Programas PolĂticos
1 Los Programas Políticos Con Rango De Contrato Son muy reducidos y con poca proyección los partidos políticos que no tienen en cuenta las inquietudes sociales, las cuales se exhiben, dándole relevancia de acontecimiento, a la necesidad de cambio perpetuo que significa sociedad y democracia. El pasado nunca cederá voluntariamente (debemos tenerlo en cuenta) los vicios sobre los que se recrea delante de la expectación general y el escándalo atónito de cada hogar a la hora del informativo en la radio o en la televisión, y ahora la prensa en internet. Las estructuras monolíticas de los partidos y la prepotencia de sus cuadros -algunos machistas, cerrados a cualquier propuesta de cambio, otros a la expectativa de un ascenso dentro de la jerarquía, y por fin los que se creen preparados para conseguir los apoyos de otros “caciques” que los lleve a ocupar un buen puesto en tareas de gobierno-. Los cargos políticos en las estructuras de sus organizaciones están tan manoseados, que terminan por convertir a estos prohombres, en profesionales de la retórica, exquisitos de lo recurrente, expertos ocurrentes, maliciosos arribistas, pactadores de conveniencias, destructores del talento si les rodea y puede hacerles sombra, o, en ocasiones, ponerlos en evidencia al cuestionar sus ideas, etc. Estos cargos con la aspiración perpetua del que desea jubilarse en el poder, sólo se mantienen en la inmovilidad, y por eso son el principal problema con el que se encuentra una sociedad que se mueve y necesita que los partidos se muevan con ella. Sobre otras ideas, hay una que empuja con más fuerza, y es que cuando las estructuras de los partidos se mantienen por los viejos de brazos de piedra, es porque esa estructura ha empezado a desmoronarse. Carecen de ideas nuevas, no son capaces de seguir el ritmo de los que cambia a su alrededor, y esa ha sido la única respuesta a la decadencia. En ese momento, el partido ya no invita a soñar, muy al contrario, reprime a los que lo hacen. Estos casos también, suelen ser mucho de homenajes, de reconocimientos, de sacar las fotos de las antiguas conquistas, en definitiva, de vivir del recuerdo de la vieja gloria. Ya no se busca la solución a problemas específicos, se tiende entonces, a la lentitud, a la inoperancia, a dejarlo pasar y a eternizar los procesos dejando que se diluyan en si mismos. No les es posible aceptar pequeños cambios sociales sin que eso afecte a sus propias estructuras, y para no tener que abrir sus partidos al hecho democrático, deben negar las corrientes que exigen justicia, la justicia que ha de mantener la democracia en sus mejores términos y con sus mejores virtudes. Existen determinadas situaciones en las que podemos entrar en contradicción, cuando pedimos renovación en los partidos para, de esa forma, llegar a los cambios sociales que esperamos. Así, los viejos inspiradores, aquellos que han servido de referentes y han demostrado con sus ideas, con su lealtad y su honesto consejo que aún quedan idealistas, pueden sentir la necesidad de sacarse de en medio, dar un paso atrás y volver a centrarse en su vida privada. Nada tiene que ver, necesitamos esos referentes, y esperamos sus directrices, leerlos, escucharlos y verlos en los medios. Los cambios sociales, al fin, tienen unos cimientos mucho más firmes de lo que algunos pueden pensar. En los casos que conocemos, podríamos aceptar que después de dos legislaturas en un cargo político, se pueda mover a otras estructuras dentro del partido, incluso, optar a esos cargos de honor y poco contenido decisorio, lo que se resumiría en una carrera política de dieciséis años; y aún eso,
para muchos ciudadanos es demasiado. No hay que confundir estar en estructuras apoyando -que se puede estar toda la vida, incluso después de haber pasado por las más altas instancia- con pillar un un órgano de gobierno. Montar un chiriguito con cuatro palmeros y no perpetuerse hasta la jubilación, alimentando un ego muy insano. Lo que se describe como un acontecimiento deseado, no sabemos si va a ser finalmente asumido por los partidos. No sólo porque sería mucho más difícil ocultar los malos gobiernos precedentes, sino porque en cada cambio prematuro de mandatarios, los que se van deben rendir cuentas y hacer limpieza. Al igual que otras nuevas ideas, la de aportar a los programas la intención de limitar los poderes en las estructuras, sería bien valorado por la ciudadanía, porque están esperando que demuestren que se preocupan por los que, pasando demasiado tiempo en alcaldías, cargos sindicales o estructuras de partido, o gobiernos, si se da el caso, no terminen por montar oficinas a su medida. Esta alarma sobre parcelas de poder que se defienden vaciando de contenido las leyes que deben perseguir conductas poco éticas y corruptelas, parece muy justificada. Los jueces se ven, en tal situación limitados para poder desarrollar su trabajo con la satisfacción necesaria. En demasiadas ocasiones hemos asistido a declaraciones de los pesos pesados del poder político, descalificando a tal o cual juez, porque el cariz que tomaba una investigación en curso podía tocarlos. Pero ya que no es, como habíamos creído, un cuerpo social totalmente libre, el poder judicial debería denunciar si se producen presiones políticas y hacerlas conocidas públicamente. Hemos escuchado con cierta frecuencia de forma reciente, que los ascensos judiciales se realizan politicamente, y que es muy posible que aquellos jueces, que en su afán de realizar un buen trabajo y cumplir con un bien mayor, cual es dotar a la sociedad de justicia con el pueblo, descubren y sancionan a un determinado partido político. En ese caso pueden ser apartados y castigados a una carrera anodina en juzgados de segunda y esa posibilidad lo cambia todo. Mientras los ascensos no los decidan los méritos, sino como sucede, al contrario, caerle bien a los políticos, la justicia será muy parcial. En esta sucesión de acontecimientos, de nuevo surge la voz ciudadana que denuncia los intereses políticos interfiriendo en la justicia, “si no hay justicia para los ciudadanos, no habrá paz para el gobierno”, afirman pintando de rojo las paredes llenos de rabia. No existe controversia posible para ellos, entre la delincuencia a la que los malos gobernantes dicen que se enfrentan, y la represión de las ideas que se produce cuando la gente se manifiesta en contra de leyes que como mínimo deben ser de corto recorrido, como la llamada ley mordaza. En la versión de la utilidad de los gobiernos debemos hacer una comparación con el arte, con la literatura, la pintura, también la música, lo que no trasciende, no es arte. Hay músicos, por poner un ejemplo sencillo, que encumbrados por los medios se vuelven muy populares en poco tiempo, y a la vuelta de tres o cuatro años nadie recuerda. Pasa lo mismo con las leyes de corto recorrido y los malos gobernantes. Es posible que las peores leyes, sean derogadas en poco tiempo, o sustituidas por otras más equilibradas y justas, y nada podrá impedir que aquellas que buscan la justicia y el buen gobierno, terminen por imponerse- Las mejores leyes duran para siempre como una herramienta inteligente. Así debería funcionar los programas, buscando las formas necesarias que expresen la preocupación de los partidos por ofrecer gobiernos que defiendan a los ciudadanos frente a las agresiones de los poderosos. La gente simple e inocente, que acude cada día de su vida a su trabajo con la fe en que alguien vela por sus intereses básicos, necesita creer en la democracia y sus resortes para parar a los que los agreden; la corrupción, la explotación laboral, (con forma de reforma laboral y laxitud sindical), las pensiones, la educación y la sanidad, son aspectos de la vida que se confía a los políticos sin esperar en ningún caso que puedan traicionar a sus votantes. Estos también son puntos importantes en los programas, pero más importante es ahora que los partidos garanticen su cumplimiento. Quiero decir que la traición ya se ha producido, que ya se ha prometido lo contrario de lo que se ha cumplido, y que ese engaño, además de denunciar para siempre a los mentirosos, exige una nueva respuesta: un apartado en los programas que haga referencia a la convicción de que se trata de un contrato con el ciudadano y que si no se cumple convenientemente se convocarán elecciones y se expondrán las nuevas aspiraciones contrarias a las anteriores. Debemos saber que los partidos están preocupados por este extremo y que harán lo necesario para darle a los programas carácter de contrato, y que
