9 minute read

Gonzalo Arias Bonet

GONZALO ARIAS BONET (1926 – 2008)

EL MILIARIO CELESTE

El desenfrenado ajetreo de la vida urbana tiene, de vez en cuando, sus contrapartidas, y es así cómo cualquier tarde, en cualquier rincón de cualquier ciudad, puede suceder algo extraordinario. Recuerdo que conocí a Gonzalo Arias una tarde de las postrimerías del siglo XX, justo la víspera de un acontecimiento que sólo él era capaz de organizar: la reunión de suscriptores de una revista. Nos citamos en una cafetería impersonal de la Gran Vía madrileña, un lugar enorme lleno de turistas extranjeros, de paseantes y de clientes fi eles y, ante la amenaza de la presencia de un gentío, me propuso llevar, como identifi cación, lo único que con certeza nos distinguiría del resto: un ejemplar de El Miliario Extravagante. Luego, hablamos largo rato de las cosas camineras que sólo a cuatro locos parecían interesar: a veces, la perspectiva con que observamos los sucesos nos impide calibrar hasta qué punto ese acontecimiento aislado modifi cará para siempre nuestras vidas.

Casi nueve años después de aquel episodio, formando ya parte del equipo de esta modesta revista, que intenta seguir de algún modo la línea marcada por aquélla, me encuentro en la extraña tesitura de elaborar un texto especial para el próximo número, no un número cualquiera, sino uno que saldrá con retraso porque ha sucedido uno de esos escasos acontecimientos de la vida que tienen el privilegio de parar las máquinas. Este número de El Nuevo Miliario era también el primero que iba a salir sin una página fi rmada por Gonzalo, pero tampoco hubiera sido posible sin su ayuda: como en cada uno de los números anteriores, también en éste hay un trabajo que su autor remitió originalmente a El Miliario Extravagante, y que, como siempre, Gonzalo tuvo la gentileza de desviar a nuestra revista. Convertido en nuestro mejor ayudante desde el mismo número cero, siempre hubo razones para que la lista de colaboradores de cada número fuera encabezada por su nombre. Nunca nos faltó en El Nuevo Miliario su apoyo inquebrantable, sus palabras de ánimo, sus consejos de veterano sabio, su fe ciega en nuestro proyecto, y ello pese a que nunca nos propusimos siquiera intentar sustituirle: sabedores de la imposibilidad de abordar la absurda empresa de ocupar el lugar de Gonzalo Arias, tuvimos que juntarnos no menos de tres personas para poder sacar adelante una revista sólo lejanamente similar a la que él consiguió autoeditar más de noventa veces.

Sin embargo, cuantos nos dedicamos al estudio de los caminos antiguos conocimos que una de las mayores virtudes de Gonzalo Arias no era haber aunado bajo una misma publicación a estudiosos de diversas tendencias en un asunto hasta entonces disperso, ni haberse convertido en un referente ineludible para todos nosotros, o haber creado un espacio donde todos podíamos opinar, independientemente de nuestro origen, sino haber luchado por hacer de éste en el que vivimos el mundo mejor en el que creía y en el que, sin duda, ahora ya está, intentando dar con Ignacio González Tascón por ver si le apetece organizar un Nuevo Miliario celeste en el que tratar de los caminos divinos, que tan mal estudiados andan y por eso son inescrutables, con Domingo Fletcher para ver si, entre ambos, localizan a Tito Livio y les aclara por fi n a qué Valentia se refería, y con Víctor Hurtado Martí, para explicarle que no fue necesario revisar su Teoría de los Empalmes. Envidiaremos siempre su capacidad para no ver enemigos en quienes a él sí lo incluían en tal categoría, y esa humanidad benévola será sin duda una de sus mayores enseñanzas, ese empeño por que, por encima de cualquier enfrentamiento personal, colaborásemos unos y otros con quienes nos discuten y comprendiésemos que las asperezas personales nada tienen que ver con la ciencia. Echaremos de menos su capacidad para sacar tiempo para las cosas importantes, y lo haremos especialmente quienes nos sentimos desbordados por las prisas de la vida cotidiana, por la urgencia de la inmediatez, y dejamos asuntos pendientes para más tarde, a veces para siempre.

Pero no vamos a vestir nuestras páginas de velos nefastos, porque creemos que no es eso lo que Gonzalo hubiera querido. Es tiempo de homenajes, ciertamente, pero pensamos que el mejor que nosotros podemos hacerle en este momento es el de sacar adelante un número más de El Nuevo Miliario. Y, como siempre hemos hecho hasta ahora, cuando, en unos días, la nueva revista salga de la imprenta, con el miliario sonriente que él creó ocupando su sitio una vez más en la tercera página, enviaremos el primer ejemplar, un día antes que todos los demás, a ese remanso de paz que es la casa de Los Rosales, en Cortes de la Frontera. Y, aunque sepamos que esta vez ya no será posible, contendremos la respiración esperando el milagro de que llegue el correo electrónico en el que Gonzalo nos confi rme la recepción de la revista y nos comente su contenido. Y, de paso, nos anuncie su intención de preparar un nuevo artículo.

Carlos Caballero Arqueólogo

GONZALO ARIAS SE FUE CON EL POETA ANGEL GONZÁLEZ Y OTROS AMIGOS...

Cuando escribí en el último Miliario Extravagante el Manifi esto en el que se despedía la revista, era partidario de «dejar morir» esa mítica publicación que había alcanzado, sin ningún tipo de ayuda ofi cial, los «quatre-vingt dix» números apasionados por la geografía histórica de los asendereados caminos de España. No sabía que estaba describiendo ese día la crónica de una muerte anunciada, la de su editor, redactor, contable, mecanógafo, dibujante, maquetista, hacedor de mapas y mundos utópicos en paz. Tampoco imaginaba que ese miliario sonriente con unas hierbas a su lado y que hoy llora por única vez, se iba a apoderar de mi alma y que el espíritu extravagante de Gonzalo Arias me iba a dejar en herencia nada más y nada menos que la tarea moral de seguir su obra en forma de humilde hacedor de editoriales del hijo del viejo miliario, el Nuevo Miliario, porque si hubo una sola condición para la nueva revista fue la de respetar el viejo nombre para que muriera con su autor, ninguna más. Hasta me dejaba llamarle abuelo sin el más mínimo reproche.

Portada del número 1

El Nuevo Miliario invita, a quienes lo deseen a enviar sus comentarios, anécdotas, recuerdos y sensaciones a nuestra revista y les abriremos un hueco en el próximo número

Me consta que estaba satisfecho de su nuevo «hijo» y sus palabras de ánimo para la nueva empresa han sido constantes tanto en lo intelectual como en lo económico. La pasión y el trabajo de los dos editores más jóvenes, Carlos y Guillermo era heredera de su digno esfuerzo y reservé para mí, la ironía y la facundia que Arias descubrió en mis escritos, para añadir ese punto de sentido del humor que tuvo siempre su quijotesca empresa.

Nunca daré suficientemente las gracias a Manuel Fernández Miranda, aquel inolvidable catedrático de Prehistoria extravagante, por poner en mis manos un ejemplar de los primeros 14 números editados a multicopista en París, que todavía atesoro fotocopiados por mi amigo Juan Manuel Abascal, que los salvó milagrosamente de un incendio del viejo Consejo Superior de Investigaciones Científi cas. Gonzalo Arias, como a todos, me criticó, nos criticamos; me apostilló, nos apostillamos; discutimos sobre las vías romanas de Madrid, sobre la vía 31 del Itinerario de Antonino y nos hicimos amigos. Fue muy feliz en su viaje a Toledo al visitar con Jesús Carrobles el acueducto y las vías romanas de la actual Academia Militar y compartir charla y comida con Julio Porres en una disparatada comida en la que dos viejos contendientes de la Guerra Civil, en campos opuestos, hicieron bromas y chanzas sobre la mala calidad de la comida en ambos bandos... No es el lugar ni el día ni el momento para glosar su aportación intelectual a la historia de los caminos antiguos en España, baste decir que los datos científi cos aportados por su revista serían sufi cientes, pero además su Repertorio, su Mapa de vías romanas y sobre todo su interpretación inteligente del uso gramatical de los casos en el Itinerario de Antonino (que popularizó Roldán) y que me cuenta entre sus fervientes seguidores, son razones más que sufi cientes para valorar de un modo sobresaliente su obra.

Pero con ser eso mucho, es sin embargo a mi juicio, su “estilo” el que es verdaderamente ejemplar, tanto en la forma desenfadada y extravagante de hacer la revista como en abrir la participación absolutamente a todo el mundo que tuviera algo que decir al respecto, perteneciese o no al ámbito universitario. Estilo que, por otra parte, nos honra mantener en El Nuevo Miliario como homenaje a su obra y su persona. La hornada de ingenieros, historiadores y geógrafos actuales como Isaac Moreno o Manuel Durán que han estudiado vías y puentes romanos desde «otras miradas y perspectivas», además de las arqueológicas no deja de ser heredera de aquellos afi cionados, incluidos sus afamados corresponsales y miembros honorarios de la cofradía miliaria que nunca pidió a nadie ningún título sino la simple opinión que Arias acogió en su seno desde el exilio parisino, gibraltareño o malacitano.

No tuvo miedo a la técnica, ni se aferró a nada antiguo; era un hombre moderno, mucho más que todos nosotros, porque supo manejar la multicopista e Internet, sin temblarle el pulso. Estoy seguro que desde el portal galáctico de «Traianus» se le echará de menos. Pero conociéndolo, no me extrañaría que desde la mansio celestial en la que ahora mora, no se las apañe para colocar al amigo Isaac alguna de sus “apostillas”. No sé si se ha publicado su última obra en forma de novela de la que me mandó algún capítulo; se entremezclaban allí holocaustos nucleares con fi losofías y paseos antiguos por la historia con personajes socráticos que se preguntaban y respondían a la manera de un último homenaje o «testamento vital...»

Sentí hace un año que algo se quebraba en su interior en nuestra relación epistolar, pero coincidió con mi acelerado nombramiento ministerial y la vorágine vital que conlleva. Apenas he podido cumplir desde entonces mis compromisos editoriales con El Nuevo Miliario, que recae pesadamente sobre la pasión inquebrantable de Carlos y Guillermo. La última vez que le escribí intenté animarlo contándole mis enfermedades y las pastillas que tomaba diariamente, me sonrió y me dijo que todavía era joven... sin entender en realidad su mensaje casi de despedida. Nos deja su obra y su Miliario como espejo, mi único consuelo es que se fue con el poeta Ángel González y que Pepín Bello estaba cerca. Al cruzar con Caronte en la barca, una mano amiga pagó los óbolos, era Manuel Fernández Miranda que los esperaba con los brazos abiertos y muchos amigos: Buñuel, Lorca, Picasso, Gómez de la Serna, Max Aub, Don Latino... Ya había partida de parchís, mus, copas, cine, poesía y tertulia en aquella «mansio» galáctica con un nombre tan sugerente «La Extravagante»... Allí quiero ir yo, ese es mi «cielo»... ¡Valete, Viatores¡

Santiago Palomero Plaza. Subdirector General de Museos Estatales del Ministerio de Cultura.

This article is from: