Los Inocentes Imperdibles
1 Los Inocentes Imperdibles Llegar siempre tarde a todas partes y reconocerme como alguien incapaz de mantener una cita sin exponerla a estas irregularidades, es algo de lo que nunca me sentí orgulloso. Sobre todo si el daño es irreparable, tal y como sucede cuando quedo para ver una obra de teatro o una película de cine y les estropeo el principio a mis acompañantes. Pero saber de antemano lo que suele suceder, que posiblemente olvidé ponerme el reloj ese día, o que me demoré vistiéndome o duchándome, y aún siendo así de desagradable tener que pasarme la vida disculpándome por esta razón, debo decir que en el pasado, nunca hubo mala fe ni premeditación en ello. Además no sólo se trata del hecho de una espontanea falta de puntualidad, sino de la tortura psicológica que supone saber que soy absolutamente incapaz de corregir este odioso defecto. Lo sé con la certeza que un enfermo conoce donde le duele, sin necesitar cuestionarse en ese sentido, sin indagar al respecto, uno se coge el lugar con precaución y queda inmovilizado, y ya nadie se atreve a tocarlo sin poder evitar oír sus gritos. Me siento culpable, no puedo evitar ese sentimiento recurrente, porque me aboca a la relación que puede haber tenido con todo el resto, con el resultado final del momento vivido, y a su vez con aquello en lo que haya podido o no convertirme. Las maltratadas personas, no por eso menos estimadas, que han tenido que sufrir mi defecto y, posiblemente maldecirme, pasan en mi recuerdo por minutos insufribles en los que intentaban justificar la espera y justificar si valía la pena o no esperar por aquella persona. Llegados a este punto, debo acordar que mi valor (la estima que otros me demostraron en momentos muy precisos) se les pudo, en más de una ocasión, hacer presente en la decisión de seguir allí -en el lugar de la cita- o abandonar definitivamente la idea de quedar conmigo en un lugar concreto a una hora determinada. Me asusta la idea de que haya podido perder mucho por haber sido tan relajado, de que mi vida pudiera haber cambiado sustancialmente y de que no conozca totalmente la extensión del cambio, porque un hecho aparentemente tan insignificante pudo influir en el todo. No se ama en vano, se vive amando: se vive. La primera vez que vi a Trilce creí que se trataba de una de esas fotografías de anuncio de perfumes franceses, de los que nunca se dice su precio y que una mujer de manos perfectas sostiene delante de una sonrisa perversa y una mirada lánguida. Pero no era una fotografía, no aguantaba un perfume con las manos, era mucho mejor; se movía. Me tranquilizó saber que no iba a perderla de vista inmediatamente porque aparecieron dos niños que se agarraban a
su falda y no dejaban de jugar escandalosamente, mientras ella intentaba acordar algo con el camarero. Su alma no sería nunca mía, su vida estaba construida, pero no podía dejar de mirarla. Ser madre la hacía aún más hermosa e inalcanzable, esa sensación de belleza ocupada dentro de un mundo irrenunciable la transportaba con un halo de imposible verdad. Empezaba a enfadarse, los niños se escondían entre sus piernas, se peleaban, tenían el aspecto de dos ángeles insignificantes luchando por el protagonismo de un demonio. Así empieza una visión, sin intentar poseer nada más que una imagen, que a veces viene conectada de forma espontánea con una idea. El exterior es de movimiento en una terraza, de mesas y sillas, de conversaciones y señoras descansando de su bastón, que apoyan contra las piernas. La profundidad es de una escena dentro de otra, pero no me interesa la periferia, lo que pasa sin haber sido convocado. Sigue hablando con un camarero, porque intenta contratar una comida para el mediodía, allí mismo, por lo que puedo entender, una comida al aire libre para toda la familia. Eso tampoco me interesa, la conversación es una extensión de la pelea de los hijos desequilibrando a una madre que se ha puesto una falta que se estrecha en las rodillas, y además unas sandalias de medio tacón que no facilitan nada su labor. Pero, debo reconocerlo, anhelo esa imagen en equilibrio de sandalias, esa dificultad añadida que engrandece a la mujer sofisticada hasta el sacrificio. Creo que no le ha gustado cuando le he