todo lo que se prometa en ellos deberá cumplirse. Es un tema demasiado importante para que algunos se dediquen a tomar el pelo a sus votantes. Nadie puede sorprenderse por lo defraudados que están los españoles con la política, es decepción y mala opinión de sus políticos, pero se lo han ganado a pulso. Los partidos deben acudir a las próximas legislaturas con la idea de darle a los programas electorales el carácter necesario, y eso debe ser debatido, asumido y votado en el congreso. Y, finalmente, regulado. Nuestros inmensamente inteligentes políticos parecen muy interesados en cumplir programas que desconocíamos y quizá, con ellos están cumpliendo compromisos que nadie sabe. Demasiado ocupados en ser los campeones de la transparencia, la verdad es que nadie sabe quienes son sus acreedores. El capitalismo mismo es su mecenas; sus deudas no nos las creemos, porque si supiéramos todas sus verdaderas deudas, a quienes deben favores y como funcionan esos entramadas de sociedades y préstamos terminaríamos por no votarlos. ¿Nadie puede creer, en tal situación, que su compromiso sea con los ciudadanos y sus programas increíbles? Estoy intentando no hacer diferencias entre unos y otros, o dar siglas específicas de lo que me parecen que están más comprometidos en esta trampa, pero parece obvio que los que han tenido responsabilidades de gobierno han estado sometidos a los que podemos llamar: “amistades peligrosas”. Todo acto político tiene una intención, y es esa intención la que se adivina detrás de las acciones de gobierno, y antes, y si no consiguen engañarnos, detrás de los programas electorales. Está presente en todas y cada una de su propuestas, pero sobre todo en aquellas que quieren una regulación de los excesos para llegar a una normalidad que destierre a los que se dedican a especular con el poder. Aún en estos primeros compases de un nuevo tiempo algunos se resisten a endurecer las penas por delitos económicos, de fraude fiscal, de blanqueo de dinero, y como una parte complementaria de lo que se considera impunidad, los indultos y las prescripciones de este tipo de delitos. Si los partidos no muestran intenciones claras y expresas de atajar estos problemas en sus programas, estarán mandando un mensaje de mucho más alcance, “no estarán dispuestos a dejar de amparar a aquellos que al fin decían buscar financiación para sus partidos, aunque en ese intento se hayan llenado los bolsillos”. Sólo con la llegada de nuevas formas del cuadro parlamentario, y la posibilidad seria de un cambio, los partidos del bipartidismo han empezado a aceptar aquello que proponía el 15M, “imputados fuera de los partidos”. Ha costado, han dado mil explicaciones para no hacerlo, aún sabiendo que muchos de los que no eran finalmente condenados, posiblemente tenían responsabilidad como mínimo de ética, y al final, han aceptado que con esa postura que buscaba relajar el escándalo en los partidos, apoyaban veladamente, y a veces descaradamente, una corrupción generalizada hasta extremos nunca conocidos. Algo más hay que añadir a este estado de despropósitos, nos encontramos conque los aparatos de los partidos, incluso del Estado, se ha puesto en ocasiones en marcha creando todo tipo de objeciones, ordenadores rotos, pruebas desaparecidas, anulaciones, negaciones, barreras, réplicas, trampas, dilaciones, y trucos varios para llegar a juicios interminables en los que todo queda en entredicho. Los jueces tienen que ser muy valientes, y ser muy obstinados en su cumplimiento del deber y fieles a la justicia, para llegar a saber la verdad, avanzar sobre los que se dedican a poner troncos en el camino, y exponerla a los ciudadanos. Mediante las herramientas que el Estado pone al servicio de todos, estamos en condiciones de cambiar algunas cosas, pero la primera tienen que ser sacarle al bipartidismo la posibilidad de seguir atando estos extremos. La segunda, dotar los programas de los partidos de la exigencia necesaria de la separación de poderes, que los políticos hagan las leyes, pero queden sometidos a ella, y si cometen delitos de corrupción, de fraude fiscal, de multas de tráfico, o de cualquier otra índoles, que los jueces los juzguen esgrimiendo la constitución y por fin todos seamos realmente iguales ante la ley.
2 La Naturaleza Social De Los Programas Y Su Importancia La incorporación de los asesores de imagen a la alta política lo ha falseado todo aún más si cabe. Se pagan sumas millonarias a estos individuos para saber lo que se puede decir, pero sobre todo lo que se debe callar. La política ha dejado de ser el arte de entenderse desde posiciones diferentes, para convertirse en la necesidad de imponer las tesis propias escondiendo las cartas y esperando el momento. Ese momento llega con las mayorías absolutas, y este razonamiento debería ser suficiente para no votar al bipartidismo nunca, o se mete a un tercero en la lucha de las mayorías o se vota por partidos humildes -creo que ese sería el consejo apropiado después de lo vivido y lo aprendido-. La política está al servicio de los intereses de los mercados, Lobbys superpoderosos, las multinacionales, los banqueros, el FMI, la Troika, y los amigos constructores de los políticos de turno, y de las empresas de energía que finalmente contratan a los expresidentes (y algunos otros de los que aún no sabemos nada). Cuando uno previene acerca de los peligros de la democracia tiene la impresión que esto vale para este tiempo de corruptos e ineptos, pero que dentro de una cantidad suficiente de años, los ciudadanos estarán formados, y no darán crédito a que hubiera que tomar decisiones para preservar el buen gobierno, o para que los partidos políticos no engañaran a los ciudadanos. Es la mala fe, lo que nos lleva a esta situación, y debemos confiar que con el tiempo tengamos en política a los mejores, a los más honestos y a los que se ponen al servicio de los ciudadanos. Se presume pues, teniendo en cuenta todo lo anterior, que la nueva política a la que aspiran todos los españoles que estuvieron de acuerdo con las propuestas del 15M, asumen que los programas se convierten de pronto en una herramienta contra la vieja política, insincera y maniquea. En si mismo, un programa no significa nada, nunca pareció tener una especial relevancia, nadie se los tomaban en serio, se escribían de forma que resultaran difíciles de entender o aburridamente pesados, y casi nadie los leía o les daba la necesaria relevancia. Ahora pensamos, con acierto probablemente, que se deben poner encima de la mesa los compromisos, las prioridades y las denuncias, de tal forma que aquellos que sigan haciendo programas para cumplir el trámite, y los pongan en manos de los asesores de imagen, sean inmediatamente rechazados. Debemos pedir que los partidos se muestren en sus programas tal y como son, que sepamos exactamente en qué podremos contar con ellos después de las elecciones, y el que engañe y traicione su programa que sea sometido a un referendum revocatorio y que se vaya si pierde el apoyo de sus votantes. El límite de la política debe ser el engaño, a partir de ahí se puede construir mucho. Me refiero a la coincidencia de los programas que con buena voluntad se diseñan. Nos ahorraríamos mucho tiempo si todos los partidos coincidieran en las prioridades y los procedimientos para solucionar los problemas y proteger a los ciudadanos. Después de las elecciones habría que aprobar por acumulación de fuerzas, aquellos asuntos en los que la mayoría de los partidos son coincidentes. Pero el conocimiento de la mayaría absoluta que vivimos, nos hace pensar que todos, menos el partido en el gobierno estarán de acuerdo en asumir la Iniciativa Legislativa Popular, de la Plataforma De Afectados Por Las Hipotecas. No se puede esperar de que aquellos que han engañado en su programa hasta hacer lo contrario de lo que anunciaban, vayan a sumar fuerzas contra temas tan importantes como la corrupción y la independencia judicial. Esgrimir la honradez de lo programas como el principal valor de los partidos es lo que debemos hacer y pidamos vergüenza para aquellos que han sido engañados y siguen votando a los mismos. Mostremos los programas que se centran en el ciudadano y su defensa, con orgullo. Saquemos esos programas de la ambigüedad, deben situarse en el centro de la vida política y al alcance de los ciudadanos. Cuando contemplamos el resultado democrático de los últimos años, nos sorprende el atrevimiento del engaño, que se pueda ninguneara los ciudadanos como se ha hecho y que sigan aprobando medidas que nos afectan a todos sin someterlo a referendum, y sin ni siquiera, haberlo
