1 La Respuesta Del Deseo Hacía mucho tiempo que no se sentía tan convencido de sus posibilidades. Desde que llegara a la gran ciudad había pasado por todo tipo de dificultades e incomprensibles desafíos. Todo era demasiado nuevo y desconocido para sintonizar a la primera de cambio. Había dejado curriculums en todas las fábricas portuarias, en los almacenes textiles, en empresas de transporte y en una fábrica de piezas para máquinas elevadoras, y no había recibido respuesta de ninguna de ellas. Hizo algunas llamadas de teléfono, pero lo tenían interminablemente esperando y le suponía un gasto adicional que no podía asumir, así que volvió a visitar aquellos lugares por segunda vez para preguntar si habían llegado los informes al departamento de personal o si había alguna respuesta para él, y una de aquellas chicas oficinistas que se ocupaban de la recepción y la centralita tuvo a bien decirle que tenían la plantilla al completo y no necesitaban a nadie. En algún momento que creyó haber iniciado un camino equivocado, acudió a una oficina de contratación dependiente del concejo. Le ofrecieron nuevas direcciones y revisaron sus curriculms haciéndole algunas indicaciones que los harían más efectivos en su propósito de impresionar, pero sobre todo de encajar en los lugares a los que iba a pedir trabajo. Esta vez sí, obtuvo respuesta, e incluso le hicieron alguna entrevista, pero nadie sabía exactamente como hacerlo encajar en sus planes. Tres meses después de llegar a la ciudad aún no tenía trabajo, le daban taquicardias, se le había puesto una tos nerviosa, por así decirlo, y apenas descansaba por las noches. Nada le salía conforme a lo esperado, así que Airtorm pensó que a esas alturas debía empezar a sospechar que otros como él se había visto en la misma situación y que aquello podía durar aún algún tiempo. Probablemente en ese momento tomo la decisión de tomárselo con calma, porque de seguir al mismo ritmo terminaría por enloquecer, o algo peor, sentirse fracasado. Fue en ese momento de transición en el que se encontraba, en el que un día encontró un mensaje en el buzón de voz de su teléfono. Le llegó de forma tan inesperada como incomprensible. Se trataba de los padres de una antigua novia; que ya no lo era, pero con la que guardaba una fuerte amistad. Lo invitaban a cenar y deseaban saber de él, pero Jennie, así se llamaba la chica, no estaría porque se había ido a estudiar al extranjero, ¿extraño? Cada plato fue llegando en su justo momento, de forma metódica y ordenada, en su punto de cocina y de calor. El padre de Jennie aclaró que, tenían ganas de verlo después de tanto tiempo, pero que, en realidad, había sido su hija la que había terminado de animarlo para que lo llamara. Airtorm pensó que aquello no tenía demasiado sentido, o al menos él no se lo encontraba, y lo había estado pensando desde que recibiera la invitación, pero estaba hambriento y eso era un punto importante a tener en cuenta para no rechazar tanta amabilidad. Después de que su marido se explicó convenientemente, la señora Sofita tomó el mando y el curso de los acontecimientos, y todo empezó a girar alrededor de Jennie, de sus virtudes, anécdotas y cualidades para defenderse en un país extraño. Él ya conocía muchas de aquellas historias, pero no dijo nada, no intentó corregirla si se desviaba, ni añadió ninguna cosa con la intención de, al fin, poder abrir la boca. Hubo algunos largos silencios, sobre todo mientras los camareros inclinaban sus bandejas sobre ellos para servirlos. Probablemente todos estaban seguros de que aquella reunión tenía que salir conforme a lo 1
esperado y así fue, no hubo sorpresas, nadie dijo nada que no conviniera y los deseos de Jennie, que parecía ejercer una influencia brutal sobre sus padres, fueron cumplidos. Hacia el principio del mes de Noviembre, se había acostumbrado a deambular por calles que apenas conocía. Posiblemente se encontraba en una calle de comercios porque lo había atraído el bullicio y las luces de esa hora dela tarde en que todo se ilumina. Iba sin prisa, y se detenía si era preciso porque algo le había gustado en uno de los escaparates, o simplemente por alguna escena que le había llamado la atención a través de ellos. Le hubiese gustado comprar un regalo para Jennie. Ella siempre se había portado muy bien con él y se sentía en deuda. Si reconocía la puerta de algún lugar en el que había solicitado trabajo, se quedaba mirando furtivamente y fruncía el ceño, como si le hubiesen causado algún perjuicio por no contestar a sus demandas; eso era lo más habitual. Los burgueses habituales iban cargados con bolsas de plástico y regalos envueltos en papel regalo, todo era muy consecuente con aquellas fechas, y conveniente para distraer sus vidas tan comprometidas; pero él no podía juzgarlos por eso. Algunas familias que se conocían de muchos años, o las que eran familiares, se encontraban en ese acopio navideño de figuritas de mazapán, angelitos de plástico para el árbol, juguetes y algún vino selecto que pondrían a buen recaudo hasta las fechas más señaladas. Se daban besos y abrazos y se detenían para preguntar por los ausentes, rogando encarecidamente que les dieran recuerdos y deseando volver a verse antes de año nuevo. Todo cerraba a esas horas, menos los comercios y las cafeterías que ampliaban sus horarios. Volvió a intentar establecer un punto de cordura en su pensamiento y reconocer su disgusto por aquella escena. Sin habérselo propuesto había dirigido sus pasos hacia allí y parecía disfrutar con el espectáculo, y era por esto que no podía renovar sus habituales críticas a una clase social y una forma de vida tan excluyente. Además, en un pasado no muy lejano, siendo niño, había asistido a un espectáculo similar, y del mismo modo se había dejado seducir por aquellas luces de colores, olvidando que en su casa no podían poner la calefacción porque no les alcanzaba el sueldo de su padre, y que al volver tendría que ponerse varias capas de ropa seca antes de irse a la cama. Una mujer cargada apenas con un pequeño regalo, posiblemente para su marido, aparece en la puerta de un centro comercial de cinco plantas, de los más grandes. Camina distraída y es obvio que ha ido al peluquero, le resulta conocida y, al mismo tiempo, sin que las dos cosas tuvieran que estar imposiblemente relacionadas, la relaciona con alguna amiga de su infancia, pero no es posible que lo haya superado hasta casi doblarle la edad. Sin esperar un minuto más, se decide y se dirige hacia ella sin la esperanza de encontrarla de nuevo a través de todos aquellos cuerpos embutidos en sus abrigos y algunos con sus paraguas abiertos. Se trata de la señora Sofita, y como si su vida estuviera de alguna forma relacionada con aquella familia se ofrece a ayudarla, ella lo mira con piedad y accede, pero él presiente en aquel momento que hubiese preferido seguir sola, que se siente decaída por algún motivo desconocido, o tal vez sólo sea cansancio. Existe una obligación en las forma que ninguno de los dos está dispuesto a vulnerar; el se ha ofrecido a ayudarla y ella a aceptado y ya nadie podrá cambiar eso sin una razón muy poderosa. Había una parada de taxis en los alrededores, pero no tan cerca como sería de desear y tuvieron que hacer una pausa en la puerta de un hotel, allí no soplaba tanto el viento y estaba iluminado, pero el portero no dejaba de mirarlos. Supuso que aquel hombre, en cualquier momento, les preguntaría si deseaban entrar, pero no lo hizo. Ese momento les sirvió para cruzar alguna pequeña conversación y permanecer tan juntos que casi se tocaron, y fue por eso que Sofita apreció su delgadez y se refirió a ella como una enfermedad. Tuvo que aclarar que no se encontraba enfermo, ni débil, ni nada parecido pero estaba adelgazando y que eso no era tan extraño en él. Ella insistió sobre ese tema sin ni siquiera esperar respuesta y a él le pareció de una presión y una curiosidad innecesaria. En aquel momento sintió la gana de salir corriendo, de abandonarla allí mismo con su curiosidad y sus paquetes e inventarse una urgencia que había olvidado durante un momento y lo obligaba a salir corriendo sin demora; tal vez una reunión de trabajo o alguna entrevista con su casera. En aquel momento de aproximación a una persona que conocía pero no lo suficiente, toda precaución le parecía poca y cualquier forma en la que actuara, insegura. Era la misma inseguridad de cuando lo abordaba un desconocido por la calle 2
con alguna historia increíble que no sabía a donde lo llevaba. Así se sentía, como si acabase de perder la iniciativa y estuviera al albur de otras impresiones diferentes a las suyas. Si al verla en la distancia le había parecido una mujer elegante, distinguida y de una belleza incontenible, lo cierto es que después de un breve paseo, lo ha hecho sentir tan centrado en sus propios problemas que le ha empezado a parecer vulgar y aburrida. Sofita conoció al señor Airtorm en una gran fiesta de sociedad que sus padres organizaron cuando ella estaba de lleno regocijándose en su adolescencia. Los dos habían nacido en aquella ciudad y estudiaron en el mismo colegio durante años. Habían realizado juntos los viajes al extranjero que demandaban sus estudios y en ese tiempo decidieron como iba a ser su vida, a lo que se iban a dedicar, cuantos hijos iban a tener y como iba a ser su casa, pero al señor Airtorm la vida le deparaba heredar la fabrica de calzado de su padre, y a ella dedicarse a esa ocupación de las damas sin otros intereses más importantes que ser las esposas modelos de sus maridos. Cuando menos lo esperaban les había llegado Jennie, y desde entonces su vida se había encerrado en las cuatro paredes de su casa sin que nadie le pusiera remedio. No era una mujer frágil pero a todo el mundo se lo parecía, y tal vez, ese fue el motivo por el que accedió a acompañarla a casa. El tiempo que duró el trayecto en el taxi se lo pasó pensando en cual podía ser el motivo por el que hubiese visto a aquella mujer, en una ciudad tan grande, dos veces en tan poco tiempo, y poco después cuando llegaron a su apartamento y ella se empeñó en hacerle algo de comer, por qué cuando la veía, acababa siendo invitado a comer. El trayecto en taxi fue corto y lo pasó en silencio, salió el primero y esperó mientras ella buscaba su cartera en el bolso. Los dejó justo enfrente de un enorme edificio de piedra y delante de la enorme puerta pintada de rojo, y gruesos barrotes delante de dos tiras de cristal vertical en cada hoja. Se removió con eficacia para recomponer el equilibrio de los paquetes y subir cuatro peldaños antes de apartarse para que ella pudiera introducir la llave y girarla con decisión, con un “vamos”, que le sonó como una orden; no dijo nada, aunque le hubiese gustado decir, “de acurdo, pero sin prisas”. Desde luego era evidente que ella empezaba a sentirse en un terreno que dominaba, pero rara vez se veía en una situación tan embarazosa. Si hubiese tenido el sentido del decoro tan desarrollado como otras vecinas esperaban de ella, le hubiese dicho que dejara los paquetes en el portal y lo hubiese despedido allí mismo. Al esperar el ascensor se cruzaron con un matrimonio mayor que ella conocía, y que la saludó con una sonrisa poco sincera, la mujer se quedó mirando a Sismic mientras se alejaba, y él le hubiese sacado la lengua pero se contuvo. Se mudaron de la gran casa familiar del padre de Airtorm al edificio de apartamentos porque quedaba muy cerca de la fábrica de calzado, y además, porque a Sofita la vida en las afueras se le hizo muy solitaria cuando Jennie empezó a viajar por sus estudios. Sismic sólo había estado tres o cuatro veces en aquella gran casa y había sido más que suficiente. No se encontraba cómodo allí, rodeado de tanta tierra dedicada a producir unicamente césped, y sin más distracción que admirar la decoración más cara de todos los alrededores. Pero como en aquel entonces el era aún unos años más joven, era vecino e iba a la misma escuela que Jennie, había sido muy bien aceptado por sus padres. El tiempo pasaba inevitablemente, y todo su cuerpo temblaba sólo con pensar que en algún momento volvería a ver a Jennie, que estaría hecha una mujer y que posiblemente sus nuevas costumbres y su visión internacional del mundo, apenas le permitirá reconocer en él los valores de antaño. La señora Sofita le puso la mano sobre el hombre para indicarle que pusiera las cosas sobre la mesa de la cocina y que la esperara allí porque se iba a poner un poco más cómoda. Él sintió aquella mano áspera rugosa y perfumada como la de una anciana de cierto peso, y nada era así, porque era una mujer esbelta. Se trató más de una caricia que apenas le tocó el cuello, y era una mano dulce y delicada, nadie comprendería ese sobresalto a menos que entrara en el corazón de sus miedos. Él parecía saber que detrás de la aparente frialdad del apartamento existía una vida, que durante un tiempo repetido, al cabo de los años se volvía inexorable rutina, y que nunca se sabe del todo si eso nos hace tanto mal como creemos. Siempre es lo mismo, en cualquier otro lugar hay un 3
