Nació en Madrid en 1976. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Es redactor jefe de Religión Digital, el principal portal de información religiosa en castellano del mundo, y colabora en diversos medios escritos y audiovisuales. Experto en información religiosa en nuestro país, es autor de las novelas Cisma; Y resucité de entre los muertos; y de más de una decena de ensayos, entre los que destacan Los curas de ETA; Setién, un pastor entre lobos; El padre Ángel, mensajero de la paz; Benedicto XVI, el nuevo Papa; Mártires por su fe; junto con José Manuel Vidal, Francisco, el nuevo Juan XXIII o Un Concilio entre primaveras y Carlos Osoro, el peregrino.
en CRISTIANO
El cristianismo más que una religión es un sistema de valores, un modo de vida. Un camino, el de los seguidores de Jesús, que nos obliga a dar noticia de su vida, su muerte y su resurrección; de su ejemplo.
Estamos llamados a ser profetas de la buena ventura; altavoces de la vida, las bienaventuranzas y la alegría de creer.
Esta es una breve guía que pretende dar pistas de cómo comunicar «en cristiano» en distintos ámbitos: en los medios de comunicación, la escuela, las ONG, la política, la sociedad, la familia y, cómo no, en la propia Iglesia. La institucional y la que forman los hombres y mujeres que, con alegría y sencillez, dan testimonio de lo que creen y lo que son. No siempre es fácil, pero sí resulta urgente, e imprescindible, acometer esta tarea si queremos que el mensaje que trajo Jesús —la Buena Noticia del Evangelio— siga llegando con fuerza a todos los rincones de la Tierra.
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DÍMELO EN CRISTIANO
BASTANTE
JESÚS DÍMELO BASTANTE
Ediciones KHAF
DÍMELO en
CRISTIANO
La comunicación en la Iglesia JESÚS BASTANTE
JESÚS
JESÚS BASTANTE
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DÍMELO EN CRISTIANO la comunicación en la iglesia
JESÚS BASTANTE
Dímelo en cristiano
la comunicación en la iglesia
isbn 978-84-15995-08-1 © 2015-Ediciones Khaf Grupo Editorial Luis Vives Xaudaró, 25 28034 Madrid - España tel 913 344 883 - fax 913 344 893 www.edicioneskhaf.es
dirección editorial Juan Pedro Castellano edición Isabel Izquierdo Proyecto visual y dirección de arte Departamento de Diseño GE diseño de colección Mariano Sarmiento impresión Edelvives Talleres Gráficos. Certificado ISO 9001 Impreso en Zaragoza, España depósito legal: Z 1782-2014
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970 / 932720447).
INTRODUCCIÓN: Y EL VERBO SE HIZO NOTICIA...
«Les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). Y el Verbo se hizo carne, en la figura de Jesús de Nazaret. Y el hombre se hizo famoso, e hizo llegar su mensaje de amor, solidaridad y alegría a todos los rincones de Judea, Samaria, a todo Israel, y llegó a los oídos de los poderosos y fariseos, quienes pusieron el grito en el cielo. Y fue traicionado por sus amigos y salpicado de odio, dolor y muerte en cruz. Y el Verbo resucitó, y se hizo noticia — Buena Noticia...— y entonces pidió a sus discípulos que llevaran el anuncio a todos los rincones de la Tierra... y ahí entramos nosotros. El cristianismo más que una religión es un sistema de valores, un modo de vida. Un camino, el de los seguidores de Jesús, que nos obliga a dar noticia de su vida, su muerte y su resurrección; de su ejemplo. Estamos llamados, pues, a ser profetas de la buena ventura; altavoces de la vida, las bienaventuranzas y la alegría de creer. No puede existir comunión sin comunicación. Son dos términos similares, hermanados. No en vano la segunda acepción de comunión del Diccionario de la Real Academia Española afirma que ‘comunión’ es el «trato familiar, la comunicación de
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unas personas con otras». No hay comunión, pues, sin comunicación. No se puede anunciar el Evangelio sin el «otro» (nuestro interlocutor, el que está enfrente, ya sea en casa, en la escuela, en el trabajo o en la calle, en nuestro ámbito profesional o relacional). La Buena Noticia de Jesús es una historia de amor, y como tal debe ser contada, vivida y compartida. Y comprendida. De ahí la importancia del «otro», de su capacidad de escuchar, del idioma en que hable, del modo en que pueda entender. ‘Comunión’, ‘comunicación’... y ‘comunidad’, otro término de la misma rama. Sin comunidad es imposible transmitir — comunicar— la Palabra, crear comunión. No puedes enseñar a un ciego quién fue Leonardo