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Presentación
Las historias de este libro proceden de la sección «Retratos de interior» del portal de internet aunalia, cuyo objetivo es poner a disposición de los internautas herramientas y materiales para trabajar los valores. Además, algunos de estos relatos han tenido una amplia difusión a través de la radio gracias a diversos programas de Cadena 100. La idea de los «retratos» tiene su sentido. Siglos atrás, los reyes y magnates contrataban pintores y escultores para inmortalizar su imagen a través de una obra de arte. Era una manera de dar culto a su persona y situarla por encima de los demás. Solo quien había sido retratado merecía ser tenido en cuenta. Con la invención de la fotografía, ese privilegio reservado a unos pocos pasó a ser uno de tantos entretenimientos con el que ocupamos nuestro tiempo libre. Los álbumes han sido sustituidos por los blogs o los foros de internet; sin embargo, acumulamos tal número de fotografías que no tenemos tiempo para detenernos a contemplar ninguna de ellas con tranquilidad. Esta inflación nos priva en gran medida de la fuerza de los retratos. Un retrato no es una simple imagen reflejada en un espejo, es mucho más. El espejo reconstruye la imagen siguiendo las leyes de la reflexión de la luz, unas leyes universales que reproducen mimética y mecáni camente la realidad. En cambio, re-tratar implica «volver a tratar», reclama una reflexión, no de la luz, sino del pintor, fotógrafo o escritor que se aventura a aportar su visión peculiar de otra persona. Así pues, un retrato es fruto de la reflexión y, a su vez, invita a la reflexión. No es un simple calco de lo que se ve. Reclama el análisis, el estudio, la interpretación, la síntesis, porque solo de esta manera es posible reelaborar la imagen, crear, producir algo nuevo que sirve de puente entre lo que se ve con los ojos y lo que se capta (tanto del interior de la persona
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retratada como desde el interior del autor del retrato). En definitiva, es un diálogo —no siempre fácil— donde se expresan tanto el que se atreve a mostrar su rostro por medio de la mirada de otro como el que tiene la osadía de reflejar la realidad desde su punto de vista subjetivo. La herramienta utilizada en este libro para retratar es el relato breve que esboza situaciones cotidianas con la intención de presentar otras caras de la realidad y mostrar la riqueza de matices de los parajes que flanquean nuestro recorrido por la vida. Además, se trata de retratos de interior, nos remiten a los adentros de la persona, a su interioridad, a ese espacio invisible a simple vista y que configura nuestra manera de ser. Son, al fin y al cabo, radiografías de nuestro mundo interior que nos permiten sumergirnos en nuestra anatomía más profunda. Sin embargo, el ser humano es tremendamente complejo y un retrato, por perfecto que sea, resulta insuficiente para abarcar toda la amplitud del espectro de situaciones que podemos vivir y de reacciones que pueden generar. Por ello este libro presenta una galería de retratos, cada uno de los cuales es una cara de un mismo poliedro. Dicho de otra manera, cada retrato no corresponde únicamente a una persona distinta, sino a un área diferente del ser humano. De este modo, el libro intenta ser un juego de espejos que descompone nuestra imagen reflejándola desde diversos ángulos; funciona como un caleidoscopio cuyo movimiento nos va mostrando diferentes facetas del ser humano, con las que nos podemos sentir identificados en un momento u otro de la vida según las circunstancias que nos acompañen. Entonces nuestro retrato particular es un mosaico cuyas piezas proceden de los fragmentos esparcidos entre las diversas historias que aportan su pincelada particular. Como un collage, es un retrato confeccionado a partir de retratos más reducidos. Y, evidentemente, se trata de un retrato inacabado, en construcción, porque la realidad de cada ser humano supera con creces la simplificación correspondiente a una copia, pero también porque la vida continúa y con ella seguimos evolucionando.