descontento parcial muy parecido a éste, aceptando las condiciones en las que nos vamos metiendo, paso a paso, como en un túnel. Admitamos que, en realidad, la rutina nos salva de nosotros mismos, y que respirar a pleno pulmón, no puede ser como figuramos que el aire puede llegar a quemar y que no estamos preparados para prescindir de una vida que se ha construido como un mecano, tal vez deforme, tal vez le faltan algunas piezas, pero resiste. Admitamos que momentos tan libres como el que Sismic estaba viviendo ha habido pocos, y, en todo caso, habrá sucedido a una edad a la que él representa en estas letras. Más tarde, la vida nos va abrazando de compromisos, resoluciones y deseos que se nos cumplen pero que tienen sus contrapartidas. Para que todo sucediera así, tendría que no encontrar aquel trabajo que tanto deseaba, y que le daría dinero e independencia, pero en el que tendría que aceptar una forma ordenada de vida, y sobre todo, una reputación. Es posible que, durante un tiempo, aquello le hiciera feliz, pero debería dar cuenta de todos sus actos ante la sociedad, ante sus compañeros, vecinos, jefes, familia y policía; todos lo estarían observando para concluir si era merecedor de entrar en el club de “los mejores hombres, los que sirven al bien común”. Como le ocurría a otros muchachos de su edad, con sus estudios terminados y dispuestos a aceptar el reto de su impotencia ante el desamparo social, se sentía como un verdadero anarquista, rechazado por todos y dispuesto a poner en cuestión que la estructura que le permitía sobrevivir, no fuera, en realidad, un montón acrobático de privilegios que se cerraba en sí mismo y buscaba perpetuarse. Sismic se acercó a un frutero que tenía de todo menos fruta. A toda prisa empezó a curiosear entre las cosas que allí había, un reloj de señora parado en las tres de la tarde, un bolígrafo un pequeño cuaderno de notas, un transistor, una lupa -supuso que la utilizaba alguien que no quería reconocer que su presbicia había pasado todos los limites imaginables-, una cartera y medicamentos. Abrió la cartera, miró varias veces al salón a través de la puerta de la cocina; todo estaba en silencio. Se le ocurrió que cualquier otro, pasando por sus mismas necesidades se metería la cartera en el bolsillo, pero no él, sólo estaba curioseando. Se giró para aprovechar la luz de la ventana y ver con claridad. Una foto de Jennie con cinco o seis años estaba prendida en el bolsillo de plástico transparente pero, si la cartera era de Sofita, no había ninguna del señor Airtorm y eso le pareció curioso. Desde luego no quería decir nada, pero le hubiese parecido muy dulce que así hubiese sido. Había algunos dos tickets de la compra, documentación, un recibo de la luz y una tarjeta de crédito; nada de dinero. No había perdido de vista a la señora sofita desde que entraran , y no se había acercado al frutero, así que pensó que tenía que tener otra cartera con la que había pagado los paquetes que le había ayudado a transportar. Dejó todo en su sitio con cuidado y se sentó en la mesa intentando distraerse con un magazine dominical de algún periódico local. El apartamento de Sofita era un lugar tranquilo, silencioso, detenido en el tiempo. El año pasaba muy lento entre sus cuatro paredes y no solían tener visitas hasta el periodo previo a la navidad, en la que algunos parientes parecían acordarse de ellos y cumplían con un intercambio de formalidades de las que ellos también participaban activamente. Para cuando oyó que ella volvía apanas habían pasado unos minutos pero la había parecido un siglo. Sofita tenía un andar cadencioso y abandonado que hacía vibrar su bata hasta dejar sus piernas al aire, lo que recompuso en un momento mostrando un pudor que él ya le adivinaba. En ese momento intentó adivinar si, como comprometida burguesa, habría tenido algún amante o alguna distracción sin que su marido lo llegase a saber. Se movió en el salón y después en la cocina, sin apenas mirar a Sismic. Era imposible hacerse la distraída pero le hablaba sin mirarlo. Él se quiso levantar al verla llegar pero se lo impidió y le pidió que siguiera sentado que le iba a preparar algo de comer, y él obedeció. Ella intentaba que fuera un momento distendido y hablaba mientras lo preparaba todo, él por su parte parecía paralizado, reprogramando cada detalle, cada signo o señal que pudiera indicarle de qué iba todo aquello. Ponía todo su empeño en aceptar tanta amabilidad y aceptar las antenciones de Sofita sin poder ofrecerle a cambio una sonrisa. Sus ejercicios de interpretación no le iban a servir esta vez, y se dedicó a buscar en su pasado alguna ocasión en la que se hubiese visto en términos semejantes. Él sólo se había metido en una interpretación de cortesía de la que no era capaz de salir, 4
y en la que debería seguir hasta que ella decidiera que era suficiente, que había concluido, que le había dado todo lo que le podía dar y que el chico necesitaba. Pero ni siquiera por un momento sintió lástima de él, a pesar de verlo tan delgado y con cara de no entender nada. Ella tenía la situación dominada, y era muy consciente de que haberse puesto un albornoz bajo el cual no se adivinaba más que su ropa interior había sido una provocación porque, a su edad, Sismic estaba cargado de todos los deseos, pasiones y líquidos necesarios para que su cabeza en un momento semejante estuviera a un par de grados de la ebullición. Semejantes razonamientos los mantenía en un segundo plano, lo importante ahora, pensaba ella, era darle de comer y hacer su aportación a toda la energía que el mundo necesitaba. No había una incompatibilidad en encenderlo explosivamente, tal y como se enciende un charco de gasolina y alimentarlo como si se tratara de su propio hijo. Él seguía con su ejercicio evocando cada vez en el pasado que alguna mujer madura lo había mirado fijamente a los ojos, le había tomado una mano sin previo aviso o se le había acercado tanto que le hiciera perder el equilibrio sin una razón objetiva para ello. Tal vez, en su mundo, se trataba de una idea horrible a la que no quería enfrentarse, pero ella parecía mirarlo con indulgencia y eso aún lo empeoraba todo. Por un breve instante pareció comprender que si el señor Airstorm llegaba en aquel momento le iba a ser muy difícil explicar todo aquello, que hacía allí, por qué se estaba comiendo su comida y por qué su mujer cocinaba para él en albornoz y zapatillas. Estaba tan confundido que no se atrevía a mover, parecía una estatua de piedra, incapaz de rascarse, de buscar cualquier cosa en los bolsillos, de recomponerse sobre su asiento para ponerse más cómodo, y aunque estuvo tentado de toser levemente, no lo hizo. Nos vamos haciendo una idea de lo débil que se mostraba Sismic ante la presencia femenina de una mujer madura y segura de sí misma. Visto así, daba la impresión de ser capaz de todas las torpezas imaginables en estas situaciones, tal vez por falta de experiencia. Era la imagen del hombre débil, fácilmente manipulable, demasiado delicado, sin oposición, dejándose influir sin dar muestra de la más leve oposición, y permitiendo que se notara en cada movimiento o gesto su inquietud, inseguridad y flojedad de carácter. Habría traspasado los límites del modelo de hombre pusilánime con el que había convivido durante años en la presencia activa de su padre. Pero, si somos del todo objetivos, había pasado por momentos de dificultad que harían desangrar a muchos que parecían los más fuertes, y sólo si se encontraba realmente en aprietos descubriría esa parte de rabia que aún anidaba en él. Tenía la absoluta certeza de que la había estado oyendo hablar de algún tema que debía interesarle, pero al que no había podido dar la atención debida. Posiblemente se trataba de algo que lo enfrentaba a sí mismo y que ella exponía con la superioridad que se esperaba de su clase. Por lo pronto, descubría que detrás de su falsa familiaridad ejercía un pontificado que marcaba las distancias, actuaba defendiendo el amor al prójimo pero dejaba claro que la burguesía cuando actúa por compasión espera un poco de respeto a cambio. Ya que ella se aferraba a su condición primera, además de tener que explicar porque actuaba como actuaba, tendría que dejarse de remilgos si alguna vez deseaba o necesitaba que Sismic se sintiera un poco más confiado. Él siguió sentado mirándola a la espalda mientras ella cortaba unas rebanadas de pan y terminaba de poner en el plato lo que había cocinado, y en ese delicado momento momento de visión periférica, ya había aceptado con resignación huidiza que debía comer hasta las últimas migas, sólo por satisfacerla. No podía sentirse orgulloso por como estaban sucediendo las cosas, pero tampoco podía sentirse culpable de nada porque no había nada de lo que avergonzarse, si no traemos a cuenta algunos pensamientos indecorosos que iban y venían sin control. Sofita parecía ajena a todo, pero, ¿cómo saberlo...? La tarde fluía como un líquido templado, aceptado y mantenido. Le puso un vaso con vino blanco y eso tampoco era precisamente como para atormentarse, así que se lo bebía en apenas un par de tragos. En todo aquello había una ausencia total humor que no facilitaba en nada aflojar toda aquella tensión, pero no estaba seguro de entender cualquier broma que ella le hiciera, y tal vez no se reiría o lo haría escandalosamente, como un artificio del que no tiene gana de hacer algo pero lo hace. 5
A veces, el alma se empeña en nuevas arribadas, pasando por anhelos que creíamos olvidados. Nuestro pecho se llena entonces de tesoros y rebela frente a cualquier inconveniencia. Nos creemos en tales momentos el nido permanente, la flor del día capaz de un amor inmortal. Distinguimos las estrellas con una luz que nunca antes habíamos alcanzado y removemos nuestros cimientos en busca del definitivo consuelo. El discurso de Sofita iba cambiando por momentos, y se sentó a su lado mientras lo veía comer y le contaba de un sobrino que había tenido y al que, al parecer se parecía mucho. Seguramente no entraba en sus planes hablar de su sobrino desaparecido, pero acepta el reto de escucharla mientras mastica y levanta los ojos del plato para mirarla. Aquel sobrino había pasado mucho tiempo con ella en ausencia de su madre, y se había disputado el amor que le profesaba como si se tratara de su madre verdaderamente. Su ternura podía mostrarse como real en cualquier momento con cualquiera que lo mereciera y no se trataría de un falso sentimiento según dijo. Además, y por lo que parecía, Sismic no sólo se parecía a aquel sobrino, hijo de una hermana, al que había cuidado durante un tiempo, sino que le inspiraba sentimientos parecidos. ¿La estaría seduciendo realmente, como parecía, o todo se trataría de un juego estúpido y sin continuidad? No era posible..., si apenas había abierto la boca. Tal vez debería invertir aquella idea, y el seducido fuera él. Ella lo miró largamente esperando su respuesta, pero seguía sin saber que responder, y mojó el pan en la salsa del tocino y el huevo derramado llevándoselo a la boca mientras ella intentaba recomponer el faldón del albornoz que había dejado las piernas al aire cuando las cruzó. Así que ésta era la madre Jennie, la persona que había visto tantas veces, pero siempre en valores tan breves como un “hasta otro momento”. De pronto tomaba forma delante de él en todo su esplendor y decadencia. Ni siquiera la noche en que habían cenado con el señor Sr Airtorm se había quitado la máscara, y ahora, por algún incomprensible motivo para Sismic la veía tal y como era, sin maquillaje, sin ropa de calle, sin artificios y expresándose tal y como era, con acento del sur y comiéndose la mitad de las palabras. Casi podía oler su aliento, si se acercara un poco más notaría que sudaba mucho porque desde hacía unos años no era capaz de controlarlo. Posiblemente su vida no era la más adecuada para seguir controlando su figura, y había empezado a engordar y desesperarse porque le habían dado unas pastillas que la hacía ir al baño con frecuencia y no eliminaban aquel sudor insoportable, al contrario. En su cabeza seguían amontonándose ideas, críticas, agradecimientos, súplicas y deseos inconfesables, eso la hacía verla como una diosa, una mezcla de fragancias del baño, de gel de frutas, de colonia y tabaco, y de los vapores que su cuerpo intentaba eludir sin conseguirlo. En un momento, sin previo aviso, sus pezones empezaron a manifestarse duros y puntiagudos bajo el albornoz, lo que le hizo adivinar que no llevaba ni un sujetador, y eso lo puso aún más nervioso.
