Tormentoso Apasionado Ludvesky Abril 2015
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Tormentoso Apasionado
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1 Tormentoso Apasionado Por algún motivo que ahora mismo no conocemos, Thermes fue tratado en un sanatorio privado en el extranjero, sin que él nunca hubiese hecho mérito alguno para ello, más allá de sus conquistas. El amor cuando es necesario y oportuno, cuando es consuelo y salvación, cuando reconforta y se apiada de los débiles, es capaz de conmover hasta el sentido práctico y neutro de un asesino a sueldo. Durante un tiempo fue seguido por un sicario que terminó confesando sus intenciones y renunciando a un plan cuidadosamente elaborado, que hubiese terminado demasiado pronto con la vida del poeta. Aprendió a deslizarse en las multitudes, a evadirse de los compromisos, con sutil delicadeza a volverse insignificante, si ese cambio de imagen le hacía pasar desapercibido o si le permitía dejar de existir por una temporada. Durante un tiempo fue ministro de la revolución, y eso fue lo que lo llevó a ser señalado y perseguido cuando la dictadura de los capitanes, asumió las riendas del gobierno para no soltarlas durante décadas. Podríamos intentar imaginar que las indicaciones que le dieron al sicario fueron claras, tajantes y muy simples, que posiblemente un militar con algunas estrellas vestido de paisano, le dio un fajo de billetes en algún bar, y que en algún informe de las amistades del fugitivo en el extranjero, hoteles en los que se le había visto y fuentes de financiación, encontraría la última dirección conocida en un país europeo. Sin apenas tiempo de reflexionar, Carioco aceptaría en la misma entrevista un billete de avión para las horas siguientes y una reserva de hotel a un nombre que no era el suyo pero que coincidía con la documentación que también le entregaban. Precisamente en el sentido más asesino de un sicario, dilatar las intenciones o demorar la ejecución, solía traer complicaciones, así que partió de inmediato. Pero empecemos por el principio, cuando Thermes caminaba distraído por las calles de una ciudad extranjera recién llegado a su exilio. Se sentía espeso, y asumía su miedo en un paseo de sucesión de comercios, fruterías y pubs que abrían a mediodía. Era demasiado mayor para dejar que 3
una ciudad lo deslumbrara, y lo que todavía era más definitivo, miraba con ojos de poeta, no de exministro, y eso le daba a la parte del progreso que era novedad, una importancia relativa. La cordialidad del primer mundo es sólo aparente, y a los ciudadanos les parece poco natural que los extranjeros respondan a sus amplias sonrisas, con desconfianza o despectiva indiferencia. En la esquina del parque por el que solía deambular, al final de una calle con número en lugar de nombre, se abría una carretera vieja y desatendida que no conducía más que al extrarradio, a parques tecnológicos y a solares abandonados, o tal vez no abandonados, pero en cualquier caso que sus dueños no eran capaces de rentabilizar de ningún modo. Un poco más adelante estaban montando un circo, una enorme carpa que imaginó volando si se llenara de aire caliente como un globo. Les parecería muy extraño saber, a los que asistieran a la sesión de tarde, que mientras veían los números de los elefantes haciendo gracietas a sus domadores, se habían elevado por encima de la arboleda cercana, y esa levitación había concluido poco antes de la hora de terminar, para dar paso a la cola de niños con papás inquietos que esperaba para entrar en el mundo mágico. Al menos, la propaganda estimulaba la imaginación de los viandantes en esos términos. Un señor bigotudo, de chaleco rojo con botones brillantes y sombrero de copa, repartía pasquines. Llevaba pantalones por dentro de las botas de cazador, pero lo que más llamó la atención del poeta, fue el látigo negro y brillante que llevaba enrollado y atado al cinturón. Tal vez intentaba representar a algún héroe de aventuras del celuloide, pero si era así, se había quedado en un pastiche de estilos muy diferentes. O sencillamente tenía esa intención (la de parecerse a algún personaje muy popular), pero al salir de su furgoneta se había puesto lo que había encontrado más a mano. En cualquier caso nadie buscaría el arca de la alianza en un lugar más dedicado al ocio que a la religión. Con una sonrisa intentó justificar la minuciosa inspección a la que lo acababa de someter, a lo que el otro respondió, “amigo, o pasa a la taquilla, o se hacha a un lado para que otra gente lo pueda hacer”. Y lo cierto de eso era que sólo había unos pocos curiosos rondando por allí, y ninguno tenía intención de sacar entradas hasta que todo estuviera montado. En tal momento un ruido de tierra batida, un redoble, un tambor retumbando lo llenó todo. Miró delante, estaban moviendo a un elefante para atarlo con su cadena de una pata a la estaca clavada en el suelo. En el traslado, por algún motivo que no llegaba a comprender, el animal se había puesto nervioso pero no parecía nada que el domador no pudiera controlar. Se movieron con maestría delante de él amenazándolo con unas varas muy largas, y en ningún momento hizo ademán de dañar a los hombres, tan sólo se resistía a dejarse conducir. Era como uno de esos perritos que sus amos sacan a dar un paseo y en el momento de recogerse, evitan ser conducidos de vuelta a casa. Alguien gritó un nombre, y Orinoco dejó la propaganda que repartía y salió corriendo para asistir a sus compañeros. Entre los tres consiguieron su objetivo en un momento y ataron al animal, que se tranquilizó sin más, La excitación cesó, la alarma había pasado. En el poste de madera que sujetaba los cables de la luz, habían grapado una solicitud de empleo, necesitaban un contable, administrador, comercial, cocinero, mozo para darle de comer a los animales, o todo a la vez. “¿Necesitan personal?”, preguntó, a lo que Orinoco con desgana respondió, “¿Qué sabes hacer?”. Acariciar una cicatriz como él lo hacía debía ser la última moda en cuanto a películas de autor se refiere, creía recordar haber visto esa escena repetida en sus tardes de cine, antes de su paseo. Compraba algo de comer, algo que pudiera ir comiendo mientras caminaba o sentado en un banco en el parque, y se dejaba llevar por el fascinante giro que había dado su vida. De tal modo solía terminar en la puerta del circo, hablando con Orinoco o con Katy, la seductora mujer barbuda. Vio como lo iban montando y cuando todo estuvo perfectamente distribuido asistió a un par de sesiones en la tarde, o se dedicaba a deambular viendo las caras de la gente que con paciencia infinita, alimentaban grotescas colas de animal legendario. Los circos se acababan, se arruinaban y esfumaban sin más, no era fácil encontrar circos de gente libre dispuestos a deambular por el primer mundo sin control, y sin saber su próximo destino. Estaban llamados a la desaparición, se trataba de una malformación en el control capitalista del ocio, un jardín de placeres terminales, que como fruta perecedera en el Edén pecador de las grandes ciudades, encontraban en ellas su último suspiro. 4
No parecía tan nervioso e inconstante el señor Orinoco una vez que se le conocía y se habían cruzado algunas conversaciones con él, aunque fueran de los asuntos más simples. Ya no intimidaba, ni seguía pareciendo uno de esos soldados retornados, algunos con taras físicas y otros con graves trastornos psicológicos, los que buscaban refugio en lugares al margen de las componendas sociales. Su postura era firme, pero su sonrisa era franca y si había parecido rudo al principio, ya no. Se mantenía, eso sí, firme en su puesto los días de espectáculo, justo delante de la taquilla, cortando billetes, imponente con una mirada escrutadora que desaparecía cuando abandonaba aquel lugar. En realidad, era lo que se dice, un pedazo de pan, o al menos, como Thermes nunca lo había provocado, no podía saber de ninguna de las maneras como reaccionaba al ser contrariado. Junguen era un nórdico forzudo hizo algunas objeciones cuando se permitió a Thermes hacer los textos de presentación y nexo en las diferentes etapas del espectáculo, y como no podía ser de otro modo, las poesías que adornaban los grandes carteles con elefantes trotadores y payasos traviesos. La incomprensión de éste llegaba, según se creía, de la dificultad de poner tanta letra en la propaganda, y para el conductor, aprender de memoria textos tan largos. Sin embargo las pequeñas obras de Thermes eran aptas y entraban en un tipo de