dicho que le he quitado una fotografía, y le he pedido su dirección para mandársela. Ha rehusado responder, me ha dado la espalda y ha seguido hablando con el camarero que en ese momento se ausentó para ir a buscar al encargado. He aprovechado ese momento para darle mi tarjeta y no acosarla con mis cosas, entonces llega el jefe de camareros, y ella tiene que empezar de nuevo para explicar lo que quiere para el mediodía. Parece complicado encargar una comida en la terraza, pero ella no ceja en su empeño. No es por el temor que nos producen los desconocidos, al menos, hasta que conocemos sus intenciones, que Trilce, al menos en esos primeros instantes, hubiese decidido mantener la distancia, establecer una barrera de falta de atención que no era posible superar. Cuando alguien decide darte la espalda y no atender a tus razones, es mejor ceder, no insistir, y sobre todo no tocar. Nada es más negativo en estos casos que tocar un brazo, mucho peor agarrar con la mano pidiendo atención, porque eso es traspasar una barrera, casi una prohibición y la reacción puede ser inesperada, incluso violenta. Coger a alguien de un brazo cuando te está dando la espalda premeditadamente, puede ser un error fatal. Es posible encontrar en cada momento del día un motivo para sorprendernos y reconocerlo como único. En esto no acepto réplicas, porque se muchas de las personas que me rodean prefieren vivir sumidos en sus ideas y recuerdos, o simplemente sumergirse en las páginas de un periódico y no levantar la vista ni para saludar a sus vecinos. La experiencia natural del hombre en sus relaciones con los demás, lo anima a no abrirse demasiado al mundo, pero no eso no debería servirle de excusa para vivir sin apreciar todo lo que de bello pasa a su alrededor y no ser capaz de extraerlo de una masa de preocupaciones que lo ensombrece todo. Hombres sitiados por su propio devenir, sus elecciones en la vida, por las costumbres que los adormecen y los vuelven conformista. Se creen los reyes del mambo, a su modo y en el hogar que se han formado, y mientras resisten, en cierto modo lo son, eso sí, dentro
de la fantasía de vida que se han montado. A veces creemos que los hombres poderosos rezuman verdad, y que eso les permite disfrutar incluso de sus errores. Tal vez en alguna ocasión hemos deseado que pierdan su poder, porque entendemos que merecen un castigo, pero el castigo en ellos se produce cada momento de su vida, da igual la posición que ocupe. No debemos inquietarnos por su aparente solvencia emocional, si están podridos, terminarán por derrumbarse. No quisiera ser injusto con Gio, el marido, de Trilce. Lo conocí algún tiempo después, y por como sucedió todo debo limitarme a contar, sin poner en ello más emoción de la que se pudiera entender como propia el lector en cada momento y como reacción a los hechos sin añadir ni exagerar lo más mínimo. Fue él el que se puso entonces en contacto conmigo, y hoy ha venido a visitarme. Han pasado unos años desde aquello y hemos desarrollado una sólida amistad, tal vez por nos soportamos pacientemente, o mejor dicho, soportamos pacientemente nuestras respectivas rarezas. Por ejemplo, hoy he guardado silencio mientras se desahogaba por su mala suerte con las chicas jóvenes. ¿Qué esperaba? Cuando conoció a Trilce era un joven fuerte y lleno de energía; tenía todo lo necesario para poder impresionar a una chica de su edad. Pero ese momento ha pasado, debería ser consciente de que su vitalidad se ha venido abajo, de que ya no impresiona como entonces, que sus intereses no tienen nada que ver con los de las jóvenes que le interesan y que nunca podrá sustituir la vida que una vez tuvo de semejante forma. -Verás Joseph, tengo una teoría acerca de las mujeres. Todas ellas tienen un perfil parecido en lo que a su psicología se refiere -comenzó su disertación sentado en un sillón frente a mi, y me miraba con la avidez de quien desea ser claramente comprendido-, o no comprenden el interés que los hombres tienen en ellas, y esa incomprensión se alarga durante más años de lo que cualquier otro ser pueda soportar, o simplemente desarrollan una animadversión verdadera hacia el género opuesto. -Estimado Gio, creo que los hombres y las mujeres no nos parecemos, pero estás siendo muy radical en lo que planteas. -Cuanto más jóvenes, más bonitas y más presumidas son, más acentuado tienen ese rasgo del que te hablo y que algunos hombres jamás descubren en su vida. Así las cosas, ellas en su secreto aprenden a expandir una corona de desprecio que ni una reina podría controlar. En su interior crece un bola de incomprensión, de falta de reconocimiento y de otros resentimientos que afrontan con menos entereza -No podía creer que Gio estuviera dispuesto a mantener semejante teoría, mucho menos delante de un auditorio de personas totalmente desconocidas, siguió adelante-. Es por eso que encuentro una diferencia tan grande entre las mujeres que han pasado de los cuarenta y otras más jóvenes, es como si por fin hubiesen aceptado que ellas también están en la vida para sacarle partido y no para hacerle planteamiento idealizados que siempre terminan en drama. -Creo que has conocido a una mujer madura que, por fin, te gusta más que esas
jóvenes con las que sueles salir. -Sí he estado saliendo con chicas jóvenes, tal vez porque tenía una imagen idealizada de Trilce que pretendía recuperar. Pero mi teoría no tiene nada que ver. Es verdad que existen mujeres capaces de comprender nuestras debilidades, de mantenerse al margen de nuestras miradas y de llevarnos por el camino que más nos conviene, pero encontrar una mujer así es como buscar una aguja en un pajar -cómo siga por ahí, cualquier otro machismo exhibido resultaría mucho más fácil de padecer-. Pertenezcamos al mundo que se interesa por el sexo contrario, no hay nada de malo en ello, aunque sepamos que en demasiadas ocasiones nos encontramos “fuera de juego”. Es verdad que se me nota que el rechazo que empiezo a despertar en la juventud es lo que me confunde y me anima a este tipo de locas teorías. Creo que podré seguir creyéndome un adolescente a los sesenta y sin entender que a algunas personas les parezca tan patético. -¿Sabes Gio, la búsqueda de la juventud es más corriente, que creerse joven? Suele suceder. Así continúa, tu relato, empieza a ponerse interesante. -No entiendo por qué pero hasta ahora, las chicas que se han interesado por mí parecen ajenas a todo. Les da todo igual, ¿te das cuenta? Su interés es limitado, y desde luego no dan señales de tener los signos de la reacción a la que me refiero. Sus sugerencias, sus estímulos, sus intereses, no parecen tener relación con aquellas otras tan difíciles de tratar y de impresionar. Cualquier intento por comprender que lleva a las chicas que nos interesan a ser las más difíciles, va a ser un fracaso de antemano, ¿no crees? -Te has metido en un buen lío. -Todas las niñas son educadas para ser una princesas, para ser respetadas, queridas, veneradas, idealizadas, incluso convertidas en un mito. Pero entonces llega el momento de enfrentarse a la vida, y sobre todo, a los hombres y sus intereses. Se erigen en monumentos al deseo, profundizan en ello como si se tratara de un juego, y cuanto más interés despiertan más interesante se vuelve el juego. -Creo que ha llegado el momento de concretar. Te estás yendo por las ramas. -¿Tú no encuentras que las mujeres de más de veinte y menos de cuarenta parecen mantener un alto nivel de resentimiento hacia los hombres? -¿Era eso? Esta bien, convengamos que al menos parecen encantadoras cuando no defraudadas. -¿Defraudadas? Esa podía ser la palabra que estaba buscando. Ellas no han de renunciar nunca a su orgullo, aunque tal vez la mayoría crea que se las ha utilizado desde la primera vez que creyendo encontrar el amor, se sintieron abandonadas. Nada
es bonito, nada es como esperaban, pero deben seguir adelante, aunque el resentimiento no las abandone. No quieren compartir su decepción con nadie, se sienten estúpidas porque es algo que viene sucediendo desde que el hombre es hombre. En cada historia de mujer, desde el principio de los tiempos, ha ocurrido, cuando han dejado de ser esos ángeles, las princesas del cuento que les han contado, es porque se han sentido utilizadas y abandonadas. Representan todo lo que nuestra civilización tiene de realista, cada cosa cumple una función, que las mujeres crean que se merecen la luna es la realidad más básica de perpetuar la especie, y conseguir que desde ese primer momento puedan