1 Terciopelo Por Precaución Sobre el escritorio de Peter Bix los viernes quedaban restos de comida hasta la mañana siguiente, porque los sábados también le tocaba trabajar a Doloritas. Con la resignación necesaria, se cambiaba los zapatos de tacón por unas zapatillas de pelo acrílico y empezaba por tirarlo todo en una bolsa negra. Allí iban los restos de pizza, las latas de cerveza y los platos y vasos de plástico. No era una chica guapa ni había seguido estudiando, y no representaba lo que se dice un “buen partido”, se viera por donde se viera. Sus facciones eran duras y su mirada vulgar. De joven había trabajado en una tienda de ropa, pero ninguna chica que hubiese terminado el bachiller seguía en esas tiendas que pretendían una imagen juvenil para vender el producto. No se habría casado de ninguna de las maneras, porque las oportunidades que se le presentaban le ofrecían una vida que no podía aceptar, y los novios tampoco le duraban demasiado. Sin el apoyo de su familia en eso, había aceptado el trabajo limpiando oficinas que ya no había abandonado, tal vez porque como ella decía, “se había encasillado”, o tal vez porque le resultaba cómodo estar ocupada por la semana y divertirse los sábados por la noche sin tener que dar demasiadas explicaciones. Tenía confianza en que las cosas cambiaran, pero los años pasaban y eso lo hacía todo cada vez más difícil. Ese tal Peter Bix tenía que estar muy loco, de sus desperdicios se desprendían sus costumbres, y aunque hubiese desarrollado un sistema para la locura que le permitiera llevar una vida normal, estaba claro que sus extravagancias lo delataban y lo ponían fuera de todo equilibrio. Las cosas, hasta donde ella sabía, habían sido siempre fáciles para él, de buena familia nunca le había faltado de nada, y se había montado aquel despacho desde el que organizaba su fortuna y tomaba las decisiones necesarias para mantener activos todos sus negocios. Entró en el baño y se puso una bata, y a continuación, sin saber por qué se pintó los labios, como un presentimiento, sin que fuera algo que hiciera habitualmente. Había chicas que se maquillaban antes de entrar en tarea, pero no era lo que solía hacer, sin embargo, ese día se miró al espejo y se pintó los labios. Por su forma de proceder nada parecía indicar que fuera un día extraordinario para ella, ni que se fuera a enfrentar a sus tareas con un dinamismo diferente al que solía. No había citas, ni la esperaba una comida especial a mediodía, ni tenía nada que celebrar, exactamente se trataba de un día como otro cualquiera, hasta la noche en que saldría a divertirse, y eso sería todo. En el trabajo se animaba inexplicablemente, allí recuperaba el control, aunque se tratara de un esfuerzo poco agradable al que nadie se acercaría voluntariamente. Pero, por decirlo de algún modo, era en aquel preciso momento del día, cuando se sentía más ella, más fuerte y más irreverente con el mundo. Dado la firme creencia en su eficacia, no esperaba que nadie pudiera decir nada acerca de como dejaba las cosas, ni que nadie se acercara a alguno de los lugares de los que se ocupaba en distintas partes de la ciudad, para comprobar como transcurría su trabajo o fiscalizar los resultados. Y fue por ese motivo, por el que entró directa al baño para ponerse la bata y las zapatillas, caminando en la penumbra y sin comprobar si había alguien más en aquel lugar. Inevitablemente tropezó con el cuerpo dormido de Bix en el sillón cuando volvió a la oficina. Esa era la primera vez que lo veía y no se trataba, como había imaginado, de la imagen de hombre irreprochable que algunos se ocupaban de mantener de él. Así a simple vista no podía hacerse una idea de sus aptitudes, de la ambición que lo 1
había conducido hasta allí, y de que formas poco ortodoxas había superado los contratiempos. Pero sabía lo suficiente de hombres para entender que aquella imagen de maduro “engonimado” no podía traer nada bueno. El interés que Doloritas sentía por los hombres había cambiado varias veces en los últimos años. Conocía sus deseos más urgentes, y el vacío que quedaba después de eso. Y en su último cambio, se mantenía en la idea más desencantada de sus relaciones, lo que hacía extensible al género masculino. Había perdido la cuenta de las decepciones, y en la última había caído enferma, hasta el punto de perder las fuerzas durante más tiempo del que se podía permitir. Incapaz de asumir la parte de la culpa del desastre en el que se estaba convirtiendo, permaneció postrada compadeciéndose de sí misma, hasta que se produjo aquella última mutación en su opinión sobre sus sentimientos, y lo que los sentimientos representaban en realidad. Y entonces, en aquel momento crucial había enfermado su madre y no la había vuelto a ver durante un tiempo. Por fortuna se recuperó y también eso se normalizó, pero había sentido tanto miedo y se había sentido tan sola, que desde entonces el mundo se había vuelto mucho menos interpretable. Pasó un tiempo y se acostumbró a vivir con la inseguridad a la que se veía avocada, sin embargo, esa costumbre le pesaba como una cadena. No acostumbraba a pensar demasiado, pero esa sensación era como una pérdida de aire que estaba terminando por convertirse en obsesión. Las fiestas del viernes por la noche en la oficina eran una expresión más del éxito, del hombre que vuelve tarde a casa sin dar explicaciones a su esposa, y si lo hace se conforma con decir que tiene mucho trabajo y ha estado muy ocupado. Alguien reponía los licores en el mueble bar al que Doloritas devolvía las botellas empezadas, probablemente él mismo. Y tiraba mucha comida de encargo que sus amigos y posiblemente amigas, no habían ni tocado. Todo iba directamente a la bolsa de basura que dejaba en el contenedor antes de irse a casa y no volver hasta el lunes siguiente. Posiblemente, lo que había empezado como una forma de cerrar asuntos de inversiones, se había convertido en una costumbre que ya nada tenía que ver con los negocios, que empezaba con una cena de encargo en la oficina y continuaba en los clubs hasta el amanecer. Se quedó plantada delante de Bix y miró un bote de pastillas sobre la mesa, eran muy fuertes y comentó en voz alta, “éste está peor que yo”, en alusión a sus problemas para conciliar el sueño. Bix tenía su propia forma de hacer las cosas y de conducirse en la vida y en los negocios, y no deseaba que nadie interfiriera en eso, pero no era feliz y se abandonaba a esa vorágine de exigencias, que lo llevaban de preocupación en preocupación y lo evadían de pensar en otras cosas. La aceptación del enredo que era su vida y en el que él solo se había metido, era una labor de años en la que la lentitud no te permitió apreciar los cambios que poco a poco se iban presentando. Durante un tiempo había disfrutado de aquella situación, planteándose la diversión como una extensión necesaria de todo lo que tenía que hacer, para que su vida discurriera en los parámetros que había planeado. Pero algo había cambiado, y aquella noche se había quedado dormido en el sillón de la oficina y tenía una resaca de miedo. Durante un minuto Doloritas dudó si despertarlo, si ponerse a limpiar haciendo ruido para que despertara por sí mismo, o si salir sin hacer ruido y marcharse a casa dejándolo dormir. Lo miraba con el bote de pastillas en la mano, cuando él abrió un ojo y respiró profundamente mirando alrededor. Cuando se ubicó y estuvo seguro de no estar en el otro mundo, la miró a ella, le preguntó su nombre y que hora era. Después de tener dos respuestas convincentes, se levantó, aún le dio tiempo a desaguar en el váter, cogió su chaqueta y las llaves de su auto de encima de la mesa y se fue, despidiéndose con toda cortesía. Ella no le respondió pero cuando se cerró la puerta dijo -está loco-, lo que era bastante corriente en sus labios, porque cuando alguien hacía algo pasando delante de ella sin apreciar su censura, solía repetir eso mismo. Quizás sólo quería decir, “está pasando por un momento de locura transitoria”, o llamar la atención sobre alguien que no actuaba conforme a lo que se esperaba de él. Es posible que sólo quisiera decir es un excéntrico, o tal vez que aquella persona no la impresionaba aunque intentaba llamar la atención, pero esas eran sus palabra, “está loco”, y seguía con su tarea como si cualquier cosa. En ocasiones, ambos desde sus mundos separados, habían deseado que se pudiera detener el 2
tiempo y el movimiento como en una fotografía, y que eso les obligara a prestar atención sobre todas las cosas que parecen insignificantes: de hecho, personas y circunstancias que nos parecen insignificantes y sobre las que pasamos a toda velocidad en cuestión de segundos, sin volver a mirarlas nunca más, podrían poseer el sentido, no ya de la existencia, sino de la nuestra. El sufrimiento que sufren algunos seres, nace de su naturaleza solitaria. Mantienen a pesar de todo, un aire espléndido que llama a muchos a confundirse al respecto, y creen envidiarlos sin conocer los pormenores de su existencia torturada. Bix vivía agotado, intentando no exteriorizarlo. Cada momento de su vida se reponía de la extenuación, y para aliviarse cometía todo tipo de errores y vulneraba todo tipo de reglas. Tenía en su formación sólidos principios a los que renunciar a cambio de perseverar en sus ambiciones. También eso le ayudaba a evadirse de los más oscuros pensamientos. En su relato, sin intervalos, no había contrapartidas, iba directo a por lo que deseaba; o eso o el derrumbe. Era un enero soleado y tuvo que arrimarse a la balaustrada para no ser herido por una luz insoportable a sus ojos. Movía los pies torpemente, y las piernas, siempre tan delgadas, parecían que podrían quebrarse en cualquier instante. A esa hora de la mañana, un sábado, la circulación era escasa y el sonido de sus tacones repicaba en la pared del otro lado de la calle. Miró atrás por pura costumbre mientras abría la puerta del garaje y arqueó la espalda para pasar adentro antes de que terminara de levantarse del todo sobre su cabeza. Se dirigió, antes de nada, a una de las columnas para encender la luz, y no quedar completamente a oscuras, cuando la puerta descendiera y golpeara el suelo con el ruido destartalado que era, un pedazo de hierro repintado de verde oscuro. A pesar del cansancio, no tuvo más que levantar la cabeza para ver su cupé y dirigirse a él en un laberinto de capós, defensas e incómodos y sobresalientes espejos. Gabrieli le contó aquella noche, mientras cenaban en la oficina, que un hombre que él conocía,un tal Elmer, se había desmayado aquella misma tarde en un centro comercial. Que lo había visto subir y bajar por las escaleras mecánicas, pero que lo había evitado porque sabía que le pediría dinero. Bix comía comida mexicana mirando fijamente a Gabrieli, como si no pidiera creer lo que decía, porque no sólo conocía a aquel individuo, sino que habían sido buenos amigos amigos en el pasado, y no conseguía que le pagara una vieja deuda. Los años pasaban y había dejado de verlo, así que daba el dinero por perdido. Gabrieli bebió vino y siguió con su historia. Elmer se había pasado la tarde dando vueltas por el centro comercial, y lo cierto era que él también lo había hecho, pero eso no era tan extraño, porque solía quedar con unos amigos en una cafetería de la segunda planta y desde allí podía ver lo que sucedía. Dejó de comer y encendió un cigarrillo mientras hablaba, con intervalos de mechero, humo, aspiración y expiración. Estaba claro que las intenciones de Elmer no estaban definidas, se comportaba de forma errática y no parecía buscar nada concreto, ni interesarse por ningún producto que quisiera comprar. Daba vueltas esperando su momento, calculando algún descuido o simplemente, buscando alguna presa cándida para operar algún engaño, y no es que hubiese deducido todo eso por como se conducía, sino que después del desmayo supo que había cogido algo que no era suyo, y al sentirse descubierto le había dado un ataque de pánico, o algo parecido. El asunto es que se había desmayado y los curiosos se habían agolpado sobre él sin hacer nada por evitar que un individuo que saliera corriendo detrás suyo, absolutamente enfurecido, lo pateara un par de veces antes de que llegara un guardia y se hiciera cargo de él. Le obligaron a tranquilizarse y separase del delincuente desmayado, y tuvieron que llamar una ambulancia porque sangraba por la cara y parecía que lo había atropellado un camión. La sangre es muy alarmante, y no era para tanto, pero así fue y alguien hizo la llamada y en un momento aparecieron dos hombres con una camilla en la que se lo llevaron, pero el guardia se fue con ellos. Así que, por lo que Gabrieli contaba, no creía que hubiese salido sin más de aquel incidente. Conocían a Elmer por separado, y cada uno de ellos tenía motivos para detestarlo, por eso Gabrieli no tenía la más mínima intención de disimular, y se encendía en algunos pasajes de la historia empleando insultos de desprecio que no repetiré. Como si cualquiera pudiera comprender la animadversión que lo movía, sin tener intención de los motivos que tenía para ello, relataba los 3
pasos de Elmer aquella tarde entre los clientes del centro, intentando que cada uno de sus movimientos pareciera la espontánea reacción a las dificultades del hombre más torpe del mundo. Lo único que le había quedado claro en tal momento que el resultado no podía ser diferente del que fue, desmayado, golpeado y detenido. El actual estatus de Peter Bix le confería un respeto que sus invitados no escatimaban. Esa noche, Gabrieli y Zappo se hicieron a la idea de una buena cena, y acostarse tarde después de salir fuera de la ciudad a divertirse. Los dos eran casados, y Gabrieli ostentaba un alto cargo en una de las empresas de Bix, lo que lo llevaba a considerarse un amigo, más que un trabajador de confianza. Lo que no sería así, si a eso no le sumáramos más de veinte años a su servicio. No era la primera vez que Bix le pedía que se uniera a la juerga un viernes por la noche, llamaba por teléfono a casa, o incluso pasaba por allí para dejarlo todo perfectamente atado. Le resultaba muy cómodo sumarse a la fiesta, porque sólo tenía que ser buen conversador, ya el resto estaba organizado. Zappo apenas se veía con su mujer, vivían una situación de separación, pero bajo el mismo techo. Entraba y salía a su antojo y casi no hablaba con su mujer, por eso tampoco tenía que decirle donde andaba, si viajaba, si tardaba varios días en volver a casa, o con quien había pasado la noche. Era como si Bix se rodeara de hombres que pusieran por delante sus negocios a sus familias, y esos, al fin, eran los que compartían aquellas cenas de confraternidad en la oficina. No es que no le hubiera importado haber creado un imperio algo más equilibrado, tal vez con empleados más morales y escogidos, pero lo que había era lo que había. A él, el dueño de todo, le había correspondido también como parte de su herencia, una forma de hacer las cosas que no pretendía pertenecer a un mundo cortésmente establecido, un mundo desde el que nunca podría hacer crecer su fortuna. Su “estilo” era algo así como parte del lodo del que procedía y del que no renegaba. Por eso no le parecía mal nada de lo que hacía su mujer, por eso tampoco se metía en sus cosas, y por eso mismo no dijo ni una palabra cuando aquella mañana pasó delante de ella que tomaba el sol en bikini en el patio de casa. Jenny, era algo así como una chica de portada, pero de las que había a millares esperando por una oportunidad, y lucía bien a su lado, pero no había pensado en ella como madre. ¿Quién podía saberlo? Las mujeres más explosivas, en ocasiones, llevan dentro un espíritu maternal, que en el momento en que se descubre ya no son capaces de volver a “encajonar”, por así decirlo. Podemos imaginar que el sol no beneficia en nada para aliviar la resaca, y que el dolor de cabeza de Bix era importante. No había ninguna emoción que traer a cuenta de una noche así, tan igual a otras muchas, y por muchas vueltas que le diera no podía evitar poner de nuevo cuestión si aquello le divertía. Sin embargo, durante el trayecto en coche hasta casa parecía ligeramente animado, lo que era todo un triunfo si tenemos en cuenta que apenas podía pensar y se le nublaba la vista. Nadie podía reprocharle por vivir como quería, por no haber tenido hijos y por no intentar entrar en el círculo virtuoso del club financiero. Al cabo, no podía decir que todo estuviera saliendo conforme a lo previsto, aunque, en lo relativo a su cuenta corriente la había doblado en los últimos años. Tenía la impresión de estar actuando de la mejor de las maneras en lo que respectaba a sus intereses materiales, pero una terrible sensación de estar dejando pasar un tiempo precioso, en lo que tenía que ver con su vida personal, estaba empezando a acorralarlo. A diferencia de otros triunfadores de su tiempo, Peter Bix no buscaba el reconocimiento social. La mayoría de sus negocios, desde la venta de pornografía importada, hasta la construcción de viviendas de baja calidad, eran actividades de sin complejos morales, por decirlo de alguna manera. Siempre había sido, siempre había estado relacionado con otros hombres que no les importaba hacer negocios con él y, como ya he señalado, no le iba nada mal. Intentó dormir pensando en todo eso para intentar llenar el hueco que le producía no sentirse completamente realizado. Difícilmente iba a ocurrir nada que no hubiese planeado, y la imagen de su mujer, con las tetas infladas como balones, era algo que había deseado y, por lo tanto, ¿a qué venía quejarse ahora? No se puede aspirar a ganar siempre si no se hacen algunas trampas, se decía sin rubor.
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2 La Versión Escondida En la casa disfrutaban de una mañana apacible, hasta que a eso de las doce de mediodía sonó el teléfono. Los sábados la chica del servicio tenía día libre, y como Bix dormía profundamente, y, en esos casos, solía desconectar el teléfono de la habitación, Jenny tuvo que dejar su copa sobre una mesa del jardín y entrar a contestar. La lenta conversación que se produjo a continuación pareció confundir a Jenny, que aún no siendo una chica muy espabilada, se puso alerta y desconfió al escuchar una voz de mujer al otro lado. Doloritas se presentó como la chica que limpiaba la oficina, y aseguró, que había encontrado en un sillón una cartera cargada de billetes y tarjetas de crédito que pertenecía a su marido. Jenny desde ese momento adolecía por conocerla, y aunque no fue tarea fácil pudo convencerla para que pasara en el trascurso de la mañana, para entregarla allí mismo. Doloritas se hizo la remolona todo lo que pudo, puso todo tipo de objeciones, porque aunque se moría por ver la casa por dentro, no le parecía buena idea ceder en aquello (además, era posible que no la dejaran pasar de la puerta). Al fin, tuvo que hacerlo, y sólo Dios sabe por qué las mujeres hacen ese tipo de cosas, pasó por casa para arreglarse antes de acudir a su cita. Y desde luego que lo hizo, se pintó los ojos como si fuera a una fiesta, y se puso ropa ceñida que no pasaría desapercibida ni para un monje tibetano. Ante ella se abría la enorme casa custodiada por perros y cámaras de seguridad, situada en la parte más rica de la ciudad, rodeada por otras casas que no la desmerecían y asomando árboles de un pequeño jardín al otro lado de los muros. Jenny la hizo pasar y pasaron delante de una hilera de arces que daban una sombra estimable. La anfitriona se había puesto una bata, porque a pesar del sol, no estaba demasiado tiempo expuesta al exterior, porque a pesar del magnifico tiempo que tenían, era enero y no cabía descuidarse. Los adornos iban desde pequeñas columnas de mármol con plantas como corona, hasta objetos de tauromaquia clavados en las paredes de la casa. No había trofeos, ni trozos de toro disecados, al menos en eso habían guardado las formas porque Jenny decía que no quería vivir en un cementerio de animales. Habían guardado los perros, pero podía oírlos ladrar. A la derecha de la casa había una caseta en la que adivinaba a dos o tres perros desesperados por inesperado castigo de ser encerrados en pleno día, y por el olor provocador de la desconocida. Sobre una mesa de jardín había todo tipo de vasos copas y licores. Jenny la invitó a sentarse y le preparó algo de beber. También había en una esquina, sobre una mesa de rincón, una televisión desenchufada y un vídeo y películas de VHS tiradas por el suelo. Todo parecía diseñado para pasar muchas horas en aquel lugar. Sobre la madera del cobertizo que parecía guardar herramientas, había unas fotografías de caballos, y Jenny señaló que habían pertenecido a Bix, pero que tuvo que venderlos porque se morían de pena y apenas los montaba. ¿Qué querría decir con que los caballos se morían de pena? Doloritas calculó agudamente, que si estaban bien atendidos los caballos no se morían de pena, por muy lejos que estuvieran de su dueño. Eso sí, si los tenía abandonados en una finca en mitad de la nada, en una montaña de difícil acceso, y tardaba en ir a llevarles comida por pura pereza, eso sería otra historia. Le daba mucha pena, saber que había animales que sufrían por el abandono al que los sometían sus amos. En cualquier caso, habría hecho bien deshaciéndose de ellos si no los podía tener bien atendidos. Se sentaron y hablaron sin temor. Cerca de donde se encontraban, había una zapatillas que Jenny había dejado abandonadas para ponerse unos zapatos y recibirla, y si hubiesen subido a su habitación hubiesen encontrado el bañador tirado en el suelo, pero esa imagen se la iban a ahorrar. 5
En cuanto se despertó, Peter Bix supo que Doloritas había estado allí y cual había sido el motivo de su visita. Miró la cartera y comprobó que todo estaba correcto, no podía ser de otra forma. Hacia la mitad de la tarde nada más había sucedido, y se encontraba muy inactivo y falto de fuerza vital. Habían transcurrido unas horas de sueño que le hacían sentirse descansado, pero ausente de la tensión necesaria para tomar decisiones. Por lo que pudo saber, Jenny le había propuesto trabajar en una película de las más atrevidas, porque según dijo le pareció muy atractiva. No había sido correcto, ni nada que la chica pudiera esperar, por eso recriminó a su mujer. Siempre estaba esperando que actuara de forma diferente a lo que se suponía, y eso le creaba algunos quebraderos de cabeza. En vano esperaba que fuera quien no era, y no la podía culpar por eso. Lo siguiente que sucedió fue que pasó la tarde temiendo no volver a ver a la chica de la limpieza, a él también le había parecido atractiva, pero no se trataba sólo de eso. Por una lado estaba la reacción de ella, saliendo de la finca sin mirar atrás, y le avergonzaba no haber sido correctos con ella. Y también empezaba a inquietarle la idea de llegar uno de esos días y encontrar el despacho sin recoger porque ella hubiese decidido no volver por allí. Como no tenía un teléfono que retuviera los números entrantes, y encontraba otra forma de contactar con ella, tendría que esperar al lunes para poder hablar con ella. Por algún motivo que no solía entrar en sus líneas de conducta, creía que le debía una disculpa, y eso era bastante extraño. Esa noche, Bix volvió a salir de casa sin ánimo de volver hasta el día siguiente, en el que la dinámica fue la misma. Pasó la mañana del domingo durmiendo y por la tarde salió para no volver hasta el día siguiente. Seguía sin llover, y la noche era fría y estrellada. Aparcó delante del cristal iluminado del Capriles, donde esperaba encontrar a Gabrieli. Se quedó erguido fumando en la puerta, moviendo las puertas y fumando hasta que empezó a sentir que se le helaba la planta del pie, y entró. A su espalda la puerta se cerró suavemente, sin un ruido, pero ofreciendo la sensación de una atmósfera muy diferente. Fue como sentir esos soplidos neumáticos que todo lo convierten en vapor y reducen cualquier golpe. Se adentró en el salón y se acercó al mostrador para permanecer de pie. Pidió algo de beber. A su lado pasó un hábil camarero haciendo equilibrios con una bandeja a la altura del hombro, buscando los espacios en la distancia, calculando movimientos inesperados y procurando ser visto, eludiendo las espaldas de los que tenían cara de distraídos, y confiando en la suerte. Retrocedió ligeramente para dejarlo pasar y seguirlo con la vista hasta verlo desembocar en el salón de los que habían ido hasta allí para cenar. La noche se alargaba y Gabrieli tardó en aparecer. Nada más entrar se acercó a él y le hizo notar que llevaba la chaqueta torpemente abrochada, lo que le daba un aspecto desastroso. Una mujer que había ido a buscar donde aparcar entró un momento después y le hizo la misma observación. La importancia del aspecto, el efecto de los descuidos en el ojo ajeno, y la inclinación, que estaba a punto de convertirse en moda, de juzgar los más mínimos detalles, no era algo que le agradara. No obstante, se refugió en el servicio y recompuso su figura lo mejor que pudo. Se trataba de un juego antiguo, dejarse llevar por la resaca hasta alcanzar un aspecto que denunciaba la falta de cuidados. Representaba al tipo de hombre del que nadie cuidaba, por el que nadie se preocupaba y al que no le importaba. Llamar la atención sobre estos aspectos del personaje es importante por cuanto su matrimonio no se establecía en esos parámetros, en su vida no había hijos ni padres que pudieran llamar la atención sobre su aspecto antes de salir de casa, y de seguir así, en unos años le daría pereza cualquier tipo de higiene, y saldría a la calle, viejo, sin afeitar, con el pelo engrasado y pegado a la cara de dormir, presumiendo de billetera y duchado en colonia de la más cara. La mujer que acompañaba a Gabrieli, según supo se llamaba Hanna y su acento extranjero era obvio, cargaba las jotas como suelen hacer los nórdicos, holandesa, sueca o alemana, todas resultaban bastante parecidas a los ojos de Bix, así que no preguntó. Le llamó la atención la exagerada desproporción de sus pechos, el enorme bulto que saltó a sus ojos en cuanto se sacó el abrigo, porque para él, eso si era una cosa digna de ser contada y, así visto, una chaqueta mal abrochada era un detalle menor. Pero no iba a hacer ningún comentario al respecto, no estaba molesto por nada, ni deseaba entrar en un juego de observaciones superficiales hasta tal punto. Era inevitable sacar primeras impresiones, 6
suele suceder en casos parecidos, y porque creía lo mejor empezar a relacionarse con las chica que acababa de conocer sin reprimir su personalidad, dejó volar los ojos amablemente sobre la figura de la rubia. A mitad de la noche, después de haber bebido, con el ánimo de los exaltados y sentados en los cómodos sillones de terciopelo rojo del Capriles, Bix se soltó con un negocio nuevo que quería proponer a su amigo, y él lo escuchaba con atención. -Para convertir nuestra empresa en algo de lo que pueda sentirme orgulloso, debemos dar el paso de ser simples comerciantes a algo de más altura. Además de comercializar las películas pasar a ser creadores. Creo que podemos hacer una película, sólo nos hace falta un director y un cámara. Los actores creo que los tengo, pero habrá que hacerles una buena propuesta. ¿Lo imaginas? Peter Bix, Productor. Tengo algunas ideas que para la época serán innovadoras. Conjuntaremos el romanticismo con las más escabrosas escenas, e intentaremos ponernos en el punto para que todo el mundo pueda sentirse interesado. Trascenderemos, no sé si te gusta esa palabra. Seguramente la comprarán por eso, por los cuerpos desnudos, ¡qué simples! No sospecharán que vamos a cambiar el aspecto del mundo de las películas ligeras -cualquiera que hubiese visto la expresión de Gabrieli hubiese creído que todo aquello era muy divertido, pero Bix se lo tomaba muy en serio-. Nunca nadie habrá realizado nada parecido, nada tan arriesgado no convincente. En la sociedad moderna, ha habido hombres que se han comportado con una ambición parecida, persiguiendo un sueño se han convertido en visionarios. El mundo no ha cambiado en favor de algo si alguien no ha sabido imaginarlo y darle forma a los que podía construir dentro de su cabeza. En ese sentido le debemos un respeto a los que Bix quería contar, aunque sólo sea por curiosidad. No nos precipitemos, pensando que de un hombre así no podía salir nada medianamente inteligente, ni anticipemos su fracaso, que aunque resultara en lo comercial, difícilmente podría tener algún interés para el mundo cinematográfico de culto. Estaban muy animados cuando se les acercó una chica de larga melena oscura y carnes duras de deportista. Gabrieli dijo que casi la había olvidado, habían quedado con ella que era miaga de la rubia nórdica. Entró presentándose con una soltura nunca antes vista por ellos. Dijo que se llamaba Luxana, y se dio dos besos con su amiga. Sabía hacer apreciar lo que ofrecía, si me permiten la expresión y no les parece demasiado machista, o machista a secas. La que de ellas se sentó más próxima a Bix fue la rubia, que le tendía su cuerpo involuntariamente cada vez que se movía. Se trataba de movimiento insistente, pero necesario si no quería permanecer con la copa en la mano, y que realizaba cada vez que se estiraba para echar un trago. Bix podría haberse hecho una falsa idea de sus intenciones, pero tampoco él parecía demasiado inclinado a dejarse llevar por la impresión que le causaba. Luxana parece interesada en la conversación, y comenta que ella estudió arte dramático, lo que ninguno de ellos parece dispuesto a creerse, aunque, la dejan terminar de hablar y no hacen preguntas al respecto, ni le llevan la contraria, ni siquiera la miran con desconfianza. Bix invita a las chicas a que se acerquen a la pista y bailen un rato para que él y Gabrieli puedan hablar de sus cosas, les pide unas bebidas y extiende la más galante de sus sonrisas. Están de acuerdo, si más tarde las acompañan a un local de moda, porque no parecen dispuestas a despegarse de ellos en toda la noche. Bix no acaba de comprender a lo que se refieren cuando insisten acerca de un final a cuatro. Le parece algo obsceno, o relativo a dejarse ir hasta darle la vuelta al pecado, y eso precisamente es lo que nunca haría, dejarse llevar por las ideas y los planes de aquellas chicas a las que apenas conocía. Por lo que sabía de ellas eran amigas de Gabrieli, y él las conocía bien, pero aún así aquel ofrecimiento le pareció fuera de lugar. Disuade a su amigo de seguir la conversación en otro lugar, y se despiden con un saludo lejano sin darles tiempo a reaccionar. Cuando las dos chicas salen de la pista ellos ya habían desaparecido. “No es que me haga mucha gracia hacer este tipo de cosas”, afirma Peter Bix, “pero cuando tengo algo importante en la cabeza, necesito perseguirlo sin distracciones. Supongo que tus amigas lo comprenderán”. Sabía que no lo 7
comprenderían, y que Gabrieli le hubiese respondido eso mismo, pero prefirió guardar silencio. Se había casado unos años antes con una actriz a la que retiró de cualquier actividad, y que se pasaba el día tomando el sol, poniéndose cremas y pintándose las uñas de los pies. Tal vez, en parte, de ahí saliera la idea. No había habido muchos roces en aquellos pocos años de matrimonio, y habían convivido con cierta distancia, si eso es posible, respetando un trato tácito. No existía un ánimo firme de evadirse del contrato, o revertir una situación que se podía sobrellevar. Y, bien pensado, no era lo mismo llegar cada día a una enorme casa vacía, o a la que ahora tenía en la que aquella muñeca, con la que no solía dormir, luciera con alguno de sus problemas domésticos que ofrecerle para que él, con una simple llamada telefónica, le diera solución. Quería que Jenny fuera una de las actrices, y tenía pensado para el actor masculino una sorpresa que a Gabrieli le pareció sorprendente. -¿Recuerdas ese tipo que viste, del que me contaste que le dieron una paliza en el centro comercial y después lo llevaron detenido? Elmer, tu me hablaste de él, el viernes. Lo conozco desde niños, y nunca fue lo que se dice una amistad duradera, pero puede dar un buen actor -Gabrieli se sorprendió porque sabía que le debía dinero, y aún con todo, parecía como si Bix se sintiera en deuda con su amigo. Esa era la única explicación posible para tomar una decisión así. A menos que Elmer estuviera “especialmente dotado” para el cine francés. Aunque entre los amigos de infancia, cada uno, ya desde entonces, parecía destinado a algo en la vida, y Bix por la fortuna de sus padres a llegar a ser un hombre importante, sorprendió a todos que Elmer, con su desprendido y aparente talento, se hubiese metido en tantos líos. Habiendo desempeñado todo tipo de trabajos, las pendencias eran parte indisoluble de su carrera, y por su reiterada afición a terminar en la comisaría tuvo que cumplir entre las barras de la prisión algunos meses. La realidad amenazaba ahora en mezclarse con la ficción, entre los recuerdos que de la infancia se tenían y la angustia de creer que podía haber quemado ya sus naves, cabía una posibilidad firme de que se dejara convencer para formar parte del proyecto de Bix. Las dificultades del actor inexperto nada representaban, sobre todo si el efecto deseado lo entregaría Elmer con creces. Todos los comienzos acaban con la paciencia de cualquiera, planteando problemas que parecen infranqueables y que por repetidos, se minimizan y terminan por no tener importancia en siguientes ediciones. Había que reconocer que la desconfianza de Elmer estaba justificada, pero la intención de Bix no tenía dobleces, y cuando más adelante le propusiera ser actor, tuviera que luchar con todo tipo de reticencias. No era tan difícil de entender, con la necesaria dosis de trabajo y dedicación, que uno de aquellos grandes retos fuera convertir el lado más desecho de la imagen de Elmer en un conquistador sin corazón. Deberíamos caer en la cuenta que en ese afán de creador que a Peter Bix le había entrado, también estaba procurar que el aspecto de Elmer fuera aseado, comprarle ropa y hacerlo engordar unos kilos. Si bien lo de arreglarle la dentadura tendría que quedar para otra ocasión. Las circunstancias en las que se desarrollaba aquella primera reunión para darle forma al sueño de Bix de ser productor, no parecían las más adecuadas, pero él había cerrado negocios de millones, en discotecas y pubs de carretera y no le parecía tan extraño. Celebraba sus ideas como si fueran distinguidas y elaboradas estrategias de un genio, y Gabrieli lo aceptaba con paciencia y resignación. Los que entiendan algo de ese noble arte, comprenderán que una película, por pequeña que sea en tamaño o pretensiones, puede ser concebida por una mente brillante, capaz de la abstracción que le permita hablar casi de cualquier tema, cuando, en realidad lo que muestra puede distar mucho de lo que pretende. En todo caso -y es posible que todos adivinemos que Bix no era el visionario que pretendía, ni un Russ Meyer de segunda, ni nada parecido-, debemos apreciar el esfuerzo que parecía dispuesto a poner en ello. La vehemente forma en que se expresaba le daba un carácter de sincero propósito a sus planes. No había punto de discusión todo estaba en su cabeza, lo que 8
contaba y lo que resistía a descubrir, y sobre todo ello empezaría su carrera de productor con la ayuda de Gabrieli. Esta entrevista duró toda la noche, entre ruidos de campanas, música de baile y chicas sentándose y levantándose de su lado. Y como la noche del domingo estuviera a punto de concluir, se despidieron delante del despacho, Gabrieli se fue a su casa, y Bix, tal y como tenía pensado, volvió a dormir en el sillón que tan bien le estaba sirviendo en aquel lugar. Dotado de todo tipo de actitudes menos de conciencia, se proponía despertar la mañana del lunes cuando Doloritas entrara para limpiar. Y como debemos entender que su renovada pasión por el cine, la incluía también a ella, alcanzaremos a entender que su ánimo por disculparse, había tornado hacia expectativas mucho más interesadas. No olvidaba que su mujer había sido la primera en sugerir que Doloritas (a partir de este momento la llamaré por su nombre artístico, Lola, por lo que deducirán que ella terminará aceptando la proposición que Bix le quería hacer) podía ser una estrella del celuloiode. La respuesta que le pudiera dar era para él de crucial importancia, hasta el punto de desbaratar todo lo adelantado si no conseguía convencerla. La intensidad de su deseo era tal que se propuso seducirla con el único fin de obtener una respuesta positiva, y para eso le prometió que se divorciaría, que se casaría con ella, que la convertiría en una estrella y que viajarían por todo el mundo. Lola se consumió en la duda, se resistió todo lo que pudo, pero de nada le sirvió porque él entró en el WC, en el preciso instante que intentaba ponerse ek mandilón de trabajo, casi desnuda y sin defensa.
3 El Parecer De La Locura Pasaron unos años y Jenny seguía queriéndole a su manera, aunque no hacía falta ser muy sagaz para interpretar la relación de Bix y Lola. Todo el mundo consideraba que cualquier empresa en la que él se empeñara tenía que terminar por tener éxito, y tal como les había prometido, a todos les iba bastante bien a su lado. El estrellato de Lola y Elmer se estaba consolidando después de una docena de películas, y el equipo de producción era firme y se le había añadido otro cámara, un guionista y un director de fotografía, este último a las órdenes de Gabrieli, que era el director del filme y el que tomaba las decisiones en última instancia de acuerdo con el productor. En aquel tiempo, todo había sucedido conforme a lo esperado, y los pequeños contratiempos se fueron solucionando uno tras otro; hasta Elmer pagó sus deudas y ahora lucía una dentadura digna de un galán del cine americano. Se podía decir que todos consideraban una suerte haberse cruzado en su camino con Bix, y le estaban agradecidos. Hasta Lola, que de alguna manera había sido la más forzada a empezar su carrera, ahora tenía una cuenta corriente saneada, iba a fiestas como las que nunca soñara, y se había comprado una casa que permanecía vacía, pero que tenía casi pagada. Además de esto, Bix no parecía ponerse nervioso si sus amantes no duraban demasiado, tenía chófer y coche de lujo para las ocasiones especiales, y había salido varias veces en el informativo del mediodía como el nuevo descubrimiento de Lavinias Films, tal y como le habían puesto a la productora. Una mañana, después de levantarse y dejar a Bix durmiendo en la cama con un sueño profundo, Lola miró la correspondencia que Jenny había recogido y dejado sobre la mesa de la cocina. Mientras desayunaba observó que una de los sobres a su nombre llevaba de una televisión. Abrió la carta con la rapidez y la ansiedad que le producía la fama. A esas alturas ya lo sabía y lo admitía: 9
quería ser famosa, y en cierto modo ya lo era. Le proponían asistir a un programa sobre disfunciones sexuales, habría un psicológo, una pareja cuyas relaciones no eran satisfactorias, un cura, una prostituta y un cocinero famoso. El programas se llamaba, “Tu sabes hacerlo”. Ese mismo días, después de hablarlo con sus amigos y compañeros y con el regocijo evidente de Bix que veía una oportunidad nueva para sus negocios, respondió que acudiría y así lo hizo unos días después. Temía ser tratada con la displicencia de los moralistas, pero supo que eso no iba a suceder cuando la sentaron al lado del cura y justo delante de una mesa en la que alguien había desplegado todo tipo de juguetes sexuales. Una mesa cubierta de penes de de látex, no parecía que pudiera condicionar el debate, pero hablaron poco de la influencia psicológica y más de la sustitución física y las nuevas posibilidades del mercado. No transcurrió el programa sin que le preguntaran por sus películas y le hicieran alusión a las transparencias de su vestido. En sus intervenciones la instaban para que diera con la mayor exactitud posible si ella veía el sexo como un medio o una finalidad, y le atribuían, sin que pudiera entenderlo, un alto grado de maestría en el tema que estaban tratando. Tendría que responder sinceramente, y expresar sus dudas al respecto, que eran muchas más que las de sus compañeros. Así que se limitó a dar vueltas sobre la idea de que insistir era un camino tan válido como otro cualquiera para llegar a apreciar ese tipo de relaciones como algo inherente al género humano, pero era perfectamente consciente del rechazo que en algunas personas generaban las escenas más escabrosas. Bix creía que en la cadena podían haber tenido la idea de abusar de la confianza que se les ofrecía para pretender dar un espectáculo grotesco de seres al margen de la normalidad, si es que eso existía. Jenny la miraba con una apenas disimulada envidia, y los comentarios de Bix acerca del cura y las miradas que le echaba a sus bragas a través de las transparencias de su vestido, hacía reír a Gabrieli. “Sólo los hombres que saben satisfacer a las mujeres pueden decir que su vida ha tenido un sentido para ellos”, dijo Lola sin ningún pudor, y echando por tierra cualquier interpretación filosófica moderna sobre la existencia. La reacción del cura fue instantánea pero no enérgica, parecía dispuesto a parecer la persona más tolerante y comprensiva del mundo, al menos en televisión. De manera que se puso en el plano de los que buscan la verdad sin haberla encontrado, y aseguró que nadie puede hacer afirmaciones tan absolutas, ni sacar de su entorno su pensamiento. Añadió, que tal vez en el mundo en el que se movía Lola, eso fuera así, y tuviera tal importancia, pero sin lugar a dudas, nada que ver con los que tenía por primer cometido en la vida la adoración. Elmer parecía enternecido, y le aseguró a Bix que era una chica excelente y que siempre había sido muy comprensiva con él. “Si tu supieras lo difícil que se nos hacen algunas escenas teniendo en cuenta que no siempre soy yo, si no el demonio que me sale de dentro”. Sobre el sexo como liberación del rol social al que somos sometidos, Lola intentó hacerse comprender, y afirmó que ella había sido una obediente ciudadana, cumpliendo con lo que se esperaba de ella pero que aspirar en la vida a jubilarse como limpiadora no era a lo que había aspirado de niña. Admitió que la libertad no era la que ella pudiese sentir cuando no dependiera de nadie, o no necesitara trabajar para vivir, sino la sensación que le producía creer que su vida era un desafío. El cura volvió a intervenir como si aquellas afirmaciones supusieran una invitación a la rebelión, y sólo de él dependiera poner las cosas en su justo espacio. Ella lo escuchaba con atención pero sin respeto. Parecía como si hubieran puesto a aquel hombre allí sólo para replicarle y contradecirla. Partiendo de aquella idea, el hombre del alzacuellos afirmó que la libertad era una sensación interior como ella afirmaba, pero que esa sensación debía encontrarse en la levitación a la que se llega alabando a un Dios que te ama por encima de todas las cosas. Esa noche Bix recuperó un romanticismo que ya no recordaba, y tuvo la impresión de haber desatendido a Lola desde hacía tiempo. Pasó a recogerla por la cadena de televisión, y se presentó en el plató a tiempo para recriminar al cura por verle el trasero. No habría concebido una escena así de no haberse sentido impresionado por como se expresaba su primera actriz, estaba muy orgulloso. Le gustaría enseñarle su mundo más personal y antiguo, visitar los viejos pubs y las discotecas, los lugares a los que hacía tanto que no volvía, y así se lo propuso después de cenar en uno de los 10
mejores restaurantes. Lola notó el cambio y recordó que la noche pasada había pasado muy anodina, que Bix se había levantado a medianoche a tomar un vaso de leche y que había vuelto a la cama para quedarse dormido casi inmediatamente. “Quería enseñarte este lugar, aquí a la luz de la luna”, así terminaron en un parque mirando al río, debajo de una farola de luz amarillenta y apoyados en una barandilla con dibujos de hierro forjado. “Esta loco Bix, muy loco”, repetía Lola desconcertada. Le propuso algunos cambios en su imagen para una nueva película, y eso aumentó más la confusión. Parecía poseído de un ánimo renovado y ella lo interpretaba como la ternura que deseaba, hasta permitirle apoderarse de su voluntad. Juntos caminaron sobre el puente, y profundamente comunicados, pronto olvidaron los sinsabores de otros tiempos. “Cada vez que vengo a este sitio me acuerdo de ti, y creo que me podré enamorar; si es que el amor existe”, le decía Bix mientras ella lo veía cada vez más extrañada. Se abrazaron como nunca lo habían hecho, y sabían que aquello no resistiría, que por la mañana todo volvería a ser como siempre, pero se dejaban llevar. “Sé que nos destruiremos si no nos conformamos con lo que ya tenemos”, decía él, y ella repetía, “estas loco”. Una temporada viviendo en la casa de Bix equivalía a diez años de vida de cualquiera, y así lo descubrió Doloritas antes de ser Lola. Exactamente así se había sentido los primeros años, pero todo era mucho más simple de lo que nadie pudiera imaginar. No había un propósito diferente al que había perseguido cuando sedujo a la chica de la limpieza, ni siquiera había deseado volver a estar con su mujer. Jenny sencillamente se había mudado a la habitación de invitados y sin rencores. No se trataba de pasar un examen moral, pero eso era lo que había, una pareja durmiendo cada noche en su cama, y una ex-pareja en la habitación de invitados. Ya habían pasado otras veces en sus vidas por aquel dolor que intentaba infringir los prejuicios de los vecinos, los conocidos, los compañeros de oficina, cualquiera que se inclinara a juzgar a cualquiera que no se sometiera a una vida “normal”, o lo que era lo mismo, a limitar sus libertades. Y para ello, tener en cuenta el mal ejemplo que pudieran dar a una sociedad necesitada de gestos de generosidad. Todos ellos y la productora, eran candidatos al éxito, a pesar de las críticas que se vertían en las cadenas vendidas al partido conservador. No podían esperar estrenar una de sus películas en ella, ni a las prudentes horas de la madrugada, ni con una advertencia de contenido dudoso para espíritus sensibles. Sin embargo debemos traer a cuenta el buen trabajo que hacen los conservadores, protegiendo todos esos matrimonios fracasados que deciden continuar juntos por miedo al escándalo. Es un gesto noble sacrificarse así, aunque sus vidas sean un infierno, y en ocasiones, un infierno violento. La contribución de las estrecheces moralistas de los conservadores a nuestra sociedad, evita que muchos de sus miembros “tiren por la calle del medio”, se pongan unos calzoncillos en la cabeza y permitan que se derrumben en un momento de delirio años de construir una vida alrededor de sus creencias, acertadas o no. No hay suficiente documentación al respecto, pero yo diría que más del cincuenta por ciento de nuestro sistema social y laboral vive de las apariencias, y sería un cataclismo que se produjera un derrumbe en ese sentido. Y sospecho que los más moralistas lo saben e intentan salvaguardar los valores que han construido con renuncia y dedicación. Lola y Bix eran pareja, y fuera de la pantalla ella no sólo le era fiel, sino que le contaba cualquier cosa que pudiera poner en problemas su relación o crear una crisis. En cierto modo, eso también es amor, ¿no creen? Después de aquella noche, sin saber por qué o por qué no, Lola se volvió más reservada y desconfiaba de cualquier propuesta que le hacía su productor. Era lo bastante independiente como para poder decir que no, y eso también podría ser una novedad. No siempre había sido así, pues había llegado a depender de él hasta desesperarse, y eso no había sido fácil. Pero había conseguido una nueva posición, una categoría, por así decirlo, y cualquier director de cine ligero, o pornográfico, como deseen, estaría encantado de trabajar con ella. Si los besos de Bix, aquella noche le parecieron estupendos, a partir de la mañana siguiente y en todos los meses que siguieron, los notaba forzados y desalentadores. Su relación terminó de venirse abajo cuando le dio a leer el guión de la nueva película que quería hacer. Estaban de viaje por la costa, a ella le había regalado 11
un bikini que quitaba el hipo, y el se pasaba la tarde en el hotel bebiendo y paseando a la sombra. Lola se acababa de someter a su última operación estética, y le habían recomendado descanso, así que se estaba poniendo morena sobre la arena de la playa cuando él le entregó el guión y desapareció dejándola nuevamente sola. Ella terminó por descubrir una pequeña playa donde podía pasar las últimas horas de la tarde completamente desnuda sin que nadie la molestara, y sobre todo, donde él no podía encontrarla. Naturalmente las cosas se estaban poniendo tensas antes de que terminara de leer aquel montón de cuartillas sin corregir, pero unos días después cuando decidieron volver a la civilización y el condujo durante horas sin que de la boca de ninguno de los dos saliera una palabra, comprendió que todo había acabado. Ella se mudó al cuarto de invitados con Jenny durante una temporada, y finalmente se fue a vivir a un hotel, con un par de maletas y algunos recuerdos. Pertenecía a una clase social dispuesta a sacrificar su orgullo por conseguir lo que quiere, pero una vez lo tiene entre los dedos, es incapaz de doblegarse para retener lo que es suyo por derecho. Ya no era la limpiadora de oficinas de antaño, y podría encontrar trabajo porque en aquellos años no había dejado de contactar con personas del negocio que le habían hecho propuestas. Otras chicas habían cambiado de productor en mitad de su carrera y no les había ido mal, pero sabía que en el mundo en el que se movía debía tener cuidado con lo que firmaba. Sólo se despidió de Elmer, con el que había compartido tantas cosas, y al que no le propuso que la acompañara porque podría haberse malinterpretado, y las actrices, al fin, también tienen sus prejuicios. Todo tiene un tiempo de vida, y su carrera empezaba a dar síntomas de cansancio. No se daba cuenta, pero tal vez todos, productores, directores y público, empezaban a esperar de ella menos de lo que creía. Casi no podía calcularlo desde dentro, pero con cierta perspectiva, hacía mucho que no aportaba novedad alguna que pudiera atraer a nuevos artículos positivos de la crítica del género, qué existe, por extraño que parezca. No podía ser de forma diferente. Aunque pudiera desear relanzar su imagen con el cambio propuesto, y a pesar de la ilusión que había puesto en todo, no iba a ser fácil. Así pasaron unos meses después de la ruptura y hasta que Lola firmó un contrato con otra compañía, Peter Bix permaneció a la espera, sin una decisión, sin reacción, a la expectativa de cualquier cambio. Los carteles de sus mejores películas, debidamente enmarcados, con las letras del nombre de la primera actriz, LOLA, escritas en amarillo oro, fueron inmediatamente puestos en el contenedor de la basura. Y así se perdía de un golpe cualquier respeto por el recuerdo. La vida tiene estas cosas, se crean grandes proyectos que duran años, de los que uno puede sentirse orgulloso, y de pronto se borra todo recuerdo como si nada hubiese sucedido, como si nunca hubiese existido. En realidad, el sueño de Peter Bix había sido creado por ella, para convertir a Doloritas en una estrella, y a su manera, lo había conseguido, durante una parte exigua de su vida, pero por mucha tierra que intentara echarle al pasado, todo había sucedido. La madre de Bix lo aceptó de vuelta en casa porque era una anciana encantadora que vivía en una gran mansión y no le suponía ningún trastorno. Bix abandonó todos sus negocios e intereses y se dedicó en cuerpo y alma a la vida social y pasar las tardes jugando a cartas y apostando en las carreras de caballos. Hasta entonces no había pensado mucho en su familia y su padre ya no vivía, por eso las últimas reuniones que tuvo con sus primos y sus hijos, fueron muy entrañables. Después de aquellos días de reconocimiento familiar llegó lo de su accidente de auto y lo de la silla de ruedas y su parálisis, y algún tiempo después lo de su suicidio. Lola no asistió a su entierro, pero Gabrieli estuvo sin darse a conocer y se fue pronto. Estos cambios inesperados en la vida nos hacen más duros pero nos dejan más solos, fríamente golpeándonos con los límites de una vida escrita. Una vez más Doloritas se preguntaba que capacidad de reacción tenía, y si detrás de todo lo que existe no está un destino previamente escrito, un guión inamovible que sabe cual es el paso siguiente sin que podamos hacer nada por liberarnos de semejante cadena. Años podrían pasar sin dejar de ser lo que somos, aún lastrados por el remordimiento. El nuevo productor se mostró inflexible en cuanto tuvo el contrato entre sus manos firmado por su actriz principal. Se trataba ahora de aprovechar su carrera para hacer una película 12
que lo superara todo, que fuera descarnada, escandalosa, explícita y sangrante. Hasta a la actriz del porno más madura y experimentada pondría reparos a interpretar semejantes escenas. Pero los aspectos legales, y una legión de abogados dispuestos a intimidar con sus artículos de letra pequeña, le hicieron comprender que debía cumplir su parte. La película se hizo y el estreno fue caótico. Hubo gente que salía del cine, otros vomitaron allí mismo, y dice una leyenda urbana que algunos hasta se suicidaron. El mundo social conspiró contra ella, y fue prohibida. La sociedad política discutió la conveniencia de poner límites a este tipo de creaciones en el parlamento, y allí mismo se pudo su última película como ejemplo de lo que no debe ser creado, como si de una bomba nuclear diseñada para explotar sin remedio y destruir el mundo, se tratara. En alguna nueva faceta, donde los juguetes propuestos no sólo eran descomunales, sino crueles, recibía indicaciones específicas acerca de como usarlos y moverlos en cada momento. Aprender sobre la marcha, dispuesta como una novata que miraba por primera vez semejantes asistencias, formaba parte de los trucos de expresión que el director esperaba. No había pues ensayo, ni repetición de tomas, debía encariñarse con aquellas cosas de plástico si se lo pedían -ella había usado sus manos con habilidad esperando felices reacciones de otros actores pero aquello era algo totalmente nuevo-, y lo haría si llegaba a comprender el objeto de tanto absurdo desvelo. Pensó que si hacía todo lo que le pedían pronto le perdería el miedo, pero el director, con mirada neutra, en busca de una tensión en retirada pedía lo que parecía imposible. “Ahora, ahora: sin piedad, sin miedo, no se van a romper”. Entonces explicaba que otros actores ya se habían familiarizado con técnicas nuevas y eran capaces de auténticas acrobacias, y que ellos podían hacer cosas que nunca soñaran si lo intentaban. Y sin esperar demasiado pasaban a grabar una escena nueva. El compañero de Lola en esa maldita película, era frío y enérgico, y en momentos extraños le parecía que, por algún motivo que no llegaba a comprender, la odiaba. Era en esos momentos cuando comprendía lo bueno que había sido trabajar durante años con amigos, y echaba de menos a Elmer y el cuidado que ponía en hacer que se sintiera cómoda. En un momento aquel tipo tan fuerte y bien dotado, hizo un movimiento en falso, y ella sufrió un espasmo inesperado que lo empujó en sus parte y lo hizo caer haciéndose mucho daño. Ella no podía dejar de mirar aquella cosa sangrando, con la que nadie volvería a jugar, o a la que nadie volvería a acariciar en mucho tiempo. “¡Maldita idiota!” Gritaba el director cuando llegaron los enfermeros y se lo llevaron en la ambulancia. Pero la película se terminó y el escándalo duró hasta que una bomba explotó en uno de los cines en el que se presentaba. Todo parecía absurdo, y más aún cuando Lola empezó a recibir amenazas y comprendió que su carrera estaba llegando a su fin. Por mucho que queramos ver el proceso de cambio que llevó a Doloritas la chica que limpiaba despachos, hacia la maravillosa Lola, la actriz porno, como el lamentable resultado de la seducción de millonario indeseable llamado Peter Bix, o aún más, si intentáramos justificarlo como el rechazo de una vida sacrificada y sin objeto por el efecto pernicioso de una ambición desmedida, no podremos hacerlo sin tener en cuenta sus propias declaraciones, cuando en una entrevista televisada afirmó: “me decidí a hacer la primera película porque sentía las cadenas de una vida en la que todo el mundo me daba órdenes, y me liberé de todo aquello de una forma drástica”. Intelectuales, psicólogos y religiosos, preferirían darle otra interpretación, posiblemente una interpretación que nace de aquello en lo que creen firmemente, y posiblemente más cerca de las alucinaciones que la cultura en boga nos ofrece. Tal y como hoy se miran estas cosas así lo debo decir. La explicación que nos acerca a ese gran misterio que algunos consideran que es la libertas, al menos tiene el origen de la voz de la protagonista. De ahí que, entre tantas estudiadas formas de explicar las reacciones humanas, aquellas que se mantienen con el paso de los años parecen aproximarse más a lo que podemos considerar como real. La libertad implica una intención deliberada que ella expresa como “solución a la falta de aire”, la intención de romper con todo lo que la ataba. En el título del libro de García Márquez, “Cien años de soledad”, uno se pregunta que hechos históricos acontecieron en Macondo después de su independencia y por lo tanto su libertad, para alcanzar tal abismo de soledad. Se podría especular indefinidamente acerca de la necesidad de 13
poder elegir, y en ese sentido, aceptar dejar su trabajo para ser actriz, había sido una decisión y un acto de libertad incuestionable. Aunque su decisión hubiese sido entrar voluntariamente en la cárcel, o tirarse por un barranco, hubiese sido un acto de liberad del mismo modo. Y la segunda parte estaba por decidir, porque nuestras decisiones, al renunciar a permanecer en el momento de la elección, limita todo el resto. Una vez que elegimos volvemos a ser presa de nuestra elección. Ese era el caso de Lola, perseguida por su pasado, por su estela, por historia ya escrita. No podía aspirar a ser otra cosa que aquello en lo que se había convertido, y eso volvía con los mismos fantasmas del pasado, esta vez sin poder elegir ser alguien diferente. Se supone que el ejercicio de vivir es un acto de libertad, pero ni existe esa libertad en nuestros remordimientos, ni en los errores cometidos ni en los éxitos que nunca nos definen más que como aquello a lo que renunciamos a cambio. La mente siempre nos traiciona, y la libertad es una emoción que va y viene en nuestro interior ofreciéndonos un espejismo de un mundo maravilloso que nunca fue, o atormentándonos sin remedio.
4 La Traición De Los Sueños Lola frivolizaba con su guardaespaldas. Lo necesitaba, lo había tenido que contratar cuando empezó a recibir amenazas de muerte y como le parecía bien favorecido, tonteaba con él todo hasta donde le permitía. No es nada nuevo, suele suceder, damas maduras coqueteando con sus cuidadores de cualquier tipo, guardaespaldas, enfermeros, chóferes, jardineros, etc. Se trataba de un joven locuaz que contaba historias increíbles sobre la arquitectura de la ciudad, y anécdotas que habían surgido por la construcción del ferrocarril, que no podía imaginar de donde habían salido. Sólo otro hombre la había hecho sentirse tan importante, y había muerto en un accidente de coche. Claro que no se trataba de un pasión exacerbada y pasajera. Había padecido mucho los últimos meses, y tal vez por esa razón necesitaba prestarle tanta atención a cada historia de aquel hombre. Toda aquella emoción desbordada no era propia de ella, mucho menos a su edad, así que se lo atribuía a la situación que estaba viviendo, unida a un momento de su vida en que tendría que tomar algunas decisiones. Se encontraba en un cruce de caminos, ya le había sucedido otras veces, era cuestión de tomar alguna decisión más o menos acertada. Escapaba de si misma, evitaba pensar en qué responsabilidad tenía en que todo hubiese salido tan mal. Intentaba entregarse a su guardaespaldas porque había perdido su identidad, su ciudad, su familia, su fe y cualquier otra cosa a la que poder volver. Según todas las señales, podría estar deseando iniciar una nueva vida con él. Ocurrían escenas inesperadas que partían de ella y pretendían un romanticismo desmedido, le hacía regalos, le proponía paseos, lo llevaba a cenar a restaurantes caros, cualquier cosa si lo veía desasosegado o aburrido. Pasó el peligro, se fue olvidando el escándalo y aquel hombre dejó trabajo y siguió con ella. Se fueron a vivir a un puerto de clima suave todo el año, y allí se convirtieron en la pareja de moda. A Elmer le llegaron noticias de Lola cuando estaba a punto de cumplir los setenta. Llevaba unos viviendo en una residencia de ancianos y estaba enferma. Alguien, una enfermera, había escrito una carta porque ella se lo pidió y Elmer no podía entender como habían dado con él. En realidad se trataba de otro anciano, pero había sido acogido por la familia de su hijo a los que cedía su pensión a cambio de un poco de calor humano, afecto, techo y comido, un buen trato según creía. Al parecer, según decía Katerina, la enfermera, Lola se acordaba mucho de él, y le mandaba todo tipo 14
de recuerdos, besos y abrazos, y esperaba que se encontrara bien de salud. Cualquiera pude imaginar lo que significa a una persona que ha pasado de los setenta que se espera que se encuentre bien, porque obviamente, Elmer tenía de todo menos salud. Para él. Haber recibido aquella carta era cuestión de supervivencia, la que Lola buscaba en su encierro, porque según le comunicaba, ya no podía salir debido al giro que había dado su salud. Así que debía tener en cuenta hasta que punto podía haber avanzado cualquier cosa que tuviera. Podía atribuirlo a algo en los huesos, en las piernas o en la cadera que le impidieran moverse, pero, notaba cierta pesadumbre en aquellas letras que le hacían suponer algo peor. También le comunicaba que estaba pendiente de una nueva intervención (de lo que quiera que fuese), pero que a su edad nadie confiaba en que lo fuera a superar y que finalmente si lo hacía, fuera a curarla definitivamente. Lo importante de aquella misiva no era tanto la linea de comunicación que se abría, como que Elmer llegaba a entender que para Lola ya el resultado de los procedimientos médicos no iban a hacer la diferencia, sin embargo había una importancia superior en el gesto y el recuerdo que la había movido a pedirle a Katerina que diera el paso de escribir y enviar aquellas letras. Debe haber algún tipo de relación entre la vida que se había deseado vivir y los recuerdos se admiten en el trámite presente, a pesar de que en su caso estaba tentada en ocasiones de no dar paso a ninguno de ellos. Tal vez Elmer era uno de esos pocos recuerdos a los que se le daba paso con agrado. Elmer sabía que en su situación no sólo estaba encerrado, ni tenía prohibida ninguna cosa que coartara su libertad de entrar o salir, sin tener en cuenta otra cosa que sus límites físicos. Pero además era consciente de que su nuera, su hijo y sus nietos hacían todo porque estuviera feliz, y por eso se apresuró a pedirle a su hijo que lo llevara en auto hasta el lugar donde yacía su amiga, y que podrían encontrar sin dificultad por el timbre del sobre. Sin embargo su petición no fue bien recibida, porque había compromisos importantes que ataban a su familia, y aún así, al fin lo consiguió. Lo cual complicaría algunos compromisos labores, y obligaría al resto de los componentes de la familia a reestructurar sus horarios mientras durara el viaje. No creían que fuera cosa de más de dos o tres días, pero eran conscientes del significado trascendente que el viejo le daba. Teniendo en cuenta la extraordinaria inquietud que la inmediatez de la muerte debe provocar en los ancianos -supongo que a todos nos pasará algún día si llegamos allí-, en ningún caso debemos hablar de las relaciones entre ancianos creyéndolas basadas en los mismos estímulos que las de personas de otra edad. En lo relativo al afecto ellos están libres de aquellos problemas que al resto nos hace ser tolerantes, no pueden convivir con lo que les hace daño por mucho que les convenga, y se limitan a querer a quien se lo demuestra. De ahí que cuando Lola vio a Elmer entrar por la puerta de su habitación en la residencia, y sopesara lo mucho que se había molestado por ir a verla, se emocionara hasta ponerse a llorar como una niña de primaria ante su mejor regalo de cumpleaños. -Sin tu quererlo has movido una luz en este anciano -le dijo Elmer cuando al fin pudieron hablar sin ser molestados-. Hubiese muerto si no me hubiese dedicado al cine en el que tu me iniciaste, porque en aquel momento mi vida iba cuesta abajo. Durante mucho tiempo fuiste toda mi familia, después supe que tenía un hijo, pero tu me salvaste entonces. Siempre tuve el presentimiento de que yo quería morir, y tengo años para aburrir, ¿qué te parece? Perteneces a un amor que te profesé en silencio y que veneré hasta ahora que, me siento liberado y desinhibido y ya puedo confesarlo con toda libertad. Todo lo que abarca la vejez es una confesión que no esperabas, y que encendistes con tu carta. Supongo que no esperabas esto, pero has sido la espoleta que me ha activado cuando ya nadie podía contar con ello. Amar en secreto es amar con pureza, y eso nada lo supera, porque nada puede sustituirlo. -Estoy desconcertada, me haces llorar. -Calla, no digas nada. Necesito confesar todo lo que he callado, y cuando hoy me vaya no me volverás a ver. ¿Comprendes el sentido que le doy? Quiero que haya existido, y con esta confesión la dimensión es diferente, nunca volveré a creer que lo he soñado. Puesto que he dado este paso, mi 15
determinación le devuelve la existencia a lo que creía haber perdido. Creí que podría vivir sin saber nada de tí y olvidarte, pero ya ves que no es cierto. ¿Puedes creerlo? Una vida sin verte y sin saber si había muerto, o te habías ido a vivir al extranjero, o si te había casado y tenido hijos, y todo sigue igual de encendido. ¿Cómo es posible? Incluso creo poder ver a través de ti que nunca me amaste del mismo modo, pero esta carta me hizo sentir que debía acudir a tu encuentro, aunque tan sólo me quisieras como una recuerdo, sin la intensidad que nos hiciera merecedores el uno del otro. Lola lo mira, se limpia la nariz con el pañuelo, las lágrimas corren hasta su boca, y se encoge como un pajarito. Se siente feliz, de nuevo liberada como en su primer amor adolescente, capaz de disparar sus sentidos hasta oler cada perfume, de ver el iris de su amado y de tocar su mano para sentir la electricidad de su piel. ¿Qué forma de belleza se esconde detrás de un anciano confesando su amor oculto durante una vida? Ni el movimiento de los cuerpos se vuelve bello en la vejez, apenas los fluidos siguen lubricando, es decir, por lo que presiento, la vejez lo extingue todo excepto, como en la escena a la que acabamos de existir, la pasión. La maquinaria suena deficitaria, pero el alma sigue amortizándose hasta el último minuto. Ninguna libertad vale la pena si no tiene la cualidad de hacernos sentir libres, y para eso tiene que sorprendernos, seducirnos y llegarnos al corazón. No basta soltar la rienda si no hay campos abiertos. Ella lo miraba, movía los brazos desnudos bajo el camisón transparente. Le gustaba actuar como una estrella venida a menos. Representaba su papel porque sus películas con el paso del tiempo eran tan soft que apenas podía sentirse pecadora. Muchas veces había pensado que del mismo modo que terminó por no soportar al guardaespaldas, podía terminar por no soportarse a ella misma. Su cuerpo era obsceno erotismo envejecido, pero nada pornográfico. Precisamente no llegar a soportarse a uno mismo puede tener que ver con el remordimiento, ¿quién lo puede decir sin llegar a equivocarse? Pero no era su caso, y sus preocupaciones eran más inmediatas, urgentes y definitivas. Cuando Elmer fue recogido por su hijo aquella tarde para llevarlo de vuelta a su casa, Lola volvió a sentir el frío cuchillo de la soledad codeándose con todo el resto de sus fantasmas. La suya, vista desde aquel momento final, había sido una vida en busca de un sentido que parecía haberse escurrido. Llena de emociones fuertes, y desafíos que los mortales comunes desean evitar. Había hecho cosas que muy pocas personas en el mundo habían hecho, pero no creía que fueran prodigios o que eso le concediera un valor especial a lo vivido. Se había desarrollado ampliamente, y había conseguido huir de la mediocre vida que se había planteado en un principio, pero el precio que había pagado a cambio había sido muy alto. Para alcanzar aquel estado de espiritual pecadora sin retorno, del martirio permanente de aquellos que nunca terminan de pagar por sus pecados, no le había hecho falta ningún director espiritual, de haberlo tenido posiblemente lo hubiese corrompido. En particular su equivocación, por otra parte grandemente extendida en el mundo que había conocido, había sido vivir el momento sin pensar en el mañana, y el mañana tenía forma de reproche. Manifestaba en aquella cama a la que estaba reducida la impotencia que le producía no poder escapar a su pensamiento, a meditar acerca de quien era y lo que representaba para aquellos que la trataban a diario, sin apenas conocer los pormenores de su historia. Pero en el tiempo que le quedaba para enfrentarse al quirófano, aquella voz que era la suya y que la atormentaba, se iría gradualmente desvaneciendo y se dejaría comer por la niebla de las drogas. En uno de aquellos recuerdos tortuosos pensó en su hermana que habría de morir antes de cumplir los diez años de edad al caer por un barranco. ¿Por qué tenía todo que ser tan triste en su vida? Recordó el día que nació, porque su madre dio a luz en casa y ella despertó a media noche por la excitación del momento. Era la noche de navidad, y unas señoras que no conocían entraban y salían de su cuarto con palanganas y calderos de agua caliente. En su hogar todo estaba preparado para recibir el espíritu navideño, el árbol adornado de bolas y serpentinas ocupaba un espacio notable en 16
el salón. Cuando llegó el momento de hacer entrar a su padre en la habitación llevaba una hora esperando sentado en una silla pegado a la puerta, oyendo los gritos de su mujer. Ella no entendía muy bien lo que estaba pasando, pero cuando le enseñaron aquel bebé diminuto y feo, pensó que se lo habían cambiado, que su hermana tenía que ser más grande y bonita como una princesa. Llegó la madrigada y las mujeres que habían ayudado a su madre en el parto habían desaparecido, a cambio, bajo el árbol había un montón de regalos envueltos en papel de colores. En ese momento tomó una pastilla y prefirió dormir, porque sabía que lo siguiente era verterse en los acontecimientos trágicos que acontecieron a su familia, y ya había pensado en ello otras muchas veces sin que por ello fuera a sentirse mejor, o más digna de una vez haber tenido infancia. La mente se convertía en un laberinto de inextricables situaciones mal vividas. A la edad de quince años un chico al que conociera en una fiesta la invitó al teatro. Ella a aquella edad se colaba en fiestas de chicas mayores a las que acompañaba sin decir su edad. Sólo podía ver lo valioso que resultaba parecer una cosa diferente a la que era, y el resultado mágico de conocer cosas a las que de otra forma nunca tendría acceso. Aquel chico le regaló una pulsera, y se puso muy elegante para acompañarla aquella noche, para iniciarla en el mundo de los actores y las actrices, de lo que parecía pero no era en realidad, del terciopelo rojo del patio de butacas. No se resistió, y lloró al llegar a casa porque el teatro era una cosa hermosa, inesperada, sorprendente, y que le había tocado el corazón. Tal vez nadie como ella había conocido a Peter Bix, y no podía decir nada especialmente malo de él, otros se ganaban la vida haciendo trampas. En cualquier parte del mundo hay hombres haciendo cosas realmente reprobables, pero él era una niño malo, ni siquiera necesitaba tener aquellos negocios que él consideraba tan importantes. Podía haber vivido como el mejor de los de su clase sin esforzarse, sólo ir gastando la herencia de sus padres en viajes y caprichos. “Estas loco”, le repetía Lola por sus ideas extravagantes, y porque siempre la cogía por sorpresa. Sin embargo, la cuestión de sus modales era algo que quedaba en el aire, ella nunca lo reconoció pero algunos decían que no la trataba tan bien como parecía. No voy a ser yo quien escriba de semejante rumor sin las pruebas precisas, pero si podemos afirmar que Le habló de él a Katerina, que lo hizo elegantemente, en los términos de quien presume de haber tenido algo que ver con una persona famosa que finalmente se le escapó. En algún momento ella descubrió que Bix no estaba dispuesto a comprometerse a otros niveles, y eso a ella le llegó en un momento en el que una vez más sentía la necesidad de romper compromisos que la ataban y no la satisfacían. Era ya demasiado mayor para creer en los milagros, y sin embargo, estuvo apenas una semana en el hospital y superó la operación a la que sometió sin ninguna complicación. Por una vez en la vida se puso de su propia parte y empezó a cuidarse y hacer todo lo que le decían los médicos, respetó la dieta y tomó la medicación. Tal vez se trataba de una cuestión de buena suerte, y si era así estaba en racha. La visita de Elmer había sido una bocanada de optimismo y se le habían cargado las ganas de vivir. La vida continuaba a pesar de no poder levantarse y quedar postrada para siempre en si cama de la residencia. No quería pensar cuántos años de vida le quedaban, o cuando sería la próxima operación, había tenido fuerza esa vez, podía seguir conociéndose y soportándose el tiempo necesario. Vivir era lo que más deseaba.
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