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Roma y el horizonte periférico, por Sergio González
ROMA Y EL HORIZONTE PERIFÉRICO
Sergio González Sánchez
Algo había cambiado en el mundo que Roma dirigía allá por el Siglo II d.C. cuando Tertuliano afi rmó que «… por todas partes se abren caminos, todas las regiones son bien conocidas, cada país ha sido abierto al comercio…en la actualidad hay tantas ciudades como antes había chozas. Los arrecifes y los bajos fondos ya no atemorizan. Allí donde hay rasgos de vida humana existen casas, comunidades y unos gobiernos bien establecidos…» 1 ; esta tendencia aperturista era atribuida, en palabras de Irineo, al buen hacer de Roma: «...sed et mundus pacem habet per romanos, et nos sine timore in viis ambulamus et navigamus quocumque volverimus...» 2 .Estas y otras muchas citas recogidas en las fuentes nos hablan indirectamente de lo que podríamos denominar como el «optimismo geográfi co» romano. Optimismo derivado principalmente de la evolución política que atañe a Roma, a su cultura y a la forma de ser de los romanos, en una época en la que su pragmatismo y ese buen hacer les han llevado a dominar gran parte del mundo conocido. La expansión romana en torno al Mediterráneo, el dominio de sus aguas, el establecimiento de rutas comerciales seguras, el dominio territorial basado en el establecimiento, adecuación y reutilización de una tupida red viaria…son todos factores que, analizados en profundidad, explicarían por sí mismos tal sentimiento de optimismo. Pero, ¿era tal el optimismo geográfi co romano, o quizá se trate tan solo de un efecto óptico atribuible a la propaganda política imperial? Si eso fuese así, ¿Son fi ables estas y otras muchas fuentes que describen el entorno geográfi co del mundo romano? Llegados a este punto cabría preguntarse también ¿Hasta donde alcanzaba realmente el conocimiento geográfi co romano? ¿Eran sus fronteras un «muro» opaco? Estas y otras muchas cuestiones pretenden ser tratadas en las siguientes líneas desde un punto de vista más historiográfi co que arqueológico.
La periferia imperial: entre el mito y la mentira
En la propia esencia del ser humano está el interés por descubrir los límites del mundo conocido. Así, el mundo desconocido era el terreno propicio para el mito. Allí donde el hombre corriente no podía acceder eran enviados dioses y héroes. Así, el viaje puramente mítico se contraponía al viaje real. Pero la literatura viajera tiende a ser exagerada y, en ocasiones, fantasiosa, tal y como opina Plutarco: «…A los que han recorrido el mundo navegado les agrada mucho que se les pregunte, y hablan apasionadamente de una región alejada, de un mar extraño, de costumbres y leyes bárbaras y describen… por estimar que en esto encuentran cierta gratifi cación y consuelo a sus fatigas, y esta clase de ´enfermedad´ se produce sobretodo en la gente del mar…» 3 . Numerosos autores de la antigüedad, griegos y principalmente romanos, acusaron de tales invenciones principalmente a Cartagineses y Fenicios por un lado (mienten sobre los océanos exteriores, tanto el atlántico como el índico) y a Griegos por otro (mienten sobre los extremos terrestres occidental y oriental). Ejemplos de tales denuncias son los de Aelio Arístides, griego del Siglo II, quien escribe contra las fábulas inventadas por los cartagineses y critica a Eutímenes de Massalia por contar sobre el atlántico «…cuentos para que los niños duerman…» 4 . O el de Luciano de Samosata, de la misma época, quien critica a Homero por los numerosos prodigios que él se inventó ante los «bobos feacios». En el mismo texto habla del relato de viajes de Yambulo y dice de él que «…forja una mentira notoria para todos pero componiendo un relato bastante placentero…» 5 . También Plinio 6 , en la segunda mitad del Siglo I, acusa a los griegos de su gusto por inventar, difundir y narrar los relatos de viajes mitológicos que recogían escritores de unas mentiras portentosas («…portentosa Graeciae mendacia...») y pone como ejemplo de tales mentiras los relatos sobre el Jardín de las Hespéridesen Lixus 7 . Finalmente, Polibio, en el Siglo II a.C., criticó a los navegantes y comerciantes que realizaban descripciones muy poco apropiadas del Ponto Euxino 8 . Otro personaje objeto de sus críticas y de las de otros autores posteriores, como Estrabon, fue Pytheas de Massalia, contra quien se despacharon bien a gusto a propósito de su viaje a la mítica isla de Thule en los confi nes boreales. La polémica sobre la veracidad de su hazaña causó gran revuelo entre sus contemporáneos; si bien las fuentes pro-romanas como Polibio y Estrabón tratan de restar veracidad al asunto con bastante ahínco 9 , la mayoría de geógrafos, historiadores y escritores de la antigüedad dieron crédito al relato de Pytheas, convirtiéndose en uno de los primeros grandes exploradores de la historia.
Tácito 10 describe bien el origen de los relatos asociados a los viajes: «…quienes en otros tiempos querían cambiar de lugar, no lo hacían por tierra sino por mar…», por ello el relato característico de los viajes antiguos es la descripción del viaje marítimo, que surge en el mundo griego con los Periplos, la simple descripción de rutas, de los que Marciano de Heraclea ofrece una larga lista: «…Escribo después de haber leído multitud de periplos y de haber empleado mucho tiempo
en su estudio…Timóstenes de Rodas, Eratóstenes, Pytheas de Massalia, Isidoro de Carax, el piloto Sosandro y Simeas…» 11 . Aunque la mayoría de estos escritos se han perdido, este fragmento demuestra que este tipo de narraciones fue numeroso, común y de fácil acceso, al menos hasta el Siglo IV d.C. En ese mismo sentido habla Luciano de Samosata cuando, tras criticar expresamente la veracidad de las fabulaciones de Ctesias, Yambulo y Ulises, afirma que «…muchos otros también escogieron los mismos temas y por escrito han expuesto como propios viajes y peregrinaciones…» 12 .