da Vinci plantándole frente a los ojos una imagen de la Gioconda; no puedes gritar a un sordo la ruta a seguir para alcanzar su destino. Era improbable que las gentes que poblaban el mundo conocido en el siglo i conocieran la Palabra de Dios en su lengua original. La «Buena Noticia» se abre paso a través de los tiempos, y para ello necesita encajarse en el contexto del aquí y el ahora, para que tanto el emisor como el receptor entiendan lo que se quiere transmitir. Lo dice este terremoto comunicativo que es el papa Francisco —a quien dedicaremos un capítulo de este libro— en la espléndida Evangelii Gaudium. «Quiero insistir en algo que parece evidente, pero que no siempre es tenido en cuenta: el texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o tres mil años, su lenguaje es muy distinto al que utilizamos ahora. Por más que nos parezca entender las palabras, que están traducidas a nuestra lengua, eso no significa que comprendamos correctamente cuanto quería expresar el escritor sagrado», dice el Papa (cap. 3, III). Y es que son innumerables las ocasiones en las que, a lo largo de la historia, los cristianos hemos desvirtuado el mensa-
je para hacerle decir al Resucitado lo que jamás quiso decir. Desde el «Dios lo quiere» de las Cruzadas a las siempre actuales tentaciones del lujo y el poder. No entraremos demasiado en ello. Con palabras de la Exhortación Apostólica: «si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias» (cap. 3, III). «Todo el pueblo de Dios anuncia el Evangelio», señala Bergoglio. A través de los medios de comunicación, la escuela, el púlpito, el trabajo, las relaciones sociales, la familia y, también, en el interior de la Iglesia. Porque, en ocasiones, sucede que somos los «cristianos» los que más necesidad tenemos de escuchar, y de entender, la Buena Noticia del mensaje de Jesús de Nazaret. Hay que saber utilizar los medios de los que disponemos para el anuncio de la Buena Noticia. Y hacerlo desde la propuesta y la alegría. Ya basta de caras largas, aburridas, poco atractivas. Si el mensaje de Jesús triunfó fue porque, en buena medida, sus palabras «encendían los corazones» de quienes le escuchaban. Si la Iglesia ha sido capaz de desarrollar su inmensa labor social, educativa y cultural, si los valores del Evangelio han constituido una civilización milenaria, ha sido porque resultaban atractivos, actuales y constructivos. Porque el mensaje de Jesús, ayer, hoy y siempre, es válido para el hombre y la mujer de la Jerusalén del siglo i, y para el hombre y la mujer del Madrid del siglo xxi con los que convivimos. ‘Comunión’ y ‘comunicación’: Dos términos similares, que implican una gran responsabilidad. Hay que procurar, en la medida de lo posible, que el mensaje sea propositivo, atractivo,
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decente, que no chirríe, que no oscurezca, que no dé miedo. Jesús, nos cuentan los Evangelios, solo se enfadó en una ocasión: cuando vio cómo los sacerdotes habían convertido el Templo en guarida de ladrones. El mensaje de Cristo no es de condena, sino de salvación; no es de poder, sino de servicio; no es de prohibición, sino de propuesta; no es de lágrimas, sino de alegría. La Buena Noticia no es la muerte de Jesús, sino la Resurrección. Y la responsabilidad de construir un mundo para todos, ya sean judíos o gentiles de la época en la que vivió Jesús; como hombres y mujeres a ambos lados de los muros de Melilla, Belén o Arizona en nuestros días. «¿Qué significa evangelizar? Dar testimonio, con alegría y sencillez, de lo que somos y creemos», es uno de los últimos tuits del papa Francisco. Con todos los medios a nuestro alcance, desde el papiro a las nuevas tecnologías. Desde el mural al selfie. Esta es una breve guía que únicamente pretende dar pistas de cómo comunicar «en cristiano» en distintos ámbitos: en los medios de comunicación, la escuela, las ONG, la política, la sociedad, la familia y, cómo no, en la propia Iglesia. La institucional y la que forman los hombres y mujeres que, con alegría y sencillez, dan testimonio de lo que creen y lo que son. No siempre es fácil, pero sí resulta urgente, e imprescindible, acometer esta tarea si queremos que el mensaje que trajo Jesús —la Buena Noticia del Evangelio— siga llegando con fuerza a todos los rincones de la Tierra. Y que los ciegos vean, los sordos oigan, rían los tristes, y todos nos sintamos felices, bienaventurados... y bienvenidos.
JESÚS Y LA COMUNICACIÓN
Venid y lo veréis La vida de Jesús de Nazaret es, toda ella, una invitación a un viaje apasionante, lleno de peligros, misterios, alegría, esperanza y aventura. Una historia de amor y de muerte, de amistad y de traición, de riquezas y miserias. Un libro abierto donde seguir escribiendo su historia, que a partir del paso por la Cruz y el sepulcro vacío se convierte en la tuya, en la mía, en la nuestra. Y que no sirve de nada si no se vive, y si, además de vivirla, no se cuenta. ¿Qué hubiera pasado si los evangelistas no nos hubieran relatado la pesca milagrosa, la partición del pan, las bienaventuranzas o la resurrección de Lázaro? ¿Quién hubiera sabido del hombre que hacía milagros si este se hubiera limitado a enseñar su doctrina en la sinagoga o con el más absoluto sigilo? ¿De qué serviría, en definitiva, la Buena Noticia, si esta no se anuncia, a gritos, en todos los rincones de la Tierra? «Haced esto en memoria mía», dijo Jesús a los Apóstoles. «Id y contad lo que habéis visto», señaló en otra ocasión. Venid y lo veréis. Jesús no nos lo da todo hecho, sino que nos sugiere una misión: vivir, y comunicar lo vivido. Y hacerlo por todos los
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medios a nuestro alcance, como él mismo hizo. Ya fuera en Judea, Samaria o la misma Jerusalén; ante los poderosos o junto a los leprosos; mediante parábolas, milagros, silencios o actuaciones prodigiosas; Jesús utiliza todos los medios a su alcance para hacerse escuchar, porque tiene algo que decir. Y porque si no lo hiciera, «las piedras gritarán». Él es «el Camino, la Verdad y la Vida»; la Buena Noticia de la Salvación, que nosotros debemos procurar llevar a todos los rincones, de todos los modos posibles, con todos los medios disponibles, como hizo el propio Cristo. Y es que Jesús vive para comunicarse, para hacerse Palabra («Verbo»). «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros», dice el evangelio de Juan (1,14). Durante toda su vida, Jesús es comunicación; sale de su propio espacio; se abre a lo que otros piensan, hacen y dicen; escucha; comparte; ama. «Toda la conducta de Jesús, como expresión de la encarnación, es un diálogo o “conversación con los hombres”, como señaló el beato Pablo VI en su encíclica Ecclesiam suam», subraya el teólogo dominico Jesús Espeja, un auténtico ejemplo para comunicadores cristianos. «Y es que, abunda Espeja —consciente de que su misión es «dar testimonio de la verdad»—, Jesús de Nazaret sale de su clan familiar, de su grupo religioso, de las seguridades de lo conocido, para recorrer las aldeas de Galilea y transmitir su mensaje de vida y salvación, comunicándose con todos».
La voz que clama en el desierto Jesús, el Cristo, es el mayor profeta de la historia. La palabra – ‘profeta’ (del latín propheta, y este del griego προφŋ´τŋƵ) signifi-
ca en una de las acepciones de la RAE «Hombre que habla en nombre y por inspiración de Dios». Jesús de Nazaret es el portavoz de la Palabra de Dios, el enviado para transmitir el mensaje de salvación de Yahvé. Y no tiene más remedio que anunciar, como Juan Bautista no pudo hacer otra cosa que convertirse en la voz que clamaba en el desierto, que preparaba el camino para el Señor. Los cristianos, al igual que Juan y Jesús, vivimos en camino, preparando nuestro caminar y el de este mundo en tránsito. Somos comunicadores, y como tales, también profetas, mensajeros, altavoces del buen Dios que se humanó para que los seres humanos supiéramos que somos un poco más de Dios. Que somos bienaventurados. Quizá el mensaje más mediático, más impactante, más universal de Jesús, el que ha conseguido una inusitada unanimidad entre todas las religiones, entre todos los hombres y mujeres de la Tierra, sea el discurso a la multitud a la orilla del lago. El Catecismo, punto 1716, nos dice: Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no solo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
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Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
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Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5,3-12).
Toda una declaración de intenciones, un programa que, veinte siglos después, continúa delimitando el mundo tal y como lo sueñan los hombres y mujeres de bien. Las Bienaventuranzas han conformado buena parte de la sociedad occidental, tal y como hoy la entendemos, que no sería nada sin su herencia cristiana, ni esta sin su base en las palabras de Jesús en el Evangelio.
Qué decir, cómo decirlo, quién nos escucha Jesús es el perfecto comunicador, porque en él se dan tres características imprescindibles: tiene algo que decir, sabe cómo decirlo, y logra ser escuchado por todos. El qué, el cómo y el
quién clásicos de las clases de Periodismo. Pero es que el de Nazaret también tiene respuesta al por qué, y, lo que es más difícil, al para qué. Cuándo es la última de las preguntas clásicas; y a esta nos responde San Pablo: «Ayer, hoy y siempre». Y es que el mensaje de Jesús resulta válido para cualquier momento y lugar. Y hoy, aquí, ahora, el mensaje necesita de interlocutores que sepan hablar al mundo en su lenguaje, con la fuerza y el ardor necesarios para captar la atención, para no dejar indiferentes. Este, y no otro, es el objetivo de estas líneas: ayudar a que los que, como seguidores de Jesús, estamos comprometidos en hacer vida su mensaje en nuestra vida y entre los que nos rodean; y que seamos voz de los sin voz; defensores de los derechos de los arrastrados; agitadores de las conciencias. Bienaventurados, en definitiva. Jesús no niega a nadie el saludo, ni la Palabra. Ni siquiera al Demonio que lo tienta en el desierto —magnífica metáfora de la ausencia del otro, del vacío—. Incluso en ese erial, Jesús saca fuerzas para proclamar aquello en lo que cree. Y hacerlo con la fuerza suficiente para que el príncipe de las tinieblas se sienta derrotado y abandone. Jesús habla con todos. Con los pobres y marginados, con los leprosos, las prostitutas, los extranjeros, los esclavos, que aguardan desesperanzados una palabra, un gesto, una propuesta, un pedazo de esa dignidad que alimenta más que el pan, y para los que el carpintero de Nazaret es un rayo de luz en mitad de la tormenta que azota el mar de sus vidas. Habla con los escribas, fariseos y autoridades religiosas judías, que llegan a expulsarlo del Templo y le amenazan de muerte. Él no pierde ocasión para revelar que ha sido enviado
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a proclamar la buena nueva a los más pobres, una noticia que cambiará la historia y que hará crujir los cimientos de la vieja religión. Aunque le cueste la vida. Y ni siquiera en ese momento dejará Jesús de comunicarse. Las famosas «siete palabras» que conmemoramos en el vía crucis son el intento desesperado de un hombre —sí, un hombre— a punto de morir por seguir dialogando con un mundo que lo desprecia, que no entiende, que «no sabe lo que hace». Jesús tiene el mismo mensaje para reyes y esclavos, para judíos y romanos, la mano tendida y el verbo preparado para conversar, para compartir, para comunicarse con el fariseo o la mujer cananea, con Zaqueo y con Jairo; con su amigo Lázaro o con María Magdalena; con Judas y con Pilatos. Con todos habla y a todos escucha, consciente de que es imposible evangelizar si no hay diálogo, y todo diálogo implica hablar, pero también, y sobre todo, saber escuchar y aceptar las razones del otro. El monólogo no evangeliza, aburre al otro. Y un Dios aburrido no tiene razón de ser. Jesús se sienta a la mesa de los publicanos igual que a la de los pobres; no se escandaliza con la mujer adúltera ni con el joven rico que no entrará en el Reino ni aun cuando un camello se entretenga mil años ante el ojo de una aguja. Sabe cuál es la misión. Sus discípulos tardaron bastante más en comprenderlo: tuvo que resucitar, y ni con esas fue suficiente. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» preguntó en un momento dado a Pedro y al resto de sus amigos. Fruto de esa comunicación es la primera comunidad cristiana que llamamos Iglesia: el lugar donde «dos o más se reúnan en mi nombre», en el que den noticia de su resurrección. Comunicación, así, solo se construye cuando existe comunidad a la que transmitir el mensaje.
Nació en Madrid en 1976. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Es redactor jefe de Religión Digital, el principal portal de información religiosa en castellano del mundo, y colabora en diversos medios escritos y audiovisuales. Experto en información religiosa en nuestro país, es autor de las novelas Cisma; Y resucité de entre los muertos; y de más de una decena de ensayos, entre los que destacan Los curas de ETA; Setién, un pastor entre lobos; El padre Ángel, mensajero de la paz; Benedicto XVI, el nuevo Papa; Mártires por su fe; junto con José Manuel Vidal, Francisco, el nuevo Juan XXIII o Un Concilio entre primaveras y Carlos Osoro, el peregrino.
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El cristianismo más que una religión es un sistema de valores, un modo de vida. Un camino, el de los seguidores de Jesús, que nos obliga a dar noticia de su vida, su muerte y su resurrección; de su ejemplo.
Estamos llamados a ser profetas de la buena ventura; altavoces de la vida, las bienaventuranzas y la alegría de creer.
Esta es una breve guía que pretende dar pistas de cómo comunicar «en cristiano» en distintos ámbitos: en los medios de comunicación, la escuela, las ONG, la política, la sociedad, la familia y, cómo no, en la propia Iglesia. La institucional y la que forman los hombres y mujeres que, con alegría y sencillez, dan testimonio de lo que creen y lo que son. No siempre es fácil, pero sí resulta urgente, e imprescindible, acometer esta tarea si queremos que el mensaje que trajo Jesús —la Buena Noticia del Evangelio— siga llegando con fuerza a todos los rincones de la Tierra.
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