cohesión soñadora entre el público y los artistas, esto lo hacía durar un poco más, pero los cambios se hacían sin prisas y los artistas lo agradecían. En ocasiones de una bolsa de papel sacaba un sándwich y se lo comía allí mismo, sentado en un banco de madera debajo de una farola, en la misma acera que servía de parada al autobús. Su forma de actuar, carente de los refinados tics de los burgueses del primer mundo, eran muy del agrado de algunos de los chicos del circo. Tampoco tenía urgencias con sus dientes, y no le importaba si hablaba con trozos de lechuga incrustados en las encías. Tenía tantas manchas de mayonesa en su abrigo que nadie diría que había sido ministro, ni él descubriría su secreto mejor guardado. En más de una ocasión había intentado limpiarlo con métodos caseros, pero sólo conseguía agrandar las manchas. Tendría que terminar por mandarlo al tinte, pero la primavera se anunciaba con toda su fuerza, y pronto podría desprenderse de aquella prenda tan pesada. En la operación de comerse el sándwich demostraba no tener prisa algunas, lo colocaba cuidadosamente sobre el banco, y sacando un cortaplumas del bolsillo lo cortaba en cuatro trozos. Ver la lentitud con que iba metiendo en la boca pequeños trozos, recordaba a aquellos niños que aprendían a comerse los helados delante de sus amigos, representando un placer tan artificial e infantil, como malintencionado. En una de las ilustraciones que utilizó en para acompañar los textos aparecía un forzudo rubio que se parecía mucho a Junguen, y así era porque se habían guiado por sus indicaciones para crearlo. Se trataba de un hombre rubio, de ojos azules y hombros descomunales, levantando unas pesas negras. Ya nadie practicaba deporte con semejante aspecto, pero llevaba puesto uno de aquellos bañadores antiguos de tirantes, y el pecho reventando de aire. Obviamente lo habían adornado para darle aquel aspecto de principios del siglo veinte, y desde luego, Junguen jamas vestía ese tipo de prendas. Sin embargo, aquella cara de mofletes hinchados, sí que la ofrecía a veces, cuando hacía el número de levantar a un tigre dentro de su jaula. Lo que nadie sospechaba en tales momentos era que aquella jaula que parecía sujeta por mera protección, en realidad le ofrecía una “pequeña” ayuda para realizar su hazaña. Por la tarde, el día que conoció a Katy acudió a la oficina del partido para entrevistarse con Marcosí, el secretario de organización y la persona que, por así decirlo, llevaba su asunto. Quería saber si los ingresos adicionales que pudiera conseguir influiría en la pensión con la que compensaban sus servicios pasados y la persecución a la que se le sometía por su militancia. La novia de Marcosí, Ariana, solía andar por los despachos y la encontró a ella primero y le expuso sus inquietudes, ella le respondió que no habría problema, y acertó. Aquella chica era mayor que él, más voluminosa, con más carácter y lo que era más definitivo, parecía entenderlo todo mucho más rápido. Marcosí se sentaba a su lado cuando eran asuntos de confianza, y como era el caso, la dejaba hablar con Thermes mientras él se recostaba en un sillón viejo y la cogía de un brazo y respiraba con la profundidad de quien no soporta el final del día. Se abandonaba de tal forma que 5
parecía que se iba a quedar dormido, con la piel brillante del sudor, Thermes lo miraba incrédulo de tanto abandono, y afirmaría si alguien se lo preguntara que lo único que impedía a Marcosí poner los pies sobre la mesa y tirarse una ventosidades, eso era su presencia. Aquello era demasiado para un despacho de la sede del partido, pero estaban en confianza, se decía mientras se llevaba a cabo la entrevista. Las primeras experiencias en su faceta de fugitivo de una dictadura en un país extranjero le devolvían la fe en sus posibilidades, y cualquiera que lo observara y conociera sus condiciones, tendría que aceptar como mínimo, que era un hombre valiente. En su condición de perseguido se proponía sin haberlo deseado como instrumento de la propaganda, y eso le iba a traer problemas. En ese punto de ofrecerse como ejemplo y exhibir su vida en documentales críticos con la dictadura, se convertía al mismo tiempo en “objetivo de seguridad”. Y, al parecer, daría buen resultado en esos términos, porque todo en él era verdadero y sin segundas intenciones. Comoquiera que hubiesen sido sus aspiraciones en el pasado, no deseaba que se revolviera en ello. Todo lo que había acontecido a su alrededor, la experiencia vivida de desdén y endiosamiento, lo hacían desear nunca más tener contacto con los lugares donde se deciden las cosas importantes. Empezó a darse cuenta de que no servía para aquello mucho antes del golpe, sabía que no era capaz de descifrar las claves de las relaciones humanas en aquel nivel, y lo habría dejado más pronto que tarde si el cambio de poder no se hubiera producido. Pero, aunque en otros ministerios, cuando se produjo el asalto militar los despachos fueron destrozados, en su caso, como tuviera sobre la mesa un santo de bronce que le había regalado un obispo, los asaltantes fueron algo más respetuosos. Eso le sirvió de crítica entre sus propios compañeros, pero ni acudía a culto alguna con regularidad, ni era tan religioso. Tampoco era ateo, pero le molestó toda aquella cosa de las críticas y los apartes, después de todo lo pasado. Marcosí nunca le menciono ese tema, pero por algún motivo que nunca explicó pudo conseguir algunos efectos personales de aquel ministerio y se los entregó a Thermes con toda solemnidad, entre esos objetos se encontraba el santo con la palma en una mano y saludando con la otra. Marcosí era más resolutivo de lo que podía parecer cuando se encontraba cerca de Ariana. Hacía las cosas por motivos contrastados, sin dejar nada al azar, y dejando claro desde el principio que, en esos términos, no le gustaba que cuestionaran sus decisiones. Consecuentemente, el partido funcionaba sin reproches, con mayor o peor fortuna en el apoyo ciudadano, pero respaldado por los suyos. Andaba Thermes, dándole vueltas a la doblegada relación que se había planteado en aquella pareja, cuando un nuevo razonamiento torció lo ya establecido: no se trataba de que Marcosí se dejara llevar sin hacer aparecer su verdadero yo, era su falta de aficiones y adiciones, que lo llevaba a centrarse de tal manera en su relación. Eso lo convertía en la persona más interesante que jamás había conocido, la fragmentación de su carácter tenía un motivo nada corriente. Pero es que, además, tenía que tratarse de algo un poco más complicado, no podía ser tan simple. Todo el mundo tiene adiciones, se dijo, el café, la hierba, la morfina, los ansiolíticos, el anís, ¿cómo era posible que su única adición fuera la pasión que sentía por Ariana? La geografía conocida y las aficiones de Thermes se iban expandiendo, y la involuntariedad de sus paseos lo iban conduciendo sobre nuevas líneas de tranvías y parques, y entonces empezó a detenerse cada mañana en el Cósimo, un bar al lado de una floristería y un escaparate con maniquís femeninos que cambiaban de ropa con cierta frecuencia. Podríamos pensar que empezó a frecuentar ese lugar porque le gustaba el olor de las dos filas de flores de tiesto en la terraza de al lado, pero la realidad era que tomar un café en momentos esperados le ayudaba a contener el hambre y el desasosiego, a pesar de que el médico le había aconsejado lo contrario. Camino del circo, en la misma acera, hacia el oeste, pasaba por unos grandes almacenes con dos enormes árboles que las pasadas navidades habían iluminado con bombillas de colores, lo recordaba bien, aunque entonces no pasaba por allí con frecuencia; nunca entró en ello porque se sentía observado y cuestionado, tal vez por si raza o su ropa de extranjero. En la medida que dependía de su buen carácter para abrirse camino en su nueva vida, en 6
ocasiones creía interpretar un papel inabarcable, ni se le pasaba por la cabeza encontrarse en condiciones de oponerse a ninguna idea ajena, ni a la más mínima interpretación de la realidad. Se trataba de darle valor a perder cualquier criterio, el que obstruía cualquier sinergia cuando cualquier pequeña cosa en contra podía contrariarlo, o mostrar su peor gesto. La repentina necesidad de parecer en cada momento, capaz de congeniar hasta con su peor enemigo, en cierto modo, también le vino bien para la salud. Ya no tosía como en el pasado, y esa nueva condicionada armonía también le ayudaba a escribir sin virulencia contra sus enemigos. ¿Era eso bueno?