2 Asomos Y Maneras La cafetería Denys, era un lugar conocido por la hija de Sofita. La Navidad estaba cerca y eso la convertía en un lugar muy frecuentado porque allí cerca había un vivero con todo tipo de plantas, flores y arbustos y en aquella época todo el mundo parecía ir allí a comprar su arbolito de Nöel. Había pasado suficiente tiempo desde su encuentro con Sofita, tres semanas al menos (tal vez algo más de un mes), y eso le permitía olvidar los pormenores más estrechos y mezquinos de aquel 6
encuentro, y afrentarse a Jennie sin mencionarlo siquiera. En las semanas previas a la navidad solía hacer una visita a sus padres, del mismo modo que Jennie estaba haciendo en su regreso, pero ese año no parecía inclinado a ello, porque aún no había encontrado trabajo y no quería gastarse el poco dinero de su asignación estatal, y el que su propios padres le mandaban, en un viaje y en regalos. Para cuando llegó su café el lugar empezaba a estar demasiado lleno y él ligeramente incómodo, y la chica aún no había llegado. La respiración se volvía cansada, pero eso lo atribuía al largo paseo desde su habitación en el centro, y no tanto al humo o a las ventanas cerradas. Al fin se abrió la puerta y pudo ver a Jennie acercarse a su mesa con un abrigo rojo cerrado con un cinturón en nudo de la misma tela, encogiendo los hombros y sin demasiada dificultad en sortear a otros cuerpos. Se levantó observándola y moviendo una mano que a ella la hizo sonreír, en ese preciso instante él se preguntó, cómo podía ser de una belleza tan sospechosa y no haberse dado cuenta unos años atrás. Ella seguía actuando con la misma altiva normalidad de siempre, lo que él en otro tiempo había atribuido a que dentro de sus propios problemas era una muestra de piedad con él mundo, cuando ya había aceptado que por su parte viviría poco. También, en otra ocasión había creído que aquella actitud se debía a que ella necesitaba comprensión y que la quisieran, a pesar de todo, y por eso se comportaba con el mundo, por muy graves que fueran sus pecados, con absoluta condescendencia. Y entre unos pensamientos y otros, entre interpretaciones y análisis varios, había “estado a su lado” durante unos años en los que no todo había sido tan hermoso. Él, a pesar de todo lo pasado juntos, seguía sin conocerla, y ella seguía avanzando hacia a su mesa, intentando sonreírse mutuamente. Así fue su reencuentro, con unos besos rápidos y una transición sin demasiadas emociones antes de sentarse. No habría sido difícil imaginar una momento así, predecir como iba a suceder, las perspectivas de los cuerpos en medio del café y la actitud sonriente y desafiante, si eso fue posible, en los ojos de Jennie. Después de un tiempo de decirse como se veían y contarse las últimas novedades más superficiales, decidieron salir a dar un paseo y así lo hicieron. Se conocía los suficiente, y sobre todo, él la conocía a ella con la suficiente profundidad para dejar a un lado antiguas confusiones. Eso, en casos parecidos, no suele ser suficiente para que los espíritus se sientan inquietos y desamparados. Como ella solía decir, “sus contradicciones nadie las entendía y ella misma no era capaz de situarlas más que en el transcurso ocasional de una vida de la que no se consideraba completamente dueña”. La antipatía por aquellos que no hacían nada por comprenderla era natural en Jennie, no con respecto a su abandonado aspecto de hija rebelde, sino, solamente, a su parte de dolor íntimo, el que debe pertenecernos a todos y debemos suponer en los demás. Por supuesto que no todo el mundo tendría que conocer la inclinación de Jennie a todo tipo de adicciones, pero aquellos que las conocían, según su forma de pensar, deberían estar obligados a suponer que había profundas razones que la llevaban a ello. No se trataba unicamente del rechazo o las decepciones que iba acumulando como quien colecciona records, tampoco se trataba unicamente de ella y sus marcas, se trataba, en último término, de las reacciones sociales como el resultado de los elementos culturales que nos dan forma. La rectitud moral, no era más que arte de la hipócrita resolución que tanto la dañaba, y que si no hubiese sido por su discreción la hubiese degradado en cualquier evento, escuela, fiesta, casa de familiares o amigos, trabajo, en el que la conocieran. Daba igual si quienes practicaban con ella esa degradación social eran indeseables que pegaban a sus mujeres y a sus hijos, si eran puteros, si habían dejado a sus padres en la calle para vender un apartamento, si se habían casado sin amor, si se habían divorciado y no habían querido volver a ver a sus hijos, o si habían maltratado a un sin techo sólo porque se les había acercado a pedirles limosna, la piedad no es cuestión que los poderosos puedan poner en práctica, y todos ellos se considerarán siempre con derecho a despreciar a todos los que no tienen suficiente fuerza para enfrentarse a ellos. Nadie ignora que la brutalidad forma parte de la existencia, y que con seres que se ponen a sí mismos en lo más alto de la sociedad no se puede razonar más que con argumentos de fuerza, y no me refiero sólo a la violencia física. En realidad, para habérselas con semejante vergüenza en su carrera burguesa, los padres de Jennie 7
la habían mandado a un centro de desintoxicación al extranjero, y no al colegio que le permitiera completar sus estudios. Haría falta un término para denominar a eso, decir, falta de amor y compromiso, no sería suficiente. Precisamente en aquel reencuentro, ella, como tenía por costumbre, fue todo lo sincera de lo que era capaz, y le reveló este extremo, y también, que no había tenido nada que ver en que sus padres lo hubiesen llamado para cenar. Cuando las cosas suceden así, se puede entrar en todo tipo de conjeturas, y lo primero que Sismic pensó, fue que se preocupaban por su hija, y veían en él el equilibrio que Jennie necesitaba. Podría arrogarse legítimamente el derecho a ser considerado su mejor amigo, pero no quería caer en el egocentrismo y equivocarse también, al imaginar que era tan importante. Recordaban haber estado en aquel mismo parque, cerca de aquella misma fuente, en otra ocasión: Discuten acerca de lo que recuerdan; deben estar equivocados en algunas de sus impresiones. Se proponen dejarse llevar por su instinto, y él dice que si cruzan el puente, al otro lado encontrarán un anfiteatro de grandes escalones de piedra en el que podrán sentarse. Una gran serenidad se apodera de ellos, no sería tan grave perderse, esperar a la noche y llegar tarde a cualquier cosa que tuvieran que hacer después. Cada vez que se encontraba al lado de Jennie le sucedía que perdía la noción del tiempo y siempre terminaban corriendo por los parques, bebiendo vino y sólo Dios sabe, tomando qué más de pastillas y hierba adulterada. Se sentían absolutos dueños de sus vidas y no deseaban que aquel momento pasara, no quería tener que ir a otra parte, que anocheciera o hiciera un frío helador. ¿Es el ocaso lo que les provoca esas sensaciones? ¿Su locura? ¿El vino? Sismic quería creer que empezaba a dedicar su vida buscando resultados, que se había movido en serio esta vez, buscando trabajo. Estaba recuperando la estima por sí mismo aunque de momento ese cambio no hubiese dado resultados precisos. Ya no creía que el ocio era el objeto de su vida, sino que al contrario, había concluido que lo llevaba a un callejón sin salida. Desafortunadamente, pretendió hablar de eso con Jennie, y ella a pesar de la neblina que cubría sus ojos, le respondió de una forma bastante sarcástica, como si sintiera que eso quería decir que terminaría por abandonarla del todo. A veces, para algunos seres, pasar meses separados, a miles de kilómetros de distancia, sin verse, sin escribirse, sin una llamada telefónica, no quiere decir “pasar página”, y ese había sido su caso en los últimos tiempos. Cuando Sismic quiso que ella se explicara, y que sometiera su desagrado a juicio, ella respondió que las chicas hay cosas que no dicen pero que para ellas son las más importantes, que a veces, saben que “algo” no pueden ser, que no hay ni una oportunidad de triunfo en sus anhelos, pero mantener las cosas como están, procurar que nadie cambie, les ofrece su mayor felicidad. Como él nunca había sido bueno escuchando a las mujeres y las mujeres lo habían tomado siempre por un simple al que tratar con monosílabos, tampoco se había esforzado y había preferido centrar su atención en otras facetas de la existencia, entre las que se encontraba su afición por las películas extranjeras subtituladas, los libros de poesía y los paseos por el parque. Nunca habría pensado de Jennie que lo tomara tan poco en serio como las chicas antes mencionadas, pero sin duda ella había sido una excepción, y después de todo, en aquel amor sin tocarse que sentían, en aquella devoción intelectual que les permitía devorarse sin ponerse un diente encima, se habían considerado siempre inseparables, y ella mucho más necesitada de sus atenciones, que todo lo que él pudiera imaginar. Al día siguiente se volvieron a ver. Él pasó la resaca lo mejor que pudo, ya no se acordaba como era, y se tomó dos aspirinas pero eso nunca le ayudó. Recordó lo que había sucedido la tarde anterior y se dijo que con Jennie era imposible caer en la melancolía, al menos ella si lo hacía buscaba los momentos de soledad, porque no la recordaba como una chica triste o lánguida, en ningún caso. No le costaba adaptarse a su intensidad, sin embargo, sabía que no le era posible seguir el ritmo que ella imprimía si se encadenaban varios días seguidos. Se reprochó haberla animado a verse ese día, pero habían pasado muchos meses sin verla y quería tener un poco más de toda aquella energía que expelía y que levantaba el ánimo a todos los que la rodeaban. Tenía la impresión de que se aceptaban con tanta naturalidad que habrían encajado finalmente si hubieran seguido con su relación íntima, pero en algún momento, debemos decirlo, le dio miedo. No podía, no debía 8
