ROMA Y EL HORIZONTE PERIFÉRICO Sergio González Sánchez
Algo había cambiado en el mundo que Roma dirigía allá por el Siglo II d.C. cuando Tertuliano afirmó que «… por todas partes se abren caminos, todas las regiones son bien conocidas, cada país ha sido abierto al comercio…en la actualidad hay tantas ciudades como antes había chozas. Los arrecifes y los bajos fondos ya no atemorizan. Allí donde hay rasgos de vida humana existen casas, comunidades y unos gobiernos bien establecidos…»1; esta tendencia aperturista era atribuida, en palabras de Irineo, al buen hacer de Roma: «...sed et mundus pacem habet per romanos, et nos sine timore in viis ambulamus et navigamus quocumque volverimus...»2. Estas y otras muchas citas recogidas en las fuentes nos hablan indirectamente de lo que podríamos denominar como el «optimismo geográfico» romano. Optimismo derivado principalmente de la evolución política que atañe a Roma, a su cultura y a la forma de ser de los romanos, en una época en la que su pragmatismo y ese buen hacer les han llevado a dominar gran parte del mundo conocido. La expansión romana en torno al Mediterráneo, el dominio de sus aguas, el establecimiento de rutas comerciales seguras, el dominio territorial basado en el establecimiento, adecuación y reutilización de una tupida red viaria…son todos factores que, analizados en profundidad, explicarían por sí mismos tal sentimiento de optimismo. Pero, ¿era tal el optimismo geográfico romano, o quizá se trate tan solo de un efecto óptico atribuible a la propaganda política imperial? Si eso fuese así, ¿Son fiables estas y otras muchas fuentes que describen el entorno geográfico del mundo romano? Llegados a este punto cabría preguntarse también ¿Hasta donde alcanzaba realmente el conocimiento geográfico romano? ¿Eran sus fronteras un «muro» opaco? Estas y otras muchas cuestiones pretenden ser tratadas en las siguientes líneas desde un punto de vista más historiográfico que arqueológico. La periferia imperial: entre el mito y la mentira En la propia esencia del ser humano está el interés por descubrir los límites del mundo conocido. Así, el mundo desconocido era el terreno propicio para el mito. Allí donde el hombre corriente no podía acceder eran enviados dioses y héroes. Así, el viaje puramente mítico se contraponía al viaje real. Pero la literatura viajera tiende a ser exagerada y, en ocasiones, fantasiosa, tal y como opina Plutarco: «…A los que han recorrido el mundo navegado les agrada mucho que se les pregunte, y hablan apasionadamente de una región alejada, de un mar extraño, de costumbres y leyes bárbaras y
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El Nuevo Miliario
describen… por estimar que en esto encuentran cierta gratificación y consuelo a sus fatigas, y esta clase de ´enfermedad´ se produce sobretodo en la gente del mar…»3. Numerosos autores de la antigüedad, griegos y principalmente romanos, acusaron de tales invenciones principalmente a Cartagineses y Fenicios por un lado (mienten sobre los océanos exteriores, tanto el atlántico como el índico) y a Griegos por otro (mienten sobre los extremos terrestres occidental y oriental). Ejemplos de tales denuncias son los de Aelio Arístides, griego del Siglo II, quien escribe contra las fábulas inventadas por los cartagineses y critica a Eutímenes de Massalia por contar sobre el atlántico «…cuentos para que los niños duerman…»4. O el de Luciano de Samosata, de la misma época, quien critica a Homero por los numerosos prodigios que él se inventó ante los «bobos feacios». En el mismo texto habla del relato de viajes de Yambulo y dice de él que «…forja una mentira notoria para todos pero componiendo un relato bastante placentero…»5. También Plinio6, en la segunda mitad del Siglo I, acusa a los griegos de su gusto por inventar, difundir y narrar los relatos de viajes mitológicos que recogían escritores de unas mentiras portentosas («…portentosa Graeciae mendacia...») y pone como ejemplo de tales mentiras los relatos sobre el Jardín de las Hespérides en Lixus7. Finalmente, Polibio, en el Siglo II a.C., criticó a los navegantes y comerciantes que realizaban descripciones muy poco apropiadas del Ponto Euxino8. Otro personaje objeto de sus críticas y de las de otros autores posteriores, como Estrabon, fue Pytheas de Massalia, contra quien se despacharon bien a gusto a propósito de su viaje a la mítica isla de Thule en los confines boreales. La polémica sobre la veracidad de su hazaña causó gran revuelo entre sus contemporáneos; si bien las fuentes pro-romanas como Polibio y Estrabón tratan de restar veracidad al asunto con bastante ahínco9, la mayoría de geógrafos, historiadores y escritores de la antigüedad dieron crédito al relato de Pytheas, convirtiéndose en uno de los primeros grandes exploradores de la historia. Tácito10 describe bien el origen de los relatos asociados a los viajes: «…quienes en otros tiempos querían cambiar de lugar, no lo hacían por tierra sino por mar…», por ello el relato característico de los viajes antiguos es la descripción del viaje marítimo, que surge en el mundo griego con los Periplos, la simple descripción de rutas, de los que Marciano de Heraclea ofrece una larga lista: «…Escribo después de haber leído multitud de periplos y de haber empleado mucho tiempo
nº 7, Diciembre 2008