2 La Depresión De Katy Era sobre todo el presentimiento de estar interfiriendo en la relación que adivinaba entre Katy y Junguen lo que le llevaba a comedirse en sus relaciones con ambos. Nadie hablaba de eso, ni él preguntaba abiertamente. Sospechaba que o llevaban sus relaciones en secreto, o que lo habían hecho hasta no hacía mucho y ya lo habían dejado y por lo tanto no había más que ocultar. No tenía certezas, se trataba de una suposición precedida del mal humor y las rudas reacciones del rubio cuando lo encontraba hablando con ella. Al llegar por las mañanas los saludaba a los dos con corrección pero no se implicaba en el parloteo natural en estos casos. Otro aspecto que le parecía interesante del circo, era que respondía al sueño de un hombre ingenuo, de barriga prominente, de voz fina y de modales relevantes, el dueño de todo, el señor Oswaldo. Por todo un poco, llegó a parecerle lo mejor, saludar escuetamente y dirigirse directamente a la caravana de Oswaldo para presentarse cada día. Apenas reparaban en él, ni en la singularidad que representaba en aquel lugar, mientras ensayaba la banda, levantaban lonas, cavaban zanjas y luchaban contra el viento asegurando las lonas de las carpas. Orinoco parecía un capitán, recargado y lustroso, recogiéndose el pantalón y apretando la hebilla sin ser capaz de tenerlo en su sitio. Aún con toda su tos parecía el más dispuesto en la tarea, y solo Katy seguía a Thermes con la mirada y luego lo dejaba todo para ir a peinarse la barba como si ya no pudiera esperar. No parecía que todo pudiese quedar en orden antes de mediodía, pero como la primera función entre semana no empezaba hasta las seis y todos tenían libre después de comer. La única persona que no disfrutaba de su ración de trabajo al aire libre era Renata, afectada por una enfermedad que la hacía coger peso sin remedio. Era la mujer de Oswaldo y la veía tirada en su cama cada mañana cuando entraba en la caravana a darles los buenos días. Ella no parecía infeliz con su inmovilidad, se había acostumbrado a quedarse encerrada, y si bien cuando entró lo había 7
hecho por su propio pie, lo cierto era que no saldría por la puerta si lo intentara en ese momento, si se declarara un incendio o si decidiera acabar con su matrimonio y fugarse en plena noche con alguno de los montadores que también eran los conductores de los camiones. Le gustaba quedarse en aquella cama descomunal como una abeja reina, esperando visitas, y recibiendo a los acreedores. Se envolvía en sedas y se rodeaba de cojines que la amparaban en sus giros. En sus mejores noches se ponía gasas transparentes, y en verano dormía completamente desnuda. Para cuando Thermes llegaba por la mañana solía taparse con una sábana, Oswaldo la había lavado con una esponja enjabonada y una palangana con agua tibia, y había llegado, en su manía por la limpieza en ese ejercicio, hasta las partes más íntimas. Por algún motivo no usaban secador de pelo, y se le pegaba a la frente y al cuello hasta que se secaba por completo alrededor una hora después. En ocasiones lo invitaban a desayunar, y no siempre era una visión que invitara a empezar el día con el necesario sosiego. La música sonaba todo cada minuto en el aparato de radio de Renata, y a un volumen capaz de eclipsar a la banda de música en sus momentos más delirantes. Thermes imaginaba a Oswaldo haciendo la manicura y depilando a su mujer con entregada dedicación, pero eso no hacía ceder ni lo más mínimo el respeto que le tenía por todo lo que arriesgaba en semejante aventura. Estaba dispuesto a hacer todo lo que le pidieran siempre que no interfiriera en la imagen de poeta que creía tener, y eso prefiguraba el marco de sus condiciones vitales para los próximos meses. Se imaginaba como acompañante de la señora abeja reina, y aunque su mejor idea era que la exhibieran como la mujer más obesa del mundo, nunca se atrevió a proponerlo. Le gustaba el circo y las circunstancias en las que se encontraba, pero se creía poeta por encima de ministro o presentador con micrófono, tal y como Oswaldo le había pedido. Había nacido con la influencia de las palabras, y por eso sabía más de ellas que de las personas. Una estrella lo deslumbró de camino para el planeta tierra, y cuando vio la luz del día, ya no le deslumbró como le sucedía al resto de bebés llorones a su alrededor. Durante su infancia habían intentado limitar aquel interés por los libros, pero había sido inútil. Sus calificaciones eran inmejorables, y ningún padre puede nada en contra de eso. Fue un niño modelo seducido por cuentos, historias de aventuras y poesías, ¿cómo no iba a invocar a todos los dioses poetas al verse como uno más en el circo entre los héroes voladores, domadores, músicos, dramáticos payasos, números con fuego, equilibristas, al lado del hombre bala, de la mujer barbuda, del hombre sin brazos ni piernas, de los contorsionistas o de los comedores de sables? Intentaba acomodarse a la disciplina y a la indisciplina que allí se acostumbraba, y se dejaba estudiar respondiendo a todas las preguntas para satisfacer la curiosidad de sus compañeros. Era poeta, eso no era una pantalla, pero no podía contarlo todo, no podía decirles que en el pasado había sido ministro, y si se lo dijera no le creerían. Oswaldo le recomendó que se familiarizara con los números porque estaba empeñado en convertirlo en presentador, y le dijo que le pagaría el doble si lo hacía y viajaba con ellos. Le recomendó que asistiera como uno más entre el público a la función del sábado por la noche, que era la más completa y que no dejara de ver el número de equilibristas enanos. Del que acababan de sacar una reseña en un periódico de tirada nacional. El número, en otro tiempo tiempo se había llamado, el increíble Jerry “el flaco” y sus hermanos salvadores, pero Jerry ya no estaba con ellos. El asombroso Jerry era arrojado por el aire, confiando en la profesionalidad de sus hermanos que sabían que si no lo recogían en lugar y modo adecuados, podían verlo caer, y como le había sucedido a otros enanos antes, estrellar la cabeza contra el suelo. Una noche le pidieron que no exhibiera una nueva pirueta que estaban montando porque era muy difícil y peligrosa, pero él se empeñó en hacerlo, y no fue un accidente lo que lo llevó a dejar el circo, sino la irrupción de la policía que lo acusaba, a él y a sus 80 cm. de altura de haber golpeado a un marido celoso hasta dejarlo por muerto. Intentó huir escondiéndose en la parte de atrás de un taxi, introduciéndose en la parte destinada a las piernas de los pasajeros, entre el asiento, y los respaldos de los asientos delanteros. Al taxista le pareció rara su conducta, y cuando vio a la policía le faltó tiempo para detener el auto y salir corriendo a denunciarlo. Todo aquello no tomó mayores proporciones, y por fortuna no hubo que lamentar ningún muerto, fue acusado de lesiones, y por su estatura nadie creyó 8
que pudiese tratarse de un intento de homicidio lo que le ayudó a salir en poco tiempo de la cárcel, pero Oswaldo ya no lo contrató. Hasta aquel momento, no había sentido la necesidad de elaborar un código de moral cirquense, y cuando tuvo a mano a un hombre de letras, tal como era Thermes, le pidió que lo hiciera por él. Le dictó los artículos más importantes, es decir, los que tenían que ver con el respeto debido a las mujeres de otros hombres, trabajar enfermos, o acudir a los ensayos o una de las funciones, sin dormir o ebrios. Se lo leía a los nuevos artistas y montadores con rapidez y concisión, y encargó unas cuantas copias a la imprenta que les hacía la propaganda, para entregar una copia a cada uno de los miembros de la compañía. Estuvo hablando con Katy porque ella lo interceptó cuando salía de la caravana, y eso le gustó. Tras un leve espacio de tiempo se percataron simultaneamente de la presencia de Junguen al otro lado de la calle. Los estudiaba detalladamente, cada movimiento, cada gesto, las modulaciones de su voz, nada escapaba a su control, menos la conversación. Desde donde se encontraba no podía escuchar lo que decían, apenas un rumor dulce y condescendiente. Intentaron perderse detrás de unas sábanas que alguien había tendido aprovechando un día de sol, pero no sirvió, Junguen se movió también buscando un ángulo diferente para seguir viéndolos. Ella tenía algo que decirle, pero las circunstancias no eran las mejores, Tuvo la buena idea de decirle que podrían verse aquella tarde, y ella estuvo dispuesta a acudir a la dirección que le indicó, y eso era un gran esfuerzo de parte de la mujer barbuda, porque no le agradaba salir del perímetro de caravanas y carretas del mundo mágico en el que vivía y donde se sentía en su hogar, protegida y útil. Aunque, después de varios meses sin moverse de aquella ciudad y de tratar a a Thermes, ella ya lo consideraba su amigo, no había tenido ocasión de hacer que aquellos lazos, que de pronto