seguir alimentando aquel deseo, a pesar de toda la atracción que indudablemente ejercía sobre él. Resulta interesante constatar que Sismic no sospechó que los pasos dados por los padres de Jennie, en realidad, eran el resultado de la preocupación y los desvelos por su hija. Él, que solía jactarse de su agudeza a la hora de relacionar aspectos de la vida que a otros... les quedaban colgando, por así decirlo, esta vez no había podido imaginar que fuera una pieza tan importante en el laberinto de Jennie. Su ego podía haber funcionado lo mismo, si hubiera aceptado que tenían una alta opinión de él y que lo consideraban hasta sanador. Sin embargo, Sismic debió pensar que su encanto personal era suficiente para tanta amabilidad, así de equivocado había estado. En su forma de pensar, todo lo que estaba sucediendo era asumible, nada que ya no hubiera hecho en el pasado, y nada que no estuviera dispuesto a hacer con agrado. No le habían pedido nada, sólo habían permanecido en contacto con aquel chico que los padres habían considerado una buena influencia. Aquella tarde, Jennie se empeñó en hablar de lo que le gustaba, de como había disfrutado en el extranjero y de las amistadas que había hecho allí, y que no le permitieron avanzar en su poco profundo interés de dejar de meterse al cuerpo sustancias químicas. Sismic hubiese deseado salir corriendo, no le gustaba si se iba a poner en plan, musa de los estupefacientes. Ella no solía hacer eso, no la recordaba hablando abiertamente de sus adiciones, y mucho menos, presumiendo de ellas, que al fin le causaban tantos problemas. Estaba tan desconcertado que apenas podía mirarla sin mostrar su contrariedad. Se quedó en silencio, aguantando su enfado y mirando al infinito, mientras ella se despachaba a gusto con sus historia de amigos, drogas y borracheras, en un país extranjero que le proporcionó de todo menos equilibrio, y en el que se las había arreglado para ocultar sus fiestas a la atención de los médicos que la trataban. No podía haber previsto un discurso semejante, y era incapaz de establecer la intención del mismo. Ella, entonces le confesó que había hecho algunas cosas allí sin tomar precauciones, y él no supo si se refería a agujas o penes, en cualquier caso, “las dos opciones solían tener un premio más que dudoso”, pensó cínicamente. Comprendió que con aquella confesión, una vez más, Jennie intentaba comprometerlo, obligarlo a entrar de lleno en su vida, atarlo, o en su caso, y sólo si él tomaba esa decisión, abrirle la puerta y permitirle que huyera cobardemente ante los problemas, algo de lo que él, en aquel momento, estaba muy cerca de hacer. Se apresuró aquella tarde a instalarse en un banco del parque y ella le siguió, que por sentirse ausente de toda normalidad y conciencia, no podía pensar en nada más que sus confesiones. Por hallarse tan concentrada apenas se percató de aquella afición al aire libre, cuando ella hubiese preferido pasar la tarde en la habitación de Sismic o en un bar. Así se iba enterando el antiguo novio, de todos los detalles de aquel año temerario, de los nombres de los amigos y amigas de Jennie, de sus vicios, de sus aventuras, gustos y anécdotas sin sentido. Ni siquiera se había arreglado especialmente para aquella ocasión que parecía llevar tan pensada, ¿acaso buscaba contrariarlo y que no deseara volver a verla? Orgullosamente había acudido a su cita con la desgana del que se vistió a correr y salió de casa sin lavarse la cara, por eso, mientras seguía hablando se frotaba los ojos como si le picaran furiosamente o estuvieran a punto de pegarse sus párpados. Le pidió colirio, ¿qué clase de persona cree que todo el mundo suele llevar colirio en el bolsillo? Todos aquellos nombres extranjeros y sus imágenes asociadas, daban vuelta en la cabeza de Sismic y lo ocupaban nerviosamente mientras volvía a su habitación aquella noche. Intentaba parecer fuerte, después de todo, ella ya no debía significar nada tan personal que pudiera evitar toda emoción, pero no era así. Entre las costumbres que había adoptado en su nueva vida en la gran ciudad, estaba la de encerrarse por días en su cuarto; esto había empezado a suceder al sentirse vencido por no encontrar trabajo. De pronto se sentaba en un gran sillón que tenía, o se echaba sobre la cama, y leía novelas baratas como si nada más importara en el mundo. Fue por eso por lo que se sintió tan a gusto cuando al día siguiente no se levantó en toda la mañana, ni se vistió en todo el día. La portera era la dueña de algunas de aquellas habitaciones que alquilaba, y fue dos días más tarde cuando oyó su voz, posiblemente en el rellano de la escalera, o en el otro extremo de habitaciones, el pasillo que se 9
abría al lado contrario. Se acercaba a su puerta acompañada de alguien con quien no dejaba de hablar. Los vio a través de la mirilla sin alcanzar a reconocer al hombre detrás de ella. La señora Ressi afirmaba que no lo había visto en unos días, pero que era posible que estuviera la habitación. La calefacción bajaba de intensidad a esa hora de la mañana, porque la apagaban y se iba descomponiendo y diluyendo el calor de la noche entre las paredes de todos los inquilinos, lo que fue una suerte porque pudo abrir la puerta ya vestido y con unas cuantas capas de ropa encima. Parecía un esquimal, con sus botas de piel y sus hombros sin apenas movimiento, pero al menos no se había puesto el gorro que le tapaba las orejas, pero a veces lo hacía y hubiese sido un poco chocante, si no se trataba de vendedores, abrir con él puesto. La atmósfera no era agradable, no había bajado la basura al contenedor y sabía que aunque él ya no lo notaba, el olor era muy fuerte al entrar de la calle. Es posible que algunas personas a las que conocemos levemente, tal y como le pasaba con el padre de Jennie, nos hagan sentir cohibidos, nos inspiren algún tipo de desconocido temor, o quizá mejor debería llamarle prudencia, incluso cuando no están presentes y se trata sólo de una reflexión en la que se cruzan por motivos de los que se podría perfectamente prescindir. Esa prudencia de la que hablo, lo llevó a permitirle pasar, mientras que sabía que a muchos que aparecieran sin una invitación previa les diría que lo esperaran en el bar de al lado, que sólo se encontraba a dos portales del suyo. Despidió a la señora Ressi con un , “seguro que tendrá mucho que hacer”, que sonó como una amenaza, porque había actuado como una fisgona, y no había perdido detalle de sus reacciones mientras recibía e intercambiaba las primeras palabras con Airtorm. Desde luego. Hubiese sido más fácil haberlo hecho esperar en la portería y llamarlo por el telefonillo que tenía encima de su mesa, pero entonces no se habría enterado de gran cosa. “Ahí lo tiene, sin duda es él”, repuso la señora haciendo un gesto de superioridad con la barbilla y alejándose con decisión. Airtorm parecía lleno de paciencia, a un gesto de Sismic dio un paso al frente y cerró la puerta tras de sí, sin ni siquiera sacar una de sus manos del bolsillo de su abrigo. Seguidamente carraspeó y y se frotó la barbilla, miró a a su alrededor, observó una silla al pie de una mesa, pero siguió en pie hasta que el muchacho le indicó que se sentara. Sismic, mientras esto sucedía lo miraba de reojo e intentaba darle forma a la cama, que, por el día, también servía de sillón. Preguntó si quería café y Airtorm contestó que no, aún así puso la cafetera al fuego en una pequeña cocina eléctrica al lado de la ventana. Después se sentó en la cama, y por primera vez se miraron el uno al otro sin que nada pudiera distraerlos de semejante impresión. Era como si Sismic estuviera ansioso por saber lo que había llevado a aquel hombre hasta allí, pero también como si Airtorm se estuviera preguntando lo mismo. En ocasiones parecidas era capaz de simular una rudeza que no poseía por naturaleza, pero además, estaba seguro que Airtorm podía ser aún mucho más rudo que él mismo. Se miraban esperando que uno de los dos hiciera alguna pregunta, pero sin prisa, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Airtorm sabía que Sismic se había tomado muy en serio lo de buscar trabajo, y eso tenía que ver con el motivo de su visita. Le había seguido los pasos desde que fuera novio de su hija en el colegio de las afueras al que la mandaba, y si había algo que tenía claro acerca de él, era que su transformación siempre había obedecido a nobles propósitos, y, si bien no había avanzado mucho, le satisfacía verlo luchar sin desfallecer. Airtorm le ofreció un paquete que tenía sobre las rodillas, indicando que se lo mandaba Sofita, pero que no lo abriera inmediatamente, que sólo se trataba de embutidos y queso. Se daba cuenta de que debía tener un aspecto deplorable, y que lo veían débil y mal alimentado, pero el se sentía con las fuerzas necesarias. Permaneció mirando el paquete recibido entre sus manos hasta que se decidió a ponerlo sobre la cama, a su lado. Entonces Airtorm se decidió a hablar del motivo de su visita y él le presto una atención académica. Por lo que parecía, en la fábrica de calzado había quedado un puesto como operario de máquinas, nada difícil o que necesitara una formación específica, y le gustaría que él accediera a ese puesto. Debía incorporarse inmediatamente, es decir, al día siguiente lo más tardar, y los honorarios serían los habituales sin tener en cuanta la antigüedad, lo que supondría que algunos compañeros cobraran un 10
poco más que él. No había mala intención en Airtorm, de eso estaba seguro, pero tal vez no contara si tenía otros planes para él, en espera de un momento mejor. Se había puesto un poco nervioso pero aceptó el trabajo mientras se ponía una taza de café. Se sentó de nuevo en la cama, esta vez encogiendo los pies, en una postura inconscientemente ridícula y poco operativa si deseara levantarse con algún tipo de prisa. En realidad, Airtorm llevaba en la cabeza las mismas preocupaciones de siempre por su hija, y le hubiese gustado decir que ella ya no viajaría más, y que si él se comprometía a llamarla y estar con ella, aunque fuese como buenos amigos eso le complacería mucho. Sin embargo, le pareció demasiado, y le sonaba como que condicionaba el trabajo a su amistad, así que no dijo nada de esto, pero quizás lo dio por sentado. De todo ella, además, se hubiese desprendido una intención de controlarlo y acabar con cualquier cosa que lo pudiera distraer de su cometido, incluidas nuevas amistades. No podía plantear las cosas de ese modo, lo tenía claro, pero si a sus oídos llegaba que se torcía en sus diversiones, que se convertía en un tipo de persona que no era o que se aficionaba al mismo tipo de sustancias que su hija, tendría que despedirlo fulminantemente. Por lo pronto, sabía que era la única persona de la que podía echar mano en situación tan difícil, y no podía ponerse muy estricto, así que dio por bueno el trato con el chico y deseando que todo saliera como esperaba, se despidió. Para los padres de Jennie, nada era fácil, sufrían, se exasperaban, intentaban ayudarla, pero sin éxito, y además tenían cada uno de ellos, una vida que atender, la suya propia. Sismic hubiera preguntado por Sofita pero se sintió intimidado. Ella dedicaba su vida al cuidado de la casa y salir de compras, lo que no podemos decir que para una burguesa fuese exactamente ocio, porque procuraba estar ocupada y eludía los cines, los teatros y otras distracciones parecidas. Desafortunadamente, Airtorm no parecía muy conforme con su situación familiar, y habían hablado de divorcio en más de una ocasión, pero sin tomarlo demasiado en serio. Aquella vez nadie hubiese entendido que el matrimonio hubiese acudido en estrecha armonía al domicilio del chico, al fin y al cabo era una oferta profesional en la fábrica de calzado, o eso parecía. Sin embargo, cuando abrió el paquete encontró una nota que le pedía acudir un día concreto a una hora precisa a su apartamento, y a Sismic le hubiese gustado complacerla pero ese día ya estaría trabajando. Como no era más que un aprendiz y la producción había tenido un parón debido a una horrible tormenta de nieve que tenía dos camiones de calzado parados en mitad de la autopista, llegado el momento, alguien le dijo que tenía el día libre y no entendía nada. No le gustaba mucho la idea de que las cosas sucedieran así, como si el universo se entretuviera en complicarle la vida, pero ya no podría buscar excusas y con el tiempo justo, aceptó que tenía un compromiso con la mujer de su jefe y para allí se fue. Pero, cuando ya estaba a punto de entrar en el portal, se tomó un minuto para pensar y decidió que nada podía ocurrir de una forma tan sórdida, que se trataba de su vida y sus propias decisiones, así que dio media vuelta y se fue a comer a una cafetería cerca que no estaba muy lejos de allí. A diferencia de otros jóvenes con parecidas preocupaciones, cuando la vida lo sometía a presión, se mostraba decidido y eso se trasladaba a su forma de andar, como si esa iniciativa bien ponderada pudiera ayudarlo contra todos los males que lo acechaban. Apenas realiza el trayecto a casa en unos minutos, sin parar a tomar aire. Cruza la portería sin permitir que la señora Ressi se percate de su presencia hasta que ya está demasiado lejos de su influencia, subiendo las escaleras y finalmente, entrando en su habitación con baño. Es necesario reseñar que lo llevaba esperando todo el día porque quería hablarle de algunos pagos atrasados, y que ahora que ella sabe que ha empezado a trabajar no le permitirá seguir alargando. Eso la hizo subir a su habitación y llamar a la puerta. Todo quedó aclarado, menos cómo supo la señora Ressi lo de su trabajo, o se trataba sólo de una suposición. En su nuevo trabajo, Sismic tenía un compañero con el que enseguida hizo “buenas migas”. Es interesante darse cuenta de que los trabajos puramente físicos, o de manipulación mecánica, si no son de precisión, permiten hablar, pensar en otras cosas, o dejar volar la imaginación a lugares que la máquina que tienes entre manos nunca soñaría. De ningún modo se atrevería a desafiar la autoridad de Airtorm, pero en momentos de descuido, o cuando salía por motivos personales, procuraba hacer preguntas a Oskar que lo iba poniendo al día de las ultimas 11
novedades. Trabajar en la fábrica de calzado del señor Airtorm le hizo pensar más en él. Su aspecto exterior era el que se podía esperar de un ejecutivo, chaqueta americana, pantalones con bolsillos a lados y camisa por dentro, bien cerrado con un cinturón de piel; en invierno solía poner un abrigo sobre la americana que le legaba hasta las rodillas. Todo en él sonaba a uniformidad, y rara vez aportaba novedades a su atuendo. Los zapatos, como es de esperar eran de la gama más alta de los que él mismo fabricaba, y casi siempre de color negro. A primera vista, no producía una gran impresión, de hecho, creo que podríamos decir que era un hombre bastante vulgar. Pero cuando se le empezaba a conocer uno reparaba en sus ojos y en su mirada, y había algo de tensión y concentración en ella que incomodaba. Una vez en la empresa, Sismic encontró que era mucho más inaccesible de lo que había creído, y lo agradeció porque no deseaba hablar con él a cada momento, de hecho, como en el futuro descubriría, podían pasar semanas sin que cruzaran una palabra. Me refiero, por supuesto a la vida laboral, otra cosa, como veremos es lo que sucedía cuando el tiempo libre les permitía tener una vida. De esos primeros días en su nuevo trabajo, recordaría toda la vida lo torpe que se encontró y la pobre opinión que tenía de sí mismo por no ser capaz de hacer las cosas al nivel de sus compañeros. Su cara adquirió por aquel tiempo una expresión de despiste que le duró aún muchos meses, y ni siquiera la voluntad explicita de acabar con ello y parecer más desenvuelto, fue capaz de retraer aquellos gestos de no entender, a veces impotencia, dudas y vacilaciones. Poco antes de navidad recibió una llamada de Jennie, estaba muy alarmada, la primera crisis grave del matrimonio se había desencadenado y el señor Airtom se había ido a vivir a un hotel. Necesitaba quedar con él para desahogarse, y en cuanto tuvo ocasión se refirió a lo acontecido como: una terrible incomodidad para todos. Pero, sobre todo, era ese tipo de cosas, según dijo, que la hacían sentir insegura y que le hundían en sus fracasos. Recordó algunos pasajes de su infancia, e intentó convencer a Sismic de que sus padres no siempre habían sido así, pero eso no hacía falta. Todavía podía recordar y hacerle sentir que había habido un tiempo en que los dos habían luchado por darle forma a la familia y que ella había sido muy afortunada de ver a sus padres tan unidos. No sabía exactamente como se había ido esfumando toda aquella cómplice felicidad, todo el esfuerzo que le parecía tan grandioso contra su debilidad infantil. En su infancia, Jennie había admirado mucho a su padre, y en absoluto estaba dispuesta a creer que eran culpa de su madre las crisis de la pareja. “Esas cosas pasan”, le dijo. “Tal vez no se merezcan haber tenido una hija tan fuera de sus esquemas”, añadía. La decisión de la separación había sido del señor Airtorm. A Sofita no le había dado igual pero se había mantenido en silencio, sin hacer nada por evitarlo, sin pedirle siquiera que se lo pensara unos días. Ninguno de los dos parecía desmerecerse, en realidad, estaban hechos el uno para el otro, no había motivo para tanta alarma. Naturalmente, Airtorm no podía acusar de nada especialmente grave a su mujer, sobre todo, si tenemos en cuenta que el mismo organizada fiestas a las que ella no estaba invitada, y de las que volvía de madrugada, sin dar ningún tipo de explicación. Por la forma de hablar de Jennie, parecía entender que reprobaba la actitud de su padre, y lo culpaba de todos los males de la familia, si bien hasta aquel momento, mientras la unidad familiar había continuado a pesar de todo, no había podido hablar con tanta franqueza de ello absolutamente con nadie. Ella estaba viviendo en la casa de los padres, o dela madre si se quiere, a partir de este momento. De todas formas no debemos adelantar acontecimientos porque Airtorm volvió a cada en apenas una semana. Pero ese tiempo fue duro para las dos, y la casa se volvió un lugar demasiado hostil. No quería acentuar la crisis con sus quejar, pero no estaba cómodo. De tal manera, que no dijo nada, pero ya estaba buscando un lugar al que poder mudarse, si no fuera porque el retorno del padre no se hizo esperar. Resultó curioso que en todo aquel episodio, Jennie se manifestó en favor de su madre, pero cuando se vio viviendo con ella, las dos solas, inmediatamente valoró la oportunidad de ir a vivir a otra parte. Sismic pensaba que muy posiblemente no había valorado la diferencia de clase entre él y Jennie. Nunca lo había hecho, porque como compañeros de estudios se habían entendido desde el principio 12
sin valorar nada que ocurriese fuera de tal condición. No es que fuera un muchacho irrespetuoso, o desafiante por naturaleza, pero empezaba a cansarle todo lo que acontecía desde el punto de vista burgués. Y no es que no conociera otras personas de buena posición, en su pueblo también había ricos, pero los veía pasar de lejos, y no daban la impresión de estar metidos en problemas que parecía caprichos. Por otra parte estaba aquello de intentar valorar las reacciones de gente de edad tan avanzada y que llevaban la vida tan vivida, ¿qué sabía él de los motivos de aquella gente para actuar como lo hacían? Aún en el peor de los casos debía ser prudente con sus juicios, entre otras cosas, porque a él mismo no le gustaba la gente que hacía juicios con ligereza. El pretexto de la separación de los padres fue suficiente para que Jennie alquilara un bonito piso y le propusiera a Sismic que se fuera a vivir con ella; por supuesto, él pagaría una parte del alquiler. La situación no iba a ser tan sorprendente porque ellos ya habían vivido juntos en el pasado por cortos espacios de tiempo. Sismic ni se lo pensó, por una parte era la forma de llevar una vida más ordenada en un ambiente más elevado, el que posiblemente él creía que merecía. Pero también estaba la posibilidad de perder de vista a la señora Ressi, sus exigencias y su curiosidad insana. No se trataba de ninguna imprudencia, y era consciente de que podría haber sorpresas en el futuro, tratándose de Jennie, todo podía ser, pero sólo se trataba de vivir allí, no de casarse con ella. Tampoco debía quitarle tanta importancia que lo convirtiera en un hecho insignificante: no, no se trataba de eso. Sismic estaba pasando el momento más decisivo de los últimos años, y posiblemente de su vida hasta llegar allí, y lo hacía sin demasiados referentes ni aprendizaje alguno. Podía entrever cosas que no se manifestaban abiertamente, eso formaba parte de lo que estaba viviendo, aunque se tratara de los secretos de otras personas también le afectaba. Algún día podría mirar atrás e intentar calcular si actuó con sobriedad y supo interpretar todo lo que le afectaba para no verse enredado en situaciones que nadie deseaba. Pero, hasta aquel momento no se veía complicado en nada que pudiera coartar su libertad de cambiar de amigos, de ciudad, de hábitos, de trabajo, de todo, si consideraba que se estaba enredando en algo que no deseaba. La libertad era importante, y mientras la conservara podría equivocarse y ser capaz de recomponer cualquier error, por eso se permitía actuar sin demasiadas desconfianzas; por eso y porque la gente desconfiada nunca le había gustado y no quería formar parte de semejante legión.
3 Coincidentes Distancias Estaba bastante claro que Oskar no era ninguna lumbrera, la mayoría de las veces la conversación con él giraba en torno a anécdotas muy divertidas acerca de uno o de otro, pero que no conducían a parte alguna. Por lo demás no parecía mal chico, metido en su divertido mundo de evasiones. Los lunes solía llegar al trabajo contando historias increíbles del fin de semana, y tanto era así, que costaba creer que pudieran pasar tan extrañas y arriesgadas aventuras en un espacio de tiempo tan corto. Todo lo que contaba confirmaba que estaba predispuesto a que le pasaran todo tipo de cosas, que no era especialmente precavido acerca de los peligros que le acechaban, o al menos, que estaba dispuesto a aceptar las consecuencias si el riesgo valía la pena. Había hecho todo lo posible por entrar en la lista del sindicato a las elecciones de empresa, pero fue rechazado porque no se lo tomaba en serio. Se inventaba un pasado de compromiso que no había existido, o en todo caso 13
estaba muy exagerado. Tal vez era cierto que en su interior sentía el desafío obrero, pero si era así, quedó relegado a un segundo plano cuando Airtorm lo nombró empleado del mes y puso su foto en el tablón de anuncios felicitándole. Una tarde, después de terminar uno de los turnos más largos, Sismic y él fueron a tomar unas cervezas, procuraban no hablar de la empresa, pero por algún motivo, la conversación siempre volvía a ella. Como de costumbre, Oskar hacía gracias de los últimos acontecimientos y discusiones que allí se produjeran, y a pesar de estar firmemente decidido a no reírse de los compañeros, no conseguía permanecer mucho rato en esos términos. Era capaz de convertir cualquier tema importante en una vaguedad, y al mismo tiempo, intentar convertir sus opiniones en lo más importante jamás revelado por profeta alguno a los pobres mortales. Sismic lo miraba incrédulo, y lo escuchaba con paciente sonrisa, porque según pensaba como distracción era el compañero perfecto. Oskar se distrajo hablando con algunos amigos mientras decidían si se iban para casa o seguían calle abajo hasta el siguiente bar. Cuando terminó la conversación iba a pedir algo más de beber, pero en lugar de eso se acercó a Sismic que había sacado su cartera para pagar las consumiciones y se había entretenido en ver una vieja foto en la que aparecía al lado de Jennie en unas vacaciones en la playa. Por algún extravagante motivo la había conservado allí después de que su noviazgo terminara, y mientras la sostenía Oskar se acercó y curioseó por encima de su hombro mientras decía, “la conozco”. Al principio de su cambio de domicilio mantuvo la discreción, de hecho, no conocía a tanta gente que necesitara una actitud especial para eso. No podía negar que estaba muy a gusto con el cambio, y que esa era la mejor razón para intentar que todo fuese como se esperaba, es decir “como la seda”. Durante el tiempo que duró la mudanza, la señora Ressi no dejó de molestarlo y echarle cosas en cara de las que nunca antes le había hablado, lo que resultaba muy sorprendente. Cosas como que había subido a chicas a la habitación cuando él sabía muy bien que eso no estaba permitido, o que había cambiado muebles o cuadros sin su permiso; todo aquello lo indignaba, pero también revelaba que lo que ella no contaba con su marcha y que lo que realemnte la molestaba era que posiblemente nadie pagaría lo que él estaba pagando por la habitación. A Jennie le resultaba conveniente su nuevo piso porque quedaba cerca de la casa de sus padres, y ella se desplazaba andando o en taxi, y no necesitaba el taxi desde allí, salvo que excepcionalmente su madre se encontrara enferma o su padre la llamara por teléfono por cualquier otra urgencia. Después de la primera semana los dos parecían encantados y acostumbrados a su nueva situación, con habitaciones separadas y compartiendo la sala de la tele, el baño y la cocina: todo muy europeo y civilizado. “¿La conoces?, pues vivimos juntos”, respondió Sismic. Mientras hablaba con Oskar, pensaba en Jennie y su oscuro secreto de colirios, pastillas para dormir, marihuana y, en el pasado, cosas bastante más fuertes. A veces cantaba una vieja canción que repetía murmurando sin que se entendiera la letra, pero lo que repetía era simple aunque ocurrente, “tu secreto vive en mi como un pasajero”. Una rara vez, caminando los dos de vuelta de una fiesta, eso había sido en los años de colegio, Jennie había visto unos gatos jugar en la puerta de una vieja casa abandonada, era de noche y no pasaba nadie por allí. Hubo una interrupción en su paseo porque quiso acercarse y tomar uno de aquellos gatos entre sus manos. Una fiel comprensión lo animaba a no hacerle advertencias cuando ella hacía cosas parecidas, a pesar de que aquellos gatos estaban tan sucios que parecían enfermos. Pero se quedó mirando en la distancia sin decir nada. Después, en casa, Sismic había pensado en ello como si le hubiese quitado una fotografía y la imagen hubiese quedado congelada en su retina. Y, todavía más tarde, cuando se dejaron de ver y ella se fue al extranjero, aquella imagen volvía recurrente con toda su dulzura. Lo mismo sucedía viendo aquella vieja foto de los dos juntos, evocaba momentos que ya no volverían. No podía culparla de nada, ni siquiera de que él tuviera que tomar aquella dolorosa decisión, ni de que ahora estuvieran de nuevo viviendo juntos; sólo que, después de cierto tiempo, necesitamos poner la mente en orden, y como a él le estaba pasando, nos dedicamos a ejercicios de melancolía que no ayudan en nada. Reconocía que lo había pasado mal mientras duró la separación y durante el tiempo que Jennie desapareció de su vida, a pesar de no sentir ya atracción física por ella. Se tenía 14
por un hombre fuerte de carácter en muchos aspectos pero no en ese, y sentirla tan lejos cuando había llegado a compartir cosas tan íntimas era como perder una hermana, de hecho se trataba de la persona más cercana en la ciudad y con la única que podía compartir ciertas cosas. ¿Cómo era que Oskar la conocía? Comoquiera que fuese, Oskar no era el tipo de persona de persona que le iba a guardar un secreto, supongo que nadie habría pensado lo contrario. Su forma de comportarse no guardaba ni el más mínimo asomo de presunción o altivez, no sería lógico para una persona que asume que su futuro depende de conservar su trabajo en la fábrica de calzado. Para entender lo que pasaba con Oskar debemos atender a su confesión, y la facilidad con la que respondió a la exigencia de Sismic. No hacía falta pensar de demasiado para entrelazar algunos puntos a partir del momento en que respondió que Airtorm le había pedido que le llevara algunas cosas a casa, y que había conocido a su mujer y a su hija. Por otra parte, no le había sorprendido ver aquella foto salir de la cartera de Sismic, porque, según afirmó, todos en la empresa sabían que había sido recomendado por el mismo jefe y lo suponían pariente o algo parecido. Fue entonces cuando Sismic entendió la actitud reticente de algunos de sus compañeros. Cuando las cosas suceden así, no se puede hacer nada por evitar la imaginación de la gente, sus desconfianzas, sus malas intenciones, o su precauciones, por muy injustificado que este todo ello. En efecto, había sido objeto de alguna forma de sabotaje emocional, por controlado que le hubiese parecido. Y como a veces, en situaciones similares, se estima que es imposible hacer cambiar las cosas, y que dar explicaciones lo estropearía todo aún más, Sismic debía empezar a proponerse seguir adelante en su trabajo sin esperar la mínima ayuda o simpatía de nadie. No intento justificar los motivos que llevaron a Sismic a sentirse profundamente enfadado y decepcionado aquella noche. Como es lógico, el mundo no giraba en torno suyo, ni mucho menos, ni se había presentado así ante Oskar, quien iba a ser el más perjudicado por su reacción. Pero su carácter, el rasgo principal de su forma de ser era la paciencia, y lo fue, lo intentó, a pesar de haber bebido y de encontrarse fatigado, pero cuando finalmente su compañero de trabajo le confesó, que también había sido invitado a cenar con la familia Airtorm la noche de nochebuena, eso ya fue demasiado. En su imaginación surgió un estúpido complot para dejarlo a un lado, cuando eso hasta ese momento no le había importado lo más mínimo. Las manos le temblaban y estaba a punto de estallar, pero se controló una vez más. Comprendía que Oskar se sentía extraordinariamente honrado por todo lo que le estaba sucediendo, pero que había sido condescendiente al decirle cosas que podría haber mantenido en secreto, aunque, tal vez lo había hecho por presumir, o por vanagloriarse de una pretendida situación de superioridad. Y cuando más vueltas le estaba dando a todo, a su situación en su nuevo trabajo y como la frialdad con la que había sido tratado, la indiferencia del señor Airtorm, el mismo que había ido hasta su habitación a pedirle que trabajara en su empresa, y el silencio de Jennie con la que convivía y la que tampoco le había hablado de algunas cosas (sobre todo, que conocía a Oskar), en ese crucial momento en que su mente empezaba a sentirse embotada, fue cuando Oskar le soltó lo de la cena de nochebuena. Parecía satisfecho, sonreía estúpidamente y hablaba inconsciente del mundo de emociones que se estaba moviendo en el interior de su amigo. Habían llegado demasiado pronto a sus diferencias, si es que la amistad necesita de un tregua en sus principios para poder consolidar su rasgos amables y capaces de comprender. A veces nos pasa que necesitamos tiempo para meditar nuestra vergüenza, y algo de vergüenza estaba sintiendo Sismic ante tantas sorpresas. Entonces, posiblemente por primera vez desde que lo conocía -posiblemente menos de un mes- lo miró fijamente a los ojos y a la cara, escrutó su fisonomía, sus gestos y los más mínimos detalles relativos a sus dientes, las arrugas de sus ojos y el pelo que crecía libre sobre sus orejas, todo le importó de repente, hasta el punto de comprender que estaba siendo retado, tal vez involuntariamente, o tan sólo desde el inconsciente, pero el desafío se podía sentir en el aire. Y la única defensa que se le ocurrió fue la crítica, abusar de todos sus defectos hasta que tuvieran la relevancia insalvable de la mediocridad. Deseaba humillarlo, consciente de que se estaba comportando sin piedad, y de su boca salían calificativos innobles y que lo rebajaban a los ojos de cualquiera. Sismic se estaba degradando a sí 15
mismo cada vez que insultaba a su amigo, aunque esos insultos llegaran desde la ironía o la fineza desapercibida del estudiante que había sido. Por un momento creyó que en realidad la culpa existía en Oskar, no sólo por presunción, sino por haberse dejado invitar a cenar por el dueño de la empresa. Repentinamente se calló, se dio la vuelta y Oskar, sin saber que decir se quedó mirando a su espalda. Era el momento de separarse. Al día siguiente, se miraron en el trabajo un par de veces pero no se hablaron. A mediodía, Sismic comió en un bar de fritangas que conocía y que le servía cuando quería algo rápido. Su plan era hacer las horas que le quedaban de tarde entre zapatos, intentando no pensar demasiado en sí mismo, pero siempre que hacía este tipo de planes no salían como esperaba. También planeó demorarse en el centro como un transeúnte más y no volver al apartamento hasta tarde. No era algo tan extraño, lo había hecho el día anterior, Jennie no entraba en lo de sus horarios, y era la mejor forma de encontrarla dormida al llegar, todo en silencio, y no tener que hablar si no le apetecía. Unos días después repitió la operación, pero esa vez hizo algunas compras porque acababan de darle la paga de Navidad y estaba deseando gastársela. Hasta una semana antes de la fecha tan señalada, consiguió darle esquinazo a Jennie, o hablar con ella de cosas sin demasiado sentido sin que se diera cuenta de su extraño proceder. Jennie, por su parte, también había tenido una fuerte discusión con su madre, y se pasó una tarde llorando sin que él llegara a enterarse. Uno de aquellos días, sin poder aplazarlo más, Jennie le preguntó si iba a volver a casa de sus padres a cenar con ellos. Él respondió que no, a lo que ella añadió que lo había hablado con su madre y que se sentirían muy a gusto si los acompañaba. En principio respondió que no era lo que había pensado, pero al día siguiente en el trabajo Airtorm lo abordó con gesto severo, y ya no pudo negarse. Considerando toda la información de la que disponía, Sismic empezó a sospechar que estaba pasando algo por