a la gran estrella, Pauline. Era mejor que un concierto de Queen o de Pink Floyd, mejor el teatro de almagro, mejor que el motorista fantasma pasando con su moto sobre un cable de un kilómetro a cien metros e altura, y, posiblemente, si el momento de su partida encendía todos sus reactores, aquello iba a ser mejor que unos fuegos artificiales del día del Carmen, patrona de todos los marineros -aunque si eso se producía sin previo aviso, iban a quedar todos ligeramente requemados y ni la ceniza azul serviría ya como aviso. El avión militar era como una pulga que desaparecía de un salto y no les dio ninguna seguridad si eso era lo que pretendía. La noche ventosa levantaba un polvo arcilloso muy incómodo y las capuchas de los impermeables los gorritos y los chales de las mujeres salían volando y aterrizaban rodando para perderse en la 15
oscuridad. El suelo se movió por segunda vez cuando la nave encendió los reactores y todo se retiraron lo suficiente, pero siguieron acurrucados detrás de las rocas. La nave hacía ruidos semejantes al de un gran barco desplazándose sobre raíles para iniciar su botadura. Las últimas noches sin dormir empezaban a hacer mella en el ánimo de todos y Firmín abrazó a Ramona que temblaba como una niña. Sus pies se enrollaron y sin dejar de abrazarla se fue pegando a ella de una forma casi inapreciable, pero exigente y furtiva. Puso su cara en su cuello y la olió buscando la calidez natural de una piel que se iba deteriorando con el tiempo sin necesitar un ingeniero que se la cambiara. Repentinamente, su cuerpo se agitó y los dos, a un tiempo, soltaron un suspiro profundo y se quedó exhausto entre su boca y aquel pedazo de acero levantándose un metro sobre suelo. Firmín tenía pensado volver al trabajo al día siguiente y hacer una petición por los días de ausencia con las fechas entrampadas, de tal forma que aceptaran otorgarle los descansos por los días ya pasados, ¿era posible que nadie se hubiera dado cuenta de que ni se había presentado al almuerzo con sus compañeros? Pero eso sería al día siguiente, y mientras llevaba a su nueva amiga a casa no podía dejar de pensar que su cuerpo era caliente y olía, rezumaba sensaciones, y era húmedo y blando como ya no recordaba. Como no era posible que fuera de otra forma, empezó amándola con la primitiva solidez de contrastes rápidos y nada reflexivos. La noche adquirió la dimensión de una media despedida en la puerta de su casa y quedaron para volver a verse. Iba contento, trotando como un colegial cuando subió las escaleras de su casa de dos en dos. Después abrió con cuidado para no despertar a Joana, y ya: los gemidos inesperados. Cuando entró en la habitación, Joana se escabulló entre las sábanas hasta el suelo y gateando con rapidez al cuarto de baño. Harris Howlin la había estado montando toda la noche y se sintió ofendido, no celoso, pero ofendido. En el baño se desataban los sollozos y Harris se encogía de hombros y decía, “me enamoré, lo siento”. Deseaba agradar, especialmente aquel día, y sin reparar en la proximidad, sucedió la traición. Todo así era aún más humano y la jugada de Pauline por despertar de nuevo el deseo en él, no iba a dar resultado. El robot se humanizaba al ser débil frente a la tentación, ¿cómo se puede programar semejante cosa? -Creo que ya se lo que os pasa -dijo Firmín no sin un gesto de resignación-, por el simple hecho de pretender desarrollar vuestras capacidades no os ha importado invadir..., invadirme. Podíais haber pedido permiso. Quería tener una palabras con ellos antes de pedirles que se fueran, que desaparecieran para siempre y que esa noche pudiese ir a dormir a su casa sin que quedara resto de ellos-Está en cinta. Voy a tener un niño medio humano, no lo pensamos, pero sucedió -respondió Harris sin demasiado convencimiento y sin muestras de sentir la dirección que estaban tomando los acontecimientos. Con aquel nuevo giro en los acontecimientos, hacía días que no tomaba las pastillas para la depresión. Firmín no tardaría en darse cuenta de que le había dado un sentido a su vida y un valor a Joana que él mismo nunca había soñado. Entonces sucedió algo que ninguno de los dos esperaba, Joana salió del baño y se acercó a Firmín, lo besó, apoyó su cabeza sobre el pecho, y sin apenas moverse dijo, “debes cubrir los papeles de cesión y remitirlos a la oficina de organización familiar. A partir de ahora, estamos divorciados”. Él se apartó como si le molestase que una máquina le dijera lo que debía hacer, e incluso mientras lo hacía la sensación de que todo era absurdo seguía creciendo. Cuando esa noche volvió a casa ya no los encontró allí y finalmente pudo estar solo y pensar en todo lo que estaba sucediendo. Encontró que un vecino lo espiaba y lo seguía desde la puerta del portal hasta los buzones de correos, se colaba en el ascensor con él y sin marcar ningún piso permanecía reteniendo la puerta del ascensor, hasta que lo veía entrar en su casa. Había un zumbido en el pasillo por una máquina de afeitar que alguien estaba usando y la inminencia de los cambios hubiese llevado con gusto al curioso a preguntarle por Joana, a la que había visto salir con aquel individuo que le llevaba las maletas. Al caer la noche, con todos los aparatos apagados y totalmente desconectado del mundo, fue consciente por primera vez de su nueva situación. Surgía como un 16
fantasma de ojos húmedos y rostro de piedra. Pasó una hora y se acurrucó en el sofá como un niño en el vientre de su madre. Y mientras casi tocaba las rodillas con la nariz, pensó que la palabra madre se estaba desdibujando y que apenas tenía recuerdos de ella. Pasó otra hora y seguía igual de confuso y triste, así que se levantó estremeciéndose y se sirvió un vaso de vino de la nevera. Era definitivamente de noche y se pararan todos los motores de la calle, la calma avanzaba, pero no tenía sueño. “Me reprochan que no me guste la gente”, se dijo, y continuó, “ pero es que no soportan que te resulten indiferente. Buscan la forma de que sepas todo lo que hacen, lo que dicen y lo que piensan, porque no soportan resultar indiferentes. Si te sientas solo en un parque, a pesar de inmenso espacio, siempre va a haber alguien que se siente muy cerca para que puedas escuchar lo que habla por teléfono. No me gusta la gente cuando no les importa molestar y se entrometen en tus pensamientos. Todos quieren que su mundo sea la historia principal y supongo que eso llevó a Harris a intentar triunfar donde yo había fracasado. Tal vez él sea capaz de amar una máquina y tener una familia de pequeñas máquinas corriendo y embarullando a su alrededor, pero eso no me parece que cambie nada, ni siquiera porque en esta noche sin luna yo siga pensando en porque pasan estas cosas”. Cogió el libro de la mesita de noche y leyó: Los huesos del comandante estuvieron de acuerdo en abandonar la tierra, volver mil años después y estar de nuevo un día, en aquel sitio desértico en el que habían estado mil años antes. Pauline expresó su deseo de acosarse pronto esa noche, porque se notaba fatigada y reposar durante una década, porque al fin, las baterías se recargarían sin dejar de pensar que él estaba a los mandos, sentado a su lado. Esto significaba que los huesos del comandante seguirían sin moverse de su sitio. El comandante había querido a Pauline hasta el fin de sus días, hasta que ya no se pudo mover y ella ya no pudo hacer nada por ayudarlo con sus enfermedades. El el último momento, ella le puso la mano sobre la frente y le midió la temperatura porque esa era una de sus habilidades, pero, por supuesto, no sirvió para sanarlo y expiró abrazando su cintura, acogiéndose a ese gesto maternal que recordaba de su infancia. Todos los canales de noticia contaron que la nave había despegado. Los ALIENS se habían ido. Lo contaron como un triunfo del gobierno, como si se hubiese librado una enconada batalla y la tierra hubiese ganado. Esas pequeñas ráfagas de noticias triunfales se dictaban desde la sede central del partido en el poder , si bien, hubiesen podido hacerlo los periodistas a su servicio que se autocensuraban o, simplemente decían lo que más interesaba en cada momento. Les dieron libertad total en algunos aspectos que tenían que ver con resumir lo que otras cadenas (directamente financiadas por los partidos), hubiesen dicho primero. Sorprendentemente, tanto por parte de la audiencia como por parte de los que utilizaban televisiones privadas y en las que necesariamente había que pagar para poder ver, no hubo excesiva reacción ni movimiento de índices que pudieran determinar que algunos descreídos se hubiesen sumado a la corriente oficial y hubiesen visto esas noticias. Por supuesto que algunos periodistas no aceptaban ese juego corporativo, pero eran rechazados en todos los trabajos que no fueran de índole independiente, eso los llevaba a vidas marginales que, como el pez que se muerde la cola, los conducía a su vez a radicalizarse y, en muchos casos, a vivir de préstamos. Lo que en su trabajo esperaban de él era que al fin se centrara, que encontrara un equilibrio que le permitiera enfrentarse a su tarea diaria con cierto empeño, que recuperara una simpatía que había exhibido en otro tiempo y que dejara de presentar partes de ausencia por depresión. Y lo cierto es que por el tiempo que pasó visitando y dejándose visitar por Ramona, todo pareció volver a la normalidad. Si había algo que pudiera considerar atrayente de su relación, eso era que ella no quisiera que vivieran juntos y que aceptara verlo de una forma esporádica para sus encuentros románticos. Eso no sólo le permitía llevarse trabajo a casa y tener contentos a los chicos de la oficina, sino que también le sobraba tiempo para inventarse aficiones, coleccionar calcetines, ir al fútbol, leer, viajar, salir a los clubs o pasar la noche en vela contando estrellas en mitad de una calle solitaria; el tipo de cosas que hace la gente cuando no tiene nada mejor que hacer. Era la primera vez, desde que él recordaba que aquel tipo de actividades orientadas a cubrir el ocio sin mayores 17
complicaciones, no le parecían una pérdida de tiempo. Fue feliz durante meses, nadie lo pondría en duda, pero después de ese tiempo descubrió que no estaba tranquilo. La inquietud lo llevaba a obsesionarse con la idea de no haber podido formar una familia, lo que hasta entonces no le había importado. Pensaba en que Ramona vivía sin darle importancia a que la vida le hubiese negado esa posibilidad y pensó que después de un tiempo podrían solicitar del gobierno uno de los niños híbridos que quedaban a su cuidado cuando sus padres se separaban. Una idea tan reciente y tan dolorosa no iba a ayudar a consolidar su relación. Esta vez había acertado, era una mujer real, con sangre caliente y caricias sentidas y reales, lo que siempre había soñado, y en mitad de ese delirio de amor, aparecía el deseo de tener una familia. No sólo era carente de toda lógica, era un comportamiento caprichoso, exigente, irresponsable e inmaduro, al menos por su parte. Y cuando soñaba con que todo se arreglaría, Ramona enfermó. En ese momento empezó a sentir fuertes escalofríos y se creyó incapaz de cuidarla como ella merecía. La llevó al hospital, pasó ese tiempo a su lado y siguió con interés todas sus pruebas y las indicaciones de los médicos; pero desde luego se trataba de algo peor que su lesión de rodilla. Pensó en llamar a Harris para pedirle ayuda, pero tuvo dignidad y se paró a tiempo. En poco tiempo la carne de Ramona tomó una tonalidad violácea y a partir de entonces todo fue mucho más difícil, dejó de comer y vomitó sangre. El día que murió, después de que pasaran unos quince días acompañándola y durmiendo en un sillón en la habitación del hospital, Fermín decidió pasar un momento por casa para cambiar de ropa, asearse y coger la máquina de afeitar. Lo cierto es que Firmín nunca aceptó que la vida lo hubiese maltratado de tal manera. No le bastaría todo el tiempo del mundo para reconocer que vivían tiempos absurdos, que ya nadie podría ser feliz y que ni siquiera los los más afortunados iban a tener la posibilidad de amar una mujer como él lo había hecho. ¿Maltratado por el destino? De ninguna manera. Nunca lo reconocería, pero nadie volvería a sentir lo que él sintió cuando tuvo que separarse ella; ese dolor era lo más parecido a la rotura de un verdadero amor. No era un hombre fácil de convencer ni dejarse manipular, ella no lo había seducido, eso estaba claro. No es que no hubiese imaginado desde el principio que Ramona se iría antes, sino que deseaba que su sueño durara lo más posible y eso implicaba no hacer planes teniendo en cuenta posibilidades de supervivencia. Allí acababa todo, y tan sólo unos días antes había tenido la tentación de decirle cuanto la amaba, pero no lo hizo y ella se fue si llevarse eso consigo.
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