10 minute read

Michel Foucault y la pandemia COVID-19

Next Article
Editorial

Editorial

de las futuras dictaduras digitales.1 ¿Se tratará acaso de un panóptico digital? Por lo menos se trata de una cuestión que ya adelantaba la vigilancia e inspección a detalle de los ciudadanos nacionales y extranjeros en los Estados Unidos luego de la caída de las torres gemelas en 2001. En estos días de pandemia, acciones como éstas se llevan a cabo por intermedio de jerarquías que garantizan el funcionamiento capilar del poder en tanto instituciones de salud internacionales, nacionales y locales (ONU, la OPS, la SSA, etc.) incluyendo a las instituciones policiales, todas son representadas en distintos niveles y participan en la vigilancia con acciones punitivas. En medio de la pandemia, éstas llevan a cabo los recuentos de enfermos, vivos y muertos. Incluso el uso del cubrebocas que las personas se ponen y se quitan remite a la asignación que se da a cada uno de su “verdadero” nombre (¿somos alguien?) y de su “verdadero” lugar (¿de dónde somos?, ¿dónde estamos?). Muy probablemente, para Foucault, la enfermedad Covid-19, sería al mismo tiempo real (porque el virus que la origina existe) e imaginaria (porque los discursos llevan su existencia más allá de ésta).

Asimismo, para Foucault, la enfermedad tendría por correlato médico y político la disciplina de las personas. Por un lado, el gran encierro, por otro, el buen encauzamiento de la conducta. Para Foucault la pandemia vendría a ser el mejor dispositivo disciplinario porque abarca todo el universo de ciudadanos que pueden ser controlados desde una red de intereses económicos, políticos, religiosos, etc. El mismo Foucault consideró que las enfermedades epidémicas se recrudecían eventualmente “para responder a exigencias de coyuntura” (Foucault, 2002: 143). Exigencias de coyuntura que podrían ser llamadas “crisis” y que, de acuerdo con Ménendez (2018: 54), son un asunto “estructural al capitalismo”.

Advertisement

En conclusión, hoy vivimos en el mundo “apestado” donde ejercer el poder consiste en controlar sus relaciones y deshacer sus peligrosos complots. Cada ciudad es atravesada por jerarquías que inspeccionan desde una organización de las vigilancias y ramificaciones del poder entre las cuales es difícil ubicar los puntos en que se origina dicho ejercicio; una tarea que, de acuerdo con Castro-Gómez (2000), queda hoy para las ciencias sociales contemporáneas que se inspiran o no en el pensamiento foucaultiano.

1 Como lo ha denunciado Matthew Carney en su reportaje “China la vigilancia absoluta”, producido por el canal alemán DW Documental. Pude verse en: https://www.youtube.com/watch?v=nl3bjvkJjT4

Castro-Gómez Santiago (2000). “Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la ‹invención del otro›”. En Edgardo Lander (Comp.) La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. Buenos Aires, CLACSO pp. 145-161.

Carney, Matthew (2019). “China la vigilancia absoluta”. DW Documental. https://www. youtube.com/watch?v=nl3bjvkJjT4 [consultado el 5 de noviembre de 2020]

Foucault, Michel (2002). Vigilar y castigar. Argentina, Siglo XXI.

Foucault, Michel (1991). Saber y verdad. Madrid, Ediciones de La Piqueta.

Foucault, Michel (1980). Microfísica del poder. Edición y traducción de Julia Varela y Fernando Alvarez-Uría, segunda edición, Madrid, Ediciones de La Piqueta.

Menéndez, Eduardo (2018). Colonialismo, neocolonialismo y racismo. México, UNAM.

Moro Abadía, Oscar (2003). “¿Qué es un dispositivo?”. Empiria. Revista de Metodología de las Ciencias Sociales, número 6, pp. 29-46.

¿Y si tan sólo somos esto?

Este olor fétido, Y el vacío en la noche. Si no hay nada más, Sólo días que mueren Estrellas que nunca tocaremos Ríos de sangre Y huesos arrojados en fosas. ¿Qué pasa si no hay más que esta historia? , Si ya nos contaron cada versión, Si millones murieron en vano. Ébano

Mudanza

Al sur del sur Lejos de lo bueno De todo estorbaco De tantas cadenas Y tiranos Cerca del silencio Para oir crecer las flores Y cantar gorriones Al sur del sur del pensamiento Dónde el único límite sea la muerte.

