Los Programas Políticos Los programas políticos, al menos hasta el día de hoy, eran la parte más falsa del discurso de los líderes políticos. Todos nos hemos sentido alguna vez engañados o defraudados por ellos, nos han puesto la cruz del idiota, al que se le dice lo que quiere oír para que deje de dar la lata. Sabemos lo que está pasando, y aunque hubiésemos preferido a otro candidato, lo cierto es que muchos votan las promesas que aún no pueden creer que no se cumplan. Bajo este punto de vista quizá parte de la culpa sea nuestra. Usamos el voto bajo falsas perspectivas en un mundo en el que la ideología parece haber desaparecido. No vamos a hacer una descripción pormenorizada de los engaños a los que nos han sometido con las promesas electorales, sino que será mucho mejor desentrañar los motivos y pensar que salida tenemos. No se trata hablar del engaño para descalificar al político, o pedir, como un ruego, que las promesas electorales tengan rango jurídico y si no se cumplen el candidato tenga que dimitir, sino que debemos referirnos al cambio de situación, cuando los partidos que pueden dar el gobierno a las fuerzas más grandes, establecen condiciones que nos devuelven la esperanza y la confianza en los programas. La segunda parte de las promesas incumplidas son las fantasías de un éxito que no existe, o también, de atribuirse el mérito de una mejora que se suele deber a sinergias internacionales y los esfuerzos de los trabajadores. Y esto está sucediendo, precisamente en un tiempo en el que se supone que las clases populares están más formadas y son más difíciles de engañar que nunca. Las mentiras parecen ir, como estrategia y como parte estética del discurso, unidas a la política. Las mentiras de este tipo hacen aparecer al político como una persona inteligente, capaz de cualquier cosa a cambio de colmar su ambición. Porque mientras los que muestran sus cartas dan un mensaje simple, ante sus propuestas ya conocidas, los primeros se sacan una y otra vez un as de la manga. Unos partidos ultraliberales parecen más fieles a sus postulados de origen. Ahora que en la Unión Europea el Partido Socialista gobierna en coalición con ellos como si fuera lo más normal del mundo, el rol que están jugando los socialistas y que jugarán hasta su definitiva desaparición, es poco honroso. Aunque la historia pretenda convertir a los socialistas en un ejemplo, y si en el pasado hubo grandes luchadores por los derechos obreros en sus filas, lo cierto es que ya nada es así. Los gobiernos socialistas exhalan un hedor poco recomendable, suelen conservar las reformas liberales y avanzan en ellas. Esto les ha supuesto una caída espectacular en Francia y en Grecia, y lo seguirá haciendo en países en los que la cultura de la izquierda está arraigada, pero es posible de que no sea así en Alemania o Austria, por poner dos ejemplos bastante claros. Esta confusión en la izquierda se irá aclarando a medida que las posiciones, sobre todo económicas, de los socialistas queden a la vista de todos. No va a ser tarea fácil devolver a los votantes de izquierda a partidos que respeten las posiciones de la izquierda. En tal punto, disgusta el miedo a equivocarse cuando se vienen equivocando desde que el bipartidismo ha dejado claro que aceptan las posiciones de los USA en cuanto a los holdings, los derechos laborales, e incluso su sanidad, y caminar hacia ello a través de del tratado de libre comercio. Todos los líderes socialistas se apresuran a decir que ellos son la izquierda, pero sus contenidos y las decisiones que vienen tomando, dicen lo contrario. Que los asuntos más 1
importantes de nuestras vidas estén en manos de gente, que cuando acaba su carrera política tiene el único objetivo profesional el de entrar en el consejo de administración de una multinacional, es, como mínimo, preocupante. Eso es mucho más de lo que podemos imaginar y nadie se atreverá a decir que se trata de algo improbable, a los hechos debemos remitirnos. La ambición y la codicia parecen las únicas firmes creencias de estos políticos con poca ideología e ideales, y rechazarían cualquier idea que esté orientada a mejorar la vida de los ciudadanos, porque eso acabaría con la necesidad empresarial de que la mano de obra desee tener un puesto de trabajo mal pagado por mal que ese lugar sean tratados. Ese es también el motivo de que no llegue el tan deseado salario social. Después de todo, el objeto de esa asociación liberal tiene como objetivo hacer comprender a las clases populares que debemos renunciar a toda esperanza. Asumamos que no tenemos por qué ser carne de cañón y acabemos de una vez con el bipartidismo, esa es la propuesta. La cultura programática tiene que empezar a funcionar cuando las ideologías están en crisis, es un reflejo de los tiempos políticos que vivimos. Hay que tomar distancia de lo que unos dicen que son o lo que otros dicen que hacen, porque de nada nos sirve la superficial visión ni las expectativas que puede crear un cambio de líder en un partido atado por los jarrones chinos. La envoltura no hace cambios que mejoren la vida de la gente. Cambiar a un líder neoliberal por uno socialista es ayudarles en su empeño en que funcione el bipartidismo, cambiar uno por otro no hace la diferencia sin asumir los programas. En circunstancias normales, todos conoceríamos las prioridades de las clases más desfavorecidas, pero con el actual partido socialista, que no es obrero, ni republicano, ni socialista, hay que andar con muco cuidado, el engaño en sus formas es mayor de lo que podemos asumir. Resulta excesivo para el 31% de los trabajadores que siguen en los márgenes de la pobreza. Hemos cambiado