jugar libremente con el deseo masculino, y humillar al hombre por muy viejo que les parezca. -Me acabas de dejar sin palabras. En serio, no sé que decir. Aquellos días alrededor del accidente: Desde cualquier punto de vista, que apareciera mi tarjeta en uno de los bolsillos del abrigo de su mujer, resultó para él un enigma. En la tarjeta ponía mi nombre, mi dirección y un número de teléfono, nada más. Era una situación confusa, aunque yo aquella mañana había asistido como un espectador horrorizado al accidente, a la muerte de Trilce y de sus dos hijos, y entendí lo que sucedía. Por mi parte no iba a quedar, echar un poco de luz en aquel caótico estado en el que una familia se queda después de una desgracia semejante. No me extrañó la exigencia de aquella voz al teléfono que me cuestionaba como se cuestiona a un delincuente, o a un traidor. Antes de permitir que mis peores reacciones se pusieran de manifiesto, reflexioné y comprendí la situación, de tal modo que me dispuse a contarle a Gio porque su mujer llevaba una tarjeta mía en el bolsillo de su abrigo destrozado y cubierto de la grasa del auto que la embistió a ella y a los dos niños. Para eso quedé de pasarme por su casa al día siguiente a una hora concreta lo que desde luego no fue la mejor idea. Estamos acostumbrados a vivir de corrido, sin pararnos en los detalles, sin apenas respirar y apreciar las diferencias del aire. Intento, en mi caso, que no sea así, por eso me distraigo tomando fotografías y por eso suelo llegar tarde a tantos sitios. La realidad hasta entonces había sido vagamente más importante que mis demoras, aceptaba de vez en cuando alguna que otra reprimenda pero no corregía ese adormecido defecto. No encuentro razón alguna que pueda justificar aquella vez, en la que me desperté casi una hora tarde y cuando vi por primera vez a Gio, no había nada de reproche en él, al contrario, se trataba de un hombre vencido. No nos es posible a veces enfrentarnos al terrible ridículo que hacemos, al patético y sórdido aspecto que le damos a todo lo que hacemos, y eso tenía que estar sucediendo. Sería preciso por mi parte haber tenido en cuenta al drama que me enfrentaba, pero me quedé dormido y aquel hombre me recibió sin rabia, lo que terminó por derrotarme. Entregarle la foto que le hice a su mujer y a su hijos jugando en sus faldas, y explicarle en que condiciones se había producido el encuentro no me resultó nada fácil. Si yo fuese actor, o hubiese aprendido algo de interpretación en las escuelas de arte que en aquellos tiempos tan de moda estaban, posiblemente no lo hubiese pasado tan mal, fue un encuentro traumático pero aceptado; no había más remedio que pasar por aquello. No tenía la conciencia del todo tranquila, si bien, en mi inconsciente no
había registrado en ningún momento que hubiese intentado tontear con Trilce; nunca lo hacía con las mujeres que fotografiaba espontáneamente. Se trataba de una afición que sabía que me podía traer problemas, pero no, nunca había tonteado con las modelos. Asistí al entierro, a pesar de lo complicado que me resulta siempre formar parte del complejo entramado social. Y todo me parece cuando lo recuerdo un sofocante sueño de alguien que se encuentra desorientado, en un territorio que le es ajeno y del que no sabe como salir. Todo se enreda más cuantas más vueltas le doy, creo que es suficiente decir que aquel día no me retrasé por pereza sino por lo contrario, me levanté temprano, y y me demoré tanto en vestirme con corrección, que cuando llegué los familiares allí concentrados ya empezaban a disgregarse. Esta inclinación a la disculpa se acentúo en aquellos días, con el desgraciado accidente que ahora recuerdo. Como hasta aquel momento yo no tenía una vida social memorable, pues no sabía que no era lo mismo llegar tarde a acontecimientos multitudinarios, que a los llegarle tarde a buenos amigos que cargaban con mi defecto hasta es momento de forma no selectiva. Lo cierto es que alguno de ustedes podrá pensar que en acontecimientos sociales donde la masa parece ajena a todo, resulta más fácil pasar desapercibido, pero no es así, todos te observan y esperan para hablar de ello más tarde, por eso debo suponer que cuando llegué al funeral cientos de ojos me observaban anónimo.