En esta época de los relatos griegos ya se empieza a señalar la prudencia con que se debía analizar cualquier relato de viaje, sobretodo en lo que a los extremos de la Oikoumene se refi ere, bien India o bien el Atlántico. En el primer caso es Estrabón quien en varias ocasiones así lo señala: «…en cuanto a los comerciantes que navegan desde Egipto hasta la India, por el Nilo y el Golfo Arábigo, pocos han llegado hasta el Ganges, y estos son hombres ignorantes y que resultan de muy poca utilidad para tener un conocimiento de la tierra…» 13
Esta queja sobre la veracidad de las historias contadas por comerciantes y marinos es una constante entre los autores de la antigüedad. Aun así dichos autores recogen los relatos de los portentos indios como verídicos; tal es el caso de Plinio 14 ; y en sentido contrario tenemos el relato irónico de Luciano de Samosata 15 . Pero es indudable que las gentes de la antigüedad creían este tipo de fábulas que contribuían a mitifi - car los confi nes del mundo conocido. Así autores de la talla de Estrabon 16 y Herodoto 17 , apoyados por los relatos de Megastenes y Scylax, recogen en sus descripciones de la India relatos sobre hormigas gigantes y Hecateo de Mileto (S. VI a.C.) e Isidoro de Sevilla 18 aun siguen reproduciendo tales descripciones y otras noticias que hablan de seres extraños en dichos territorios. En cuanto al otro extremo del mundo, el atlántico occidental, hay testimonios como el de Estrabon que afi rman que «…son muy numerosas las fábulas que se han inventado sobre esta costa exterior de Libia…» 19 , poniendo como ejemplo el Periplo de Ophelas. En este mismo sentido, un geógrafo griego del Siglo II a.C., Artemidoro de Efeso, realizó un viaje al extremo occidente e intentó plasmar sus observaciones en un tratado de descripción de la tierra, temática muy común en aquella época. Su descripción de lo observado era correcta, de lo no observado pero cercano, aceptable y veraz, y de lo no observado y lejano, totalmente fabuloso y mítico, demostrando así que incluso personajes fi ables y preparados caían en la tentación de crear o creer fabulaciones sobre aquellas tierras lejanas y demasiado apartadas del mundo.
Y si bien los griegos eran esencialmente marítimos, los romanos combinarán viajes por tierra (red viaria hacia el interior) y mar. Igualmente podríamos afi rmar sin miedo a equivocarnos que los romanos también se dieron abiertamente a la invención o a la exageración en lo que a este tipo de relatos se refiere, siempre en pos de objetivos políticos y propagandísticos, lo que es difícilmente contrastable dado que el origen de las fuentes con las que contamos es en esencia romano.
Se hicieron viajes reales al África atlántica no faltos de fábulas, como la expedición del general Sertorio en el año 81 a.C. de la que tenemos noticias gracias a Plutarco 20 ; según Estrabon y Pomponio Mela, encontramos en estos relatos datos reales mezclados con informaciones inventadas 21 . El atlántico era el extremo occidental del mundo conocido, unas aguas en las que se mezclaban lo real y lo irreal o mítico, fruto de las fabulaciones que traían consigo aquellos que decían haberse aventurado en ellas. En palabras de Casariego «…más aun que a tierra seca, la imaginación humana daba y siguió dando muchos años después monstruos a la mar. Monstruos animales y elementales. A esos temores fantásticos seguían los peligros y difi cultades reales de navegar en barcos imperfectos, sin instrumentos de orientación…». 22
Por su parte, García y Bellido recogió la existencia de algunos bulos sobre el atlántico desarrollados en época romana, tales como el pulpo gigante que robaba los salazones de pescado en Carteia 23 , Dicearquia 24 o Málaga (en cuyo honor, por cierto, se ha hecho una réplica a escala del citado bicho en esta última ciudad, en las nuevas excavaciones junto al teatro romano en la calle Alcazabilla, con la reproducción íntegra del texto de Trebio Nigro en el que se describe al susodicho), el avistamiento de tritones y sirenas en Olisipo (Portugal) o el hombre marino que se subía a los barcos de noche en el océano gaditano, ambos citados por Plinio 25 . Todo lo anteriormente citado no hace sino reafirmar la idea de que hay que tratar las fuentes antiguas con cierto recelo en lo que a la geografía periférica se refi ere.
Viajes exploratorios en época romana
Dejando a un lado la veracidad relativa de las fuentes lo que sí podemos afi rmar como cierto es que al abrigo de la civilización romana se ampliaron los horizontes del mundo conocido y se aumentó el conocimiento que sobre éste se tenía. Pero en el pragmatismo romano no hay cabida para los viajes de descubrimiento puramente geográfi cos, que si se daban, eran siempre motivados por otros intereses no puramente científi cos (político, propagandístico, militar, comercial…) que veremos más adelante; así lo anuncian las palabras de Estrabon, 26 «…la geografía no tiene en cuenta lo que yace más allá del mundo habitado...». El Mediterráneo (mar entre tierras) es el Mare Nostrum romano, un gran mar interior que comunica los territo-
rios bajo su control al Norte, Sur, Este y Oeste. Es el gran canalizador de Roma y un entorno bien conocido y dominado por los romanos. Así, su objetivo exploratorio será otro; los deseos de proyección exterior, de dominio político en su caso, se dirigieron hacia el Océano. Las Columnas de Hércules dejan de ser un hito terminal y el límite ahora se trasladan al Atlántico en el mar y a los territorios ignotos más allá de las fronteras políticas en tierra.