expresado en los programas. Tratamos de encontrar la esencia de los hombres que empezaron soñando un mundo mejor, los primeros idealistas, los que concebían la tierra en la que habían nacido un bien a defender de los banqueros y las grandes corporaciones. Todo parece perdido cuando escuchamos a los liberales esgrimir la idea de que si nos cierran el grifo nos arruinaremos, y que la democracia está de rodillas ante los mercados y sus lacayos. Pero cuando, en el pasado, los pueblos se han visto sometidos, ha sucedido algo más que tratar a los gobernantes al servicio del gran capital como traidores, se ha demostrado su corrupción y se les ha metido en la cárcel. No se trata de hacer programas populistas, como algunos pretenden hacer creer, se trata de trascender a la mediocridad y tener sueños, utopías, y a la vez proponer medidas alcanzables. Una utopía puede ser pedir que la sanidad, la educación y las pensiones, se garanticen como un bien público intocable, y que todos los partidos lo comprendan y lo aprueben, antes de que lleguen las compañías privadas americanas, a aprovechar el gran negocio de los planes de pensiones, los seguros médicos y las universidades privadas. Como parece que el actual gobierno se ha empeñado en precarizar todo lo público, cuando ya nada quede en pie, habrá necesariamente que acudir a la privada en busca de estos tres bienes. Tal vez sea soñar, pero si garantizamos las becas, la sanidad y las pensiones, nunca más podrá llegar un gobierno liberal con mayoría absoluta a deteriorar en una legislatura, lo que a nuestros padres tanto les costó construir. Así pues, un programa social tiene que girar sobre estos parámetros como básicos: Asegurar por ley las pensiones, la educación y la sanidad. Buscar la unión de programas para, si es necesario, abrir una nueva constitución que nos dé la tranquilidad de que nadie va a atropellarnos de nuevo en lo que a esto se refiere. La vivienda tiene que ser un capítulo aparte. La sensibilidad ante los desahucios está presente debido a: los suicidios que han partido de ellos, los niños que han perdido cursos por verse envueltos en la expulsión de sus casas, el dolor causado por la incapacidad de los políticos de crear empleo y a la vez la negación a ayudar a estas familias. Los mecanismos de control con leyes específicas que retiren los indultos a los corruptos, a los defraudadores fiscales, a los corruptores, etc. Leyes que aumenten las penas por delitos económicos de guante blanco, y que eviten que prescriban. Los jueces están atados de manos cada vez que encuentran que un político se llevó cientos de millones de euros, pero como han prescrito sus delitos no pueden hacer nada. Dotar un programan para elecciones de la inspiración necesaria es afirmar que los jueces son la última frontera cuando todo lo demás a fallado, y que hay que dotarlos de medios y de leyes adecuadas para que puedan castigar a los delincuentes. En este tipo de proposiciones trasciende la preocupación del partido por atajar el problema de la corrupción y el engaño, y eso es la mejor política. El programa adecuado tiene que aspirar a la defensa integral de las clases más bajas, los que si se quedan sin trabajo, pierden su vivienda, su sustento y el de sus familias. La reforma laboral de los grupos que defienden lo social, debe defender al trabajador frente a la codicia de los explotadores que proponen exprimir a los trabajadores en sus horarios y en sus salarios. Facilitar el despido es permitir que se acose a los trabajadores con la amenaza del despido y eso es tortura psicológica, a esto hemos llegado. Y si hablamos de que un programa electoral tiene que buscar la defensa de los más débiles, sin duda habrá que hacerle un sitio importante a la dependencia. Desde luego, parece que, si seguimos avanzando en todo lo que la gente espera de un buen programa, terminaremos por llegar a la conclusión de que es todo lo contrario de lo que el actual gobierno ha estado haciendo. Pensábamos que estaban intentando agredir a la democracia con el desparpajo de políticos que se creen empresarios, y posiblemente lo llegaron a hacer, pero estamos a tiempo a revocar sus intenciones y evitar que perpetúen sus privatizaciones y sus lesiones a los derechos de los trabajadores. El político que no sueña con un mundo mejor, más igual y más limpio, es un advenedizo. Avanzar en la desigualdad es propio de los especuladores y de los que necesitan mano de obra barata para alimentar sus marcas. La vida democrática depende de no aceptar condiciones que cambian las reglas del juego, que dan por sentado un estado de cosas que nadie a pedido, que nos vienen dadas desde las altas estancias y
que modifican, no sólo nuestras vidas, sino nuestras aspiraciones. Tratamos de ver más de lo que ven nuestros mandatarios, y eso también ha cambiado, ha dado la vuelta, y ahora son los ciudadanos los que llevan de la mano a los líderes, porque son tecnócratas y han dejado de soñar. Algunos liberales, ni siquiera eso, algunos son empresarios conduciendo un país como si se tratara de una empresa. Pero cuando hemos visto lo que sucede todo parece menos grandioso de lo que nos habían contado, porque el sentido imperial de las grandes multinacionales nada tienen que ver con proteger la vida humilde de la gente. Un estado generalizado de corrupción parte de un engaño primero, el que presenta un programa y hace lo contrario a lo que expresa en él. El político que llega al poder con engaños, además de mentiroso es capaz de todo lo más sórdido. Existen mejoras sociales a las que podríamos calificar de inevitables, y a los que empujan en su dirección de proféticos. Ni en los programas impersonales, ni en los que prometen la luna, se incluyen las verdaderas mejoras, las que todos saben que son importantes y que se mantienen sin necesidad de apoyos. La realidad manda, se impone, se rebela y es testaruda. Cuando alguien pregunta de donde se va a quitar el dinero para según que cosas, siempre surge la verdad asumiendo que al final habrá dinero para todo menos para lo realmente importante, ¿en verdad se puede creer algo así? Podríamos predicar la unidad, el pensamiento único, la uniformidad y la disciplina militar que destruye todo lo que de bello tiene la diversidad, y si no se contempla esa diversidad y las exigencias de las minorías, las aspiraciones que podamos tener no valdrán la pena. Pero es cierto que algunos siguen pensando en esos términos, y que argumentan que un país que se cuestiona y está dividido, no puede enfrentarse a un mundo en competencia económica. Este anhelo que pretende unir fuerzas sobre puntos concretos para que nadie pueda cambiarlos a capricho, llevará a fuerzas diferentes a ajustar sus exigencias para hacerlas coincidir con las exigencias ciudadanas. Hay conquistas sociales que son para siempre, porque la sociedad así lo ha establecido, y nadie podrá cambiarlo ni aún con pequeñas leyes de mayoría absoluta que no duran más que una legislatura ávida de incongruencias. El aspecto más asombroso de estos gobiernos es que se llenan de arrogancia, cuando su situación es la de los más efímeros, los que pasarán si haber hecho ninguna ley realmente estable que perdure por su utilidad o estima. Necesitamos pues, programas que transpiren la preocupación por la justicia social, por la cooperación con la justicia y por el rechazo frontal y combativo a la corrupción y los delitos económicos. Y si algo han demostrado estos gobiernos con programas antiguos, es que no desean cambiar aspectos tan sórdidos de nuestra política, y creen que tenemos la obligación de aguantar con todo, ponernos en cola para votar cada cuatro años y no aspirar a interferir en el poder absoluto del gobierno. Desde luego esa no es la democracia a la que aspiramos. Y aquí llegamos a un nuevo punto de control que pondría fuera de juego a aquellos que no cumplen sus programas. Se trata de la posibilidad de poder revocar mediante referendum a aquellos que hacen lo contrario de lo que prometen o de los que se arrogan el derecho a decidir sobre temas que nos afectan a todos sin consultarnos. Cualquiera puede fusilar un programa electoral socialdemócrata y mejorarlo tratando de exacerbar la imaginación de los votantes, prometiendo que trabajarán menos, que les subirán los sueldos, que tendrán más vacaciones, que se subirán las pensiones, y que se crearán tres millones de puestos de trabajo (lo que para un país como el nuestro parece increíble, pero se acepta). Pero lo que se busca es que las promesas políticas suden honestidad, piedad por los débiles y desprecio por los abusos de los poderosos. Esto se resume, no me cansaré de decirlo, en una expresión que seguirá vigente mientras la lucha de clases y la explotación laboral continúe, y eso es la “justicia social”. También en el juego político se contempla tapar lo importante con leyes que nos ocuparán escandalizándonos, pero que nunca se aprobarán. Se pasarán muchos meses hablando, cambiando, especulando, y moviendo a la indignación, para que nadie hable o exija que se apruebe todo aquello que realmente nos importa. ¿Debemos, en tales casos, tomarnos como un triunfo que no se aprueben esas leyes fantasma?