alto. Con toda la suficiente altivez que le proporcionaba saberse un ser inteligente y capaz de grandes interpretaciones de los momentos vividos, se permitía acaparar cualquier posible relación con sus intereses y darle la forma que más le conviniera a sus creencia, y eso lo llevaba a fallar muchas veces. No era posible entender la dedicación que aquella familia le ofrecía ahora a Oskar, pretendiendo al mismo tiempo que él mismo estuviera en medio todo aquello como una terrible molestia. En un impulso que escapara a toda reflexión le hubiese preguntado abiertamente a su compañera de piso, pero no lo hizo y siguió dándole vueltas a la idea de que aquella cena no le convenía en absoluto pero estaba obligado a asistir. Tal vez querían presentarlo como un “limpio” rival del pasado, y si era así, eso tampoco le gustaba. Después de todo, cualquier padre está en su derecho de desear lo mejor para sus hijos, y si apelaba a sus mejores sentimientos debería dejarse llevar y facilitar que consiguieran su propósito, que posiblemente sería un largo y formal noviazgo entre Oskar y Jennie. Tenía ante él una circunstancia que, por algún desconocido motivo, cambiaba velozmente, precisamente en un momento en el que no necesitaba que así fuera y después de pasar demasiado tiempo sin que nada nuevo, en absoluto, le aconteciera. Tal vez, aquella terrible demora en encontrar un trabajo, había sido una ruina. Había malgastado mucho energía en eso, pero aún le quedaban fuerzas para rebelarse si era necesario. Todo le parecía perverso y conjurado en su contra, cuando se ponía en el peor de los casos, y justo un momento antes de recuperar el equilibrio y convencerse de que no era así. Se encontraba al borde de un nuevo giro en sus relaciones, lo presentía, lo creía venir inexorablemente, y aguardaba a pesar de que su paciencia no iba a hacer que sucediera con más lentitud de la que otros deseaban y establecían. La noche de antes de Navidad, salió para el apartamento de los Airtorm perfectamente arreglado. Jennie había pasado todo el día en casa de su madre ayudando a preparar tan señalado acontecimiento. Fue andando, y en poco tiempo dejó atrás un par de calles de casas bajas y llegó a los edificios más altos de la ciudad y la avenida financiera. Pensaba en Oskar, al que ya no deseaba acusarlo de nada, mucho menos de traición. Oskar creía en sus posibilidades, era lo único malo que había hecho en todo aquel entramando de situaciones y emociones enredadas como en una tela de araña. No se dio prisa, no deseaba llegar demasiado pronto ni estaba impaciente por volver a ver a 16
Sofita y Airtorm, juntos e interpretando aquel estúpido papel de la familia perfecta. Era una noche fría, el termómetro tenía que haber caído a niveles que se acercaban a los cero grados, lo que para la latitud en la que estaban era mucho. No hacía mucho, menos de una semana, Jennie se presentó un día en la fabrica, la jornada estaba a punto de terminar pero no se acercó a hablar con él, pero sí lo había hecho con Oskar. Después en la calle los vio salir a los dos juntos con paso decidido, como quien tiene planes y se dirige sin demoras hacia ellos. Todo empezaba a ser normal, y no podía acusar a su amiga de no querer hablar de eso cuando coincidían en el piso que compartían. Por lo demás todo era normal, y pasaban tardes cenando o viendo alguna cosa en la tele hablando de todo lo imaginable, como siempre, pero sin mencionar a Oskar: eso era así de abstracto. En una de aquellas ocasiones, sin que viniera al caso y apenas como un síntoma de culpabilidad, o como una excusa por tener una familia como la que tenía, Jennie le habló de su padre. Le dijo que la fábrica de calzado era su gran pasión y que todo lo que tenían se lo debían a su esfuerzo por mantenerla en el orden de los tiempos cambiantes. Añadió que no podía ni imaginar como se había entregado, y que eso le había llevado a desatender otros aspectos de su vida igual de importantes. Le contó sobre algunas crisis familiares por culpa de algunas mujeres que se habían cruzado en su camino, pero que todos sabían que no habían significado nada frente a la fuerza familiar y lo que representaba para él -Sismic esbozó una sonrisa cínica-. Le pidió confianza, porque era su amigo y deseaba que siguiera siéndolo. Él había tenido muchas “distracciones” pero sería capaz de cualquier cosa por su mujer y su hija. Sismic escuchaba todo aquello preguntándose, qué tenía que ver con él. Recordaba aquella declaración mientras caminaba, recordando que en aquel momento le había prometido a Jennie que acudiría a la cena, pero ya entonces empezaba a dudar de que en medio de aquel maremagnum de emociones y complicadas estrategias, su estabilidad y equilibrio se encontrara a salvo, así que empezó a plantearse en dejar aquel trabajo en cuanto pasaran las fiestas. Volver a la habitación de la señora Ressi iba a suponer tener que comerse su orgullo y pedirle disculpas, pero lo haría si era necesario. Sismic llegó al portal de los Airtorm con meridiana puntualidad, pero ya todos estaban haciendo tiempo arriba, incluida una prima de Jennie que había llegado del pueblo para la ocasión. No era posible demorarse mucho tiempo sentado en la escalera, pero no le apetecía demasiado subir, y entonces sucedió lo inesperado. Sismic miró las dos botellas de vino que llevaba para acompañar el cordero -que en ese momento estaba a punto de salir del horno, y seguía su curso de lenta preparación estrictamente vigilado por Sofita- y sin esperar un minuto más decidió abrirlas y bebérselas allí mismo. Se trataba de se vino italiano con un nombre parecido a Zitarosa, y que no lleva tapón de corcho, así que no le hizo falta más que una navaja y un minuto para empezar su degustación. Una hora más tarde ya se encontraba bastante más animado y subió las escaleras, no sin cierta dificultad. Una asistenta le abrió la puerta y ya todos estaban terminando de cenar porque el cordero no espera a nadie y hay que tomarlo recién salido del horno. La asistenta se compadeció de él y lo sujetaba para que no se cayera, mientras Sofita se levantaba para llevarlo a un sillón y dejarlo reposar su estado, del que se hicieron algunas bromas pero no se le dio mayor importancia. Siguieron cenando sin percatarse de que en la mesa delante del sillón en el que se encontraba Sismic había licores, y de allí cogió una botella de whisky y siguió bebiendo sin que nadie lo viera, menos Oskar que estaba enfrente pero no dijo nada. En algún momento, Sismic los tomó por desconocidos y estuvo a punto de levantarse para dar un discurso, pero cayó de nuevo en el sillón y todo continuó como si nada. Todos hablaban comedidamente de asuntos sin importancia, y sin duda se trataba de una conversación civilizada, pero si al día siguiente, ni siquiera un minuto después, le preguntaran a Sismic sobre algo de lo que allí se hubiese hablado no sabría decir; tal era su estado. Al final se quedó dormido, y Jennie se sentó un rato a su lado poniéndole paños húmedos en la frente. Esa fue la cena de nochebuena que paso con Jennie y sus padres, y la misma en la que Oskar le pidió a Jennie que se vieran más a menudo para empezar a salir “formalmente”, tal y como todos esperaban, y Jennie le dijo que sí. Repentinamente, no de aquellos días, mientras cortaba piel de camello con una máquina del trabajo, Sismic supo que aquella relación no iba a durar, que detrás de 17
Oskar vendrían otros, pero que Jennie no se iba a atar a ninguno. Sabía que todos en aquella familia serían amables y considerados con cada nuevo candidato, pero que todas las atenciones que les pudieran dedicar serían en vano. En realidad, toda aquella actividad les era necesaria para vivir como el aire que respiraban. Daba trabajo hacer fiestas, preparar encuentros y hablarles sin parar a aquellos chicos de los estudios y de los novios más relevantes que tuviera su hija, pero eso formaba parte del juego y lo daban por bien empleado. Las peleas entre los Airtorm continuaron pero siempre llegaba algún modo de reconciliación y casi siempre, precedida de alguna nueva invitación a un posible candidato para emparejar a su hija. De cualquier manera, Jennie seguía drogándose, divirtiéndose, saliendo por la noche hasta el amanecer y, en ocasiones, durmiendo en casa de auténticos desconocidos. Sismic siguió compartiendo apartamento con Jennie, y eso le confería a los ojos del mundo y la empresa de su padre, en la que trabajaba, el estatus de mejor amigo, y sin duda lo era. Seguía escuchándola, interpretando lo imposible, asombrándose de historias que nunca sabría si eran del todo ciertas y desafiando todas las leyes de la lógica cuando sentados en un sillón le acariciaba el pelo mientras la escuchaba. Había un agrio enfrentamiento en su interior, pero también un entregarse a momentos dulces que sólo le podían perjudicar. A cualquier hombre, semejante situación le hubiese causado un desesperante tormento, pero incomprensiblemente no a él. Oskar parecía perfilarse como el nuevo jefe de área, pero eso a Sismic no le preocupaba, había vuelto a hablar con él con cierta cordialidad y todo había vuelto a la normalidad en la fábrica, es decir, continuaban las desconfianzas, los grupos, los que querían quedar bien a costa de lo que fuera y los que estarían dispuestos a cualquier cosa violenta por llevar la razón en las discusiones más estúpidas. En aquella ciudad, desde el momento de su llegada para buscar un trabajo, apenas había observado variación alguna. Las calles eran una sobreimpresión de sí mismas con cada época del año, como un cristal que se dibujara de nieve, de hojas caídas o de veraneantes. Era un bloque de cemento adornado como un árbol de navidad, humeante, cubierto de niebla o chorreando en los días lluviosos, pero siempre en pie, como cualquier desafío dispuesto a permanecer cuando nuestros ojos hayan desaparecido de la concavidad en la que reposaron, esa vaciedad incapaz de seguir asombrándose porque la ciudad camaleón se abrió durante tantos años a ellas. Y a todo aquello se iba acostumbrado como un mal menor y necesario, dispuesto a no rendirse. Tenía ante él una tarea difícil, por una parte estaba lo de su realización personal (al fin y al cabo eso lo había llevado hasta allí), del otro mantener el secreto de Jennie. Sabía que había algo en su sangre que le impedía tener hijos, pero hubiese considerado por su parte muy mezquino y de muy mala educación, haber preguntado para saciar su curiosidad. Conocía lo que ella le había deja ver, o hasta donde había permitido traslucir su drama y eso era suficiente para interpretar tantas cosas extrañas que pasaban a su alrededor. Las crisis de ansiedad solía pasarlas en casa de su madre, y si derivaban en una depresión podían pasar semanas sin volver por el apartamento que compartían. En ocasiones un fuego sublime la hacía perder cualquier contacto con la vida terrena. Se consumía de un dolor que no era físico pero que la capacitaba para seguir adelante apoyándose en los tranquilizantes en unas ocasiones y los estimulantes en otras. Para ella, cortado el músculo del hogar futuro no había otra solución que sentirse espléndida en cada momento, aunque fuera una emoción que nacía químicamente y que al final la destruiría. Intentaba hablarle, saber lo que pensaba acerca de algunas cosas, pero la comunicación no era fácil en medio de preguntas que le parecían abstractas, y entonces no escuchaba. Ponía toda su energía en concentrarse en alguna revista, o dejar que su mente volara libre mientras los labios de Sismic se movían en busca de su respuesta. Pensaba mucho en su padre durante un tiempo, Airtorm acababa de caer enfermo y le estaban haciendo todo tipo de pruebas. En lugar de responder a Sismic, empezaba a hablar de su padre con un aprecio inabarcable, rayando la admiración y el respeto, cuando hasta aquel momento no había sido así. No se trata de un amor nuevo, ni de una devoción recientemente descubierta, sobre todo porque mencionaba cosas de sus vacaciones de 18
infancia que expresaban un antiguo registro de datos de este tipo por una memoria prodigiosa, o tal vez porque guardaba algún diario que había estado releyendo no hacía mucho. Hablaba articulando las palabras como si se hubiese dado cuenta de que habitualmente no las definía correctamente e intentara corregirlo, al menos en tan puntual e importante momento. Se esforzaba en disimular la pasión que ponía en ensalzar la figura de aquel progenitor que empezaba su lucha contra la enfermedad, pero no había distancia suficiente para que toda la emoción trasluciese como un vidrio limpio.