ORIENTE EXÓTICO: En Asia, Roma siempre fue consciente de sus limitaciones, sobretodo por tierra; los límites del imperio de Alejandro escapaban a su control político. Por ello, volcaron todo su interés hacia el mar de la mano de la Dinastía Lágida (sucesores egipcios de Alejandro), integrándose en los canales de su política y de su economía, e iniciando viajes exploratorios con fi nes comerciales por el Mar Rojo y con destino La India. Así, desde el Siglo II a.C., se desarrolló una ruta comercial por el Mar Rojo cuyos principales puntos costeros quedaron refl ejados en el Periplo del Mar Eritreo 27 . Según este texto esta ruta se regularizó cuando, en época del emperador Tiberio, un navegante llamado Hipalo descubrió los vientos Monzones, abriendo así la ruta directa desde el Mar Rojo hasta la India; su aplicación, ya en tiempos de Trajano, permitirá abandonar la ruta costera en favor de una ruta de alta mar, mucho más directa y veloz, que se irá perfeccionando con el tiempo; hacia el año 50 d.C. un liberto imperial, funcionario de impuestos y comercio, un tal Annio Plocamo, consolidó la ruta comercial con la isla de Sri Lanka; durante la primera mitad del Siglo II un navegante llamado Alexandro volvió a explorar la navegación de altura en el Golfo de Bengala, llegando a la península de Malaca. Todas estas exploraciones tenían una motivación económica y comercial y las rutas abiertas con el descubrimiento de los monzones permanecerán vigentes hasta el Siglo XVI. 28
LAS CANARIAS: Las Islas Canarias servían como límite entre el mundo real y el irreal, la frontera tras la cual empezaba lo desconocido y lo mitológico, pero hacia las cuales viajaban con frecuencia navegantes hispanos. Se tienen noticias de viajes cartagineses y de algún intento de colonización, así como del redescubrimiento de las islas de manos de pescadores y comerciantes gaditanos que navegaban con frecuencia por sus aguas llevándoles a reconocer en las islas la fábula griega de la Isla de los Afortunados en la que, o al menos así los afi rma Estrabón «…hoy reconocemos algunas de las islas situadas no lejos de los extremos de la Maurosía, frente a Gades...» 29 . El hecho de que se atribuya una localización geográfi ca real a las Islas de los Afortunados no es exclusivo del geógrafo griego; otro geógrafo, pero en este caso romano, Pomponio Mela, las menciona y afi rma que estaban poco pobladas por gentes poco civilizadas a las que describe del siguiente modo: «…frente a la costa están las islas de los afortunados, cuyo suelo produce de forma espontánea una gran cantidad de frutos, que crecen sin cesar y sirven de alimento a sus tranquilos habitantes, que son más felices que los que viven en lujosas ciudades…» 30 . Otra mención interesante al respecto es la que nos ofrece Plutarco al hablarnos de Sertorio 31 del que nos cuenta que en el año 81 a.C. recibe noticias de marineros del Sur de Hispania (gaditanos probablemente) que viajan con frecuencia a las Islas de los Afortunados, lo que despierta en este personaje un profundo deseo de retirarse allí, lejos de la vida ajetreada, de las luchas y las conspiraciones.
Otro intento de época romana por explorar las islas fue el que llevó a cabo el Rey Iuba II de Mauritania 32 , personaje de gran cultura que a buen seguro conocía el Periplo de Hannon y las especulaciones griegas sobre los orígenes del Nilo. No es de extrañar que enviara dos expediciones exploratorias, unas al Atlas, donde creyó localizar los orígenes del Nilo, y la otra a las citadas Islas Canarias, cuyo informe nos llega resumido de la mano de Plinio 33 . En él se mencionan individualmente las islas: Ombrion, que tenía montes y árboles, pero no habitantes; Iunonia, que contaba con un pequeño templo de piedra; Capraria, más pequeña y poblada por lagartos de gran tamaño; Ninguaria, con una montaña siempre cubierta por nubes y nieves perpetuas (sin duda habla del Teide) 34 ; y Canarias, así llamada por los perros de gran tamaño de los que según el relato le llevaron dos a Iuba, y en la que había abundantes vestigios de construcción. Sobre el conjunto de las islas afi rma: «…Todas estas islas tienen en abundancia árboles frutales, y pájaros de toda clase, además de ser numerosas las piñas y las palmeras datileras. Hay también gran cantidad de miel 35 , y en los ríos crece el papiro y hay siluros…». Con esta descripción no es de extrañar que en época romana se intentara mantener una vía abierta para el comercio con unas islas tan ricas en materias primas.
LAS FUENTES DEL NILO: A tenor de la literatura heredada, supusieron el gran misterio de las gentes de la antigüedad, tal y como afi rma el cordubense Marco Anneo Lucano en boca de sacerdotes egipcios: «…El deseo que tu tienes, romano, de conocer el Nilo, también los tuvieron los tiranos de Faros, de Persia y de Macedonia, y no hay época que no haya querido transferir a la posteridad tal conocimiento…Alejandro Magno envió a los confi nes de la tierra de los etíopes un grupo de hombres…a ningún pueblo le alcanza la gloria de ser famoso por tener la propiedad de las fuentes del Nilo…» 36 . Fueron múltiples los intentos romanos y de gran diversidad. En época de Augusto, algunos gobernadores también lo intentaron, dejando señales escritas en las rocas, como el prefecto de Egipto, Cornelio Galo. La exploración de Iuba II nos llega también a través de Plinio 37 y de Dion Cassio 38 . Otro cordubense, Lucio Anneo Séneca, que de joven visitó Egipto y quedó admirado por el misterio del Nilo, utilizó su posición como preceptor de un joven Nerón para enviar entre los años 56 y 58 un viaje de exploración en busca de las fuentes del río; viaje que, si bien Plinio atribuye al propio Nerón, Séneca transcribe del relato oral que recibe de los dos centuriones de la guarnición de Egipto que fueron enviados 39 . Finalmente, algunos años más tarde, un tal Diógenes, un comerciante que cubría la ruta de la India, viéndose obligado a fondear en la costa oriental africana, y siendo explorador como era (se le atribuye el descubrimiento de la gran isla Menutias, actual Zanzibar), se aventuró hacia el interior; tal viaje exploratorio solo quedó refl ejado en la obra del geógrafo Claudio Ptolomeo, dando como resultado el descubrimiento de unos lagos (Lago Victoria) en los que confl uían las aguas de deshielo provenientes de las cimas de los Montes de la Luna (Kilimanyaro y Ruwenzori): Las Fuentes del Nilo.
