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El Pont d’Aël y las grandes rutas alpinas en Aosta (Italia), por Carlos Caballero
EL PONT D’AËL Y LAS GRANDES RUTAS ALPINAS EN AOSTA (ITALIA)
Carlos Caballero
El Pont de Pierre en Aosta
En el confín noroccidental de Italia se localizan las mayores alturas de los Alpes (el Mont Blanc, el Gran Paradiso, el Monte Rosa y el Cervino), moles que superan holgadamente los 4.000 m de altura y que constituyen un circo que forma el valle de Aosta. Con la presencia en su entorno de los grandes colosos alpinos, el valle de Aosta, recorrido por el río Dora Baltea, ha sido, desde siempre, el gran corredor natural que permitía comunicar Italia, Francia y Suiza a través de los Alpes.
Los romanos ya tuvieron en cuenta esta circunstancia y, por ello, su red viaria en esta zona se conforma, en esencia, a partir de una gran ruta que sigue el curso del Dora Baltea hasta alcanzar la localidad de Aosta (Augusta Praetoria) donde la ruta se divide en dos ca
minos principales: uno que alcanza el actual territorio francés a través del Pequeño San Bernardo; y otro que llega hasta Suiza serpenteando por las faldas del Gran San Bernardo. Finalmente, un tercer camino alcanza también el actual territorio suizo a través de los valles de Val Ferret, homónimos en las vertientes italiana y suiza, pero no existen indicios concluyentes de que ésta fuera una ruta frecuentada en época romana. En su tramo inicial por territorio valdostano, un trazado que se va adentrando en el valle manteniendo el rumbo este-oeste, el camino evitaba en lo posible el fondo del valle, y puede apreciarse una especial preocupación por proteger la infraestructura viaria de los aluviones del Dora Baltea (Lucchese, 2004), en realidad un caudaloso torrente de origen alpino capaz de canalizar las rápidas crecidas de los fuertes torrentes que discurren
por valles de perfi l acusado. Para salvar esas difi cultades topográfi cas, la red viaria valdostana se sirvió de, al menos, 16 puentes, además de algunas obras auxiliares de ingeniería que, en sí mismas, pueden elevarse a la categoría de monumento.
Entre estas últimas sobresalen los tramos tallados en la roca y señalados con arcos, que, aunque presentes también en los Alpes franceses, como en Rochetaillée (Lautaret) o Bons (Oisans), tienen su exponente más signifi cativo en Donnas, a 10 km de Aosta, un arco tallado en el terreno natural que es más bien una obra de arte que una obra puramente funcional (Coralini, 1997: 292; Moreno, 2004).
En cuanto a los numerosos puentes de que se sirve el trazado viario, algunos, por su peculiar tipología (están formados por uno o varios anillos independientes entre sí, sobre los que se dispone el tablero), han sido defi - nidos por algún autor, como Galliazzo, como obras de ingeniería autóctona, una suerte de «puentes valdostanos». Como se verá, estas obras solían ir acompañadas de puentes de menores dimensiones, localizados sobre el cauce de estrechos torrentes caudalosos, donde a tramos en trinchera seguía un puente de gran altura anclado en la roca (Coralini, 1997: 299).
Sin duda, el más llamativo de todos ellos es el PontSaint-Martin, situado sobre el torrente Lys, uno de los afluentes principales del río Dora Baltea. Tiene un único arco con una luz de 31,5 m y una fl echa de 12, notables dimensiones que hicieron que la sabiduría popular atribuyera su construcción, como en tantos otros casos, al demonio (Lucchese, 2004: 12). Otra obra singular se localiza en la localidad de Bard, donde se conserva un arco de otro puente en el (lógicamente) llamado «Bar del Ponte», dentro de la población. Al margen de estos dos grandes puentes destaca el situado sobre el violento torrente Albard, arruinado en el siglo XVII, y que presenta una luz de 7 m y una anchura de 4,50, con sus dos extremos enjarjados en la roca que delimita al torrente. Estas características son, en fi n, similares a las que ofrece el puente de Châtillon, aunque alcanza los 15 m. de luz y cuenta con jambas que evitan el apoyo del arco directamente en la roca.
Finalmente, en la propia ciudad de Aosta se encuentra el último de los puentes notables, el Pont de Pierre, ubicado junto a la entrada principal de la ciudad y, actualmente, sobre un lecho abandonado por el arroyo Buthier, que cambió de curso en el siglo XII. El puente, enterrado por los aportes del río de curso cambiante, fue redescubierto en los años 50, dando lugar a un pintoresco escenario. Se trata, en todo caso, de un puente de arco rebajado, con una luz de 17 m.
Parece que dos eran los objetivos de quienes construyeron los puentes valdostanos: darles la mayor solidez posible, por lo que, si fue necesario, se asentaron los arcos directamente sobre la roca, e integrarlos en el paisaje alpino circundante. Tras la ciudad de Aosta, como se dijo, el camino romano se bifurca para buscar, al norte, el paso del Gran San Bernardo y, al sur, el del Pequeño San Bernardo. Es célebre la cita de Estrabón (IV, 6, 7-11) al respecto, defi niendo el paso del Pequeño San Bernardo, hacia Alpis Graia, como una vía apta para carros en la mayor parte del recorrido, mientras que el paso del Alpis Poenina, en el Gran San Bernardo, aunque más corta, era más estrecha y dura; en todo caso, ambas rutas puede apreciarse cómo ambas rutas se adaptan a las extraordinarias pendientes del entorno, tratando de resolver el problema fundamental, el peligro de los aluviones de los diversos torrentes que había que cruzar, y ascienden progresivamente, sin apenas recurrir a fuertes rampas, manteniendo en todo momento pendientes medias que rara vez superan el
Señalización de la mansio Alpis Graia, en el Pequeño San Bernardo
El Pont D’Aël desde aguas abajo
8 ó 10 %; por lo demás, estos dos caminos, que en su trazado común en el valle habían contado con un empedrado homogéneo y con espectaculares tramos tallados en la roca, pierden su monumentalidad en el ascenso hacia las zonas más accidentadas y alcanzan los grandes pasos transformados en una simple explanación del terreno (Mollo, 1999: 57-66).
Los restos arqueológicos que se localizan en el collado del Pequeño San Bernardo, en la divisoria actual entre Francia e Italia, son particularmente signifi cativos: un cromlech enclavado en la misma frontera y declarado «monumento histórico» únicamente en su parte francesa, edifi cios militares modernos, diferentes construcciones defensivas contemporáneas (fosos, búnker, barreras anticarros, etc.) o restos de la mansio de Alpis Graia. Todos ellos fueron incorporados a dos programas sucesivos Interreg («Cols Verts» y «Alpis Graia»), el último de los cuales concluyó en 2006, y cuyo objetivo era la valorización y reinterpretación de tan singulares vestigios (Crogiez Pétrequin, 2006).
Enclavado en el pequeño y estrecho valle que forma el torrente Grand Eyvia, subsidario del Dora Baltea, el Pont d’Ael constituye una obra de ingeniería romana espectacular, que salva el paso sobre el río con un solo
Corredor interior del puente
arco situado a 66 m., sobre el que se instala un puente de 20 m. de longitud y 2,25 de anchura. La fecha de su construcción no ofrece duda, pues las huellas de la inscripción conmemorativa situada en el frente de aguas abajo permiten reconstruir el texto con precisión milimétrica las circunstancias de su construcción y datar la obra en el año 3 a.C., coincidiendo con el XIII Consulado de Augusto, y con las obras de general reestructuración del territorio acometidas a partir de la fundación de Augusta Praetoria en 25 a.C. La inscripción destaca, además, en grandes caracteres, el carácter «privado» de esta excepcional obra pública: «En el XIII Consulado del Emperador César Augusto, Caius Avillius Caimus, hijo de Caius, de Padova / PRIVADO». Por lo demás, en la actualidad la estructura cuenta con un estrecho paso superior, flanqueado por sendos pretiles, por el que discurre un camino carretero alcanza la cercana localidad de Pondel, cuyo nombre, indudablemente una corrupción del nombre del puente objeto de este trabajo, aparece por primera vez en la documentación en 1265.