3 Pretensiones Delirantes Nunca Confesadas La política está llena de monstruos, si no nos damos cuenta a tiempo nos pueden llevar a la ruina con sus pretensiones imperiales. Estos visionarios son los que convierten al pueblo en carne de cañón a cambio de grandeza para el imperio y el sueño de que algún día le hagan una estatua ecuestre que figure en los libros de historia al lado de la de Napoleón. No hace tanto que los ejércitos imperiales, al pasar por los pueblos reclutaba a los campesinos obligados para ir a la guerra, era el mayor sacrificio que les podían pedir. Los sacrificios de hoy en día no llegan a esos extremos, pero debemos saber que algunos ancianos que viven en soledad, sin el amparo de nadie, pueden morir de frío en invierno porque sus pensiones no les alcanzan para encender la calefacción. Algunos dirán que esto suena demagogo, pero es una realidad que se viene contrastando los últimos años. Ancianos que prefieren pasar frío y comer, que encender la calefacción. El aspecto que está tomando la política y sus propuestas es el de la celada, la trampa inscrita con buenas intenciones en los falsos sueños que nos animan desde las instituciones. Esta obra tan cuidadosamente creada muestra, con propósito retorcido, que han aprendido como conseguir votos mostrando lo que queremos, pero nunca nos permitirán tenerlo. A causa de esta disciplina que parecen haber desarrollado con cierta habilidad, aparecen pantallas de discursos vacíos, formas de vestirse o de peinarse, acentos, visitas a fábricas, baños de multitudes, que ocultan las verdaderas intenciones de hombres de poca talla con aspiraciones de grandezas patrióticas. Se nos ha mostrado como una hazaña épica la victoria gloriosa de los grandes partidos, cuando lo que necesitamos es saber cuantos partidos están dispuestos a unirse alrededor de las ideas que preocupan a la base social. De un modo verosímil han presentado programas que no van a cumplir, lo que deja al descubierto la idea de que saben exactamente lo que tienen que hacer pero no están dispuestos a hacerlo, esta es la democracia que entienden. Debe ser fácil inventarse un programa si no se tiene intención de cumplirlo, pero mejor se dedicaran a cosas de menor trascendencia. Hemos de terminar encontrando las coincidencias, las prioridades, la virtud y las bondades, de aquellos que sinceramente se ofrecen como una herramienta democrática, y están dispuestos a avanzar con leyes que defiendan los derechos de los ciudadanos y que duren para siempre. A algunos gobernantes, escondidos detrás de programas-fraude, habría que ponerle un gorro de papel de periódico y darles una espada de madera, porque si se van a creer napoleón una vez que lleguen al poder, mejor los mandamos directamente a uno de esos sanatorios para rebajar los niveles de estrés. Somos culpables en parte de que las cosas sean como son, de que puedan ofertar imposibles y que lo hayamos consentido. Nos hemos dejado fascinar por trucos de magos de segunda, así que no los podemos culpar de todo, ni de que nos hayan tomado por ingenuos capaces de creerse cualquier sinsentido. La masa abstracta a la que van dirigidos sus mensajes es tan variada que sólo pueden llegar a ella si se vacían de ideología, y es por eso que se dicen de centro-derecha o centroizquierda. Y eso les obliga a no decantarse radicalmente en favor de ningún ideal por hermoso que sea, deben hablar sin decir nada, y plantear soluciones que en realidad no los comprometen a nada, y que, en todo caso, pueden matizar más adelante vaciándolas de contenido. Ellos pueden decir, “vamos a retirar aquella ley porque hemos entendido el rechazo popular”, y al día siguiente matizarlo, y afirmar, “en realidad la vamos a reformar para que quede mejor”. Esto no es la política,
pero están intentando hacernos creer que sí, que la política es el arte del engaño; una artimaña más del mal político. Algunos tienen unas cuantas ideas que esgrimen repitiéndolas como si esas fueran las ideas que esperamos de ellos, otros se conforman con adoptar el papel gris de los que no sobresalen, de los que no mueven ficha, de los que no arriesgan, de los que no dan la cara, de los que intentan pasar desapercibidos, y mientras van dejando a su paso una estela de idealistas fracasados que cometieron el error de decirle al mundo que sus problemas tienen solución. Nos urgen los ideales, los buenos propósitos, los hombres honrados, imaginar mundos menos desiguales y más justos. Transcurrirán muchos años aún, antes de percatarnos de la inutilidad de seguir llenando los paraísos fiscales de billetes sin ningún fin, ni control, y estamos perdiendo un tiempo precioso. Llegado ese momento miraremos atrás y nos preguntaremos que sentido tenía que nuestros gobernantes consintieran tanta codicia. Las diferencias entre lo que piden la regulación de los mercados, los paraísos fiscales y las actividades económicas, y los que están a favor liberar a la bestia y el efecto salvaje de la codicia sobre los derechos humanos, son insalvables. Hemos estado sobre-expuestos a los efectos de la ambición desmedida de los que se enriquecen empobreciendo, mutilando derechos, imponiendo horarios y salarios de explotación, y eso, algún día cambiará. Ninguna fortuna, por importante que sea, justifica esclavizar a los trabajadores para evitar que ese multimillonario pierda dinero, de ninguna manera. Con la pretensión de ganar las elecciones, algunos prometen mejoras sociales que luego no cumplen. El que prometa comedores sociales, pero sobre todo, comedores escolares para que ningún niño quede sin comer, deberán cumplirlo con la gravedad añadida de saber que el pueblo ya no perdona, ya no soporta el fraude. El modelo liberal que nos quieren imponer desde Europa, pero también desde USA, contempla poner al pueblo llano en situación de necesidad grave, y como estamos comprobando, la intención de que sigan siendo pobres aún teniendo un trabajo a tiempo completo. El TTIP es un ejemplo de ese hacer a espaldas del pueblo, sin debate, sin referendum, sin democracia. Es ideología, pero también responde a un plan, para que la instalación de empresas multinacionales no se vayan a países asiáticos porque no podamos competir en salario con ellos. Nos bajarán los aslarios a niveles que nunca imaginaríamos. Tanto la solidaria inspiración de la izquierda, como el sentido común que soporta a los que aún no diciéndose de izquierda apoyan la justicia social que se viene pidiendo desde la revolución industrial, empujan a un convencimiento de las ideas que dan forma y estructura al hecho social. Si la sociedad asume la dependencia -pongo este ejemplo porque me parece el más claro en este sentido- como una necesidad social a la que no se le puede dar la espalda, por mucho que los liberales se hagan los sordos, se acabará imponiendo. Cuando el sentimiento popular es alcanzado por un hecho de esta naturaleza, cuando una injusticia nos toca el tuétano, empujamos con una fuerza y un convencimiento, que los que se oponen quedan como miserables. El hecho social es mucho más poderosos que todas las multinacionales del mundo, todo el dinero de los paraísos fiscales y todos los organismos y lobbys destinados a proteges esos intereses, juntos. Por supuesto que la lucha de clases existe, en eso tenemos que estar. El aspecto de las calles, llenas de manifestantes los últimos tres años, son una señal fiable de la falta de credibilidad y legitimidad. Cuando se actúa en contra del pueblo, y haciendo lo contrario de lo propuesto, la protestas se llena de indignación. Los malos gobiernos se suelen ver en estas situaciones, y la única solución que ven es la represión. Además de la actuación policial desmedida, nos encontramos ante una ley que pretende amordazar las protestas amenazando con multas desmedidas a los manifestantes por motivos varios. Por fortuna, los malos gobiernos y las malas leyes son efímeros. Y lo contrario sucede con los que saben interpretar el signo de sus tiempos, porque hacen leyes para durar. Nos encontramos ante un gobierno que prometió 3 millones de puestos de trabajo, y nos resulta que creó 500 mil parados más hasta el momento, y ahora dicen que ellos prefieren crear puestos de trabajo que subsidiar parados. Y eso es algo que queremos saber de los que se presentan a las elecciones, si van a quitarle la protección a quienes se quedan sin trabajo, porque eso no es propio de la humanidad que se espera de un gobernante. ¡Ojalá hubiera trabajo para todos y menos subsidios!, pero si un gobernante se muestra incapaz de crear trabajo, está obligado a proteger a los