2 El Hombre Innombrable Entre Gio y yo, supongo que se estableció una amistad de las que surgen cuando se comparten aficiones, si así podemos llamarle. Ojala volviese a ser niño y aprender a entender todo lo que me sucede sin someterlo a emociones, porque sin que yo pudiera saber por qué, desde el principio me sentí ligeramente culpable por su desgracia, y hasta cierto punto responsable de entretenerlo. Por eso empecé a salir con él, a alternar con chicas y a presentarle a algunas de mis amigas. Nadie podría decir que la torpeza de Trilce al cruzar apuradamente, se hubiese debido a la confusión que sintió al ser abordada por un desconocido. Lo cierto es que al acabar su entrevista con el jefe de camareros, yo la miré, me levanté para dirigirme de nuevo a ella y cuando lo notó salía corriendo como alma que lleva el diablo. Esa absurda reacción unida ala imposibilidad de controlar a los dos niños que apenas se dejaban arrastrar, concluyeron en desgracia. Reaccionar con la alegría que me supone escucharlo, a la tristeza que aún me toca, intenta espantar cualquier sombra de sospecha que yo mismo pueda tener sobre mi imprudencia de aquel día. Ni siquiera me rebelo contra sus pretensiones al intentar
rehacer su vida al lado de mujeres que lo tratan con tanto cinismo. No voy a abdicar de mi compromiso tampoco hoy que por fin se ha decidido a declararse a un mujer madura y equilibrada. Debo decirlo, las chicas jóvenes estaban acabando con su salud. “Hay una forma de ver la vida para cada momento que nos toca. No es fácil de explicar, con frecuencia nos dejamos llevar por la inercia que nos mantiene alerta, y eso me puede ayudar ahora. Voy a dejar de ver a Gio con tanta frecuencia, sé que me lo notará y que me preguntará el por qué de mi actitud, pero creo que debe seguir su vida ahora, del mismo modo que yo debo seguir con la mía. Puede parecer egoísta, pero nos encontramos en un cruce de caminos, y aquí nos vamos a separar”. En estos pensamientos andaba yo una mañana, convencido de que una etapa de mi vida había llegado a su fin, y de que así de coincidentes deberían ser con otros que tal vez Gio estuviera elaborando por su parte. Era la sensación de desmembramiento que sucede con los amigos cuando empiezan relaciones estables con mujeres equilibradas -me refiero a que algunas mujeres no buscan ese tipo de relación que busca durar, y por eso añado ese calificativo, pero soy consciente que estructurar el pensamiento femenino de forma tan sencilla requeriría muchas aristas-. El ejemplo más claro que se me ocurre para entender lo que siempre me sucedió con los amigos a los que perdí cuando formalizaron sus relaciones sentimentales, es la separación de Los Beatles: todo el mundo culpo entonces a Yoko Ono, todo el mundo coincidió en que el sueño terminaba porque la situación sentimental de Lennon cambiaba, y que para proteger esa situación y tener la exclusividad sobre el músico, la mujer lo había apartado de todo. Y tal vez fue por esta forma de pensar tan arcaica (más ahora que Paul ha dicho en prensa que Yoko no tuvo nada que ver en la separación del grupo), por lo que avancé tanto en la idea de dejar de ver a Gio. Consideré entonces un cambio a está primera propuesta que me hice, cuando Gio me habló de una amiga de su nueva pareja, se trataba de Adriana con la que me concertó una cita a ciegas. Me resultó angustioso al principio aceptar la idea de que esto pudiera mantener antiguas amistades, que debiera aceptarlo, consentirlo y apreciarlo con la misma buena voluntad que mi amigo había puesto en el ofrecimiento. Además de esto, yo conocía otras chicas y estaba pensando en tal momento, especialmente en alguna de ellas. Todos mis planes se vinieron abajo al conocer a Adriana. En cuantas ocasiones, sin haber reflexionado nunca lo suficiente al respecto, me he despreocupado del momento que me tocaba transitar, y aquella vez, quizá por desinformación, o por desinterés, una vez más llegué tarde a la cita. Para cualquiera que hubiese seguido mi evolución aquellos días, aquella misma tarde incluso, yo me estaba comportando con inconfesable irreal e infantil fantasía. Quedamos en un restaurante, y llegué una media hora tarde. En ese tiempo, Adriana se había tomado un combinado y había llamado a Gio para preguntarle si me había pasado algo, y como no obtuviera una respuesta satisfactoria se levantó para marcharse -la identifiqué enseguida por un broche con libélula que llevaba sobre el bolsillo izquierdo de la americana- y en ese preciso instante que apartaba su silla para salir, la intercepté casi a la desesperada, y le rogué que se quedara y cenara conmigo. Su enfado resultaba más que notorio. Hubo un momento de mi vida en que tardar se convirtió en una obsesión, pero por
más que me enfrentara a la desazón que me producía no terminaba de dominar esta forma mía de estar en el mundo. Sólo la acción continuada me evitaba pasar tan malos tragos, con acción continuada quiero decir evitar todo descanso, llenarme de actividad, andar, salir de casa, incluso, no dormir, y evitando dormir acudir a las citas. A fuerza de tanto pensar en ello he llagado a la conclusión que mis peores momentos no se debieron como muchos creen para sí, a falta de suerte, sino, en este caso, haber sido incapaz de sortear un estado mental que encontraba suficiente interés en nada. Hay un fuego en todas las agonías, ¿y de que otra forma puedo llamar a un estado interior que lo complicaba todo? Tal vez en un principio me lo tome como una broma, una divertida característica que desorientaba al principio y terminaba por llenar todas las relaciones de desconfianza, pero pasados los años se convirtió en un desafío doloroso que todo lo arruinaba. Caer en la cuenta de cual ha sido el error de tu vida puede ser cruel, pero iluminador, porque posiblemente cada hombre tiene un defecto aterrador del que no es consciente y que se le revelará cuando sea demasiado tarde para poder evitar todo el daño que le hace. Concentré todas mis fuerzas en complacer a Adriana, porque realmente me gustaba y porque muy pronto empezamos a intimar sin darme tiempo a exhibir lo peor de mi. Tan pronto vivimos juntos, que cuando le llegaba tarde a otros era porque estaba con ella, intentando satisfacerla en todo, hasta sus más íntimos deseos. Los hombres actúan y entienden los ritmos de la vida en la parte que tiene de consecución de sus deseos. Un anciano al que le quedan unos pocos años de vida piensa en retener el poder, mientras, quizás uno de sus generales desea darle muerte para arrebatarle el poder inmediatamente. Como testigos deseamos que no ocurra, cuando la suerte estaba echada de antemano y el verdadero drama es la vejez. Así sucede políticamente, porque la política necesita hacer cosas y llegar siempre a tiempo. En este momento debería traer a cuento algo que resultó importante en el desenlace de mi relación con Adriana, y esto es que ella tenía un cargo político, algo importante según recuerdo, aunque nunca me interesó demasiado, más que en la forma en que influyó en nuestra ruptura. Ella sabía exactamente lo que esperaba de la vida, y, si bien fue paciente terminó por poner delante su verdadera pasión, la de destrozar adversarios. No se trataba de una mujer inocente por cuanto el resultado de sus actuaciones podía ser demoledor, lo mismo hacía un discurso encendido para descubrir los peores defectos de otros políticos, que contrataba un detective privado, no había piedad en ella. Cuando yo soñaba con ella, lo mismo soñaba con una mujer dulce que se plegaba y aceptaba mis caprichos, ¡qué lejos de la realidad estaba! Yo, en ocasiones seguía sus discursos por tv, orgulloso de su elocuencia, y así íbamos avanzando en confianza. Vivir juntos lo cambiaba todo, porque ella estaba muy ocupada y era yo quien la esperaba, cada noche celebraba el momento de su arribada. Temí que alguien pudiera descubrir mi defecto, y que la acusaran en público de tener un novio que se había pasado la vida llegando tarde a todas sus citas, y que pudieran entrevistar a la estela de enojados viejos amigos que fueran contando todas las veces que los fui dejando en la cuneta por ser incapaz de cumplir con sus expectativas acerca de mi puntualidad. No sé si llegué a creer que esto podría haber influido seriamente en su carrera, pero el sentimiento de culpabilidad crecía.
3 Sobre Los Sueños De Adriana Si yo hubiese sido yo mismo, con todas mis perspectivas acerca de Adriana, no le hubiese tenido en cuenta que poco a poco se hubiese vuelto tan sospechosamente exigente. Porque en mi ser imperfecto había desarrollado la idea de que podría soportar cualquier desprecio a condición de no perderla. Sus terribles palabras empezaban a sonar como la hiriente espada de quien ya no te soporta. No se trataba de una sensación, o si alguna vez lo fue pasó a un nivel más realista el día que Adriana tuvo su primer ataque de ansiedad y con violencia empezó a romper loza de la cocina. Terrible, sí; ese fue el momento en el que empecé a temer por mi vida. Admitir que una relación llegue a semejante nivel sin darle importancia y sin buscarle una solución, sólo se entiende dentro de la locura, tal vez sólo dos locos de amor aceptan vivir en semejante estado de aceptarse y detestarse, de quererse u odiarse según el color del amanecer o la temperatura del ocaso. El que no es capaz de escapar a tiempo de una relación con un perfil semejante termina por sufrir las consecuencias. -Desde que recuerdo he intentado ser condescendiente con tu trabajo, yo también he tenido paciencia -le dije en una ocasión en que nuestra relación se había deteriorado tanto que ya sólo discutíamos-. Había pensado que saliéramos de viaje, un largo viaje en el que apenas nos pudiéramos separar, esa sería la mejor solución para que ya mis demoras dejaran de parecerte desinterés. -Sólo te pedí que me trajeras el discurso que había pasado toda la noche escribiendo. Sabes que no soy buena en los discursos si no los llevo para poder leerlos. Muchas cosas dependían de que pudiera convencer en el congreso, y cuando por fin llegaste, ¡ya todos se habían ido! No me acuses. -Yo no he cambiado, sabías con quien te comprometías. De ti no puedo decir lo mismo, creo que estás pagando conmigo el resentimiento que tienen con los hombres. -Eres un machista. ¿Pues sabes qué? Ha sido un hombre el elegido como candidato, estoy fuera, El comité ejecutivo estará formado sólo por hombres, parece que os ponéis de acuerdo. -Los hombres somos un problema para las mujeres, un lastre. Ese resentimiento parece proceder de la idea de que en vuestra adolescencia en algún momento
albergasteis la idea del amor al entregaros a algún hombre que siguió su camino, eso he oído. Parece que se acabó el amor... Estaba bastante confundido porque el discurso machista de Gio, al fin se proponía como un punto de vista al que aferrarme cuando los problemas con mi pareja se hacían insalvables. Desde que empezara a compartir mi vida con Adriana, había llegado a la conclusión de que la idea del amor que tienen los hombres solitarios tenía muy poco de real. La exactitud del resultado no debe convertirse, en ningún caso, en una aspiración. El amor hay que dejarlo fluir, sin esperar esto o aquello, nada es real, nada es tampoco fantasía. Intentar aplicar estrategias nunca funciona. Para terminar de aceptar los finales, uno debe ser consciente de la propia mortalidad y nada se había producido todavía que hiciera sospechar que ninguno de los dos pensáramos demasiado en ello. Ese fue el momento en que a Adriana le llegaron los últimos resultados médicos. Se trataba de un control que se hacía cada año como una rutina y que ese año aparecían con un mensaje: “Hemos intentado contactar con usted por todos los medios y parece que se encuentra totalmente desconectada del mundo. Se trata de algo urgente, por favor póngase en contacto con su médico lo antes posible” Una de las primeras cosas que le había preguntado a Adriana cuando la conocí, había tratado acerca de la teoría de Gio, y la pregunta había sido algo así, ¿alguna vez te has sentido, usada, utilizada y abandonada por un hombre? Y su respuesta fue tan precisa que daba miedo: “Cada vez”. A pesar de todo, nuestro amor duró lo que los científicos dicen que dura, unos cuatro años antes de volverse rutina. Nadie puede llegar a profundizar tanto en el alma humana, ni siquiera en el alma más cercana y abierta. Intentar comprender si había algo en ella que modificara su conducta hasta despreciarme, era intentar comprender demasiado. Tal vez sea debido a esa pretensión inteligente que intenta descubrir lo que no existe que nos equivocamos más veces de las necesarias. Todo lo que el médico le dijo de una enfermedad degenerativa, eso sí era real, casi tangible, y yo debía dejar de elucubrar acerca de la multiplicación inesperada de nuestras discusiones de los últimos tiempos. Detrás de la oscilante materia de la enfermedad, la vi ir vaciándose día a día. El otoño terminaba y las noches se hacían muy largas. No se trataba todavía del anclaje total, pero ya no salía. Se fue volviendo una piel blanca, una mirada difusa y un gesto intranquilo. Cada noche el ritual de ayudarla a desnudarse y pasar una esponja con jabón por su cuerpo intentando que descansara. La enfermedad siempre es violencia, y el ardor de la desconfianza no era por Adriana, desconfiaba de la muerte y de una traición nunca del todo esperada. No era todavía el momento, hablábamos, creímos que nos entendíamos, todo volvió a ser congeniar en la entrega de los cuidados, confraternizar en los días de íntima cercanía, y noche tras noche me pedía lo mismo: “quédate a mi lado hasta que me duerma”, y eso hacía. Me ha asaltado una nueva inquietud en este tiempo que paso en el sillón viéndola dormir, porque al final ya no se levanta, y esa inquietud tiene que ver con que nada quedará de todo lo que un día nos amamos, más que aquello que pueda perdurar en mi memoria y que nunca recordaré. En una ocasión en que estaba esperando a la enfermera que viene algunos días a hacerle las curas, ella me miró y me pidió que me acercara porque quería decirme algo.
-¿Sabes qué?, tu teoría es un error, las mujeres no vivimos en un estado de permanente resentimiento. Eres un machista y un “tardón”, pero te agradezco todo lo que haces. -Cuando hay que estar, hay que estar. Formaba parte del acuerdo. Es el mismo aire que nos cubre, el de su enfermedad y el de mi adormecimiento. He ido a la cocina, he caminado a oscuras por la casa y he hecho un poco de ruido al mover la loza. Un vecino a golpeado contra la pared, debe sentirse molesto por algo que no entiendo, nadie puede decir que sea ruidoso y que moleste con algún tipo de actividad. Nada parece suficiente hasta que caes en una desgana parecida, que aún no es depresión, pero nos llega desde un desprecio por la propia vida. Casi invisible de vuelta a la habitación ella se movió, estaba despierta. Me acerqué para ponerle la mano en la frente y tomarle la fiebre, ella la cogió entre las suyas y me miró suplicante. Volvió a pedirme lo mismo que otras veces, “quédate a mi lado hasta que me duerma”. Fue por esos días cuando volví a fumar, era una costumbre que casi había olvidado. En el vasto paisaje de minutos interminables, encontraba en fumar una relación con la vida y lo que esperamos de ella. Esperar se manifestaba como una acción programada, planeada hasta sus últimas consecuencias. Cada vez que en un film, veía a alguien fumando y esperando -como dice la canción- podía imaginar a aquella persona esperando por siempre, esperando hasta el infinito, resignada, sin apenas turbarse o inquietarse, lánguidamente aceptando la condición humana.