UN CUENTO INFANTIL Haku era un niño muy inquieto. Tenía cinco años y se llevaba todo el día jugando, soñando. Él era un samurái se enfrentaba contra hordas de enemigos. En su mente infantil veía esto como un juego, cuando en realidad no lo era. Vivian en una zona de Hymukai donde todavía no había llegado la guerra, un lugar alejado y aislado, cercano a una pequeña aldea. Vivía allí con sus padres y su abuelo. Estos eran labriegos, cultivaban la tierra y con ello ganaban suficientes kokus como para mantener a toda la familia. Las cosas les iban bien, ya que la tierra era fértil, y en una aldea cercana sus padres vendían muy bien sus productos. Al estar estos fuera casi todo el día, la única compañía que tenía el niño era la del anciano. Era un hombre de presencia adusta, pero de aspecto venerable. Y si a alguien quería Haku en el mundo, además de a sus padres, era a él. El anciano le contaba historias, historias del pasado, de cuando los samurái eran venerables y honrados, de un tiempo de héroes y villanos. Esas historias le encantaban al niño y todas las noches, antes de dormir hacia que el abuelo le contara alguna. Y el anciano sabía muchas, muchísimos cuentos. Le hablaba de otros tiempos, tiempos mejores, donde el honor, la magia y el encanto se daban la mano. Aquella noche, poco antes de llegar sus padres, después de comer un cuenco de arroz, se acostaba y su abuelo le acompañaba hasta que se quedaba dormido. Después les preparaba a sus padres la comida. Una vez a la semana tardaban más, ya que el viaje era el más importante, ya que el monto de cosecha que llevaban era el mayor. Y ese momento lo aprovechaba Haku para que el anciano le contara historias. -
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Cuéntame una historia abuelo. Pocas me quedan por contar ya, Haku- dijo el anciano sonriendo. Llevaba el pelo largo, níveo, recogido en una coleta y una barba larga, que hacía años que no se afeitaba, que le daba un aspecto, más que de labriego, de un gran señor. Cuéntame…- dijo el niño deteniéndose a pensar- una historia real, algo de cuando tú eras joven. Bien, intentare contarte algo. No de cuando yo era joven, si no más atrás en el tiempo.
El hombre carraspeo, como para preparar y limpiar la garganta para empezar a contar. “Hace muchos años, bastantes más de los que yo tengo, existía una provincia, en el norte alejada de todo y de todos. Su nombre era Haketura y en ella vivía un Señor de la Guerra tan poderoso como cruel. Se llamaba Asemotake y era uno de los Señores del Norte. Su ejército era uno de los más poderosos de Hymukai, y a su vez era uno de los Señores del Emperador.
Pero no este Emperador que hemos conocido, si no su tatarabuelo, un hombre piadoso y benevolente que reinaba en un Hymukai que llevaba siglos en paz. Este Señor era conocido como él Shogun del Norte, ya que su ejército dominaba todo el norte de Hymukai. Su poder era conocido por todos, igual que su crueldad. Aun así era querido por muchos de sus ciudadanos, aunque era implacable con los que intentaban alzarse contra él. Así que, después de una campaña en la que habían conquistado varias provincias y después de que el Emperador lo dignificara con los más altos honores, en su provincia de origen se dio una hambruna. Eso hizo que los campesinos y ciudadanos se volvieran hacia su Señor, implorándole comida. Aun teniendo los graneros repletos de arroz, este Señor no socorrió a sus súbditos, ya que esas provisiones las guardaba para la campaña que estaba preparando. Esto llevo a los campesinos a organizar una rebelión.” Haku miraba a su abuelo con los ojos muy abiertos, interesado por lo que el anciano le estaba contando. Su abuelo vio que aquello le gustaba, hizo una pausa para recuperar un poco el resuello y continuar el cuento. “Al ver esto, el Señor se empleó a fondo por sofocar la sublevación. Pero cada vez que sus tropas mataban a más rebeldes, otros ocupaban su lugar. Incluso algunos de sus soldados, viendo lo que estaba sufriendo el pueblo, se unieron a estos. Dos de sus mejores hombres, dos generales, Mikkiamoto y Jobei, se unieron a los rebeldes y organizaron levas de soldados. Y muchos de los hombres a su mando, muchos samuráis, se les unieron. El general Mikkiamoto al ver la situación, mando un mensaje al Emperador contándole lo que estaba sucediendo en la provincia con su anterior Señor. Ya organizados, el enfrentamiento entre rebeldes y los esbirros del Shogun fue cada vez peor para este. Los dos generales eran sus mejores hombres y conocían a la perfección sus tácticas y estos barrieron el ejército del campo de batalla. Entonces su camino los condujo hasta la capital, donde asediaron la fortaleza. El Shogun, viéndose perdido, rezo a los Kami, llegando incluso a ofrecer su sangre por la ayuda de estos. Y le escucharon.” -
Sigue abuelo, sigue, que está muy interesante. Espera un poco Haku, déjame tomar un poco de respiro y beber algo de agua, tengo la garganta seca.
El chico asintió. Su abuelo cogió un cuenco y lo lleno de agua, la cual bebió. Acto seguido tomo aire y continúo. -
Bien ¿por dónde iba? El Shogun estaba asediado por los rebeldes y los Kami oyeron la petición del Gran Señor. Ah, ya lo recuerdo, seguiré contando.
“Los Kami oyeron su suplica. Pero el que lo oyó era un Kami malvado, un Kami infernal. Este hizo un pacto con el Shogun, lo ayudaría, pero a cambio este sería el general de un ejército de Demonios. El Shogun, desesperado, acepto. Dicen que entonces se produjo una tormenta en toda la provincia. Los rayos y truenos cayeron enfurecidos sobre el ejército que asediaba el castillo. Y esto solo fue el principio. Las puertas del castillo se abrieron y de él salió el ejército del Shogun, pero ya no eran sus hombres, ya que estos estaban poseídos por el espíritu del Kami infernal. Eran bestias, de ojos rojos, y luchaban masacrando a sus rivales, incluso alimentándose de ellos. Y en cabeza de ellos iba su Señor, el nuevo Shogun recién ascendido. Y entonces le llamaron el Shogun Infernal. Vestía una armadura negra, de un negro tan intenso que irradiaba un aura rojiza en su figura. Además esta estaba moteada por unas ardientes llamaradas atravesaran su cuerpo. El ataque fue brutal y el Shogun Infernal mato a todos sus enemigos, sin piedad. Sus cabezas fueron exhibidas en todas las murallas del castillo, además de que miles de cuerpos eran crucificados en toda la ciudad. El mal se apodero de aquellas tierras.
Mientras, el mensajero de los rebeldes llego a la Ciudad Imperial y pudo entregar el mensaje a uno de los Consejeros del Emperador, el cual le hizo llegar la misiva. El Emperador, incrédulo por lo que estaba haciendo uno de sus Shogunes más apreciados, se retiró a meditar, a pensar que iba a hacer. Y estando meditando fue cuando los Kami Celestiales le hablaron. -
La Oscuridad Infernal se ha alzado en el norte. Debes de pararla, pero para ello no te sirve ningún ejército. Deberás de buscar cinco paladines, cinco corazones puros, cinco guerreros que se convertirán en héroes de nuestra causa. Para ello te daremos estas cinco gemas. Cada una de ellas tiene nuestro poder. Esos héroes lucharan con los dioses celestiales a su lado.
Cinco gemas Celestiales fueron dadas al Emperador. Ahora debía de elegir a sus campeones. Era lo más difícil, ya que a su servicio había muy buenos hombres, muchos de los cuales darían su vida por esa tarea, que además le reportaría gloria y fama. Pero los Kami le revelaron quienes serían los elegidos, no nobles ni generales, sino meros samuráis de las clases más bajas. El primero de ellos era Samikura, experto en el yari. El segundo era Tarike, el único arquero capaz de lanzar seis flechas a la vez y hacer blanco con ellas.