Bajo este carril del acueducto, que presenta una pendiente del 6 por mil, se localiza una galería que recorre el puente de parte a parte y a la que se accede mediante puertas situadas en ambos extremos. La galería interior, que ocasionalmente cuenta con ventilaciones abiertas en la mampostería del muro, tiene una anchura que escasamente supera el metro, mientras que su sección cuadrangular alcanza una altura de algo más de dos metros.
El Pont d’Ael no era un simple puente «privado» que permitía salvar un curso secundario; era además un acueducto, circunstancia en la que ya se fi jó Philibert de Pingon, uno de los primeros estudiosos que, ya en el siglo XVI, llamaron la atención sobre la obra. Sin embargo, esta hipótesis no fue acogida por la investigación, especialmente a medida que el puente se iba, poco a poco, desfi gurando con el progresivo abandono.
La hipótesis más plausible es, efectivamente, que la estructura cumpliera una doble función: por una parte, el canal superior, actualmente convertido en camino, era el specus de un acueducto, como lo atestigua, en particular, el revestimiento hidráulico que se conserva en algunos puntos; en cuanto a la galería inferior, y pese a sus reducidas dimensiones, habría de servir tanto de galería de servicio para el mantenimiento del acueducto superior, como de camino para permitir la conexión entre ambas márgenes del torrente. Algunos autores afi rman, sin embargo, que la extrema estrechez de esta galería impediría su uso regular como lugar de paso, y quedaría únicamente limitado su acceso a cubrir eventualmente la necesidad de cruzar el torrente y, esencialmente, a servir de galería de mantenimiento del canal. Al parecer, a partir del siglo XVI, con el canal arruinado, se produjo el cambio
de uso del acueducto de Pondel, ya que empezó a ser usado únicamente como puente y los laterales del canal fueron recrecidos para ejercer su nueva función de pretiles.
La captación del acueducto estaba en un lugar cercano, a unos seis km aguas arriba, y de su sistema aún son visibles los vestigios de algunas estructuras, como canales subterráneos o parcialmente descubiertos y excavados en la roca 1 , pequeños estanques de almacenamiento y decantación y una fuente próxima, según se desprende de los trabajos realizados por Döring (1998 y 2005). La fi nalidad de las aguas conducidas por el acueducto, fi nalmente, sería quizás abastecer una instalación rural, cuyos vestigios se han localizado en una zona inmediata al actual Pondel, en la margen derecha del torrente o, más probablemente, estaría relacionada con actividades extractivas (de mineral de hierro), tan frecuentes en el entorno de Cogne.
En la actualidad, el acueducto se muestra imponente apenas a unas decenas de metros del diminuto casco urbano de Pondel, y puede completarse su visita con un tan excelente como pequeño centro de interpretación (de libre acceso y sin vigilancia, lo que quizá sorprenderá al visitante español dado lo estupendo de su estado de conservación, pero así son las cosas en Europa) en el que se describen todos los aspectos comentados hasta ahora.
Sin embargo, persiste la duda acerca de la verdadera funcionalidad del acueducto, o puente - acueducto, que, posiblemente, desempeñaba algún papel fundamental en la encrucijada viaria que supone el valle de Aosta en medio de los imponentes macizos alpinos del Cervino, el Mont Blanc y el Gran Paradiso. Ciertamente, el fl ujo de agua podría estar destinado, como se ha propuesto, a alimentar alguna industria extractiva del hierro como las existentes en el valle de Cogne; quizás, simplemente, abastecía una villa enclavada bajo la población actual o, fi nalmente, se trataba del abastecimiento de un molino, como el referido en el documento de 1265 en el que por vez primera se menciona la existencia de Pondel. En todo caso, se trata de un monumento espectacular, sufragado quizás por la iniciativa privada, pero que no es ajeno al papel fundamental que el valle desempeñaba en las comunicaciones alpinas de época romana.
BIBLIOGRAFÍA
1 Un acueducto similar se conserva en Cella (Teruel), y ha sido recientemente rehabilitado y adaptado para su visita.
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