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Editorial

De la Ceca a la Meca

Se preguntarán, quizás, queridos amigos y lectores el porqué de mi permanente sonrisa miliaria que, salvo ocasiones muy excepcionales, jamás he abandonado desde que Gonzalo Arias me utilizó como logotipo de su extravagante aventura. Pues es claro, la felicidad que me produce saber que una vez más estoy en vuestras manos, nieve, llueva o granice. Nosotros los miliarios por nuestra naturaleza, mayoritariamente pétrea, no padecemos las inclemencias del tiempo, pero eso no quiere decir que seamos insensibles al mundo. Muy al contrario, tenemos un corazón grande y por qué no reconocerlo, mucha curiosidad; nos interesan mucho los chismes del camino, los dimes y diretes y por un lado o por otro, acabamos enterándonos de todo.

Muchos pensarán que somos sólo indicadores de caminos, pero los estudiosos saben que atesoramos mucha información sobre las distancias entre los lugares próximos, el nombre del Emperador que nos mandó construir, fechas concretas de su carrera administrativa y datos básicos del «cursus publicus». Con eso sería sufi ciente, pero además si alguien nos ausculta con paciencia podemos decirle todo lo que pasaba en cien mil pasos alrededor de nosotros con todo lujo de detalles. Al fi n y al cabo estamos siempre, de día o de noche, haga frío o calor al servicio de los «viatores» y claro, son muchas las ocasiones en que éstos, agradecidos, se sientan a nuestra vera y nos cuentan sus historias, somos sus mudos consejeros, los guardadores de secretos insondables y de aventuras inenarrables... sobe todo de las que les suceden en las «mansiones» en medio del camino, esos lugares sobrenaturales entre el paisaje y la historia, que se abren en el espacio como ventanas atemporales y mágicas.

Quien ha pasado una noche en un aeropuerto o en una estación de tren o autobús, sabe de lo que estoy hablando; se baja la guardia, caen las defensas psicológicas y las máscaras cotidianas se disipan; nadie es abogado, médico, mecánico, deportista, actor o periodista... todos son viajeros perdidos un instante por las circunstancias del viaje y todos tienen algo de miedo, de necesidad de exorcizar la oscuridad de la noche y de contarse mutuos cuentos que los acerquen y borren las fronteras de lo desconocido, de lo que está afuera. Si una noche de invierno un viajero......aparece en una «mansio» romana, en una venta quijotesca del XVII, en un aeropuerto galáctico del siglo XXII o en una estación de autobús de provincias de fi nes del siglo XX, se encontrará los mismos tipos, el tabernero- ventero- camarero; el pícaro-ladrón-buscavidas; policías de todo signo y laya; mafi as y chicas-chicos que se ofrecen al mejor postor y en medio de la noche una manada de lobos que aúllan incesantemente y que te impiden escapar. Detalles que hacen curiosos estos sitios son la comida y la bebida cara y mala, la hostilidad y ventajismo de los «venteros», la mala fama de los clientes habituales, los camorristas profesionales, los pícaros y vagamundos, la incomodidad de las camas y que la suciedad tenga asiento permanente; todo se conjura frente al viajero, que debe hacer causa común frente al desastre, el retraso del vuelo, la noche nevada y se reúne en rebaño protector frente a las alimañas y se sientan todos junto al fuego acogedor de una chimenea para contarse historias, sus historias, verosímiles o inventadas, porque el resultado no tiene importancia. a la luz del día el encantamiento y el ensalmo desaparecerán y todos correrán deprisa, deprisa a sus medios de transporte y vuelven a ser ejecutivos y prisioneros de sus negocios, olvidándose de que horas antes fueron personas, quizás por única vez en su vida, en aquella noche de invierno.

Viene todo esto a cuento de que la comunidad miliaria se ha hecho eco de un libro recién aparecido y editado por la empresa FCC, constructora de alguno de los mejores equipamientos de infraestructuras actuales, que se llama «Lugares de Encuentro» y que hace un recorrido bastante sugerente por los puertos como lugares de encuentro en la Antigüedad y la Hispania romana,

para acabar en las últimas superestaciones del AVE de Zaragoza o Tarragona o en los megaaeropuertos como la T-4 de Barajas(Madrid) o en el vestíbulo de facturación de la Terminal de Bilbao, conocido como «La Paloma» de Santiago Calatrava, que recuerda a su «L’Oiseau» de la estación francesa de Lyon.

Si recordamos algunas escenas de la película de «La Terminal» protagonizada por el conocido actor Tom Hanks, sabremos que por encima de la burocracia, de las tiendas, de los controles y de la velocidad de los viajes y viajeros, había un mundo de gente sencilla y humilde que subyace por debajo de toda esa miseria del dinero y del poder, un mundo mágico en el que incluso se puede ser feliz.

Esa es la moraleja que quiere transmitir el Nuevo Miliario y la que dejan traslucir en sus artículos Ramón Corzo («Puertos y Lugares de Encuentro de La Bética en la Antigüedad»), Xavier Aquilué («Lugares de Encuentro en la Península Ibérica durante la época prerromana») y el viejo Maestro José María Blázquez («Puertos de la España Romana»).

Algunas veces sólo con oír Los Nombres, que están sobre la pátina de las cosas, es sufi ciente: Así oír Brigantium(Coruña) es recordar su legendario Faro; nombrar Cartago-Nova(Cartagena) es soñar con una bahía plácida y recogida de los vientos; Hemeroscopeion (Denia) que signifi ca en griego «atalaya divina» es digna sólo por eso de ser citada por Kavafi s y qué decir del Portus Illicitanus (La Alcudia-Elche) con su palmeral para solaz de dioses y mortales o de Oiasso(Irún) o del Portus Amanum de Flaviobriga(Castro Urdiales). Pero para nombres defi nitorios ahí está el de Emporion, es decir un lugar de encuentro y mercancías, que da nombre a una de las primeras colonias griegas de Hispania en Ampurias o el del mítico enclave de Gadir(Cádiz) o el de Carteia, que fueron fundados y cuidados por fenicios y después por los púnicos. Nuestros amigos Jordi Pardo y Xavier Aquilué tienen preparado un gran proyecto para el Emporion por excelencia, el emporio ampuritano; no śolo se celebra el centenario en Marzo del comienzo hace un siglo de las primeras excavaciones, sino que se quiere proyectar una nueva luz sobre la Neapolis con un nuevo Museo, una original visita a la antigua colonia e investigaciones novedosas; les deseamos toda la comunidad miliario el éxito y la ayuda que se merecen por el mucho y buen trabajo ya realizado y que el otro Xavier (Rubert de Ventós) les ilumine en la buena dirección que llevan y sea la antorcha intelectual del «Portus» y sea su proyecto también «Puerta» de tolerancia y cultura mediterráneas.

Y volviendo de los puertos, y aeropuertos a las humildes mansiones romanas que ocupan parte de este número no hay que olvidar que son éstas las mas directas antecesoras de las ventas en las que sucedieron buena parte de las aventuras y desventuras del Quijote y que están para siempre inmortalizadas en tan peregrino y extravagante libro. Pícaros, viajeros, venteros, aeropuertos, estaciones, puertos...están unidos en el espacio-tiempo por frases tan míticas como aquella expresión de «ir de la Ceca a la Meca» y que utilizaban los pintorescos personajes que en el Siglo de Oro iban desde el Arenal y la Casa de la Moneda de Sevilla (La Ceca) hasta los Altos de la Meca (Barbate), en las cercanías de las pesquerías del Duque de Medina-Sidonia de Zahara de los Atunes a donde iban los pícaros y vagamundos sevillanos. No en vano Sevilla era la metrópoli favorita de Cervantes para jugar a las quínolas, a los dados, para hacer negocios dudosos y ruinosos...pero era el centro del mundo y Cervantes, perdido, hundido y humillado por la gran ciudad, después de agotarla y agotarse él mismo, escribió en las ventas perdidas de los caminos y en las cárceles de la Santa Hermandad, la mejor historia nunca escrita por nadie en el mundo. Sólo por eso merecería la pena que hubieran existido las «mansiones» romanas y sus hijas las ventas.....y sus nietos los puertos, estaciones y aeropuertos.....por si una noche de invierno, un viajero....

N. del Ed.: Este número se cerró antes conocer la noticia del fallecimiento de Gonzalo Arias el 11 de enero de 2008; véase páginas 102 y ss.

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