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LA IGLESIA EN EL UMBRAL DEL SIGLO XXI

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A mis padres Pablo y Teresa que tanto han hecho por mí

¿En dónde está la verdadera Iglesia: en la comunidad manifiesta a través de la palabra y el sacramento, o en la fraternidad latente del juez universal oculto en los pobres? (Jürgen Moltmann, La Iglesia, fuerza del Espíritu, Salamanca, 1978, 160)

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JUAN PABLO GARCĂ?A MAESTRO La Iglesia en el umbral del siglo xxi

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isbn 978-84-938324-8-3 © 2013-Ediciones Khaf Grupo Editorial Luis Vives Xaudaró, 25 28034 Madrid - España tel 913 344883 - fax 913 344 893 www.edicioneskhaf.es

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PRÓLOGO

En su obra The human condition, Hannah Arendt sostiene la tesis de que la crisis del cristianismo no se debe ni al ateísmo del siglo xviii ni al materialismo del siglo xix —que ella califica de bastante vulgares y fáciles de rebatir por la teología—, sino que se origina en el propio seno del hombre religioso, en un fenómeno del que Pascal y Kierkegaard constituyen los ejemplos más elocuentes. Aunque las cosas no son tan simples como la ilustre filósofa y politóloga judía da a entender, su argumentación contiene una gran parte de verdad. En el fondo, aunque partiendo de otros supuestos y factores biográficos, el documento elaborado por Juan Pablo García Maestro sobre la Iglesia se plantea el mismo problema, que formulado en términos escuetos equivale a preguntarse si la situación crítica que atraviesa la Iglesia se debe a causas exógenas o endógenas. El teólogo vallisoletano adjudica claramente la prioridad a estas últimas. «Se requiere un ejercicio de sinceridad, de autocrítica, por parte de la propia Iglesia», escribe en una de sus muchas frases reveladoras. «Es bueno que la vida contenga fases de adversidad, ya que con ellas llega la hora del coraje y del valor», escribía Senancour

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en su Obermann, uno de los libros de cabecera de nuestro Unamuno. Lo que el gran escritor dijo de sí mismo y del hombre en general es válido también para las instituciones. ¿Ha sabido la Iglesia afrontar el proceso de adversidad que vive desde hace tiempo con la valentía de que hablaba Senancour? En algunos casos sí, pero en conjunto no. Esa es la razón de que a la fase creadora y ascendente del Concilio Vaticano II haya seguido una fase más bien estéril y descendente. El objetivo de las páginas lúcidas y emocionantes que el lector va a leer enseguida es precisamente recordar las raíces del mensaje de Cristo para trascender, a partir de este acto anamnético o toma de conciencia, la aporía que tiene inmovilizada a la Iglesia. De ahí que dedique una buena parte de su proceso de reflexión a explicar lo que fue y significó Jesús, la Iglesia de los primeros siglos y el mensaje evangélico. De este trasfondo histórico-doctrinal subraya, sobre todo, su dimensión comunitaria, la cual debe constituir, a su juicio, el punto arquimediano en que debe apoyarse un cristianismo fiel a sus raíces. «¿No será hacia la creación de comunidades hacia donde tendrán que apuntar nuestros objetivos pastorales?», se pregunta saliendo al paso del individualismo insolidario que impera en la sociedad de consumo y de una eclesiología exenta de lazos profundos entre el clero y los feligreses, en vez de que cada parroquia sea, como él indica, «comunidad de comunidades». Señalemos al paso que esta concepción coincide plenamente con el modelo comunitarista que el filósofo judío Martín Buber expuso en su obra Senderos de Utopía como alternativa al capitalismo y el socialismo autoritario, un ejemplo más de lo cerca que a menudo están concepciones procedentes de distintas ideologías, credos religiosos o cosmovisiones.