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La interioridad es compleja; en ella confluyen diversas dimensiones del ser humano. En primer lugar, una dimensión intrapersonal, configurada por los dinamismos internos del sujeto, que denominamos emocional. En segundo lugar, una dimensión interpersonal, la relación con los demás que constituye el fundamento de la ética. Y por último, en esta exploración por el interior topamos con una realidad que nos supera, un abismo insondable: el misterio, lo sagrado, lo trascendente. Así pues, para enriquecer el potencial de los relatos de este libro, apuntaré tres niveles de lectura con sus claves de interpretación específicas: el nivel emocional, el ético y el trascendente. a) Educación emocional Estos relatos son descripciones de la amplia gama de sentimientos, aspiraciones, proyectos, incertidumbres, emociones, complejos, miedos y esperanzas que configuran aquello que popularmente denominamos la psicología humana y que necesitamos conocer. Habitualmente tomamos nuestras decisiones no a partir de la realidad, sino de nuestra percepción de la misma, es decir, de los espejismos que distorsionan nuestra imagen de nosotros mismos y de los demás. Aprender a reconocernos en el retrato es muy importante porque implica tomar conciencia de lo que somos; precisamos un diagnóstico adecuado para construir una identidad transformada, transmutada. Estas historias nos ayudan a desenmascarar las imágenes deformadas de los otros y de nosotros mismos; incitan a la verdad al desarticular el entramado de mecanismos de defensa y reintegrar las numerosas subpersonalidades que deambulan errantes por nuestro interior en busca de una grieta por donde emerger a la superficie de la conciencia. La función de los relatos es provocar, desafiar, generar interrogantes, deshacer espejismos. Al leerlos, nos podemos sentir identificados con alguno de sus protagonistas. Como nos interpelan, viéndonos retratados en sus conflictos, nos resulta más fácil recapacitar y encontrar vías para superar los nuestros.
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Además, algunos de ellos, a pesar de vivir situaciones desgarradoras, desbordan esperanza y alegría; entonces, al sintonizar con su experiencia, nos pueden contagiar su fuerza y su actitud frente a la vida nos sirve de estímulo y de aliento. Así, a través de estos compañeros de viaje, podemos expresar y canalizar nuestras emociones en una saludable catarsis, con lo cual tienen una función claramente terapéutica. El proceso de iniciación en la espiritualidad de cualquier religión —pero también en toda búsqueda interior presidida por una sed de autenticidad— viene precedido por una fase de autoconocimiento, de exploración de los recovecos del psiquismo donde descubrimos aspectos desconocidos de nuestra propia identidad. En este sentido, estas narraciones aspiran a ser una pequeña guía que nos oriente por los entresijos de la vida interior, un material de reflexión que enlaza con las técnicas de autoanálisis presentes en la gran diversidad de tradiciones espirituales. b) Educación en valores La manera de captar la realidad determina nuestra manera de intervenir en ella y, por tanto, su futuro. Un árbol puede ser visto desde diferentes puntos de vista. Un carpintero ve en él tablas para construir una mesa; un leñador, leña para alimentar el fuego; un ecologista, un ser vivo que hay que proteger. Lo mismo sucede con los seres humanos. Nuestra manera de verlos influye en nuestra manera de comportarnos y, en consecuencia, condiciona nuestra ética. El creciente interés por la literatura de autoayuda y de crecimiento personal pone de manifiesto la necesidad que todos sentimos de conocernos mejor y de aprender a manejar nuestras emociones. Ahora bien, este tipo de introspección tiene que ir acompañado de una educación en valores ya que, de lo contrario, no haría otra cosa que fomentar veladamente un subjetivismo tan narcisista como insolidario que solo busca el propio bienestar y rehuye el compromiso ético. De este modo, el objetivo de estos relatos es conjugar el desarrollo personal —con su correspondiente dosis de autoconocimiento y
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autoestima— con una clara opción por los valores. A pesar de ello, los retratos no son un simple pretexto para plantear una historia que culmina con una lección moralizante. En algunos casos, estas historias de vida nos permiten hacer un ejercicio de empatía, de ponernos en la piel del otro, de intuir cómo se puede sentir, qué puede pensar, qué desea o qué necesita. Conocer a los que nos rodean, vibrando con los movimientos de su interior y entendiendo sus motivaciones, es el camino para establecer unas relaciones sólidas y enriquecedoras. Por otro lado, algunos relatos ponen al descubierto las motivaciones ocultas que condicionan nuestra manera de actuar; por esta razón, algunos retratos son una cruda denuncia de actitudes egoístas camufladas, con frecuencia, tras una careta cuyas facciones simulan amor, sentido común o vulnerabilidad. Asimismo, influidos por la publicidad y bajo la presión de la sociedad de consumo, ansiamos modelos de vida demasiado idealizados y, a menudo, acabamos malgastando nuestras energías tras ilusiones tan hermosas como irreales. En cambio, estas historias reivindican lo cotidiano y nos proponen dirigir nuestra atención hacia la vida para redescubrirla con una mirada nueva, que supere los estereotipos de las apariencias y, de este modo, nos arriesguemos a buscar lo esencial. Entonces, si partimos de este contacto con lo real —y no con quimeras fantásticas—, no solo podremos apreciar su valor, sino también nuestra capacidad para embellecer, mejorar y dar sentido al mundo que nos rodea y del cual somos, en gran medida, responsables. c) Educación para la trascendencia Para abordar este nivel de lectura partiré de una anécdota procedente de la historia del arte. Miguel Ángel pintó los maravillosos frescos de la Capilla Sixtina del Vaticano, la sala reservada para la elección de los papas en el cónclave. En el fresco del Juicio Final, medio escondida
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entre tantas figuras, aparece una cara deformada, un rostro deshuesado, compuesto tan solo de piel, que infunde cierta inquietud. Resulta difícil identificar con nitidez las facciones de este rostro, pero parece que se trata de un autorretrato del propio artista. Miguel Ángel inmortalizó su imagen a través de su obra. En mi opinión, creo que ocurre algo parecido con Dios. Su creación es una obra espléndida que hace palidecer las maravillas de la Capilla Sixtina o de cualquier otra obra de arte. Sin embargo, el Creador ha querido dejar un autorretrato de su rostro: el ser humano hecho a su imagen y semejanza. Evidentemente se trata de una imagen desfigurada, pero es el autorretrato del Creador. Aprovecho esta anécdota para responder a aquellos que me preguntan por qué no aparece «Dios» en estos relatos. La respuesta es bien simple. El rostro de cualquier ser humano es un autorretrato de Dios, aunque sea imperfecto. En la gran mayoría de las parábolas del Evangelio, Jesús tampoco habla explícitamente de Dios. Son descripciones de situaciones cotidianas: los conflictos de una familia, las tareas del campo, los problemas de una viuda, los quebraderos de cabeza de un administrador, la vida de los pájaros... Análogamente, estos relatos pretenden ser, de alguna manera, parábolas posmodernas, ambientadas en lo cotidiano de nuestra sociedad, con todas sus contradicciones y ambigüedades. Abordan temas como las vacaciones y el trabajo, el deporte y la música, los juegos de rol y la maternidad, el montañismo y los móviles, el mobbing y el footing, el enamoramiento y la Navidad, los accidentes de tráfico y las excursiones, el bullying y la lectura, la depresión y el voluntariado, el terrorismo y las adopciones, la inmigración y el Camino de Santiago. Pero el gran tema son las relaciones humanas, la piedra de tropiezo donde se pone en evidencia tanto la grandeza del ser humano como su dolorosa limitación. Pero tanto las parábolas como estos relatos son narraciones sobre temas cotidianos que nos invitan a hacer una relectura (relegere) de la
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vida desde su dimensión sagrada. Entonces descubrimos el rostro de Dios en medio de acontecimientos completamente normales, porque la experiencia de Dios no es algo extraño ni paranormal. Dios está en todas partes, pero no de la misma manera. A menudo, se deja entrever tras el rostro del que sufre; también, en una situación de injusticia que invita a la denuncia; a veces, se manifiesta como un enigma que, en ocasiones, nos desconcierta; y, con frecuencia, nos muestra su ternura a través de la cercanía de un ser humano, de la sobriedad del silencio, de la exuberancia de un paisaje, de la ingenuidad de un niño, de una coincidencia maravillosa o de la fuerza de una melodía. Desde esta experiencia, todo cobra otro tono y adquiere un brillo especial. Tal vez todo siga igual, pero lo captamos desde una nueva dimensión que nos permite intuir la profundidad del calado de la condición humana. Entonces la interioridad se convierte en un espacio sagrado: el Debir, el lugar escondido y, a la vez, el santuario del Absoluto. En definitiva, mi propósito con este libro ha sido mostrar cómo el amor, la enfermedad, el deporte, los amigos, los viajes, las celebraciones, la música, las montañas, los sueños, las dificultades... son mediaciones que nos conducen hasta el límite de nosotros mismos —el horizonte de la existencia— y desde allí oteamos una realidad sobrecogedora que percibimos como Misterio y que Jesús, el perfecto autorretrato de Dios, nos enseñó a llamar Padre. Josep Otón
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