TIERRA, PA’LAS MATAS… EL DE LA TIERRA…
ALFREDO TIRADO CAMBIÓ LA TIERRA PARA LAS MATAS POR CACHOS DE LOTERÍA Por Juan Lizárraga T. NOROESTE-Mazatlán, 19 diciembre de 1981
Silencioso pasó el “Día del Billetero”, celebrado el 16 de diciembre a nivel nacional. Aquí, la Agencia de la Lotería Nacional les ofreció a estos desafortunados vendedores de especulativas fortunas, una modesta comida. Es ley de la vida la contradicción, pero se vuelve cruel y penosa en el billetero, quien deambula por la calle vendiendo pobremente los números que a más de alguno ha hecho millonario de pesos en México y en Mazatlán. Para muestra, un botón basta. Ya los mazatlecos conocen a Alfredo Tirado. Sí, sí, “El de la tierra”, aquél que montado en un burro y seguido por otros, recorrí las calles de la ciudad al grito de “tierras pa’las matas” y con una frase mordaz y burlona, que en ocasiones ofendía a los poderosos económicamente o a los gobernantes, o a sus esposas, para vender tierra abonada con estiércol de vaca para la siembra de plantas. Se dejó de esos quehaceres. Suspendió sus recorridos por las ordeñas para recoger el estiércol, vendió sus medios de transporte, los burros, y empezó a vender cachitos de lotería. Es “El de la tierra”, comenta la gente al oírlo gritar su mercancía. Es que no pierde ese tono arrebuznado, semiagudo y desafinado que lo hizo popular, y dice ahora:
“Lotería para el Año Nuevo”, repite y repite y ensarta frases que siguen llamando la atención. ¿Por qué “El de la tierra” dejó su antigua y fértil tarea (para las matas) para vender cachitos de lotería? Por qué es más negocio la última. Figúrese nomás: viene ganando entre 100 y 150 pesos diarios, figúrese nomás. Vendedor de fortuna y nunca la ha conocido. Ni cuando dejó su rancho El Salto, ni ahora. Como hasta los veinte años trabajó en el campo y se traía un pedazo a la ciudad con su tierra, la que vendió durante 10 años. Si es desventura la soledad, nunca se casó y está solo. Tampoco conoce algo de política, no digamos internacional o nacional, sino local, porque nunca aprendió a leer. ¡Ah! Pero nadie lo embauca en las negociaciones, en la venta de cachitos. Nomás le dicen cuánto valen y él se las arregla para el cambio, sin dar nunca de más. Fue él con sus burros, su tierra y su estiércol, un punto intermedio entre el desarrollo urbano de Mazatlán; lo atrapó el cambio de los rebuznos por el de los escandalosos cláxones; las “pulmonías”, las “aurigas”, los miles de vehículos que circulan por la ciudad, echaron fuera a los burros. Y ahora que lo vemos vendiendo cachitos de lotería, se nota que algo le quedó de los burros, de la tierra y del estiércol pa’las matas: lleva la fertilidad, para que obtengan riquezas otras gentes. Y en la esquina se oye el ineludible, repetible e interminable grito: “Lotería para el Año Nuevo”.