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El autor no deja tampoco de constatar la estructura abierta de las primeras comunidades de creyentes y el trato de fundamental igualdad que prevalecía entre ellos, una tradición que le permite afirmar: «El ethos cristiano se basa en la igualdad y la fraternidad». No menor es el espacio que dedica a analizar la relación entre clero y laicado. En consonancia con su línea aperturista y renovadora, critica el papel subalterno que desempeña hoy el laicado y se pronuncia por un mayor protagonismo de sus miembros y por una estrecha colaboración entre ambos sectores, sin que ello signifique que su respectiva labor tenga que ser la misma. «Se ha dicho que el Concilio Vaticano I fue el concilio del papa; el segundo ha sido el de los obispos, y nada impide que esta Iglesia del nuevo milenio sea, finalmente de los laicos», escribe de cara al futuro. Quien esté mínimamente familiarizado con la teología de Juan Pablo no se sorprenderá de su reivindicación de la mujer como parte esencial de la Iglesia y de su derecho a asumir las mismas funciones reservadas hoy al varón. ¿Cómo no recordar en este contexto la profunda vinculación de Jesucristo con la mujer, el papel callado pero preeminente que esta jugó en la hora estelar del cristianismo? ¿O cómo olvidar a las insignes e innumerables figuras femeninas que la historia universal ha dado tanto dentro como fuera de la Iglesia, o a las que en un plano más modesto han sembrado y siguen sembrando el amor y la ternura? La mater ecclesia —nos dice el autor— debe ser menos paterna y más materna, esto es, más comprensiva y amorosa y menos imperativa. ¿No ha habido en las sociedades protohistóricas matriarcados que, según el criterio de J. J. Bachofen y otros antropólogos, etnólogos e historiadores de la cultura, funcionaban mejor y más humanamente que los patriarcados surgidos más tarde?

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También la juventud es uno de los temas clave del trabajo que el lector tiene en sus manos. ¿Cómo no iba a serlo si constituye el estrato social hoy más desorientado y más alejado de la Iglesia y del cristianismo, y por ello, más necesitado de asistencia espiritual, de consejo y de una tabla de valores capaz de contrarrestar el estado de alienación en que se encuentra? O dicho con las propias palabras del autor, fruto de su experiencia dialógica y convivencial con las nuevas generaciones: «La institución eclesiástica, tal y como de hecho está organizada y tal como se comporta, es uno de los impedimentos más serios con que tropieza la gente, sobre todo la mayoría de los jóvenes, cuando se trata de buscar y encontrar el sentido último de la vida». En un plano más general, García Maestro aborda in extenso y con todas sus consecuencias el tema siempre candente de la relación entre Iglesia y mundo. Su posición es también aquí clara como el sol: la misión de una eclesiología digna de este nombre y a la altura de los tiempos no puede ser otra que la de solidarizarse con la humanidad doliente, no solo pero en primer término con los pobres y los que padecen hambre y sed de justicia. Pero debe hacerlo no en plan de ordeno y mando, sino a través del diálogo y aceptando a priori la legitimidad y las razones de sus interlocutores, trátese de las fuerzas seculares o de otras religiones. Solo a partir de esta humildad podrá ser fiel a su catolicidad o universalidad y cumplir realmente su tarea evangelizadora. Capital en este aspecto es el diálogo interreligioso, una de las preocupaciones medulares de la teología de García Maestro, presente también en el estudio que tengo el honor de estar prologando. Su cuerpo de doctrina es siempre muy personal pero, a la vez, muy acogedor y receptivo con el pensamiento ajeno, no

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solo pero especialmente con el afín al suyo. También en este aspecto testimonia su vocación comunicativa o sentido de la comunión, que él, por lo demás, ensalza una y otra vez como la actitud sobre la que debe fundamentarse un cristianismo fiel a su significado original. Esta anchura de miras o generosidad intelectual le permite dar a los temas tratados una dimensión totalizante y sintética muy útil para el lector en busca de una visión de conjunto. Aparte de la vinculación de su teología a los principios y valores del cristianismo genético al que hemos aludido más arriba, su punto de referencia principal es el Concilio Vaticano II, en el que él ve, por muchas razones de peso, uno de los pilares fundamentales para la construcción —o reconstrucción— de una Iglesia a la medida de las necesidades del hombre y de la sociedad de nuestros días. Con este objeto se ocupa a fondo en explicar, por medio de ejemplos representativos, lo que este acontecimiento significó en su hora y lo que potencialmente sigue significando para el futuro. Hay pasados tan tristes que expiran con ellos mismos, pero los hay que perduran y siguen siendo futuro también cuando cronológicamente han finiquitado. Este es exactamente el caso del proyecto de radical renovación puesto en marcha hace algunas décadas por Juan XXIII y los teólogos unidos en torno a él, un legado al que García Maestro rinde cumplido honor y enriquece con su nueva aportación teórica.

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Heleno Saña Darmstadt, Alemania

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INTRODUCCIÓN

Con este breve trabajo deseo prestar un servicio a todas las personas que forman parte de la comunidad eclesial y que, incluso más allá de ella, quieren saber por qué existe la Iglesia, cómo está en el mundo y hacia dónde va. Las preguntas a las que he pretendido responder tienen su origen en un diálogo con gente de distintas generaciones, con diversa formación e incluso con otras formas de creer y de pensar. Soy de la opinión de que si la Iglesia y la teología reflexionaran a partir de la realidad, de la vida real de la gente, de sus anhelos, esperanzas e interrogantes, se visibilizarían mejor en nuestra sociedad. La primera parte de nuestra reflexión se centra en el diagnóstico de la realidad actual de la Iglesia; en un segundo momento se trata de responder al fundamento bíblico e histórico del origen de la Iglesia, y las últimas cuestiones pretenden mostrar el cambio que supuso para la Iglesia el Concilio Vaticano II y la posterior recepción de este. Hemos querido responder a interrogantes que hoy preocupan como, por ejemplo, el laicado en la Iglesia o el cómo la ven los jóvenes, y cómo se sienten en ella. Para finalizar, he incluido mi experiencia en la Iglesia y lo que espero de ella en este nuevo milenio.

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I la iglesia del siglo xxi

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¿POR QUÉ PERMANECEMOS EN LA IGLESIA?

En la actualidad, algo sigue atrayendo de Jesús; de Dios más bien estamos viviendo una crisis (Metz); de la religión algunos hablan de una vuelta de la religión. Pero de la Iglesia la mayoría no quiere saber nada, existe una falta de credibilidad. Sus divisiones internas, la concentración exclusiva en la jerarquía durante tantos siglos (la Iglesia es cosa del papa, de los cardenales, obispos y curas...), sus pretensiones de poder, la falta de libertad y de igualdad que existe en ella, etc., hacen que muchos la hayan abandonado y otros quieran más bien vivir su fe al margen de lo institucional. ¿Por qué hemos llegado a esta situación donde la Iglesia goza de tan poca credibilidad? ¿Por qué cada vez más estamos viviendo un cristianismo sin Iglesia? ¿Es posible un cristianismo sin Iglesia? ¿No estará provocado este distanciamiento por las divisiones que se viven en el seno del cristianismo? 1 Creo que sigue siendo de gran actualidad lo que dijo el obispo G. Huygue durante la primera sesión del Concilio Vaticano II:

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Cfr. W. Pannenberg, Ética y eclesiología, Salamanca, 1986, 113-124.

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Es cierto que muchos hombres de nuestra generación o ignoran o atacan a la Iglesia. Sucede que muchas personas reconocen e incluso aman a Cristo, pero no descubren ni comprenden a la Iglesia. Exactamente lo que pasa es que la Iglesia, en vez de conducir a los hombres a Cristo, los aparta de Él… Y eso ocurre porque, en nuestro modo de presentar a la Iglesia, todos nos equivocamos.

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Sin embargo, es necesaria una buena dosis de realismo. Y esto nos lleva a admitir que la Iglesia es al mismo tiempo santa y pecadora. Desde aquí hay que cuestionarnos también, ¿por qué permanecemos en ella? El teólogo Ratzinger (hoy Benedicto XVI) responde así a este interrogante: En ella permanecemos porque no es nuestra, sino de Dios. Es la Iglesia la que, no obstante todas las debilidades humanas existentes en ella, nos da a Jesucristo; solamente por medio de ella puedo yo recibirlo como una realidad viva y poderosa, que me interpela ahora.

Permanecemos en la Iglesia porque no se puede creer en solitario. La fe solo es posible en comunión con otros creyentes. Esta fe o es eclesial o no es tal fe. Permanecemos en la Iglesia porque solamente la fe de la Iglesia salva al hombre. En realidad, el hombre no es salvado sino a través de la cruz y la aceptación de los propios sufrimientos del mundo, que encuentran su sentido liberador en la pasión de Dios. La única posibilidad de la que disponemos para cambiar en sentido positivo a una persona es la de amarla, transformándola

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lentamente de lo que es en lo que puede ser. ¿Sucederá de distinto modo en la Iglesia? Durante la renovación litúrgica y teológica de la primera mitad del siglo xx maduró un verdadero movimiento de reforma que ha llevado a transformaciones positivas. Esto únicamente fue posible porque surgieron hombres con el don del discernimiento que amaron a la Iglesia con corazón atento y vigilante, con espíritu crítico y estaban dispuestos a sufrir por ella. Si hoy no somos capaces de realizar algo se debe a que estamos demasiado ocupados en afirmarnos a nosotros mismos. No valdría la pena permanecer en una Iglesia que, para ser acogedora y digna de ser habitada, tuviera necesidad de ser hecha por nosotros, sería un contrasentido 2.

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Cfr. H. U. Von Balthasar y J. Ratzinger, ¿Por qué soy cristiano? ¿Por

qué permanezco en la Iglesia?, Salamanca, 2005, 109-113.

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IGLESIA, ¿QUÉ ESPERA LA HUMANIDAD DE TI?

La Iglesia, desde sus inicios a la actualidad, ha de ser guía y testigo del Misterio. Vivir la presencia de Dios en la realidad de cada día. Empaparnos de su agua para después ejercer de «guías», iniciadores e introductores en los caminos de la experiencia de Dios. Porque lo que vale es la experiencia de una misteriosa presencia que responda a los porqués de una vida, a los que no responde la ciencia ni la funcionalidad técnica. Ofrecer experiencia de sentido en el desierto de lo instrumental y eficacista, esta es la tarea de la Iglesia en el mañana, pero que empieza hoy 3. Quizá para esta tarea iniciadora tengamos que enseñar a nuestros contemporáneos a descubrir el valor del símbolo: aquello que nos habla de lo presente y solo puede evocarlo, pero que sugiere y se abre hacia la inagotable profundidad de la realidad. La comunidad eclesial debiera convertirse ella misma

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Cfr. F. J. Vitoria, «La Iglesia, comunidad mistagógica», No hay terri-

torio comanche para Dios. Accesos a la experiencia cristiana de Dios, Madrid, 2009, 163-194.

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en símbolo de otra vida y otra realidad que se atisba, distinta y más humana. La Iglesia o comunidad de los creyentes sería así lo que está llamada a ser: símbolo evocador y provocador del Reino 4. Sin embargo, muchos se preguntan, ¿cómo puede tener cabida la trascendencia donde no hay sitio para el silencio, ni vuelta sobre lo vivido? Porque la espiritualidad, la huida al culto, el refugio en la pseudo-mística de la contemplación del yo, son amenazas de nuestra fe en este tiempo de incertidumbre. Pero una Iglesia que es guía y testigo del Misterio no puede olvidar el problema de la injusticia. Y ello porque el tema de la injusticia es un problema y una cuestión teologal. ¿Qué sería de la Iglesia si no se dejara tocar por esta cuestión? Una Iglesia que no se dejara afectar por la desigualdad entre pobres y ricos haría que sus preguntas no fueran preguntas reales. Dicho con crudeza: es necesario salvar a la Iglesia del riesgo de cinismo 5. Cuando los cristianos pretendemos vivir nuestra fe sin dejarnos afectar por el sufrimiento de las víctimas de la injusticia, es el mismo Dios Padre y Madre que confesamos quien queda cuestionado y, con la validez de la causa de Jesús en la historia, la credibilidad de su Iglesia y la posibilidad de una verdadera evangelización significativa. Así, el futuro del cristianismo queda amenazado.   Cfr. J. Mª Mardones, «Factores socioculturales que reconfiguran la vivencia de la fe cristiana», Instituto Superior de pastoral, Retos a la Iglesia al comienzo de un nuevo milenio, XI Semana de Teología Pastoral, Estella, 2001, 37-68. 4

Cfr. J. Lois Fernández, «El reto de la injusticia», Instituto Superior de

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pastoral,

Retos a la Iglesia…, Estella, 2001, 69-123.

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Bien puede afirmarse que el ser y el actuar de la Iglesia se juegan en el mundo de la pobreza y del dolor, de la marginación y de la opresión, de la debilidad y del sufrimiento. Y podemos deducir que el compromiso por la justicia (que es dar vida a los pobres) es la forma más significativa de afirmar a Dios en el momento presente, el mejor resumen del mensaje y de la vida de Jesús al servicio del Reino de Dios, la manera más elocuente de conceder credibilidad a su Iglesia, la contribución más decisiva al futuro del cristianismo. Despertar del sueño cruel de la inhumanidad, he aquí la gran tarea pendiente: dejar de oprimir la verdad de la realidad con la injusticia de nuestras vidas. Permitir que esa verdad emerja y pueda ser oído el clamor de los pobres. Emmanuel Mounier, comentando el escepticismo del gobernador romano, afirmaba: «La verdad, Pilato, son los pobres». La esperanza que tiene que rehacer la Iglesia hoy no es una esperanza cualquiera, sino una esperanza en el poder de Dios contra la injusticia que produce víctimas.

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LA IGLESIA EN EL UMBRAL DEL

La Iglesia en el umbral del siglo XXI

SIGLO XXI Juan Pablo García Maestro

CARLO MARIA MARTINI

El diseño chapucero LEANDRO SEQUEIROS

Meditaciones desde la calle JAIRO DEL AGUA

El camino de la paz XABIER PIKAZA

¿Cómo hablar hoy de la resurrección? J. SERAFÍN BÉJAR

Jóvenes, religión e Iglesia

En el umbral del siglo XXI, la Iglesia tiene ante sí muchos retos que afrontar para seguir adaptándose a los signos de los tiempos.

JOSÉ LUIS MORAL

San Juan de Ávila. Doctrina cristiana que se canta LUIS RESINES

La Iglesia en el umbral del siglo XXI JUAN PABLO GARCÍA MAESTRO

Para conocerla el autor ofrece una obra al alcance de todos, con un lenguaje sencillo y directo y cuestiones de actualidad que interesan a los creyentes. Divide su obra en un primer diagnóstico sobre la realidad actual, un segundo momento que trata de responder al fundamento bíblico e histórico del origen de la Iglesia y una parte final con cuestiones de plena actualidad que pretenden mostrar el cambio que supuso para la Iglesia el Concilio Vaticano II y su posterior recepción. Para finalizar, el autor incluye su experiencia en la Iglesia y sus esperanzas para este nuevo milenio.

JUAN PABLO GARCÍA MAESTRO Juan Pablo García Maestro nació en Campaspero (Valladolid). Es religioso de la Orden Trinitaria. Licenciado en Filosofía y Teología y Doctor en Teología, actualmente es docente en el Instituto Superior de Pastoral (Universidad Pontificia de

Juan Pablo García Maestro

La audacia de la pasión

Juan Pablo García Maestro

Salamanca en Madrid) y en el Instituto San Pío X de Catequética (Madrid). Su intensa vida intelectual no le aleja de la realidad eclesial que viven los cristianos de a pie día a día gracias a la labor que ha desempeñado como capellán de emigrantes, capellán en la cárcel, miembro de la parroquia de Aluche donde ahora reside… La oportunidad que tiene de compartir vida y fe con tanta variedad de cristianos hace que su deseo de vivir una Iglesia encarnada en la vida conecte con mucha gente. «Con este breve trabajo deseo prestar un servicio a todas las personas que forman parte de la comunidad eclesial y que, incluso más allá de ella, quieren saber por qué existe la Iglesia, cómo está en el mundo y hacia dónde va». Autor prolífico, destacamos sus obras Teología de las religiones, ¿Cómo ser cristiano en una sociedad increyente?, El futuro del diálogo interreligioso, La Iglesia

> colección Expresar teológico

samaritana: la Iglesia que Jesús quería, La Teología del Siglo XXI y Eclesiología de la praxis pastoral.

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