ATLÁNTICO NORTE: Tal y como señala Gozalbes Cravioto, «…el interés por el Atlántico Norte nace como auténtica ideología con Julio Cesar…». Antes de emprender sus campañas militares viaja expresamente al templo de Hércules en Gades y allí medita ante la estatua de Alejandro Magno cuya fi gura y proyecto servirán de fundamento político para Cesar; «…lo que para Alejandro fue el Oriente, para Cesar debía ser el Occidente…». 40 Y así quedó refl ejado en las acciones bajo su mandato o auspicio (campaña contra los pueblos galos, conquista de las Galias, exploraciones de Britania, descubrimiento de las fuentes del Danubio, exploración de los Alpes…, etc). Y así lo introduce también en su propaganda política: «…Julio Cesar, con el que el Imperio se extiende hasta el Océano y la gloria hasta los astros…» 41 . Llevar las fronteras y el conocimiento a los extremos del mundo supone una fuente importante de prestigio político y Cesar hace uso de ella introduciendo la idea de que fue el primer general en hacer surcar el Océano con su fl ota. 42
Ese proyecto tiene continuidad política y propagandística en la fi gura de Octavio Augusto. Tras el desastre de Teotoburgo se detiene el avance militar y político hacia el interior de Germania y el Norte continental europeo, pero eso no impedirá que Augusto presuma: «…Mi fl ota navegó por el Océano desde las bocas del Rin hacia el Este, hasta llegar al país de los cimbrios al que hasta este tiempo no había entrado ningún romano ni por tierra ni por mar…» 43 . Otra obra propagandística llevada a cabo por Augusto en relación a la mejora de comunicaciones y de accesibilidad al Océano tuvo lugar en Hispania; se trata del acondicionamiento de la Vía Augusta (Pirineos-Cádiz), en la que repara y corrige trayectos existentes, construye puentes y coloca arcos, señales, miliarios y textos que no son sino propaganda que ayuda a generalizar la idea de que ha llevado la comodidad y seguridad de los viajes hasta el Océano, tal y como muestra el epígrafe latino, «…A Baete et Iano August ad Oceanum LXIIII…». 44
Por otra parte, también abre defi nitivamente la navegación por el Atlántico Norte. La misteriosa Isla de Thule, sobre cuya localización se han realizado estudios profundos con distintas conclusiones 45, era el nuevo extremo del mundo, localización antes asociada a las columnas de Hércules y al estrecho. Plinio explica las nuevas dimensiones geográfi cas al tiempo que promociona la fi gura de Augusto como artífi ce de los nuevos límites del mundo: «…Hoy día, partiendo de Gades y de las Columnas de Hércules, se viaja por mar por todo el Occidente, alrededor de las Hispanias y de las Galias. El Océano Norte se ha navegado en un gran trecho, pues bajo los auspicios del divino Augusto la
escuadra costeó toda Germania hasta el Promontorio de los Cimbrios, y desde allí percibió un mar inmenso, antes solo conocido por referencias, que se extiende hasta la playa de Escitia (Siberia) y que tiene regiones heladas con un exceso de humedad…» 46 . Los informes ofi ciales de estas navegaciones responden a intereses políticos; solo así podrían entenderse las palabras de Druso recogidas por Tácito 47 afi rmando que en sus exploraciones en el Océano Norte ha localizado unas Columnas de Hércules, con las que se pretende trasladar los hitos terminales del mundo a nuevas cotas geográfi cas cuyo mérito corresponde a Augusto.
Es el propio Tácito quien nos muestra deliberadamente las inconveniencias de los viajes hacia el Norte, tal y como ya habían hecho con anterioridad los cartagineses en el Atlántico de forma interesada: «…Cuantos volvían de aquellas lejanías contaban cosas admirables. Tormentas violentísimas, aves inauditas, monstruos marinos, seres mixtos de hombres y bestias, cosas que habían visto o que simplemente se habían fi gurado por el miedo…» 48 . Esto explicaría el escaso interés romano por proseguir con las exploraciones; por el contrario siempre intentará garantizar los viajes náuticos entre sus dominios, hasta Britania en el oeste y el Rin por el este. De nuevo Tácito nos habla de una fl ota romana que circunnavega Britania, descubriendo las Islas Orcadas y avistando incluso Thule, pero no dirigiéndose a ella. A partir de este momento, se muestra Ultima Thule como extremo septentrional de la Tierra, mezclando literatura con noticias no contrastadas. «…Cuentan que aquel mar en calma y fatigoso para el remo no se encrespa con el viento, como es normal a mi juicio porque las tierras y los montes, causa y origen de las tempestades, son escasos, y una masa profunda de un mar ininterrumpido se pone en movimiento con mayor difi cultad…» 49 .
Pero quizá sea el fi lósofo cordobés Séneca quien registre de manera más clara lo que suponía la nueva política expansionista del imperio: «…En este orbe accesible nada permanece donde estuvo, el indio bebe el agua del helado Araxe, los persas las del Elba y el Rhin. Vendrán siglos en que el Océano abrirá sus barreras y aparecerán nuevas tierras; Tetis descubrirá nuevos orbes, y no será Thule la última tierra…» 50 . Como bien apunta Cravioto, por un lado profetiza el descubrimiento de tierras ultramarinas que se daría de manos de Cristóbal Colón 1500 años más tarde, y por otro, está describiendo un proceso de globalización, el primero de la historia de la humanidad.