sentía leves, pudieran estrecharse de algún modo. Todos parecían saber algunas cosas de él, las mismas superficiales cosas que se saben de todo el mundo, también su nacionalidad y que su familia se había ocupado de él con dedicación y lo que nadie ponía en duda, era un poeta. Pero a pesar de ser tan observado y de responder a todas las preguntas, ella notaba cierta reserva, o al menos una no habitual pantalla que establecía con el mundo cuando las conversaciones tomaban un sesgo que no le parecía adecuado. Todo el mundo oculta cosas, pero en la familia del circo es mucho más difícil porque se convive a diario y se conocen hasta los más pequeños movimientos. Tal vez se conservan secretos inconfesables del pasado, pero eso también se respeta y lo que se tiene en cuenta es el momento vivido desde que se entra en sus carpas. Tuvo tiempo aún Katy, hasta el momento de su cita, de pensar en ello y la atracción que los misteriosos desconocidos ejercían sobre ella. No era una de esas chicas predispuestas a enamorarse, era capaz de controlarse, y a pesar de todo la impresión que Thermes le había causado era real. No pretendía dejarse caer en sus brazos, pero pasaba por un mal momento y eso no le resultaba fácil de disimular. Cuando le sucedía eso, languidecía, se pasaba las horas echada en un sillón, suspirando y mirando al infinito. Solía recrearse en canciones románticas que lo empeoraban todo aún más, se quedaba adormecida entre sueños inalcanzables y deseos imposibles. Pasaba el día en camisón y se duchaba con frecuencia, hasta que alguien mandaba un médico a su caravana para que le echara un vistazo, pero el diagnóstico solía ser siempre el mismo, depresión y debilidad. Inútil enfrentarse a la enfermedad sin su colaboración, y a pesar de los intentos de sus amigos por alimentarla, no aceptaba ingerir nada hasta que se le pasaba el bloqueo psicológico que sufría. Se entregaban a ella, llevándole caldos vegetales y otros líquidos calientes y fáciles de ingerir, pero ella se resistía, ignoraba a sus pretendientes más conocidos y rechazaba el amor si no le llegaba de parte del imaginario, idealizado, extremadamente atento, delicado y sensible extranjero. No le dijo a Thermes que lo amaba, sino que se sentía inquieta y que quizás necesitara tomarse una vacaciones, y tampoco le dijo que ese desasosiego se lo producía él. A continuación añadió que el motivo de su encuentro era para que la acompañara a comprar una maleta. Pasaron por el Cósimo y después de tomar unos refrescos, se encaminaron a una tienda de productos de segunda mano, o de compraventa. Tal vez en otro tiempo se llamaban almonedas, montes de piedad, o casas de empeños, pero los tiempos habían cambiado y ya nadie te iba a deshacer un trato o devolver un 9
producto malvendido porque hubieras encontrado fondos. Algunas maletas estaban en muy mal estado, pero encontraron una que parecía de piel auténtica, si bien Thermes no era un especialista en eso. Si ella iba a salir de viaje, y si ese viaje iba a ser largo y turístico, le convendría una maleta que le diera importancia, y en eso estuvieron de acuerdo. Desde luego ella no podría ir a la playa portando los baúles que le servían de armarios en su caravana. Desde luego que ella siempre encontraría hombres que se ofrecieran a llevarle su equipaje, pero con una maleta sería suficiente. Entonces vio una caja de bolígrafo y pluma (la pluma nunca iba a ser usada), y se empeñó en regalársela, y le pidió que le escribiera un poema con aquella “herramienta”. La haría muy feliz que le hiciera un poema de amor, pero no se atrevió a llevar su petición hasta esos extremos. Había salido el sol, y pasearon debajo de la sombra de la hilera de árboles clavados en la acera. Thermes se quitó la gabardina y la portaba sobre un hombro. Eso le daba un aspecto despreocupado, mundano y hedonista. Katy parecía excitada pero no dijo nada. Lo miraba de reojo, y le parecía hermoso y generoso por perder la tarde con ella, sin prisa, sin impedimento alguno, disfrutando de su silenciosa compañía. Le hubiese gustado besarlo al despedirse, pero no se atrevió, en cambio le cogió la mano y se la apretó significativamente. Entre tantos tipos humanos, a veces nos encontramos con hombres de talla superior, hombres que se entregan a sus pasiones sin permitir que nada se interponga en sus planes. No se puede bromear con eso, tal vez hubiera otros que pensaran que cualquier cosa es digna de chanza y, por muy digna que parezca, dispuesta al ridículo y de esa forma, ponerlo todo a la altura de los hombres, pero Thermes creía que en el circo se encontraba ante hombres así y merecían respeto. Oswaldo era uno de ellos, capaz de reflexionar y tomar las más difíciles decisiones aunque pusiera en riesgo su propio patrimonio y su vida. No deseo ponerme dramático, pero una de las primeras cosas a las que todo hombre debería enfrentarse, es saber el valor de la vida, cuánto valdría su sacrificio, y por lo qué estaría dispuesto a entregarla. Algunos decían de él que había puesto toda su fortuna en aquel proyecto que duraba ya unos años. No era fácil mantenerlo en pie, los gastos eran muchos y en ocasiones tenía que pedir créditos para pagar la nómina a los trabajadores, a los montadores y a los artistas, todos tenían que comer, también los animales, el combustible y el mantenimiento. Y a pesar de la posibilidad inminente de quiebra, siempre encontraba la forma de salir adelante. También sabía evitar a los aduladores y oportunistas, y no se entregaba a prestamistas sin escrúpulos que deseaban quedarse con todo. Siempre encontraba el lugar apropiado para establecerse durante una temporada a veces por un precio simbólico y a veces se lo ofrecían sin más. Ya no era un hombre joven y vestía ropas cómodas que le daban un aspecto reconocible en la distancia, pero las llevaba con, por así decirlo, cierta majestuosidad. Por todo ello y por la forma en que iba solventando los inconvenientes que surgían se ganaba el respeto de todos. Así que cuando Katy le dijo que necesitaba unas vacaciones, un nuevo problema no hacía más que presentarse. Debía encontrar una forma de sustituirla, convencer a todos de que era una excepción y de que se abstuvieran de pedir lo que no podía aceptar. Pero a la mañana siguiente, cuando la mujer barbuda se encerró en su caravana y se negó a ver a nadie, Oswaldo comprendió que tendría que llamar a un médico. Se trataba de una depresión y por lo que parecía, tan incisiva que ni uno de los más grandes animales la resistiría sin riesgo de morir de pena. Acostumbraban los chicos a detenerse los días de sol, cerca de su caravana, para ver a Katy estirada en su tumbona, protegida del sol por un toldo serigrafiado con un enorme elefante trompetista y el nombre del circo debajo. Se arremolinaban en nutridos grupos que se inventaban alguna ocupación, y se hacían los distraídos esperando que ella se diera la vuelta para poner los glúteos boca arriba, sin más protección solar que su tanga. Se quedaba dormida en la tumbona, sobre la que solía estirar unas toallas doladas a modo de colchón. Aún en tales circunstancias mantenía el maquillaje, el cardado y las pestañas postizas. Tenía unos ojos bonitos y les sacaba todo el partido que podía. El efecto conseguido no era el que Oswaldo deseaba para las horas de trabajo, y le había pedido que si quería estirar las piernas en la tumbona, al menos mantuviera el albornoz. Pero no le hizo falta insistir porque desde que se declaró la depresión no volvió a salir para lucirse 10
debajo del toldo. Junguen fue uno de esos fogosos hombres que no eran capaces de distinguir entre sus posibilidades y su deseo. Incapaz al tiempo de controlar el vigor que se manifestaba en sus ingles cada vez que que la sentía en un corto espacio. Intentaba olerla, rozarla, poner si mano en su hombro o en su brazo con cualquier excusa para descubrir si su piel también se erizaba con el simple contacto. Pero Katy no estaba dispuesta a entrar en su juego y no descansó hasta le puso claro su rechazo. No intuyó que podría haber una segunda parte, y que él se comportara como un antiguo novio despechado. Por eso tuvo que aclararle a Thermes que no había habido nada entre ellos, y eso también parecía excesivo desde su enfermedad, porque ya no le parecía necesaria esa confesión. El joven seguía viviendo su fantasía, y le llamaba la atención a sus compañeros cuando se paraban delante delante del toldo para mirar como Katy se ponía protector solar. Ya no se alteraba como al principio, pero seguía obsesionado, incapaz de pasar página y convencido de que al final sería para él. Cuando Thermes empezó a curiosear por allí todo se complicó, y cuando se paraba a hablar con ella, creía que eso lo convertía en burla del todos. Si Thermes la tocaba inocentemente, él interpretaba un insoportable gesto de ternura, y se juraba que le haría pagar por tal atrevimiento.