Ébano, 2021

Raritud

Tengo una cabeza y dos alas atrofiadas que se tornaron manos de las que cuelgan diez cosas largas que llamamos dedos. Poseo una protuberancia con dos ranuras que dicen es la nariz. Respiro aunque no lo siento, ni lo veo. Duermo cuando el sol se va, y a veces al cerrar los ojos despierto. Camino hacía lo que llaman adelante, pago bus y usualmente hago fila. Saludo y me despido como mandan las buenas costumbres, produzco para el sistema y consumo su mierda. ¡Dentro de millones son una más! . Sin embargo, la normalidad es estrecha y mi cuerpo se encoge y se estira con frecuencia siento que no quepo en él. Las palabras son tan pocas no puedo decir todo a través de ellas y me queman desde adentro las experiencias que mueren en silencio calcinadas en mi hoguera. La normalidad de afuera me moldea con sus miles de tentáculos y entonces en una lucha a muerte mi raritud que viene de adentro de las profundidades de la angustia de las fauses de un deseo insaciable de un dolor indomable Salta como loba para defenderme. Rara, rarita, rarísima me dicen los que olvidan su propio infierno. Rara y sin forma me susurran las que sólo ven con los ojos y oyen lo que les ordenan. Rara, rarota me señalan cuando intento volar sin alas. Pero no sé qué es eso, tan solo soy un copo de nieve que se derrite Una estrella de mar en medio del desierto. Todas las rosas del cementerio Un amor herido de muerte en sus laberintos Y una memoria de ébano que no quiere ser más.

La puta

Es la que piensa, Y desobedece La que no teme a su deseo Y se rebela ante tanto “padre” La que disfruta de su cuerpo Y dice lo que siente. La que no quiere ser de nadie. La que mira a los ojos Y no se detiene. Puta, toda mujer que se libera de su yugo.

Ébano, 2015.

DE CANOAS, VIENTOS Y NAUFRAGIOS

Mariana Favila Vázquez

En los estudios sobre Mesoamérica, entre una enorme diversidad de temas, nos encontramos con numerosas indagaciones sobre los ciclos agrícolas y estacionales que regían la vida cotidiana y ritual de las sociedades prehispánicas. Estas actividades eran realizadas en tierra firme, lo que ha permitido a la historia, la antropología y a la arqueología analizarlas en espacios concretos, en los cuales es posible situar los hechos, fenómenos, objetos y a las personas con cierta precisión. ¿Pero qué sucede si nos asomamos a las aguas cristalinas, mansas o con oleaje, exuberantes por sí mismas, con las que diversas sociedades convivían y conviven hoy en día? ¿Qué actividades se llevaban a cabo ahí? ¿En qué se distinguen respecto a las realizadas en un terreno sólido? Y sobre todo ¿qué nos dicen sobre la relación entre los humanos y su entorno?

Sabemos que las sociedades mesoamericanas tenían un estrecho vínculo con los diversos cuerpos de agua y no sólo eso, sino que además eran hábiles al recorrerlos. La evidencia al respecto tiende a ser elusiva; sin embargo, es posible elaborar algunas inferencias sobre dicha relación que ayudan a mejorar nuestro entendimiento del pasado prehispánico. Desde los olmecas, que trasladaban grandes piedras de basalto por los ríos y la costa del Golfo de México; hasta los mayas, que utilizaban canoas talladas en ceibas para sus incursiones en el mar Caribe, y los mexicas, que vivían en una isla rodeada de aguas salobres, las culturas mesoamericanas tenían un amplio

conocimiento de su entorno acuático. En este contexto, la navegación facilitó las incursiones en un paisaje que se conformaba no sólo por la tierra firme, sino que incluía los espacios lacustres, marítimos, fluviales y pantanosos. Encontramos en el vínculo entre estas sociedades y el agua, relaciones recíprocas, bidireccionales, las cuales abren un abanico de posibilidades para explorar las conexiones, en este caso, entre los navegantes, los cultivadores del agua, pescadores y canoeros, con el medio acuático, sus habitantes no humanos y los fenómenos meteorológicos que les impactaban a todos, día con día. Entre estos últimos, se encuentran los vientos, los “nortes” y tormentas, los ciclos estacionales y las fases de la luna, los cuales en conjunto o por separado, influían, e incluso podríamos decir que regulaban y regulan aun hoy día, la convivencia entre humanos, lagos, ríos y mares.

Los espacios acuáticos tenían múltiples significados para las sociedades prehispánicas. Johanna Broda ha señalado la importancia del mar en cuanto a su fertilidad y su papel en la cosmovisión mexica. Manantiales y ojos de agua se concebían como umbrales al inframundo. Así mismo, algunos lugares tenían un peligro intrínseco, como era el caso del remolino del Pantitlan en la laguna de México, donde ocurrían naufragios cuando los pescadores de la nada se veían atrapados en una vorágine de agua y viento que volteaba sus canoas. Esto requería que se realizaran una serie de rituales y se depositaran ofrendas en este espacio, con el objeto de asegurarse que su vida no estuviera en juego al transitarlo.

Lo anterior nos lleva a preguntar ¿había alguna deidad relacionada con la navegación, la cual fuera venerada para asegurar el bienestar de los canoeros? A la que haré referencia aquí es Chalchiuhtlicue, la compañera o bien, como también se le considera, la contraparte femenina de Tlaloc. Esta deidad, la de la falda de jade, era la diosa del agua de las fuentes, los ríos y los lagos. La descripción que hacía fray Bernardino de Sahagún en el libro I de su Historia general de las Cosas de la Nueva España, nos indica su relación con las embarcaciones y la práctica de la navegación: “… honrábanla porque decían que ella tenía poder sobre el agua de la mar y de los ríos, para ahogar a los que andaban en estas aguas y hacer tempestades y torbellinos en el agua, y anegar los navíos y barcas y otros vasos que andan por el agua”. Las fiestas que se dedicaron a esta deidad, junto con el conocimiento de los espacios acuáticos y de diversos fenómenos meteorológicos, buscaron propiciar que el surcar las aguas no terminara en una tragedia que conllevara el naufragio del canoero y su embarcación, y con ello la muerte. A falta de espacio, me enfocaré aquí en algunos saberes sobre el entorno con los cuales se beneficiaban los navegantes prehispánicos y daré algunos ejemplos que se han recuperado en comunidades actuales.

Comenzaremos con la clasificación de los vientos, que entre los habitantes de los lagos de México servía para saber cuándo era adecuado o no adentrarse en sus aguas. Esta categorización, de acuerdo con la información recuperada por fray Bernardino de Sahagún en el libro VII de la Historia General, se estructuraba a partir de las cuatro partes del mundo que Quetzalcóatl controlaba, y se relacionaba con la actividad de la navegación lacustre. El viento que identificaban como proveniente del oriente, donde además se ubicaba el Tlalocan, paraíso subterráneo asociado a Tlaloc y sus ayudantes, era el tlalocáyutl, un viento tranquilo, que cuando sopla “no impide a las canoas andar por el agua”. El segundo viento, el que sopla del norte, provenía del mictlampaehécatl, un sitio equivalente al infierno en la religión católica. Este se percibía como un viento furioso y era muy temido; cuando sopla “no pueden andar las canoas por el agua, y todos los que andan por el agua se salen por temor cuando él sopla, con toda la prisa que pueden porque muchas veces peligran con él”. El tercer viento viene del occidente, donde vivían las entidades femeninas cioapipilti. Este viento no era fuerte, pero sí muy frío, haciéndolo adecuado para la navegación. El cuarto viento “sopla de hacia el mediodía”, y le llamaban uitztlampa ehécatl, que significa viento que sopla de aquella parte donde fueron los dioses que llaman uitznaoa”. Este era un viento peligroso para navegar, ya que producía grandes olas en el agua y por eso las canoas se hundían o eran levantadas, provocando que se voltearan. Correspondía a lo que hoy conocemos como nortes.

This article is from: