1 Caballo Muerto En La Nieve Llega mi verdadera trinchera mi única defensa después de muerto, mi alba de renuncias para anunciarte, sin epitafios. Así desconocida me amenazas con tu extrañeza, papel que ardes sin aliento. Me da tanta luz y dulzura que me entierres ya sin sed del incesante delirio que fuiste en la tierra que me acoge, que tus enormes brazos tan necesarios para su batir de vientos me deslizan en una pista helada: caballo muerto en la nieve. Campanillas al cuello. Neones en las pezuñas. Una bala en un ojo. Ya me llegaba no saberte en el papel que juega la tarde. Me asalta un frío de cuello desnudo, fuera de toda interpretación, lejos de toda duda, armado contra toda tortura. No sé nada del ritmo de los muertos, de las campanas que no besan, ni de los pechos que desparramas y que alimentan las flores de la tumba paciente. Pero ya no puedo soportar tu risa, y cuidado conmigo porque soy incapaz de perdonar el duelo de tu cuerpo. Fui vencido sin estrategias para perderme una parte de tus promesas. Tus enormes bocas me tienen. Me desconcierta tu regazo en la comodidad de un cadáver. Y tampoco sé como decirte que he descubierto que antes que me instales definitivamente entre sueños apenas concebidos, debo ser insistente en esto, me entrego para que me abras el pecho. Para que me entierres eres parte de mi trabajo, me dejo, me arrojo, hecho un ovillo creador voy a ser discreto sobre mi y mi deseo. Ya no soy joven para morir para siempre, para caminar igual de fascinado, para no querer lo que nos decimos. Haces aparecer que me mencionas y es como tocarme y rescatarme del camino en el que me hice ruina y huesos. Eres tentación que conversa donde caben los espíritus creativos, donde el llanto de puta y la criatura que duerme inconsciente de la madre comprometida con el vaivén abusivo del jadeo. Eres puta, de luto, pero puta. Al principio creí que no eras obsesión, pero también podemos discutir al respecto. Pasan los días sin trascender, sin que me importe la atmósfera y sus caprichos, a pesar de de su alegría. Te afirmas sin noches y sin días, particularmente seductora, no sé como me dejé convencer hasta llegar aquí. Adherido a la sinrazón de ser un expulsado más. No soy un candidato difícil, me dejo convencer aún al saber que me empeoran los encuentros que me obsequias. Tales eran nuestras conversaciones cuando militar entre tus amantes aún me parecía intolerable. Concebía mi aflicción como un extremo irremediable de todo lo que me había sido dado, el muro exacto, eran aquellos primeros tiempos. Me acababan de instalar en el patio de los afligidos, en el limite de mi tiempo, en el lamento constante y en la baldosa sin llaves ni pasillo. Nadie puede afirmar que ya entonces hubiera leído las obras completas de los poetas más sobresalientes, cabía suponer que el tiempo es limitado hasta en el subterfugio de los condenados. Pensar en no tener mañana no nos librará de la necesidad de nutrirnos. Se abren novedades en un pozo de escolopendras, en la convicción de sus cien pies redoblando el manifiesto de la horca. Cascabeles de cobre inevitables como el resumen de un fantasma, silencio, al fin: la calma. Menos invocarte, ni arrastrarme a solas sobre la lágrima de la serpiente, atrapado por el precio que merezco. Podría intentar hacerme una idea de mis límites pero sería inútil, perdí la noción del tiempo y del espacio al aceptar ser tu huésped. Algunos de tus enamoramientos llegaron aquí mucho antes que yo, las cunetas están llenas de enfermos, se posan una sola vez y ya no son capaces de 1