El tercero era un monje del Templo de los Suspiros, Wanabe, experto en el uso de la naginata. El cuarto era Miyori, experto en subterfugios y en sigilo. Y el último, quien los dirigiria, sería el mejor espadachín de Hymukai, Tetsuro, un ronin que se ganaba su vida alquilándose a Señores. Pero solo se alquilaba a aquellos que tenían una causa justa. Estos cinco se presentaron ante el Emperador y este les dio las gemas, que engarzaron en sus armas. Con aquellas armas y el poder de los Kami, derrotarían al Shogun Infernal.
Tras un largo viaje, plagado de aventuras, llegaron a los dominios del Mal. Y fue entonces cuando las gemas se activaron, con un brillo azulado en cada una de ellas. Los esbirros del Shogun les atacaban, pero ellos los derrotaban. Sus armas, mágicas, no solo destrozaban la carne, si no que liberaban el espíritu cautivo de aquellos enemigos. Pronto llegaron al castillo, donde se enfrentarían con el Shogun y sus Onis. La batalla fue muy dura. Samikura atravesaba a sus enemigos con el yari, mientras Tarike mantenía a raya las hordas demoniacas. Wanabe, con sus oraciones y su naginata, luchaba codo con codo con Tetsuro. Y mientras, Miyori, con sus katanas, shurikens y engaños acababa con los enemigos. Pronto el gran patio de la fortaleza estaba lleno de enemigos muertos. Solo los cinco héroes permanecían en pie. Y entonces fue cuando el Shogun Infernal apareció a enfrentarse a los Héroes. Solo la habilidad combinada de los cinco fue capaz de vencerlo, pero no podían matarlo, ya que los Kami Infernales, le devolvían a la vida. Así que, gracias a una idea del monje, encerraron al Shogun en una prisión, un campo de energía benigna que rodeaba la fortaleza. Esta era alimentada por el poder de los Kami Celestiales que habían depositado en las gemas. Estas quedaron solo como un adorno más en las armas. Pero además, les proporcionaron a los Héroes, por intersección de los Kami celestiales, una vida más larga que los humanos normales. Serían los protectores, los cuidadores de que el Shogun Infernal no volviera a ser despertado de nuevo. Y para eso, las gemas los avisarían, al volver a brillar. El Emperador les dio honores por lo que hicieron, pero ellos los rechazaron y volvieron a sus anteriores vidas.” -
Aquí termina la historia, Haku. ¿Y qué paso con los Héroes?, ¿están vivos?, ¿tuvieron más aventuras? Si, muchas más, pero ya es tarde, así que te las contare otro día, ahora duerme, tus padres aparecerán en cualquier momento.
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Mañana me las cuentas, ¿prometido? Prometido- dijo el anciano acariciando la cabeza del chico-, mañana te las empiezo a contar.
El niño cerró los ojos y se quedó dormido en un rato. El anciano comenzó a preparar la mesa, ya que su hijo y su nuera no tardarían en llegar. Y estaba en lo cierto. Aparecieron un rato después. Le contaron que la venta había ido bien, que tenían lo suficiente para pasar el invierno, así como semillas para plantar en primavera. El anciano termino de comer y se retiró a su habitación.
Era un cuarto, al final de la casa. Solo entraba él allí. Era un cuarto austero, casi sin muebles, solo un futón y un arcón. Se acercó a este y lo abrió, y vio que en su interior había algunas cosas, un kimono de épocas anteriores y una katana. Cogió el arma y miro una gema que estaba engarzada en la empuñadura. Estaba brillando con una mortecina luz azulada. El Shogun Infernal ha despertado- dijo el anciano-. Debo de ir al Templo.