3 Juntos Para La Ira Durante su encierro las ideas más absurdas pasaron por su mente. No podía dar forma al rechazo que suponía en Thermes hacia ella, pero sentía su mirada tan fría y cruel como indiferente. El dolor que imprime la mirada que no siente porque no conoce a pesar de todos sus intentos por hacerle entender. Creyó que podría entregarse, aparecer de pronto en su apartamento y quedarse para siempre, respirar su mismo aire y tener su boca; así de locas eran sus fantasías. Y no por inalcanzables eran menos precipitados sus deseos. Prevalecía el desgarro. Imperceptiblemente toda esa pena la desangraba de estremecimientos involuntarios, y caía de nuevo en su cama llorando amargamente. Despertaba y apenas abría un palmo las cortinas, lo suficiente para espiar lo que pasaba fuera sin que pudieran verla. La noche caía y nada le hubiese importado más que verlo pasar, pero alrededor de las hogueras estaban los chicos de siempre, riendo con sus bromas embrutecidas y obscenas. Un par de días después su comportamiento no había cambiado, no se atrevía a salir a aquel viaje pendiente,y había guardado la maleta en un armario. Se había tomado unos tranquilizantes y el corazón le latía sin fuerza. Apenas había comido y pensó que podría volverse loca si no consumaba su amor. Se aseó e hizo algo que tenía prohibido por Oswaldo, se recortó la barba, y finalmente le pasó la cuchilla y dejó la piel completamente rasurada, sin rastro de su personalidad, su principal característica y aquello que la definía. Hacía tanto tiempo desde la última vez que tuvo que verse una y otra vez al espejo para reconocerse. Recapacitó acerca de sus actos, de sus motivos y lo que suponían. No podría estar en su puesto en menos de un mes; eso si no decidía seguir afeitándose (hacerlo a diario) y abandonar definitivamente el circo y a todos sus compañeros. Tragaba la amargura de todos los muertos por no aceptar su dolor abiertamente, y por seguir consumiéndose. Entonces se dejó traspasar por un mal pensamiento, y creyó que podría atraer a Thermes a su caravana, él acudiría sin reparo, le prepararía una cena exquisita, lo seduciría, y a la 11
mañana siguiente los encontrarían a los dos tumbados uno sobre el otro, dos cuerpos desnudos, sin vida. Era capaz de consumar semejante idea, lo sabía bien, y con vehemencia arrojó algunos objetos de su mesa de maquillaje contra el suelo. El dolor se volvía insoportable. Como estamos viendo, posiblemente ya lo sabíamos de antes, la experiencia del amor profundo -lo que en algunos casos va unido al desafío del amor prohibido-, llegado sin aviso ni reservas, nos lleva a fallar en todo, a hacer caer todos los escudos y olvidar cualquier prudencia. Nadie duda de que la inconsciencia en la que caen los seres más sensibles, y a un tiempo, temperamentalmente dotados, y que es esa profundidad en el sentir lo que acelera su enfermedad, su decaimiento y finalmente, en los casos más extremos de depresión, los lleva al suicidio. Y esa era precisamente la razón que hacía que Katy viviera asustada de sus propias reacciones. Cuando volvía sus ojos al espejo y se contemplaba, tan desfigurada, desmejorada, arrugada y ojerosa, no se reconocía. Se despertaba en ella la alarma, e intentaba ponerse a la defensiva. En torno suya flotaban todas las condiciones de aquellos que convierten el dolor en determinación mortal, las condiciones de los que se dejan llevar con el sentir sin conexión alguna con lo que podíamos llamar, el corriente equilibrio. El ardor la inquietaba hasta el punto de dudar del resto del mundo, ¿cómo pueden vivir ajenos a lo que sienten?, se decía. Asustaba, de eso estaba segura, algunos lo consideraban una enfermedad, pero nada justificaba los corazones insensibles, inmisericordes, emocionalmente dormidos. Intentaba no revelar esa naturaleza hipersensible, se dejaba invadir, pero no lo exteriorizaba, y siempre se había valido de pequeños trucos más o menos efectivos para mantener ese secreto a salvo. En su juego de persianas echadas, de ausencias consentidas, de viajes no realizados, de sangre alborotada y de sábanas empapadas, construía un mundo que no dejaba ver sus sentimientos más profundos ni los momentos en los que le daba rienda suelta. El relato de nuestras vidas, si ha sido confuso, nos conduce sin posibilidad de evitar ese trance, a explicarnos. Dar explicaciones es una de las cosas que menos nos gusta, sobre todo porque solemos estar obligados a todos los exámenes que nos quieran hacer. Algunos de nosotros se hacen los locos para tener un poco de libertad, pero no era el caso de Katy, pues desde muy joven se había concedido un alto grado de consentimiento, y eso la había llevado a huir de su cada paterna apenas cuando consiguió la mayoría de edad. Si le preguntaban si no se arrepentía de haber dado aquel paso, respondía que no lo sabía, o que hubiera sido mucho peor haber continuado bajo aquella presión familiar. Para acabar de satisfacer nuestra curiosidad, podría añadir que en aquellos años adolescentes, justo cuando sus pechos diminutos empezaron a florecer, de forma simultanea se dio cuenta de que en su cara empezaba a salir un vello constante contra el que no pudo nada, a pesar de que lo intentó. Después de probar todo tipo de cremas y someterse a un tratamiento de hormonas que no le beneficiaba en nada, terminó por afeitarse, y con el tiempo, por dejarse crecer la barba. ¿Qué otra cosa podía hacer para encajar en la sociedad que trabajar de mujer barbuda? Quizás, en algún momento, imaginó una vida mejor para ella, pero notaba la forma insistente con que la miraban los hombres, y la curiosidad desmedida de los niños y las mujeres, así que concluyó que lo mejor era ofrecerse para dejarse quitar fotos. Puesto que nada es fácil en la vida para una chica que viaja sola y sin pasado, debemos suponer que fue sometida a algunos abusos de los que nunca hablaría y de los que nada podemos afirmar ni imaginar sin más detalles. La bondad y la inocencia, al contrario de lo que nos gustaría, difícilmente prevalecen después de someternos a las contrariedades que el porvenir nos depara inexorablemente. Como consecuencia de esta primera afirmación, consideraremos que una buena parte del engranaje que llena de energía el mundo, debemos entenderlo como una reacción a nuestras frustraciones, traumas, complejos y venganzas. Para evitar esa sucesión en los acontecimientos de la propia vida sería suficiente actuar con simpleza, con la espontaneidad del arte y la naturaleza, pero somos seres racionales, consecuentes y con memoria, y al final nos empeñamos en llevarlo todo a la lógica que vuelve sobre nuestros errores en busca de una superación que nos salve. Estadísticamente, que a un exministro de un país extranjero, poeta, trabajando en un circo, lo atacaran en plena calle, era una posibilidad muy remota. Y a pesar de lo inesperado e incompresible 12
de tal hecho, sucedió. Tuvo la fortuna de encontrarse en una calle que se veía desde lo más alto de la carpa del circo, en la que Junguen se encontraba trabajando en aquel preciso instante, y cuando se percató del asalto, salió como alma que lleva el diablo en socorro de su compañero, aunque rival en (en el amor si así queremos verlo) la atracción que sentía por Katy. Apenas el tiempo necesario para llegar y poner en fuga al asaltante cuando Thermes se encontraba en suelo, golpeado e inconsciente. Pero ya, en tal situación, no había lugar a dudas. Él mismo le “rompería la crisma” si descubría que le había hecho daño a su venerada sirena, pero no consentiría de ninguna manera que nadie lo asaltara. Permanecer indiferente a una cosa así lo convertiría en un tipo de hombre que él no era. Su alma no estaba en venta, sería como arrastrar todas las maldiciones sobre sus pecados si fuera capaz de permanecer ajeno a una injusticia, pero lucharía, sin embargo, por defender el corazón de porcelana de la mujer equivalente que le impedía dormir. En cuanto a Katy empezaba a superar sus problemas de propia aceptación, recibió la noticia con la sorpresa del que cree que nunca le cuentan nada. Creía que a eso era debido su permanente despiste acerca de tantas cosas, pero la verdad era que su inteligencia estaba muy por encima de la media, incontenible en su visión generalizada del mundo en el que se desenvolvía, incapaz de detenerla cuando se veía estimulada por las emociones. De lo indeseable de sus circunstancias era lo que superaba admirablemente, contenidas con sus amagos, con el teatrillo de que viajaba y era una estrella que salía de vacaciones, cuando la verdad era que no seguía en el circo, o que pasaría un tiempo en el extranjero por visitar un especialista doctor para una cirugía y un tratamiento hormonal. Todo ello unido a su sensibilidad superior y a su inteligencia, la convertía en un ser incomparable, difícil de igualar. Por todo ello, el amor superior que desprendía por Thermes, impidió que pudieran detenerla cuando quiso visitarlo en el hospital. ¿De qué se había tratado todo aquello? En su postración se hacía las preguntas más difíciles de contestar, y le sobraba tiempo para evaluar las peores y las mejores escenas de su vida. Nadie se había preocupado por él desde que cumpliera la mayoría de edad, y había aprendido a andar solo. Entonces empezó a viajar y un día se enteró de que sus padres habían muerto, eso fue después de creerse poeta, y poco antes de ser ministro. El resto de la familia parecía no acordarse de él, aunque de vez en cuando le escribía una carta a su hermana. Todo lo que había ido, era lo que lo había hecho un solitario, y a un tiempo, era todo lo que le había permitido dedicarse apasionadamente a lo que le gustaba y lo atraía. No lo iban a doblegar tan fácilmente, ni con amenazas ni palizas, aún le quedaba fuerzas para rebelarse una vez más. Ni siquiera la mala conciencia por los errores cometidos, iban a impedir la redención en busca de una nueva lucha. Se pondría en peligro una vez más si era necesario, ero le iba a ser fiel a todo lo pasado. De ese modo tan valiente y decidido fue quemando las horas de los días que pasó en el hospital, y de ese modo creía que servía fielmente a la confianza que sus nuevos amigos le demostraban. La imagen de Katy sin barba fue una revelación, y descubrió que podía ser aún más bonita de lo que recordaba. Para poder visitarlo, la chica tuvo que renunciar a su secreto y salir de su encierro, aunque, para no deshacer del todo el entuerto, dijo a todos que ya había vuelto de sus vacaciones. A pesar de haberse hecho tan amigos, de sentir por ella eso que sentía y de confiar en ella, no creía conocerla. De hecho, ella mantenía sus distancias, no sólo con él, sino con todos. No hablaba de su pasado ni de su familia y sus secretos se manifestaban entonces como muy relevantes. Había oído algunas cosas a las que no daba mucho crédito, después de todo, la gente siempre tiene algo que decir. La insignificancia de los ligeros comentarios, los que se hacen de paso y sin medida, no eran un excepción en la vida de las gentes de circo. Como hemos podido ver, la impresión causada era grande y eso, unido a la amistad que sentía, lo llevaba a rechazar la charlatanería que tan bien conocía de los barrios populares en los que también se había movido en su infancia. Desde su cama de convaleciente brotaba la visión de Katy sonriendo, y poniéndole una mano sobre el hombro. Enseguida llegó una de aquellas noches de hospital en la que se quedaba completamente solo. Le habían llenado la mesa de flores que miraba a oscuras como la sombra fantasmal de algo irreconocible. Katy había sido muy atenta también en eso, y en excusar a Junguen que la esperaba 13
en la cafetería porque no quería hablar con Thermes, y mucho menos que le agradeciera alguna cosa. Hubiese intentado corresponder pero tenía un par de costillas rotas y apenas podía reír. Cuando se despidió lo hizo efusivamente pero intentando no moverse, si eso es posible. Entre el momento que apagaba las luces y la conciliación del sueño podían pasar unas horas, y eso a pesar de los calmantes que no le volvían a tocar hasta media noche. Cuando superaba las sombras de los ramos de flores, veía las luces en un edificio de enfrente, si eran luces de televisión se movían intermitentemente. Esa noche tuvo una vista que ni se le había pasado por la imaginación, Oswaldo, Marcosí y Ariana, habían pasado aquella mañana, y por la tarde, su casera y Katy, que debieron cruzarse en el pasillo porque a los pocos minutos de salir una entró la otra. Carioco lo visitó sin ánimo de seguir haciéndole daño, sin armas y escondiéndose de la enfermera que estaba medio dormida detrás de su mesa, justo donde los ascensores se abrían a la planta. Tal vez abrió un ojo al oír el ruido de las puertas en su mecánica movida por fuerza eléctrica, pero Carioco no era alto, y pasó agachado muy arrimado a la mesa. Ese día fue el día que más gente lo visitó en su vida, y le pareció lamentable que fuera por un motivo tan doloroso. Pero al menos le resultó consolador que aquel hombre quisiera verlo para decirle que había renunciado a su misión, y que él no mataría a un poeta por ministro que hubiese sido. Además de eso, le confesó que lo había estado siguiendo durante tiempo suficiente para no encontrar nada que reprocharle y eso lo hacía todo más difícil. Si al menos hubiese sido un cabrón... Thermes era el mismo de siempre, a lo largo de su vida no había cambiado tanto. La única diferencia entre aquel momento y otros que había vivido, era que se sentía un poco más viejo y cansado. Pero en todo aquel saco de años, su país había cambiado, había conocido la necesidad y la represión, y no podía ignorarlo. Aquel tipo le había pateado, y ahora le pedía que guardara silencio, se disculpaba, decía ser inofensivo, y hablaba de no volver nunca a su patria. Intentó llamar a la enfermera pulsando un interruptor, pero lo interceptó a tiempo y nadie acudió. Había escuchado lo que tenía que decirle y quería que se fuera, no había perdón, ¿O qué había ido a buscar allí? Así que miró al infinito, con esa mirada indiferente de los que no escuchan porque son capaces de abstraerse de la realidad, y en ese lugar imaginario permaneció hasta que el Carioco volvió a pedirle perdón y desapareció. En realidad nunca supo si lo soñó porque los calmantes hicieron su efecto y se quedó profundamente dormido sin poder evitarlo. Despertó con la habitación iluminada por la luz del día y recordaba algo de su visita, y apenas un poco después, las atenciones de la enfermera de noche, que le dio a tomar algo y lo dejó dormir. No era que dudase de lo vivido hasta convertirlo sueño, era la sensación de haberlo soñado. En unos