4 Los Amores Previos Cualquier amor es siempre un antecedente, el amor previo a otros que vendrán, que durarán más o durarán menos, que serán más intensos o tal vez pasajeros, pero sólo unos pocos se recordarán con ternura. Por fortuna para Sismic, podemos decir que se movía lejos del terreno de la antipatía, pero eso lo obligaba a ser cortés, amable, educado y a cumplir con las formas que los Airtorm esperaban de él. Respecto de cualquier otro signo de libertad de su vida, tal vez tener un carácter tan determinadamente empático, en el momento que vivía lo comprometía en una vida que era del todo suya. No existen vidas completamente libres, sino vidas solitarias. Por lo tanto, en la historia que le toco vivir, debemos considerar al amigo obediente y dispuesto a ser persuadido como una víctima de sí mismo. En su caso, algo no se había cerrado del todo, y un rescoldo de su antiguo noviazgo aún humeaba. Había aceptado demasiadas condiciones, no se trataba de condiciones mencionadas o explícitamente aclaradas de antemano, pero hasta donde le era posible resistirse no incluía abandonar ese tipo de compromisos a su suerte. Los Airtorm, parecía, sin embargo, conocerlo lo suficiente para saber que no los abandonaría en momentos tan delicados. Pero, algún día, cuando todo lo peor hubiese pasado tendría que volver a pensarlo todo, a intentar saber a donde dirigía su vida y que estaba haciendo con ella en el presente. Los resultados de los análisis anunciaban una lucha despiadada y próxima contra la enfermedad, y ante semejante realidad a todos les resultaba imposible mantener la distancia. No obstante, era evidente que Sofita no se dejaba intimidar por la situación, y en esa valentía arrastraba a Jennie con la que pasaban tardes interminables haciendo compañía al enfermo. Lo que parecía resurgir de esa situación familiar, a la que por motivos difíciles de entender Sismic se había sumado, era una supuesta relación de intima confianza con la que se disponían a resistir lo que tuviese que venir. Nadie podría afirmar en el transcurso de aquellos días, que no estuvieran unidos, o que el señor Airtorm, a pesar de su depresión, no apreciara sentirse rodeado de su familia. Algunos de ustedes, sin embargo, si observaran la escena, convendrían en que el hombre enfermo no se enteraba de nada, porque pasaba las horas mirando al suelo y suspirando, obsesionado con una situación de desenlace que se preveía irremediable. En el sentido más estricto, nuestros enfermos nos padecen como parte de su enfermedad. No considero un tabú hablar de estas cosas, al contrario, lo que en ocasiones parece secreto o terreno de lo inefable, debe ser contado. Por todos los ancianos incapaces de poner en juego su senilidad y saber si pasan frío, o si no están bien alimentados, debemos hablar. Seguir ausentes de las necesidades cotidianas de nuestros seres queridos no nos crea sentimiento, ponemos toda la “carne en el asador”, demostramos un alto nivel de interés por ayudarlos, pero no alcanzamos a tanto. Sismic asistía 19
aquellas tardes a interminables conversaciones entre madre e hija, sin intervenir, incapaz de articular palabra o de acercarse al señor Airtorm. La forma más poderosa que aquellas mujeres tenían de demostrar su interés por el enfermo era solucionar todos los problemas legales, fiscales, burocráticos, citas de médicos y de actualización y revisión del pack de pompas fúnebres. Se pasaban la tarde dando por hecho la proximidad del terrible desenlace, y hablaban de todo ello como si el señor Airtorm no estuviera delante. Y así como en muchas ocasiones no somos capaces de calcular lo que nuestros enfermos pueden tener en la cabeza, sus obsesiones, su angustia y su derrota, lo dejaban con la tele encendida en la esquina opuesta del salón en la que se sentaba Sismic, sin calcular que en realidad nunca pedía nada, seguía mirando al suelo mientras en sus oídos la teletienda ofrecía zapatillas, batamantas, bastones, aparatos auditivos, ortopedias variadas o sillones que ofrecían ponerlos en posición vertical antes de desprenderse de sus cuerpos, todo tipo de extraños objetos que tenían en común hacer al hombre una vejez menos difícil. Y entonces, en medio de un drama tan común en nuestro tiempo, Sismic pareció encontrar el verdadero sentido de la existencia; nada iba a durar lo suficiente ni siquiera para él. Hubiese dado un salto para compartir con todo el mundo su revelación, “todos somos viejos prematuros”, diría exaltadamente. Y así con ese descubrimiento consolador, por todo lo que tiene de consolador saber algo nuevo, y no por lo que representaba haber descubierto algo tan sórdido, también sintió que la desesperación que compartir la inminente muerte del señor Airtorm era menor. Asumía la convicción vehemente de rebelarse contra su propio cuerpo, y se hubiese tirado contra las paredes hasta sangrar y ver su propia carne pegada a puertas, estanterías y cuadros, si eso hubiese tranquilizado al mundo, al monstruo que manifiesta con forma de enfermedad y se los estaba llevando a todos. Para terminar de darle forma a la historia de Sismic en sus aventuras de ciudad, aún después de la muerte del señor Airtorm, tenemos algunas cosas que decir que nos ayudarán a comprender. El trato recibido fue siempre como el que se dispensa a un miembro más de la familia, si bien, él sabía responder en la misma medida. Fue ahorrando paga a paga, hasta acumular una cantidad que le habría dado un independencia real, en el supuesto de que deseara cumplir un viejo sueño incumplido, el de viajar. Sin embargo, las atenciones que recibía de Jennie y su madre eran cada vez mayores, así que veía difícil poder desvincularse de ellas -sobre todo de Jennie- sin causarles un gran trastorno. Se le podrían reprochar muchas cosas al joven Sismic pero desde luego no podía existir en el mundo nadie más considerado que él, pero debemos añadir, que una gran parte de esa consideración venía dada por el miedo que le producía causar dolor a la gente que quería y a la que no quería decepcionar. Por eso está más que justificado aclarar que el día que al lado de Jennie se mudó a la gran casa para compañía de Sofita, lo hizo, en gran parte, porque había aprendido a dejarse llevar y por no contrariarlas, y eso era así aunque no viera en ello más que inconvenientes para su libertad. Deberíamos saber, en nuestro rol respectivo, el creador de esta historia y alguien (posiblemente un desconocido) que la lee, que al cultivar este tipo de aficiones se espera de nosotros que comprendamos el desprecio al que nos someten los que se sienten perdedores, los que voluntariamente abandonan cualquier espacio social en el que se les quiera colocar y poco valor que nos conceden para hacer de este mundo un lugar más habitable, tal y como ellos lo comprenden y que quizás nosotros mismos lo seamos. Jennie llevaba a cabo su venganza en eso términos, pero lo adornaba con ironías y sarcasmos a los que los comunes mortales no alcanzaban a descifrar. Para ella, cualquier cosa que saliera fuera del dolor de los enfermos y los marginados constituía un juego de falsas promesas con las que algunos solucionamos nuestros vacíos. Llenar nuestras vidas de ilusiones y sueños que no han de durar, a ella le parecía una excusa impropia, una evasión de cobardes, y una forma de evitar enfangarse en un mundo sin solución. Como una absoluta inconveniencia miraba la felicidad, y consideraba un placer de dioses ser capaz de vivir sin aspirar a ella. El derecho a no aspirar a la felicidad lo consideraba inalcanzable para hombres vulgares, y acostumbrarse al dolor de saber cada día que nada dura, eso tenía que ser sólo para aquellos escogidos por un Dios del que también dudaba. 20
En cada tímido del mundo hay alguien que pierde su libertad cada vez que abre la boca o intenta interactuar socialmente. No son capaces de esgrimir su punto de vista -recordemos que se cree que los tímidos son mucho más inteligentes que la media- sin herir el menosprecio que otros sienten por ellos, y los relegan con estrépito de sinrazones. Ponía en juego todo su valor cuando se trataba de Jennie y su familia, pero siempre terminaba por relegarse a un segundo plano y dejar que todo rodara sin intervenir. Tal vez no era un tímido en la más amplia expresión de la palabra, algunos grados de timidez son tan radicales que atentan contra su propia vida. ¿Cómo podía él intervenir en la marginalidad y el dolor de Jennie desde sus propias limitaciones? La influencia que ella sentía como positiva cuando le llegaba desde su amigo, tenía una variación de ida y vuelta, y cuando era él, el que sentía que había sido influenciado, obnubilado, y en ocasiones anulado, todo lo daba por bueno, porque así lo había aceptado; no podía culpar a nadie de sus propias decisiones. Supongamos que lo que llevaba a Sismic a actuar como lo hacía era amor. Y además, supongamos que no podía asumir su propio “cautiverio” sin recibir a cambio la sensación de estar siendo entendido; sin embargo, sobre ese intento, que así lo parecía, existía la insistente fatalidad de las señales que indicaban lo contrario. Obviamente no creía haberse precipitado cuando en el pasado renunció a una seria relación, tal y como algunos lo llaman, pero el apasionante descubrimiento de los secretos más profundos de Jennie no permitían que las cosas fueran de otra manera. Quizá entonces se había precipitado en una tormentosa decisión que apuntaba a la destrucción de cualquier afecto, pero, con el tiempo, una vez superada esa ruptura, volvían los deseos no confesados a estar presentes en la vida, que al fin, entre los dos habían decidido ordenar en conjunto, como cualquier otra pareja. ¿Por qué no? Ya deberíamos saber que los tipos de amor, de relaciones y la las formas de llevarlos a cabo son variadas y algunas imposibles: relaciones a distancia, tríos, amores prohibidos, incestos, amores platónicos, todos intentan organizarse en sus fracasos, ¿por qué en el caso de Sismic iba a ser diferente? Una tarde, después de un largo día de trabajo, Sismic podía sentir como anochecía, casi acompañar a la luz que se iba retirando en la ventana. Había comido algo que sobrara del día anterior y lo había acompañado con una cerveza, se había tirado en el sofá con la luz apagada y oyó el ruido de la llave de Jennie en la puerta con la fuerza de un disparo. Cruzó el salón sin percibir su presencia y se quitó el abrigo a oscuras, cuando él, por fin, la saludó ella se asustó y dio un salto; entonces encendió la luz y Sismic se tapó los ojos para poder mirarla a través de sus dedos. De pronto, se fija en su cara, en su expresión y las sonrosadas mejillas: Ella tiene calor, se desprende de su bufanda y de cualquier cosa que le permita sentir un poco de aire. Es una mujer fuerte, capaz de mantenerse inmóvil ante cualquier mirada por escrutadora que sea. Se ha maquillado los ojos hasta convertirlos en dos carbones, también se ha puesto un rojo intenso en los labios. Curiosamente, nunca la había visto así, con una expresión de rebeldía tan decidida, pero de ningún modo consigue evitar que él se pregunte de dónde viene, si es que le estaba permitido hacerse ese tipo de pregunta. En ese sentido, sólo consigue hacer algún comentario irónico que ella no parece captar y al que no responde, un comentario que se refiere a su fulgor persuasivo, insinuando que cuando una mujer se toma la molestia de maquillarse así es porque pretende impresionar a alguien. No podemos decir que se tratara de una escena de celos, pero se sentía molesto y agradado a la vez, porque no podía preguntar, pero por otro lado aquellos ojos lo cautivaban y no podía dejar de mirarla. Ella no se molestó por eso, y la tarde continuó sin darle más importancia, pero sin que Sismic en los días posteriores pudiera dejar de pensar en ello. Los amores que se mantienen al margen del deseo carnal reflejan la ambivalencia de la tensión por desprecio contenido, y la adoración ilimitada. Pasaron muchos años en que esta contradicción provocó todo tipo de desencuentros y reconciliaciones en su amistad. Por lo común, cualquier otro hombre hubiese perdido los nervios y huido de su casa, su trabajo, e, incluso, aquella ciudad. Pero incluso, cuando Sofita murió, Sismic sintió que su amiga lo necesitaba más que nunca y permaneció aún a su lado, siendo su confidente, el hombro en el que llorar y la persona por la que podía preocuparse como si fuera de su familia. Iban juntos de vacaciones, salían a cenar, a divertirse a las 21
discotecas de moda, y se lo contaban todo de los amores ocasionales que pasaban por sus vidas. En otro sentido, cuando los padres de Sismic murieron, Jennie lo acompañó como si fuera una hermana, y eso no podía olvidarlo a la ligera. Así que pasaban los años, y ninguno podía confesarse su amor, ni siquiera reconocerlo como tal a sus adentros. Nunca podría ser un verdadero amor, y eso iba a ser determinante. Y sin otro motivo, refiriéndose a lo sórdido que se le había vuelto todo, Sismic hizo la maleta y desapareció. Yo no puedo valorar si fue mezquino, poco justo o si se dejó llevar, pero lo cierto es que Jennie nunca lo volvió a ver. No obstante, él siguió pensando en ella hasta el día de su muerte. Ninguno de ellos supo si el otro murió antes, ni intentaron saber donde se encontraban, ni hubiesen consentido un reencuentro. Para mi no es evidente que en el amor algo como lo que acabo de relatar sea un exceso, pero supongo que cada uno tendrá su propia idea al respecto. Constantemente en el mundo el amor hace de las suyas y somete a la gente a hacer cosas que nunca creerían; o eso o pasar página y llegar a pensar que todos los amores, en realidad, si se nos da el tiempo necesario, se convierten en amores previos.
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