desempleados y no dejar a sus familias en la calle. Pues no parece que los liberales sean capaces de entender eso. ¿Acaso es condición para poder establecer salarios más bajos que los trabajadores estén dispuestos a hacer cualquier trabajo a cualquier precio? Quienes hayan diseñado estrategias semejantes, sólo merecen desprecio. Es posible que algunos candidatos de partidos mayoritarios consideren que si ganan las elecciones no tienen que demostrar nada, por eso son tan importantes los referendums revocatorios. Hay carencias que se manifiestan en el poder que son insalvables, que no se pueden asumir y que necesitan un tratamiento localizado en un momento específico. Si conocemos que tenemos en puestos de responsabilidad intenciones viciadas o pervertidas, ¿qué debemos hacer? ¿soportarlo estoicamente? Si descubrimos que un mandato parece responder a intereses particulares en contra del interés general, tenemos que estar facultados para exigir un referenfum que demuestre que el gobernante del que se trata, continúa teniendo el apoyo que se le supone, y de no ser así tendrá que convocar elecciones. El tratamiento de los escándalos con la exigida virulencia tendrá que llegar en algún momento, y eso hará remitir la prepotencia de los que hablan del IMPERIO de ley, como si la ley les perteneciera, cuando han diseñado las leyes para defender sus intereses. Tal y como yo lo veo, hasta las mayorías absolutas deberían estar fuera de los márgenes de los gobiernos, porque los llevan a aprobar leyes desde la arrogancia, y son leyes que no suelen durar más que lo que dura esa legislatura. Las leyes duraderas suelen ser las más justas y las que nacen de un convencimiento general de su importancia, necesidad y justicia. Otra preocupación de los que gobiernan en contra de lo prometido y por lo tanto en contra de lo que el pueblo esperaba de ellos, es que no sólo no llegan para aliviar el sufrimiento de los más desfavorecidos, sino que lo acentúan. Es como si esos seres, que se dicen creer en la política y nadie sabe porque canales llegaron a ella, vivieran en un mundo maravilloso en el que nada se sabe de la realidad de los barrios más deprimidos. El dolor no es apreciable entre los supuestos de los grandes planes de los mercados. El relato de los emperadores contiene la inmadurez del que nunca ha pisado la calle, ni compartido el sufrimiento y la enfermedad de los que no pueden por si mismo solucionar los peores problemas. No se puede llegar a gobernar nada en la creencia de que la teoría de que los mercados triunfarán o acabarán por arrasar todo lo que no sirve, no se puede llegar a ser un buen gobernante si no se tiene en cuenta el dolor causado y no se hace nada por solucionarlo. Debemos denunciarlo y decirlo cuantas veces sea necesario, pervierten la democracia cuando hacen lo contrario de lo que prometen en sus programas, y demuestran conocer exactamente cual es el mandato del pueblo soberano. Se trata de una traición manifiesta al más alto nivel, del vicio escondido de los que han ido escalando puesto en una jerarquía en el gris de los que nunca dan la cara. Por otra parte, ya sé que por muy exactas y bienintencionadas que sean las ideas que se puedan expresar en un papel como principios de intenciones, eso no va a cambiar la realidad si detrás no está la gente. Los movimientos sociales son mucho más importantes que cualquier pliego de intenciones, y más aún que los movimientos sociales lo es la gente normal, la gente de la calle, la que va y viene cada día de su trabajo, o anda en busca de él. De la gente nace toda necesidad de reestructurar a sociedad, y sin la gente no es necesario dale forma a nada, porque de nada nos servirían ciudades vacías. Ya sabemos que conseguir extraer esas ideas de su seno materno y plasmarlas para al fin, después de una elecciones confluir y poderlas llevar a cabo, no lo es todo, pero indica que se ha recuperado la correa de transmisión entre el lugar del que parte la democracia, voto a voto, y quienes han de poner en marcha lo medios necesarios para cumplir lo pactado. La democracia sin gente no sirve, y la gente sin democracia son siervos. Tal vez no sea tan fácil reconocer un programa falso, un programa vacía de contenido y realizado porque hay que tener un programa, pero en el que no se cree; no creen en el sus creadores, ni pretenden que nadie lo crea. Este tipo de partidos políticos desean el poder, no respaldan ideas. A medida que los ricos del mundo siguen haciendo crecer sus beneficios (incluso en periodo de crisis) hasta límites desconocidos, los pobres son cada vez más pobres. Desde sus parcelas de poder pueden proponer la expulsión de todos aquellos que les molestan, y para eso necesitan tener controlado al poder político. Llegamos entonces a las reformas laborales que se han hecho y que han ido reduciendo los derechos de los trabajadores en los últimos veinte años. La social
democracia parece asumir las tesis liberales de bajar la indemnización por despido, elevar la edad de jubilación, bajar salarios, etc. lo que se resumiría en la frase del delincuente Díaz Ferrán, “hay que trabajar más y cobrar menos”, este hombre que fue presidente de los empresarios y que hoy está en la cárcel nos da una idea de cual es la ética empresarial. Antes semejante situación debemos estar alerta cuando los liberales, en asociación con el cuerpo empresarial, aseguran que la única forma de crear empleo es bajar los sueldos para se competitivos con sueldos asiáticos, dañar los derechos de los trabajadores hasta llegar al despido libre y a un mercado de trabajo de abuso, y si pueden, terminar con los sindicatos, lo que en su defecto podrían sustituir por tenerlos controlados (comiendo su mano) y retirando la negociación colectiva como principal argumento de su debilitamiento. Así pues llegamos a la frase de los programas que estiman que hay que “crear empleo a cualquier precio”, y sólo conseguiremos desmontar las falacias liberales y empresariales, si demostramos que podemos crear empleo en condiciones de dignidad, y que lo contrario no debe ser negociable. Aceptar que los empleos que destruyen la dignidad y someten la libertad de las personas, son un mal menos, es aceptar que el hombre pueda ser explotado. Por eso hay que tener cuidado en la elaboración de los programas y no aceptar implícitamente que podemos trabajar para seguir siendo pobres. No se debe aceptar el trabajo a cualquier precio, y mucho menos concluir que esta estrategia empresarial y liberal es negociable. Una vez más la importancia de las ideas nos avisa de que la creencia de que es mejor un trabajo de condiciones de explotación se está filtrando en la sociedad, y son los ciudadanos los que deben reaccionar contra eso hasta que por fin los sindicatos cambien sus cuadros y vuelvan a tener un conciencia social que parecen haber perdido. Cada vez que un sindicato entra a negociar en las altas esferas con empresarios y gobiernos, sacrifica la acción sindical a cambio. Es lo que tienen que ofrecer en sus negociaciones. Pero debemos añadir algo a la pérdida de la acción sindical y es la pérdida de la coordinación y sinergia con los movimientos sociales, incluso con sus propias bases. Cuando se negocia en favor de contener la acción sindical se entra en una realidad falsificada que permite crear la ilusión de que la sociedad está tranquila y de que las tesis liberales avanzan porque la gente las acepta, cuando no es verdad. Retiran de las noticias cualquier imagen o sonido que revele los conflictos sociales interviniendo los medios, y manipulan a la sociedad diciendo que los políticos están al servicio de la mayoría que es la que no protesta, lo que tampoco es verdad. La sensación de aceptación y tranquilidad está manipulada, pero el descontento es generalizado. Nadie puede aceptar tesis que pretende una perfecta explotación de los recursos humanos, su control y su retirada y devaluación en salario si ya no les sirve. La sociedad no se puede ver como una fuente de mano de obra barata al servicio de las multinacionales, va mucho más lejos que todo eso, la sociedad es en si misma el único sentido de que las empresas existan, y cuando no sirvan para el desarrollo y el bienestar de los ciudadanos desaparecerán. Las empresas existen en cuanto que son útiles a la sociedad. Y si existencia depende de esa utilidad, y no lo contrario. Esta idea, que parece tan obvio, hay que recordarlo a los grandes magnates en sus jaulas de oro y arrogancia, cada cierto tiempo. No se trata de un desafío, los trabajadores se dejan llevar, hasta que empiezan a notar el delirio en sus mandatarios y dirigentes, entonces es el momento de tomar las riendas, y eso parece estar sucediendo con la crisis actual. Casi todos los postulados que nos exponen desde el capitalismo se inscribe en una idea, para que existan ricos, tiene que haber pobre, y parecen empeñados en mantener los márgenes del sacrificio y la pobreza, y no es aceptable que digan que quieren llegar a los gobieros y que se les vote porque van a aliviar la carga a los más desfavorecidos, para que a continuación hagan lo contrario. Debemos incidir en esto, no olvidarlo y castigar duramente a los programas fantasma. Es improbable que los ciudadanos de bien, sigan durante mucho más tiempo ajenos a la realidad multiempresarial y liberal que se cierne sobre ellos, en forma de TTIP, Troika, FMI, Mercados o cualquier otra estructura capitalista. Volviendo a la idea de la falsedad de los programas que buscan el voto pero que no tienen la intención de ser cumplidos. Tampoco vale la excusa de que un programa, como su nombre indica, es una programación básica que se ha de desarrollar al gusto de sus creadores, porque eso es tanto como decir que se trata de de ideas sueltas y dispersas de las que no conocen su dimensión y ya verán si su margen de cumplimiento llega al 1%. Es decir, sacarle importancia es aceptar la trampa
que hacen con ellos. Los programas son importantes, muy importantes, deben servir para converger sobre leyes importantes y que cada partido quede retratado. 4 Los Interlocutores Las pretensiones políticas no siempre son claras, pero la intención de triunfar en las elecciones y convencer a millones de ciudadanos para que, uno a uno, metan su papeleta en la urna, no desluce por cualquier imagen de triunfadores correctamente asesorados de sus líderes. En estos casos y en estos tiempos, algunos candidatos que como dicen los humoristas, parecen “repeinados como los muñecos de una tarta”, permitan esta licencia, deberían conocer que no siempre la imagen del triunfador puede triunfar, puede triunfar sobre otras más sencillas y cercanas al pueblo. De hecho, espero no equivocarme en esto, cada vez se valora más la naturalidad y el origen sencillo en las carreras políticas. Es posible que la amenaza de los líderes sin contacto con la calle, que han vivido toda su vida en una burbuja burguesa, y que tienen aspiraciones grandiosas, esté mitigada y podamos escapar de ellos y de sus partidos. Hay una diferencia evidente en sus cuadros, en los partidos burgueses y los partidos obreros, intentado desde los “palacios” hacernos creer que los economistas mejor pagados en las multinacionales es lo que necesitamos. La simpleza de llevar la política al hecho económico que destruye la idea democrática, poniendo al ciudadano al servicio de la economía y no al revés, es una idea que debemos desechar y con ella a esa legión de economistas que se han puesto al servicio de los grandes poderes. No arrancamos de ninguna desventaja, olvidemos esa idea con la que intentan machacarnos, estamos sometidos a su propaganda, en la radio, en la prensa y en la televisión, pero somos capaces de discernir las peores intenciones y ponernos a la defensiva, esperando que nueva terrible pretensión se sacarán de la chistera. Cada programa tiene que saber quienes son sus interlocutores, a quien va dirigido y que sus propuestas coincidan con las demandas de su grupo social, que se espera sea mayoritario. Es virtud y no contratiempo para la izquierda comulgar con la justicia social, porque los burgueses dicen que ellos también lo hacen pero son incapaces de probarlo con sus actos una vez que llegan al poder. El interlocutor primero de un partido político deben ser sus votantes, cuando hace una declaración institucional, cuando decide la linea que quiere seguir, cuando piensa en no defraudarlos, cuando realiza un programa o cuando contesta a las propuestas de otras ideologías. Cualquiera puede adivinar, sin embargo, que a medida que los partidos se afianzan en el poder, en sus propias estructuras, en la burocracia y en los egos de sus líderes, pierden la línea del horizonte, por así decirlo. Hay algo en las negociaciones entre partidos, incluso entre sindicatos, gobierno y empresarios, que suele terminar por defraudar a las bases. Es como si negociar políticamente siempre beneficiara a los poderosos, algo así, como si una buena negociación política fuera la excusa para no hacer lo que se debe en cada momento. Haciendo un ejercicio en restrospectiva, cualquier acuerdo de nacionalistas dando mayorías para el gobierno, cada vez que el bipartidismo dejó fuera al resto para beneficiarse, el cambio constitucional realizado a la carrera por dos partidos sin contar con nadie, la decisión acordada de decir sí a la constitución europea sin referendum, etc. Así pues, que otro partido acepte acordar sobre algo impopular y ofrecerle una mayoría al gobierno, es como ampararlo moralmente frente a sus interlocutores, frente a sus votantes, y en ocasiones, frente a toda la ciudadanía. Los únicos acuerdos posibles son sobre programas y para darle la mayoría a lo prometido, y no lo contrario, que por desgracia es lo que suele suceder. Las viejas formas de los programas eligen como principal medio de engaño la superficialidad y la ambigüedad, que es tanto como decir “creemos que se debería hacer algo sobre esto y estamos dispuestos a hacerlo”, pero sin concretar sus medidas. En sus vanguardias, algunos de esos mediocres creadores, hacen programas electorales que parecen folletos navideños de una grandes,
lujos en caros, burgueses, grandes almacenes. Intentan vender un producto desde el punto de vista americano de la desregulación total, de soltar a la bestia (el dinero), y dejar que lo arruine todo con su fuerza bruta. La ley del más fuerte, pero sin decirlo, sin insinuarlo, sin reconocerlo, Programas perfectamente maquillados de sociales y de que piensan en la gente como su principal valor. Debemos decirlo, hay una gran diferencia entre lo que prometen y lo que venden, porque sus ofertas son un engaño que suele salir demasiado caro. Tenemos derecho a exigir limpieza y honestidad en un sistema que aspira a ser democrático algún día, pero que no lo será mientras sigan sucediendo estas cosas. Tenemos derecho a exigir que se expliquen, que sean específicos y que digan con verdad lo que piensan acerca de temas que afectan nuestra vida diaria. Tratándose de buscar la forma más torva de enredar a sus votantes, algunos programas (sin entrar en lo específico, o si son específicos lo son en lo que no importa) son capaces de prometer cualquier cosa, y lo que es peor, prometerlo todo. Son programas extensos, infatigables, capaces de aburrir al más paciente. De acuerdo con una lógica aplastante, lo peor que les puede pasar es que todo el mundo puede sentirse identificado y estar de acuerdo con ellos, porque no es eso lo que nos aconseja la prudencia. Si se encuentran con uno de esos programas capaces de agradar a todos salgan corriendo y no paren hasta el polo o se convertirán en una víctima más de un engaño minuciosamente elaborado. Si ustedes saben lo que quieren y eso está enfrentado con otras ideologías deben saber que un programa así no es el que les conviene. No hay una explicación mejor, si lo que se esperan son políticas sociales, no se puede garantizar su cumplimiento desde la política, sin molestar a los grandes poderes en la sombra. Tenemos una oportunidad de ser ciudadanos de primera, exigentes con sus gobernantes, escrupulosos con los corruptos y los que nos engañan sin dar signos de vergüenza alguna, pero para eso tenemos que exigir buenos propósitos en programas sinceros. Una parte de la ciudadanía es capaz de ofrecerse como el interlocutor que se hace respetar, consciente de su importancia y con conciencia social. Tendremos que acostumbrar a nuestros políticos a eso, porque en este momento están muy lejos. Lo estuvieron con la guerra de Irak, cambiando la constitución sin contar con los ciudadanos, o tocando sanidad, educación y pensiones cuando había prometido lo contrario; son tres ejemplos de tres pésimos presidentes y de medidas que se tomaron a sabiendas de que no tienen el apoyo necesario, el apoyo de la mayoría social. Tenemos que convertir la política en un hábito ciudadano, si se quiere, expresándolo de una forma rústica, en un vicio más de bar. No dudemos de la capacidad de los más humildes, capaces de tomarse una cerveza y discutir las decisiones que se toman en el parlamento porque esas decisiones nos afectan a todos. A la larga, vamos a ser capaces de entender de porcentajes, de