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Editorial: Viajes y exilios

EDITORIAL

Viajes y exilios

En el pasado editorial comentamos un viaje asombroso, el de «Pomponio Flato» a los confi nes de la Galilea profunda, en la época de Jesús, nunca mejor dicho. El protagonista había elegido el «exilio» voluntario como forma de conocimiento «en busca del saber y la certeza» que la metrópoli romana no le proporcionaba. Por ello se adentró «en los más remotos rincones del Imperio e incluso allende de sus fronteras», como hacen número a número los esforzados argonautas investigadores que escriben sus cuitas, dudas y certezas en esta revista.

Los miliarios, en general y mucho más éste en particular, que les habla, somos grandes amigos de los viajeros y sabemos leer en la cara de cada caminante el olvido, el desamor, la avaricia, la ira, la ternura, el odio, la esperanza y todos esos signos distintivos, a través de los siglos, de la grandeza y miseria humana.

Uno de nuestros amigos más extravagantes y querido por todos, Gonzalo Arias, fue también hombre de exilios parciales, viajero permanente, como los judíos conversos portugueses «de ida y vuelta», entre sus traducciones en Europa y sus idas y venidas por las veredas de España, soñando quimeras quijotescas de paz y democracia, mientras desgranaba por sendas y derroteros la historia geográfi ca de España y sus caminos antiguos.

Viene a cuento todo este preámbulo por la lectura de un ensayo extraordinario de Henry Kamen, Los Desheredados: España y la Huella del exilio, en el que se dice, con mucho acierto que «España es el único país europeo que en el curso de los siglos ha intentado consolidarse no ofreciendo refugio a los exiliados, sino mediante una política de exclusión». La opinión de la comunidad miliaria, a la que me honro en pertenecer, y después de haber visto estas tierras y las gentes que las habitan más de dos milenios, es que aquí ha habido demasiados «exilios», demasiadas «exclusiones». Personajes de gran categoría intelectual y humana han conocido la damnatio memoriae del país que los vio nacer: desde Prisciliano a Lorca, desde Antonio Pérez a Gregorio Marañón, desde León el Hebreo a Max Aub, desde Sánchez Albornoz al mismo Américo Castro, desde Albéniz a Picasso, desde Blanco White a Buñuel junto a tantos otros «Grandes de España» que han sido «nominados» en las por otro lado inolvidables páginas de la Historia de los Heterodoxos de Don Marcelino Menéndez Pelayo, el campeón de la ortodoxia y sin embargo «descubridor» de lo mejor de la cultura española, a su pesar, al que nunca agradeceremos suficientemente su innegable esfuerzo.

Sólo entre 1492 y 1975 nos recuerda Kamen que «Tres millones de españoles abandonaron su tierra natal por sufrir presiones políticas, religiosas o económicas» y lo mejor de este ensayo es que está escrito por alguien «contaminado»: «Un expatriado que toda su vida ha vivido en el seno de culturas que le han acogido pero no eran la suya y que se ha enriquecido gracias precisamente a la riqueza de diversas tierras e idiomas no propias».

Ese mismo espíritu libre y crítico es el que encontramos en nuestro afamado Pomponio Flato, que recorre incansablemente el orbe romano en una sin par aventura y que inevitablemente acaba en «otro exilio» más allá del interior, en la misma Germania, entre los pueblos queruscos de la estirpe de los vándalos.

Igual de aventurero es el recorrido que nos propone en este número Jesús Joaquín López Moreno por la calzada Carthago Nova-Complutum con un fi nal inesperado para la batalla de Guadalete en el campo de Sangonera, allá por los confi nes cantonales donde se acaba de inaugurar el Museo Arqva, Nacional de Arqueología Subacuática. Ni corto ni perezoso, «nues

tro hombre en Móstoles», Jesús Rodríguez Morales se adentra en los ignotos y peligrosos terrenos del saltus matritense para buscar vías, miliarios y monedas entre viejos papeles para llegar hasta la misma «Puerta de Moros» en el recinto SE de la misma villa, capital y corte de España. Santiago Bayón pastorea con maestría entre los miliarios hermanos de la Vía de la Plata en la provincia de Salamanca y Pedro Alegre vuelve al mito sobre un tema ya mítico de por sí, Tartessos, del que también opinó Gonzalo Arias en un mítico nº 62 de El Miliario Extravagente. Y si alguien quiere conocer la historia del puente de Salamanca y la picaresca variada que ha visto pasar, avenidas incluidas, debe leer el artículo de Luis R. Menéndez y Manuel C. Jimenez. Puentes históricos, con el permiso de Manuel Durán, son los que nos presentan Asunción Morales y Teresa González en el tramo extremeño de la vía de la Plata, momento que aprovechamos para dar la bienvenida en El Nuevo Miliario a este elenco femenino de técnicas superiores, cuya presencia inteligente agradecemos. La comunidad miliaria aprovecha para comentar los Congresos recientes de Lugo y Mérida, en los que sabemos que se ha hablado mucho y bien de nosotros y nuestros hermanos los puentes y es buena noticia que el Maestro Manuel Durán ya empieza a querer también los puentes altomedievales y, en este mismo número David Fernández-Ordoñez, se atreve con los puentes renacentistas como una nueva manera de concebir el universo conocido. La iustitia del puente, de la que versaba Palladio, se asocia con toda justicia a este ilustre apellido de uno de los mejores constructores de puentes contemporáneos.

Volviendo a los exilios que nos han dado pie a este editorial cabe recordar en palabras de Kamen que «el verdadero fl orecimiento de la cultura del exilio se produjo cuando descubrió horizontes nuevos y universales inaccesibles a quienes permanecen física o mentalmente aferrados a su patria... Muchos exiliados se limitaron al pequeño mundo del que provenían. Otros, sin embargo, lograron la universalidad porque se aferraron a los nuevos horizontes que existían más allá de su patria y adoptaron un lenguaje que no era provinciano sino accesible para todos. Ese es en suma, el gran don del exilio».

Uno de los exiliados más inteligentes, el poeta autor de «Cántico» Jorge Guillén, dejó escrito: «Para mí, el exilio no ha sido un fenómeno radical, porque en cualquier punto de la tierra vuelvo a encontrar lo esencial: el aire, el agua, el sol, el hombre, la compañía humana».

Viajes y exilios no serían nada si no se contasen; gracias a la literatura y al cine conocemos aventuras increíbles desde la de Gilgamesh a Ulises, desde la del Quijote por la Mancha a Joyce por Dublín, desde Blade Runner a Alien por esos mundos futuros sin Dios. Menos mal que Pomponio Flato nos legó una historia tan hermosa, aunque se equivocara en el fi nal, que ahora ya les puedo contar:

«Condenado a permanecer no sé por cuanto tiempo en esta tierra ignota, donde reina un frío terrible y la noche es continua, recuerdo a veces los hechos de que fui testigo en Galilea y me pregunto si realmente ocurrieron o si fueron fruto de la fantasía morbosa, producida por mi enfermedad. Sea lo que sea, en defi nitiva poco importa, porque sólo esto tengo por cierto: Que dentro de unos años será como si nada hubiera existido, y nadie se acordará de Jesús, María y José, como nadie se acordará de mí, ni de ti Fabio, pues todo decae, desaparece y se pierde en el olvido, salvo la grandeza inmarcesible de Roma».

Pues, se equivocó, nosotros nos acordamos de él, de todos nuestros exiliados, Gonzalo Arias, incluido y con mucho cariño.

Valete, Viatores! Espero que encontréis también el sol, el agua, el aire, el cielo... y la compañía humana.

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