Rutas comerciales y calzadas romanas más allá de las fronteras imperiales
Que había rutas comerciales más allá de las fronteras imperiales es un hecho incuestionable, algunas de ellas terrestres, planifi cadas y dotadas de instalaciones, y la mayoría simplemente siguiendo líneas de comunicación naturales, particularmente las que seguían los cursos fl uviales en los valles. El origen de muchos de estos caminos se pierde en el tiempo, como las rutas del ámbar báltico o del oro y marfi l africanos. Los comerciantes que desempeñaban sus funciones en el Mediterráneo probablemente no fueron más allá de los puntos comerciales disponibles dentro de las fronteras, mientras que el comerciante común no estaba al tanto del inicio y el fi n de la frontera, favoreciendo un intercambio ultraimperial; algunos jefes tribales como Maroboduud, rey de los Marcomanos, estaban a favor de tal intercambio de bienes. Existen numerosos casos de materiales llevados por los romanos hasta puntos extrafronterizos, aunque hay que tener cuidado y distinguir entre los movimientos materiales resultantes de la actividad comercial de exportación y los que se debían a regalos diplomáticos, botines de guerra y objetos perdidos. Claramente reveladores son los mapas que publicó Mortimer Wheeler sobre los hallazgos de monedas romanas en lo que él llamó la «Alemania libre» (más allá de las fronteras imperiales) y su distribución a lo largo de los siglos en la zona de la India, ambos en su obra de 1955. 51
Todos estos materiales simbolizan la rutina de los comerciantes que se aventuraban más allá de los límites «…desarmados, en son de paz y en busca de fortuna…» 52 , pero también los intereses estatales refl ejados en casos como el del caballero enviado por Nerón en busca de ámbar al litoral báltico y sus mercados, o la exploración llevada a cabo por un tribuno militar acompañado por su guardia pretoriana y enviados también por Nerón a una expedición etíope para reconocer las costas de Meroe. 53
Este intercambio comercial trajo, inevitablemente, consigo infl uencias artísticas, religiosas y culturales, dando lugar a extraordinarios híbridos a lo largo de las fronteras del imperio y más allá de estas. Pero ¿cuales eran las motivaciones que respondían a los impulsos periféricos romanos? Si bien es cierto que la motivaciones tanto personales como colectivas que impulsaron al hombre a viajar en la antigüedad ya han sido examinadas en otros trabajos especializados, también lo es que en el caso de los viajes periféricos hay rasgos específi cos que merece la pena observar; emprender viajes más allá de las fronteras y adentrarse en geografías desconocidas supone un riesgo y una inversión que bien merece una motivación sufi cientemente importante; podríamos decir que el comercio es la más importante de todas ellas, pero no exclusiva, como veremos a continuación.
La apertura de rutas comerciales fue primordial para los intereses económicos romanos, tanto privados como estatales. El establecimiento de nuevas vías y rutas comerciales no era un fi n, sino un medio para alcanzar dichos objetivos. El comercio con Asia y la apertura de la ruta de la seda y las especias, descrita
por Isidoro de Charax en su Mansiones Parthicae, o la extraordinaria mención en los Anales de los Han de la llegada a la corte China de un embajador de An-Toun (Marco Aurelio) 54 , la primera de las muchas embajadas romanas a China son hitos que demuestran tales intereses.
Pero los viajes comerciales exteriores fueron de alcance limitado; marginales en el Atlántico y tierras europeas del norte (en busca de ámbar y estaño) 55 y escasos en el interior africano (se limita a cierto comercio de oro y esclavos). Pero suerte dispar corre la ruta marítima hacia la India y Asia, corroborado por la considerable cantidad de moneda romana allí encontrada y por el envío de misiones diplomáticas a la zona; según Estrabón 56 el fl ujo de naves en época ptolemaica se estimaba en 20 barcos mientras que bajo el principado de Augusto esta cifra asciende hasta los 120 barcos romanos partiendo del puerto de Myos Hormos para practicar este comercio, cada uno de los cuales estaba preparado para soportar este viaje una vez al año, dado que el uso de los vientos monzones no fue de aplicación hasta el imperio de Trajano a principios del Siglo II d.C., aunque su descubrimiento se data en tiempos de Augusto y Tiberio. Plinio calculaba que el precio de estas mercancías de lujo (productos indios y chinos) alcanzaba unos 100 millones de sestercios, es decir, el 8% de los ingresos del Estado romano. Estos viajes a las Indias partían de Myos Hormos en Julio y llegaban a su destino 70 días después, e iniciaban el viaje de regreso en Diciembre, aprovechando también los monzones, y con las bodegas cargadas de perlas, piedras preciosas, marfi l, ébano, seda, especias (sobretodo pimienta), perfumes, ungüentos y un largo etcétera.
Pero el interés sobre esta ruta no era de un solo sentido; según los Anales de la Dinastía Han de China, el emperador Yung Tuan de Ho-Ti, en el año noveno de su reinado, envió a su general Pan-Chao a explorar la posibilidad de establecer una línea regular marítima de comunicación con los romanos, y sus conclusiones lo desaconsejaban por las condiciones marítimas y por la distancia. Así, los emperadores chinos tuvieron un notable interés en mantener activa la Ruta de la Seda a través del país de los partos, y, aunque fue la vía marítima la que mantuvo el enlace comercial entre Roma y la India, se dieron viajes terrestres con la intención de abrir la Ruta de la Seda en Oriente, como el intento del macedonio Maes Titiano y otros recogidos más tarde en la obra de Claudio Ptolomeo 57 en los que se observa que la ruta partía de Antioquia, atravesaba la parte alta de Mesopotamia, llegando a Asia Central hasta el Himalaya. Hacia Oriente se abrieron las rutas transcontinentales desde las ciudades-cabecera de la zona del Éufrates (Antioquia, Margiana en Turkmenis-
tán y Bactra en Afganist án), que tenían contacto con las caravanas de la seda provenientes de China. Pero el deterioro del poder imperial chino y la oposición del reino de los Partos acabarán con las posibilidades de esta ruta comercial terrestre.
Pero aun en el Imperio Bizantino se mantienen estos viajes tal y como vemos en la obra Topografía Cristiana del monje Cosme Indicopleusta (S.VI), obra en la que habla de los viajes comerciales que se realizaban hacia la región productora de la seda por el interior de la India. Las motivaciones, según dicho monje, no eran tan solo comerciales, sino de fe, pues los hombres «…espoleados por la curiosidad de saber si el Paraíso se encontraba en tal o cual tierra, no vacilaban en muchos casos en aventurarse hasta allá…» 58 , y esto, teniendo en cuenta que, tal y como apuntaba Dilke 59 , estamos en una época en la que el paraíso terrenal se identifi caba con Oriente, hasta el punto de convertirse en una realidad para-geográfi ca que aparecía en los mapas. La extensión de este tipo de incursiones periféricas de motivación comercial hacia occidente viene determinada por un condicionante de tipo económico; el desgaste de recursos en oriente lleva a la expansión occidental, los productos defi citarios en Oriente se buscan en occidente (metales, salazones, púrpuras).
Otra motivación claramente detectable en las acciones políticas de los emperadores, en la evolución de los mapas y en las citas literarias, es la militar. El conocimiento topográfi co de las zonas de próxima intervención militar era primordial para Roma y es básico para entender el éxito de la mayoría de las operaciones militares. Ya se ha apuntado que casos como el de la mención a mapas estratégicos (Puertas del Caspio) o los viajes extremos como el de Pytheas, pudieran ser en realidad viajes de preparación militar. La necesidad de conocimiento de las zonas en posible confl icto residía en la misma toma de decisiones de los emperadores; conquistar una zona logísticamente desfavorable no solía ser habitual. Al respecto cabe pensar que la frontera romana se expandió hasta límites establecidos por factores económicos y logísticos, y no únicamente por factores políticos o militares. Otro factor a tener en cuenta era la cuidadosa preparación geográfi ca para las nuevas colonias. Pero si hay una cita interesante en este sentido es la de Vegecio: «…Un general debe tener perfectas descripciones de todas las regiones en las que batalla, no solo para conocer las distancias en pasos, sino para saber del estado de los caminos, los caminos más cortos, las montañas y los ríos…algunos han ido tan lejos en busca de tal información, que no solo tienen descripciones de los itinerarios sino ilustraciones, por lo que pueden planear la estrategia y ver antes que sus ojos la carretera que deben seguir...». 60
Finalmente debemos analizar una última motivación a tener en cuenta, y sería la propaganda política de base geográfi ca. Quien abre el mundo demuestra que no solo domina el mundo que ya se conoce sino que tiene poder sufi ciente como para iluminar tierras que hasta ese momento tan solo pertenecen al imaginario mítico, reservadas para dioses y héroes. En ese contexto hay que entender lo ya comentado sobre Julio Cesar y su extensión atlántica, occidental y nórdica, como acto de propaganda política y demostración de poder; así contextualizamos la ya mencionada afi rmación de Druso de haber encontrado unas Columnas de Hércules en el Océano Norte, traslado claro del hito terminal antes localizado en Gades. Esta motivación no es exclusiva de ningún emperador en concreto, sino que se trata más bien de una actitud, una actitud política que favorecería los viajes exploratorios, y la ampliación y difusión del conocimiento geográfi co del mundo conocido por los romanos. Así lo resumió Arístides: «...No tememos ahora ni al estrecho de Cilicia, ni a los estrechos caminos que nos llevan a Egipto a través de las arenas de Arabia; no nos impresionan ni la altura de las montañas ni la bravura de los ríos… ser un ciudadano romano, incluso ser uno de sus sujetos, es garantía sufi ciente de seguridad personal...». 61
CONCLUSIÓN: Roma abre y se abre al mundo
Los saltos cualitativos, tanto tecnológicos como ideológicos, que dieron los romanos en materia de comunicación y transportes, no han sido superados en muchos casos hasta bien entrado el S. XVIII con la revolución industrial, y en otros campos es la semilla romana la que ha hecho germinar muchos de los avances de esta época 62 . La naturaleza y alcance de los recursos en manos de romanos, los avances en los medios de comunicación disponibles durante los dos primeros siglos de nuestra era, la mejora en las infraestructuras de comunicaciones marítimas y terrestres (estructuras portuarias, red de faros y vías), el compromiso romano con el mantenimiento de la seguridad en las vías de comunicación, la generalización de intercambios entre provincias y más allá de sus fronteras (China, India, Báltico,…); todos ellos son factores que propiciaron grandes oportunidades para los comerciantes durante este periodo. Filón de Biblos afi rmaba (según la Chronographia de Eusebio de Cesarea) «... hoy en día en nuestra búsqueda de riqueza saqueamos todos los rincones de la tierra y excavamos en llanuras y montañas para encontrar oro y plata, cobre y hierro, o piedras preciosas...», mientras Seneca declaraba que «...el deseo de trafi car arrastraba al hombre precipitadamente sobre todas las tierras y los mares con la esperanza de hacer ganancias...».
En cuanto a la evolución de las comunicaciones en Roma hay una cita de Gozalbes Cravioto que me permito reproducir aquí y que defi ne a la perfección las conclusiones a las que podemos llegar sobre el origen de la postura romana en cuanto a comunicación
y transporte:
«…Roma signifi có la plasmación fi nal de las instituciones y de las formas de vida que se habían venido fraguando durante dos mil años (en torno a la cuenca mediterránea)… Esta doble llama, la ´exótica` y la ´mediterránea` se fundirán en Roma, pero esta última se transformará más directamente en ´occidental`…» 63 . Esta afi rmación defi ne casi a la perfección el marco en el que surge la política romana en lo que a comunicaciones y transportes se refi ere, y en el que se desarrolla hasta alcanzar el status imperial. Heredera de instituciones estatales del oriente mediterráneo y de unas pautas en cuanto a comunicación, que les llevarán a dominar tierra y mar, incluso más allá de sus fronteras.
La mejora y creación de nuevas instalaciones portuarias (red de faros, almacenes, ampliaciones de complejos portuarios como el de Ostia o Cemtumcellae), así como la organización imperial de dichos puertos en «grupos de puertos» o en «fachadas portuarias especializadas», indican una creciente importancia de la ideología marítima de un pueblo, el romano, de origen agropecuario, que poco a poco va entendiendo la necesidad del control comercial y militar de las aguas imperiales, acechadas por peligros como la piratería y el clima («mare clausum»). Pero el sistema de transporte no descansaba exclusivamente sobre los hombros de unas rutas marítimas o fl uviales; una extensísima red de calzadas complementaba a la perfección dicho sistema, creando una red de transporte mixta e interdependiente, que hacía fl uir a la perfección el comercio y las funciones administrativas de un imperio de extensiones bárbaras.