días le darían el alta, y empezaría la recuperación fuera del hospital procurando no moverse demasiado. Nunca antes se había sentido tan acompañado. No iban a quedarse a acompañarlo por las noches, pero sentía todo aquel aprecio hasta el punto de sentir la necesidad de escribir sobre ello. Tal vez tuvo unas palabras acerca de la poesía con el asesino, y le dijo que él no mataba poetas, tal vez él le respondiera que había mucho fraude en ese mundo, y que encontrar un poeta de verdad era tan difícil como encontrar un profeta entre los que se dicen magos capaces de adivinar el futuro leyendo las lineas de la mano. La experiencia no fue despreciable, pero tampoco tan intensa como para causarle una impresión insuperable, o, al menos, afectarlo por un tiempo. Tales eran las cosas que sabía ahora, que no lo tranquilizaban las palabras de renuncia del sicario, porque en origen alguien de quien no sabía nada, más que pertenecía al nuevo gobierno, le había hecho aquel encargo terrible, y podía insistir en sus planes. La única razón para que lo persiguieran hasta tal extremo, era política, no conocía ningún otro motivo. Sacudido por estos pensamientos se enfrentó al desayuno que le llevaron las camareras, entre bromas y colaboración generosa. Llevar tanto tiempo en la misma ciudad era un problema para el circo, la sorpresa, la magia y la curiosidad iban decayendo. Cualquiera pensaría que se trataba de un espectáculo mediocre, cuando la realidad era que un circo necesita moverse para mantener la venta de entradas. Cada vez que Oawaldo daba la orden de levantar la carpa, su mujer estaba varios días de mal humor. Se trataba de 14
una grave molestia para ella, que debía someter a algunos cambios la estructura de su cama, y permitir que la ataran con correas. Eso no la libraba de la prohibición, pero no encontraba más solución. Como si no lo hubiese soportado en más ocasiones, el marido se llenaba de paciencia y pasaba mucho tiempo con ella para que se tranquilizara. La amaba hasta venerarla, pero no era ese tipo de hombres a los que exterioriza lo que siente, y procuraba disimular buscando alguna ocupación a su lado. La oía bufar y maldecir a pesar del ruido de las máquinas, y él, estoico, sin mover un músculo. Si ella arrojaba algún objeto, el se agachaba instintivamente, pero enseguida recuperaba la compostura y actuaba coo si nada hubiera ocurrido. Cuando aquellos viajes llegaban a su destino, él mismo le daba crema en las marcas que le habían dejado las ligaduras, pero por mucho que la oyera gritar no la desataba hasta que se calmaba. Con la pesadumbre propia de semejante situación, sabía que sería difícil de explicarlo a la policía si en algún momento intervinieran, pero era Renata la que finalmente reconocía que esa era la única forma de seguir juntos y finalmente tenía las puertas abiertas si deseaba abandonarlos. Era una vida polvorienta, cubiertos cada minuto del humo de las hogueras, y en ocasiones se apoderaba de ella el agotamienta transeúnte de los pueblos nómadas, sin embargo, sabía perfectamente que era eso, o ser internada en un centro especial donde pudieran atenderla. Por un instante, en aquellos momentos, le abrasaba tanto amor y dedicación, pero eso Oswaldo no lo notaba, de haber sido así, le hubiese dejado un poco de espacio para no absorber tanto aire. Era su naturaleza, se sabía un hombre dedicado, obsesivo y perfeccionista, y nada de eso era lo mejor para ella. La amaba cada vez que le lavaba los pies metiendo sus dedos diminutos entre las callosidades y las uñas, o cuando la daba un masaje palpando con incisiva astucia cada recoveco de sus axilas y sus pechos descomunales. Esos instantes de aseo eran muy placenteros para los dos, y en ocasiones, se apoderaba de él una vorágine de actividad poco juiciosa, que lo hacía respirar con dificultad y después de los jadeos terminaba por caer en un agotamiento delirante. No había riesgo a pesar de que se había pasado el día gruñendo por la inminencia de la partida. El se pegaba a ella hasta sentir sus más personales emanaciones, la piel derrochando vapor, y con el gesto fruncido, conspiraban sus relaciones sin que Oswaldo, en ningún momento hubiese sentido miedo. Otra cosa era limpiar con la manguera a las tigresas, las leonas u otras fieras, no era una mirada parecida, él lo sabía, protestaba pero dentro de Renata nada se hubiese rebelado nunca del todo. No en ese sentido del peligro, no en la aspiración de un riesgo más o menos controlado. Por fin llegó el día en que Thermes pudo pisar la calle de nuevo, las aceras salpicadas del agua sucia de las limpiadoras de portales, y las alamedas arboladas. Prefería tomárselo con calma, sobre todo porque iba apoyado en una muleta pero sabía que su destino era el circo, casi una patria para los exiliados de otros mundos. De nada servía preocuparse, pero alguien le había dicho que estaban desmontando y aún así, sus piernas no podían ir más rápido. Marcosí había hablado con él sólo un día antes, y había sido muy claro cuando le dijo que seguiría amenazado mientras alguien supiera donde se encontraba, así que debía desaparecer sin decir a nadie cual era su destino. Estaba decidido a aceptar el ofrecimiento que Oswaldo le había hecho no hacía tanto y partir con ellos hacia alguna parte, sin destino conocido. Marcosí le había preguntado cuales eran sus temas, por qué se había hecho poeta y si eso era un obstáculo para empezar una vida desconocida como un extranjero sin pasado. Le respondió, “¿sabes Marcosí? Yo creía que debía hablar de la vejez entre otras cosas. Yo creía que no podíamos renunciar a encontrar un objeto a nuestra vida, y que llegar a viejos tenía que ser la razón para vivir. Alguna gente piensa que nacemos para morir, y eso me desagradaba mucho. En la vejez se ponen de manifiesto las mejores aptitudes de quienes nos cuidan, de los hijos y los nietos, de los enfermeros, de la gente que nos cede un asiento en cualquier parte. La vejez y llegar a viejo desarrollando cada emoción, cada gesto y cada mirada de respeto y compañía. Pero ya que me has preguntado semejante cosa, ahora tengo que decir, que ya no estoy seguro de que deba renegar de la muerte, y no prepararme para aceptarlo”. Llegó al circo, ya casi estaba desmontado, Oswaldo lo oyó llamar a la puerta de la caravana y le puso una especie de poncho plastificado a su mujer, como una cortina de baño a la que le hubieran practicado una abertura por donde le cupiera la 15
cabeza, y así pareciera correctamente vestida. Así pues se trataba de una consecuencia de todo lo vivido. A Oswaldo no le chocó la decisión que acababa de tomar, la propuesta era firme y seguía en pie. Acaba de descubrir que hasta un poeta podía pertenecer a la gran familia del circo, de la que él era el gran padre protector. Aquello le llegaba desde los años de pequeños y fértiles desvelos y le hacía sentirse orgulloso. Thermes estaba preparado para semejante cambio, y para ver al hombre de las noticias hablar de él una vez más, el ministro de tal país, bla, bla, bla, fue atacado y cuando se recuperaba en el hospital desapareció, no se ha vuelto a saber de él, y bla, bla, bla. No sólo hablaban de ministro expulsado, también de la extraña mujer que le había pagado el hospital, de su último libro que se vendía como nunca y de que el partido guardaba silencio al respecto.
4 Los Límites Dilatados En el tiempo que duraron sus viajes intentó parecer en vano desinteresado del resto del mundo. Se predisponía para intentar evitar el fatalismo al que sus peores decisiones lo habían conducido, aparentemente exponiendo una falta de patriotismo que no gustaba a nadie. Particularmente, insistiré en ello todo lo que me sea posible, la libertad de los intelectuales que se comprometen por un tiempo con el partido comunista has estado siempre presente, y ha convertido esa relación en algo falible, inconstante y débil. No sólo evitaba leer la prensa, sino que estaba dispuesto a ir rompiendo sus lazos con una parte de su vida que lo condicionaba todo, así que ni siquiera escribía a Marcosí para que no supiera por donde andaba. Algunas cosas que los poetas hacen no son fáciles de interpretar, si no tenemos en cuenta que la búsqueda de la libertad es importante en ellos hasta la inconsecuencia. Resultó evidente para todos que sus ojos no podían separarse de Katy, a pesar de que declinó la invitación de ella para compartir su caravana, y preferió la compañía de Otto, que también viajaba solo, porque era domador y olía como sus fieras. Tenía una cosa buena su nueva compañía, a pesar de las incomodidades propias de vivir en tales circunstancias, Otto se dejaba tranquilizar y atendía a razonamientos cuando parecía perder la paciencia o se irritaba de pura fatiga. Como último recurso a sus enfados, que no eran habituales, Thermes le ponía un viejo tocadiscos monoaural de tapa, con música de Cherubini; eso era definitivo. Por lo demás, bastaba atender las indicaciones de Oswaldo acerca del trabajo y cumplir con su parte para que todo marchara con cierta normalidad. Pronto resultó evidente para él, al contrario de lo que había pensado, que podría convivir con sus amigos en igualdad de condiciones, y hasta se animaba a ayudarlos con los trabajos físicos, que era algo con lo que no había contado en un principio. No se limitaba al personaje llegado por casualidad para darle un concepto poético a las presentaciones de números cirquenses, o a escribir notas de prensa, o a elaborar pasquines, se enredaba en la maquinaria como uno más. Katy se había dejado crecer la barba y sus ojos brillaban con más fuerza y belleza que nunca, “se quedará”, se repetía con frecuencia obsesiva. Por lo que parecía el vínculo entre los artistas se iba cerrando a medida que iba avanzando su viaje y visitaban nuevas ciudades. Se dejaban seducir por el público, por cada nueva reacción de sorpresa y por los ojos maravillados de niños y mayores, siempre diferentes en cada nueva etapa. 16
Seguramente, esa plenitud de pueblos exaltados por la magia de la carpa, les producía una sensación semejante, y les ofrecía una carga de energía difícil de imaginar sin vivir en esos términos. Hablarían el resto de sus vidas de ello. De ancianos se acordarían de cada pequeño pueblo y de cada gran ciudad, y de sus gentes, que los veían y los veneraban como a héroes, por el mérito de sacarlos durante unas unas horas de sus problemas cotidianos, de hacerlos reír y de gritar de emoción. Con las fieras todo era aún más complicado, porque los sumía a todos en una mezcla de emociones diferentes, por supuesto de admiración, pero había algo también de temor y de tristeza. Otto era un hombre afectivo, podríamos decir que hasta cariñoso en su forma de hablar con todos, sin embargo, a veces resultaba desagradable verlo usar el látigo con los animales más rebeldes. Entonces, Thermes hablaba con él en las horas que pasaban compartiendo la caravana, intentaba decirle que no fuera tan exigente, pero no servía de nada. Quizá, en otro tiempo otros compañeros se lo habían dicho también, entonces tomaba su gato en el regazo y lo acariciaba sin decir una palabra, sin responder, adoptando una actitud de resignación por la incomprensión a la que se le sometía. Nadie lo vio, sin embargo, para muchos, también para Oswaldo fue Otto quien le plantó fuego al circo. Precisamente aquella noche había estado muy enojado porque alguien había denunciado al circo por maltrato animal y Oswaldo, justamente aquella noche le había comunicado que iban a prescindir de los números de fieras. Posiblemente, emboscado detrás de las sombras de los árboles, procurando no hacer ruido con sus pisadas, moviéndose entre las caravanas, plantó fuego en varios puntos a la vez. Todo el mundo debía dormir rendidamente porque habían tenido una tarde muy larga, y nadie se percató del fuego que crecía hasta que fue demasiado tarde. Cuando llegaron los bomberos todo estaba reducido a cenizas, menos la caravana de Oswaldo. Por fortuna pudieron apartarla a tiempo, tirando de ella con sus brazos, porque no fueron capaces de sacar a Renata por la puerta. Otto no compartió la agitación general por intentar detener el fuego, se sentó en un barril y lloró amargamente. Había sido él quien despertó a todos, uno detrás de otro, caravana a caravana, cuando ya nada se podía hacer, y por eso sospecharon de su actitud. Aquella noche, No valió Cherubini, ni el concierto nº2 para piano y orquesta de Rachmaninoff hubiese bastado. Un poco después desapareció, lo dejó todo atrás incluidas las bestias, y eso les hizo sentirse muy mal a todos, porque fue la prueba definitiva de su culpabilidad. Y, aunque lo buscaron, nadie pudo encontrarlo. Después de aquello iba a ser mucho más difícil para cualquiera seguir la pista a Thermes, porque Oswaldo cobró el dinero del seguro pero no se encontraba con fuerzas para volver a levantar un espectáculo parecido, ni siquiera reducido a su mitad. Así que Thermes hizo su equipaje y se dispuso a desaparecer una vez más y Katy lo acompañó porque ninguno de ellos podía aceptar que fuera de otra manera. Su nuevo hogar era un piso viejo y pequeño en un suburbio de una gran ciudad. Nadie que no haya conocido un lugar semejante puede imaginar el desafío que suponía. Por lo que se refiere a las emociones que despertaba en los dos enamorados, no podemos decir que el amor fuera capaz de hacerles olvidar todo lo que los rodeaba. A esta nueva situación a la que se remitían debemos añadir los problemas de cañerías, ruidos y humedades, lo normal en estos casos. Los adornos de navidad de los últimos inquilinos seguían puestos en pleno agosto, porque en cinco meses nadie había querido entrar a vivir allí. Los marcos de los cuadros con escenas de caza, estaban cubiertos de cintas de colores, y de las paredes colgaban bolas pegadas con cinta adhesiva. Esta decoración carente todo sentido duró poco, porque a Katy le resultó tranquilizador coger una bolsa de la basura y tirarlo todo, incluidos los cuadros. Entre los primeros absurdos días de su nueva vida, y la necesidad de encontrar un equilibrio surgió el deseo de entenderse, de comprenderse y apoyarse, y todo empezó a ir un poco mejor. Hacía falta dos seres muy extraordinarios para salir adelante con un horizonte así, cada vez que abrían la puerta de su apartamento. Tan poco frecuentes eran sus recuerdos del circo, que llegaron a dudar de haber tenido un pasado de no haberlo pasado juntos. Tal vez el circo existió porque los dos habían estado en él en un mismo tiempo, y como si todo el tiempo en que no se conocían no hubiese sucedido. Thermes siempre había deseado un amor que 17
pudiera con todo, más que ser ministro, poeta o cualquier otra cosa, y ese amor tenía una fuerza poco usual. Estaba seducido por las formas que se representaban en su nueva vida y en su nueva vivienda. Por encima de otras consideraciones artísticas estaban los besos, los abrazos y las noches de amor interminable. Como dos adolescentes vivían un estado de enajenamiento que no entraba en otras consideraciones. Lejos quedaron los celos fuera de control de Junguen y las dudas de Katy, todo se iba superando y lo mejor de todo, su anonimato era total. Para ellos, las habladurías acerca de la barba de Katy era una curiosidad sin importancia que soportaban sin dolor. Se entregaron a las relaciones vecinales, a pesar del desalmado origen de algunas críticas. Incluso las peores miradas de desconfianza fueron capaces de someterlas a encaje sin enojarse. No alargaré más el final por muy feliz que sea, y llegados a este extremos debemos reconocer nuestra admiración por esos amores incombustibles, enfrentados al mundo y sus mezquindades. Quizás todas las Julietas, desde hace un tiempo se sientes defraudadas, y muchos Romeos resultaron incapaces de controlar su fuerza bruta. Cualquier tipo de abuso es censurable, y precisamente por eso, cuando el amor es de verdad, por muy loco que resulte todo, debemos, al menos por una vez, aceptar que hemos escrito una historia en la que nadie muere y el amor triunfa, y eso nos vale madre.
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