primas, de impuestos, de ideologías, y todo lo que nos pongan por delante. Nada es irrelevante, ninguna lucha ni discusión pequeña si de ellos dependen nuestros derechos, interpretaremos todos los programas y descubriremos todos los engaños. Por muy dolorosa que sea la realidad tendremos que oponernos a los que nos la pinten de rosa prometiendo millones de puestos de trabajo, cuando se saben incapaces de cumplir sus promesas. Pero de todos, el peor hurto al que nos pueden someter con la mentira es el de los valores. El ejemplo de la política barata de gobernantes sin altura es una lacra para la sociedad. Hacen creer a los más inocentes que la normalidad consiste en imitar las corruptelas, y llevan latente al seno de la sociedad la idea de que el que no mete la mano en la caja pudiendo hacerlo, es porque es tonto. Esta política de listillos, este ejemplo de gente sin cultura, es el peor hurto. Y como a ellos les falta ese sentido de la verdad debemos tenerlo nosotros, porque si estamos informados y somos honestos con nuestra forma de pensar, jamás votaremos a corruptos. Cabe creer que somos poco exigentes, y que una vez que salta el escándalo de corrupción, nos conformamos con excusas y perdones que no se sienten. Por supuesto que muchos se lo creen, forma parte de la misma bondad ciudadana que termina por convertirse en resentimiento. Y las propias excusas se vuelven parte de la corrupción. Nada varía entre ellos cuando excusan a los que eran sus grandes amigos, cuando minimizan el daño cometido, cuando apelan a un posible error, y lo peor de todo, cuando empiezan a poner trabas a la necesaria limpieza, orden y castigo. Estamos hablando de las instancias que nos han de gobernar, no hablamos de una empresa privada en la que se pueden ocultar los escándalos para proteger la marca. Estamos hablando de democracia y de que el pueblo sepa lo que sucede, ya que
lo contrario es ir contra las reglas más elementales de esta forma de gobierno. Somos interlocutores validos, inteligentes, dispuestos a comprender, receptores válidos de la información necesaria por chocante que sea, pero no sólo eso, somos la expresión más alta del pueblo soberano, la ciudadanía a la que no se le debe escamotear información que -no me hartare de decirlo- afecte a sus vidas. No podemos establecer una equivalencia entre los ciudadanos y sus demandas por un lado, y los grandes poderes, llamémosles mercados, banqueros, empresarios, etc., por otro. En lugar de intentar enredarnos con con dos realidades paralelas, debemos preguntarnos en qué consiste la democracia y cómo fue concebida. Las grandes fuerzas económicas ejercen su voto uno a uno, como el resto de la sociedad, y cuando el poder -esto se mira más en los pueblos- se cuela en las instituciones para favorecer sus negocios, se reproduce el caciquismo y la corrupción, como los gusanos se reproducen entre la carne podrida. Es por eso que el mandato social debe ser uno y perenne, mantener a esos corruptores lejos de nuestros políticos. Ese debe ser un proyecto permanente, y se necesita una comprensión inclinada a la realidad democrática. Los programas políticos van dirigidos a sus interlocutores naturales, el pueblo llano, y no, hacia las fuerzas económicas que buscan hacer sus negocios sometiendo la voluntad popular y desvirtuando los resultados electorales. Algunos aún preguntan si hay alguna duda sobre el capitalismo y la democracia, y no es difícil de entender. En USA por ejemplo es fácil hacer cola con una papeleta en la mano, cada cuatro años les meten el papel en la mano y pacientemente se dirigen a su urna para ejercer su voto. Pero el resultado no es el que esperan ni el que desean, porque nada cambia. El voto se limita a una preferencia entre dos partidos liberales, de derechas y que gobiernan sumidos en un maremagnum prioritario de, lobbys, mercados, donadores, amistades, afines, intereses geoestratégicos, y miedo a la quiebra bancaria; así es la democracia a la que nos quieren llevar. Resulta imposible para ellos ser específicos en sus programas porque la interlocución de sus propuestas con aquellos a los que deben ir dirigidas se ha roto en algún lugar del camino. La grandeza delirante de los grandes partidos que estaban tan cómodos en el bipartidismo parece que se empieza a romper, necesitamos estructuras más pequeñas a las que leguen nuestras voces y a las que realmente les importe perder votos. No está todo perdido, la Unión Europea no puede seguir imponiéndonos una similitud con el sistema americano porque se rechazó la constitución, y están gobernando con el tratado de Lisboa. Es posible que en el futuro volvamos a imponer la tesis democrática de la necesidad de someter a referendum todo lo que rige nuestras vidas, todo lo que nos afecta y las reglas de juego. De momento siguen aprobando leyes que saben que van contra el mandato popular, y las monstruosas estructuras políticas que montan no sabemos realmente a quienes sirven. Pero hay algo más a tener en cuenta, y es sobre los pactos pre-electorales. Como suele suceder con los que se creen con fuerza suficiente, los partidos con buenas expectativas y buenos resultados electorales son reticentes a los pactos; eso les deja las manos libres para poder llevar a cabo medidas ideológicas que van contra la lógica del compromiso de sus programas, y lo que los ciudadanos esperan de ellos. Hemos vivido esta situación de arrogancia en los partidos que han hecho recortes en la educación y la sanidad, y sólo cuando han caído hasta veinte puntos en las encuestas se han negado a los pactos. Es entonces cuando se empiezan a desesperar y a mendigar una coalición, un superpartido unidos a otros de los más grandes, o un compromiso para que no les deroguen esas tristes leyes de corto recorrido. La época en la que la política era cosa de pactos a dos, preservando los intereses de los mercados, toca a su fin, y una nueva forma de gobernar debe emerger alrededor de las prioridades y de los programas. Algunos se apresuran a no perder en estos cambios; son los liberales que no pueden refrendar ninguna de estas propuestas porque van abiertamente contra todo aquello en lo que ellos creen. Las políticas sociales les producen urticarias, a los subsidios por desempleo les gustaría llamarlos caridad, porque los liberales no tienen conciencia social, ni entienden que los ciudadanos se puedan organizar para no quedar desprotegidos ni al albur de los caprichos empresariales y de las ideologías más deshumanizadas. Es bueno creer en que seremos capaces de ponernos de acuerdo sobre los recursos necesarios para dejar fuera de la especulación del ahorro sobre el gasto público, la sanidad, la educación y las pensiones, sin embargo puede haber partidos social demócratas capaces de firmar un acuerdo y coincidir en sus programas al respecto con otros grupos de izquierda. Pero no cantemos victoria,
serán capaces a la vez de acordar con los liberales una reforma laboral que lesione gravemente la negociación colectiva, los derechos de los trabajadores y cuestione el futuro del sistema sindical. No tenemos motivos para ser optimistas con aquellos que en europa pactan con Junker, y que en el pasado han demostrado que les pesa decirse de izquierda cuando quieren defender políticas económicas que se acercan más a los liberales. Van y vienen como peonzas, reciclándose una vez más de cara a las elecciones. Sería bueno que los programas de izquierda convergieran en materia energética, en protección del medio ambiente, en la reforma fiscal, en renovar los votos de confianza con los trabajadores, con una reforma laboral que lo proteja, para que se puedan sentir seguros en sus puestos de trabajo, en una España europea en el sentido laico de la educación y de los poderes del Estado, en una sanidad saneada, en becas suficientes, en ahorro militar, en consolidar el sistema de la hucha de las pensiones, en dependencia, en el respeto por la diversidad sexual, pero también de culturas, en medidas efectivas acerca de penas, prescripciones e indultos en materia de corrupción y fraude económico, en crear una separación real de poderes (de una vez) estableciendo un régimen de ascensos para jueces en el que no intervengan los méritos políticos ni los gobiernos, en materia de libertad de expresión y reunión, en un frente dispuesto a frenar las privatizaciones, etc. Hoy en día nada sería más deseable que un acuerdo pre-electoral sobre temas sensibles y coincidentes en los programas, y aquellos que no pacten poyar según que puntos del todo, que acudan a las elecciones aclarando por qué no lo hacen.
5 Los Programas Y La Corrupción Casi todos los programas persiguen a los votantes, y valoran lo que de ellos depende; los resultados electorales, es decir, se definen en la relación que persiguen. No poseen el encanto embaucador de los líderes de la impostura, que es lo más entroncado con el líder impostor, y tampoco obtienen la inmediatez de los resultados de los medios audiovisuales, las entrevistas y los reportajes en revistas de moda, pero su mensaje es mucho más firme y mueve voluntades. El programa puede ser una herramienta definitiva siempre que sepa huir de lo falso, del engaño y de la estrategia insípida de los que desean hacerlo pasar desapercibido, porque sus planes son de antemano traicionarlo. Es muy probable que lleguemos a un nuevo extremo si pasamos por encima de las ambigüedades y aterrizamos en los programas corrompidos. De ninguna manera los líderes de los que procede un programa así serán capaces de respetar su origen, si es más o menos virtuoso. Para un político acostumbrado a pensar en los términos de lo noble, la justicia, la honradez, los buenos propósitos, y los deseos de hacer lo mejor por el bien de sus ciudadanos, aunque eso suponga enfrentarse a los planes ocultos de los grandes poderes, tiene que ser absurdo encontrar a colegas suyos capaces de este tipo de “juegos” de distracción. Los políticos capaces de corromper sus programas son seres pequeños, sin visión, y sin sentido de la utopía. Solucionar lo inmediato para satisfacer a los mercados a costa del dolor de los más humildes es la solución miserable de los que están por estar y por pasar. Ahora cuando dimite un ministro, la reacción es de júbilo, de celebración, de mofa, de resentimiento, y de venganza, porque la situación a la que se llega delante de los que hacen pagar la crisis a los más humildes genera este tipo de situaciones. Otras veces tienen dimitido ministros, y sabemos que otros vendrán en su lugar, y hasta es posible que se trate de ministros corruptos, pero llegar a suscitar semejante reacción popular no es fácil hay que hacerse odiar mucho. No digo que sea bueno que esa pátina de odio lo cubra todo, pero, ¿de dónde ha salido? No creo que sea justo culpar a los medios de fomentar la aversión a nuestros políticos por
contar lo que pasa; y en último término, si no corrigen sus conductas, ¿como culpar a otros? Tampoco nos deben servir las excusas a las que se aferran algunos tertulianos (los tertulianos están a punto de convertirse en un fenómeno sociológico) que los defienden, y ellos mismos: de que la corrupción es inherente al género humano, que nos es para tanto, o que otros países están peores que nosotros. Dicho de forma refinada, los programas que se corrompen aspiran a convertirse en propaganda, en no pasar de folleto, a repartirse en la calle y en los buzones como propaganda o como publicidad. Y como todas las propagandas perseguir un único fin, vendernos algo que nos comprometa a mucho más. Somos víctimas de políticos que se enfrentan a la política como si se tratara de un negocio. El brutal resultado del político-negociante nos ha dejado un saldo terrible en forma de crisis y recortes de nuestros derechos. Dicen tener sensibilidad social, pero nadie les cree porque sus hechos hablan por ellos. Y sus motivos también quedan más tarde o más temprano expuestos a la luz, y dicen no sentirse culpables de nada cuando algunos de esos son condenados por un juez y tienen que entrar en la cárcel; tremendo lo que estamos viviendo. El error de sus votantes fue creer en sus programas, confiar en ellos, en sus promesas y sus simpatía impostada. Pero uno tiene dudas acerca de si han aprendido la lección, porque les da igual ser engañados cuando lo que votan es una ideología que lo que pretende es mantener el orden con mano policial y militar si fuera necesario. Muchos ya no los volverán a votar, pero unos pocos votarían al dictador si se levantara del Valle de los Caídos. Estas ideas que surgen alrededor de los programas que se convierten por arte de birlibirloque en folletos con ofertas de fin de serie, fuerzan con su forma abstracta de expresar a estar prevenidos, alerta y desconfiando de tanta bondad pre-electoral. Al creer que los liberales puedan venderse como líderes de la transparencia, como campeones de la lucha contra la corrupción, como los mejores en ofrecer ayudas sociales, etc nos engañamos a nosotros mismos, y los animamos a seguir tomándonos por idiotas. Ellos no son nada de eso, y lo saben. Lo que pervierte todavía más las intenciones expresadas en los programas, es su carácter: que su ideología persiga comunicar y expandir su desprecio por los subsidiados, y los que han fracasado sin remedio. Y ese desprecio se vuelve contra ellos por parte de los más desfavorecidos; los pobres consideran a los ricos parásitos sociales, y viceversa. Estéticamente, esos libritos, pueden resultar atractivos, algunos en papel plastificado, didácticos, llenos de colorines, explicativos, con dibujos o con letra suficiente, pero hasta los folletos publicitarios deben cumplir una máxima que arruinaría a cualquier empresa si no se cumple, no pueden engañar a los clientes. El precio que se paga por el servicio ofrecido debe coincidir con el que se oferta en la publicidad, y si esto hasta los folletos publicitarios lo cumplen, ¿cómo podemos consentir que algunos partidos nos engañen sin más? Pero los escándalos no parecen intimidarlos hasta el punto de localizar sus errores, y relacionar sus problemas con estas prácticas. Un corrupto corromperá sus programas y se creerá justificado para cualquier cosa. No debería resultarnos difícil hacerles comprender a los políticos que están para administrar nuestros bienes, pero que no son dueños de ellos. Son administradores, no dueños de lo que administran y deben pagar si hacen uso fraudulento,si meten la mano en la caja o si hacen favores a sus amigos con ello. Y aún más, si lo administran tan mal, que nos lleven a la ruina, tal cual fue el caso de la burbuja financiera, y de la burbuja de la construcción, deberían someterse a las exigencias ciudadanas y rendir cuentas de por donde han llevado sus desastres. Mientras parecía madurar la democracia, algunos hacían sus negocios a la sombra de los poderes políticos. Las cajas repartían tarjetas a sus consejeros para tenerlos controlados (nadie pagaba los impuestos), otros le recalificaban terrenos a sus amigos (vender favores parece un mal indisolube de la política), y había los que recibía sobresueldos cuando sus partidos, por lo que se deduce de la última investigación judicial, ofrecían obra púbica con “mordida” incluida. De hecho, la democracia empieza a madurar ahora, que los ciudadanos son los que exigen justicia, leyes que castiguen a los corruptos, referendums sobre lo que nos importa, control de los gastos parlamentarios, programas con carácter de contrato, revocar a los políticos que mienten y engañan, control sobre la dependencia, la sanidad, la educación, las pensiones y la vivienda, libertad de expresión y manifestación. Y pedimos poco, la democracia se nos ha quedado en un estado de raquitismo grave. Necesitamos una versión ampliada desde abajo, con las ideas que al pueblo le importan y que puede ponerle los grilletes a tantos corruptos que se nos están “yendo de pajaritas”. Resulta
rematadamente sórdido ver a nuestros políticos, posiblemente tan detestados aquí, paseándose por los salones europeas de risitas, dándose importancia y haciendo declaraciones que “si ya tal”. Si el mejor político es el que sabe construir los mejores mensajes vacíos, la mejor democracia para ellos, es la pero democracia para el pueblo. Se trata según ellos de mantenerse en el poder a cualquier coste con la intención de excusar la corrupción cuando les toca y así evitar otro escándalo, o al menos eso es lo que parece. No es un espectáculo sano para la sociedad que se propongan como los que van a crear una ley de transparencia, los mismos que se vuelven ambiguos cuando uno de los suyos va a la cárcel con pruebas graves y cuentas gruesas en paraísos fiscales. Estamos sumidos en una apoteosis de causas judiciales de alto nivel en las que están implicados muchos políticos, y no es extraño que algunos de ellos afirmen que no se sienten culpables de nada, porque lo que ellos hacían era lo que hacían todos; así va la cosa. Tenemos un objetivo delante que no debemos perder de vista, y ese es dotar a la democracia de los controles necesarios para detener a los corruptos, pero también para castigarlos, sin que sus delitos prescriban o se acojan a un indulto. Hemos descubierto que nuestra sociedad está capacitada para indignarse y exigir mejoras. Esta ya no es la España de los años cincuenta o sesenta, ni siquiera la de los ochenta, a la que se le podía hurtar la información. Somos una sociedad madura, con conciencia de clase, con profesionales y juventud muy formada, capaces de entender que lo que sucede ha llegado a extremos difíciles de soportar. Al empezar a sentir el peso de la crítica ciudadana, algunos políticos no sólo intentaron evadir su responsabilidad culpabilizando a los ciudadanos y diciendo que los que no pagan el IVA, o los que hacen trabajos en negro, eran los peores defraudadores, sino que se enredaban en la idea que se trataba de una reacción humana, y así intentar desviar la atención sobre las estrategias de partido para una financiación ilegal. Pero la realidad es como es, y para el ciudadano medio intentar ocultarla una torpeza. Los programas corrompidos terminarán usándose para encender la estufa de leña. Para poner en el suelo de la cocina o para usar delante de la caseta del perro, justo donde hace sus deposiciones a diario.