Viajeros de todo tipo (tropas, Emperadores, funcionarios del cursus publicus, caravanas comerciales de lejanas provincias y mercaderes locales, temporeros, ciudadanos privados y ricos propietarios rurales, artistas, profesores, poetas buscando patrón, sentenciados al exilio o litigantes en procesos judiciales, enfermos en busca de aguas curativas, peregrinos, consultores de oráculos, científi cos curiosos,...) utilizaron las vías romanas, primer elemento de unifi cación y de ocupación territorial, arteria de comunicación e infraestructura básica de los desplazamientos interiores… ya lo dice la famosa cita: Omnes viae Romam ducunt. Roma era consciente de la importancia de la red de comunicaciones terrestres que estaban desarrollando. Así lo prueban también los mandatos imperiales para el mantenimiento, construcción y habilitación comercial de las calzadas, los itinerarios, los mapas de carreteras y otras fuentes literarias, que prueban el conocimiento que los romanos poseían de su experiencia directa en viajes exploratorios. Es indudable la labor romana en cuanto a la construcción de los cimientos del sistema de comunicación terrestres, pero deberíamos tener en cuenta las comunicaciones interiores que ya existían antes de su llegada a diversos puntos; tales son los casos de Galia y Britania. La aportación romana va más en la línea de mejoras en la calidad (de caminos de barro a carreteras pavimentadas y señalizadas capaces de absorber tráfi co de tropas y de otro tipo de alta intensidad). Allí donde hubiera nuevos territorios conquistados a desarrollar y donde hubiera que llevar el comercio, había un emperador proporcionando comunicaciones (así entenderemos mejor las vías especiales que Tiberio desarrolló para las minas de oro de las regiones de Asturica y Gallaecia, o las que Claudio desarrolló en la zona NO de la Galia, zona rica en hierro y que daba acceso a Britania); incluso allí donde se habían construido vías para uso militar pronto comenzó a fl uir el trafi co civil y comercial. La tendencia cambió con la dinastía Flavia, de un desarrollo viario de ajustes comerciales, se pasó a un desarrollo viario fronterizo de carácter defensivo sobre las cuencas del Rin, el Danubio y el Éufrates, pues era la fachada NE del imperio la que traía ahora peligros, y en la que la necesidad de rápido transporte de tropas se hacía ahora esencial. Es en este contexto donde encaja la teoría apuntada en conversaciones sobre el limes defensivo con el profesor Gonzalo Bravo quien afi rma que las fronteras romanas no siguieron avanzando más allá de donde sus posibilidades logísticas y administrativas, y la presencia de materias primas para el abastecimiento de tropas, lo permitieran. Es por tanto, un factor económico y logístico más que político.
Finalmente, en cuanto a los viajes exteriores podemos afi rmar que mercaderes y comerciantes se expandieron por todo el Imperio y más allá de sus fronteras gracias a la paz y la seguridad conseguidas por éste, desde la India (donde erigieron un templo en Muziris a la diosa fortuna de Roma y a Augusto) hasta Britania (donde hay noticias de un tráfi co fl uido de mercancías y de personas); también en la fachada atlántica africana, hacia el interior de África, remontando el Nilo y hacia el interior y Norte de Europa. Las provincias del Este eran las regiones de la industria y la manufactura, sobretodo de productos de lujo, mientras las del Oeste se convirtieron en el gran almacén de materias primas, rico en depósitos minerales de oro y plata, hierro y cobre, plomo y estaño. Durante los dos primeros siglos, se produjo un movimiento comercial hacia el Oeste; la riqueza emanada de los nuevos centros de minas en el Oeste era invertida en lujo y así podemos observar un éxodo de talentos hacia el Oeste. Parte del estigma del comercio estaba desapareciendo; ser un mercader ya no estaba tan mal visto, ya no es tan vergonzoso; algo cambiaba en la sociedad romana. Llega el tiempo en que el hombre se embarca ya en grandes empresas comerciales en busca de grandes benefi cios personales.
Así, sobre las tierras pacifi cadas y seguras por las armas romanas, y sobre los mares liberados de piratas por las fl otas romanas, vemos una corriente de trafi co fl uyendo. Este incesante intercambio de corta y larga distancia fue el resultado de las políticas imperiales
de impulso del comercio y la comunicación. Con la ruptura de barreras que supuso el imperialismo romano, no es de extrañar que los desplazamientos y viajes fuesen cada vez más frecuentes. Como consecuencia de esta política romana de expansión se dieron una serie de transformaciones económicas y sociales que propiciaron la mayoría de desplazamientos: individuales (exiliados, rehenes,…) o en masa (esclavos, refugiados, prisioneros de guerra, tropas…). En todo el mediterráneo se dan procesos de emigración social y económica hacia la ciudad, viajes y campañas militares, viajes comerciales (en manos de los negotiatores) y procesos de difusión cultural. Estos y muchos otros factores constituyen el grueso de las motivaciones que impulsaron a los romanos de época imperial a emprender viajes y movimientos por todo el territorio bajo el dominio de Roma o más allá de su infl uencia política. El viaje se generaliza como agente de conciencia universal. Durante dos siglos, Roma abre y se abre al mundo; la parte más civilizada del mundo disfrutó de paz y prosperidad como nunca antes se había conocido. En palabras de Plinio «...la fuerza del imperio romano ha dado unidad al mundo; todos debemos coincidir en que la vida humana se ha benefi ciado de ello…».
BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
1. Tertuliano, De anima, 30. Un romano de Cartago, expresión en sí mismo de la diversidad imperial romana. 2. Irineo, Libri quinque adversus haereses, IV, XXX, 3. 3. Plutarco, Moralia, 630B. 4. Aelio Arístides, Orat. XXXVI, 95, Orat. XXXV, 94. 5. Luciano de Samosata, Rel. Ver. I, 3. 6. Plinio, N.H., V, 4. 7. Hespérides: Termino de origen griego cuyo signifi cado podemos relacionar, por evolución etimológica, con occidente. Deriva al latín uesper, del que tenemos vespertino, que hace referencia a la tarde y, por ende, a la puesta del sol, es decir, a occidente. El mito del gigante Anteo también es digno de análisis etimológico: ante-eo, lo que signifi ca antes del alba, el alba se sitúa en oriente, anti-oriente deriva en una localización occidental, por donde se pone el sol. La geografía asociada a la etimología mitológica es bastante lógica si analizamos estos y otros ejemplos, demostrando ese componente mitológico de las geografías periféricas. Al respecto ver también nota 34. 8. Polibio, Historia IV, 42,6. 9. Se supone que puede haber razones personales o político-propagandísticas de por medio para los ataques contra Pytheas por parte de estos autores, que recordemos son «víctimas» de la inversión de las elites llevada a cabo por los romanos. Si bien es cierto que se trata de desmentir su viaje, no lo es menos que la localización de su logro geográfi co, la isla de Thule, se convirtió para los romanos de época imperial en un hito geográfi co terminal. 10. Tácito, Germanico, 2, 1. 11. Marciano de Heraclea, I, 2-3. 12. Luciano de Samosata, Hist. Ver. I, 3 13. Estrabón, Geo. XV, 1, 2 y V, 1, 2. 14. Plinio, N.H. VII, 22-23. Se centra en los relatos de Ctesias y Megastenes. 15. Luciano de Samosata, Hist. Ver. I, 16. 16. Estrabon, Geo., XV, 1, 44. 17. Herodoto, III, 102. 18. Isidoro de Sevilla, Ethym. XI, 3, 18. 19. Estrabon, Geo., XVII, 3, 3. 20. Plutarco, Sertorio, VIII. 21. Estrabon, Geo. XVII, 3, 7. Pomponio Mela I, 5; III, 10. 22. J.E. Casariego (1949), Los grandes periplos de la antigüedad, CSIC: Instituto de estudios africanos, 8. 23. Plinio, N.H. IX, 92. 24. Eliano, Hist. Anim., XIII, 6. 25. Plinio, N.H. IX, 9 y N.H., IX, 10 26. Estrabon, Geo. II, 5, 34. 27. Periplus Maris Erythraei, es un periplo griego en 66 capítulos que describe la navegación y las oportunidades de comercio desde los puertos egipcio-romanos a lo largo de la costa del Mar Rojo, África Oriental e India, así como las descripciones precisas de la zona de la llamada Mar Eritrea, generalmente referida al Mar Rojo, y que para los antiguos griegos incluía el Océano Índico y el Golfo Pérsico. La fecha más aceptada para este texto es mediados del s. I, aunque la identidad del autor es desconocida; parece ser la descripción de primera mano de un comerciante egipcio, aunque hay corrientes que atribuyen el texto a Flavio Arriano, únicamente por la cercanía temporal con su obra Periplus Pontus Euxini. Tal y como apuntó Behill (1973) los periplos se generalizaron como alternativa comercial a las más trabajosas rutas terrestres. 28. El precedente más importante de las exploraciones en esa zona es Eudoxos, y anteriores aun, las empresas del
faraón Necao, ambas con el objetivo de completar la circunnavegación del África, y con resultados dispares. 29. Estrabon, Geo. III, 2, 13. 30. Pomponio Mela, III, 102. 31. Plutarco, Sartorio, 9. 32. Delegado de la autoridad romana en la zona, casado con Cleopatra Selene y ambos educados en Roma. 33. Plinio, N.H. VI, 203-205. 34 De nuevo los orígenes etimológicos de topónimos antiguos demuestran su lógica: Ninguaria, del griego nieve. Dada tal efectividad etimológica deberíamos profundizar en los orígenes etimológicos de los mitos y sus posibles localizaciones. Ver también nota 7 a propósito del mito de Anteo y las Hesperides. 35. Miel y ambrosía eran considerados manjares divinos; el hecho de que aparezcan como producto producido en estas islas delata la ya mencionada mitifi cación de estos territorios; caso similar se da en las descripciones que hay de Thule, otra tierra extrema, periférica y deliberadamente mitifi cada. 36. Lucano, Pharsalia X, 268-284. 37. Plinio, N.H. V, 51-52 38. Dion Cassio, LXXV, 13 39. Séneca, Cuestiones Naturales, VI, 8. 40. Gozalbes Cravioto, E. (2003), Viajes y viajeros en el mundo antiguo. 41. Virgilio, Eneida, I, 286-288 42. Plutarco, Caesar, 23. 43. Res Gestae Divi Augusti, 269. 44. CIL II, 4701. Inscripción miliaria. 45. Los estudios más extensos al respecto son de Roger Dion y Barry Cunliffe. 46. Plinio, N.H., II, 167 47. Tácito, Germanico, 34 48. Tácito, Annales. II, 24 49. Tácito, Agrícola, 2, 4 50. Seneca, Medea II, 371 y ss. 51. Mapa de la distribución de monedas romanas en la «Alemania libre» y mapa de distribución de monedas romanas en la India en Wheeler (1955), Rome beyond the imperial frontiers. Pag. 65 (Figura 6 – Journal of roman studies, XXVI) y Pag. 138 (Figura 16). 52. Plinio, N.H. VI, 208. 53.Plinio, N.H, XXXVII, 45; VI, 181 y 184. 54. Aunque es atribuida a Antonino Pío, responsable del famoso Itinerario Antonino, por el Hou Hanshu (la historia de fi nales de la dinastía china Han), probablemente fuera enviada por Marco Aurelio. Antonino Pío murió en 161, mientras que el convoy llegó a China en el año 166. La confusión se produce porque Marco Aurelio tomó como nombres adicionales los de su predecesor, en señal de respeto. De este modo, la historia china se refi ere al emperador como «An Toun» (Antonino). La misión alcanzó la capital china Luoyang en 166, y fue recibida por el Emperador Huan, de la dinastía Han. En China se han encontrado monedas romanas con la efi gie del emperador Marco Aurelio, lo que vendría a demostrar esta teoría sobre la autoría de tal expedición. 55. Islas Cassiterides, llamadas así en honor a la casiterita, mineral del que se extrae el estaño. Su localización está en las islas británicas, tradicionalmente consideradas las islas del estaño. 56. Estrabon, Geo. XVII, 1, 13. 57. Claudio Ptolomeo, I, 12, 5-8. 58. Cosme, Topografi a Cristiana, II, 45. 59. Dilke, O.A. (1985), Greek and roman maps. 60. Vegecio, Epitome rei militaris, III, 6. 61. Cita encontrada en Charlesworth, M.P. (1926), Trade routes and commerce of the Roman Empire, Londres. 62. Así lo afi rmaba Charlesworthy en 1926 en las conclusiones de su obra Trade routes and commerce of the Roman Empire: «…todas las demás diferencias que siempre se mencionan (la sustitución de trabajadores libres por esclavos, mejoras mecánicas, el sistema de fábricas y demás) son bastante insignifi cantes dado que los romanos pusieron la semilla de todas ellas…». 63. Gozalbes Cravioto (2003), Viajes y viajeros en el mundo antiguo, 67.