lo que había funcionado durante décadas en favor de la igualdad, cuando las horas extras estaban prohibidas porque se consideraban que era más útil contratar trabajadores en su lugar, o cuando, del mismo modo se incentivaban las jubilaciones para que se pudiera cambiar a un trabajador viejo por uno joven. La prioridad no puede ser el empleo cuando las empresas persiguen trabajar con menos personal, optimizar la labor de cada uno hasta ahorrar puestos de trabajo, cambiar el trabajo por procedimientos mecánicos y hacer que la sociedad asuma que la dejarán caer a cambio de los robots, que no protestan, no hacen huelgas, o cobran, no van al médico y no necesitan vacaciones. Existe una gran confusión en los trabajadores que votan al PSOE pero no hay confusión posible en conocer que ellos asumen la última reforma laboral, o la anterior (la que ellos mismos propusieron), porque, digan lo que digan, sus posiciones están en tener una masa trabajadora capaz de competir con las más baratas del mundo, con las que tienen menos derechos y con las que son más productivas porque son obreros que viven en países sin derechos laborales. De forma constante vuelve la idea de un voto de izquierda atrapado en el partido socialista para hacer avanzar el neoliberalismo, para dar todo el poder a las multinacionales y a los bancos y para hacer de la nuestra, una sociedad de obreros uniformados, con un salario uniformado y sin posibilidades de pensar en las necesidades de su vida sin anteponer a eso las necesidades de su empresa -un ejemplo es la aprobación de leyes que permiten cambiar el orden familiar, desplazamientos y horarios, anteponiendo a la familia las necesidades de la empresa-. Además de esto, el orden neoliberal deja claro que habrá que ir a donde haya trabajo, y volver y volver a ir, cada vez que sea necesario, da igual si eso te impide tener una vida normalizada. No me entra en la cabeza, y creo que pocos trabajadores lo pueden entender, que una multinacional le pueda decir a un gobierno que tiene que rebajar la ayuda a los parados, o atreverse a pedir que desaparezca el subsidio de desempleo, y eso sucede. Hablar de la necesidad de unos programas que atiendan a las prioridades sociales, nos debería llevar a considerar que mucha gente vota por cosas tan simples como la unidad de España o el respeto por la iglesia católica. No necesitan leer los programas, simplemente votan a ese partido que les asegura una continuidad de los aspectos más tradicionales del postfranquismo. Al concebir el voto como un medio para conservar sus principios religiosos olvidan que el planteamiento económico de estos partidos tiende a americanizar nuestras vidas. Pero en este punto debemos 2
sugerir que aquellos que han perdido su trabajo, los que sobreviven con ayudas sociales o los que detestan la corrupción, en menor medida que los anteriores, tampoco necesitan leer de forma extensa los programas para votar a los partidos dispuestos mejorar la vida de la gente. Es más: prácticamente los partidos conocen la limitación de la influencia electoral de sus programas, pero sería mucho más acertado lo contrario. Deberíamos no sólo conocer lo que votamos para no llevarnos sorpresas, sino que desarrollar toda nuestra influencia para colaborar en exigir que nos devuelvan aquello que nos han estafado. Nadie ignora que de forma regular se nos prometen pensiones estables, una sanidad y educación suficientes, protección al desempleo o protección laboral, etc. En casi todos los casos nos convertimos en tontos o en cobardes si lo aceptamos, y lo estamos aceptando. La antipatía que producen los poderosos que exigen más y más dolor a los trabajadores es sólo comparable a la crueldad que se ha llevado a cabo contra los refugiados, o los que huyen en pateras y se ahogan en el mediterráneo sin rescate posible. No podemos decir que la afirmación de que sería imposible que hubiera una crisis tan virulenta si los paraísos fiscales no estuvieran a reventar de dinero negro. La antipatía también hacia los políticos neoliberales es natural si traemos a cuenta que en esos paraísos no sólo se esconde el dinero de los narcos, de los tratantes de armas y de personas, sino que hay una creencia generalizada acerca de los empresarios que distraen una parte elevada de sus beneficios para no pagar impuestos y guardarlo en ese tipo de bancos. No esperemos de estos políticos que exijan transparencia y control sobre bancos que esconden tan graves delitos en las cuentas que los alimentan. Nadie espere que ningún programa neoliberal proponga la eliminación de los paraísos fiscales en Europa, eso sí, la misa televisada está asegurada mientras ellos estén en el gobierno. En cierto sentido, esa antipatía de la que hablamos tiene motivos para seguir creciendo, expandiendo su intensidad, desbordando de indignación; pues cuanto más sufrimiento y pérdida de derechos se infringe a la clase trabajadora en pos de un mayor beneficio empresarial, más crece el fraude. Los políticos lo saben y no les exigen la transparencia necesaria para poder tener controlados sus beneficios y los impuestos que se derivan de ellos. ¿Cómo no habríamos de conectar estos dos extremos? De un lado todo lo que se ha ofrecido, horarios, movilidad, trabajadores multifuncionales, despidos gratuitos, horas extras, etc, del otro asegurar la transparencia, conocer los beneficios sin fraude y los medios necesarios para convenir que se pagan los impuestos de forma integra. Pero parece que estamos muy lejos de eso aún, el proceso neoliberal sólo contempla la extrema exigencia a los impuestos de los trabajadores.
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